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CAPÍTULO 1

PARTE I

CAMINO DE IDA...

***

—¿Estás bien? 

Repitió la misma frase, pero yo seguía sin moverme. Pasaron segundos, que parecieron horas, y me repuse. Seguramente había sido todo producto de mi imaginación. Era imposible que la voz de ese chico que no conocía fuese con la que yo soñaba tantas noches. 

—Deberías tener más cuidado —dije, enfurruñada, mientras me levantaba. 

Sacudí de mi ropa los restos de polvo que se habían adherido en mi caída y lo miré. Volví a quedarme embobada mientras mis ojos iban subiendo a lo largo del torso de ese chico. Era alto, demasiado alto. Su figura no se adivinaba en sus vaqueros y camiseta ancha, blanca y de manga larga. Tenía el pelo negro con una melena, corta lisa y revuelta; los ojos muy oscuros y se veían marcas de un acné antiguo en sus mejillas. Su piel era tan blanca que durante un instante pensé que llevaba maquillaje. Tenía una expresión desagradable y seria, probablemente debida a mi contestación y a cómo rechacé su ayuda para levantarme.

Esto hizo que yo respondiese de la misma forma mientras me hacía una coleta. No me di cuenta y mi jersey se levantó un poco, mostrando mis queridas lorzas mientras el enigmático desconocido bajaba la vista y un pequeño atisbo de sonrisa se adivinaba en sus labios. Bajé los brazos, dejando la coleta a medio hacer y los crucé a la altura de mi estómago. Estaba segura de que me había sonrojado y eso me enfureció aún más.

—Perdona, tengo prisa. No esperaba encontrarme con obstáculos en el camino mientras me dirijo al club de magia —dijo mientras se agachaba a recoger las cartas que se le habían caído. A pesar de estar de rodillas, su cara se encontraba casi a la altura de mi pecho. 

—Es lógico, debe ser difícil ver a los humanos desde ahí arriba —dije a la vez que continuaba mi camino.

—¡Espera! ¿Cómo te llamas? —preguntó con voz grave y sincera. Al no estar mirándole me recordó a la voz que me llamaba en sueños y sentí un escalofrío que me recorrió la espalda. 

—¿No eres mago? Adivínalo —contesté sin girarme y continuando apresurada mi camino. 

Cuando llegué al final del corredor, antes de doblar la esquina, miré hacia donde el chico se encontraba y le pillé sonriendo mientras continuaba recogiendo las cartas. Avancé con rapidez y llegué a clase justo cuando sonaba el timbre, haciendo que soltara un suspiro.

El resto de la mañana pasó con tranquilidad, aunque no podía quitarme la sensación extraña de saber que conocía la voz de ese chico a pesar de no haber hablado nunca con él. Pensé que podría ser mi subconsciente de nuevo, dando señales de que tenía que empezar a tomar las cosas con más calma y eso hizo que me concentrase más en las clases. 

Tras la comida en la cafetería, la soporífera clase Literatura Medieval y un par de horas de estudio en la biblioteca volví a mi habitación. Me di una ducha rápida sabiendo que, en breves momentos, Sonia comenzaría a insistir para que nos fuésemos. Me desenredé el pelo como pude tras muchos tirones y me cambié de ropa interior antes de salir a enfrentarme a una fiesta a la que no me apetecía mucho asistir.

—¿De verdad vas a ir así vestida?

Sonia me miraba con cara sorprendida desde el sofá de la sala común. Nuestra habitación conjunta tenía los dormitorios y baños separados, pero teníamos una zona donde podíamos juntarnos todas para charlar, ver la televisión y hacer vida juntas. Cosa que, si era sincera, cada vez me apetecía menos.

—¿Qué tiene de malo? Es lo que llevaba esta mañana.

—Eso es lo que tiene de malo —contestó Paula mientras se acercaba, mirando el móvil, hacia el sofá donde se encontraba Sonia y se sentaba a su lado. 

