three
El corazón de Raquel iba a mil por latido.
La castaña huyó de aquella mesa, en cuanto Alicia pronunció esas palabras. Estaba tan conmocionada, que ni siquiera le agradeció el haberla defendido. Sonreía, y pensaba en el corto fragmento que ocasionó un hormigueo en su estómago.
Caminaba a su casa, declinó el ofrecimiento de Ángel para llevarla en el coche; ella decidió usar las piernas e ir por cuenta propia.
Ignoraba el hecho de que su propia hermana, la molestaba en la academia y no le ayudaba en nada. Eran dos personas muy diferentes, Laura tenía un año más que Raquel. Sin embargo, se graduarían al mismo tiempo. Iban a la par en cuanto a los estudios.
Crecieron bajo el mismo techo, pero nunca fueron cercanas. Laura era apegada a Mariví, y Raquel a su papá. Algunas veces, Mariví consentía a Raquel, no era siempre y la situación le dolía a una pequeña Raquel. Al pasar los años, se acostumbró y lo dejó ir.
Una virtud que tenía Raquel Murillo, era que dejaba ir todo lo que le hiciera daño, así fuera el más mínimo. No había inconveniente con alguna situación dolorosa, si ella se veía afectada, lograba salir de ahí, con el fin de no agrandar el dolor.
—¡Boo! —exclamó alguien, tomándola por detrás.
La castaña se sobresaltó y se pegó a una pared.
—¡Qué susto me has pegado, macho! —exclamó, con una mano sobre su pecho exaltado. Uno de sus vecinos le sorprendió. Raquel sintió ganas de pegarle—. ¿Cómo estás? —preguntó, para luego continuar con el camino.
—Cansado. No he dormido en dos días —respondió, entonces ella se fijó en la mirada del chico. Enrojecida, apagada, cargaba los párpados caídos y los ojos minúsculos.
—¿Por qué? Te ves mal.
—Estuve trabajando. Abrieron un bar hace poco.
—Entiendo. ¿Y la paga? —inquirió Raquel, interesada.
—Muy buena, aunque todavía no recibo completamente la pasta. —El chico emitió un bostezo.
—Deberías ir a dormir —sugirió ella.
—Eso haré. Por una semana entera.
—Lo mereces. —Raquel le sonrió. Ambos se detuvieron, puesto que habían llegado a la puerta de Murillo—. Hasta luego.
—Adiós, Raquel.
Entró a casa, donde la esperaba su madre sentada en el sofá con una taza entre las manos.
—Hola, mamá. —Raquel dejó las llaves sobre la encimera, y se descolgó la mochila del hombro.
—Te quiero hacer una pregunta —dijo, y eso le erizó la piel a la joven.
Detuvo el andar hacia su habitación, y tragó saliva. Se volvió a la sala.
—Sí, dime. —El nerviosismo en su voz, delataba el miedo que la inundó de pronto.
Se imaginaba cualquier cosa, y todas le daban terror.
—¿Qué pasó hoy con Laura? —soltó, y el aire que inconscientemente estuvo conteniendo, fue expulsándolo de a poco.
—No sé de qué hablas, mamá —respondió, tranquila.
—Golpeaste a Laura en la academia —espetó, dejando la taza a un lado. Alzó la voz, indignada—. ¿Por qué no podéis llevaros bien?
La quijada de Raquel cayó al suelo, aunque no debía sorprenderse demasiado. Así era su hermana.
—¿Quién te ha dicho eso? —demandó, casi inaudible.
—Ella me ha marcado al teléfono de casa.
—No deberías creer todo lo que te dice —aconsejó, con un hilo de voz—. Laura miente, mamá.
—No miente —la contradijo. Los ojos de Raquel, se empañaron—. Yo le creo. Además, me dice que tiene testigos.
La castaña se tensó, y casi pudo asegurar de quienes se trataba. Sin embargo, se animó a cuestionar.
—¿Quiénes?
—Algunos chavales, no lo sé —contestó Mariví—. Sé que vosotras no os soportáis, pero tratad de llevaros bien.
—Voy a estar en mi habitación —fue su respuesta, y corrió a encerrarse.
Se lanzó en la cama, hundió la cabeza en una almohada y desahogó todo lo que sentía.
(***)
—¿Segura que ella no tendrá problemas, Laura? —Alicia interrogó a la porrista.
Laura asintió.
