CAPÍTULO 24
—Pero ¡qué narices te pasa!
Peter estaba tocándose la frente con cara de dolor. Del susto que me había dado al encontrar una voz siniestra a oscuras en mi cuarto, le había tirado el manojo de llaves que tenía en la mano, que no era pequeño. Mi gran puntería ayudó a que mi visitante tuviese un pequeño rasguño encima de la ceja y pareciese un niño enfurruñado.
—¿Qué me pasa? Estás sentado en mi sofá, con la luz apagada y no se te ocurre otra cosa que asustarme —contesté enfadada mientras tiraba el bolso a su lado, encendía una de las lámparas que había en la cómoda y buscaba el pequeño botiquín.
—Lucille me dejó entrar para esperarte, dijo que no tardarías. Estaba enfrascado en mis pensamientos y no me di cuenta de que se había hecho de noche —dijo a la vez que me sentaba a su lado y quitaba su mano para que pudiese ver la herida—. No pensaba que me atacarías lanzándome un arma mortífera.
—Qué dramático eres.
Sonreí mientras limpiaba la herida con una gasa y agua. No era más que un pequeño arañazo, por lo que apliqué un poco de cristalmina para que no se infectase. Me apoyé en su pierna para acercar mis labios a su frente y poder soplar la herida. Cuando bajé la mirada me di cuenta de que los ojos de Peter estaban fijándose en mi con una sonrisa y comprendí la postura tan incómoda en la que estaba.
Carraspeé mientras me sentaba a su lado, con una pierna doblada debajo de mí para poder mirarle y apoyando un brazo en el cabecero del sillón. Él estaba en una postura más recta, apoyado en el respaldo y con las piernas estiradas cual largas eran. Pensé en lo mal que lo tenía que pasar cuando viajase en autobús.
De repente, me quedé paralizada y llevé una de mis manos a la boca para contener una carcajada. No me había dado cuenta antes, debido seguramente a la adrenalina, pero Peter llevaba una vestimenta de lo más especial. Unos pantalones de traje negros con zapatos de vestir, una camisa fucsia y ajustada acompañada de un chaleco del mismo color que los pantalones. En su regazo había un sombrero de copa, no muy grande, pero de un llamativo rosa suave.
—Pero ¿qué narices?
—¿Qué pasa? —preguntó levantándose y girando con los brazos abiertos— ¿Nunca has visto a un mago?
Su cara estaba ligeramente sonrojada, pero se adivinaba la diversión que mi gesto le causaba en su sonrisa. La verdad era que, mirándolo mejor, estaba muy guapo. La camisa hacía que su espalda se viese más ancha y los pantalones le quedaban como un guante. Cuando me di cuenta me había quedado embobada mientras Peter me miraba esperando una respuesta.
—Esto... Sí —contesté intentando recobrar la compostura que últimamente tanto perdía—. Pero me ha sorprendido verte así, no me lo esperaba. ¿Es tu traje de super hechicero? ¿Cómo Batman?
—Muy graciosa —contestó mientras volvía a sentarse—. Por si no lo recuerdas, participo en un Club de Magia muy prestigioso y tenemos que guardar las apariencias. He tenido una actuación en el café del centro esta tarde y he venido directamente cuando ha acabado.
—No sabía que os lo tomabais tan en serio, pensé que era una tapadera.
—Todos lo hacemos, por si alguien nos ve usando la luz y duda demasiado. La explicación del ilusionismo calma sus mentes.
Nos quedamos en silencio. La incomodidad de las discusiones que habíamos tenido volvió después de que superáramos el momento de la incursión nocturna. Mi enfado se había calmado con la conversación que había tenido con Lily y su padre, pero aún estaba allí. Y creo que haberle pillado besando a una chica la noche anterior no ayudaba a mi humor.
—Anna yo... Lo siento mucho.
—No tienes que darme explicaciones.
—Sí, tengo que hacerlo. Tienes toda la razón, no debimos ocultarte información. Estás en tu derecho de querer saber que está pasando con tu vida. Te hemos involucrado en algo peligroso y la mejor forma de protegerte es que sepas a qué te estás enfrentando.
Suspiré, aliviada. Primero porque al fin me habían entendido y podía ayudarles a investigar lo que estaba pasando y segundo, bueno, digamos que pensaba que íbamos a hablar sobre mi reacción de ayer cuando le pillé en plena acción y no estaba preparada porque ni siquiera sabía que había sentido realmente.