Paula parecía, a primera vista, un elemento discordante en nuestro grupo, pero no era así. Su personalidad encajaba con la de las demás, aunque su forma de vestir siempre con ropa negra, sus pendientes en nariz, lengua y orejas y su maquillaje pálido y oscuro hacían que no cuadrase mucho. Cualquiera que no la conociese la confundiría con una verdadera punky anarquista. Nada más lejos de la realidad. Una de sus pulseras de tachuelas costaba más que todo mi armario con ropa de saldo. 

—De acuerdo —contesté rindiéndome. Sabía que esta conversación no cesaría en toda la noche si no les hacía caso—, pero paso de probarme todo el armario y que critiquéis mis conjuntos. Soy toda vuestra.

Me senté en el sofá abriendo los brazos cómicamente. Sonia dejó escapar un grito agudo y se fue hacia su armario dando saltitos.

—Sabes que no me va a caber nada tuyo, Sonia —dije con aire cansado.

—Anna, deja que haga su magia. Seguro que tiene varios conjuntos oversize que a ti te quedarían ajustados y provocadores. Si alguien puede hacer un milagro contigo, es ella —contestó Paula sin apartar la vista del móvil.

Suspiré, arrepentida de haberles pedido que me vistiesen, pero la alternativa no es que fuese muy buena. Echaba de menos a Lucille
Tenía entrenamiento de fútbol y habíamos quedado con ella en la puerta de la hermandad. De mi grupo de amigas era la única que no consentía que me diesen tanta caña. Siempre intentaba que mi estilo fuese como el de las demás, pero nunca era agresiva y creía firmemente que lo hacía por mi bien. A su manera, era una forma de protegerme de la jungla en la que se había convertido la Universidad. Además, el año siguiente mi hermano no estaría para ser mi talismán contra la popularidad y no quería ni pensar en lo que iba a pasar.

Después de dos conjuntos rechazados por mis amigas, ganó un vestido blanco precioso que Sonia había usado como disfraz en otra fiesta, pero que, sin la parafernalia, a mí me quedaba perfecto. Tenía un escote que me encantaba aunque demasiado ajustado y tendría que vigilarlo. Caía en vuelo suavemente por las rodillas. Me dejaron acompañarlo con unas botas y una chaqueta vaquera de mi colección. El pelo lo dejé suelto, secándolo un poco, y me coloqué un pintalabios crudo y un poco de color ahumado en los ojos de forma muy sutil. Era en lo único que cedí de maquillaje. 

Paula y Sonia tardaron bastante más que yo en arreglarse y, cuando llegamos, la fiesta había empezado. Lucille estaba esperándonos; mi amiga era más bajita que yo, pero también la mejor extremo izquierdo del equipo de fútbol desde hacía mucho tiempo en la Universidad. Su piel azabache, sus labios grandes, el cabello rizado y los ojos verdes la hacían irresistible, pero su actitud era bastante despegada frente a eso. Vestía unos vaqueros con campana, un top corto y una chaqueta de traje de varios colores. En ella quedaba perfecto. Pasamos las cuatro a la casa: yo en primer lugar para que me viesen los compañeros de mi hermano y nadie pusiese impedimento, aunque viendo a mis amigas no creo que no les dejasen quedarse en una fiesta en una hermandad masculina. 

La casa era la típica que aparece en todas las películas, un cliché de manual. En la planta de arriba había muchas habitaciones y baños que las parejas ya comenzaban a usar para sus escarceos. La planta de abajo estaba abarrotada de gente y la música estaba altísima. Cogí un par de cervezas y, aprovechando que las chicas estaban saludando a varias personas, me escabullí entre la gente al jardín. Lo bueno de ser como yo es que eres medio invisible. Los demás no se da cuenta de que estás presente hasta que no te miran dos veces.

