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Capítulo 2: Acechada por mi pasado

El tiempo pasa pero el dolor no cesa. Mi pueblo fue masacrado, mi aldea devastada y el fuego devorador aún queda en el recuerdo del resto de los aldeanos.

El pasado eclipse que azotó al pueblo de Mundú es un hito en la historia de los Ángeles. Nadie olvidará la pérdida de sus seres queridos aquella noche...

Una noche que fue conquistada por la oscuridad de los Demonios de la Noche.

La profecía nos había presagiado aquel evento, pero muy pocos le hacen caso a nuestros antepasados. Ya nadie cree en mitos, leyendas, profecías... Pero mi hermano era muy diferente del resto. Él inició su carrera como Historiador para nutrirse de todas las historias de nuestra aldea y así protegerla, porque él sospechaba quién era nuestra madre y quién era yo...

La vista desde el Balcón Real hacia la Plaza Central solía ser movilizante, hoy lo es pero por motivos opuestos. Siento algo extraño en el espesor del ambiente, como que algo denso desciende lentamente sobre nuestros hombros, algo oscuro y peligroso.

Habían pasado los seis meses que mi hermano había previsto luego de aquella noche, que había calculado tan metódica y matemáticamente, y el nuevo eclipse no había ocurrido.

Algo andaba mal, muy mal.

La oscuridad de Mundú no era un buen presagio y la falta de respuestas ante semejante fenómeno, mucho menos. No existía el sol desde hacía un par de días, lo cual dificultó muchísimo las tareas de reconstrucción. Todo el pueblo se esforzó para que su aldea volviera a ser lo que alguna vez fue, y aunque la esperanza brillaba en cada uno de sus rostros, la realidad demostraba otra cosa.

Mundú jamás volvería a ser igual y algo dentro de mí, una sensación profunda y tenebrosa, se esparcía como un veneno ponzoñoso por mis venas, tiñendo cada resquicio de mi debilitado cuerpo y mente.

La imagen ante mis ojos era aterradora. Las casas estaban ya en pie, sí; los aldeanos no paraban de remover la tierra y plantar la hermosa vegetación que siempre nos caracterizó, sí; todos estaban poniendo su corazón para levantar la aldea que los vio nacer... Pero una fuerza mucho más poderosa que nosotros nos estaba eclipsando.

Y sólo había una única fuerza capaz de derrotar la más hermosa luz de la esperanza y la fe, y esa era, sin lugar a dudas, la sombría energía del Bosque Oscuro.

La sola mención de ese nombre reaccionó en mi cerebro como un cortocircuito, trayendo memorias del pasado, recuerdos que quería erradicar de mi mente pero que se aferraban con fuerza, vaya a saber con qué voluntad... La mía no, yo no los quería pero no se iban, nunca.

—Tienes que alejarte de mí, Demetrius. Embrace es mi marido y mi pareja ahora, estamos esperando un hijo... lo nuestro no puede ser—.

Le había dicho aquella noche, que aunque parecía lejana en el tiempo, aún podía sentir sus consecuencias en mi cuerpo.

Demetrius, el Demonio de la Noche más tentador y extraño de mi mundo, todavía seguía en mi mente. Aún recordaba su rostro anguloso de ojos grises y esa mirada sombría aunque melancólica; sus labios carnosos; su cabellera oscura y enmarañada haciendo resaltar más aún su tez blanca.

Él se había convertido en una de las criaturas que más poder ejercía sobre mí, lo cual era desesperante porque parecía no haber remedio contra ello. No tenía voluntad cuando él aparecía, todo mi cuerpo temblaba y mi respiración se entrecortaba con su sola presencia. Su voz profunda y mirada penetrante eran suficientes para que hiciera cuanto me pidiera.

Pero me di cuenta que era una obsesión, eso no podía ser amor.

Era un sentimiento hostil.

Luché contra mis propias fuerzas, mis impulsos para ponerle fin a esa historia sin sentido y dañina. Jamás iba a poder cambiar el hecho de que era una criatura carente de corazón, incapacitado para amar como lo hacemos los Ángeles. Tal vez podía amarme a su manera, pero jamás iba a poder entenderla.

—Ya tomé una decisión, te pido que la respetes, Demetrius. Por favor, vete y no vuelvas nunca más...—.

