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CAPÍTULO 20

—¡Vamos Anna! Solo quedamos nosotras. Si tardamos más, Sonia y su nueva amiga se van a beber toda la cerveza de la fiesta.

Paula soltó una risa sarcástica en respuesta al comentario de Luci. Las miré con cansancio. No había sido idea mía maquillarme. Pero insistieron en que la fiesta de Medicina era la más importante del año y todas esas chorradas que se suelen decir y me estaba costando horrores elegir una sombra de ojos que no me hiciese parecer un mapache.

—Trae —dijo Paula con la sequedad que le caracterizaba.

Cogió una paleta de colores y comenzó a pintarme con rapidez y destreza. Yo me dejé hacer, pensando en si sacarle el tema de cuando la vi el otro día cerca de la facultad y salió despavorida, pero pensé que era mejor no mosquearla cuando tenía un pincel tan cerca de mis ojos.

—Listo.

Me miré al espejo y vi como había dejado mis párpados perfectos, con varios tonos de gris y amarillo. La miré, agradecida, y ella correspondió con una especie de sonrisa. Aproveché que Lucille estaba en el baño para intentar sonsacarle.

—Paula.

—¿Qué? —preguntó mientras se retocaba el rímel a mi lado.

—No hemos tenido tiempo de charlar las dos solas últimamente —dije, un poco nerviosa—. Quiero que sepas que si necesitas contarme algo, lo que sea, pues aquí me tienes.

—Ya lo sé, idiota —respondió de forma sorprendentemente cariñosa, pero al segundo su actitud cambió—. ¿Lo dices por algo en especial?

—No, yo... Como hace unos días te vi cuando salía de la facultad de Filosofía y saliste corriendo pensé...

Su expresión se había vuelto más dura y estaba con los brazos cruzados en posición defensiva. Noté como estaba conteniéndose, no sabía si para gritarme, pegarme o ambas cosas. Pero consiguió recomponerse y volver a mostrar su máscara de frialdad que tanto la caracterizaba.

—No recuerdo que haya pasado eso —dijo mientras guardaba su maquillaje en una bolsa y se iba a su habitación—. Nunca paso cerca de ese edificio. Lo habrás soñado.

Lucille entró en el salón tocándose el reloj de la muñeca con desesperación. Solo me quedaba coger la chaqueta. Llevaba el vestido que me había regalado con las sandalias blancas y el pelo suelto. No sabía cuanto tiempo me duraría así, más aún cuando la noche parecía que iba a ser cálida. 

A los pocos segundos, Paula apareció y cuando abrí la puerta nos encontramos con Stu a punto de llamar. Iba con una camisa de manga corta con muchas flores de colores y unos vaqueros desgastados que le quedaban genial. Con el pelo desordenado y una sonrisa sincera en los labios me tendió una margarita que seguramente había recogido mientras venía hacia aquí.

Lucille soltó un suspiro a la vez que salía de la habitación con prisa. Stu me colocó la flor detrás de la oreja y yo me derretí. Nos dimos un ligero beso para después salir de la mano por el pasillo. Nos estábamos volviendo demasiado descuidados con el tema, pero cuando estaba con él me encontraba en una nube. Se me olvidaba que mi hermano podría matarnos si se enteraba.

Llegamos andando a la fiesta, pues la casa de la hermandad de Medicina estaba muy cerca de nuestra residencia. El lugar era el más grande de todos los de la universidadad. Tenía un jardín delantero donde ya se apiñaba muchísima gente y la música estridente escapaba por las ventanas y puertas abiertas del gran edificio con más de veinte habitaciones. En la parte de atrás había un patio gigante con dos piscinas, una de ellas de agua caliente y varias pistas de baile. Habían puesto un escenario donde subían a poner las canciones varios voluntarios. 

Luces, ruido, alcohol, gente en bañador.

La típica fiesta universitaria que todo el mundo ha vivido o, si no, ha visto en alguna película. 

Pasamos directamente a por unas bebidas para luego salir al jardín. Stu se quedó saludando a unos compañeros mientras Lucille y yo comenzábamos a bailar. Paula ya había desaparecido, como era habitual, y no habíamos visto a Sonia. Lo agradecí, no me apetecía estar con ella.

Nos tomamos un descanso sentándonos en el borde de una de las piscinas, mojándonos los pies. Dos compañeras de clase se unieron a nosotras y mientras una de ellas, que se había colocado a mi lado, me contaba algo sobre el próximo examen de literatura inglesa vi a Peter de pie al otro lado de la piscina. Estaba con Kevin que hacía aspavientos como si le estuviese contando la cosa más interesante del mundo. Llevaba una camiseta blanca arremangada y unos vaqueros oscuros. Lo que parecía ser su atuendo habitual, pero un poco más arreglado. 

