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—Prieto nos asignó el interrogatorio a mí y Alicia —informó Raquel a su equipo de trabajo—. Mañana mismo partiré de mi casa al sitio de encuentro, dos patrullas estarán escoltándome a la salida por si algo sale mal. La inspectora Sierra llegará momentos después.
—¿Por qué no antes, o contigo? —cuestionó la pelirroja, ojeando un informe.
—Como tú lo prefieras —respondió Raquel, dispuesta a aceptar cualquier decisión que tome su compañera.
—Vale. Te lo comunicaré luego —dijo Alicia, ensimismada en el cuello de Raquel Murillo. Observaba la cadenita y los anillos que colgaban de ahí, trayendo a su mente un recuerdo muy vivo.
Flashback.
—Me gustaría algo simbólico, algo que nos una para siempre —comentaba Raquel a su novia Alicia.
Ambas boca abajo sobre el suelo de la habitación en la academia, habían tomado la decisión de no participar ese día en ninguna actividad navideña y quedarse bajo el calor que ellas mismas se proporcionaban.
No necesitaban más que eso, estar juntas para lo que sea.
—¿Y qué se te ocurre? —inquirió la pelirroja sin apartar la vista del libro entre sus manos.
—Sugiere algo tú —indicó, observando el ceño fruncido de Alicia.
—No sé, Lola. ¡Madre mía, Raquel! ¡Se van a enrollar, apuesto todo a que sí! —Gritaba Alicia haciendo referencia a la historia que la mantuvo concentrada todo el rato. Abrió los ojos sorprendida, imaginando lo que ella creía que sucedería allí.
La castaña revoleó los ojos y bufó. Alicia no estaba prestándole atención, eso terminó desconcertándola un poco. Leyó el título en la cubierta del libro "Los Siete Maridos de Evelyn Hugo". Vaya título, pensó.
—Creo que podría ser una cadenita igual para cada una, que expresen nuestra personalidad. ¿Qué piensas? —Raquel volvió a intentar conversar con ella.
—Me gusta la idea —respondió la chica empapada con el libro.
—¡Ve a tomar por culo, Alicia Sierra! —exclamó una enojada Raquel. Se incorporó y del closet sacó un abrigo—. Afuera me divertiré más, no estás ni siquiera oyéndome.
—¡Eh, Raquel! —expresó y soltó el libro, dejándolo abierto en la página que estaba leyendo. Se levantó y la alcanzó colocándose el suéter—. Estoy escuchándote a la perfección, amor. Quieres una cadenita para las dos, pero yo tengo una idea mejor. ¿Qué te parece unas sortijas?
—¿Matrimoniales? —preguntó, olvidando que anteriormente estaba enojada con ella.
—Parecidas.
—No lo sé...aún quiero la cadenita.
—Bueno. —Alicia plantó un casto beso sobre la boca de Raquel, y al encontrar sus ojos se sonrieron. No tenían que expresar palabra alguna, lo que necesitaban decirse ambas podían leerlo en su mirada—. Tengo una idea, Lola.
—Dime.
—No. Espera la navidad.
—Falta mucho, Alicia.
—Una semana, por favor.
Raquel rio, y se lanzó hacia su chica, apretándola en un abrazo impetuoso.
Fin del flashback.
El hecho de que esa castaña llevara la cadenita adornando su cuello, significaba todo para ella. Solo que no admitiría algo como eso en público.
Carraspeó y paseó la mirada por todo el lugar, fijándose si alguien había determinado que su mente no estuvo en lo que Raquel decía desde hace un rato.
—Creo que es todo por hoy —finalizó Raquel. Se dirigió al escritorio y cogió varias carpetas de allí. Se acercó a los presentes y les hizo entrega del folio correspondiente a cada uno—. Revisen su parte del caso, cualquier duda pueden dejarme un mensaje al móvil. Estaré fuera por un rato.
Sin decir algo más salió, no toleraba estar tanto tiempo con Alicia. Se le iba el aire, y sabía a la perfección cual era el motivo.
Raquel tomó su monedero y su teléfono, dispuesta a despejar su mente unos minutos.
Salió de la comisaría y se acercó al kiosco más cercano y compró un cigarrillo.
—¿Me presta su mechero? —preguntó al hombre tras la vitrina. El señor lo extendió y ella le sonrió. Le dio fuego al veguero y devolvió el artefacto—. Gracias.
Caminó a una banqueta y se sentó, mientras de su boca expulsaba el humo del cigarrillo.
Se supone que no fumaría nunca más. Sin embargo, la ansiedad estaba carcomiéndola por dentro. El regreso de Alicia no era algo que supiera manejar a la perfección.
Por instinto tocó su cuello y de a poco su mano bajó hasta sentir ambos anillos. Suspiró e inhaló con fuerza lo poco que quedaba del cigarrillo.
Perdida en sus memorias, no vio cuando una anciana de 67 años de edad apoyó su cuerpo a su lado en el banco. La mujer sacó de su bolsa un trozo de chocolate negro y comenzó a comerlo.
