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EPÍLOGO

El despacho de Patrick Shein se encontraba en completa penumbra. Solo las franjas rojas, que esa noche reflejaban mayor intensidad debido a su estado de ánimo, arrojaban algo de luz a la estancia. Esta causaba inquietud en sus dos visitantes que veían cómo sus nervios se acentuaban. 

—No puedo estar más decepcionado, Stuart.

Patrick estaba sentado en su butaca con un vaso de ginebra en la mano. Miraba con intensidad a su hijo que se encontraba en una de las sillas delante de su escritorio. Este intentaba aguantar sin bajar la vista, pero a los pocos segundos la incomodidad se apoderó de él y desvió sus ojos hacia el suelo. 

—Señor Shein, nos pilló desprevenidos. No sabíamos que la chica era una hechicera.

Lupin se sobresaltó, desde su posición, detrás de su amigo, cuando Patrick golpeó con fuerza la mesa. Sus ojos pasaron a posarse en él y el color rojo que desprendían era tan intenso que parecía que iba a escapar de su mirada. El hombre sacudió la cabeza y mantuvo la compostura que hasta hacía un segundo había estado a punto de perder.

—No quiero vuestras escusas. No seguisteis el plan marcado y, haciendo caso omiso de mis indicaciones, os presentasteis ante ellos esperando que fuesen comprensivos y la chica volviese a tus brazos.

—Padre, no conseguíamos encontrarte y pensamos que era la mejor opción. Todo se estaba volviendo demasiado caótico y Anna había huido. Si Peter no hubiese intervenido creo que podríamos haberla convencido de que nos ayudase. Aunque ya nada de eso importa.

—Claro que importa —contestó Patrick con calma—. Todo se estaba volviendo un caos porque era nuestro plan, ¿recuerdas? Ese que os dije que siguieseis al pie de la letra.

Se levantó dirigiéndose al mueble bar para servirse otra copa. Por el ventanal se podían ver las nubes oscuras que empezaban a encapotar el cielo. Un rayo iluminó la estancia durante un segundo haciendo que fuese más siniestra aún de lo que ya era. Los dos chicos estaban en silencio esperando que Patrick continuase. No querían ser el blanco de su ira y sus reproches.

—Lo sentimos —dijo Lupin con voz seria—. Fue una mala idea y no debimos desobedecerte. Si hubiese sido la de la profecía, tendríamos un problema.

—Gracias, Kenneth. Por tu sinceridad. A ver si aprendes un poco de tu amigo —añadió mirando a su hijo.

Stu apretó los puños y se mordió la lengua. Estaba harto de que, para su padre, todo el mundo fuese mejor que él. Desde que nació lo mantuvo oculto, como a muchos otros más, para sus propios beneficios. Cuando su don apareció, su madre le contó toda la historia y lo llevó a conocer a Patrick. Tuvo que ocultar todo a el marido de su madre, el que siempre había creído que era su padre, por el bien de todos. La adoración que sentía su progenitora por los Shein hizo que se criase en un ambiente de crispación, secretos y entrenamientos a escondidas con las personas que su padre elegía para hacer que conociese mejor su don.

Pero para Patrick Shein nunca era suficiente. Siempre intentaba ser el mejor para que estuviese orgulloso de él, para poder ser como Peter, al que su padre solo despreciaba por tener el don rosa. Esto solo había sido otra piedra más en el camino de la decepción constante que Stu le causaba. Y, por si fuera poco, había perdido a Anna en el camino.

—Lo siento, padre.

—Muy bien —contestó Patrick mientras volvía a su asiento—. Por ser la primera vez os lo voy a dejar pasar. El Consejo no sabrá de vuestras andanzas, solo que la chica ha resultado ser una hechicera blanca. Bastante trabajo y emoción tendrán con eso como para que pregunten por nuestro plan. 

—Gracias —dijo Lupin poniendo la mano en el hombro de su amigo y este se levantaba.

—No creo que Peter, Albus, ni ninguno de los de su grupo pongan una queja o denuncia formal. Saben que no iría a ningún sitio. Pero en caso de que se atrevan me encargaré de que no tenga recorrido.

Los dos asintieron y comenzaron a andar hacia la puerta. Estaban mucho más relajados que cuando llegaron. Los eventos de esa noche les habían hecho pensar que conseguirían que Anna se uniese a ellos, sobre todo por la relación que tenía con Stu. Pero había salido mal y la profecía no había resultado ser cierta, así que por lo menos no tendrían que cargar con daños irreparables. 

—Una cosa más.

Se giraron antes de llegar a la salida justo en el momento en el que otro rayo surcaba el cielo detrás de Patrick. Un trueno retumbó mientras se comenzaba a escuchar el repiqueteo de la lluvia en los cristales. Stu miró los ojos de su padre, tan parecidos a los suyos mientras la luz roja intentaba escaparse de ellos.

—Tienes que conseguir que la chica vuelta a estar de nuestra parte —dijo levantando la mano al ver la cara de sorpresa de los chicos—. Las mujeres caen rendidas a tus pies, sé que no tendrás problemas en volver a conquistarla. Pídele perdón, arrástrate, cómprale flores o bombones. 

—Pero...

—No hace falta que tengas prisa, sé que lo acabarás consiguiendo, hijo. Sería interesante que la primera hechicera blanca en cientos de años se uniese a nuestro linaje. Sabéis que cada color es muy fiel a los que tienen su mismo don y podría ayudarnos en un futuro con sus descendientes.

Stu asintió. No tenía ganas de discutir, pero sabía que no sería tan fácil recuperar la confianza de Anna. Antes de que su padre se lo dijese tenía pensado intentar retomar, aunque fuese, su amistad. No había mentido cuando le dijo que sentía algo por ella desde hace tiempo. 

Estos pocos meses a su lado, con sus besos y caricias, habían sido muy felices. Incluso casi consigue evitar que el plan de su padre consiguiese volverla loca. Había propuesto el cambio de última hora para conseguir que ella sufriese lo menos posible. El verla tan cerca de su hermano en la sala de entrenamiento había hecho que lo celos le impidiesen concentrarse en sus intenciones de mantenerla a salvo. Pero al menos ya sabía que no tendría que continuar con el teatro y Anna podía estar tranquila, pues ahora era uno de ellos. 

—Seguiremos en contacto y recordad —dijo mientras colocaba sus manos debajo de su barbilla, sonriendo—: tenemos que seguir en guardia. Tarde o temprano puede aparecer la persona que cumpla la profecía y, cuando pase, nada puede salir mal.

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