CAPÍTULO 4
—Anna... necesito que despiertes.
...por favor, Anna...
¡DESPIERTA!
Desperté sobresaltada, aunque cada vez me estaba acostumbrando más a la voz de mis sueños. Extrañamente, saber que era Peter hizo que me resultase menos aterrador, cuando debería haber sido al contrario. Ese conocimiento me lo guardaba para mí, como era obvio. Si se lo contaba a alguna de mis amigas, a Rob o a Peter seguro que me tomarían por loca. Y bueno, un poco loca sí parecía que estaba. Seguro que tenía todo una explicación, pero como ya me resultaba bastante incómodo no hacía falta meter a nadie en esto. Si significaba algo en algún momento tendría que saberlo. Y si no era nada, pues a vivir con ello.
Me puse unas mallas negras, una camiseta amarilla oversize y las deportivas. Recogí mi pelo para no tener que peinarme, estaba demasiado cansada para aguantar los mechones en la cara. Además, esa tarde la teníamos libre Lucille y yo. Iríamos al centro dando un paseo y cuando hacía algo de deporte siempre llevaba el pelo recogido.
La mañana pasó tranquila. Solo tenía clase de Literatura Contemporánea y fue bastante ligera a pesar de tenernos más de tres horas en nuestros asientos. Me uní a Sonia y Lucille para ir al comedor donde Paula ya nos estaría esperando. El estómago me rugía muchísimo, no había desayunado nada. Nos sentamos en una de las mesas redondas después de coger nuestro almuerzo. En mi caso, un plato enorme de macarrones carbonara y una tarta de queso para el postre. Tanto Sonia como Paula solo tomaron una pequeña ensalada, no sabía como aguantaban, y Lucille arroz, pollo, zanahorias, carne en salsa y más cosas en un súper plato combinado, pues tenía que coger peso para muscularse.
Charlamos de cosas sin importancia. Bueno, más bien escuchamos a Sonia quejarse de sus líos y del dinero que no le daban sus padres para el nuevo bolso de una marca que no sabía ni pronunciar. Mientras comía fingiendo interés, pues me encanta el drama pero ese día había pasado demasiado tiempo escuchado a gente y mi mente estaba dispersa, me di cuenta de que en la mesa que había justo delante de la nuestra estaban Peter, Kevin y otra chica que no conocía.
La chica era rubia, bajita, con un físico muy parecido al mío y los ojos almendrados de color marrón. Estaba sonriendo mientras le contaba algo a Kevin que parecía cabizbajo, mirando a su móvil, pero se notaba que estaba atento porque de vez en cuando sonreía mientras la chica seguía haciendo aspavientos. Yo también sonreí al verlos. Se desprendía de sus gestos que eran buenos amigos.
Peter estaba distraído mirando su comida. Parecía pensativo, con el codo en la mesa apoyando su mano en la mejilla. La chica parecía intentar llamar su atención para que escuchase lo que estaba contando, pero este solo la miraba y volvía a abstraerse, cosa que a su amiga parecía no importarle y seguía con lo que estaba diciendo mirando a Kevin.
De repente, levantó la cabeza y nuestras miradas se cruzaron. Avergonzada, bajé la vista e intenté disimular. Pero, maldita mi suerte, casi me atraganto de la sorpresa justo en ese momento y empecé a toser de una forma nada provocadora mientras Paula me pasaba un vaso de agua y me daba golpes en la espalda. Cuando conseguí recomponerme miré en la dirección en la que estaba Peter. Estaba sonriéndome de forma pícara y dulce a la vez. Sus ojeras estaban más marcadas que de costumbre, pero eso no hacía que perdiese atractivo. Le devolví la sonrisa y me dispuse a prestar atención a mis amigas. No quería que me pillasen sonriendo a un chico y la conversación de "Anna, tienes que perder ya la virginidad" apareciese otra vez en la mesa.
—¡Eh! ¡Pardillos! Estáis en nuestro sitio.
