CAPÍTULO 19
Anna... por favor. Despierta...
Sobresaltada, como siempre que la voz me acompañaba, me incorporé rápidamente en la cama. Aparté la maraña de pelo que se acomodaba en mi cara cada mañana mientras me dirigía al baño con los ojos aún medio cerrados del cansancio.
No había podido dormir casi nada. Mis padres se fueron muy tarde, preocupados por la situación. Nos costó mucho que cogiesen el coche y continuasen el viaje, no sin antes prometer a mi madre que tendríamos cuidado e iríamos al médico si sentíamos algún dolor extraño y a mi padre que Rob se encargaría de seguir tramitando el tema del seguro con el restaurante.
Mi hermano me acompañó a la habitación, en la que todas estaban ya dormidas. Cuando le convencí de que me encontraba bien y que mi escapada del restaurante había sido por un trabajo que tenía que entregar sin falta en la Universidad del que no me acordaba, se fue a la hermandad, dejándome tranquila.
Hasta muy entrada la madrugada no logré quedarme dormida, pues mi mente no hacía nada más que pensar en esa luz roja acercándose con fuerza y destrozando la lámpara. Tenía miedo y eso nadie me lo podía reprochar. Ni siquiera Peter o el profesor Sanderson. Y si no querían hacerme partícipe de lo que estaba pasando, yo tampoco quería tenerlos cerca de mí si eso suponía un riesgo para mi vida o la de mi familia.
Así que me encontraba debajo del agua caliente de la ducha esperando que me aclarase las ideas y templara mi carácter.
Como era tan tarde estaba sola en la habitación. Lucille me había dejado un mensaje en el teléfono diciéndome que iba con unas compañeras del equipo a correr y después ayudar a la gente de Medicina para la fiesta de esa noche. Las demás, bueno, no sabía donde podían estar. Con Sonia no había hablado mucho desde los últimos incidentes y Paula estaba demasiado misteriosa.
Llamaron a la puerta. Iba vestida con unos pantalones de chándal altos y negros y un top ancho del mismo color. Tendría que arreglarme para la fiesta así que no me apetecía tener que pensar mi ropa dos veces el mismo día. Pero, lógicamente, el destino quiso darme un escarmiento. Pues quien llamaba a la puerta era Stu, que estaba apoyado en el marco con su encantadora sonrisa.
—Buenos días —dijo mientras me mostraba una bolsa de papel—. Te he traído algo de desayuno. Imagino que no habrás pasado muy buena noche. ¿Qué tal estás?
—¿Cómo...? —pregunté mientras cogía la bolsa y me sentaba en el sofá.
La verdad es que estaba muerta de hambre. Los donuts glaseados que me había traído me habían hecho hasta olvidarme de que estaba en ropa deportiva y sin peinar delante del chico que me gustaba.
—Magia...
Casi me atraganto con el donut. Lo miré con cara extrañada y él frunció un poco el ceño. Se sentó a mi lado y apartó uno de los mechones que tapaba mi cara para ponérmelo detrás de la oreja. Esto era algo que todo el mundo acostumbraba a hacerme mucho últimamente y me estaba empezando a mosquear.
—Rob me lo contó. Anna, ¿estás bien?
—Claro. Solo que tenía mucha hambre y casi me atraganto. Debo empezar a comer más despacio si quiero terminar el curso —contesté, haciendo que sonriese.
Un suspiro escapó de mis labios. Estaba demasiado paranoica, pero, en mi defensa, creía que a todo el mundo le pasaría si estuviese en mi situación. Me alegraba que Stu hubiese venido a verme, así podría pasar un día tranquilo en mi nueva normalidad. Que también era la antigua, antes de conocer toda esta locura de luces y colores.
—Por cierto —dijo cogiendo uno de los bollos de la bolsa—. Me he encontrado con Lucille. Se ha quedado sin batería en el móvil. Ha dicho que se le olvidó comentarte que tienes un regalo en su habitación.
Me levanté, entré en su habitación y colgado en la puerta del armario había un vestido negro precioso. Un escote con ligera forma de corazón, con un elástico en la espalda para que mi pecho no estuviese aprisionado y por debajo de este caía con suavidad hasta lo que parecía ser los muslos. La tela era muy suave y sonreí mientras veía una nota en la percha en la que decía:
"No tienes que ponértelo si no quieres, pero no pude evitar pensar en ti cuando lo vi. Te quiero. Lucille"
En el suelo había dos pares de sandalias. Unas eran blancas con tiras finas y las otras, con un poco más de tacón, fucsias. Elegí las blancas, el otro color me recordaba demasiado a cierto mundo del que no quería saber nada. Se lo enseñe a Stu, quien levantó el pulgar en señal de aprobación. Lo dejé estirado en mi cama, admirándolo una vez más.
Tenía muchas ganas de que llegase la noche para poder divertirme. Olvidar poco a poco lo que pasó el día anterior. Querer socializar era raro en mí, pero como mi mundo se había puesto patas arriba en los últimos meses no tenía problemas en desmelenarme un poco. Y hablando de eso, tenía que desenredarme el pelo.