La noche era fría, así que pocos valientes se encontraban fuera. La piscina emitía una ligera bruma que hacía que la zona fuese más impresionante. Siempre me había gustado el jardín de atrás: tenía un césped bien cuidado, al menos por ahora, unos árboles bastante grandes y un templete precioso al final de un camino que seguramente ya estaría ocupado por alguien. Pero al fondo, cerca de la esquina, había un banco al que siempre me escapaba cuando quería estar conmigo misma en este tipo de fiestas. No sabía quién lo puso ahí, pero me encantaba. 

Por supuesto esa noche no estaba la suerte de mi lado, así que ya había alguien en él sentado. Era tan alto que hacía que el banco pareciese de mentira, con sus brazos abiertos sosteniendo una cerveza y mirando al cielo, pensativo. El pelo negro le caía cerca de los hombros y su pose parecía muy relajada.

Anna... despierta...

Por un momento me sentí mareada y tropecé con la rama de un árbol, en el que me apoyé antes de caer. Eso hizo que el usurpador de mi sitio favorito echase la cabeza hacia atrás y se diese cuenta de mi presencia. Menudo cuadro tendría que parecer con mi vestido blanco, haciendo equilibrio y dos cervezas en la mano. 

—Hola, ¿necesitas ayuda? —dijo sin cambiar de posición—. Ya entiendo lo de esta mañana, eres torpe por naturaleza.

Lo reconocí al instante. Era el chico con el que me había tropezado. Su voz grave me provocó un escalofrío, pero me repuse enseguida. 

—No deberías ser tan borde con gente que acabas de conocer —repuse, ofendida—. Además, mi intención esta noche es no socializar. Así que, si no te vas a ir, apártate de mi banco y no hables.

Fui a sentarme, a lo que él no se movió, por lo que tuve que colocarme en una de las esquinas, tocando su pierna con la mía. Sentí el frio del vaquero a través de las finas medias y un cosquilleo recorrió mi nuca. Miré hacia la izquierda para que no viese que me estaba acalorando. No sabía por qué me pasaba eso, ni que fuese la primera vez que alguien estaba tan cerca de mí. Además, en cualquier otra situación, no habría entablado conversación alguna con un desconocido, pero su voz y mis sueños... tenía que conseguir cuadrar todo eso. Abrí una de las cervezas con un mechero que saqué del bolsillo y me encendí un cigarro. Le ofrecí uno a mi extraño compañero, pero él lo rechazó. 

—Puedo...

—No —dije, cortante, llevando un dedo a mis labios—. Si quieres hablar con alguien vuelve a la fiesta.

—Pero...

—Shhh —chité mientras echaba el humo del cigarro al cielo nocturno. 

Noté cómo el desconocido sonreía y nos quedamos allí sentados, en silencio. Sin decir nada. 

Pasados unos minutos, cuando ya estaba terminando mi segunda cerveza, decidí que ya tenía suficiente cantidad de alcohol en el cuerpo como para reunirme con mis amigas, buscar a mi hermano y simular que me estaba divirtiendo. Sin decir nada a mi acompañante me levanté para volver hacia la casa. En ese momento el chico agarró mi muñeca, lo que hizo que me sobresaltara un poco. Se incorporó, sin levantarse, y era casi igual de alto que yo en esa posición. 

—Espera, ¿no me vas a decir tu nombre?

—Ya te dije que tendrías que adivinarlo.

—Así no funciona la magia —contestó, divertido. 

—¿Y cómo funciona? —pregunté siguiéndole la conversación.

—Por ejemplo...

Me atrajo hacia él y colocó la mano que tenía libre detrás de mi cabeza. Estábamos tan cerca que me puse nerviosa, no sabía lo que iba a hacer. Justo entonces, chasqueó los dedos y puso esa mano delante de mi cara. En ella llevaba una margarita, que me colocó en el pelo detrás de la oreja. Cuando pude salir de mi estupor me alejé un poco de él, carraspeando.

—¿Eso es todo? —dije manteniendo la compostura.

—Aún no has visto nada, Anna.

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