Mientras bebía tranquilamente de su vaso y asentía al rubio, intentaba mirar disimuladamente en mi dirección. No pude evitar sentir que me estaba vigilando para, como decían ellos, protegerme. Eso hizo que me enfadase y cuando iba a levantarme para ir a cantarle las cuarenta sentí, asustada, que algo pegaba un pequeño tirón a mi pierna.

—¡Stuart!

Apareció delante de mí, dentro de la piscina, con una sonrisa en la cara. Se había quitado la camisa y el agua le marcaba cada uno de los músculos de su cuerpo, lo que hizo que me quedase embobada y olvidara que me había asustado hacía un momento.

—¿No quieres bañarte? —me preguntó mientras ponía sus manos mojadas en mis piernas.

—No me he traído traje de baño. Y tampoco quiero pasar lo que queda de noche mojada y con frío.

—Tú te lo pierdes.

Estaba en la zona que no cubría de la piscina, por lo que nos encontrábamos a la misma altura. Puso sus manos en mis mejillas y comenzó a besarme con pasión. Un cosquilleo comenzó a recorrer mi cuerpo, como siempre que Stu me tocaba. Eran besos intensos y con sabor a cloro. Abrí los ojos instintivamente y vi que Peter nos estaba mirando con una cara que no supe muy bien como interpretar. 

Aparté con cuidado a Stu. No solo porque me hubiese incomodado la expresión de Peter, si no porque temía que mi hermano pudiese aparecer en cualquier momento y no sabía como iba a reaccionar. En algún momento tendríamos que contárselo, pero como tampoco habíamos hablado de cual era nuestra situación, no había insistido a Stu en hacerlo.

Los problemas mejor de uno en uno, por favor.

—Me voy a secar y después a la pista de baile, ¿te animas?

—No bailo nada bien, Stu —contesté.

—Ni yo, pero eso es lo divertido.

Salió de la piscina con agilidad y me tendió la mano para que me levantase. Me dio un suave beso en los labios antes de dirigirse a la casa con cuidado de no resbalarse. Lucille y nuestras dos compañeras se vinieron también de vuelta a la pista, donde nos encontramos a los pocos minutos con Stu y Rob que comenzaron a bailar haciendo aspavientos y tonterías, engatusando a todos los presentes.

Reímos, charlamos, sudamos. La noche estaba siendo más divertida de lo que pensaba. Sobre todo después del incidente del día anterior. Estuve a punto de no venir, pero pensé que quedarme en la habitación no serviría de nada y conllevaría tener que contestar muchas preguntas que en ese momento no tenía ganas de afrontar. 

El tiempo pasaba deprisa. En la madrugada, la fiesta iba decayendo, principalmente debido a las parejas que se escapaban a dar rienda suelta a su amor y al alcohol que había dejado fuera de combate a muchos de mis compañeros. Mi hermano Rob fue uno de ellos, al que tuvo que llevar uno de sus amigos a su habitación. No sin antes decirme mil veces todo lo que me quería y que me iba a ayudar a buscar un buen novio que me mereciese.

Stu reía mucho con sus comentarios y aunque quería enfadarme con él por ser tan poco sutil no pude hacerlo. Al final, también había bebido un poco y me encontraba nublada con los vapores etílicos que emanaban en el jardín. Nos sentamos con Luci y varios amigos más en un cenador precioso que había en un rincón. Tenía tres balancines donde cabían tres personas cómodamente. Con colores amarillos y rosas, algunas flores se entrelazaban en la estructura que estaba iluminada por farolillos blancos. 

Con el paso del tiempo las cervezas hicieron su efecto natural y tuve que ir al servicio. Me dirigí a la casa rezando porque no estuviesen todos ocupados cuando un grito de alegría llamó mi atención. Miré hacia donde provenía y me di cuenta de que había sido Sonia, que estaba dando palmitas mientras un chico muy arreglado le pasaba la mano por los hombros. Me fijé en que estaban observando algo por lo que estaban los dos sonriendo.

Era su amiga Esther Lang, la que me había presentado el día anterior, que estaba sentada en el regazo de un chico al que estaba besando fogosamente. Como si no hubiese un mañana. Iba a continuar mi camino cuando me di cuenta de que el afortunado me era bastante familiar.

—¿Peter?

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