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prólogo

Punto de vista Alicia.

El bosque inundado de la tormenta blanquecina y el frío calándome hasta el cigarrillo, no me hacen ruido en lo más mínimo. No puedo reparar en nada más, que en la castaña que está dentro de mi habitación, esperando a por mí y las chuches que decidí que buscaría para ambas. También, pasé por el armario de mi padre y saqué dos suéteres de lana.

Al entrar, la miré enrollada con el edredón y la imagen me calentó el corazón. Alargué dos zancadas y me lancé a la cama, donde ella me recibió con un beso en la sien. Le extendí una bolsa de patatas y el suéter.

—¿Quién hizo esto? —inquirió, destapando su torso de la cobija gruesa. Dejó la chuche a un lado, y cogió el abrigo entre las manos. Asomó una risilla, y yo enarqué una ceja—. ¿Tu abuela?

—Sí. Los tejió para mi madre y él —respondí, enseñándole el mío. Raquel me cubrió las piernas con el edredón. Le agradecí con un gesto—. ¿No te gustan?

—¡Están monísimos, Alicia! —exclamó, y en sus ojos denoté la sinceridad de sus palabras. Me sonrió, enseñándome su dentadura choreta. Siempre me burlaba de ella, pero en realidad, amaba cada parte de esa chica—. Solo que me causa gracia, es todo.

—Tengo hambre, abre las putas patatas —objeté, fingiendo rudeza. Raquel bufó, y destapó las frituras—. Al paso que vamos, en enero estaremos rodando por los pasillos de la academia.

La chica a mi lado, estalló en una carcajada chillona y me uní a ella. Su risa, provocaba la mía.

—Yo sigo conservándome, no sé tú, eh —se burló la castaña, y le golpeé con ligereza en el hombro. A los minutos, nos colocamos cada una un suéter y nuestros huesos ya entumecidos por el frío, comenzaron a entrar en calor.

En la televisión, mediante un CD de DVD reproducíamos Olvídate de Mí y no dejo de reírme de las gilipolleces de los villanos contra el crío que queda solo en casa, porque su familia no pudo ser más imbécil y lo olvidaron en el aeropuerto.

Mi navidad nunca fue tan dichosa como ahora. Tomé prestada la cabaña de mi padre, una que compró a mitad del bosque a las afueras de Galicia. Con mi chica, que se me hincha el pecho de orgullo tan solo pronunciarlo; sin nada que se interponga en estas fiestas, las chuches, la cena y las pelis. Creo que no podía pedir nada más.

Ah, sí que puedo. Una caja de cervezas, cigarrillos y el chocolate caliente.

De todas formas, tenía eso en la nevera y las gavetas.

—¿Qué usarás para la graduación? —cuestiona Raquel, pegándose a mi torso—. No falta mucho.

—No tengo idea, Lola —le respondí, llamándola por su apodo. Era algo entre nosotras—. Quizás, ni siquiera asista.

—¿Cómo qué no? —Raquel, se acomoda sobre el colchón y cruza los brazos. Dejo que la película siga rodando, mientras me preparo mentalmente para uno de sus sermones. Suelto las patatas, y ella coge varias a medida que frunce el ceño. Volteo a verle, y le dedico una sonrisilla—. Alicia, iremos allá y nos recibiremos como unas putas polis.

—Inspectoras —corregí, realizando una mueca. Me moví por la cama, y de la mesita saqué un cigarrillo y un mechero. Raquel me hizo el favor de encenderlo. Luego, le dio una calada intensa y me lo pasó. La imité—. No tengo muchas ganas, Lola.

—Pues yo sí iré —espetó Raquel. Calé casi la mitad del cigarrillo, expulsé el humo casi en el rostro de mi novia y ella me arrancó el veguero—. Y serás mi acompañante. No moví cielo y tierra, para estar en la misma clase este último año y tú al final; decidas que no asistirás a nuestra graduación.

—Está bien —accedí. Esta chica, tenía una increíble capacidad para convencerme en cuestión de segundos. Sus labios dibujaron una sonrisa victoriosa, imprimí un beso en ella y le quité el cigarro, únicamente para lanzarlo por la ventana.

