CAPÍTULO 3
—¿Por qué la has traído? Si eres más tonto, no naces...
—¿Qué querías que hiciese? No iba a dejarla en mitad de la calle, borracha. No supo decirme donde vivía y no soy adivino. Además, tú eres casi médico, necesitaba tu ayuda.
—Pues no lo sé. Pero traerla aquí después de lo que pasó... Te vio, Peter.
—No se va a acordar, iba demasiado afectada. No podía ni hablar.
—No puedes estar seguro de eso, como diga algo...
Me desperté, lentamente, abriendo los ojos despacio. Las voces me habían alertado, aunque esta vez en mis sueños aparecían dos, lo cual era un cambio agradable. En cuanto la luz dio en mi rostro la cabeza me empezó a doler como si me estuviesen dando golpes con un cubo de metal puesto en la cabeza. Cerré los ojos rápidamente y solté un quejido de dolor agarrándome a la almohada. Se sumó un olor insoportable a vómito haciendo que me viniese una arcada que apenas pude aguantar. Tapé mi cabeza con las sabanas para que la luz no me molestase y vi que llevaba la misma ropa de la noche anterior. Además, tenía manchas que no quería descubrir de qué eran.
Reuní fuerzas porque si no acabaría vomitando en mi propia cama, me levanté y empecé a quitarme en vestido, pero cuando iba a hacerlo...
—¡No!
Alguien me tiró una manta encima y me hizo caer de nuevo en la cama. Entré en pánico. No me había dado cuenta de que había una persona en mi habitación, pues la luz me seguía molestando demasiado. Empecé a gritar hasta que noté como unas manos fuertes me tapaban la boca con firmeza pero suavidad. Me di cuenta de que era el chico de la voz, con su pelo negro revuelto y sus ojeras. Me miraba con miedo, como si no supiese cómo actuar. No sabía por qué, pero mi instinto me dijo que podía relajarme, estar tranquila con él. Golpeé su mano para que la quitase.
—¿Me prometes que no vas a gritar?
Asentí mientras rodaba los ojos. Apartó su mano y se desplazó para que pudiese incorporarme, ya que con la maniobra se había colocado encima de mí. Me di cuenta de que no estaba en mi habitación. La distribución era la misma, como todas las de la residencia, pero estaba decorada de otra manera. Todo era de un austero color blanco, con algunos detalles en negro. Parecía bastante impersonal todo menos una parte donde se colocaban libros de fantasía, mangas y algunos vinilos. Un ordenador portátil en el escritorio, un armario abierto y mucha ropa por el suelo completaban el cuadro.
Me sobresalté cuando vi que había otro chico mirando desde la puerta. Era más o menos de mi estatura, con el pelo corto, rubio y rizado. Parecía tener los ojos azules, aunque varios mechones lo tapaban. Llevaba la capucha de su sudadera azul claro puesta en la cabeza y unos cascos retro colocados en el cuello. Era delgado y tenía una postura bastante recta. Destilaba energía y su cuerpo parecía en tensión, como si se fuese a poner a saltar en cualquier momento. Me dirigió una sonrisa dulce mientras levantaba la mano.
—¡Hola! —dijo con ímpetu—. Me llamo Kevin Black. Lupin me ha dicho que había una chica por aquí y quería saber si era verdad.
—Hola, Kevin —dije respondiendo a su saludo—. Soy Anna. ¿Nos puedes dejar un momento a solas? Quiero hablar con...
—Claro —contestó cerrando la puerta—. Si necesitas ayuda con algo, solo silba.
Me quedé mirando al chico, que estaba sentado aún en la cama. Llevaba una camiseta negra que resaltaba aún más su palidez. Unos pantalones de pijama rojos y cortos completaban el conjunto. Evitaba mirarme, así que pude echar un vistazo sin pudor. Me coloqué el vestido debajo de la sábana, dándome cuenta de que había estado a punto de desnudarme delante de unos desconocidos.
—Bueno, ¿qué estoy haciendo aquí?
—Anoche te fuiste de la fiesta muy borracha —comenzó a decir—. Te encontré en un banco, casi inconsciente. Te pregunté donde vivías pero no me lo decías así es que te traje a mi cuarto. Kenneth... Lupin, prefiere que lo llamen por su apellido, está estudiando medicina y te dio algo para que vomitases y pudieses dormir. No quise llevarte a la enfermería porque me dijo que estarías bien, que solo tendrías una buena resaca.
—Hiciste bien —contesté, notando los labios muy secos—. No hubiese sido bueno para mi beca ni para mi carrera. Pero ¿has dormido conmigo?
—No, no, no —dijo poniéndose muy nervioso—. Yo dormí en el sofá de la salita, aunque dejé la puerta abierta por si necesitabas ayuda.
—Gracias... supongo. —Estaba comenzando a despertarme de verdad y la vergüenza me atacaba—. ¿Puedo darme una ducha? Creo que tendrás que lavar las sabanas...
—Claro, no te preocupes. Puedo dejarte una camiseta, a ti te quedará como un vestido, para que puedas llegar a tu habitación. No sé si quedará lejos...
