CAPÍTULO 27
Rojo oscuro.
La luz que me atacó en el restaurante. Ahí estaba, deshaciéndose en mil pedazos alrededor de nosotros. Peter no tardó en incorporarse, poniéndose en guardia mientras me protegía con su cuerpo. Me tendió la mano antes de girarse para enfrentar a quien quiera que perteneciese ese color. Pude ver como su camiseta tenía varios rasguños desde donde brotaba sangre. Se veía doloroso, pero no parecía tenerlo en cuenta.
—Peter... —comencé a hablar mientras acercaba mi mano a su espalda. Sentí un pinchazo en mi estómago al pensar que le habían hecho daño.
—Tú.
La voz de Peter resonó ronca y llena de rabia. Me había despistado mirando sus heridas y su cuerpo me tapaba la entrada de la sala de entrenamiento. Asomándome por detrás de él conseguí ver a la persona que nos había atacado. Mi corazón se rompió en mil pedazos, no entendía que estaba pasando. Como un muerto en vida, me acerqué a la entrada, pero la mano de Peter me detuvo antes de que cometiese alguna tontería.
—¿Stu?
—Anna, déjame explicarte.
Su voz resonó en mi cabeza como si se encontrase a kilómetros de distancia. A pesar de estar alejado, podía ver como sus ojos emitían un brillo rojo que se fue apagando poco a poco para volver a su color original. Verdes. Esos ojos verdes, esas arrugas que se formaban cuando sonreía, su sonrisa perfecta...
Y la verdad apareció de repente.
—Eres... —dije con un hilo de voz—. Eres hijo de Patrick Shein. Tus ojos...
Se encogió de hombros con una sonrisa que no hizo más que afirmar mis sospechas. Cuando conocí a Patrick estaba nerviosa por los acontecimientos de la noche y al presentármelo como el padre de Peter había pensado que la familiaridad de su porte se debía a el parecido que tenía con el hechicero. Pero no solo era eso, en sus rasgos se escondía el secreto que había estado guardando tan celosamente.
—¿Por qué? — pregunté. Si no fuese porque la mano de Peter me sujetaba puede que me hubiese desmayado.
—Porque te necesitamos, Anna. No te das cuenta de lo importante que eres para nuestro mundo. Contigo podremos conseguir que todos vean de lo que somos capaces, que nos tomen en cuenta. Podremos unirnos para hacer de este lugar un sitio mejor, seremos...
—¿Quién te ha dejado entrar?
La voz de Peter me sobresaltó. No me había dado cuenta de que llevaba un rato en silencio. Me di cuenta de que su mandíbula estaba tensa, al igual que todo su cuerpo. Su posición me indicaba que estaba preparado para cualquier intento de atacarnos, ligeramente inclinado hacia delante y con un pie adelantado.
—He sido yo, Shein —se escuchó mientras una figura robusta entraba por la puerta.
—Lupin...
Se colocó cerca de Stu en una posición defensiva parecida a la de Peter. A pesar de la tensión que se respiraba en el ambiente, Stu seguía tranquilo y mirándome con una intensidad que asustaba. Lupin cerró la puerta mientras murmuraba algo y una luz azul apareció en sus manos, que fue a parar a la cerradura. Estaba segura de que nos había encerrado.
—¿Cómo has...? —comenzó a decir Peter con un ligero temblor de rabia en su voz.
—¿El qué? ¿Cómo he cambiado de bando? Nunca he estado de acuerdo con vosotros, Peter. Queréis frenar el progreso. Sois mis amigos, pero esto es mucho más grande.
—Anna, no queremos hacerte daño. Solo necesitamos tu ayuda.
—¡Habéis estado acosándome! ¡Poniéndome en peligro! Tú... —dije enfurecida mientras le señalaba con el dedo—. Tú has fingido que te gustaba para vigilarme, para que no me desviase de vuestros planes.
—No es verdad, Anna. Me gustas desde hace mucho tiempo y no sabía que serías la persona de la que hablaba la profecía. Es verdad que enterarme hizo que perdiese el miedo a confesarlo, pero nunca pretendimos hacerte daño. Fue un plan estúpido para asustarte, por eso hemos venido a buscarte. Nosotros...
Stu se iba acercando poco a poco hacia donde estábamos mientras hablaba, pero fue interrumpido por una bola de luz fucsia que se estrelló justo delante de sus pies. Miré a Peter, que había soltado mi mano y apretaba los puños con fuerza. Sus ojos, ya no eran oscuros. Emitían una luz del mismo color que su magia. Me quedé embobada durante un segundo. Era fascinante.
—No te acerques a ella, Rogers.
