🍀Flores🍀
La historia volvía a repetirse. Siempre lo hacía. Sin embargo, eso no implicaba que la traición doliese menos. Todo lo contrario: con cada día que pasaba, el dolor era más lacerante, mis sentimientos más contradictorios y mis pensamientos más dañinos. Yo misma había entrado en un bucle sin fin del cual no conseguía salir. Me estaba destruyendo a mí misma por no tomar la decisión correcta y permanecer junto a alguien con el que no tenía ningún futuro. Pero eso nadie lo veía. Ni siquiera yo fui capaz de hacerlo a tiempo.
Contemplé con una pequeña mueca de disgusto el ramo lleno de rosas rojas que él llevaba entre sus manos. No me gustaba que me comprase flores porque siempre lo hacía cuando pasaba las noches fuera de casa. Esa era su forma de decirme que me contentase con la situación y no hiciese preguntas. Y yo por inercia cumplía con lo que él esperaba que yo hiciese: disfrazaba mis lágrimas de dolor y humillación con una sonrisa forzada mientras aceptaba su regalo. Tal vez era mejor así. O eso era de lo que yo intentaba convencerme siempre que tenía el impulso de reprocharle por todo el daño que me estaba haciendo.
Hubo un tiempo en el que fui lo suficientemente valiente como para echarle en cara todo lo que me dolía. Ahora, al recordar aquel día, preferiría no haberlo hecho. Jamás podré olvidar la forma en la que me miró, me habló y me trató. Nunca antes había temido tanto a una persona hasta aquel momento. No lo había hecho en el instituto cuando mis compañeras se burlaban de mí solo porque yo era mejor que ellas en los estudios. Ni tampoco cuando hacía algo que no debía y mi madre se enfurecía, algo que, por desgracia, ocurría con mucha frecuencia. Pero aquella mañana a él le tuve miedo. Mucho miedo. Porque entonces comprendí que, a diferencia de las otras veces en las que había contado con ayuda, en ese momento me encontraba a solas con él en aquella habitación y que nadie iba a ayudarme. Estaba sola. Completamente sola. Y sabía que tenía que salir de aquella situación, pero después de lo sucedido, no me sentía lo suficientemente valiente. Porque sabía que por más que intentara escapar, él siempre acabaría encontrándome.
Y por ello la historia volvía a repetirse una vez más. Pero a las malas comprendí que lo mejor en esos casos era permanecer callada y fingir. Fingir que todo estaba bien entre nosotros. Fingir que podía digerir sus engaños y humillaciones. Y, sobre todo, fingir que su indiferencia hacia lo que yo sentía no me dolía.
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Futuro proyecto en el que se basa este relato:
Juego perverso
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