No sé de dónde saqué las fuerzas aquella noche para pedirle que se fuera. Yo había tomado la pócima que mi marido me había dado, yo había elegido bebérmela y borrar con ella todos los sentimientos que alguna vez pude albergar por Demetrius. Lo había decidido porque quería demostrarle a Embrace lo mucho que lo amaba y que lo estaba eligiendo a él por sobre Demetrius.

Sólo que, por algún extraño motivo, a veces pensaba que esa pócima no surtió del todo efecto.

—Sabes que no puedo hacer eso, aunque quisiera. El tiempo te demostrará de lo que estoy hablando. Jamás te abandonaré—.

Lo que el tiempo me tenía que demostrar era esa poderosa conexión que Demetrius encontró conmigo. Conexión que solía tener con Petra, la Demonio más peligrosa y vengativa que pude haber conocido. Ella era su pareja, circunstancia que sufrí hasta desgarrarme, porque ella generaba en mi hermoso Demonio cosas que yo no podía, porque no era de su misma especie (por eso tan erróneamente había bebido una poción para convertirme en Demonio... ¡Qué tan bajo podía seguir cayendo!). Cuando ella murió (al menos eso era lo que pensábamos), el cuerpo de Demetrius buscó una nueva pareja y la encontró en mí. Conexión Especial, me dijo que se llamaba.

Me necesitaba para seguir viviendo, para poder tener la fuerza necesaria para continuar, tenía que estar a su lado... Posesión, sólo de eso se trataba y yo no podía tolerarlo. Todo llegó dramáticamente a su fin cuando intentó secuestrarme para que podamos vivir nuestra existencia libre de cualquier obstáculo. Los guardias de mi padre lo llegaron a apresar y lo detuvieron en la Prisión de Das Dunkel, lugar escalofriante si lo hay.

El sonido de la lluvia copiosa me hizo volver al presente. Chocaba contra el alero del Balcón Real. Las nubes parecían un manto oscuro sobre el cielo, tenebroso y preocupante, acosando a mi pueblo con una oscuridad parecida a la de la aldea Das Dunkel, la de los Demonios de la Noche. Bueno, mi aldea también, en un punto. Después de todo yo era su Princesa debido a que mis padres (Brian Omen y Amanda Drake) la estaban gobernando, a pesar del descontento de Petra. Esa criatura no era como las demás, había logrado mantener su secreto el tiempo suficiente para lograr tener seguidores por ella misma y no por su procedencia.

El ruido de la puerta alejó mis pensamientos. Ramsés se asomó por la abertura para anunciarme que el General Marcus se encontraba esperándome en mi Despacho. Así que abandoné el Balcón Real y hacia allí me dirigí.

Estaba vestido con su traje negro de insignias doradas y el sombrero en mano. Sonrió cálidamente y no pude evitar sentirme aliviada. Tenerlo a él como representante de la seguridad de Mundú era más que relajante. Luego hizo la reverencia correspondiente, esa que aún me costaba horrores aceptar, y me dijo:

—Buenas noches, mi Reina. ¿Cómo comenzó el día de hoy?—.

Aunque su voz parecía calma y agradable, su mirada vaticinaba una mala noticia.

—Preocupada, como todos los días. Esta lluvia parece no abandonar Mundú y ya me está preocupando de más. Tengo miedo que pueda significar algo—,

—Usted no debe preocuparse, de la seguridad de nuestra aldea nos encargamos nosotros—,

—Confío en usted, General, por eso quiero que me diga la verdad sin vueltas. ¿Qué es lo que está sucediendo?—.

El silencio expectante ocupó la habitación y lo llenó de tensión. La mirada del General, fija en la mía, y su respiración, lenta y profunda, anunciaban lo peor. Estaba claro que lo que estaba por decirme era peligroso, no sólo por la expresión en su rostro sino por el delicado escalofrío que recorría mi espalda, ese mismo que te advierte de la amenaza. Yo estaba más que segura a quien se refería.

Hacía solo ocho meses que era Reina de Mundú, aldea de los Ángeles, ubicada en la riesgosa cercanía del lóbrego y frío Bosque Oscuro, la antesala a una (si no es la única) aldea temida por cualquier criatura viviente: Das Dunkel.

Las calles caóticas, diseñadas por mi familia predecesora, los Drake, con el único objetivo de ser la posibilidad de escape ante un ataque demoníaco, se extienden por toda la extensión del pueblo aunque con una sola dirección: el Palacio Real, mi hogar.

