Capítulo 8
Mini-maratón 2/2 :D
Victoria
Se despertó en mitad de la noche. Tenía una capa de sudor frío cubriéndole todo el cuerpo y las mejillas húmedas. Siempre que se despertaba así, era porque había tenido una pesadilla. Una que conocía muy bien.
Pero... no recordaba estar soñando con una pesadilla. De hecho, lo único que recordaba era... la voz de Caleb.
Miró a su alrededor instintivamente, pero sin saber cómo ya supo que él no estaba ahí. Se había marchado.
Apretó un poco los labios antes de salir de la cama. Necesitaba darse una ducha urgentemente.
Y, sin poder evitarlo, se preguntó cómo estaría Caleb.
Caleb
No podía dormirse. Siguió junto al ventanal de su habitación, con el aire frío en la cara, mirando todo el terreno de su vieja casa familiar. Era tan grande y estaba tan oscuro que ni siquiera podía ver el otro extremo.
Recordaba haber adorado tener todo ese espacio cuando era pequeño, pero ahora le parecía innecesario. Nadie necesitaba tanto espacio. Ni siquiera ellos.
Sintió una gota de agua en el brazo y apretó los labios. Iba a empezar a llover en cualquier momento. Tenía que irse de ahí.
Mientras volvía a la ventana, se preguntó cómo estaría Victoria.
Victoria
Tenía un mal presentimiento y no sabía explicarlo demasiado bien.
Salió de la ducha envuelta en una toalla de florecitas moradas y se miró en el espejo. ¿Por qué le daba la sensación de que tenía las mejillas más hundidas cada vez que lo hacía? Se puso una mueca a sí misma y empezó a secarse el pelo con otra toalla.
Bigotitos fue corriendo hacia ella cuando un fuerte trueno hizo que reverberara ligeramente la casa.
Caleb
Un trueno hizo que le reverberaran los tímpanos. A Caleb no le gustaban los sonidos fuertes precisamente por motivos como esos.
Apretó los labios cerrando las ventanas detrás de él y pensó en ir a la cama, pero la verdad es que sabía que no se dormiría. No estaba lo suficientemente relajado o cansado.
Y no podía dejar de pensar en que tenía un mal presentimiento.
Victoria
Mierda, se había quedado sin pijamas.
Eso le pasaba por usar uno diferente cada noche y luego tener que esperar a lavarlos todos a la vez para ahorrar agua.
La dura vida del pobre.
Al final, no le quedó más remedio que ponerse una camiseta un poco ancha y los únicos pantalones de deporte que tenía. No es que fuera el pijama ideal, pero algo era algo.
Otro trueno hizo que Bigotitos maullara, asustado. No le gustaban las tormentas. Ella lo recogió el brazos y dejó que se escondiera en su cuello, acariciándole la espalda y la cabecita suave.
Mientras miraba por la ventana tratando de calmar a Bigotitos, no pudo evitar darse cuenta de que no tenía ninguna forma de contactar con Caleb aunque necesitara hacerlo.
Caleb
Ya habían sonado dos truenos cuando bajó las escaleras sin saber muy bien por qué. Se le habían tensado los hombros.
Iver y Bex estaban en el salón mirando una vieja película de terror en blanco y negro. No le prestaron mucha atención cuando Caleb se detuvo en la entrada, mirando la puerta.
Pero ¿dónde iba a ir? ¿Por qué quería irse? No tenía sentido. No había pasado nada.
—¿Qué haces? —le preguntó Iver con la nariz arrugada—. Lo de mover cosas con la mente sigue sin ser tu punto fuerte.
Caleb no respondió. No entendía a qué venía esa sensación de malestar, solo sabía que le estaba gritando que volviera con Victoria.
—¿Hooooolaaaaaa? —Iver le lanzó una almohada y él la esquivó sin apenas moverse—. Reacciona, tío.
—Déjale en paz —protestó Bex, mirando la película.
—Es que no reacciona. ¿Crees que ha muerto? Me pido su habitación.
Caleb apretó los labios, pero no por escucharlo a él, sino porque seguía teniendo la misma sensación que antes. Rodeó la manilla de la puerta con una mano, pero se detuvo a sí mismo. Eso no tenía sentido.
