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Capítulo 9

Caleb

Se le había olvidado un pequeño detalle: pedirle las llaves a Victoria.

Tampoco es que haya supuesto un problema hasta ahora.

Pero ahora no iba solo a espi... a observarla. Iba a por un gato imbécil y una planta.

¿En qué momento había pasado de sujetar pistolas a sujetar plantitas?

Al final, tuvo que volver a colarse por la ventana. En cuanto saltó al salón, cerró la ventana a su espalda y vio que el gato ya lo esperaba junto a su cuenco vacío con los ojos entrecerrados, indignado.

Caleb le puso mala cara.

—A mí no me mires así, ya te lo dará tu dueña.

Miau, miau.

De todos modos, rebuscó entre sus armarios hasta que encontró una lata de comida de gato. El gato imbécil empezó a maullar con ganas hasta que tuvo la dichosa comida en su cuenco. Caleb puso una mueca. ¿Cómo podía oler tan mal? ¿Y cómo podía comérselo?

En fin, no era problema suyo. Fue a la habitación de Victoria y buscó con la mirada hasta que encontró la plantita en cuestión. Era pequeña y estaba más seca que el Sáhara. Caleb negó con la cabeza y la llevó a la cocina para ponerle un poco de agua.

El gato, por cierto, ya había terminado de comer y se relamía los labios.

—¿Qué? ¿Ha estado bien?

Miau.

—Pues me alegro, porque tengo malas noticias para los dos.

Miau, miaaau.

—Voy a tener que sujetarte para llevarte al coche. Puedes portarte bien y te llevaré en brazos o puedes ser un gato imbécil y te llevaré por la cola. Tú eliges.

Miau.

—Sí, a mí tampoco me hace mucha gracia que vengas. Lo hago por Victoria.

Miau, miau.

Al menos, pareció alegrarse cuando escuchó su nombre.

Caleb lo pensó un momento antes de acercarse y levantarlo con un brazo. El gato soltó un sonoro miaaaaau antes de agarrarse a su brazo con las cuatro patas llenas de garras.  Él ignoró el pinchazo de dolor y abrió la puerta principal con el codo.

No había llegado a la mitad del pasillo cuando escuchó que alguien se aclaraba la garganta detrás de él.

Se giró extrañado, y vio a la vecina de Victoria mirándolo de brazos cruzados.

—¿Dónde te crees que vas con ese gato, señorito?

Caleb miró al gato imbécil, que estaba bostezando tranquilamente.

—Me lo llevo —dijo, simplemente.

Se dio la vuelta y volvió a avanzar hacia las escaleras, pero se detuvo con un suspiro cuando la mujer carraspeó todavía más ruidosamente.

—¿Dónde está Victoria? —preguntó.

—Aquí, no.

—Eso ya lo he visto. Me refiero a si está bien.

Caleb se relajó un poco al asentirle con la cabeza. Ella también pareció relajarse, pero solo por unos pocos segundos. Enseguida volvió a señalarlo y a poner mala cara.

—Si no la tratas bien, voy a enterarme.

—Muy bien.

—Y voy a ser tu enemiga.

—Genial.

—Y parece que no soy peligrosa por mi edad y las pantuflas rosas, pero no me querrás como enemiga.

—¿Eso es una amenaza?

—No, solo un recordatorio de que tengo buena puntería y licencia de armas.

¿Por qué cada vez que conocía a alguien del entorno de Victoria lo amenazaba? ¿Tan malo parecía?

—Tendré cuidado —le aseguró.

—Bien. Pues dile a Victoria que me llame.

—Eso haré.

—Y... cuida de ella, ¿eh? Es orgullosa, pero es una buena niña. No se merece que le hagan daño.

Él la miró por unos segundos.

—No tengo ninguna intención de hacérselo.

La mujer no respondió, pero asintió con la cabeza. Caleb siguió con su camino sin despedirse y el gato volvió a bostezar.


Victoria

Vale. Tenía hambre.

Pero... ejem... le daba vergüenza asaltar la nevera de esa casa.

Se asomó a las escaleras y, tras comprobar que no había nadie, bajó de puntillas. Tampoco encontró a nadie en los dos pasillos inferiores. Quizá estaba sola. 

Aunque podría haber alguien en una de las cien habitaciones de esa casa gigantesca sin que ella se enterara, claro.

Decidió arriesgarse y seguir bajando las escaleras. Por fin llegó a la planta baja y empujó la puerta corredera de la cocina. 

La nevera casi parecía evocar su nombre para que se acercara a comer algo.

De hecho, ya estaba casi saboreando la comida cuando la abrió y, de la nada, una mano la volvió a cerrar tan bruscamente que Victoria dio un salto hacia atrás, asustada.

—Aparta tus sucias manos de mi nevera si no quieres morir lenta y dolorosamente —advirtió Iver, mirándola con mala cara.

Ella retrocedió tres pasos con las manos levantadas en señal de rendición.

—¡P-pero...! ¡Me has dado un susto de muerte!

—Va a ser de muerte si tocas mi nevera.

—¿Tu nevera? —repitió, confusa—. ¿No es de todos?

—Aquí soy el único que cocina, así que es mía. Mantente alejada.

—Pero... ¿no se supone que no coméis?

—¿Y qué pasa? ¿Que por eso tengo que renunciar a cocinar aunque me guste?

Mientras hablaba, Victoria se dio cuenta de que volvía a tener un delantal de florecitas y una cuchara rosa en la mano. De hecho, la estaba agitando delante de la cara de ella, frunciendo el ceño.

—¿Qué demonios miras tanto? —espetó él.

—¡Nada!

—Eso espero, cachorrito, porque no me gustaría decirle a Caleb que he tenido que encerrarte en su habitación para que no tocaras mis cosas.

—Ya... pero es que tengo hambre.

—Pues sal al patio trasero y come hierba. Es muy sana. Pregúntale a los conejos.

Y se apoyó de brazos cruzados en la nevera, mirándola fijamente.

Fue en ese momento en que ella se olvidó de la cicatriz, de que no lo conocía, de que daba miedo y todo lo demás, y se envalentonó.

La comida estaba en juego. Y no se jugaba con la maldita comida.

Puso los brazos en jarras y se acercó a él, enfadada.

—¡Solo quiero comer algo, no voy a destrozar tu jerarquía culinaria solo por eso!

—Mi jerarquía culinaria incluye que los humanos mohosos no toquen mi comida.

—¡Aquí también viven Caleb y Bexley, la comida también es de ellos!

—¡Pues ellos no están, así que apáñatelas tú solita!

—¡Me voy a chivar a Caleb cuando vuelva!

—¡Pues me vas a caer peor!

—¡No necesito caerte bien, no me gustas!

—¡Qué pena!

—¡Quítate ya!

—¡Quítame si te atreves!

—¿Que si me atrevo? Voy a destrozarte, idiota.

Intentó empujarlo a un lado y fue ridículo el mínimo esfuerzo que tuvo que hacer él para echarla hacia atrás, poniendo mala cara. Victoria sintió que sus niveles de enfado iban subiendo demasiado rápidamente.