El color de las calles de la aldea, provocado por los jardines delicadamente arreglados por los habitantes, y el endulzante aroma del ambiente, hoy se estaban perdiendo. Para ser más exactos, desde que había llegado mi reinado al pueblo de Mundú.

—No hay señales de Petra por ningún lado— finalmente contestó.

Desde que se había escapado junto a su séquito de la Prisión de Das Dunkel, hacía aproximadamente ocho meses, no habíamos tenido noticias de ella.

Como tampoco de Demetrius, quien también se había escapado esa noche.

—Eso no es nada bueno—,

—Usted no tiene que preocuparse, tengo un plan—,

—¡Deje de decirme que no me preocupe! ¿No ve usted lo que está sucediendo? Desde que me convertí en Reina, Mundú se está apagando lentamente. Es la realidad, no puede contradecirme. Esta lluvia incesante me lo está diciendo, la ausencia de Petra es otro indicio. ¿Qué más necesita para darse cuenta que no sirvo para esto?—,

—Usted es la última descendiente de la familia fundadora de nuestra tierra, ha superado horrores que ningún aldeano podría: el ataque brutal de Petra, por el que aún le quedaron cicatrices en su espalda; el intento de secuestro de Demetrius; su estadía en Das Dunkel... ¿Quiere que siga? —Se detuvo un momento esperando mi respuesta, me limité a mirarlo fijamente a los ojos, no tenía qué decirle. —A eso me refiero. Usted es una criatura especial y puede hacer esto—,

—Le agradezco su aliento, General, pero no puedo dejar de relacionar mi reinado incipiente con la oscuridad que hoy amenaza a Mundú—,

—No quiero que siga haciéndose problema por eso. No se olvide que en su vientre lleva a nuestro Príncipe y debe cuidarlo—,

—Claro que no me olvido— le dije relajando mi cuerpo, era increíble como mi hijo me apaciguaba,

—¿Todavía se siente incómoda con los integrantes de su Guardia?—.

La Guardia Real. Me parecía totalmente ridículo predisponer a cuatro soldados de la fuerza para acompañarme a todo lugar o simplemente para estar parados en la puerta de mi habitación. Yo no los quería tener pero el General me obligó. Me dijo que mi seguridad era primordial, tanto o más que la propia aldea. Ni podía creerlo pero tuve que adaptarme. Al principio me costó bastante, los soldados eran muy serios y me sentía incómoda alrededor de ellos, con el tiempo las cosas se fueron suavizando de a poco.

—Incómoda no, pero me sigo sintiendo una ridícula—,

—No se va a cansar nunca de decir eso, ¿no?— me dijo con una sonrisa,

—La verdad que no— le contesté devolviéndole el gesto,

—Me encantaría seguir hablando con usted, pero tengo que seguir con mis actividades. Igual antes de irme, déjeme asegurarle que vamos a dar con esa Demonio—.

Marcus se fue de la habitación y volví a quedarme con mi soledad. Era inevitable pensar en esos momentos, en tratar de comprender los sucesos que hoy nos castigaban.

Tal vez la palabra era esa.

Castigo.

Castigo por lo que había hecho, por mis errores, mis elecciones...

Nunca me hubiese imaginado que mi cuerpo fuera capaz de soportar tanto dolor, porque a pesar de ser el corazón el que sufre, los daños colaterales habían alcanzado cada resquicio de mí. Me habían dejado sin respiración, con la vista nublada por el llanto interminable y la desesperanza a flor de piel.

Ese Demonio fue mi descenso a un abismo de sufrimiento y agonía.

Perdí mi camino, abandoné la búsqueda de mi verdadero origen (aún costaba recordarme como una aldeana común, que lloraba por la supuesta muerte de su madre, cuando en realidad sólo se había escapado y refugiado en otra aldea) y todo por pasar unos momentos en sus brazos y besos adictivos. Con él experimenté sensaciones que jamás había sentido. Por él mi cuerpo ardió de deseo y buscó en cada minuto de su presencia una señal de amor.

Demetrius jamás comprendería el lazo que me unía a él, ya que no sólo era el amor de mi existencia sino que era mi Eterna Debilidad.

Mi hermano jamás me había explicado lo que se sentía cuando finalmente encontrabas tu razón de tu existir, pero lo que experimenté cuando Demetrius entró aquella noche en mi habitación, no podía tener otra explicación.

