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CAPÍTULO 23

Anna...

Anna, por favor. No me hagas esto.

Despierta...

Con un gran dolor de cabeza, conseguí levantarme de la cama. No me había acordado de bajar las persianas con el ajetreo de la noche anterior y la luz de la mañana hizo que ahogase un grito mientras mis ojos se acostumbraban al sol primaveral.

Mi cara en el espejo reflejaba el movimiento de la noche. Llegué de madrugada acompañada por Lily tras nuestra conversación con su padre. Al menos, esta vez, recordé avisar a Lucille y a Stu de mi ausencia en la fiesta. Cuando me arreglé y salí a la sala común, aún no estaba ninguna de mis amigas, lo que agradecí. Me apetecía sentarme y estar sola con mis pensamientos.

El profesor Sanderson había sido demasiado escueto dándonos información, cosa a la que me había habituado. Parecía tener prisa y se notaba que cualquiera que fuese la conversación que había tenido con el padre de Peter le había alterado. Su mirada reflejaba una angustia que me hizo no insistir. Al menos, le habíamos contado mis sospechas y, aunque no pareció muy convencido, prometió hablar con Carol del asunto.

No conocía de nada a Paula, pero también comentó que investigaría por si era parte de algún linaje y el no tenía constancia. "Ahora mismo no estoy seguro de nada, Anna" fue la frase exacta que dijo. Sus palabras, al contrario de lo que pudiesen parecer, me tranquilizaron. Por lo menos sentía que me estaban tomando en serio.

Además, estaba el tema de Patrick Shein. Me quedé paralizada cuando lo vi. Su parecido con Peter era más que evidente, pero no tenía ese aire tan tímido y callado de su hijo. Se notaba que era un hombre rudo y seguro de si mismo. Un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando me dio la mano, algo intenso y desagradable. Después de eso salió de la habitación sin despedirse ni saludar a Lily, que estaba muy incómoda.

Conseguí que mi amiga me contase, de camino a nuestras habitaciones, que el señor Shein era un hechicero rojo. No había querido decirme nada antes porque no sabía si sería algo que le incumbiese, pero viendo la situación que habíamos pasado y mi insistencia le costó morderse la lengua.

También me dijo que no creía que el padre de Peter me hubiese atacado, que los portadores del don rojo eran los más comunes y Patrick no tenía ningún motivo para hacerlo. Era un exitoso abogado y un miembro muy respetado de la comunidad de hechiceros. No acabó de convencerme con su explicación, pero ya estábamos llegando a la puerta de mi cuarto y no me apetecía indagar en el tema. Solo quería tenderme en la cama y que se me pasará el dolor de cabeza que llevaba un rato acechándome.

Mientras seguía con mis cavilaciones con una taza de café frío en la mano, alguien llamó a la puerta suavemente. Por un lado no me apetecía ver a nadie, pero por otro agradecí que el visitante no hiciese ruido y despertase a mis compañeras. Me levanté de un salto y fui a abrir, dándome un golpe en el dedo del pie con la pata de la mesa, lo que hizo que reprimiese un chillido y abriese la puerta cojeando y de mal humor.

—Espero que sea algo urgente, como que alguien se cayó por una ventana, porque si no...

—¿Algo como una cita con el chico más guapo, gracioso, divertido y carismático de la facultad?

Stu estaba en la puerta con una sonrisa enorme en la cara. Llevaba una botella de limonada en una mano y en la otra una cesta de picnic. Su pelo castaño estaba desordenado, pero de esa manera que sabías que se había tirado un buen rato preparándolo. Las arrugas de felicidad de sus ojos verdes hicieron que se me olvidase hasta el dolor del pie.

—¿Habíamos quedado? —pregunté mientras iba a la habitación a cambiarme. Estaba empezando a ser demasiado común en mi recibir a gente en pijama y no me gustaba.

—No, pero como ayer te fuiste pronto imaginé que te apetecería comer conmigo y pasar la tarde de domingo en el parque —contestó mientras entraba.

—¿La tarde?¿Qué hora es?

Miré el reloj de mi móvil y vi que ya era medio día. Había dormido demasiado y, aún así, no había sido suficiente. Pensaba que las chicas estaban dormidas pero Lucille, al menos, estaría jugando al fútbol como todos los domingos con sus amigas. Me di toda la prisa que pude por si me cruzaba con Sonia, a la que no me apetecía ver, o con Paula. No sabía que sería peor. Esperaba que no supiese que fui yo la que les estuve espiando en la fiesta porque eso llevaría a preguntas incómodas que no quería enfrentar hasta que tuviese más datos.

—Ya estoy lista —dije mientras salía y me intentaba recoger el pelo en una coleta digna.

—Qué rápida —contestó a la vez que me daba un dulce beso en los labios, haciendo que me sonrojara—. Vamos, seguro que aún queda un buen sitio. La gente no tendrá ganas de ir después del fiestón de anoche.

Caminamos de la mano hacia el parque que se encontraba detrás del edificio de nuestra facultad. Era una gran extensión llena de arboles y césped donde los estudiantes pasaban los ratos libres en los días en los que el tiempo acompañaba. Los rayos de sol del medio día se colaban entre las ramas y conseguimos encontrar un buen sitio a la sombra.