—¿Quieres que vaya a por mi spray pimienta?

—¿Quieres que te obligue a enfadarte tanto que solo seas capaz de gritar y llorar?

—¡Eso no se vale! ¡Yo no tengo... poderes raros! 

—Mira cómo lloro por ti.

—¡Se lo diré a Caleb!

—¡Me da igual!

—¡Si me haces algo...!

Ella se detuvo y se giró al instante hacia la puerta principal. Su alegría fue legendaria cuando vio que Caleb dejaba su planta en la entrada y a Bigotitos en el suelo, que se estiró y miró a su alrededor con curiosidad.

—¡Bigotitos! —exclamó ella felizmente, agachándose y abriendo los brazos.

El gato la miró con desprecio y se lamió una pata.

Escuchó la risita de Iver a su espalda.

—Parece que tu bola de pelo te soporta tan poco como yo.

Victoria le dedicó una mirada furiosa antes de girarse hacia Caleb, que acababa de entrar en la cocina con una ceja enarcada, algo confuso. La miró de arriba abajo y frunció el ceño.

—Relájate, tu corazón va a toda veloc...

—¡Dile que me deje comer algo! —exigió ella, señalando a Iver, que seguía apoyado con los brazos cruzados en la nevera.

Caleb le dirigió a Iver una mirada cansada antes de suspirar.

—¿Quieres dejar de hacer el idiota?

—¡Yo no he hecho nada! Solo le he dejado claras las normas de la casa.

—¡Me ha dicho que no podía tocar nada de la nevera y que iba a usar sus poderes raros contra mí si lo hacía! —protestó Victoria.

Iver le puso mala cara.

—Sapo.

—Imbécil.

—No me caes bien.

—Te jodes.

Caleb los miraba como si fueran dos niños pequeños peleándose por un trozo de chocolate. Al final, suspiró y volvió a girarse hacia Iver.

—Deja que haga lo que quiera —advirtió.

—¡No tengo por qué hacerlo! ¡No vive aquí!

—Ahora lo hace.

—Sí, temporalmente.

—Y temporalmente tiene el mismo derecho que tú a hacer lo que quiera. Apártate de la nevera, Iver, o te apartaré yo.

Iver lo miró unos segundos, irritado, y soltó algo en su idioma raro que Victoria supuso que no sería muy agrable.

De hecho, empezaron a discutir en ese idioma de idiotas durante casi un minuto entero, pero finalmente Iver se marchó y los dejó solos. Caleb le hizo un gesto hacia la nevera. Victoria fue hacia ahí encantada y empezó a rebuscar hasta que encontró algo para comer.

Ya le había dado un mordisco cuando se giró de nuevo hacia Caleb.

—¿Qué has traído? —preguntó con la boca llena.

—A tu gato imbécil.

—Bigotitos no es un imbécil.

—Se llama Bigotitos, Victoria.

—¡Porque tiene unos bigotitos muy tiernos!

Él suspiró.

—Te he traído la planta. Y tu vecina me ha dicho que la llames. Creo que se piensa que te he secuestrado.

Victoria sonrió, divertida.

—La llamaré y le diré que estoy sana y salva. ¿Has traído mi uniforme del bar?

—Lo metí en la maleta ayer.

—Genial.

—Pero no vas a ir a ese bar en unas semanas.

Ella dejó de masticar un momento para levantar una ceja.

—Siento ser yo quien te lo diga, pero tengo que ir. Es mi trabajo.

—Yo me encargaré de esa parte.

—No necesito que te encargues de nada. Tengo que ir a trabajar.

—No vas a...

—Perdona —se señaló con la boca llena, cosa que la hacía perder bastante credibilidad—. ¿Tengo cara de necesitar un padre? Porque ya tengo uno, gracias. Quiero ir a trabajar e iré.

Supo que él estaba molesto incluso sin girarse a mirarlo. Fue al salón con el plato de comida en la mano y escuchó que la seguía. Bigotitos se había adueñado de uno de los sillones y mordía un cojín, así que Victoria se dejó caer en el sofá.

Suspiró cuando vio que Caleb se quedaba de brazos cruzados a unos metros, mirándola fijamente.

La ponía de los nervios que la mirara fijamente. Y él lo sabía, seguro. Lo sabía todo sobre sus reacciones, el rarito.

—¿Qué? —preguntó, molesta.

—Nada. Me pregunto qué parte de todo esto no entiendes.

—¿Qué quieres decir ahora, x-men?

Caleb dijo algo en otro idioma —nada bueno— antes de acercarse y sentarse en la mesa de café, justo delante de ella. Parecía realmente molesto.

—¿Te crees que te habría traído aquí de haber tenido otra alternativa? —le preguntó directamente.

Victoria se metió otra cucharada de comida en la boca, haciéndose la indiferente.

—No sé. Dímelo tú. Todavía no sé de qué va todo esto.

—Sawyer ha encargado a Axel que vaya a por ti.

Victoria tuvo la impresión de que a esa historia le faltaba una parte que no le contó, pero estaba tan sorprendida que no le dio importancia.

—¿Eh? —se señaló—. ¿A mí?

—Sí, a ti.

—Pero... ¿por qué yo? ¡Si no lo conozco de nada!

—Eso es lo que voy a intentar averiguar.

Victoria se quedó con la mirada perdida unos segundos, sin saber qué pensar. Estaba muy confusa.

—¿Por eso no quieres que vaya a trabajar? —lo miró—. ¿Por si va ahí?

—No creo que lo haga, pero sí. Es mejor no arriesgarse.

—Pero... no puedo detener mi vida por él, Caleb.

—Creo que no lo entiendes.

—Madre mía, ¿tanto te preocupa un chico cualquiera, por muy enfadado que esté? ¿No se supone que tú eres mi x-men? ¡Yo tengo un spray pimienta! Formamos un buen equipo. Vamos a machacarlo en cuanto aparezca.

Caleb la miraba como si hubiera dicho la mayor tontería del siglo. Incluso Bigotitos la juzgaba desde el sillón. Victoria frunció el ceño.

—¿Qué?

—No conoces a Axel —aclaró él en voz baja—. Yo sí.

—¿Y qué te pasa con él? ¿Te da miedo que te ataque?

—No estoy preocupado por mí.

Victoria agachó la mirada hacia su plato instintivamente. La intimidaba que la miraba desde cerca con esos ojos tan oscuros. 

Y no porque no le gustaran, precisamente.

—Mira, sé que lo del trabajo es importante para ti —murmuró él—. Pero Axel sabe que trabajas ahí. Lo mejor es que faltes, al menos, una semana. Lo suficiente como para que intente centrarse en otros lugares.

—No puedo, Caleb.

—Sí que puedes. Es tu trabajo, pero...

—No —aclaró ella, mirándolo de reojo—. No puedo tener vacaciones. No tengo contrato. Si le pido días libres a Andrew, me echará.