Continuamos la velada, acurrucadas bajo el grueso edredón y mientras Raquel miraba las películas de navidad, yo la veía a ella. Cada tanto charlábamos, nos besábamos y cuando la castaña se distraía pues yo aprovechaba y le robaba besos. Fulminamos las chuches, mi novia se bebió el chocolate caliente y yo me fumé los cigarrillos que quedaban en la cajeta.

—Oye, que ya son las doce —comentó Raquel, alzando la mano con el fin de acariciarme la mejilla—. Veinticinco de diciembre. Feliz navidad, Alicia.

Extendió sus brazos y me metí en ellos. Me calenté al acto, disfrutando de estar rodeada por mi chica, una sensación demasiado placentera.

Estuvimos así por varios minutos, entonces recordé que le tenía un presente.

—Tía, que te he traído algo —dije, separándome con pesar—. Ya vuelvo, amor.

—Vale. —Me sonrió, aunque me pareció más a una mueca.

Corrí por el pasillo y en la recamara de mi padre, encontré la caja con el regalo de Raquel. Lo saqué del armario y me devolví a mi habitación.

Me topé con la escena más linda que pude haber observado en mi vida.

Raquel cargaba una bolsa, supongo yo que es para dármela a mí. Es color rojo y lleva una cinta en verde. Arropada hasta las rodillas, con el torso entre las almohadas y el cabello castaño cubriéndole el rostro. Sus ojos color miel brillaban. Oh, como amo la navidad.

Merry Christmas —pronunció en inglés. Solté una risilla y me lancé al colchón—. Para ti, nena.

Me extendió el regalo, y lo cogí con sorpresa. No había visto eso entre sus cosas, cuando llegamos a la cabaña.

—Este es tuyo, Lola. —Intercambiamos obsequios. No perdí el tiempo y destapé el mío. Jadeé con sorpresa y me cubrí la boca con una mano—. ¡No te pases, Raquel!

Se trataba de la edición especial del CD de Jarabe de Palo.

—¡¿Dónde cojones lo hallaste?! —exclamé con la mirada empañada.

Era mi banda favorita, y los sencillos no habían salido al mercado todavía.

—Secretos que me reservo —musitó. De pronto la vi extraña, como decaída. Sin embargo, en su tono de voz había diversión.

—¿Pasa algo?

Negó con la cabeza, y dispuso a abrir la caja.

Allí encontró algo más básico todavía. Una cadenita con dos aros de plata, rebuscó debajo y sacó una nota.

"Yo sí presto atención a cada cosa que me dices".

Con amor, Alicia. 

Raquel comenzó a sollozar, y me enternecí con su reacción. No dudé en abrazarle, apretarla contra mí y acariciar su cabeza, mientras murmuraba palabras que podían calmarle.

—Gracias, Alicia. No pensé que... —calló, puesto que el llanto le bloqueaba el vocabulario.

—Tranquila, me alegra que te haya gustado. —Imprimí un casto beso en su coronilla, y Raquel hundió su cabeza en mi cuello.

—Me ha fascinado, tía —habló finalmente—. No me sueltes, por favor.

Seguí pegada a ella, no sé por cuanto tiempo. Ambas en medio de la cama, con nuestros regalos a un lado del colchón y la envoltura por el suelo.

Mi estómago rugió, más por ansiedad que por hambre.

—Voy a por mas chuches —dije. No obtuve respuesta—. Amor, ya vuelvo.

Silencio.

La cabeza de Raquel cayó hacia atrás, fruncí el entrecejo y comencé a moverla. Entonces caí en cuenta que estaba dormida. Pero no, ¿cómo pudo haberse dormido tan rápido?

La solté y me incorporé alarmada. Moví el cuerpo inerte de Raquel, y estuve de un momento a otro al borde de la desesperación.

—¡Raquel! —la llamaba—. ¡Lola! ¡Raquel! ¡Joder, Murillo!

Sin embargo, ella no se movía.

Fui a por alcohol, agua, no sé qué otras cosas conseguí y cuando regresé a mi chica; una gota carmesí resbala por su nariz y la castaña tenía los ojos entreabiertos.

Arrojé todo al piso y con mi dedo sequé la sangre, sin embargo; seguía saliendo y a medida que avanzaba el tiempo era más constante.

—Llévame al hospital, Alicia —consiguió articular, antes de volver a caer desmayada.

De mi garganta salió un grito ahogado y cogí el móvil, con el fin de avisarle a mi papá y que él nos trasladara.

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