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Eterna

El sol les llegaba a todos en la cara encandilándolos. Las profesoras se abanicaban con papeles que encontraron en sus carteras mientras los alumnos deseaban con desesperación un vaso de agua, haciendo caso omiso a las palabras del director. Ella era la única que hacía el intento por escuchar. Todo lo que la rodeaba no lograba más que traerle los recuerdos de una vida que parecía lejana y a la vez mejor. Miraba a las personas a su alrededor y las comparaba con las de antaño. Eran ellos, pero a la vez no lo eran.

 —¡Se desmayó! —Gritó un joven cercano a ella.

Trató de ver dónde estaba la persona caída, pero las cabezas de sus compañeros le impedían ver. Fue entonces cuando comprendió que quien había caído era ella y que nadie lograba afirmar con certeza quién era, pues nadie lo sabía.

Al cerrar sus ojos evocó las imágenes de un pasado marcado por las tragedias y sucesos de los que se arrepentía. Se veía a ella misma recorriendo ese pasaje de tierra en el que todos los sábados se instalaba el mercado y lo recorría junto a una sirvienta para abastecer la casa. Hija única de un matrimonio forzado, Agustina no se parecía en nada a su madre, una mujer clasista y estricta a quien le molestaba la amistad de su hija y Ana. Sin embargo eso no le parecía motivo suficiente como para alejarse.

Fue uno de esos días de mercado cuando conoció a una mujer menuda de rostro amable, pero que bajo esa apariencia ocultaba un gran secreto. Todos los sábados vendía las frutas y verduras más bonitas y sabrosas del mercado. Algunos la llamaban bruja porque era la única explicación que tenían, pero no por ello Agustina dejaba de comprarle. Así con el tiempo la gente pensaba que ella también practicaba la herejía, comentarios que escandalizaban a su madre cada vez que los escuchaba. “Mi hija nunca haría esas prácticas del demonio” solía decir en defensa de la joven.

Llegó el día del cumpleaños de la chica, por fin tendría 17 años, lo que significaba que pronto tendría que buscar marido acorde a su condición social. Poco le interesaba lograrlo, en realidad lo que menos quería era casarse porque eso significaba que pronto vendrían los niños, por ende la madurez, envejecer cada día un poco más, lo cual la aterraba. Prefería morir joven a ver su rostro con arrugas. Pero sus padres no opinaban igual, por lo que cada fin de semana invitaban a distintos hombres para una especie de entrevista. Agustina en medio de la rabia y desesperación creaba distintos métodos para espantarlos y de este modo uno a uno todos salían de su casa sin ánimos de volver, así lo venía haciendo por años, pero ya era hora de que se decidiera o al menos eso decían sus padres. Por eso el día de su cumpleaños no había nadie que la hiciera sonreír, aquel día solo significaba terminar con las clases de piano y los paseos por el mercado del día sábado. Aquello sería reemplazado por reuniones con pretendientes y preparaciones para el matrimonio hasta que lograra casarse.

El último día de paseo y libertad trató de disfrutarlo al máximo, grabando en su memoria todos los detalles que siempre le habían gustado. Por un momento se separó de Ana por quedarse mirando las frutas de la verdulera a quien todos llamaban bruja.

—Feliz cumpleaños —Sorprendió la mujer a Agustina una vez que la vio detenerse en su puesto.

—¿Cómo lo sabe?

—Es obvio, es como si lo llevaras escrito en el rostro.

Por un momento la abordó un pequeño temor, creyó que la gente tenía razón cuando la llamaban bruja. Pero no quería creerles pues debía existir una explicación más racional.

—¿Me ha espiado?

—No, no lo he hecho.

—¿Entonces?

—Solo quiero que sepas que tengo algo que tú quieres mucho, la solución a tu problema.

—¿Puede evitar que me case?

Se sintió ilusionada y por un momento su miedo desapareció, siendo reemplazado por el deseo de conocer los secretos de esa señora. Pero todo se desvaneció al ver cómo ella negaba con la cabeza esbozando una pequeña sonrisa amable, la misma que le ponía cada vez que le vendía frutas o verduras. “No es eso lo que tú quieres realmente”, le dijo. Aquello la molestó ya que creía conocerse lo suficiente como para saber qué problema la aquejaba y qué solución necesitaba.