—Hola, Raquel —habló aquella desconocida.
La castaña volteó al instante y escaneó a la mujer. Miró directamente a sus ojos, luego de repasarla completa.
—Mamá...
—Feliz cumpleaños, hija —dijo Mariví, extendiéndole una barra de chocolate sin destapar. Raquel miró el dulce y lo agarró con titubeo.
—¿Qué haces aquí? —preguntó desconcertada.
De hecho, nunca esperó volver a ver a su madre. Su corazón dolía por eso, pero esa mujer así lo había querido algunos años atrás.
Raquel despegó su espalda de la banqueta y se inclinó hacia Mariví, cruzó una pierna sobre la otra, mientras que las movía con rapidez. Necesitaba otro cigarrillo.
—Tenía que verte hoy, es tu cumpleaños, Raquel —respondió esta, partiendo un cuadro de chocolate y comiéndolo.
—¿Cómo llegaste? ¿No estabas en Barcelona, con Laura? —inquirió.
Mariví rio sin gracia.
—Estoy viviendo en Madrid, en nuestra antigua casa. Laura se ha casado y se ha mudado a Mallorca. No pensó en mí, claramente... Me dejó sola.
Qué ironía de la vida.
María Victoria, una mujer que prefirió a una hija más que a la otra, que decidió cortar lazos comunicacionales con Raquel y quedarse al lado de Laura, su otra hija; una hija que nunca estuvo a su pendiente, una que llegó a humillarla, que la usó, que jamás le demostró algún gesto cariñoso... Había sido abandonada por esa hija que tanto protegió, mientras que la otra mantenía una conversación con ella, sin un rastro de rencor en su voz, ni en su mirada. Esos orbes marrones solo transmitían desconcierto y una profunda rabia por lo que acaba de escuchar.
—Qué gilipollas —expulsó, apretando sus manos en puños—. ¿Y tienes como mantenerte, mamá? ¿Necesitas ayuda con algo? —La mujer negó con la cabeza, acabando su barra de chocolate—. ¿Entonces qué haces aquí? Perdóname, pero me cuesta creer que solo sea mi cumpleaños.
—Descuida, no tienes que disculparte. —Mariví suspiró y finalmente miró a Raquel a los ojos—. Antes de venir acá fui al médico. Tengo Alzheimer.
Raquel dejó correr una lágrima en su mejilla izquierda, eran demasiadas emociones para un solo día. Quería contenerse, mostrarse fuerte frente a su madre. No obstante, resultaba difícil cuando alguien que amas te confiesa una mala noticia.
Se instaló un pequeño silencio entre las dos, Mariví sonreía tranquila, mientras que Raquel intentaba sacar un poco de fuerza de su interior.
—¿Laura sabe?
—No. Que ya estaba aquí en Madrid cuando me enteré yo.
—Joder...
—No vine a pedirte dinero, con la pensión me es suficiente. Tampoco quiero tu ayuda, Raquel. Sería muy descarado de mi parte pedirte algo, después de lo mal que te traté en el pasado. —Mariví tomó aire y continuó. Cobijó las manos de Raquel entre las suyas. Las sintió frías, entonces comenzó a frotarlas con sus dedos—. Antes que yo empiece a olvidar todo, quiero que me perdones por lo malo que te causé gran parte de tu vida. Luego de que te marcharas de casa con Ángel y la chica que decías era tu amiga, tuve demasiado tiempo para pensar en lo que ocasioné con mis insultos y mi actitud hostil. Si no puedes perdonarme, yo lo entiendo. También me gustaría que tu perdón fuera sincero, porque te estoy pidiendo esto con la verdad.
—Te perdono, mamá.
—¿Segura?
—Sí, yo nunca te guardaré resentimiento. Gracias por venir.
Dicho esto Raquel la abrazó, olfateó su cabello canoso envuelto en un aroma a fijador, su perfume de lavanda y chocolate.
—¿Tu vida marcha bien, Raquel? —preguntó Mariví.
La castaña pensó en una respuesta que la dejase tranquila, su madre lo notó y enarcó una ceja.
—Sí, me encanta mi trabajo.
—¿Y el amor?
—Bien.
Mariví resopló.
—¿Me permites un consejo? —Raquel asintió—. Confiesa lo que sientes, lo que sea que pase por tu corazón, hazlo saber a la persona que necesita escucharlo. Puede que eso cambie el rumbo de las cosas...para bien o mal. No lo sabrás si no lo averiguas.
Raquel tragó saliva y lo aceptó.
Su madre tenía razón.
—Gracias.
Mariví se marchó negándose a aceptar cualquier tipo de ayuda. Sin embargo, Raquel no haría caso del todo y en un tiempo libre iría a su antigua casa a ver en qué podía ser útil.
Miró la barra de notificaciones en su móvil, pero ninguna de la comisaría. Debía volver al trabajo. No obstante, primero pasó por el kiosco y compró una cajetilla de cigarrillo.
Necesitaba concentrarse.
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