—Vale —esta vez, incluso Bex lo miró—. ¿Se puede saber qué te pasa?
—No lo sé —masculló Caleb, alejándose de la puerta.
—Piensa en su cachorrito humano —canturreó Iver—. ¿Qué pasa? ¿Te has encariñado? ¿Quieres ir a abrazarla un ratito para que no le asusten los truenitos?
—No la llames así.
Pero Caleb apenas le prestaba atención. Estaba ocupado intentando convencerse a sí mismo de que estaba siendo irracional.
—Uuuuh —Iver sonrió y lo miró mejor—. ¿Sigues enfadado porque la seguimos por la deuda de su hermano?
—Yo creo que sí —murmuró Bex.
—Bueno, no te preocupes. Sawyer nos ha dicho hace una hora que no hacía falta que siguiéramos con el trabajo.
Caleb dejó de andar de un lado a otro del salón y los miró a ambos, confuso.
—¿Qué?
—Debe haberle perdonado la deuda —Bexley se encogió de hombros.
—No, Sawyer no haría eso —murmuró Caleb.
—Parece que lo ha hecho, ¿no?
—En realidad... —Iver soltó una pequeña risita—, no creo que se la haya perdonado. De hecho, creo que la cosa no tiene nada que ver con la deuda.
Caleb lo miró durante unos segundos, tratando de entender lo que decía. No lo consiguió.
—¿De qué estás hablando?
—Que nos dijo que nos olvidáramos de su hermano... porque ya había encargado a Axel que se deshiciera de ella.
Caleb sintió que cada fibra de su cuerpo se detenía y se tensaba al instante.
—¿Qué? —repitió, esta vez en voz tan baja que le sorprendió que lo oyeran.
—Eso ha dicho —Iver se encogió de hombros—. No sé qué le habrá hecho tu novia, pero estaba muy enfadado. Y Axel ya debe estar de camino. Espero que te despidieras de tu cach... ¡oye! ¿Dónde vas?
Pero ya no obtuvo respuesta. Caleb había salido tan rápido de casa que ni siquiera había tenido tiempo para cerrar la puerta.
Victoria
Dejó a Bigotitos en su cama y lo escondió bajo la almohada, donde sabía que a él le gustaba permanecer cuando tenía miedo por los fuegos artificiales o los truenos.
Se quedó mirando por la ventana unos segundos, pensativa, mordiéndose el labio inferior.
¿Por qué de repente tenía tantas ganas de ver a Caleb? Sintió que las mejillas se le teñían de rojo al pensar en que quizá entraría por la ventana en cualquier momento. Se le tiñeron aún más intensamente cuando se dio cuenta de que estaba ruborizada.
¡Ella! ¡Ruborizada! Increíble.
No se había ruborizado ni una sola vez con Jamie, ¿qué demonios le pasaba?
Sacudió la cabeza y se alejó de la ventana. Caleb no iba a ir hasta la mañana siguiente. No tenía sentido esperar ahí como una idiota.
Y, justo cuando lo pensó, escuchó que la ventana se abría con tanta fuerza que casi sintió el sufrimiento de sus pobres cristales.
—¿Qué...?
Se quedó muda cuando se giró y vio que Caleb había entrado en su habitación.
Bueno, eso no se lo esperaba.
Tenía el pelo y la chaqueta húmedos por la lluvia, pero no parecía importarle demasiado. De hecho, se plantó delante de ella y la miró de arriba abajo. Victoria volvió a sentir que se le teñían las mejillas de rojo.
Vale, tenía que parar de ruborizarse ya. Tenía una reputación que mantener.
—¿Qué estás...? —empezó, confusa.
Más confusa se quedó cuando Caleb pasó por su lado y fue directo a su armario. Victoria puso una mueca cuando sacó su pequeña bolsa de viaje del fondo de éste. ¿Cómo demonios sabía...?
Bueno, eso ahora mismo no importaba. Lo que importaba era preguntarse qué demonios estaba haciendo. Especialmente ahora que estaba metiendo su ropa bruscamente en esa bolsa.