Caleb la miró fijamente por unos segundos, confuso.

—¿Cómo que no tienes contrato? —de repente sonó irritado.

—No tenía experiencia cuando empecé a trabajar ahí. Andrew me ofreció un poco más del sueldo normal a cambio de trabajar sin contrato por una temporada, para ver cómo funcionaba y todo eso... pero nunca ha llegado a hacérmelo. Y ahora cobro menos que las demás. No va a hacerme contrato y sé que el trabajo es una mierda, pero necesito el dinero y ahora mismo no voy a encontrar nada mejor. Nadie quiere a una niña sin experiencia demostrable.

Ya se le había pasado incluso el hambre. Miró el plato con una mueca y Caleb debió adivinar sus intenciones, porque se lo quitó de las manos y lo dejó en la mesa de café antes de volver a centrarse en ella.

—Sabes que eso tiene un nombre, ¿no? Explotación laboral.

—No me explota. Solo... se aprovecha un poco de la situación.

—No puedes permitir eso, Victoria.

—¿Y qué eres ahora? ¿Mi abogado? ¿Vas a ir a negociar mi contrato o qué?

—No. Voy a ir a decirle que te haga un contrato o...

—Oye, x-men —se inclinó hacia delante y le puso una mano en el hombro—, si necesito tu ayuda, te la pediré.

—Está claro que la necesitas.

—No. He vivido perfectamente muuuchos años sin ti. 

—Y no sé cómo lo has conseguido.

—Sé arreglar mis problemas solita. Y seguro que tú tienes muchos otros. Céntrate en ellos.

—Lamento decirte que tú eres el mayor de ellos.

Victoria torció el gesto.

—Cada vez me dices cosas más bonitas. ¿Ahora soy tu problema?

—Pero eres mi problema favorito.

Ella abrió mucho los ojos, sorprendida, pero él ni siquiera cambió su expresión indiferente de siempre.

No lo entendía, ¿cómo podía decir esas cosas y permanecer tan... impasible?

Caleb se puso de pie de repente y Victoria siguió mirándolo como una estúpida, intentando reaccionar.

—Tienes toda la casa a tu disposición —le dijo él—. Si Iver te molesta, hazle esa llave ninja del otro día.

—Eso me parece mejor.

—Bien. Nos vemos más tarde.

Victoria se puso de pie inconscientemente cuando él empezó a dirigirse a la puerta. No supo por qué, pero de pronto estaba nerviosa.

—¿Dónde vas? —preguntó, sin saber muy bien si estaba pasándose de entrometida.

Caleb la miró como si fuera obvio.

—A hablar con Sawyer.

—Pero... ¿eso no es... peligroso?

—Sawyer nunca me haría daño —le aseguró él.

Victoria no estaba tan segura de eso.


Caleb

Parecía que había pasado una eternidad desde la última vez que había ido a la fábrica.

Bajó del coche y recorrió el mismo camino de siempre hasta llegar al despacho de Sawyer. No se molestó en llamar a la puerta.

Sawyer estaba sentado en su silla de cuero tachonado. Tenía los codos sobre la mesa y la cara entre las manos. No llevaba americana y su camisa estaba medio desabrochada, con las mangas subidas hasta los codos. Apestaba a alcohol.

¿Qué demonios le pasaba? Él era muy pesado con su imagen. Siempre la cuidaba a la perfección. Nunca lo había visto desaliñado.

Algo estaba pasando con Sawyer. Algo malo. Caleb había contado al doble de guardias que la última vez que había estado ahí.

Sawyer levantó abruptamente la cabeza cuando Caleb cerró la puerta, acercándose a su mesa. Casi pareció aliviado de verlo.

Kéléb, ven. Siéntate conmigo.

Caleb no dijo nada, pero se sentó delante de él. Sawyer apartó torpemente las cosas que tenía sobre la mesa. Algunas cayeron al suelo y también levantaron un leve olor a alcohol. Había estado bebiendo la noche anterior. Probablemente incluso había dormido ahí, por eso tenía esas pintas... y esas ojeras.

—¿Te he llamado? —preguntó, extrañado.

—No —dijo Caleb en voz baja.

—¿Y qué haces aquí? ¿Hay algún problema?

—Sí. ¿Por qué has mandado a Axel a por mi objetivo?

Referirse a Victoria como objetivo casi hizo que le ardiera la lengua, pero no dejó que Sawyer lo notara. Aunque... la verdad es que tampoco estaba muy seguro de que fuera a notarlo aunque lo mirara. Estaba muy distraído.

—¿Tu objetivo? —repitió—. ¿Cuál es?

—La chica que nos vio en el bar del tipo del rolex.

—Oh, esa chica —Sawyer lo observó por unos segundos—. Se me había olvidado. 

—Entonces, ¿vas a decirle a Axel que pare?

—No.

Sawyer soltó una risita casi ridícula y se puso de pie. Dio la vuelta al despacho para ir a su estantería y recoger una botella de whisky con un vaso de cristal innecesariamente caro. Los dejó sobre la mesa antes de volver a sentarse y beberse un trago.

Caleb lo observaba, impasible, aunque tenía las manos tensas bajo la mesa.

—¿No? —repitió.

—No —insistió Sawyer distraídamente—. No. Esa chica es un problema. Y no me gustan los problemas.

—No es un problema —le aseguró Caleb con toda la tranquilidad que pudo reunir—. La he estado siguiendo por un mes. Te aseguro que ni siquiera sabe quiénes somos.

Era la primera vez que mentía a Sawyer.

Se sintió miserable casi al instante.

—Ya —Sawyer negó con la cabeza, burlón—. Es una larga historia. No tengo tiempo ni ganas de explicártela. Axel se encargará del trabajo.

—No tienes que matarla.

—Perdona, ¿puedes recordarme en qué momento te he pedido tu opinión sobre mis negocios, kéléb?

Caleb apretó los labios. De pronto, Sawyer no parecía tan relajado.

Conocía a ese hombre. Había estado con él toda su vida. Sabía cómo era cuando se alteraba, y nunca conseguía nada bueno. Nunca. Se volvía impulsivo y agresivo. Y la que saldría perjudicada si eso pasaba era Victoria.

—No lo has hecho —respondió Caleb dócilmente.

—Eso suponía. Axel se encargará de la chica.

—¿Y yo?

—¿Tú? —lo pensó un momento—. Tú volverás a tu trabajo habitual. Olvídate de ella. Pronto será historia.

Caleb apretó los labios, pero no dijo nada.

De pronto, la perspectiva de no tener que ir a su casa cada día se le antojó... deprimente. Había algo en Victoria que le alegraba el día. Sin eso, todo volvía a ser... extrañamente gris.

Ni siquiera se había fijado en eso antes de conocerla.

Y quizá el despacho de Sawyer no era el mejor lugar para pensarlo.

—¿Qué ha hecho? —fingió indiferencia, acomodándose en la silla—. ¿Te ha robado?

Consiguió lo que pretendía, que fue que Sawyer se relajara otra vez con una sonrisa.

