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CAPÍTULO 26

Correr. Correr. Correr.

Durante los siguientes cinco minutos fueron las palabras que ocuparon mi mente. No podía pensar en nada más. Solo cuando llegamos a la puerta del edificio de la Facultad de Filosofía, donde se encontraba el despacho del profesor Sanderson y el aula de entrenamiento, fui consciente de la pésima forma física en la que me encontraba. Me costaba respirar y las piernas me ardían. Notaba como las gotas de sudor corrían por mi espalda y deseé poder estar tranquila en mi habitación y darme una larga ducha.

Con la mano en el estómago, me apoyé en la pared para poder recuperar el aliento. Peter me miraba con impaciencia, pero alcé la mano para que me diese unos segundos. 

—¿Qué hacemos aquí, Peter? —pregunté con la voz entrecortada.

—He avisado a todos para que nos encontremos aquí. Esto parece más peligroso que otras veces, Anna. Quieren que te rompas, que huyas, que acabes gritando a los cuatro vientos que unas luces os están atacando. Tenemos que hacer un plan de contención, no me importa lo que quiera el profesor.

Conseguí calmarme y me di cuenta de que Peter estaba hablando más para si mismo que contestándome. Tenía las manos en la cabeza y miraba alrededor, como si buscara a alguien que podría haber estado siguiéndonos. Tomé su mano lo que hizo que, al igual que otras veces, una pequeña corriente recorriera mi cuerpo. Me preguntaba si él sentiría lo mismo.

—Vamos —dijo. Parecía que acababa de acordarse de que estaba allí—. Hemos quedado en la sala de entrenamiento. 

Subimos con calma las escaleras. Mi cuerpo no hubiese aguantado otra carrera de fondo sin bloquearse. Con el silencio del lugar y la oscuridad, mi mente retrocedió hasta el ataque del restaurante. Estaba segura de que el color de las luces de ese incidente no era el mismo que acababa de ver. La luz del estadio era de un rojo mucho más brillante y la otra fue más parecida al granate.

Si había entendido bien como funcionaban los dones, y Peter decía que la luz de esa noche era la de su padre, quería decir que él no había sido el responsable del primer ataque. Ahora solo teníamos que averiguar quienes eran sus aliados.

—Chicos, ¿qué ha pasado?

En mis cavilaciones no me había dado cuenta de que habíamos llegado y me sobresalté con la interrupción. Carol estaba en mitad de la sala con los brazos cruzados y una expresión de preocupación en su rostro. Llevaba un traje casual de color azul oscuro con una blusa blanca que resaltaba su moreno natural. No era la ropa que alguien se pondría para ver un partido de futbol y tampoco recordaba haberla visto en el estadio.

 —Mi padre —contestó Peter mientras recorría el lugar, mirando cada recoveco—. Ha atacado el estadio. Tenemos que trazar un plan, el profesor no está y no sé de lo que ese hombre puede ser capaz para lograr sus objetivos.

Carol lo miraba con lo que parecía una sincera sorpresa. No me había olvidado de la conversación que había escuchado en la fiesta, por lo que seguía estando en lo más alto de mi lista de sospechosos. Me acerqué a ella mientras la miraba disimuladamente, esperando notar algún gesto que la delatase. 

—¿Qué locura es esta, Peter? —dijo mientras tomaba asiento en uno de los sillones del auditorio— ¿Es por la dichosa profecía?

—¡Sí! —gritó mientras se asomaba detrás de bastidores.

—Mierda, sabía que algo de esto pasaría —murmuró Carol.

—¿Lo sabías? —pregunté a la vez que me sentaba a su lado.

Me miró, sobresaltada. Mis andares silenciosos y que estuviese pendiente de Peter habían contribuido a que no se diese cuenta de que estaba tan cerca de ella. Intenté poner mi mejor cara de inocente, aunque parece que no dio resultado porque arqueó las cejas mientras sus ojos rodaban por la estancia.

—Claro que lo sabía, Lugwig. Todos los hechiceros lo sabemos, es algo que nos cuentan desde pequeños. Aunque solo algunos siguen creyéndolo cuando son adultos.

—¿Y tú eres una de ellos, Carol?

Me miró frunciendo el ceño y parecía que había dedido que no le interesaba la conversación porque se levantó para acercarse hacia donde estaba Peter, que había vuelto a la sala. Supe que era el momento de poner las cartas sobre la mesa, como diría Agatha Christie. 

—Te escuché hablar con Paula en la fiesta de medicina.

