fourteen
Y entonces, las frías y duras paredes que Raquel Murillo estuvo construyendo contra esa persona se fueron cayendo a pedazos rocosos de a poquito.
Su rostro se contrajo y empezó a sudar frío.
—Oh...Guao —articuló, incapaz de decir algo más.
—¿Estás bien? —inquirió Prieto.
—Claro —asintió, y tomó su bolsa dispuesta a marcharse de una vez—. Hasta mañana, coronel.
Y como si de un cohete se tratase, voló fuera de la oficina y desapareció de la estancia en menos de lo esperado.
La castaña subió a su coche y encendió la radio. Su corazón dolía de una forma muy desagradable. ¿Acaso Alicia sabía de aquello? En su mente muchas preguntas rondaban alrededor, pero muy pocas respuestas sostenían su esperanza.
Aquella calma que sentía se esfumó de golpe, y ahora la incertidumbre la llenaba.
Todos los momentos felices que pasó con Alicia llegaron a ella como una ola que la arrastró, al igual que cada instante en donde la hizo llorar.
Flashback.
—¿En dónde dices que pasaremos estas navidades?
—En la cabaña de mi padre. ¿Por qué? —La pelirroja frunció el ceño, y Raquel se acerca a su rostro.
—Porque la idea de estar solas en una cabaña me pone, y mucho —musitó sobre sus labios.
Los ojos de Alicia bajaron a la boca de la castaña.
—¿Te ponen qué? —preguntó, fingiendo desconocer su doble sentido.
—Cachonda. —Y acto seguido, la besó con fuerza.
Fin del flashback.
—¡Joder! —exclamó, golpeando el volante.
Su vida estaba desestabilizada nuevamente, y no podía hacer nada para impedir trabajar con ella. Aparte, muy en el fondo necesitaba verla y estar a su lado.
Flashback.
Ver que Alicia lloraba por su culpa le partía el alma, sentía un dolor inexplicable que se esparcía por todo su cuerpo.
—Alicia, por favor —insistía la castaña, conociendo muy bien el desenlace de aquella historia de amor.
La pelirroja arrastraba su equipaje y se situó cerca de la puerta.
—¿Para qué sigues? —cuestionó, sorbiendo por la nariz.
El ambiente era tenue, la lluvia les hacía compañía. Al parecer el tiempo conocía lo que estaba pasando entre ellas.
—Necesito que te quedes conmigo, Alicia.
Las mejillas rosadas de la pelirroja se inundaron todavía más en llanto, negó con la cabeza y antes de salir de aquella casa, expresó:
—Esto lo has dañado tú, Raquel. Ya no hay nada que puedas hacer para retenerme.
Fin del flashback.
Con la retina empañada, la castaña dio rumbo a su hogar. Los pensamientos no dejaban de perturbarla, constantemente se hacían presentes, pero no lograba recordarlos completos. La mayoría de ellos reproducían lo que su corazón quería.
Al llegar a su apartamento, encendió las luces y cerró con llave la puerta. En la entrada, colgaba de un clavo un calendario del año actual. Rio con desgana al visualizar un círculo alrededor de una fecha específica. La última vez que se encontró con Agatha, ella hizo con un rotulador esa marca, en la de su cumpleaños que sería dentro de dos días.
—¿Ahora qué hago? —soltó a la nada.
Horas después, se hallaba enfundada en un pijama y con el cabello húmedo. Cenaba frente al televisor en la recamara.
Intentaba concentrarse con cualquier cosa, pero como no le funcionó así, terminó por coger su móvil y leer más información sobre el caso nuevo.
Minutos más tarde, no lograba concentrarse en ello. Por ende, dejó el móvil a un lado y caminó hasta el armario. Abrió con sumo cuidado y de un estante, sacó una caja de madera. Quedó embelesada por unos segundos, admirándola mientras los recuerdos la atormentaban con más fuerza.
Suspiró agotada y sin detenerse a mirar más debajo de la cajita, cogió una cadena con dos aros de plata. Guardó de nueva cuenta todo, y se paró frente al espejo para colocarse el collar. Lo apretó con una mano y cerró los ojos.
Si algo le había enseñado Alicia, era a enfrentar cualquier cosa con valentía y madurez.
(***)
Alicia terminaba de peinar su cabello cobrizo, atándolo en una coleta alta.
Sonrió frente al espejo y de un neceser tomó una pintura labial.
—Vamos, Alicia. Ánimo —trataba de subirse la emoción a sí misma.
Muy en el fondo sí quería ir a trabajar, ya no necesitaba vacaciones. Sin embargo, su menstruación le quitaba las ganas de salir, pero ya no podía declinar su decisión.
Tomó un desayuno ligero y salió en busca de las llaves de su coche. Mientras cogía sus cosas, y dejaba todo en orden en casa; Alicia recibió una llamada de Tamayo.
—Coronel —pronunció, cerrando la puerta con seguro.
—Alicia, buenos días. Necesito que prepares dos valijas —ordenó. La pelirroja frunció el ceño—. Hoy por la noche, nos vamos a Madrid.
Por una milésima de segundo, el corazón de Alicia Sierra se detuvo.
—¿Por qué? ¿Acaso la comisaria ya no queda en Galicia? —espetó sarcástica.
Llegó al auto y se subió a él, esperando la contestación de su jefe.
—Resulta que tú vas a empezar con Murillo. Prieto y yo hemos quedado en que vosotras resolveréis un caso juntas. —Suspiró y prosiguió—. Te espero al medio día con todo listo, aquí ya te estaré diciendo lo demás.
Alicia colgó la llamada y golpeó el volante.
Mordía sus labios con fuerza, manchando sus dientes de labial y arruinando el maquillaje. El nudo en su garganta se tensaba cada vez que su mente repetía las palabras de Tamayo. Intentó tragar saliva para alivianarse, pero fue en vano. Muy pocas gotas descendieron por las mejillas de Alicia, y a medida que aquel nombre iba calando en su piel nuevamente, más lágrimas le inundaban el rostro.
¿Acaso ella lo pidió?
¿Raquel sabría todo esto?
¿Le habrán informado, o se llevaría la sorpresa cuando ella llegara a Madrid?
Flashback.
Era la madrugada de un jueves, y la mayoría de las chicas no podían dormir debido a la ansiedad que les provocaba el gran evento del día siguiente.
—Mañana nos graduamos, tía —expresó Raquel, sobando el cabello rojo de su novia.
—Aún no me la creo, Lola. —respiró profundo y estiró los labios, buscando un beso de la castaña.
Raquel sonrió y agachó el rostro a aquella altura.
Imprimió un beso en su boca, y luego en la nariz.
—Amo cuando haces eso —musitó Alicia con los ojos cerrados, refiriéndose al segundo beso en la nariz.
—Y yo te amo a ti.
Fin del flashback.
De la guantera, Alicia sacó una foto que había jurado no volver a tocar. La apreció con la mirada borrosa. Era una imagen de Raquel, en una de sus tantas citas.
—¡Joder, Murillo! ¡Me has liado la vida otra vez! —exclamó con rabia a la miniatura.
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