Peter comenzó a explicarme la profecía que guiaba a una parte de los hechiceros del mundo, entre ellos a su padre. Escuché en silencio mientras mi cabeza intentaba colocar toda la información para no perderme. Parece que algunos creían que yo era la persona de la que hablaba la profecía y no iba a negar que los hechos cuadraban. Empecé a ponerme un poco nerviosa, pero intenté ocultarlo porque era yo la que había querido saber toda la información. Si en ese momento me daba un ataque de pánico no me contarían nada más.
—Pero —lo interrumpí— ¿esa profecía es real? ¿En vuestro mundo hay ese tipo de cosas?
—No lo sabemos —respondió alzando los brazos—. El profesor Sanderson siempre nos ha dicho que era una estupidez. Que puede que alguna vez el mundo descubra nuestros poderes, es parte de la evolución y por eso nos pide que no usemos la luz delante de los humanos a no ser que sea necesario. Pero le parece que hay hechiceros que utilizan esas palabras para sus propios intereses e intentar crear una realidad en la que dominarán a la humanidad.
—Esa profecía —continué mientras recordaba las palabras— parece que está hablando de mí, Peter. Es una buena explicación a lo que me está pasando.
—Es posible, pero por eso el profesor quería investigar antes de hablar con nosotros. Hay muchos hechiceros especializados en estos temas que podrían dar otras explicaciones, aunque los acontecimientos se han precipitado con el ataque.
Me levanté a coger de la nevera una cerveza. Le ofrecí una, la rechazó pero aceptó el cigarro que le tendía. Normalmente no fumaba en la habitación, pero en este momento mi cuerpo necesitaba nicotina. Me acerqué al ventanal y lo abrí, apoyando mis brazos en el alfeizar. Peter me siguió, colocándose a mi lado en la misma postura aunque más encorvado debido a su altura.
La noche estaba despejada y las estrellas brillaban en el cielo con fuerza. Había luna nueva y gracias a ello el firmamento se veía en todo su esplendor. El silencio del campus nos envolvió mientras volutas de humo se escapaban de nuestros labios y disfrutamos de esos segundos de desconexión.
—He conocido a tu padre. Estaba con el profesor Sanderson anoche cuando Lily y yo fuimos a hablar con él —dije mientras echaba la ceniza en un cuenco que teníamos siempre en la ventana.
Noté como su cuerpo se tensaba a mi lado y se erguía, apoyando la mano donde antes estaban sus codos. Tomó una fuerte calada y continuó mirando el cielo, como si estuviese sopesando cuanto le apetecía contarme.
—Imaginé que en algún momento buscaría encontrarse contigo. Ha tenido suerte y no ha sido algo forzado. Le pedí que se alejará de ti pero, como siempre, no me va a hacer caso. Está demasiado obsesionado.
—¿Fue él quién me atacó en el restaurante? —pregunté con miedo, no sabía si le molestaría que insinuase eso.
—No, lo investigamos. Después del incidente fui a su despacho y su avión acababa de aterrizar minutos antes. Se encontraba fuera de la ciudad y es imposible que fuese él. Pero...
—Creéis que quien lo hizo está compinchado con él, ¿verdad?
Asintió en silencio. No era tonta, después de lo que me había contado imaginé que si su padre era un seguidor de la profecía intentaría que me pusiese en contra de los hechiceros y contase al mundo lo que había visto. Puede que la gente no me creyese, pero con dos o tres personas que lo hiciesen esa idea podía irse instaurando poco a poco en las mentes hasta que todos nosotros pudiésemos verlos.
—Entonces no intentaba matarme —comenté despacio, más para mi misma—. Quería asustarme y que me alejase de vosotros. Quería que dijese a todo el mundo lo que había visto y...
—Ir poco a poco propagando la verdad. Exacto —me cortó mientras apagaba su cigarro y tomaba otro—. Quiere perseguirte con los dones hasta que no puedas ocultar más lo que estas viendo, quiere que te sientas tan sola y asustada que empieces a comentarlo con la gente. Aunque acabases en un sanatorio se encargaría de que tu historia se viralizase y habría personas que podrían creerte, lo que haría pudiesen empezar a dudar de lo que ven sus ojos cuando se encuentren con un hechicero.
»Al final, crearía un problema entre varias facciones de hechiceros. Unos creerían que es el momento de usar más los dones para que los humanos se diesen cuenta de todo. Otros querrían dejar de usarlos por precaución hasta que todo pasase. Crearía un clima de desconfianza en el que él se crecería y podrá lograr sus propósitos. Es abogado, pero siempre ha tenido alma de político.
—Noto, por tu tono, que no os lleváis muy bien.
Una sonrisa triste se dibujó en sus labios. Bebí un trago de cerveza mientras veía como sus ojos expresaban una soledad que nunca había visto. Había tocado un tema espinoso y me arrepentí de ello, pero no pareció molestarle.