—¿Se te ha ido finalmente la cabeza? —preguntó, confusa—. Porque no sé si te has dado cuenta de que esa es mi ropa. Y mi armario. Y mi casa. ¡Y mi pobre ventana! Si le ha pasado algo a los cristales, que sepas que me lo pagarás tú y...
—Ponte unos zapatos —ordenó él sin mirarla.
Era un buen momento para aclarar que Victoria y las órdenes no se llevaban bien. En absoluto.
—¿Perdona? —se cruzó de brazos, enarcando una ceja—. Creo que se te ha olvidado un por favor al final de esa bonita frase. Y ahora también un lo siento delante, por gilipollas.
—Victoria, no hay tiempo. Póntelas —esta vez no sonó tan paciente.
—¿O qué?
Él dejó la bolsa ahora llena en el suelo y Victoria vio que respiraba hondo mirando el armario antes de girarse hacia ella.
Vale, quizá su valentía disminuyó considerablemente cuando vio lo enfadado que parecía.
Nota para el futuro: sus enfados dan miedo.
—Por una vez, hazme caso —le dijo en voz baja—. Te lo diré por el camino. Y ni se te ocurra preguntarme a dónde iremos.
Ella cerró la boca cuando se dio cuenta de que iba a preguntarlo y, sin saber muy bien por qué, le hizo caso y se sentó en la cama para ponerse sus viejas converse.
Si iban a dar una vuelta, no iba a ser ella quien se quejara. Aunque seguía sin entender lo de la ropa. Pensaba obligarlo a colocarla otra vez.
Caleb se paseó por el cuarto de baño mientras ella terminaba. Cuando volvió, tenía la bolsa de viaje llena y colgada del hombro. La miró con impaciencia cuando ella acomodó a Bigotitos bajo la almohada.
—Victoria, tienes que darte prisa —insistió.
—¡Es que Bigotitos podría tener frío si no lo tapo bien!
—¿Quieres dejar al gato imbécil? Date prisa, maldita sea.
—¿Se puede saber dónde vamos?
—A mi casa.
Ella se quedó pasmada al instante, mirándolo.
—¿A tu...?
—Indefinidamente.
—¿Eh...?
—Vamos. Tenemos que irnos.
Cuando hizo un ademán de sujetarla del brazo, ella retrocedió instintivamente.
—Vaaale, no sé de qué va todo esto y ni siquiera voy a empezar a cuestionarme para qué demonios voy a ir a tu casa teniendo la mía propia... pero ten una cosa por segura: yo no me voy a ningún lado sin Bigotitos.
—Deja al gato imbécil. Ya volveré a por él.
—¡No puedo dejarlo solo un día entero! ¿Y si se termina la comida y...?
Ella se detuvo cuando él giró bruscamente la cabeza hacia la puerta de su casa. Victoria se encogió instintivamente al ver que Caleb se quedaba pálido.
Casi... parecía asustado.
Y si algo podía asustar a Caleb, seguro que a ella le provocaría un infarto.
Él se giró tan rápido hacia ella que apenas lo había procesado cuando redujo su distancia en dos zancadas.
—No hay tiempo. Agárrate fuerte.
—¿Qué...?
Ella ahogó un grito cuando él se agachó y se la colgó del hombro en el que no tenía la bolsa. Ni siquiera había entendido del todo lo que pasaba cuando, de pronto, estuvo en la escalera de incendios y él cerró bruscamente la ventana.
Victoria notó las gotas de lluvia en su camiseta
—¡Bájame de aquí! ¡Me estoy empapando!
—¿Te estás sujetando? —él la ignoró.
—¡¿Qué te crees que estás...?! ¡AAAAAHHHH!
Gracias a Dios que sonó un trueno en ese momento, porque de no haber sido así habría despertado a media ciudad.
Y es que Caleb había saltado del edificio.
LITERALMENTE.
Durante lo que pareció una corta eternidad, Victoria sintió que caía a toda velocidad y su estómago se encogía. Se agarró con tanta fuerza de la chaqueta de él que casi tuvo la sensación de que la había atravesado con las uñas, pero no le importó. Siguió ahí agarrada cuando notó que Caleb aterrizaba de una forma sorprendentemente suave en la carretera y seguía andando como si nada hubiera pasado.
Seguía soñando, ¿verdad? Porque eso tenía que ser una pesadilla.