Vi como se puso tensa cuando escuchó mis palabras, apretó los puños y, aunque estaba de espaldas a mí, supe que a lo mejor había sido una mala idea provocarla. Sobre todo porque Peter estaba mirándome con los ojos muy abiertos mientras negaba con la cabeza. 

—¿Eras tú la que estaba escondida en el baño espiándonos y salió corriendo cuando la descubrimos?

—No estaba espiándoos —contesté mientras notaba que el rubor subía a mis mejillas—. Estaba en el baño y dio la casualidad de que vosotras entrasteis y ya no podía salir y... 

Me estaba poniendo muy nerviosa. No estaba acostumbrada a encarar a la gente y mucho menos a una persona a la que conocía tan poco. Carol era bastante intimidante, con su semblante serio y su porte. Se había dado la vuelta y me miraba fijamente. Peter hacía señas tras de ella, indicándome que dejase el tema. Eso acabó por enfurecerme, estaba harta de darle tantas vueltas al todo.

—Lo que quiero decir —continué, intentando serenarme— es que no era mi intención. Y no cambies de tema. ¿Por qué estabais hablando de que yo sabía algo y no sé qué de un plan?

—Eso no es de tu incumbencia —contestó, cortante.

—¡Pero si estabais hablando de mí! ¿Cómo no va a ser de mi incumbencia?

—Anna, creo que no es el momen...

—No intentes defenderla, Peter —le corté mientras me acercaba a Carol—. Estás escondiendo algo y no sé si tendrá algo que ver con todo lo que ha pasado esta noche. Y, por cierto, ¿dónde estabais? No os he visto en el partido y sé que Paula llegaba esta tarde. 

—Estás loca.

Se fue a sentarse de nuevo. Su cara reflejaba el enfado por el interrogatorio al que le estaba sometiendo, pero no me importaba. Necesitaba respuestas y quería tenerlas ya. Estaba harta de vivir con tantas dudas.

—Pues lo que creo —dije mientras me ponía delante de ella— es que de alguna manera estáis involucradas en lo que está pasando. Que sois cómplices de su padre. Puede que Paula sea también una hechicera con el don rojo y me atacase en el restaurante. Puede que queráis volverme loca para lograr vuestros propósitos egoístas. Puede que...

—¡Ya basta!

El grito de Carol se clavó en mis oídos. Estaba encogida en el asiento, con los brazos sobre las piernas y el rostro enterrado en las manos. Me quedé en silencio mientras Peter se sentaba a su lado y le pasaba el brazo por los hombros para reconfortarla. No sabía que estaba pasando, pero comencé a sentir una sensación de culpa que calmaba mi enfado. 

—Carol, yo...

—No pasa nada, Ludwig. Le dije que esto no funcionaría, que no podríamos esconderlo eternamente. Pero ella estaba empeñada en que si os enterabais la rechazaríais y podría a llegar a saberlo su familia. Por eso nos veíamos a escondidas. Por eso intenté calmarla esa noche, cuando nos escuchaste, inventando un plan absurdo que no llevaría nada más que a malentendidos. 

—¿De qué estás hablando? —pregunté, confusa.

—Paula y yo somos novias.

Me senté a su lado. Mi cuerpo se había relajado y sentía el peso de la culpabilidad en la espalda. No podía creer que hubiese buscado una explicación tan enrevesada a lo que había pasado. Los eventos de los últimos meses habían hecho que mi mente divagase y todo lo relacionase con el mundo de las luces. Tomé su mano, intentando que mi gesto expresase lo que quería transmitir.

—Lo siento, Carol. Por pensar que queríais hacerme daño.

Levantó la cabeza para mirarme mientras apretaba mi mano. Por primera vez conseguí ver una sonrisa en su rostro que, aunque surcada por pequeñas lágrimas, resultaba reconfortante. Creo que haberme contado eso hizo que se quitase un gran peso de encima. Ya no tendría que lidiar con ello. 

—Aquí estamos. ¿Cuántos culos hay que patear? 

Kevin entró en la sala, seguido de Lily y Oscar. Este último se acercó a su hermana cuando vio que había estado llorando. Peter y yo nos levantamos para dejarles más privacidad y nos acercamos al grupo. El último en pasar fue Lupin. Aún llevaba el uniforme del equipo aunque se había quitado las protecciones. 

—Esto es serio, Kevin —dijo Lupin mientras le daba una pequeña colleja. 

—¿Estáis bien? —preguntó Peter.

Todos asintieron. Parecía que se iba a hacer cargo de la situación y nos colocamos en un círculo mientras esperábamos a Oscar y Carol, que se acercaron para unirse a nosotros. Esta última parecía más tranquila, se había limpiado las lágrimas y volvía a tener su postura recta tan característica. Cuando todo eso acabase esperaba poder hablar con ella y Paula tranquilamente. No quería que se escondieran más, al menos no conmigo. Lo demás era decisión de ellas.

