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four

—¿Vais a ir al concierto de Jarabe de Palo? —vociferaron tres chicas, a Ángel y Raquel, quienes se hallaban en la cafetería probando el té y las tostadas.

Raquel tosió y dejó la taza a un lado.

—¿Qué habéis dicho? —soltó, con el sudor por la nuca.

—Jarabe de Palo se presenta en un bar —intervino Ángel, encogiéndose de hombros.

Las chicas, al no obtener respuesta por parte de ninguno; decidieron marcharse de allí.

—¿Por qué no me lo dijiste? —demandó, casi con reproche—. Sabes lo mucho que me encanta. Que gilipollas.

—¡Eh!, Raquel que no podía decirte nada —se defendió—. Que era una sorpresa.

—¿Sorpresa? —repitió, enojada—. ¿Me vas a llevar, acaso?

—Pues sí...

Raquel quedó fría.

—¿Qué? —titubeó, sacada de onda.

—Había comprado par de entradas, pero no pensaba decirte nada —habló, con las mejillas calientes y la mirada en la tostada mordida—. Hasta que llegara el día.

—¡Ángel, te quiero! —chilló, y corrió a abrazar a su amigo.

El día para ella no podía estar tan malo.

Al menos, eso creía.

Luego de haber pasado la mañana en la cafetería, tuvieron su primera clase a las once y media, de matemáticas, para después continuar con educación física.

—Mira, que no he cogido el rollo de las ecuaciones —espetó una frustrada Raquel. Se cruzó de brazos, y resopló. Ángel y ella, dirigían su andar a los casilleros, a fin de cambiarse de uniforme—. No sé qué hacer, tío.

—No te preocupes, Raquel. Yo te ayudo, ya te lo he dicho antes. —El gordito le dedicó una sonrisa, y la castaña se la devolvió—. Nos vemos en la próxima clase, tía.

—Gracias, Ángel. Te quiero —dijo la chica, y se despidió agitando una mano.

Raquel entró al vestidor de mujeres, encontrando a las demás chicas de las otras clases. Instintivamente, paseó la mirada por el sitio; esperanzada de mirar a Alicia.

Sin embargo, no la encontró y eso la hizo resoplar. Aunque, la emoción de que pronto vería a su grupo musical favorito, la tenía muy concentrada en la felicidad.

—Murillo, hoy toca voleibol —le avisó una de las chicas. Ella asintió, terminando de colocarse las medias—. Contra la clase D.

—Joder —siseó. Sabía lo buenas jugadoras que son, sería una derrota para ellas seguro—. Nada, a intentar aplastarlas.

La chica le sonrió, y salió a la cancha a hacer el calentamiento con las demás.

Raquel estuvo acomodando su ropa, su casillero y en ese corto tiempo entraron las chicas de la clase D.

Murillo se mofó, ninguna le hacía gracia, porque Laura ya se había encargado de hacerle saber a todas que eran hermanas y no se llevaban bien. No obstante, eso la tenía sin cuidado, lo único que ella de verdad ansiaba era llegar a Alicia Sierra.

—Cuidaros la espalda, Raquel —dijo Laura, arrojando la mochila en el suelo. La mencionada revoleó los ojos, y continuó haciendo lo propio. Necesitaba subir la mirada, y encontrarse con la pelirroja, pero estuvo así por varios segundos más—. Hoy vamos a ganar, eso ya lo sabéis vosotras.

—Cállate la puta boca, Laura —espetó Raquel, dispuesta a salir de los vestidores—. No entiendo tus ganas, tu necesidad de pelear.

Raquel cerró el casillero, y volteó al frente.

Entonces la miró.

De perfil, con una coleta alta y el fleco cayéndole en la frente. El ceño fruncido, concentrada en colocarse el uniforme de educación física.

Lo bien que se vería en ese short, pensó.

—Eh, Murillo. —Laura la tomó por las mejillas y la hizo verla a ella—. No quieras ser más lista que yo, te lo advierto.

—¿Qué harás al respecto? —demandó Raquel, nerviosa y asustada.

—Sabes muy bien lo que puedo hacer —aseguró, con la ceja enarcada y dando un paso a ella. Raquel retrocedió.

—Demuéstralo, y deja de hablar tanto —escupió, con un desprecio demasiado palpable. El corazón lo llevaba en la garganta, las piernas le temblaban. Tenía miedo, pero necesitaba defenderse de su propia hermana.

Alicia dejó de atarse la agujeta de los zapatos, para observar la escena. Iba guardando sus cosas en el bolso, pero sin apartar la vista de las dos chicas.

Laura volteó a todos lados, las chicas de su clase parecían concentradas en sus asuntos, tal vez estaría arriesgándose mucho al golpear a Raquel en los vestidores.

Así que, dejó las cosas así y batió su cabello en la cara de la castaña, para luego salir como una diva.

—Como la odio —musitó Raquel, llena de rabia.

Alicia le dio un vistazo, y le sonrió.

Raquel se la devolvió al acto. Volvía a recuperar la felicidad, de a poco, con ese gesto tan simple, pero la regresaba a la vida.

—No te lo tomes a pecho —le habló. Una desubicada Raquel, tragó saliva y parpadeó incapaz de creérselo—. Ella es así.

Por supuesto, Alicia recordaba a aquella chica que no le dijo su nombre el día que se cruzaron en la cartelera informativa. Lo sabía porque Laura se lo mencionó, porque ya tenía en cuenta que eran hermanas.

—Y ya que Laura es así, yo tengo que dejarme mangonear, ¿no? —respondió, cruzada de brazos.

Las dos estaban de frente, ambos cuerpos delgados y el cabello recogido, entablando una conversación, que no tenía que ser precisamente sobre Laura Murillo. Sin embargo, era lo que hablaban; y para Raquel era suficiente.

—No digo que sea así —contestó la pelirroja, bufando—. Bueno, ni siquiera tengo que entrometerme. Esto es cosa de vosotras. Permiso. —Salió pitando del vestidor.

Raquel la quería detener, sacarle más palabras, porque ya empezaba a enamorarse de su voz tan delicada. Corrió a la cancha, con una sonrisa que le llegó a los ojos.

El juego de voleibol pasó rápido, en menos de lo esperado la clase D ganó la partida. Era de saberse, la clase A es más de libros, más intelectuales, aunque se defienden en el deporte no son tan buenas como las otras.

Ángel llegó a Raquel y a Agatha.

—Chicas, no os desaniméis —las consoló. También, les entregó una botella de agua mineral a cada una—. Ya vendrán otras partidas, y vais a ganar.

—Gracias, gordito —dijo Agatha, acto seguido se empinó el líquido transparente.

—Es lo que menos me importa —dijo Raquel—. Estoy preocupada por lo de matemáticas.

—Iré a las duchas, te espero allá, Raquel —intervino Agatha, y la castaña le enseñó el dedo pulgar hacia arriba.

—Venga, Raquel. No pasa nada, te ayudaré al salir de clases.

—Vale, entonces nos vamos juntos a tu casa.

Alberto se dirigía a ellos, con ganas de molestar a la castaña.

—Hola, Raquel —saludó, e intentó besarla en la mejilla. La joven lo apartó.

—De pronto me olió mal —vociferó, haciendo reír a Ángel—. Suerte en el partido de básquet, nos vemos Rubio.

A pesar de no haber ganado, Raquel sentía una felicidad incomparable con la que antes sintió. Alicia le habló, le sonrió, se sabe su nombre. Es un avance para ella, y ahora sabía más sobre la pelirroja, cosa que le daba más confianza para ir acercándose.


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