Él no se detuvo hasta que llegó a su coche. Apenas llegaron en unos segundos. Dejó a Victoria en el asiento del copiloto, la bolsa en el trasero y se subió al suyo en menos de un latido.
Entonces, por fin se giró y la miró. Parecía mucho más tranquilo.
—¿Estás bien?
Ya pobre Victoria, que se debatía entre una neumonía, un infarto y un ataque de pánico... No, no estaba bien.
Se giró hacia él, furiosa.
—Pero ¡¿SE PUEDE SABER QUÉ TE PASA?!
Quizá lo que la molestó más de toda la situación fue que Caleb ni siquiera parpadeó con el grito. Solo siguió mirándola como si esperara una respuesta a su anterior pregunta.
—¡No, no estoy bien! —le gritó Victoria, irritada—. ¡Acabas de saltar tres pisos conmigo en tu hombro!
—Lo sé.
—¡Podríamos habernos matado, inconsciente!
—Si tuviera la mínima duda acerca de nuestra posibilidad de sobrevivir, no habría saltado.
—¡Pues siento decirte que la gente normal, cuando salta de una tercera planta, se mata!
—También pueden fracturarse las rodillas, no tienen por qué...
Caleb se detuvo cuando se dio cuenta de la mirada que Victoria le estaba echando. Ella estaba segura de que prácticamente le estaba atravesando el cráneo con los ojos.
—Era necesario —concluyó él.
—¿Por fin me vas a explicar de qué coño va todo esto?
—Primero tenemos que irnos de aquí.
—¡Espera! ¿Y Bigotitos?
—Tu gato imbécil estará bien durmiendo en tu cama. Iré a buscarlo por la mañana.
—Como le pase algo a mi Bigotitos, te juro que voy a...
—¿Cómo demonios puedes querer tanto a esa bola de pelo?
—¡No es una bola de pelo! ¡Es un gato precioso!
Él puso los ojos en blanco, dando por zanjada esa discusión sobre el pobre Bigotitos.
Caleb
Victoria no dijo mucho más en todo el camino. Solo parecía... enfurruñada.
Caleb casi había empezado a acostumbrarse a que estuviera enfurruñada con él todo el día.
Pero en ese momento no podía preocuparse por eso. No dejaba de echar miradas por el retrovisor y tratar de escuchar algún motor siguiéndolos en la lejanía. No oía nada. Pero seguía sin sentirse del todo seguro.
Y lo peor era pensar que esa solución no serviría para siempre. En algún momento tendría que dejarla sola. Apretó los labios al imaginarse a Axel haciéndole lo mismo a Victoria que a...
No, no podía volver a pasar eso. No iba a permitirlo.
—¿Sabes correr durante mucho tiempo seguido? —le preguntó directamente.
Victoria pareció algo sorprendida por la pregunta.
—No. El ejercicio y yo no nos llevamos demasiado bien.
Lo había dicho medio en broma, pero a Caleb no le hizo gracia. En absoluto.
—Eso no puede ser, Victoria —le dijo, muy serio.
Ella volvió a parecer sorprendida.
—¿El qué?
—Necesitas saber escapar. Y saber defenderte.
—¿Para qué? Ahora te tengo de guardaespaldas.
—Yo no voy a estar aquí para siempre. Cuando acabe todo esto, volverás a estar sola.
Hubo un momento de silencio cuando dijo eso. Caleb notó la mirada de Victoria sobre él y casi pudo percibir que eso le había dolido, pero se obligó a centrarse en lo que quería decir.
—Necesitas saber defenderte —insistió—. Odio ser yo quien te diga esto, pero eres una chica joven y preciosa, y vives sola en un barrio que no es precisamente el más seguro del mundo. No debería ser así, deberías poder ir tranquila por la calle, pero desgraciadamente no puedes y necesitas saber defenderte por si algún día un capullo intenta algo inapropiado contigo.
Él esperó una respuesta.
Y siguió esperando.
Casi creyó que se había quedado dormida, pero no. Lo estaba mirando fijamente, y parecía perpleja.
—¿Crees... crees que soy preciosa?
¿En serio? ¿Esa era la única parte con la que se había quedado?