Cuando terminé nos fuimos a dar un paseo por el campus. Mi madre me llamó para avisarme de que habían llegado sin problema y para saber como estaba. Tras unas frases tranquilizadoras por mi parte, para las que tuve que reunir todas mis dotes embaucadoras, conseguí que colgase, no sin antes prometerle que tendría cuidado y no me separaría de mi hermano.
Mientras iba distraída hablando con Stu, sentí un golpe que me hizo tambalear, como si me hubiese chocado con una pared. No caí al suelo porque él me tenía cogida de la mano.
—¡Aunch! —gemí mientras frotaba mi cabeza.
—Perdón, no me he dado cuenta. ¿Estás bien?
La voz de Peter resonó en mi cabeza y, como siempre, provocó ese desconcierto durante una décima de segundo en mi mente. Como si no supiese si estaba o no soñando.
—No te preocupes, tío —contestó Stu dándole una palmada en el hombro—. Ha sido culpa nuestra, que íbamos despistados.
—¡Anna! —dijo la voz de Lily—. Justo íbamos a buscarte para ver como estabas. Mi padre me ha contado lo de ayer y he convencido a Peter de que venga conmigo para ver si necesitabas algo. Te he... te he traído esto.
Intenté permanecer impasible, pero mi mal humor afloró mientras Lily me tendía la bolsa. Miré a Peter mientras este solo se encogía de hombros observando a su amiga. No me podía creer que no le hubiese contado lo que hablamos la noche anterior y que ahora me pusiese en ese compromiso con ella.
—Gracias, Lily, pero no...
—Es una diadema. —La sacó de la bolsa y me la colocó con rapidez.
Pude ver que era de color verde claro con algunas motas fucsias. Como los dones de ellos dos. Sabía que no había sido casualidad, lo poco que conocía a Lily me hacía entrever que era una persona muy sentimental. A todo esto, ahí estaba otra vez la manía de la gente de quitarme el pelo de la cara.
—Lily, no puedo aceptarla —dije quitándomela y tendiéndosela de nuevo mientras miraba a Peter esperando que me ayudase—. De verdad, te lo agradezco.
—Vámonos, Lily. Ya te dije que era mala idea.
—Pero...
Los ojos de la chica comenzaban a ponerse vidriosos, lo que hizo que me enfureciese aún más. Stu miraba la escena con curiosidad, algo normal porque se notaba perfectamente que ahí pasaba algo más que se estaba intentando ocultar. Me acerqué a Peter mientras él apartaba la mirada.
—Me parece fatal que no le hayas contado lo que... —Me paré mientras miraba a Stu—. Ya sabes lo que hablamos, no quiero saber nada de vosotros a no ser que... Bueno, no lo voy a repetir.
Peter no contestó. Ni siquiera se había dignado a mirarme. Lily pasaba sus ojos del uno al otro con cara de tristeza. Mi conciencia no me perdonaría dejarla así, pero tenía que mantenerme firme.
—Vámonos, Lily —dijo Peter tomándola del hombro cariñosamente.
—¿Qué pasa, Anna? —preguntó Lily, ignorando a su amigo— ¿Hemos hecho algo malo? Te prometo que lo podremos solucionar. Para eso estamos, para pro...
—¡No digas esa palabra! —grité sin darme cuenta— Estoy harta de que todos penséis que me tenéis que proteger. ¡Soy una persona adulta y funcional! ¡Puedo arreglármelas sola!
—Ludwig, te estás pasando —comenzó a decir Peter.
Mientras decía esto me miró y se comenzó a acercar, pero Stu se metió por medio. Me llevé las manos a la cabeza, parecía que nadie me estaba escuchando realmente.
—Oye, Shein. No hace falta que te acerques tanto —dijo en tono protector—. Os está diciendo que la dejéis en paz, creo que ya es suficiente. Espero que lo cumplas. Tanto ahora como en un futuro.
Noté como Peter apretaba los puños y creí ver un breve destello fucsia en sus ojos, lo que hizo que enfadase más de lo que estaba. Tomé a Stu de la mano y, tras mirar a los dos hechiceros con furia, nos fuimos de allí. Tendría que hablar con él sobre el tema de meterse en mis discusiones para defenderme, pero en ese momento solo me apetecía alejarme lo máximo posible de allí.
De camino a la cafetería, sin mediar palabra alguna entre nosotros, nos cruzamos con Sonia que estaba con una chica a la que nunca había visto. Era una copia de mi amiga: rubia, delgada, bajita, con la cara perfecta en forma de corazón y unos ojos marrones enormes. Intenté ignorarlas, pero, para no variar, nada salía como planeaba.
—¡Ann!¡Anna! —repitió cuando vio que la estábamos ignorando—. Chicos, ¿dónde vais? Esta es mi amiga Esther, nos conocimos en clase de yoga.
La chica nos saludó con dos besos, tomándose más tiempo del necesario en Stu, que la miró incómodo. Sonia parecía no haberse dado cuenta de la situación o si lo había hecho lo disimulaba muy bien. Mi enfado ya estaba sobre niveles insospechados. Cogí a Stu de la mano y comencé a caminar sin ni siquiera despedirme.
—¡Nos vemos esta noche, chicos! —gritó Sonia mientras nos alejábamos.
—Espero que no.
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