—De acuerdo, necesitamos trazar un plan porque esto se está poniendo demasiado peligroso. Tenemos que proteger a Anna, no sabemos de lo que serán capaces para conseguir sus propósitos. Lily —dijo mientras esta se sobresaltaba— ve con Kevin a buscar a tu padre, necesitamos su ayuda.

—No está en la ciudad.

—Intentad localizarlo para que venga lo antes posible. Que busque ayuda de otros hechiceros que no sean afines a mi padre. Podría hablar con el consejo. No sabemos cuantos habrá reclutado ya para su causa.

Lily asintió y salió de la habitación seguida por el rubio. Me quedé embobada mirando a Peter. No sabía de esta faceta suya tan segura y firme, tomando las riendas como un buen líder. Me gustaba. 

—Carol, Oscar —prosiguió dirigiéndose a los mellizos—. Vosotros podéis controlar la luz para los hechizos de las puertas. Tenéis que ir a cambiar los que podáis para que solo nosotros tengamos permiso para entrar a las salas del edificio. La del profesor es más potente y seguramente no podréis, pero se encargará él cuando llegue. Volved aquí cuando terminéis.

Los dos salieron, sin decir nada, de la sala con rapidez. Era increíble lo que se parecían, hasta tenían la misma forma de andar. Nos quedamos los tres en silencio. No se si Peter quería sopesar lo que deberíamos hacer nosotros o no se sentía cómodo dándole órdenes a un chico tan grande como Lupin. Esto último era una tontería, pero estoy segura de que a mí me pasaría.

—Kenneth, me quedaré con Anna mientras tú vas a revisar los alrededores del edificio. Si hay alguien sospechoso retenlo hasta que te convenza su explicación. Si ves a mi padre mándame un mensaje e iré a ayudarte. Cuando acabes, vuelve para que no se quede sola e iré a buscarlo yo mismo. Intentaré resolver esto.

—¿Y mientras yo que hago? —pregunté.

—¿Tú? Quedarte aquí —contestó Peter mirándome a los ojos.

—No puedes pretender que no haga nada —dije mientras comenzaba a enfadarme—. Ya hablamos de esto, Peter. No podéis dejarme fuera.

Lupin comenzó a alejarse de nosotros en silencio, creo que se dio cuenta de que íbamos a comenzar a discutir y no quería estar presente. Peter me miró con firmeza y casi consigue desestabilizarme con sus ojos oscuros. Pero no iba a permitir que pasase lo mismo, tenía que empezar a tenerme en cuenta.

—Anna, esto es muy peligroso. Mi padre es un hechicero poderoso y no sabemos cuál es exactamente su plan.

—¡Exacto! Y puede que sea dejarme aquí encerrada.

—Por eso estaremos en todo momento alguno de nosotros contigo. 

—Pero... pero...

Sentía como la frustración volvía a invadirme. Las lágrimas acudían a mis ojos y mis palabras resonaban en mi cabeza, pero no llegaban a mis labios. Emití un pequeño grito mirando al techo mientras me tapaba la cara con las manos, intentando serenarme. De repente los largos brazos de Peter me rodearon, haciendo que la corriente que invadía nuestros cuerpos me transmitiese la paz que necesitaba. Comenzó a acariciar mi pelo mientras que pasaba su otra mano por mi espalda y sentí que todo saldría bien.

Justo cuando recobré las fuerzas para poder continuar con nuestra negociación, noté como Peter se tensaba y movía mi cuerpo ligeramente para interponerse entre la puerta y yo. Todo pasó muy rápido, caímos con fuerza hacia el escenario mientras él intentaba protegerme con sus brazos. Noté el duro suelo en mi espalda y cabeza, acompañado de un dolor punzante en la zona impactada. Peter estaba encima de mí, su pelo caía en mi cara mientras notaba su respiración agitada.

—¿Estás herida? —preguntó, preocupado.

Me di cuenta de que una mueca de dolor se dibujaba en su rostro. Algo debía de haber impactado contra nosotros y, como respuesta a la pregunta que me estaba haciendo, vi cómo pequeñas volutas de luz rojas comenzaban a rodearnos. El miedo comenzó a recorrer mi mente.

—Peter.

—¿Qué pasa?¿Estás...?— se interrumpió cuando siguió mi mirada y vio las luces que nos rodeaban.

—Es ese color. Es el color de las luces que me atacaron en el restaurante.

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