—Si solo me hubiera robado, no la mataría.

—¿Y qué ha hecho una niña que sea tan grave como mandar a Axel a por ella?

—Oh, es difícil de explicar —Sawyer se cruzó de brazos—. Tú has estado vigilándola durante un mes. Podrías echar una mano a Axel. Anoche no logró localizarla.

—Si no me equivoco, la chica tenía un viaje planificado.

—¿Dónde?

—No lo sé. Fuera del continente.

—Mierda, ¿por cuánto tiempo?

—No lo sé. Bastante.

Sawyer apretó los labios, pensativo.

Lo único que quería Caleb era quitarle a Axel de encima. Podría manejar a cualquier otra persona, pero Axel... con él no era tan sencillo. Necesitaba estar seguro de que Victoria no tendría que volver a verlo jamás.

—Ya veo —murmuró Sawyer.

—No malgastes a Axel con una misión que no puede cumplir —añadió Caleb tranquilamente—. Cuando la chica vuelva, me enteraré y os lo diré.

Sawyer ya no sonreía, pero lo miraba fijamente.

—Ya veo —repitió en voz inusualmente baja.

Caleb le sostuvo la mirada. De pronto, sintió que la tensión crecía en esa habitación a medía que los segundos pasaban y ninguno decía nada. 

Sawyer levantó un poco la barbilla y entrecerró ligeramente los ojos.

—¿Tú nos avisarás cuando vuelva? —repitió.

Caleb asintió con la cabeza pese a la pesada tensión que se había instalado entre ellos.

—Claro que lo harás—le dijo Sawyer sin cambiar esa expresión seria—. Confío en ti. Eres lo más parecido a un hijo que he tenido en toda mi vida.

Hizo una pausa, todavía mirándolo.

—Lo sabes, ¿no?

—Claro que sí —murmuró Caleb.

—Solo quería recordártelo.

Sawyer repiqueteó un dedo en la mesa sin cambiar de expresión. Caleb casi sintió ganas de marcharse a por Victoria cuando, de pronto, volvió a esbozar una sonrisa.

Solo que esta vez ya no llegó a sus ojos.

—Muy bien. Hablaré con Axel para que deje el trabajo hasta nuevo aviso.

Caleb lo miró fijamente durante unos segundos antes de ponerse de pie y asentir una vez con la cabeza.

—Muy bien.

—Te avisaré si tengo algún trabajo para ti. Mientras tanto, tómate unas vacaciones. Te las has ganado. Seguro que cuidar de una zorra no ha sido muy agradable.

Caleb no dijo nada, pero notó que se le apretaban los puños inconscientemente.

—Claro —dijo con voz monótona.

—Nos vemos pronto, hijo.

Él no respondió, pero vio que la sonrisa de Sawyer desaparecía casi al instante en que empezó a darse la vuelta.


Victoria

—¿Qué demonios es eso?

Bexley había aparecido por la noche y se había encontrado con Iver de brazos cruzados en la cocina y Victoria de brazos cruzados en el salón.

Ah, y con Bigotitos lamiéndose la entrepierna en la entrada.

Victoria se arrastró al otro extremo del sofá para poder asomarse a la entrada.

—Es mi gato —aclaró.

—Ah —Bexley le puso una mueca—. ¿Y dónde está Iver?

—En la cocina, enfadado.

—¡Yo no estoy enfadado! —gritó él en la cocina, enfadado.

—¿Y no se ha quejado? —Bexley señaló a Bigotitos, que seguía centrado en sus cosas—. Si le tiene pánico a los gatos.

—¡Yo no le temo a nada! —gritó él.

—De pequeño, uno le mordió un dedo y se ha quedado traumatizado de por vida.

—¡No me mordió un dedo, intentó arrancarme media mano!

Victoria sonrió, divertida, cuando Bexley se acercó a Bigotitos y le acarició la cabecita. Él se dejó por unos momentos, pero después fue corriendo hacia Victoria y se subió al sofá con ella, acurrucándose.

—Lo siento, no es muy sociable.

—Tienes debilidad por los bichos con problemas sociales, ¿eh? Primero el gato, luego Caleb...

Como si hubiera sido invocado, la puerta volvió a abrirse y Caleb entró en la casa con la misma expresión indiferente de siempre.

Aunque se volvió malhumorada cuando Bigotitos fue hacia él, encantado, a saludarle.

—Quita, bicho.

—¡No llames bicho a mi pobre gato! —protestó Victoria.

Y el pobre Bigotitos se marchó triste y solo detrás del sillón.

Bexley sonrió como diciendo te lo dije y subió las escaleras mientras Caleb se quitaba la chaqueta. Victoria lo observó con un poquito más de interés del necesario.

Vaya, realmente estaba entrenado. Um... interesante.

—¿Qué? —preguntó él al darse cuenta de que lo miraba.

—Nada. Bonita camiseta. Muy... negra.

—Gracias. Bonita sudadera. Muy mía.

—¡Me dijiste que usara lo que quisiera!

—Y tuviste que encontrar eso.

Él se dejó caer en el sofá junto a ella y Bigotitos volvió a hacer su intento de recibir amor. Subió al respaldo y Caleb le puso mala cara, pero no lo apartó cuando se tumbó a su lado.

—¿Quieres que me la quite? —preguntó Victoria, algo desanimada.

—No. Por mí puedes tirarla a la basura.

Eso, francamente, la sorprendió.

—¿Por qué?

—Porque no me gusta.

Debió ver la pregunta en sus ojos, porque él suspiró.

—Es lo único que conservo de mi vida anterior.

Victoria dejó de mirarse a sí misma al instante para mirarlo a él, confusa.

—¿Qué? ¿Tu vida anterior?

—Antes de que me volviera... esto.

Ella entrecerró los ojos.

—Todavía no sé qué es esto, Caleb. Y teníamos un acuerdo.

—Ah... sí. El acuerdo.

—Y vas a cumplirlo, ¿no? Porque yo no me he movido de aquí en todo el día. Y he tenido que aguantar al amargado de tu amigo.

Caleb le dirigió una mirada pensativa. Vaya, iba a ser difícil hacerlo sonreír otra vez. Bueno, no importaba. Había guardado ese recuerdo en su memoria con candado y se había deshecho de la llave.

—No sé por qué Sawyer va a por ti —le explicó él con voz tan calmada como si hablara del tiempo—. Me ha dicho que detendría a Axel, pero algo me dice que no lo hará. Al menos, te he dado algo de tiempo. Le contado que estás de viaje no sé por cuánto tiempo. Probablemente Axel vaya a tu trabajo durante una semana para controlar que no estés. Deberías quedarte aquí ese tiempo.

—Pues qué bien... tendré que llamar a Andrew y suplicar que no me eche. ¿Crees que la excusa de que me persigue un loco con poderes sobrehumanos funcionará o mejor me invento otra?

Victoria sonrió, divertida, pero dejó de hacerlo cuando vio que Caleb seguía mortalmente serio.