Caleb se removió, incómodo, en su asiento.
—No es que lo crea. Es que lo eres.
Sintió que la mirada de Victoria se desviaba al frente y pudo respirar otra vez, tranquilo. La miró de reojo y vio que ella tenía una pequeña sonrisa en los labios.
—Nunca me habían llamado preciosa —confesó en voz baja—. Ni siquiera guapa.
Caleb soltó un bufido, casi ofendido.
—Preciosa y guapa no es lo mismo. Ni por asomo.
—Es casi lo mismo.
—No. Cualquiera puede ser guapa, pero casi nadie puede ser preciosa.
Vale, ¿qué demonios estaba diciendo?
Volvió a apretar los dedos en el volante, incómodo, cuando Victoria aumentó su sonrisita.
Por favor, que no dijera nada más. Ya se había metido en suficientes problemas por una noche. No necesitaba seguir hablando con ella de esos temas.
Por fin llegó a la granja y dejó el coche en el viejo granero. Al bajar, esperó pacientemente a Victoria. Ella estaba mirando fijamente su casa, sorprendida.
—¿Vives... aquí?
—Sí. Date prisa, vamos.
Caleb le ofreció una mano y ella lo miró, perpleja, como si se estuviera preguntando si era una broma.
Pero finalmente deslizó una mano pequeña y algo cálida dentro de la suya. Caleb se quedó mirándola un momento.
No había mentido. Victoria realmente era preciosa. Especialmente en ese momento, en el que estaban entre la casa y el granero, y la luz le daba de lado. Parte de su cara estaba oculta por la oscuridad y la otra brillaba con las luces del porche. Además, el viento la estaba despeinando y no dejaba de mandarle oleadas de lavanda.
Victoria frunció un poco el ceño, confusa, y él reaccionó por fin. Tiró de ella hacia el porche principal y entró en la casa, intentando centrarse otra vez.
Victoria
En cuanto estuvo dentro abrió la boca, sorprendida por el lujo que la rodeaba. ¿Qué...? ¿Cómo podía estar la casa tan fea por fuera y tan lujosa por dentro? ¿Qué sentido tenía?
Bueno, Caleb en general no tenía mucho sentido... pero es que nunca pensó que su casa fuera a ser tan... como él.
Él no se detuvo en el vestíbulo y giró hacia la izquierda. Victoria se dejó arrastrar con él. La verdad es que se había sentido mucho más tranquila desde que había puesto su mano dentro de la de él. Por no hablar de la conversación del coche.
Igual ahí no había estado tranquila.
No se podía creer que la primera vez en su vida que recibía un piropo así fuera de parte de un x-men.
Bueno, y ahora tampoco estaba tranquila del todo. No dejaba de notar una pequeña presión en la parte baja del estómago que mandaba electricidad por todo su cuerpo para vez que Caleb se giraba para mirarla. O incluso cuando la acariciaba con el pulgar. Tenía los dedos callosos y quizá una caricia suya no debía ser agradable, pero lo era. Mucho mejor que cualquier otra.
Quizá habría significado algo más si él no hubiera permanecido con esa cara de indiferencia todo el rato. Incluso en el coche.
Victoria se vio obligada a centrarse en el presente cuando entraron en lo que pareció una cocina de revista de lujo. Miró a su alrededor, perpleja...
...y su mirada se detuvo en el chico que estaba cocinando y cantando una melodía en voz baja con un delantal de unicornios y pastelitos rosas. El de la cicatriz.
Intentó no sonreír con todas sus fuerzas cuando él movió el culo, bailando al ritmo de la música que tenía de fondo, y siguió cocinando como si nada.
Su hermana estaba sentada en una barra americana bastante larga. Ella sí los había visto. Victoria apretó la mano a Caleb cuando Bexley clavó la mirada en ella, perpleja.
—¿Qué...? —empezó, mirando a Caleb.
Parecía realmente horrorizada. Victoria no lo entendió.
—¡La princesa ha vuelto a casa! —canturreó Iver sin darse la vuelta—. ¿A qué debemos este honor, su majestad gloriosa? No nos merecemos que nos honre con su pres...