Él era mi Eterna Debilidad.

La condición de semimortal de nuestra especie tiene el objetivo de demostrarnos que estamos destinados a la muerte si no encontramos antes nuestra razón de existir, esa criatura que te recuerde la fragilidad de tu existencia y la que te mantenga con viva, siempre y cuando ella se mantenga de esa forma. Son dos vidas unidas por un destino, para protegerse y amarse.

Amor en su sentido puro, sin etiqueta. Puede ser el amor de una madre —como la debilidad de mi hermano—, el de un padre, un hermano, un amigo o un amor tan profundo que se te cuela por los huesos y llega a tocar tu alma, tiñéndola de una necesidad imposible de apagar...

Luché con cada parte de mí para controlar esa necesidad, aún sigo luchando. Sólo espero no volver a caer más en su tentación...

Sentí un movimiento en mi panza, mi hijo estaba pateando. Rara vez lo hacía. Aún recuerdo la primera vez que lo hizo, aquella noche en la terraza del Castillo, justo antes de irme a la Ceremonia de Unión de mi hermano Pedro y Alison, un Hada de la aldea Shayn.

El cielo estaba limpio, a diferencia del que hoy nos acecha, las estrellas eran pequeños puntos que iluminaban el firmamento, aunque no tanto como la redonda y blanquecina luna.

¿Su hijo?—.

Me había preguntado mi Demonio casi con dolor y apoyó su mano sobre mi panza.

Esa fue la primera vez que pateó.

—¿En qué estás pensando, Shilana?—.

La voz de mi mano derecha me hizo sobresaltar del susto. Estaba tan ensimismada en mis pensamientos que no me había dado cuenta de su ingreso a la habitación.

—Entré después de haber golpeado como tres veces, ¿estás bien?— me preguntó Ramsés,

—No sé qué me pasa, sigo pensado en él— le contesté con total sinceridad.

Ramsés demostró ser una criatura confiable. Todo el tiempo que habíamos compartido juntos desde que asumí el mando, no dejó de ayudarme y alentarme para que siga siendo la Reina de Mundú. Había aprendido a quererlo y a confiar en él todos mis temores. Mi mejor amigo estaba lejos, Noah seguía con su carrera en la Guardia de la Aldea y ya no nos podíamos ver seguido. Necesitaba un confidente y Ramsés me dio confianza para ello.

—¿Y la poción que tomaste para borrar tus sentimientos por él?—,

—No está dando efecto, evidentemente. Cada vez que pienso en él, mi cuerpo tiembla, casi como temblaba cuando él aparecía. Me siento muy mal, soy la esposa de Embrace, por él tomé la poción para que no sintiese que estaba compartiendo mi amor... Pero no sirve. Lo que siento por Demetrius es muy fuerte—,

—¿Y qué piensas hacer?—.

¿Puedes hacer algo cuando el sentimiento que albergas por alguien es tan fuerte que no puedes controlarlo?

Quería ser la esposa ideal, la reina justa y la madre correcta, pero el fantasma de Demetrius no se iba, y temo que nunca lo haga...

—Por empezar volver al presente, los recuerdos de mi pasado me están desviando de mi camino—,

—Muy bien. Volvamos, entonces. Te pongo al corriente con los sucesos del día. Alejo entrevistó a varios aspirantes el día de hoy, parece que ya tiene un grupo pre seleccionado para ser auxiliares de cocina de Draco—,

—¡Al fin! Cada vez hay menos criaturas que continúan sus estudios en la carrera de Servidumbre Real. Esperemos que este año logremos captar muchos estudiantes—,

—¡Ah! Me trajiste el tema justo. Ciro dice que no es conveniente llevar a cabo la Ceremonia de Celebración de las Criaturas Adultas—,

—¡¿Cómo?!— exclamé fuera de mí.

Esa ceremonia es una de las más importantes en la aldea. Todas las criaturas que han alcanzado la edad adulta tienen que elegir la carrera en la cual se van a desarrollar. Yo quité la absurda imposición de nuestra antigua Reina de desterrar a quien no optara por una alternativa, aunque mis consejeros me dijeron que debía imponer alguna clase de castigo, básicamente porque la aldea depende de los trabajadores de ella, y si nadie se inscribe en nada, no podría producir tampoco.

