Los minutos parecían horas a medida que avanzaba a paso lento junto a mi esposo, el cual me abrazaba con fuerza por los hombros y sin mostrar claras intenciones de querer soltarme. Parecía como si quisiera protegerme de todo lo que nos rodeaba. No me opuse. En sus brazos me sentía a salvo, algo que no me pasaba desde hacía cuatro años. Sin embargo, esto no impidió que mirase a mi alrededor. Me arrepentí de haberlo hecho a los pocos segundos.

Mi corazón se rompió al ver a varias personas llorando porque sus allegados no habían conseguido sobrevivir a la guerra. Internamente agradecí no ser una de esas personas desdichadas que no encontraban ningún tipo de consuelo; al menos, no de nuevo.

La vida está tan llena de injusticias, y estas se incrementan cuando entre medias hay un conflicto bélico: miles de personas mueren a diario, ya sea en los campos de batalla o en las ciudades por los innumerables bombardeos que amenazan a la población civil, los cuales a su vez son los principales responsables de la muerte de cientos de niños cuyo único pecado había sido nacer en la época equivocada.

Una lágrima se deslizó por mi mejilla al recordar la cantidad de veces que le había prometido a mi hijo que todo estaría bien y que pronto volvería a ver a su padre. De haber sabido que la vida tenía planes muy distintos para nosotros, nunca habría hablado antes de tiempo.

Mi amado aún no sabía la verdad. No había tenido la fuerza necesaria para contársela nada más verlo llegar; y mucho menos después de ver lo feliz que estaba por volver a verme después de permanecer largos años separados. Tampoco estaba muy segura de conseguir encontrar las palabras adecuadas para explicarle lo que había sucedido con nuestro hijo y con sus padres una vez llegado el momento. Pero tenía que hacer el esfuerzo. No me quedaba otro remedio.

Me dejé llevar por él entre el gentío mientras que, sin poder evitarlo, mi mente viajaba a un mundo alterno en el que mi pequeño y mis suegros seguían con vida y se alegraban de ver a mi amado. Sin embargo, sabía que eso no sucedería y que todo lo que nos recibiría al llegar a nuestra casa sería la soledad y el silencio.

A pesar de ello, estaba feliz porque el amor de mi vida había vuelto a mi lado, cumpliendo de este modo la promesa que me había hecho aquella tarde de verano. Y aunque no todo era perfecto, sabía que con el apoyo que nos daríamos mutuamente conseguiríamos salir adelante.

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Futuro proyecto en el que se basa este relato:

Promesa de verano