—Si no te das cuenta tú sola ahora puedes volver cuando lo sepas.

Confundida y a la vez molesta se giró al escuchar que Ana la llamaba. Se despidió con educación y continuó con su paseo por el mercado en compañía de su amiga, dándole vueltas al asunto mientras caminaba. Al llegar a su casa se encontró con un pretendiente más, tenía la certeza de que lo haría pasar a la lista de los rendidos pero jamás pensó que le costaría tanto. Fue entonces cuando deseaba con más fuerza que nunca que sus padres renunciaran a la idea de casarla, pero eran tan cerrados de mente que convencerlos le parecía imposible.

El hombre que la recibió aquel sábado, cuyo nombre era Martín, siguió visitando la casa de Agustina con la esperanza de que algún día lo aceptara. Hasta entonces no se daría por vencido y seguiría intentándolo con regalos y halagos tanto para la pretendida como para los padres. Así en poco tiempo se ganó el cariño de los suegros, quienes no tardaron tanto más en contárselo a su hija, casi exigiéndole que aceptara al hombre.

—¿Por qué no quieres a Martín? Es muy caballeroso, es un buen partido —Le argumentaba su madre.

—No me apetece casarme.

—Pues tendrás que hacerlo en algún momento ¿Dónde se ha visto una mujer soltera? ¿Es que acaso quieres ser una solterona de la calle? Qué deshonra —Decía su padre.

—Si no tomas tú la iniciativa la tomaremos nosotros. No se puede dejar pasar una oportunidad como esta —Sentenció su mamá.

—No, por favor no.

—Así será, como dice tu madre.

Desesperada, queriendo evitar el matrimonio el sábado temprano salió de su casa sin avisarle a nadie. De algún modo u otro la mujer del mercado la ayudaría o al menos eso creía.

—¿Sabes ya qué quieres?

—No me quiero casar.

—Ya veo… aun no lo descubres.

—¡Por favor!, mis padres me quieren casar pero yo no quiero.

—¿Te has puesto a pensar en por qué no quieres?

Estaba a punto de responder cuando se dio cuenta de que no había pensado en razones, ni siquiera se las había dado a sus padres. Entonces se aclaró, lo que no quería era envejecer, tener arrugas y sentirse vieja al ver crecer a sus hijos.

—Lo que no quieres no es casarte en sí, sino que crecer. Desearías ser joven por siempre.

—Sí, eso quiero.

—Tengo la solución, pero piénsalo bien.

—Lo haré, sólo dígame qué debo hacer.

—No lo tengo ahora pero lo tendré mañana ¿Qué tal si vienes a mi casa?

—¿Su casa?

—Sí, es muy fácil llegar…

La idea de estar a solas con la mujer en un lugar desconocido le causaba algo de desconfianza, pero la ilusión de deshacerse de su problema era más tentadora. Así al llegar a su hogar actuó como si nada hubiese sucedido y recibió a Martín con el poco interés habitual. A la mañana siguiente se levantó temprano y salió de casa sigilosamente, cuidando que nadie la viera. Trajo a su memoria las indicaciones dadas por la señora y las siguió al pie de la letra hasta llegar a la pequeña vivienda humilde de adobe que le había descrito.

—Pasa, te estaba esperando —Dijo en cuanto abrió la puerta

El interior era casi tan precario como el exterior, muebles de madera antiguos, algunos objetos extraños con líquidos desconocidos para ella. Pero trató de no prestarle tanta atención.

—¿Cuál es la solución que me ofreció?

—Tengo un elixir que te ayudará.

—¿Elixir?

—Una poción si la quieres ver de ese modo. Te ayudará a mantenerte joven por un tiempo, hasta que asimiles la idea del crecimiento.

—¿Solo eso? ¿No lo detendrá para siempre?

—Si lo que te preocupa es verte como anciana, no te verás nunca como una. Siempre lucirás más joven —Le tendió un frasco pequeño a Agustina que había sacado de un estante— Debes tener cuidado de no beber más de la mitad y de a poco. Un sorbo con cada comida hasta llegar a la mitad ¿Está claro?

—Sí, gracias.

—De nada. Disfruta tu vida de juventud.

