six
Raquel escuchaba los latidos de su corazón, por varios minutos la tensión se le bajó, ocasionando un leve mareo. Agradeció estar sentada, pero la vergüenza con Alicia era irreversible, ya la chica lo sabía.
—¿Dónde está Ángel? —Cambió el tema. Alicia sonreía, y luego suspiró. La castaña no la miraba, ella tampoco se esforzaba por llamar su atención.
—Se perdió el gordo, tía —farfulló, y cogió un lápiz. Empezó a garabatear, en la parte trasera de su libreta—. Ten, juguemos.
—Quiero salir de esto, no estar jugando —masculló. Observó el cuaderno, después cruzó sus ojos con los de Alicia. Tragó saliva, mientras la pelirroja le regalaba una sonrisa torcida—. ¿Qué es?
—Un test, Murillo —explicó—. Me dices nombres, no sé, de chicos, chicas, cosas. Los iré escribiendo, haré un conteo y el último que quede, es lo que será tu futuro.
—Que no, Alicia —tartamudeó. Alzó la mirada, y carraspeó—. ¡Ángel! —llamó. Sin embargo, él seguía sin aparecer—. ¿Dónde se habrá metido?
—Déjalo estar —ordenó, casi por inercia su mano viajó al brazo de Raquel; la sobresaltó, y enseguida se alejó—. Seguro resbaló en su alcoba, y está inconsciente.
La castaña la aniquiló con la mirada.
—Con más razón. Iré a por él —objetó. Antes de que pudiera levantarse, Alicia engarzó su brazo en el cabello de Raquel y la acomodó en la silla, Murillo jadeó con sorpresa y tensó los músculos. Se hallaba a punto de tener un ataque de nervios, por culpa de la chica que quería—. ¿Qué haces, Sierra?
—No puedo corresponderte, Raquel —musitó. Sus rostros estaban bastante cerca, el aliento de Alicia daba en la nariz de la castaña, era una mezcla de uva y tabaco. De pronto, tuvo taquicardia—. Me gustaría sentir cosas por ti, por una mujer; pero no; no puedo, tía. —Dicho eso, se alejó soltándola por completo. Alicia regresó a su asiento.
Ninguna se atrevía a mirarse.
—No sé de qué coño me hablas —espetó Raquel, más decepcionada que de otra cosa. ¿Tan obvia fue?, ¿por qué tiene que doler tanto? Eran preguntas que su mente le hacía en bucle, ella conocía las respuestas. No obstante, preferiría ignorarlas, porque no quería derramar lágrimas frente a Alicia. Su cuerpo dolía, y lo peor era que con ningún analgésico sanaría—. Me voy. Adiós.
Se incorporó, Alicia la dejó caminar hasta la sala de estar. Acto seguido, la persiguió y se plantó atrás de ella. Raquel estaba con la mano puesta en la manilla de la puerta.
—¿Crees que eres discreta, Murillo?, porque no lo eres. Tengo ese sexto sentido, donde descubro casi todo. Raquel, sé que eres tú quién se emocionó por verme aquí. Ojalá pudiera decir lo mismo, pero apenas y te conozco.
Aquello había sido el acabose, Raquel terminó de abrir la puerta y salió cerrando con fuerza. Alicia exhaló, y bajó los hombros. No tenía idea de lo que acababa de hacer.
(***)
Una semana después, Raquel y Ángel se topan en los pasillos de la academia. La castaña no podía asistir a clases por motivos personales, y Laura se encargó de difundirlo entre todos.
—Eh, Murillo, ¿Cómo te sientes? —inquirió una chica que bajaba de un auto. Era amiga de su hermana. Raquel no supo de responder, entonces hundió los hombros y siguió su camino.
Por su psiquis rondaban muchas cosas, no sabía por qué las personas la miraban tanto. Sospechaba de Laura, la conocía y seguro dijo algo malo de ella.
Ángel la buscó en su casa, y la llevó a la academia. Durante el camino conversaron sobre su ausencia, la otra vez, donde la dejó sola con Alicia. Aún cargaba con la espina, que las palabras de la pelirroja le provocaron.
Flashback.
—¿Qué cojones haces aquí? —Una furiosa Raquel gritó, desde la entrada de su residencia.
—Vengo a llevarte a clases —gritó Ángel de vuelta, de pie al lado del coche—. ¡Y también para que hablemos!
Raquel recogió su mochila, se despidió de su madre y se marchó con su amigo.
Tomó el asiento de atrás, no quería verlo; eso le recordaba a la humillación por la que atravesó aquel día.