—Perdón, Shilana, pero tengo que apoyarlo en esta decisión. La situación en Mundú es demasiado complicada—,

—Pero... No podemos dejar de hacer esa ceremonia... ¿Cómo se van a inscribir?— pregunté sorprendida, queriendo entender la razón, en realidad, tratando de asimilarla,

—Bueno, Ciro estuvo hablando con el General Marcus sobre la posibilidad de designar a un grupo reducido de soldados para que vayan puerta a puerta a inscribir a las criaturas—,

—¿Tan delicada es la situación?— dije con un último suspiro,

—Por precaución, es lo mejor—.

No dije nada más. No tenía más nada que decir tampoco. Claro que sabía que el peligro nos acechaba constantemente pero no quería que él nos manejara la vida... Pero tenía que pensar en el bien de todos, en proteger a todos los aldeanos. Y aunque no me agradara demasiado la idea, tenía que reconocer que era lo correcto.

—Me voy a descansar. Mañana voy a hablar seriamente con el General, quiero estar al tanto de todo—,

—¿Te trajo alguna noticia hoy?— me preguntó mi mano derecha, claramente en un intento de desviar la conversación hacia otro tema,

—Sí, me dijo que no hay señales de Petra, lo cual es muy peligroso—,

—No entiendo—,

—¿Te acuerdas que mi último encuentro con Petra fue cuando volvía de Das Dunkel, después de haber visitado a mis padres? —Ramsés me hizo un ademán afirmativo con su cabeza.— Embrace la había matado cuando ella intentó asesinarme pero volvió a la vida, dispuesta a vengarse. Me declaró su enemiga, por eso es muy extraño que no haya señales de ella—,

—Crees que está preparando algo—,

—Algo muy peligroso—.

Salí del despacho abatida. Los recuerdos de mi pasado pesaban demasiado en mi memoria y cada vez que aparecían, me dejaban exhausta. Necesitaba descansar y poder poner mi mente en blanco, aunque sólo lo lograra por unas horas, pero cuando entré a mi habitación supe que la noche iba a ser distinta, y para mejor.

Un hermoso aroma a rosas invadía el cuarto, el cual estaba tenuemente iluminado. Mi esposo estaba sentado sobre la cama, me miraba directo a los ojos y me sonreía dulcemente. Había decorado el cuarto con flores rojas y rosas, y desparramó pétalos color violeta sobre el piso y la cama. Una pequeña mesa en el centro de la habitación sostenía una cubeta de hielo con una botella dentro.

—¿Y esto?— le pregunté con una gran sonrisa en mi rostro.

Embrace se levantó de nuestra cama para acercarse a mí. Todavía me seguía dejando sin respiración observar su hermoso cuerpo: su rostro flaco, de pómulos prominentes, una nariz pequeña en perfecta proporción con sus labios carnosos y ojos brillantes color verde, en combinación con su revuelta cabellera rubia. Cuerpo fornido, de alta estatura y caminar ágil.

Es una belleza que te quita el aliento.

Es mi esposo.

—No me gustó la pelea que tuvimos anoche y pensé que sería bueno olvidarnos de eso por un rato—.

La pelea de anoche, aún la recordaba—

Pero cuando los labios de mi esposo tocaron los míos, la olvidé por completo. Sus besos dulces me hacían perder la noción del tiempo y el espacio. Como si mi mente viajara lejos del presente y anidara en un lugar alejado de la realidad. Esa fantasía que añoraba: ser Embrace la única criatura a quien amara... Aunque lamentablemente no era así. Mi realidad era dolorosa porque sentía que traicionaba a la criatura más pura en este mundo amando a un Demonio de la Noche...

Yo amaba profundamente a Embrace, lo hacía porque siempre me demostró que se preocupaba por mí, más allá de la razón que yo fuera su Eterna Debilidad, me cuidaba porque me amaba. Nunca me obligó a hacer nada, jamás intentó que yo cambiara algo de mí para que pudiéramos estar juntos. Su amor era libre.

—Te amo, Shilana. La única razón por la que pierdo la cabeza es el temor a perderte—,

—No vas a perderme, mi amor. Te elegí, no lo olvides—,

—Y te conozco, no lo olvides—.

Se separó para servirnos la bebida. Yo también lo conocía y sabía que quería crear una escena que no existía. La realidad era otra.

El temía que reaparecieran los sentimientos por Demetrius.

Y yo también.

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