Un grupo de cinco chicos que parecían de primero estaba delante de la mesa de Peter y sus amigos. Iban con sus bandejas en la mano, colocados en grupo detrás del chico que había hablado que parecía el líder. Joven, moreno, con los músculos bien marcados. Todos llevaban la chaqueta del equipo de fútbol de la universidad.
—¿Estáis sordos? —dijo de nuevo el chico moreno—. Este sitio es nuestro, así que marchaos.
—Podéis sentaros con nosotros —contestó la chica rubia con una sonrisa incómoda—. Hay sitio de sobra en la mesa para todos.
—No me voy a sentar contigo, friki.
Todos los amigos empezaron a reírse como hienas. La cafetería entera estaba pendiente de la situación. Levanté la cabeza buscando a mi hermano, a ver si podía poner orden entre sus compañeros de equipo, pero no estaba cerca. Si no, ya hubiese ido a ponerles las orejas coloradas por llamar así la atención. No es que todos los miembros del equipo fuesen adultos funcionales, ni mucho menos, pero tenían una política muy estricta de no meterse con los demás en público. Años anteriores habían recibido muchas llamadas de atención del decano y no querían meterse en problemas y que acabasen eliminando a la fraternidad.
—No os lo voy a volver a repetir...
Los chicos rodearon a Peter, seguramente pensando que era el cabecilla del grupo al ser el más grande de los tres. Él seguía tranquilo, comiendo una gelatina que tenía en su plato. No parecía dejarse intimidar por los chicos, pero a mí el corazón me latía a mil por hora. Eran cinco tíos enormes y, antes de que nadie parase la pelea, seguro que algún golpe se llevaba.
"Mierda, Rob. ¿Dónde estas cuando te necesito?", pensé.
En ese momento, ocurrió algo que para mí era bastante difícil de explicar. Desde dónde me encontraba podía ver por debajo de la mesa de los chicos y me di cuenta de que Kevin hacía unos movimientos extraños con las manos y unas bolas de luz amarilla se fueron formando alrededor de ellas, como si estuviesen orbitando alrededor de sus brazos. Hizo una señal con los dedos y las bolas salieron despedidas hacia donde estaban los chicos estampándose en sus bandejas, haciéndolas saltar y la comida que llevaban les pringó a todos de arriba a abajo. Manchas de tomate, caldo, mayonesa, trozos de carne y brócoli se expandieron por sus caras y cuerpos.
Los chicos no sabían que hacer. Uno incluso empezó a saltar diciendo que se estaba quemando y pidiendo agua, pues llevaba un plato de sopa que le cayó en la cara. Se quedaron estupefactos mientras Kevin y los demás les miraban fijamente, con el rubio fingiendo que no sabía lo que había pasado. Tras la sorpresa inicial vino el enfado, pero cuando uno de ellos intentó encararse con Peter llegó Lupin, lo que me hizo soltar un suspiro de alivio.
Lo había visto varias veces con mi hermano. Él también pertenecía al equipo y gracias a la conversación que tuve con Sonia recordé que Peter lo había mencionado como el amigo que me ayudó a no caer en un coma etílico. Era un chico grande, casi tan alto como el pelinegro. A primera vista parecía estar gordo, pero en seguida te dabas cuenta de que, a pesar de su incipiente barriga, sus brazos y piernas estaban musculadas. Su cabeza rapada y una barba frondosa y negra le hacían parecer más amenazador aún, si eso fuese posible.
—¿Qué estáis haciendo? —preguntó el grandullón mirándolos con asco— ¿Por qué lleváis todo el uniforme lleno de comida?
—Yo... yo —balbuceó el moreno que hacía las veces de líder—. No sé qué ha pasado, tío. Pero esos pardillos...
—No me llames tío —contestó Lupin, encarándole. Le sacaba una cabeza y el chico se achantó—. Recuerda que para ti soy señor, novato.
—Perdón —dijo retrocediendo.
—Perdón, ¿qué?
—Perdón, señor.
