five
—¿Irás entonces a clases particulares? —inquirió Laura, entre tanto cambiaba el CD por otro más movido. Alicia se enfureció por ello.
—No quites mi música, tía —espetó, y le arrebató sus discos—. Es mejor que te vayas, porque dentro de poco mi padre me llevará a las clases.
—Estás de un humor patético, eh, Sierra —se mofó Laura, cogió sus cosas y le plantó un beso en la mejilla a la pelirroja—. Nos vemos mañana.
Alicia asintió y cerró la puerta de su habitación, una vez quedó sola.
Buscó algo mejor con lo que vestirse, y en veinte minutos su padre estaba esperándola en la entrada de casa.
—¡Voy! —exclamó, asomada por la ventana de la recamara.
Bajó las escaleras, tarareando una canción que estaba de moda.
—¿Trajiste todo? —cuestionó él.
—Sí —afirmó—. ¿A dónde me vas a llevar? ¿Es hombre o mujer?
El hombre volteó a mirarla, para luego regresar la vista a la carretera. Su hija, siempre se preocupaba por el sexo de las personas, antes de tener alguna cita médica, clases particulares o cualquier cosa que la involucre. Había dejado de hacerle ruido, pero era cada vez más intenso.
—Es un chaval, Alicia —respondió. Acto seguido, inhaló y preguntó—: Hija, ¿por qué te preocupa tanto eso?
Alicia carraspeó, y fingió que no sabía la descendencia de la pregunta.
—¿Qué cosa, papá? —Frunció el ceño.
—Sabes a lo que me refiero, no eres gilipollas.
—No lo sé. —Se cruzó de brazos—. No sé a qué te refieres.
—Está bien, Alicia —suspiró. La pelirroja pudo estar más tranquila—. Dejaremos el tema, por ahora.
El silencio reinó, hasta que llegaron a casa del profesor de matemáticas.
—¿Aquí es? —inquirió Alicia, una vez su padre se detuvo y observando como una chica entraba a la residencia.
—Sí, es el hijo de un compañero de trabajo. Puedes bajarte, estás en un lugar seguro.
Alicia se despidió de su padre, con un beso en la mejilla. Bajó del auto, trastabilló al principio, pero luego se compuso e irguió la espalda.
Tocó el timbre, sintiendo un vacío en el estómago, consecuencia de los nervios. Del otro lado, alguien se acercaba, podía escuchar a la perfección unos pasos llegando hacia ella.
—Hola —dijo Ángel—. ¿Qué haces tú aquí?
—¿Eres tú el de matemáticas, Rubio? —cuestionó exaltada—. ¿Qué?
—¿Vienes por eso? —Ella asintió—. Pues adelante, discúlpame si me asombré.
Alicia entró sin hacer ruido, a medida que avanzaba ojeaba las paredes, los cuadros, adornos y las lámparas que daban vida a esa casa. Era bastante curiosa, y a donde llegaba le gustaba admirar el sitio primero, conocer su paradero.
—¿Estamos solos? —interrogó, al determinar que en el hall no se hallaba nadie. Ángel la observó dubitativo—. Nada, es que me pareció ver a una chica entrar a esta casa.
—Ah, sí. Está en el servicio, no debe tardar en regresar.
Alicia asintió y dejó su mochila sobre la mesa.
—¿Me puedo sentar, Ángel?
—No preguntes esas cosas; claro que puedes.
La pelirroja haló una silla, y se acomodó en ella.
—Que coincidencia, ¿no?
—Sí. Jamás me imaginé, que tú estarías aquí en mi casa. Menos, para que yo te enseñe matemáticas.
—No será por mucho, no te emociones.
Ángel carraspeó, y pensó:
"No seré yo el emocionado".
—¿Qué dijiste?
—¿Escuchaste? —preguntó el chico, contraído—. ¿Acaso lo dije?
—Sí, lo dijiste. ¿Quién será el emocionado?
—Nadie.
—Dilo, gordo.
—Nadie, Alicia, déjalo estar.
—¿Quién llegó, Ángel? —una tercera voz, inundó la sala.
Por el umbral de la puerta, apareció una Raquel con la camisa del uniforme desordenada y el cabello atado en un moño a la altura de la nuca. Alicia giró la cabeza, y la notó. Tragó saliva, y carraspeó.
—Bueno, Raquel; Alicia vino a coger conocimientos, igual que tú —atinó a responder. No era él quien estaba sintiendo desconcierto, o emoción, o lo que sea que la castaña perciba al ver a la pelirroja allí. Sin embargo, se encontraba nervioso por la situación.
—Hola —saludó Raquel, incapaz de no sonreírle.
—¿Qué tal? —Alicia respondió, sin imaginar lo que pasaba dentro de la chica.
Raquel miró a Ángel, y volvió la vista a Alicia. No sabía si era obra de su amigo, o fue una casualidad. El hecho, era que ella estaba allí.
—Bien. ¿Vienes a las clases? —inquirió. Tomó asiento a su lado. Alicia se enderezó.
Aunque Alicia tenía la curiosidad, por lo que Ángel dijo anteriormente; ella no lo mencionó más.
—Sí, supongo que tú igual —habló la pelirroja—. Pensé que en la clase A; todos eran unos cerebritos.
—No todos. —Raquel no podía conversar demasiado. Las manos le sudaban, y el pecho le palpitaba. En cualquier momento, iba a trabarse y sería una vergüenza.
—Iré a preparar las lecciones —intervino Ángel—. Ya vuelvo.
Alicia le asintió, sin embargo, Raquel no dejaba de ver a la pelirroja.
Quería preguntarle algo, conocerla más, entablar una buena charla con ella. No obstante, solo la veía, su cuerpo no hacía más que tensarse, de su boca no salía nada más que aire.
—¿Cómo son Laura y tú en casa? —Alicia rompió el hielo, luego de tener en cuenta lo difícil que era para Raquel hablar.
Sintió ternura por ella.
—Pff, ohm... —Tragó saliva, la pregunta la tomó desprevenida—. Bien, digo; no lo sé, yo creo que bien.
—Bien, bien, yo no creo, eh Raquel —respondió la chica, alzando un poco las cejas—. A veces, ella es mala contigo, pero te quiere.
—Que no, que Laura no me quiere. Jamás me ha querido —contestó. El tema le afectaba, Laura siempre le importó, y la ama, porque es su hermana y con ella ha crecido, a pesar de todo.
—Entiendo. ¿Qué es lo que no sabes de mates? —inquirió. Entonces, la conversación se tornó más amena para las dos.
—Las tres últimas lecciones. Que si ecuaciones, y radicales.
Raquel se removió en la silla, se enrolló la camisa hasta los codos y con un lápiz se recogió el cabello. Comenzó a sudar, y Alicia miró su cuello mojado.
—¿Estás bien? —La pelirroja enarcó una ceja, y le sonrió. Raquel sopló en dirección a su cuello, y le asintió—. Tampoco entiendo eso, se me hace imposible.
—Ya verás cómo aplicas —le animó la castaña.
—Don Pin Pon, hace un rato dijo que alguien se emocionará por mí —musitó Alicia, buscando con la mirada a Ángel. Raquel apretó sus manos bajo la mesa, formándolas en puños—. No me quiso decir quién. ¿Me dices, Murillo?
Raquel se le secó la boca, e intentó tragar saliva.
—¿Y-yo?
—Sí, tú.
—No lo sé. —Se encogió de hombros.
—Me parece que acabo de descubrir quién. —Alicia sonrió. Ese día lo estaba haciendo constantemente.
—Ah. Enhorabuena, tía.
—Eres tú la emocionada.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro