CAPÍTULO 8
Música muy alta, alcohol, gente bailando, una gran hoguera... todos los elementos necesarios para que me entrasen ganas de huir a esconderme a algún sitio más tranquilo, tomarme un par de cervezas y leer una buena novela en silencio sin pensar en los estudios ni en nada.
Pero ahí estaba, otro viernes por la noche formando parte de la mecánica universitaria que tanto me cansaba. No era que no lo disfrutase, pero socializar se me hacía tan pesado... Más aún cuando la mayoría de los asistentes estaban ya lo suficientemente borrachos como para hablar a voces, oler a humanidad y ser demasiado insistentes en conversaciones sin sentido.
El equipo había ganado sin problema, por lo que pasarían a competir por el trofeo del campeonato. Estábamos en un claro, cerca del campo de fútbol, donde había unas mesas de camping de madera. Yo estaba sentada en una de ellas un poco alejada de la hoguera, donde se concentraba la mayoría de la gente. La noche estaba extrañamente cálida y desde mi posición se podían ver las estrellas en el cielo.
Había conseguido espantar a algunas personas que venían buscando conversación, a Lucille invitándome a bailar su canción favorita y a un chico que olía demasiado a alcohol e insistía en que tenía que probar el coctel que había inventado.
—Dijiste que pasarías un rato conmigo.
Stu se sentó a mi lado, peligrosamente cerca. Sus ojos verdes brillaban, seguramente por la bebida, pero no parecía borracho. Su pelo estaba mojado y revuelto ya que, gracias a dios, se había cambiado y duchado después del partido. Llevaba una camiseta con el logo de la Universidad que marcaba los músculos de sus brazos y unos pantalones cortos. A pesar de que no hacía frío vi como sus piernas tenían la piel de gallina, pero no parecía importarle.
—Por eso estaba esperándote —contesté sonriendo.
—Buena respuesta. ¿Quieres? —dijo ofreciéndome su vaso.
—No, gracias. No me gusta aceptar bebidas que no sé lo que llevan. Además, estoy servida —respondí dando un trago a mi cerveza.
—Muy bien, es una buena filosofía. Estoy orgulloso de ti.
Se inclinó en la mesa, apoyando sus manos hacia atrás. Con este movimiento, estando tan cerca, rozó mi espalda de forma disimulada. Llevaba un top, por lo que la zona de la cintura la tenía al aire y pude sentir el contacto de su piel. Disimuladamente acercó su mano hacia ahí y comenzó a acariciarme, haciendo pequeños y suaves círculos. Me quedé sin respiración durante una décima de segundo y, para no variar, el rubor subió a mis mejillas.
—Bueno, ¿cómo lo estas pasando? —dijo con naturalidad, como si no estuviese acariciando mi espalda.
—B-bien. —Carraspeé, tenía que calmarme—. No está mal, pensaba que ya habría más gente sin camiseta y algún herido. Pero por ahora no está decepcionando.
—¿Quieres ver a gente sin camiseta? —dijo divertido.
Mierda. Me puse más colorada aún y desvié la mirada. No sabía que contestar. Se acercó suavemente a mi oído, con sus labios casi rozándome el lóbulo de la oreja. Un escalofrío recorrió mi cuerpo.
—Si quieres —dijo con una voz ronca y muy sensual— puedo quitármela. Pero solo si me lo pides.
—De-deja ya de hacer el tonto —contesté, nerviosa, intentando coger las riendas de la situación y apartándome un poco—. No necesitas ninguna excusa para exhibirte, te...
Su mano empezó a tocar mi muslo. A pesar de que lo hizo con suavidad noté que era ruda y fuerte. Comenzó cerca de mi rodilla y fue subiendo lentamente por mi pierna, hasta que llegó a una zona peligrosa y paró, dejándola ahí firmemente. Mi cuerpo estaba totalmente en tensión y me encontraba demasiado excitada como para respirar. Llevaba unos pantalones negros de una tela muy fina y sentía perfectamente su tacto. Mientras hacía esto, él seguía hablándome sobre algo que no estaba escuchando. Incluso saludó sin problema a un par de personas que pasaron por allí.
—Anna.
—¿Sí? —contesté, saliendo un poco de mi estupor.
Él sonrió y se levantó. Se colocó delante de mí y gracias a la mesa nuestras cabezas estaban casi a la misma altura. Apartó suavemente un mechón de mi cabello y lo colocó detrás de mi oreja. Su otra mano había cambiado de posición, pero seguía en mi muslo. Estábamos mirándonos fijamente a los ojos y esos segundos parecieron años.