—Vamos, no pongas esa cara, x-men. Era solo una broma.

—Nada de esto es una broma, Victoria. Hay alguien que quiere hacerte daño.

—¿Y qué? ¿Aquí no estoy a salvo?

—¿Cómo puedes estar tranquila? —preguntó, desconcertado—. ¿No me has oído?

—Confío en tus instintos de x-men para protegerme de ser necesario, Calebsito.

—No me llames... bueno, da igual —sacudió la cabeza—. Yo no puedo estar contigo siempre, ya te lo dije.

—Bueno, tengo mi spray pimienta.

—Victoria...

—¿Qué? ¿Qué quieres? ¿Que entre en pánico? No serviría de mucho, ¿no?

Él la observó unos segundos antes de fruncir ligeramente el ceño.

—Deberías aprender a defenderte.

—Sé defenderme. Patada en los huevos y salir corriendo. Es fácil.

—¿Y si fuera una mujer?

—Pues puñetazo en una teta y salir corriendo. ¿No ves que tengo recursos?

—Victoria... —repitió con la misma mirada de antes.

Era esa mirada de por favor, deja de decir chorradas a la que ella ya se estaba empezando a acostumbrar.

—Bueno, vale, ya lo hablaremos —ella enarcó una ceja—. No solo me debías explicarme eso, ¿recuerdas? Te falta la parte en la que me cuentas qué demonios eres.

—¿De verdad tienes más ganas de saber qué soy, que de conocer los detalles de alguien que te persigue?

—Pues sí —sonrió—. ¿Y bien? ¿Qué eres? ¿Un vampiro? ¿Un alien? ¿Una medusa?

Caleb le puso mala cara.

—¿Una medusa?

—Eres la medusa más sexy que he visto en mi vida.

—Voy a pasar por alto que me has llamado medusa.

—También te he llamado sexy, x-men.

Si no hubiera sido Caleb... si hubiera sido una persona normal... casi habría jurado que le enrojecían las orejas.

Si eso sucedió, lo disimuló muy bien, porque seguía con su cara impasible. Victoria suspiró.

—Venga, ahora en serio. Me lo debes. ¿Qué eres?

Por un momento, creyó que Caleb se negaría a hablar y le diría que no cumplía esa parte del trato, pero él se limitó a asentir una vez con la cabeza y ponerse de pie, ofreciéndole la mano.

—Ven conmigo.

Victoria parpadeó, sorprendida, y finalmente aceptó su mano para ponerse de pie y dejarse guiar.


Caleb

Estaba nervioso. No recordaba haber estado nervioso jamás. Ni una sola vez.

Y, sin embargo, ahí estaba... junto a una chica que no formaba parte de la familia, a punto de incumplir la segunda norma que le habían enseñado: no hablar de la transformación con gente que no fuera de la familia.

Miró a Victoria por encima del hombro. Ella tenía la mano pequeña y los dedos delgados. Debía estar nerviosa, porque estaba ejerciendo bastante fuerza en la de Caleb. De hecho, incluso se estaba mordisqueando el labio inferior con ansiedad.

Realmente tenía ganas de saberlo, ¿eh?

Caleb cruzó la cocina y notó la mirada curiosa de Victoria en su nuca cuando se detuvo junto a la puerta del sótano. Era la pequeña de madera que había al fondo del comedor, prácticamente oculta entre dos muebles. Soltó la mano de Victoria y respiró hondo antes de retirar la pequeña tapa metálica que había sobre la manilla y marcar cuatro números en el pequeño panel plateado.

—¿Qué...? —empezó Victoria, confusa.

—Sígueme.

Él abrió la puerta y le hizo un gesto para que pasara delante de él.

Victoria se asomó a las viejas escaleras de madera que conducían al sótano y vio que la única iluminación de abajo era una bombilla vieja colgada del techo. Tragó saliva, visiblemente nerviosa. Incluso se le aceleró el corazón cuando lo miró.

—Eh... no vas a matarme, ¿no?

Él enarcó una ceja.

—No, Victoria.

—¿Vas a intentar secuestrarme ahí abajo?

—Por hoy no. Quizá mañana.

—¿Eso ha sido sarcasmo o tengo que preocuparme?

—Sarcasmo.

—Aprendes rápido, x-men.

—Tengo una buena maestra.

Ella le dirigió una sonrisita divertida y Caleb esbozó otra sin darse cuenta.

Está claro que la borró en cuanto se dio cuenta de ello, claro.


Victoria

Bueno... habría que arriesgarse a que la encerrara ahí abajo. Su curiosidad era mucho mayor que su sentido común.

Empezó a bajar las escaleras y escuchó que él empujaba la puerta y la seguía. Casi todos los escalones crujieron. Ella solo unos llevaba calcetines de abejorros. Menos mal que los escalones no estaban sucios.

No pudo decir lo mismo del suelo del sótano.

Se quedó mirando la capa de mugre y polvo que adornaba el suelo y puso una mueca. Caleb bajó el último escalón esquivándola y le enarcó una ceja, confuso.

—No voy a matarte —repitió como si fuera obvio.

—No es eso. Es que... mhm... son mis únicos calcetines de abejorros. Les tengo mucho aprecio, ¿sabes?

Él bajó la mirada a sus pies y Victoria casi pudo ver el segundo exacto en que imploraba paciencia a quien fuera que le escuchara.

—¿Y la opción de ponerte zapatos ha estado descartada todo el tiempo? —preguntó él lentamente.

—¡Dijiste que me sintiera como en casa y en mi casa siempre voy descalza!

Ella esbozó una sonrisita triunfal cuando Caleb se dio la vuelta y se quedó ahí plantado, esperando que subiera.

Vale, eso sí que iba a ser un reto. Era demasiado alto.

Puso una mueca y se sujetó a sus hombros. Notó que él se tensaba, pero no le dio importancia. Tras calcular distancias y subir un escalón más, hizo un ademán de dar un saltito, pero era obvio que no iba a poder subirse. No es que fuera muy hábil.

—Eh... no sé si te has dado cuenta de que me sacas una cabeza y media, cariño. ¿Podrías agacharte un poco?

Él le puso mala cara, pero se agachó un poco para facilitarte el acceso. Victoria se subió de un saltito y le rodeó de piernas y brazos.

Caleb ni siquiera se molestó en sujetarla, solo siguió recorriendo el sótano con toda la calma del mundo. Era como si no le pesara nada.

Victoria se asomó por encima de su hombro para mirarlo.

—Ya que estamos hablando de altura... ¿podrías explicarme algún día por qué todos tus amigos y tú sois tan altos?

—A eso vamos, Victoria, a explicártelo.

—Ah... ¿tiene que ver con eso?

—Sí.

—¿Tenéis sangre de gigante o algo así?

—Los gigantes no existen.

—Hasta hace poco creía que la gente como tú tampoco existía, ¿sabes?

—Todavía no sabes qué es la gente como yo —le recordó.

Ella sonrió, divertida.

—Ya tienes mi curiosidad.