—Siempre he sido una decepción para él, pero no me importó. Soy él único hijo que tuvo con mi madre y no heredé su don, sino el de ella. Odió desde el primero momento que fuese rosa, pero no me molestaba porque eso hizo que perdiese sus esperanzas de que continuase con su legado y me dejó en paz. Ya no me agobiaba con sus altas expectativas.
—Suena triste —contesté sin saber muy bien que decir.
—No tanto como crees. Lo que de verdad me ha dolido siempre de él es cómo trató a mi madre durante los años que estuvieron juntos. Ella no pudo tener más hijos y siempre la culpó de que yo no fuese un rojo. Por mucho que intentase animarla, el poder que mi padre tenía sobre ella era mayor. Nunca le perdonaré que hiciese que la mujer más buena del mundo muriese triste y deprimida por culpa de sus reproches, infidelidades e indiferencia.
Su voz había ido quebrándose al final y noté como las lágrimas comenzaban a recorrer en silencio sus mejillas. Algo en mí se rompió con su historia. Habíamos pasado mucho tiempo juntos y aunque era algo reservado siempre intentaba que la gente de su alrededor se sintiese bien. No me parecía justo que una persona como él hubiese sufrido tanto.
Le abracé por la cintura y aunque al principió se sorprendió, colocó sus brazos en mi cuello devolviéndome el gesto. Apoyó su barbilla en mi cabeza y nos quedamos así mientras notaba como su cuerpo temblaba ligeramente del llanto. Una descarga recorrió mi cuerpo, como siempre que le tocaba, pero esta vez fue mucho más intensa. Pensé en decirle que escuchaba su voz en mis sueños, pero no quería interrumpir ese momento.
Que extraño. Sentí que podía quedarme a vivir para siempre entre sus brazos.
—Bueno —dijo mientras se separaba, volviendo a apoyarse en la ventana—. He venido a pedirte perdón y al final has acabado consolándome. Soy lo peor.
Nos reímos mucho más relajados. Intenté recomponerme y que no pareciese que añoraba su tacto desde el momento en el que se había alejado. Entramos en la habitación y Peter tomó su sombrero que había dejado en el sofá. Era muy tarde y el cansancio acumulado de esos días estaba empezando a apoderarse de mí.
—¿Estás bien? Siento haber sacado el tema.
—No te preocupes —respondió—. No me viene mal hablar de estas cosas de vez en cuando. Además dije que iba a contártelo todo. Y hablando de todo... Lo de anoche, con la chica que me viste en la fiesta...
—No tienes que explicarme nada, puedes hacer lo que quieras con tu vida —dije intentando que en mi tono no se dejaran ver los celos que había sentido.
—Solo estábamos pasándolo bien, no es nada serio. —contestó mientras ponía su mano en la nuca con expresión incómoda—. Además, tú estás con Stuart, ¿no?
No sabía porqué, pero su comentario me mosqueó. Sabía que no tenía ninguna razón, aunque por sus palabras parecía que yo le había pedido explicaciones, como si sintiese algo por él y eso me puso de mal humor. No necesitaba que se compadeciesen de mí.
—Sí, estoy con él. Y tu puedes hacer lo que quieras. Si quieres liarte con todas las rubias despampanantes que se te pongan delante, por mí genial. Solo somos amigos, ¿no?
—Anna...
—Estoy cansada, nos vemos esta semana en los ensayos. Por cierto, ayer sorprendí a tu amiga Carol hablando con Paula y me parece que pueden estar implicadas en todo esto. Deberías hablar con ella, no sé si habréis tenido algo o os lo pasáis bien de vez en cuando, pero a lo mejor a ti te lo cuenta.
No entendía que me estaba pasando y la cara de Peter revelaba que él tampoco. Habíamos pasado de tener un momento precioso a que le montase una escena de celos sin sentido. Pensé en dar marcha atrás y disculparme, pero los pinchazos en mi estómago no me dejaron seguir adelante. Así que me senté en el sofá con los brazos cruzados, esperando que no me dijese nada para no seguir haciendo el ridículo.
Me seguía mirando con sorpresa y puede que notase que yo no quería seguir la conversación porque se dirigió lentamente a la puerta. Le miré con enfado mientras noté que algo se estaba clavando en mi trasero.
—Espera.
Se dio la vuelta y noté que estaba esperanzado, pero su expresión cambió otra vez cuando le tendí una barra fina de plástico negro con dos franjas de color blanco en las puntas. Hubiese sido una situación muy cómica si no hubiese sido por mi escenita anterior.
—Te olvidas tu varita.
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