—No es tan grave, Sierra. Fue solo una pequeña broma —farfulló, restándole importancia. Laura culminó la tarea, y empezó a recoger sus cosas—. Mañana vengo de nuevo.
—Vale. Chao.
—Chao, Alicia. —Se sonrieron, y la chica partió a su casa.
Por la psiquis de la pelirroja, pasaban demasiadas cosas. Entre esas, que Laura a veces se extralimitaba con sus bromas inofensivas, que la verdad; no tenían nada inofensivas.
Caminó a la estantería que moraba en su recamara, y abrió la vidriera. Sacó el CD de Jarabe de Palo y lo llevó al reproductor de discos, la radio. La primera canción la hizo sonreír, suspiró y se recostó en la cama con la libreta entre las piernas flexionadas.
Trataba de entender una tarea de matemáticas, sin embargo; llevaba más de una semana en ello y no lograba aprender nada de fórmulas ni números.
La música la distrajo, poniéndole atención a la letra de la canción; aunque ya la conocía de memoria. Cantaba, imitando la voz del hombre al micrófono.
—¿Cómo vas a ser mi amiga?, cuando esta carta recibas. Un mensaje hay entre líneas —vociferaba, con los ojos cerrados, meneando la cabeza al ritmo de la melodía.
La tarde se le fue en eso, escuchar su banda favorita y conseguir comida cuando su estómago le rugía demasiado.
Al caer la noche, Alicia estaba duchada y lista para dormir. La tarea no estaba realizada, y ya no le quedaba tanto tiempo para entregar.
Su padre entró, no sin antes tocar.
—¿Cómo estuvo el día, Alicia? —cuestionó, sentándose a su lado en la cama. El colchón se hundió un poco más. El señor observó el cuaderno cuadriculado, abierto sobre una mesa, con el lápiz entre él.
—Mal —respondió—. Laura vino, pero ninguna logró hacer la de mates.
—No me gusta Laura, Alicia —le recordó. La pelirroja se mofó—. No pongas esa cara, si ya te lo he dicho antes. No se junten.
—Papá, es mi mejor amiga —respondió, aunque ya no lo sentía igual. Dudó por un segundo—. No me desvíes el tema. —El señor revoleó los ojos. Alicia rio—. Creo que necesitaré un profesor particular, no sé nada de esto.
—Vale. Entonces conseguiremos uno, ¿te parece? —La pelirroja asintió y lo abrazó. El señor de inmediato la abrigó. Ambos habían pasado por demasiado, en un pasado que ninguno quisiera recordar.
La tarde siguiente en su oficina, dispuso de varias horas para dedicarse a buscar un profesor particular a Alicia. Él no podía explicarle, porque era neófito en las matemáticas. Sin embargo, contaba con los recursos para contratar a un experto.
Encontró en la sección de anuncios clasificados del periódico, una mujer que se dedicaba a ayudar a estudiantes universitarios. Sacó un bolígrafo y en un papel rasgado, escribió el número de contacto.
Al caer la noche, recogió sus cosas y cuando observó la hora en el reloj colgado en la pared, soltó un improperio. Se había pasado todo ese tiempo, pegado al periódico.
Salió de la oficina, y encontró a un amigo en los ascensores.
—¡Madre mía, que es tan tarde! —expresó Rodrigo Sierra—. Se me ha ido el día volando. —Su maletín colgaba de una mano, mientras que el blazer descansaba en su hombro cansado.
—¿Ocurrió algo? —preguntó, pero Rodrigo negó—. Es que, como no es cosa tuya quedarte hasta tarde por estos laos'.
—Necesito un profe de mate —le comentó, bufando—. A mi hija le cuesta.
—¡No se diga más, tío! —exclamó el hombre, palmeándole la espalda—. Mi hijo es un cerebrito pa' eso.
Rodrigo exhaló al instante de haber escuchado.
Frunció el ceño, y cuestionó:
—¿Cuántos años tiene tu hijo?
—Dieciocho, cumple diecinueve el mes que viene —respondió. Subieron al elevador, y marcaron planta baja.
—Qué majo. Déjame lo hablo con Alicia —dijo, y le sonrió—. Gracias.
N/A:
todos los capítulos dedicados para celina, que es la única que está presionándome con la historia, te amo celi sos todo
TAMBIÉN ME AYUDÓ A ESCOGER EL NOMBRE DE ESTA HISTORIA, BASTA CELI, QUE LINDA SOS
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