Él se giró con una sonrisita burlona y la sartén rosa en la mano, pero se detuvo abruptamente al ver a Victoria con la mano metida en la de Caleb.
Lo peor de todo es que tanto él como su hermana tenían los mismos rasgos, así que era como ver la misma cara de estupefacción en dos cuerpos distintos.
—¿Has venido con tu cachorrito? —preguntó, confuso.
Caleb le puso mala cara al instante.
—No la llames así.
Y Victoria hizo lo peor posible en ese momento; sonrió al ver el atuendo de Iver.
Dejó de hacerlo al instante en que él clavó una mirada tenebrosa en ella.
—¿Y tú de qué coño te ríes?
Victoria se escondió enseguida detrás de Caleb, aterrada. Escuchó que él suspiraba y Bexley, soltaba una risita divertida.
—No la asustes —riñó a su hermano.
—¡Se estaba riendo de mí!
—No se estaba riendo de ti —le dijo Caleb sin inmutarse—, se estaba riendo de tu estupidez.
Victoria escuchó el ruido de la sartén golpeando la encimera con fuerza y se atrevió a asomarse por un lado de la espalda de Caleb. La curiosidad era muy fuerte.
Iver se había quitado el delantal, irritado, y lo había lanzado al otro lado de la cocina.
—¡Muy bien, que os den! Ya cocinaréis vosotros la próxima vez.
—¡Yo no he dicho nada! —su hermana frunció el ceño.
—Te has reído. Has elegido bando.
—¡Vamos, idiota, era gracioso!
—¿El qué? ¿Mi delantal?
—Iver, admite que el delantal es ridículo.
—Tu pelo sí que es ridículo. Pareces lord Farquaad.
Desde luego, esa no era la conversación que Victoria habría esperado escuchar de esos dos mellizos tenebrosos.
—Lo que es gracioso es que haya sido Caleb quien haya roto las normas por primera vez —espetó Iver—. Siempre creí que sería Axel, qué pena.
—¿Normas? —preguntó Victoria sin poder evitarlo—, ¿qué normas?
Bexley le dirigió una sonrisa burlona.
—Alguien no es muy comunicativo con su novia, Caleb.
¡Su novia! Victoria levantó automáticamente la mirada y vio que Caleb también la miraba. Durante unos instantes, ninguno dijo nada. Después, él se giró hacia Iver.
—Mira, no es momento para esto —bajó la voz—. Ha surgido un problema. Urgente.
Victoria se sorprendió al ver que Iver cambiaba totalmente de expresión a una mucho más seria.
—Vamos al estudio.
—Bex, dale algo de comer. No ha cenado.
¿Cómo sabía...? Bueno, ya pocas cosas le sorprendían.
Victoria sintió que su mano la soltaba. Caleb le dirigió una mirada por encima del hombro antes de salir de la cocina y cerrar la puerta a su espalda.
Ella miró a Bexley, algo cortada, y vio que se había puesto de pie.
—¿Qué quieres? —preguntó, rodeando la cocina para llegar a la nevera—. Hay de todo. Puedes sentarte ahí.
Victoria se acercó a la barra sin saber muy bien qué hacer y se sentó en uno de esos taburetes de lujo.
Seguro que solo uno de esos valía lo mismo que su alquiler.
—Lo que sea.
—¿Te gusta el fish and chips? —ella lo pronunció exageradamente, sonriendo—. A veces, a Iver le sale el espíritu inglés que lleva dentro y lo hace. No está mal.
Victoria asintió con la cabeza y Bex lo metió en el microondas sin mucho cuidado. Pulsó uno de los botones con una uña pintada de negro con puntitos morados y blancos.
Victoria se aclaró la garganta, algo intimidada. Se sentía obligada a sacar conversación.
—¿Sois ingleses? —preguntó finalmente.
—De nacimiento, sí.
—No tenéis acento —observó.
—No hemos pisado Inglaterra en casi una década. E incluso antes... bueno, tampoco es que recuerde mucho esa época, así que nunca he tenido acento. Al igual que Iver. Supongo que nuestros padres lo tendrán. Si es que siguen vivos.
El microondas pitó y Bex le dejó el plato delante antes de dejarle un tenedor, un cuchillo, un vaso lleno de agua y una servilleta. Victoria sintió que la boca se le hacía agua cuando le dio el primer bocado. Lo cierto era que sí tenía hambre, después de todo.
