CAPÍTULO 22
POCO ANTES DE LA LLEGADA DE ANNA Y LILY AL DESPACHO.
—No entiendo por qué sigues insistiendo en lo mismo, Patrick.
La luz de la luna entraba por el ventanal del despacho, alumbrando las siluetas de los dos hombres que en él se encontraban. Albus Sanderson estaba sentado en el sillón de su escritorio, con los brazos apoyados en la mesa y una cara de cansancio que arrastraba desde hace días. Patrick Shein lo miraba desde el sofá que había delante del ventanal. Su pose era más relajada, las piernas cruzadas y la espalda recta de forma natural, con la sonrisa torcida que siempre adornaba su semblante.
Parecían dos viejos amigos discutiendo de algún tema importante en sus vidas. Y así era, pero, al contrario que las personas normales, sus problemas no tenían nada de banal.
—Albus, Albus... Siempre has dudado de la veracidad de la profecía. Eres un hombre cauto, lo entiendo. Pero esto es algo tan grande que ni nosotros mismos podemos comprender. No podemos hacer nada para evitarlo.
—Aunque así fuese —respondió el profesor—, tú no querrías hacerlo. Que toda esta charada fuese real te sería muy útil para tus planes.
Patrick ensanchó su sonrisa mientras miraba al techo. Aprovechó para dejar escapar algo de su luz por la estancia. Miles de puntitos rojos recorrieron la habitación como volutas brillantes. Albus estaba acostumbrado a los alardes de su antiguo compañero de clase, así que ignoró las luces que se arremolinaban a su alrededor.
—Sabes que lo único que queremos es que se nos dé, al fin, el lugar que merecemos.
Albus se llevó las manos a la cara y comenzó a masajearse las sienes. Tantas veces habían tenido esa conversación que su cabeza protestaba con solo la sospecha de que se pudiese volver a producir.
—Patrick, ya hemos hablado de esto. No hay ningún hipotético lugar en el que debamos estar. La convivencia durante siglos con los humanos no ha sido mala e intentar acabar con esa paz...
—No ha sido mala, no. Pero podría ser mejor. Si supiesen lo que podemos hacer nos ayudaríamos unos a otros. Avanzarían muchísimo en arquitectura, ciencia, infraestructuras...
—En guerras, en armamento —le cortó el profesor— y no olvidemos la posición en las que tus amigos y tú os querríais colocar en la sociedad. A la fuerza.
Patrick se levantó en silencio cogiendo un maletín que había colocado en la mesa de Albus cuando llegó. Este tenía un hechizo al igual que la puerta del despacho del profesor, por lo que se abrió en cuanto este acercó su mano. Sacó un viejo y pesado libro que lanzó hacia delante, para que su acompañante lo viese. Era de color marrón raído, con las páginas amarillentas por el paso del tiempo y un ligero olor a humedad. No tenía nada escrito en la portada, pero Albus supo de que se trataba.
—¿Todavía lo conservas? —preguntó el profesor intentando disimular su emoción.
—Nunca me desprenderé de él. Aquí está toda nuestra historia, la de todos los Dones de la luz.
Abrió el libro ante la atenta mirada de Patrick. Había sido escrito por varias generaciones de hechiceros que habían intentado plasmar los descubrimientos realizados con respecto a sus dones. También había varias anécdotas con humanos, palabras de los fundadores, características biológicas...
El profesor tenía una copia, pero el original había pertenecido a los rojos desde hacía unos años. Patrick era muy receloso con ello y no dejaba nada más que su círculo más cercano escribiese en él o aprobase las nuevas entradas de otros compañeros. Tocarlo después de tantos años le produjo un sentimiento de felicidad, pues se sentía cerca a sus raíces.
—Ahí está la profecía. Sabes que si no fuese cierto no estaría registrado en el libro. No podemos hacer nada para evitar lo que está por venir, Albus.
Pensativo, comenzó a leer el capítulo al que se refería. Sabía donde encontrarlo de memoria porque durante muchos años, tanto sus compañeros como estudiantes, sentían verdadero interés por esa parte de la historia. Algunos por curiosidad, otros creyendo firmemente en ella. Albus, como estudioso que era, también se había interesado en ello. Pero eran unas palabras trasladadas al libro por un hechicero rojo de hace cientos de años que escuchó a un vidente decirlas.