—Perfecto —respondió Lupin cruzándose de brazos—. No quiero que molestéis a nadie más. Y ahora, todos a la lavandería para lavar esos uniformes. Y me da igual que no hayáis comido, Luke. La próxima vez lo pensaréis mejor antes de manchar el material que os ha dado la universidad.
Se los llevó de allí mientras el resto de la cafetería volvía a la normalidad. Más de uno había grabado todo el incidente, Paula y Sonia incluidas, y no dudaba que se haría viral. Miré a la mesa de los chicos, donde actuaban como si nada hubiese pasado. Kevin seguía con el móvil y hablando con la chica rubia, tan risueña como antes. Peter continuaba en su mundo y parecía que intentaba buscar alguna respuesta en el fondo de su vaso de gelatina.
—Chicas, ¿habéis visto lo que ha pasado?
—Si, ha sido la bomba. Menudos idiotas más torpes, mira que tirarse todos la comida a la vez. ¡Estos novatos! —contestó Paula con el desdén que siempre le caracterizaba.
—No me refiero a eso —dije intentando mantener la calma—, digo las bolas de luz amarillas que han tirado las bandejas.
—¿Qué? —preguntó Sonia— ¿De qué estas hablando, Anna? ¿Bolas amarillas?
—Sí —contesté dubitativa—, las bolas de luz que han salido disparadas. Las he...
Callé enseguida, pues mis amigas me estaban mirando como si estuviese loca. Y no me gustaba esa sensación. Pedí a Paula que me enseñase lo que había grabado, pero desde ese lado no se veían las manos de Kevin y tampoco aparecía ninguna luz. Dije que sería algún reflejo que me había dado de los cristales y además estaba muy cansada de las clases de la mañana. Pareció que se quedaron convencidas. Todas menos Lucille que me seguía mirando preocupada, pero le hice un gesto para que supiese que todo iba bien y me entendió.
Seguimos con la comida, aunque yo estaba más pendiente de Kevin que de seguir la conversación. Vi que se levantó, despidiéndose de sus amigos y saliendo lentamente hacia la puerta mientras se colocaba los auriculares. Me disculpé con las chicas, diciendo que iba al baño, y salí tras de él. Lo intercepté en el pasillo, tras decir dos veces su nombre y, al ver que no me contestaba, le cogí del brazo haciendo que se asustase y pusiese una pose defensiva muy extraña.
—¿Qué? —dijo desconcertado, hasta que se dio cuenta de quien era— ¡Ah! Eres Anna. ¿Qué tal todo? ¿Más escapadas nocturnas empapadas en alcohol?
—Muy gracioso —contesté, sarcástica—. Tengo que preguntarte una cosa. ¿Qué ha pasado en el comedor?
—Ya lo has visto —dijo sonriendo. Seguía sin mirarme a los ojos, algo que parecía ser muy normal en él—. Un grupo de machitos patosos. No saben lo que les espera con Lupin.
—No digo eso. —Dudé un poco, pero me decidí a preguntarle—. He visto como hacías cosas raras debajo de la mesa con las manos y salían unas luces... No sé, unas bolas amarillas que han tirado las bandejas. ¿Cómo lo has hecho? No me estoy volviendo loca, ¿verdad?
Levantó la cabeza, mirándome esta vez a los ojos. En ellos se adivinaba sorpresa, o tal vez pavor. Me sorprendí bastante, no me esperaba esta reacción. Creía que me iba a decir que estaba loca o algo de eso, pero solo le escuché murmurar.
—Qué dices. Eso no es posible.
—Kevin, ¿era algún truco de esos del club de magia?
—¡Sí! ¡Eso! —dijo suspirando aliviado—. Un truco. Uno muy bueno, pero no digas nada. Bueno, Anna, me encanta hablar contigo, pero esto... esto... Me tengo que ir. Nos vemos, ¡adiós!
—¡Espera!
Pero ya estaba desapareciendo en una esquina. No me imaginaba que fuese tan ágil. Me había dejado intrigada, ¿tan buenos eran en el club de magia? Primero la luz fucsia de Peter la otra noche, ahora esto.
¿Qué diablos estaba pasando?
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