—¿Qué tengo que hacer para que te des cuenta? —dijo Stu.
—¿De qué?
—De que me gustas...
Tras decir esto, se acercó lentamente y me besó. Al principio me quedé descolocada, pero comenzó a mover sus labios y me uní a él. Poco a poco aumentó la velocidad, con intensidad. El calor comenzó a recorrer mi cuerpo y sus manos acariciaban mis muslos. Puse las mías alrededor de su cuello haciendo que se acercase más a mí, quedándose entre mis piernas. Sentí cosquillas debajo de mi estómago, sus besos pasaban de ser apasionados a pequeños toques mientras me miraba a los ojos. Estábamos disfrutando como si no hubiese nadie más en el campo.
—¡Eres idiota!
Abrí los ojos, reconociendo la voz de Sonia. Me asusté y alejé suavemente a Stu pensando que por algún motivo, para no variar, estaba metiéndose conmigo. Pero no era así. Estaba gritándole a una chica rubia y bajita. La reconocí como la que estaba en la mesa de la cafetería con Peter y Kevin aquel día. Tenía la cara colorada y miraba a Sonia, nerviosa, juntando las manos.
—Perdona... De verdad, n-no te he visto —dijo tartamudeando—. Puedo ayudarte a limpiarlo...
—¡Limpiarlo! Como si fuese tan fácil ¿Tú sabes lo que cuesta esta blusa?
—Yo no... Siento haberte tirado la bebida, solo buscaba...
—Me da igual. Si no fueses una gorda torpe y mirases por donde vas no te pasarían estas cosas.
Unido a estas palabras le dio un empujón a la chica que trastabilló hasta caer al suelo. Ya no pude aguantar más. Aparté a Stu y me acerqué hacia ellas, furiosa. Llegue hasta donde estaba la chica rubia y me agaché, viendo que había comenzado a llorar.
—¿Estás bien? —pregunté, apartándole un mechón de pelo— ¿Te has hecho daño?
—Sonia —dijo Stu, que me había seguido hasta el lugar— ¿Por qué has hecho eso?
—Es una floja, si casi ni le he tocado. Además, aquí a la que le han destrozado la blusa es a mí —contestó haciendo un puchero.
—Ya basta —dije con voz grave y enfadada. Miré a Sonia y hasta ella parecía sorprendida por mi salida de tono. Había gente alrededor de nosotros, pero la gran mayoría no se había dado cuenta de lo que pasaba con todo el bullicio—. Déjala en paz.
—Oye —contestó la aludida, indignada—. Que tu amiga soy yo.
La ignoré mientras ayudaba a la chica a levantarse, que me miró sonriendo. A pesar de todo no perdía esa chispa que noté la primera vez que la vi. Stu seguía intentando que Sonia parase con el circo, lo que era bastante complicado.
—Vamos —dije—. Te acompaño a donde quieras.
—No te molestes.
—No es molestia. Además, estaba ya cansada de esta fies...
De repente una gran bola enorme de luz morada pasó por delante de nosotras y fue a parar a la hoguera, que saltó por los aires expandiéndose sin control. La gente empezó a esquivar los troncos quemados que volaban por todos lados. Algunas ramas de los árboles cercanos empezaron a arder. Gracias al cielo, nos encontrábamos a la suficiente distancia como para que nada nos hiriese, pero algunas personas corrían y gritaban de dolor.
—¿Habéis visto eso? —grité, asustada.
—¿El qué? —preguntó Stu. Tanto él como Sonia, la chica rubia y algunas personas más estaban mirando hacia el fuego, sin saber muy bien como actuar o estando demasiado borrachos como para hacerlo.
—¡La bola de luz morada! —Stu me miró de forma extraña y corrió a ayudar a los que intentaban parar el fuego.
—¿Qué estás diciendo? —dijo un chico que no conocía. Ni siquiera vi su cara, estaba totalmente bloqueada.
—¡Una luz morada! ¡Ha chocado contra el fuego!
—Estás loca —dijo Sonia mientras se iba con unos chicos que se alejaban del lugar.
—Vamos, tenemos que irnos.
La chica rubia tomó mi mano y nos alejamos del claro. No podía dejar de mirar la hoguera, lo había visto perfectamente. Una luz preciosa, morada y grande, que chocó contra la hoguera a toda velocidad. Tres veces. No podía ser una casualidad. Algo estaba sucediendo, algo extraño.
O peor, algo me estaba pasando.
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