Muchos hechiceros las tomaban como verídicas e incluso, aunque cada vez menos, dedicaban toda su vida a encontrar a la persona que cambiaría el mundo tal y como lo conocemos.
Aclarándose la voz, leyó las líneas en voz alta.
«Humanos y hechiceros en paz vivirán mientras la luz siga siendo invisible para ellos. Pero un día llegará la persona que pueda ver, con los ojos y la mente, los colores tan fuertes que les rodean. A partir de ese momento podrá conseguir que los demás comiencen a comprender y solo la mano firme de los dones más fuertes podrán encauzar el destino del mundo »
Los dos se miraron fijamente durante unos segundos. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Patrick como cada vez que escuchaba la profecía en voz alta. Albus solo sintió temor. Temor por todas las interpretaciones que se estaban haciendo a unas palabras dichas por algún loco, borracho o necio, que solo quería un protagonismo que fue dado en su momento y continuaba a lo largo del tiempo.
—Esa chica podría ser la persona de la que habla la profecía, Albus.
—Aunque así fuese, ¿qué derecho tienes a asustarla y ponerla en peligro de esa manera? —contestó Sanderson, enfadado.
—Me duele que pienses así de mí —respondió llevándose la mano al pecho con fingida molestia—. Hablas igual que Peter. Dime, Albus, ¿quién ha sido el que comenzó con esa estúpida idea de que he atacado a esa chica?
—Nos contó que la luz que vio en el restaurante era de color rojo, Patrick.
—Hay muchos rojos en este mundo que no pertenecen a mi linaje. Además, llevo fuera de la ciudad días. Regresé del aeropuerto poco antes de que Peter llegase a mi despacho. Y, como sabrás, mi único hijo no heredó mi don.
Cuando dijo estas últimas palabras no pudo evitar que en su rostro se dibujase la decepción sincera que sentía. En el mundo de los dones era bien sabido que los herederos del rojo eran bastante puristas y recelosos con su color. Era el color predominante durante las últimas décadas, debido a la insistencia de estos mismos portadores de propagar su hegemonía. Que Peter, su primogénito, hubiese heredado el rosa de su esposa le hervía la sangre.
—¿Tu único hijo? —preguntó Albus con sorna.
—No pienso aguantar más tus malditas insinuaciones —contestó señalándole, enfurecido—. No he hecho daño a esa chica, no será necesario. Tú y tus alumnos os encargareis, sin mi ayuda, de que esa chica revele al mundo todo lo que sabe de nosotros. La humanidad abrirá los ojos y no tardaremos en tomar el lugar que nos corresponde.
Mientras hablaba, Patrick había apoyado las dos manos en el escritorio y estaba tan cerca del profesor que este podía sentir su respiración. Mantuvieron esta postura, en la que ninguno de los dos parecía querer ceder.
—Patrick. —dijo Sanderson con voz cansada— Una universitaria que, por el motivo que sea, puede ver la luz. ¿Crees que abrirá los ojos a toda la humanidad? ¿Qué, de repente, todo el mundo podrá ver nuestros dones tras años de ignorancia provocada por su pensamiento lógico?
—No lo creo, estoy seguro. Y no podrás evitarlo, Albus.
El profesor comenzó a levantarse cuando alguien abrió la puerta. Patrick se enderezó y su expresión se suavizó, volviendo a esa fingida seguridad que tanto le caracterizaba. Las luces rojas que habían escapado de él durante la discusión se desvanecieron en el aire. Albus pensó una excusa creíble cuando vio quien entraba, esperando que no hubiesen escuchado nada de la conversación.
Aún era demasiado pronto para tomar conclusiones precipitadas. Si Anna se enteraba de todo esto, podría quedar a merced de Patrick y a saber que locuras tendría pensadas para que la pobre chica encajase en sus planes.
Lo que no sabía es que Patrick Shein ya tenía algo en marcha desde hacía bastante tiempo y, si nada lo impedía, podría causar en Anna el efecto que deseaba. Conseguiría que contase a los demás lo que estaba viendo y, poco a poco, la humanidad consiguiese abrir los ojos.
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