—No puedes impedirlo —dijo Lupin mientras avanzaba hasta colocarse a la misma altura que Stu—. Podemos hacer esto por las buenas o por las malas, pero tarde o temprano la profecía se cumplirá.
—¡Estáis locos! —grité, enfadada— No pienso ayudaros.
—Por las malas, entonces.
Lupin levantó un brazo y decenas de luces de color azul celeste surgieron de sus manos y se dirigieron con rapidez hacia nosotros. Pero Peter estaba preparado y formó un escudo fucsia donde se estrellaron justo antes de que llegasen.
—¡Escóndete! —gritó Peter mientras en su mano se iba formando una bola de luz.
Esta vez no pensaba discutirle. Con la adrenalina saliendo por mis poros corrí hacia el escenario, donde me dirigí a la zona de vestuarios, aunque en el último momento decidí esconderme en uno de los lados detrás del telón. Quería ver que estaba pasando y no pensaba abandonar a mi amigo a su suerte.
Stu y Lupin comenzaron a rodear a Peter mientras los tres creaban una especie de escudos de luz de su color. No era una lucha justa. Peter intentó que no le encerrasen, mirando a los lados para procurarse espacio para maniobrar. Stu fue el primero en atacar con pequeñas bolas rojas que se estrellaron contra el escudo fucsia, haciendo que retrocediera por la fuerza de las embestidas.
Tras eso, pequeñas bolas fucsias, azules y rojas comenzaron a inundar la sala. Si no fuese por la situación, hubiese disfrutado de un espectáculo tan hermoso. Los escudos repelían la mayoría de los ataques, pero los contrincantes tenían que hacer acrobacias para evitarlas todas. Peter, viéndose acorralado, saltó con agilidad interponiendo una fila de sillas entre ellos.
—Ríndete, Shein. No queremos hacerte daño. Ni a ella, solo intentamos que conozca a la gente adecuada.
—¡Púdrete, Kenneth! —gritó Peter.
Se encontraba cerca de mí y pude ver como sujetaba su brazo, estaba sangrando. Un hormigueo comenzó a recorrer mi cuerpo desde la punta de los dedos. Peter estaba herido de nuevo, por mi culpa.
—Ella es necesaria, Shein. Pero tú, no. Ten eso claro, hermanito.
Una lluvia de luces rojas y azules se estrellaron contra el fuerte improvisado que había montado Peter. Miles de astillas sobrevolaron la estancia y mi amigo acabó atrapado contra la pared. Un montón de madera impedía que pudiese moverse y podía ver como el dolor apagaba poco a poco el brillo fucsia de sus ojos. Sentí como mi corazón se encogía y el hormigueo se convertía en una corriente que me daba la confianza en mí misma que necesitaba.
—Has decidido tu bando, amigo —dijo Lupin mientras se acercaba junto a Stu para colocarse delante de Peter—. Siento que las cosas acaben así, pero no podemos permitir que estés siempre inmiscuyéndote en algo que es más grande que nosotros.
Levantaron sus manos a la vez, en las que se empezaron a formar bolas de luz que cada vez se hacían más grandes. Llevé mis manos a mi estómago, me dolía demasiado. Peter iba a morir por mi culpa y un grito empezó a nacer de mi garganta. Grité, grité tan fuerte saliendo de mi escondite en el escenario que los tres me miraron, desconcertados.
Como si se hubiese detenido el tiempo y haciendo acopio de todas mis fuerzas di un salto y corrí a interponerme entre Peter y ellos. Cerré los puños mientras mi visión comenzaba a volverse borrosa. Sentí como la corriente que recorría todo mi cuerpo se convertía en algo tan intenso que tenía que podía desmayarme en cualquier momento.
Pero no lo hice, aguanté, notando como todo el vello de mi cuerpo se erizaba, como mis dientes chirriaban de tanto que los apretaba. Sentí un zumbido en mis oídos que me impedía escuchar a los chicos, que parecían sorprendidos por lo que estaba pasando. Sus luces brillaban en sus manos con fuerza, preparados para atacar en caso de que fuese necesario.
Solo habían pasado unas décimas décimas de segundo, pero me parecieron siglos. Conseguí salir del trance en el que me encontraba cuando escuché la voz de Peter, ronca y suave, a mis espaldas.
Anna.
Y entonces, sucedió.
Comenzó en mi corazón, lo sabía. Tenía la certeza de que la energía surgía de lo más profundo de mi ser. Recorrió mi pecho, mis hombros, mis brazos, hasta que llegó a mis manos justo en el momento en el que las levantaba.
Después, todo se volvió blanco.
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