Salió del lugar para darme intimidad. Refrené mi impulso de ponerme a cotillear y de recoger toda la ropa que estaba tirada en el suelo, pasé al baño y me duché sin mucha ceremonia. Me miré en el espejo y mi cara no estaba tan horrible como esperaba. Había conseguido eliminar con el agua y jabón el poco maquillaje que llevaba y el olor había desaparecido. Cogí una bolsa para meter mi vestido y chaqueta, que cerré para llevarlos a la tintorería en cuanto pudiese o Sonia me mataría. No echaría de menos un vestido que a lo mejor ni se había puesto más de una vez, pero no dejaría pasar la oportunidad de meterse conmigo. Salí a la habitación, con el pelo aún mojado y me puse la camiseta que me había dejado. Tenía razón, era tan alto que me quedaba bastante bien su camiseta marrón. Además iba a juego con mis botas. A lo mejor me la quedaba.
Pasé a la sala común y el moreno estaba sentado en el sofá. Se levantó torpemente cuando me vio entrar y Kevin, que también estaba ahí, me saludó. Parecía estar escuchando música, en su mundo. Mi amigo desconocido se acercó a la puerta para despedirse. Con su altura tenía que agacharse para mirarme cuando nos encontrábamos demasiado cerca. Nos apoyamos ambos cada uno en uno de los lados del marco de la puerta.
—Siento lo de las sabanas y gracias por todo —dije mientras me colocaba un mechón de pelo detrás de la oreja—. Te devolveré la camiseta en cuanto la lave.
—No te preocupes, es tuya —contestó sonriendo.
Después de la ducha había algo que me estaba rondando la cabeza, recuerdos borrosos de la noche anterior que me hacían sentir bastante incomoda. Me daba mucha vergüenza preguntarle, pero tenía que saber si había pasado algo.
—Oye... Anoche alguien me molestó antes de que tu llegases, ¿verdad?
—Sí —dijo con cara de circunstancia—. Pero Anna, no te hizo nada. Llegué a tiempo para pararle los pies.
—Muchas gracias —contesté mientras suspiraba de alivio— Y, bueno, esta parte es más difícil de preguntar.
—Dime.
—¿Lanzaste una bola de luz fucsia?
El chico me miró, sorprendido, y después comenzó a reírse. Me sentí muy idiota, pero es que el alcohol había hecho estragos en mi cuerpo y no sabía qué es lo que había pasado.
—¿Una bola de luz? Creo que estas mezclando los sueños con la realidad. Pero me gusta la idea. Además, el fucsia es mi color favorito.
—¿Sí? Nunca lo hubiese dicho —dije con expresión divertida—. Tienes razón, menuda noche. No voy a volver a beber nunca más.
—Permíteme que lo dude.
—Espera —dije mientras sujetaba la puerta para que no la cerrase—. Me tienes que decir tu nombre, ya has visto demasiado de mí y he dormido en tu habitación. Esto ya es personal.
—Peter —contestó con una sonrisa.
—Adiós, Peter —respondí intentando sonar dulce, pero una arcada acudió de nuevo a mis labios y a duras penas conseguí aguantarlo, lo que hizo que mi nuevo amigo comenzase a reírse ante mi cómica expresión.
Llegué enseguida a mi habitación puesto que estaban en el mismo edificio, aunque la suya en una punta y la mía en la otra, lo que me llevó diez minutos. Al menos, no tuve que salir a la calle, porque sería un paseo de la vergüenza demasiado obvio y no tardaría en saberse que la hermana de el gran Rob Ludwig no había dormido en su habitación. No me encontré a nadie por el camino, pero cuando llegué Lucille estaba sentada en el sofá con cara de enfado, esperándome.
—¿Se puede saber dónde estabas? —preguntó exaltada mientras se levantaba y me cogía de los brazos—. Llevo llamándote desde que me he levantado. Pensaba que habías venido antes que nosotras de la fiesta y te habías dormido, pero cuando he entrado a tu habitación y no te he visto...
—Tranquila, respira —le dije sujetándola y llevándola al sofá—, estás hiperventilando. Lo siento muchísimo, Luci. Se me apagó el móvil. Bebí demasiado y parece que me perdí cuando intentaba volver a la habitación. Me encontré con un amigo que no sabía dónde estaba mi cuarto, así que me dejó su cama. Lo siento, de verdad.
Me sorprendió que se pusiese así por mí, pero con ella me hubiese pasado lo mismo. Lucille era la única de mis compañeras por las que sentía verdadera amistad. Seguíamos siendo las mismas y, a pesar de todo, notaba que le importaba.
—No vuelvas a hacerme esto —dijo ya más calmada—. He estado a nada de llamar a la policía.
Nos dimos un abrazo, riéndonos. Me levanté para ir a mi habitación a cambiarme, pero justo en ese momento apareció Sonia, tan perfecta como siempre.
—Al fin has vuelto —dijo mirándome de arriba a abajo—. Y parece que al fin nuestra pequeña Anna ha tenido fiesta. Ya te lo dije, Lucille, que seguro que había conseguido ligar de una vez.
—No es lo que parece —contesté mirando a Lucille, que parecía que acababa de darse cuenta de que no traía mi ropa—. No hicimos nada, él durmió en el sofá.
-—¿Quién es "él"? —preguntó mi amiga, divertida— ¿Lo conocemos?
—No pasó nada. Se llama Peter, es alto y con el pelo negro. Muy blanco de piel. Creo que está en un club de magia o algo así —dije mientras pasaba a mi habitación.
—¿Peter Shein? —escuché que decía Sonia—. Es de la clase de tu hermano, creo que es su tutor. Conozco a su amigo Lupin, del equipo de fútbol.
"Con que conoce a mi hermano", pensé mientras entraba en el baño. Por eso sabía mi nombre. Sonreí, pensando en cómo había intentado desconcertarme. Parecía que Peter Shein estaba lleno de sorpresas.
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