Con el frasquito escondido en el bolsillo de su vestido caminó por las calles hasta su casa recordando que pronto tendría que ir a misa. Aunque ya nada la preocupaba, tenía un futuro asegurado sin vejez, piel lisa y suave además de su agilidad.

Los dos días siguientes siguió las instrucciones como correspondía, bebía un sorbo justo antes de sentarse a comer a la mesa disimulando su satisfacción. Incluso su trato a Martín cambió un poco, si bien aún mantenía la distancia, no se quejaba tanto con sus padres. Ellos al ver esta actitud en su hija,  interpretaron las señales atribuyéndolas a que Agustina por fin se estaba enamorando de él.

—No, no estoy enamorada de él —Trató de aclararles cuando le preguntaron.

—Demuestras otra cosa, Agustina. Decídete, no es de Dios tener a un pobre joven casi rogándote.

—Tu madre tiene razón.

—Pero padre…

—Está decidido, mañana hablaremos con Martín para empezar con los preparativos de la boda.

La noticia le cayó como balde de agua fría y sin saber qué hacer se encerró en su cuarto a llorar por su destino, por depender de las decisiones de sus padres. Entre oraciones se preguntaba cómo podría evitarlo y sin medir sus actos y consecuencias tomó el frasquito de la poción que ya estaba a la mitad y de un tirón se tomó el resto del líquido, esperando que sirviera para hacer otro tipo de milagros. No salió por el resto del día, Ana dejaba bandejas de comida en la puerta, tocaba dos veces y se marchaba para volver una hora después a buscar el plato intacto. Habría seguido con su pequeña manifestación, pero al día siguiente a primera hora su madre abrió la puerta con la llave y la obligó a prepararse para la reunión con Martín

—Ya será la hora y no quiero que piense que mi hija es una pordiosera.

Dejó que la prepararan a su gusto. Su madre y Ana eligieron su vestido, maquillaje y peinado hasta dejarla presentable, le pusieron un plato de comida frente a ella y no permitieron que se levantara hasta terminarlo. Así la encontró Martín al llegar y tratando de animarla a comer le prometía este mundo y el otro si se casaba con él. De este modo pasaron la tarde de su compromiso, él desbordando felicidad mientras ella seguía sumida en el silencio.

Al no haber necesidad de buscar más pretendientes se suspendieron las visitas de hombres ajenos a la familia y preparativos, a la casa. Desde ese día se dedicaba el tiempo a elegir decorativos, invitados y banquetes para el matrimonio de Agustina, sin ningún límite monetario pues su padre tenía decidido darle la mejor fiesta a su única hija.

Fue uno de esos días cuando Ana encontró el frasco de la poción vacío y le preguntó a su amiga de qué era.

—Tenía de perfume, nada importante en realidad —Respondió Agustina nerviosa.

—Lo voy a botar si ya se te acabó.

—Bueno… bueno.

Nerviosa caminó por su habitación recordando las indicaciones de la mujer y preguntándose qué sucedería con ella al haberlas desobedecido. Se miró al espejo y buscó alguna señal que le indicara las consecuencias de sus actos pero solo vio el mismo rostro joven que había visto antes. Su piel seguía estando estirada y suave, su cabello igual de largo del color castaño que siempre había tenido con sus risos bien formados. Hasta el momento todo estaba bien y eso le daba un pequeño alivio.

El tiempo pasaba y se acercaba la fecha del matrimonio. Como jamás pensó poco a poco terminó cediendo, participando en las conversaciones y permitiendo que Martín la conociera mejor. Así el día de su boda no se sentía tan disgustada pues al menos podía considerar a ese hombre como un amigo. Entonces dejó la casa de sus padres, su cuarto y sus vestidos de niña para mudarse a su nuevo hogar donde cuatro años más tarde ya corría un par de niños, sus hijos gemelos Pedro y Tomás, a quienes llegó a querer más de lo que alguna vez imaginó.

A medida que el tiempo pasaba ella veía a sus hijos crecer, a su marido envejecer. Las canas se le iban haciendo notorias, las líneas de expresión más marcadas, sin embargo ella lucía igual al día en que se casó. Lo notaba al comparar la imagen en el espejo con la de su recuerdo y lo comprobaba con los comentarios que escuchaba en la calle. La situación preocupaba a su madre, quien se escandalizaba al escuchar los rumores que acusaban a Agustina de herejía. Solía defenderla pero llegó un momento en que empezó a dudar de su inocencia pues Agustina a pesar de tener ya 40 años seguía luciendo como una jovencita hasta tal punto que la gente pensaba que era hermana de sus hijos, hija de su marido y nieta de sus padres.

