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sixteen

La comisaría estaba repleta de globos, serpentinas, mesa de obsequios y una de comida en honor a Raquel. Ángel se había encargado de todo él solo, se comunicó con Agatha e hizo que la mujer viajara días antes para estar presente en el cumpleaños de su amiga.

—¿Siempre llega tarde? —inquirió Agatha concentrada en su tercer vaso de soda.

—No, quizás se ha retrasado, o quién sabe. —Ángel comenzó a sentir preocupación por la ausencia de Raquel. La castaña era puntual, el reloj daba las nueve y ella aún no aparecía—. Si no llega en diez minutos, llamaré a su móvil.

—O lo haré yo —aseguró la mujer.

Lo que desconocían era que Raquel Murillo debía pasar por sus resultados médicos.

Se hallaba nerviosa, muy poco le importaba su cumpleaños. De hecho, ni siquiera había pensado en eso.

—Buen día, señorita Murillo. —El doctor y ella estrecharon manos. La mujer intentó dejar su mirada en él, pero sus nervios no lo permitieron. No quería saber el contenido de los análisis, aunque intuía cuales eran—. Tome asiento, por favor.

—¿Me permite los resultados? —pidió una vez se acomodó en la silla.

El galeno sacó de una gaveta un sobre y se lo extendió. Raquel temblaba y por primera vez en su vida, sintió tanto miedo que no supo cómo controlarlo.

Rasgó el papel de cubierta y deslizó sus dedos en él, la respiración salía entrecortada, tensó las rodillas y la mandíbula.

Abrió la hoja y leyó detenidamente cada línea.

Comenzó a lagrimear, no fue algo demasiado triste.

Dedicó una mirada empañada al doctor y le sonrió.

—Estás sana, Raquel. Enhorabuena —la felicitó el hombre.

—Muchas gracias, doctor.

Raquel se levantó y llegó a él, tomándolo desprevenido lo abrazó por breves segundos.

La inspectora salió de aquel consultorio con otro propósito, su dicha era tan grande que quiso celebrar su cumpleaños.

Por su parte, Alicia arribaba la comisaría con su uniforme habitual. Blazer en color azabache, camisa de tirantes blanca y un pantalón a juego con el saco. La mayoría de las veces usaba tacones, pero decidió ir en botas ese día.

—Buenos días —exclamó, obteniendo la atención de los presentes.

—¿Qué tal, Alicia? —saludó Ángel.

Agatha la observó de arriba abajo y torció la boca en un gesto gracioso.

—Alicia chuches Sierra —dijo la pelinegra. Acto seguido, se acercó y la besó en ambas mejillas—. ¡Más mona imposible! ¿Aun te mueres por las chuches?

—Que sí, Agatha —respondió cansada—. Me encanta verte de nuevo —sinceró y le colocó una mano en el hombro.

—Creo que ahí viene Raquel —intervino Ángel.

Cada quién se arregló en su posición. No se esconderían, ni saldrían apenas ella apareciera para gritarle sorpresa. Era solo una bienvenida distinta, por ser el día de su cumpleaños.

Raquel empujó la puerta de la comisaría y por inercia paseó la mirada por la estancia, sin detenerla hasta encontrar a Alicia.

Su traicionero corazón volvió a desaforarse por ella.

No olvidaba las crueles palabras que le dijo la noche anterior, pero cuando se trataba de Alicia se esfumaban los rencores.

Respiró profundo y fingió que nada le ocurría.

Las personas allí la aplaudieron apenas entró, incluyendo Alicia; que la admiraba con una sonrisa torcida en su rostro bañado en pecas.

—Gracias a todos. Guao. Este año se lucieron —halagó la decoración e intentó saludar a todos con un abrazo y besos en la mejilla.

Con Ángel se extendió un poco más, le agradeció en demasía y apretó el abrazo hasta quedarse sin fuerzas. Era un excelente amigo.

Llegó a Agatha y compartieron una sonrisa melancólica, también se abrazaron con ahínco. Raquel cerró los ojos y disfrutó de la presencia de su vieja amiga en la comisaría.

Agatha había ejercido su carrera en Mallorca, olvidando así su antigua vida en Madrid.

—¿Por qué tardaste tanto? —inquirió la pelinegra.

Raquel se separó de ella y suspiró.

—Un tráfico terrible —mintió.

Agatha entrecerró los ojos sin creerle nada. Sin embargo, no quiso seguir cuestionándola.

Raquel se acercó a Alicia y le extendió la mano. La pelirroja la observó con detenimiento y la tomó. Acto seguido, haló el brazo de la inspectora y la atrajo hacia sí misma cobijándola en un abrazo.

—Feliz cumpleaños, Raquel —musitó en su oído—. Perdóname por decirte eso ayer, yo no quería. En serio no.

La castaña le regaló su mejor sonrisa y se apartó de la mujer para continuar con el agasajo.

La mañana de aquel día se basó en festejar a Raquel Murillo. Entre conversaciones banales, música bailable y comida se dieron las doce de la tarde.

—Lamento mucho informarles que la fiesta terminó —vocalizó el coronel Prieto—. Raquel y todos vosotros deberíais seguir con su trabajo. Venga, cada uno a sus puestos.

—Raquel y Alicia, acompáñenme al despacho de Prieto —ordenó Tamayo. Las mujeres cruzaron miradas y caminaron en silencio.

La castaña todavía debía abrir lo obsequios, pero decidió hacerlo cuando esté en casa.

—¿Y eso? —preguntó Alicia.

—¿Qué cosa? —inquirió Raquel como respuesta.

—Tu llegada tarde —respondió con obviedad. Como si al principio sus palabras habían sido claras, para que Raquel lograra entender su pregunta inicial.

Con el ceño fruncido y luego de haber carraspeado, contestó:

—Le dije a Agatha, el tráfico.

Alicia enarcó una ceja, dándole a entender que no le creía nada.

Y sin darle cabida para replicar a esa respuesta, Prieto las interrumpió abruptamente.

—Contraté a dos personas, las mejores en su trabajo. Están esperando dentro.

 —Trabajarán en el caso desde el inicio, hasta el final —aportó Tamayo, mientras giraba el picaporte de la puerta.

Un hombre y una mujer, Alicia ladeó la cabeza y en su rostro expresó un gesto de aceptación, mientras que Raquel fruncía el ceño.

—Sierra, Murillo; les presento a Sergio Marquina y Helena Martín. —Prieto las hizo pasar, y cerró la puerta una vez estuvieron todos dentro—. Sergio es de inteligencia y Helena de la científica.

—Al lado del pesado de Vicuña, joder —expresó Alicia con negación.

—Alicia... —reprendió Tamayo.

Raquel rio nerviosa, y escudriñó a ambos.

—Pues...un placer —dijo Raquel y extendió la mano a Sergio, luego a Helena.

La pelirroja la imitó, y también determinó la insistencia en la mirada de Marquina en cuanto a Raquel.

Contuvo un comentario que sí soltaba, la haría quedar como una estúpida.

Así que, le atinó a sonreír con falsedad y enfocar su mente en el caso.

Se supone que la hilera de celos que empezó a padecer a raíz de esa mirada, no debería de importarle.

Sin embargo, Alicia Sierra sabía que una parte de ella no podía ser como ella se había prometido que sería con Raquel. Ni mucho menos, podía dejar de sentir cosas por su ex novia.

Y su día se les fue en la colocación de asignaciones y la planificación de actividades para las semanas venideras.

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