—La he tenido siempre.

Victoria lo miró, sorprendida, y más sorprendida se quedó cuando él esbozó media sonrisa.

—¿Estás coqueteando conmigo, x-men?

—Piensa lo que quieras.

—¿Te parece que un sótano mugriento es el mejor lugar para hacerlo?

—No es que tengamos muchas otras alternativas.

Victoria no se lo podía creer. ¿Eso estaba pasando de verdad o se había dado un golpe en la cabeza que la hacía alucinar? 

¡¿Estaba flirteando con ella?!

Estuvo a punto de decir algo más, pero la sonrisa de Caleb desapareció casi enseguida. Específicamente, cuando cruzaron un pasillo sin iluminación. Pareció eterno. Y Victoria no veía nada.

Pero... de verdad que no veía nada. Absolutamente nada. Solo la luz a sus espaldas de la triste bombilla que habían dejado atrás. Lo demás era totalmente negro. E incluso la corriente cambió a un aire mucho más frío. Notó que se le ponía la piel de gallina y se pegó un poco más a Caleb inconscientemente.

—¿Tú p-puedes...?

—Sí, puedo ver.

Prefirió no plantearse el por qué. Solo se pegó más a él. Aunque estuviera colgada a su espalda, le daba miedo caerse y quedarse atrapada ahí abajo, en la oscuridad. Ni siquiera estaba muy segura de dónde estaba.

—¿Falta... mucho?

—No.

—¿Seguro?

De pronto, Caleb se detuvo. Victoria notó que le rozaba la barbilla con el pelo al girarse para mirarla. 

Y ella no podía verlo a él. Eso la estaba poniendo muy nerviosa. Tragó saliva.

—¿Tienes miedo, Victoria? —preguntó, casi burlón.

La primera vez que se ponía burlón y tenía que ser en esa precisa situación...

—No —mintió.

—Yo creo que sí.

—N-no... no lo tengo.

—Pues bájate un momento.

Ella se quedó paralizada.

—¿Qué...? ¡No!

—Confía en mí. Bájate.

Victoria dudó durante lo que pareció una eternidad hasta que, finalmente, decidió confiar ciegamente en él —nunca mejor dicho— y bajarse de su espalda.

Dar un paso atrás y alejarse de la seguridad de estar aferrada a él hizo que su corazón empezara a latir con mucha fuerza.

Debajo de sus pies, podía notar el suelo de madera. Olía a... una extraña mezcla de almizcle, humedad y moho.

De pronto, sin saber cómo, supo que él se estaba alejando de ella.

—¿C-Caleb...?

—Solo será un momento. No te muevas.

—¡No, espera! No te...

Se mantuvo en su lugar, aterrada y sin ver nada, y se dio cuenta de que estaba escuchando los pasos de Caleb. Ella nunca escuchaba los pasos de Caleb. Eso solo quería decir que él estaba haciendo ruido a propósito para que supiera dónde estaba.

Ese simple detalle la calmó más de lo que debería.

Justo cuando estaba empezando a entrar en pánico porque él se alejaba en dirección contraria, escuchó un pequeño chasquido y, de pronto, tuvo que parpadear varias veces para adaptarse a la luz que la rodeaba.

Dos lámparas pequeñas colgaban de un techo de madera de roble, iluminando la extraña habitación redonda en la que estaban. Las paredes estaban pintadas de un tono parecido al del vino tinto, pero eran tan viejas y estaban tan llenas de desperfectos y cubiertas por estanterías que prácticamente no lo parecían. El suelo era de madera, tal y como el que habían visto antes, solo que este estaba impecable y no crujía a sus pasos.

Por lo demás... de pronto se dio cuenta de que estaba en lo que parecía una habitación. Una muy extraña. Casi todo lo que había en las paredes eran estanterías llenas a rebosar de libros de todo tipo y grosor. También había un escritorio viejo a su izquierda con una silla elegante, una puerta que conducía a un cuarto de baño perfectamente equipado, una cama pequeña e individual justo al lado, una alfombra redonda y negra en el suelo, justo en medio de la habitación... y, justo en encima de ella, estaba el mueble que más le llamó la atención.

Al principio, pensó que era un sillón extraño. Victoria se acercó, extrañada, y lo rodeó para verlo desde delante. Casi prefirió no hacerlo.

Era una silla de madera vieja y robusta con grilletes de cuero en ambos brazos y piernas. Como si... quisieran atar a alguien.

Levantó la cabeza de golpe hacia Caleb. Él estaba apoyado en la pared de brazos cruzados, justo al lado de la puerta por la que habían entrado. Era una puerta de hierro reforzado. No tenía manera de abrirse por dentro y su única ranura era una pequeña abertura abajo que casi parecía para estar hecha para dejar algo en el suelo.

Victoria lo miró, esperando una explicación. Él solo permaneció en silencio, taciturno.

—¿Qué es esto? —preguntó ella finalmente, encontrando su voz—. ¿Es...? ¿Qué es? ¿Quién vive aquí?

—Nadie lo ha hecho en mucho tiempo —le aseguró él.

Victoria todavía se sintió más confusa. Se dio la vuelta y recorrió todo su alrededor con los ojos. No había ventanas o decoración. Solo estanterías con libros.

Se dio la vuelta de nuevo y tragó saliva al tocar uno de los grilletes de la silla. Estaban hechos de un material suficientemente áspero como para doler en caso de ponerte a tirar de él.

—No eres un Christian Grey que quiere atarme y hacerme cosas raras, ¿no?

—No —le aseguró, ladeando la cabeza.

—Y tampoco eres un secuestrador.

—No, Victoria.

—¿Y puedes explicarme qué demonios es esta silla? O, mejor dicho, ¿para qué sirve?

Caleb se separó por fin de la pared y se acercó a ella. Victoria lo observó con curiosidad cuando él pasó una mano por una estantería casi con melancolía antes de detenerse justo al otro lado de la silla, mirando a su alrededor.

—Hacía mucho que no bajaba —murmuró, pensativo.

—¿Estás intentando distraerme para que deje de preguntar? Porque no funcionará.

Él negó con la cabeza y la obsequió con otra sonrisa.

Sin embargo, la sonrisa no tardó en desaparecer.

—Yo solía vivir aquí abajo, Victoria.

Ella revisó la habitación de arriba abajo antes de volverse hacia él, confusa.

—¿Aquí... abajo?

—Sí.

—¿Por qué?

—Porque lo tuvimos que hacer todos durante la vigía.

—¿La... qué?

Él suspiró, como si no supiera ni por dónde empezar.


Caleb

No sabía ni por dónde empezar.

Victoria parecía incluso más perdida que antes, así que se obligó a sí mismo a seguir hablando.

—Para entender todo esto... tienes que entender que Sawyer tiene una teoría.

—¿Qué teoría? —preguntó, curiosa.

—La teoría de que todos, cuando nacemos, lo hacemos con una habilidad que destaca por encima de todas las demás.