Espantada por lo que sucedía y sin poder comprender su juventud un día se marchó cargando el dolor de dejar a su esposo a quien había llegado a amar, a sus hijos y padres ya en edad avanzada. Se estableció en un pequeño pueblo, el cual nunca llegó a conocer en su totalidad ya que para evitar los comentarios acerca de sus cambios nulos, prefería estar encerrada en su casa. Ahí recordaba su pasado y se arrepentía de haber tomado la poción. Se preguntaba si ya era abuela, huérfana o viuda, todo era posible en cualquier momento para ella que ya había perdido la noción del tiempo.

A través de la ventana veía los cambios notorios en la gente, las modas, formas de hablar y modernizaciones que en realidad poco le interesaban. Cuando tocaron a su puerta y le ofrecieron un aparato que emitía música ella se negó a comprarlo.

—Pero la ayudará a pasar el tiempo y a culturizarse con los radio teatros. Solo necesita un poco de electricidad…

—No tengo electricidad.

—¿No? Qué extraño, pensé que ya era más común.

—¿Qué año es este? —Preguntó Agustina empezando a asustarse. Ese hombre le ofrecía algo que parecía ser futurista, sin embargo todo hacía parecer que era el presente.

—1950, señorita.

—¿Mil… nove…? Gracias.

Cerró la puerta sin despedirse ni esperar una respuesta por parte del vendedor. ¿Cómo era posible que hubiesen pasado 130 años sin que fuera consciente de ello y sin tener el más mínimo cambio físico? Podría correr y saltar como una jovencita de 17 a pesar de tener alrededor de 170 años.

Confundida y queriendo saber qué tanto se había perdido del mundo decidió salir de su casa a recorrer y tratar de reconocer lo que un día dejó atrás. La sorprendieron esos carruajes que se movían sin caballos, las ropas que vestía la gente y la cantidad de negocios que se habían establecido, algunos superaban los dos pisos. Quiso saber dónde estarían sus familiares, pero nadie de los que le preguntó supo responder. Eso la llevó a pensar que sería mejor volver a su hogar y tomando sus pocas posesiones un día descorrió el camino recorrido tantos años atrás para terminar perdiéndose al no reconocer los pueblos por los que pasaba. Todo le parecía extraño y desconocido, las cosas habían cambiado más de lo que hubiese querido, pero ella seguía igual.

Pasaron los años y Agustina nunca encontró su antiguo hogar ni las tumbas de sus seres queridos. Poco a poco se vio obligada a aceptar sus muertes y que no volvería a verlos. Sin embargo el mundo parecía querer hacerla creer lo contrario, de vez en cuando se encontraba con rostros parecidos a los que vio en el pasado, creando la falsa ilusión de que todos continuaban con vida. Así pasó sus años en una ciudad que pensó que un día fue el pueblo del que se marchó, llorando con la melancolía y el deseo de volver en el tiempo se paseaba por la casa abandonada que encontró. Vivía de la caridad de la gente hasta que un día la enviaron a un hogar de menores y con ello empezó a ir al colegio.

Había visto ya a tanta gente morir, envejecer y desaparecer que no tenía deseos de relacionarse con nadie, ningún joven porque sabía que tarde o temprano terminaría sufriendo sus muertes. Por fuera seguía siendo una adolescente pero por dentro los años habían dejado una huella imborrable. Entonces comprendió que no existe pócima alguna capaz de mantener a alguien joven. Pero ya era demasiado tarde.

En la formación del colegio se sentía ya mareada por el sol y los rostros que años antes pertenecieron a sus seres queridos. En el escenario parecía estar su padre, entre los profesores su madre y entre los alumnos veía a Martín y a sus hijos. Ella los reconocía a la perfección, pero al momento de caer ella era una desconocida para ellos. Al cerrar sus ojos solo deseó poder reencontrarse con sus seres queridos, poder de algún modo volver atrás.

Yatita

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