Y el señor unicornios-y-cicatriz-tenebrosa resultó ser un buen cocinero.
—No quiero sonar entrometida... —empezó ella—. Pero... ¿por qué tenéis comida si... eh...?
—¿Si no necesitamos comer? —finalizó Bexley por ella, divertida.
—Eh... sí.
—Bueno, a mi hermano le gusta cocinar. Y, aunque realmente no necesitemos comer... de vez en cuando nos gusta disfrutar de hacerlo, ¿sabes? —ella se quedó mirando la nevera un momento—. Cuando hace algo con chocolate no puedo resistirme.
Entonces, volvió a girarse hacia ella, extrañada.
—¿Cómo sabes lo de que no comemos?
—Caleb me lo dijo.
Victoria no supo si lo había metido en un lío o algo así, pero no lo pareció. De hecho, Bexley solo parecía pensativa mientras jugaba distraídamente con el piercing de su labio inferior.
—Caleb te lo dijo —repitió, y casi sonaba como si fuera totalmente extraño para ella—. ¿Hablas mucho con él?
—Eh... no quiero meterlo en problemas.
—No es por eso —le aseguró, y pareció sincera—. Es solo que me extraña mucho. No es que Caleb la persona ideal para mantener una conversación, ¿sabes?
Bueno, Bexley estaba empezando a caerle bien. Por fin podía hablar del rarito del x-men con alguien que lo entendiera.
—Yo hablo por los dos —le aseguró Victoria con una sonrisita.
—Eso ya lo veo —Bexley sonrió y se cruzó de brazos—. Tengo que admitir que estoy sorprendida de que te haya traído aquÍ. Lo tiene prohibido.
—¿Prohibido? ¿No es vuestra casa?
—La casa es de nuestro jefe, querida. Y tenemos unas cuantas normas que seguir para que siga siéndolo.
Victoria se quedó mirándola un momento.
—¿Qué quieres decir? ¿Que... si se entera echará a Caleb?
—¿Echarlo? —Bexley soltó una risa amarga—. Si solo lo echa, Caleb tendrá suerte.
Victoria no supo qué decir. De pronto, se había quedado en blanco.
—Ya comprobarás que Sawyer tiene un gran sentido del humor —murmuró Bex, mirándola—. Especialmente contra las mujeres. Se cree que somos el cáncer el mundo.
Hizo una pausa, pensativa.
—Sigo sin entender que alguien tan cerdo como él me acogiera. De hecho, si no fuera por mi habilidad, probablemente me habría matado.
—¿M-matar...?
—Ten cuidado con Sawyer, cachorrito —murmuró Bex, apartando la mirada—. Es muy fácil equivocarte con él. Y nadie quiere equivocarse con hombres como Sawyer. Ni siquiera tu querido Caleb.
Victoria abrió la boca, sorprendida, pero volvió a cerrarla cuando escuchó la puerta abrirse y cerrarse. Iver y Caleb estaban hablando en voz baja.
Iver parecía enfadado, aunque la verdad es que todas las veces que lo había visto lo parecía, así que era difícil saber si realmente lo estaba o no.
Caleb se acercó a ella ignorando unas pocas palabras de su amigo y miró lo que estaba comiendo antes de ponerle mala cara a Bex.
—¿Esto es lo que entiendes por una buena cena?
—He dejado que ella eligiera —Bexley se encogió de hombros.
Caleb le puso mala cara, pero pronto volvió a centrarse en Victoria.
—¿Has terminado? —le preguntó en un tono mucho más suave.
De hecho, ¿era cosa suya o sonaba mil veces más frío y autoritario cuando hablaba con los demás?
Nunca lo había visto interactuando con nadie. Y la verdad es que tampoco había hablado nunca de esa forma con ella. Ni siquiera al principio.
Igual eso no debió emocionarla tanto como lo hizo.
—Sí —murmuró, volviendo a la conversación.
—Bien, vamos.
—¿No tengo que limpiar...?
—Ya me encargo yo, cachorrito —le aseguró Bex.