Le dejó unos segundos para que lo asumiera, pero Victoria quería seguir escuchando, estaba claro, así que retomó rápidamente la conversación.

—Es fácil de ver. ¿Cuántos niños has conocido que tengan exactamente las mismas habilidades? Siempre hay uno más rápido, uno más listo, uno más creativo... 

—Pero... esas no son habilidades como las tuyas.

—No, pero podrían serlo.

Caleb hizo una pausa, tragando saliva.

—Verás... pese a que todos los niños nacen con esas habilidades... algunas son más útiles que otras. Y más intensas. Dos niños podrían tener la misma, pero uno podría sentirla con mucha más fuerza que el otro. ¿Me estás entendiendo o solo me miras fijamente?

—Te... entiendo. Creo.

—Hay formas de hacer que estas habilidades se desarrollen por completo. Pero muy pocas. Y casi nadie las conoce. O casi nadie quiere ponerlas en práctica.

—Sawyer sí sabe hacerlo, ¿no? —murmuró ella.

—Sí.

Bueno, Ya estaba. Iba a traicionar a Sawyer, aunque fuera con una bobada. 

No estaba muy seguro de cómo se sentía al respecto.

—Sawyer escuchó hablar de la existencia de esas habilidades unos años antes de conocerme. Ya era prestamista por aquel entonces, pero tenía muchos problemas con su negocio. Mucha gente desparecía en cuanto tenía el dinero y encontrarlos era realmente difícil. Necesitaba ayuda y... no sabía a quién acudir.

—Y supo de tus habilidades —murmuró Victoria, mirándolo.

—No exactamente. No sabía qué buscaba. Me encontró en un... mhm... en mi viejo orfanato.

Él vio la sombra de asombro que pasó por los ojos de Victoria y supo que iba a preguntar al respecto, así que se apresuró a seguir para que no lo hiciera.

—Me hizo las mismas preguntas que a los demás, aunque apenas las recuerdo. Solo sé que le dije que siempre había tenido mejor oído que los demás. Y mejor vista. Normalmente, cuando hablaba de eso con alguien... me tomaban por loco. Pero él no lo hizo. Solo sonrió y me dijo que me creía. Una semana más tarde, firmó los papeles de mi adopción.

Bueno, ahora venía la parte menos agradable. Victoria tenía toda su atención clavada en él. Eso lo incomodaba un poco.

—Hizo que mis habilidades mejoraran y empecé a trabajar para él —concluyó Caleb—. Me dio una casa, compañeros...

—No —Victoria lo detuvo al instante—. Te estás saltando parte de la historia, x-men.

—Una parte insignificante.

—Bueno, siempre he tenido debilidad por las partes insignificantes.

Él suspiró antes de negar con la cabeza.

—No es agradable de escuchar —aclaró.

—Me da igual. Quiero oírlo.

Caleb la miró unos segundos antes de, por fin, decidirse.

—Para alcanzar un nivel muy alto de tus habilidades, tienen que... provocarte sensaciones muy fuertes.

Victoria analizó sus palabras, centrada.

—¿Qué sensaciones? ¿Tristeza o...?

—No. Dolor.

Hubo un instante de silencio. Ella se irguió y abrió mucho los ojos.

—¿Dolor? ¿Qué...? —de pronto, su mirada se clavó en la silla—. Un momento... es... ¿te ataban ahí?

—Sí.

Ella se quedó pálida casi al mismo momento en que Caleb se arrepentía de haber dicho nada.

Victoria lo miró de arriba abajo antes de volverse de nuevo hacia la silla. Su corazón iba ligeramente más rápido que antes. Especialmente cuando rozó el cuero de los grilletes con los dedos.

Cuando volvió a mirarlo, parecía verdaderamente horrorizada.

—¿Cuántos años tenías?

—Eso no importa.

—Dímelo.

Él suspiró.

—Ocho.

No la miró, pero escuchó el retumbar de su corazón.

Nunca había hablado con nadie de eso. Era extraño. No estaba muy seguro de si quería retirarlo y volver atrás para no hacerlo... o decirlo todo.

—Ocho años —repitió Victoria en voz baja, completamente lívida—. Dios mío, Caleb...

—Apenas lo recuerdo.

—Eras... eras un niño... ¿cómo demonios puede alguien torturar a un niño? ¿Qué clase de monstruo...?

—Apenas lo recuerdo —repitió, impaciente.

No soportaba que lo mirara con esa lástima en los ojos.

—Fue hace mucho tiempo, Victoria. Han pasado quince años.

—Me daría igual aunque hubieran pasado sesenta, ¡te torturó!

—No fue... tortura. Fue para que...

—¡No importa, Caleb, por Dios! ¿Qué te hizo?

Él retrocedió cuando ella rodeó la silla para acercarse a él, de pronto furiosa.

Sinceramente, no entendía los cambios de humor de esa chica. ¡Un momento antes estaba lívida y ahora lo perseguía, furiosa!

—¿Qué te hizo? —repitió,

—Nada que no pudiera soportar o no estaría aquí.

—Caleb...

—Apenas lo recuerdo —y fue sincero—. Solo... recuerdo que era...

Insoportable. La palabra estuvo a punto de escapársele, pero se contuvo.

Recordaba los grilletes arañándole las muñecas y los tobillos. Recordaba odiar esa silla con toda su alma. Recordaba su garganta ardiendo por los gritos... y eso era más que suficiente para tener reparos en bajar al sótano.

De hecho, por eso nadie bajaba nunca. Nadie quería recordar lo que había pasado ahí abajo.

—¿Era... qué? —insistió Victoria, acercándose de nuevo.

Esta vez no se apartó. Caleb bajó la mirada hacia ella, intentando encontrar la palabra más adecuada para que no volviera a ponerle esa cara de lástima que tan poco le gustaba.

—Era... confuso.

Victoria torció el gesto, pero él se le adelantó.

—Durante horas estaba atado a la silla para que hicieran eso conmigo. El resto del día, me mantenían aquí abajo para que no pudiera descontrolarme en medio de la casa.

—¿Descontrolarte?

—Hay habilidades peligrosas, Victoria. Al principio, cuando te las aumentan, es difícil controlarlas. Es como si te salieran naturales.

Ella ladeó un poco la cabeza, como si intentara entenderlo todo.


Victoria

Odiaba a Sawyer.

Le daba igual que Caleb lo considerara alguien que merecía respeto. Lo odiaba. Y no iba a cambiar de opinión por mucho que él insistiera en que había sido por su bien.

Un pobre niño de ocho años... no podía ni imaginarlo sin que le recorriera un escalofrío por la espina dorsal.

—Para mí, era casi imposible —murmuró Caleb de pronto, mirando la cama.

Ella volvió a girarse hacia él al instante.

—¿Qué parte?

—El tener que controlar mis habilidades —dijo él en voz baja—. No podía controlar qué escuchaba o qué no. Era como si cada paso de alguien me retumbara en el cerebro. Sentía que la cabeza iba a estallarme en cualquier momento. Fui el que tuvo el entrenamiento más duro. Y más largo.