—Lo siento, tía. Alicia me contó lo que se dijeron, es una zorra —dijo Ángel. Hablar y conducir al mismo tiempo, era algo que no le salía muy bien. Sin embargo, lo ponía en práctica varias veces.
—No le llames así —pidió. Cargaba el ceño fruncido, y los brazos cruzados. Se miraba ruda, aunque por dentro estaba sensible—. Tiene razón. Al final, solo me dijo lo que sentía.
—Lo que le salió del coño, más bien —espetó, rodando los ojos—. Toma mis disculpas de nuevo. Me encerré en mi habitación, para preparar las lecciones, pero me quedé ahí, para que pudierais charlar. Y creo que, bueno; de algo te habrá servido hablar eso con ella.
—Claro —siseó, y soltó una risa sarcástica—. Para quedar como una estúpida.
—Lo sien-
—¡Sí! —exclamó—. Te disculpo. No quiero seguir la conversación.
Ángel cerró la boca, y se dedicó a manejar en silencio.
Fin del flashback.
La primera clase era Historia Universal. Sin embargo, el profesor vivía retirado de la ciudad y llegaba tarde.
Raquel se encontraba desayunando en la cafetería, contando los días para el concierto de Jarabe de Palo. Eso sí que la emocionaba.
—¿Cuándo volveremos con las lecciones? —preguntó, metiéndose un pedazo de tortilla a la boca—. ¿A Alicia si le enseñaste?
—Sí, ella se quedó. —Raquel torció la boca, en un gesto desagradable—. Que no pasa nada, que... lo que le expliqué a Sierra te lo diré a ti hoy por la tarde.
—Está bien.
—¿Me vas a decir, por qué te ausentaste? —Ángel temía la respuesta, pero ya estaba formulada.
—Revisión anual en el médico —contestó, con la ceja enarcada—. Los otros días no quería venir. Me pasas todo, por favor.
—Porque, Laura dijo que estabas preñada.
Entonces, Raquel ató cabos. Cada alumno que pasaba por su lado, la escudriñaba y luego cotilleaban entre ellos. Cerró los ojos y respiró profundo. Dejó la bandeja de un lado, ejercitó sus manos y le dijo a Ángel que la esperara en la mesa, en silencio y atento.
Paseó los orbes color miel por la estancia, ubicó a Laura en el mismo sitio de siempre. Trotó en su dirección, con la mirada llena de resentimiento. Eso había sido demasiado, y ya estaba cansada de que su hermana, durante años la humillara frente a las personas.
Laura permanecía de espaldas a ella, Raquel no advirtió a nadie más. Así que, la tomó por la coleta e impactó su cabeza contra la mesa, dejándola inconsciente al acto.
Los gritos de sus compañeras, atrajeron la atención de los demás en la cafetería. Una de las porristas corrió a la coordinación y anunció el problema a la directora.
Raquel respiraba agitadamente, por microsegundos su mirada se encontró con la de Alicia, quien llevaba el semblante inescrutable, había quedado en shock.
Los estudiantes veían a Raquel con sorpresa, pues jamás se metía en líos. Comenzó a llorar, y huyó de la escena, dejando a todos comentando al respecto. Ángel trató de alcanzarla, sin embargo; se quedó afuera del sanitario de mujeres a esperarla.
—¿Está ahí? —Agatha apareció en cuanto se enteró. Estuvo en el patio con anterioridad.
—Sí. La pueden expulsar por eso.
—Esperemos que no, Rubio. Iré a verla —informó y entró al baño. Escuchó los sollozos de Raquel en el último cubículo, sintió pena—. Murillo.
—¿Qué? —hipó—. Vete, coño.
—Te buscan en coordinación, tía; que la directora quiere verte.
Después de tres minutos, Raquel salía enjugándose las lágrimas. Se mojó las manos y se echó el agua en el rostro enrojecido.
—¿Y Laura?
—Pos no sé. Creo que en enfermería.
—Gracias, Agatha. —La abrazó, tomando desprevenida a la chica. Antes de que pudiera corresponderle, la castaña se soltó y se encaminó al encuentro con la dueña de la academia.
Percibía el miedo en sus venas, un vacío se mudó a su estómago y la garganta se le volvía a cerrar. Le quitó su mochila a Ángel, y cuando hubo llegado, se sentó a esperar en una de las sillas.
Para su sorpresa, Alicia Sierra esperaba en uno de los puestos. Su expresión fue de asombro, confusión. ¿Qué hacía ella ahí?, no lo sabía. Seguro terminaría por buscarle el rollo y preguntarle, lo que sabía era que se sentía más confiada con la pelirroja en la coordinación.
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