Extendimos un mantel de cuadros rojos que Stu había traído y nos sentamos. Sacó unas cervezas de una mini nevera que tenía dentro de la cesta y varios sandwiches que había preparado. Me miró sonriendo, enseñándome una bolsa de patatas fritas. Di un breve grito mientras lo besaba, se había acordado. Uno de mis placeres culpables es añadírselas a un sandwich para que estuviese más crujiente.

La tarde fue pasando entre risas y caricias. Me encantaba pasar tiempo con Stu, me trataba genial y hacía que me olvidase de esa parte de mi vida que se estaba volviendo demasiado caótica. Incluso jugamos con unos compañeros al voleyball en una red improvisada que habían montado. Fue bastante divertido, sobre todo para los demás que me veían hacer el ridículo.

Cuando quisimos darnos cuenta estaba comenzando a anochecer. Los colores anaranjados y rosas cubrían el cielo despejado mientras la gente comenzaba a abandonar el lugar. Al día siguiente había clase y la mayoría tendría que descansar un poco después del ajetreo del fin de semana.

—Creo que debería volver a la habitación —dije mientras me levantaba con dificultad tras haber estado mucho tiempo sentada en la misma posición.

—¿Tan pronto? —contestó mientras me tendía la mano para que le ayudase a incorporarse.

—Tengo que comprobar que tengo todo preparado para las clases de maña...

No me dio tiempo a terminar la frase, pues Stu tiró de mi brazo a traición haciendo que cayese encima de él. Nos quedamos tumbados en esa posición mientras golpeaba su pecho, riéndome por el susto. Él solo me abrazaba intentando que no pudiese escapar. Tras el forcejeo, nos quedamos mirándonos en silencio. Sus ojos verdes me transmitieron la seguridad que necesitaba en ese momento. Acarició mi mejilla y poco a poco fue acercándose a mis labios.

Un pequeño beso que fue creciendo en intensidad. El calor iba subiendo por mi cuerpo mientras nuestras lenguas luchaban por encontrarse sin dejarnos respirar. Sentir su mano en mi nuca a la vez que nos incorporábamos hasta quedarnos sentados me hizo querer que no me soltase nunca.

Pero, de repente, ahí estaba.

La imagen de Peter con aquella chica la noche anterior. Mi grito sofocado, su mirada cuando se dio cuenta de que estaba allí, las punzadas en mi estómago...

Stu se dio cuenta de que algo me pasaba y paró de besarme. Con cara de preocupación, acarició mi mejilla para después colocar un mechón de pelo detrás de mi oreja con cariño.

—Anna, ¿estás bien?

—Sí, claro. Nos hemos emocionado demasiado y aquí hay mucha gente— contesté intentando disimular y parecer calmada.

—Bueno, dos caminos tienen —dijo con una sonrisa.

Parecía que mi pequeña mentira había funcionado. Me sentí un poco mal, pero no podía explicarle lo que me estaba pasando porque ni yo misma lo sabía. Durante este tiempo, Peter se había convertido en una parte muy importante de mi vida: los hechiceros, las voces, los días que habíamos pasado juntos mientras me mostraba los entrenamientos. Cuando alguien intentó hacerme daño y decidieron que no era necesario hacerme participe de lo que estaba pasando.

Mis sentimientos hacia él eran demasiado confusos, mi vida se había convertido en un caos desde que entró en ella y una parte de mí, que no creía que existiese, pensaba que se mantendría a mi lado para ayudarme a comprender lo que estaba pasando. No tenía motivos, pero así son los celos. Verle con esa chica me había desestabilizado, tenía que comprender que él tenía una vida al igual que yo.

Caminamos de la mano mientras Stu me iba contando una historia sobre alguien que en la fiesta había acabado desnudo, en la piscina y con la ropa quemándose en la barbacoa. Yo asentía, pero mi cabeza estaba en otra parte e intenté concentrarme. No me parecía justo, me gustaba mucho y llevaba desde pequeña detrás de él. Tendría que estar en una nube de felicidad, es lo que cualquier chica soñaría.

Llegamos a la puerta de mi habitación y nos despedimos con un beso al que le puse más pasión de la que estaba acostumbrada. Cuando al fin conseguimos despegarnos, estábamos los dos sin respiración. Su mirada reflejaba perplejidad y deseo, lo que hizo que me sonrojara, pues no estaba acostumbrada a que nadie me mirase así.

—Anna, me voy porque si no voy a hacer una locura aquí mismo y me dará igual quien pueda vernos —susurró en mi oído mientras mi piel se erizaba.

Antes de irse sus labios se posaron en los míos con delicadeza, dejándome sin palabras. Como pude abrí la puerta de la habitación, sintiendo que mis piernas temblaban. Las luces estaban apagadas y cerré, quedándome apoyada en la pared mientras recobraba la compostura. No me di cuenta de que había una figura sentada en el sofá en la penumbra de la sala.

—Tenemos que hablar, Anna.

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