»Venían unas cuantas horas al día a entrenarme, me ponían a prueba... y siempre fallaba. No podía evitarlo. Me traían comida tres veces al día. Era mi forma de controlar qué hora era. Y el resto del tiempo solo podía leer libros o dormir. No había nada más.

—¿Y con quién hablabas?

Él la miró como si fuera obvio.

—Con nadie.

—Pero...

—Sawyer ni siquiera estaba seguro que de que fuera a sobrevivir. Supongo que no quiso arriesgarse a crear un vínculo conmigo.

Victoria apretó los labios al instante, dejando clara su opinión, pero Caleb fingió que no lo veía.

—¿Cuánto tiempo estuviste aquí abajo, incomunicado y torturado?

—Victoria...

—¿Cuánto tiempo? ¿Días, semanas...?

—Seis años.

Ella dio un paso atrás involuntariamente. Era como si le hubieran dado una patada en el estómago.

—¿Seis...?

Él no dijo nada. Solo la miraba con esa expresión impasible de siempre. Victoria sentía que su horror iba aumentando a cada palabra que oía.

—¿Estuviste desde los ocho hasta los catorce años incomunicado del mundo? —preguntó, sin querer creérselo.

Él asintió.

—No entiendes las expresiones, las ironías... ¿es por eso?

—Sí.

Victoria sintió que su corazón se rompía un poco por él. ¿Cuántas veces se había burlado de él por no entender sus expresiones? De pronto, se sentía la peor persona del mundo.

—Cuando salí, llegaron Bex e Iver —continuó Caleb con su tono relajado de siempre—. Ellos lo tuvieron más fácil. Especialmente Iver. Bexley... su mayor inconveniente fue tener que acostumbrarse a las sensaciones.

—¿Qué sensaciones?

—Cuando ve el futuro de la gente, percibe parte del sentimiento que implica. Algunas veces... es difícil de soportar.

Hizo una pausa, pensativo.

—Ellos lo pasaron juntos. Por eso están tan unidos. Y apenas estuvieron aquí abajo unos meses. Salieron el día en que yo cumplí los quince. Fue el regalo que le pedí a Sawyer. Tenía curiosidad por conocer a más gente de mi edad y ellos la tienen... ya sabes. Quería tener amigos.

Victoria tragó saliva. Le daba la sensación de que él había dejado de hablar para dejarle margen para preguntas, pero... tenía tantas que no sabía ni por dónde empezar.

Al final, optó por la más fácil.

—¿Y Axel?

—Él fue distinto.

—¿Por qué?

—Porque ya llegó con su habilidad muy desarrollada.

Ella parpadeó, confusa.

—¿Por qué? —repitió.

—Ya te he dicho que las habilidades progresan con reacciones primarias como... el dolor intenso. Su padre... bueno... se podría decir que él ayudó a que su habilidad se desarrollara antes de tiempo. Tuvo una infancia bastante jodida.

Victoria no quiso hacer más preguntas. No quería empatizar con el tipo que la perseguía.

—¿Por qué no vive con vosotros?

—Porque Sawyer quiere que cubramos toda la ciudad. Tiene tres casas parecidas a esta distribuidas por ella. En cada una viven tres personas. Algunas veces coincidimos con trabajos que están en medio de la zona de ambos, pero... en general, no nos vemos mucho.

—¿Todas esas personas... tienen vuestras habilidades?

—Sí. Distintas, pero sí.

—¿Los conoces?

—Poco. De trabajos. Durante un encargo, no hablas demasiado.

Ella asintió con la cabeza como si así pudiera entenderlo todo más rápido.

—¿Qué habilidades tienen los demás?

—¿Lo de esta ciudad? —él soltó un bufido casi aburrido—. No lo sé. Nunca les he preguntado. No me interesa.

—¿Cómo puede no interesarte eso?

—Pero sí recuerdo las historias que contaba Sawyer cuando me visitaba —añadió, ligeramente divertido—. Dijo que años atrás había conocido a uno que podía hablar con los muertos, a otra que tenía un control especial sobre el fuego, a otra que podía dar saltos en el tiempo, a otro que era capaz de ver todos tus recuerdos... en fin, creo que se lo inventaba para que nos creyéramos que realmente podíamos tener habilidades increíbles, pero como historias no están mal.

Hizo una pausa y suspiró, mirándola.

—¿Has tenido suficiente?

—Supongo que no me lo has contado todo, ¿no?

Él esbozó media sonrisa. Seguía sin acostumbrarse a ello.

—No, pero creo que por hoy es más que suficiente.

—¿Vas a terminar de contármelo?

—Si sigues queriéndolo, sí.

Ella sonrió ampliamente.

—Entonces, sí. He tenido suficiente.

—Por hoy.

—Por hoy —confirmó.

—Bien. Está claro que no puedes contarle nada de esto a nadie, ¿no?

—No te preocupes. Tampoco iban a creerme.

¡Y él volvió a sonreír! ¿Cuántas veces había sonreído en menos de una hora?

Victoria iba a desmayarse en cualquier momento.

Menos mal que él dio por concluida la visita del día y fue a apagar las luces de nuevo. Victoria lo esperó en la oscuridad absoluta y, de nuevo, le dio la sensación de que hacía ruido al andar para que supiera dónde estaba. Por eso, no la asustó cuando notó que la sujetaba de la muñeca para guiarla hacia su espalda.

Esta vez, cuando subió, él la sujetó de los muslos. Victoria sintió que ese toque tan distraído iba directo a su sistema nervioso.

Y, para su desgracia, Caleb dejó de caminar un momento, extrañado.

—¿Por qué se te ha acelerado el corazón?

—¿E-eh...? No sé. Por nada. Miedo a la oscuridad.

—Ahora se te ha acelerado más.

—¿Y si sigues andando e intentas ignorarlo?

Él tardó unos pocos segundos, pero finalmente recorrió de nuevo el pasillo oscuro. Victoria se sujetó a sus hombros, dejándose guiar en la oscuridad.

—Entonces... sí que eres algo así como un x-men.

—No sé qué es eso.

—¿No has visto las películas?

—Como habrás podido comprobar, soy más de libros.

—Bueno, ya te las enseñaré algún día.

Hizo una pausa, pensativa. Ya veía la luz de la bombilla del sótano cuando sonrió a Caleb.

—Entonces... ¿todos los niños del mundo tienen una habilidad?

—Al menos, una —corrigió él.

—¿Todos la descubren?

—La mayoría ni siquiera sabe que la tiene. Solo cree que es especialmente bueno en algo.

—Entonces... yo tengo una, ¿no?

—Al menos, una —corrigió de nuevo.

—¿Cuál es?

—Eso solo puedes decírmelo tú, Victoria.

Ella lo pensó un momento.

—Lo único que se me da bien es incordiar.

—No creo que haga falta torturarte para que mejores eso. Ya lo haces muy bien.

Victoria sonrió, pero esta vez no dijo nada cuando los dos salieron del sótano.


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