Victoria se apartó torpemente de la barra y siguió a Caleb fuera de la cocina. Él se detuvo en cuanto cerró la puerta y la miró de arriba abajo.
—No te ha molestado, ¿no?
—No... —le dijo, extrañada—. La verdad es que ha sido bastante simpática.
—¿Bex siendo simpática? —Caleb resopló—. ¿Te ha apuntado con una pistola para que me dijeras eso?
—Es difícil que no diga lo que pienso —le aseguró ella—. Con pistola o sin ella.
—Eso ya lo he notado.
—Mi madre dice que es uno de mis peores defectos.
—Yo creo que es una de tus mayores virtudes.
Victoria no supo qué decir, así que se limitó a seguirlo escaleras arriba. Seguía llevando el atuendo que habría usado para dormir de haberse quedado en casa y la verdad es que había empezado a tener frío, así que agradecía la calidez de esa casa.
Estaba a punto de preguntar cuánto más tendrían que subir cuando Caleb terminó de guiarla hacia el último piso, el tercero. Ahí, había una especie de ático transformado en habitación.
Y... menuda habitación.
Se sentía como si hubiera entrado en una revista de decoración sin siquiera darse cuenta.
—¿Esta... es tu habitación? —preguntó, perpleja.
Caleb se detuvo y le echó una ojeada.
—¿No te gusta?
—¿Bromeas? ¡Esto es un paraíso! ¡Mira eso! ¡Mira esas vistas! ¡Y esos armarios! ¡Tienes una maldita chimenea delante de la cama! ¿Qué demonios...? Oh, mierda.
Victoria se quedó mirando la cama gigante y el impulso de tirarse sobre ella para ver si rebotaba fue grande, pero se conformó con sentarse en el borde. Era tan alta que los pies no le llegaron al suelo al hacerlo.
Balanceó felizmente las piernas mientras Caleb la miraba con una ceja enarcada.
—¿Se puede saber qué haces?
—¡Intentar aprovecharme de tus lujos! No volveré a estar cerca de un colchón de agua en toda mi vida, tengo que aprovechar mi pequeño momento de riqueza.
—¿Cómo lo sabes?
—Mi instinto pobre —murmuró, rebotando y saltando de la cama. Después, fue directa al gran ventanal y pegó la nariz al cristal, husmeando todo el campo que había tras el edificio principal—. Wooooooow, ¡esto es genial! ¿En serio es tuyo? ¿No me estás engañando?
Caleb seguía mirándola como si algo no cuadrara.
—¿Por qué te emocionas tanto por una habitación?
—Esa es una pregunta que solo haría alguien con dinero —murmuró ella, separándose de la ventana—. Bueno, esto es genial, pero me vendría bien saber dónde duermo yo.
Caleb enarcó una ceja antes de señalar la cama con la cabeza.
—Ahí.
Victoria dio un paso hacia atrás, de pronto sacudida por un nido de nervios.
—¿Ahí? ¿C-contigo?
—¿Eh? ¡No!
—¿No?
—Tú sola.
—Ah...
Caleb se aclaró la garganta ruidosamente, pasándose una mano por el cuello. Tardó unos segundos en señalar las escaleras.
—Hay habitaciones de sobra abajo. Yo usaré una cualquiera. Si es que la necesito en algún momento.
—¿Y no sería más fácil que la usara yo?
—No.
—Vale, no me des tantas explicaciones, que me abrumas.
—Usa esta. Yo no necesito dormir. Tú sí.
—Es verdad. Solo soy una débil humana.
—Lo de débil lo has dicho tú.
Victoria suspiró, cruzándose de brazos. Se moría de ganas de decir que sí y meterse en esa cama gigantesca.
Caleb
Por favor, que no volviera a sentarse en su cama.
Había estado empezando a tener ganas de acercarse a ella desde que lo había hecho. Y prefería no poner sus impulsos a prueba por más rato.
Pareció que había pasado una eternidad cuando Victoria se acercó a él.
—Bueno, ¿vas a explicarme ya por qué he salido volando de mi casa contigo y he terminado aquí?
—No.
Ella parpadeó unas cuantas veces, sorprendida.
—¿Cómo que no?
—No quiero decírtelo.
—¿Y por qué no? ¡Me has arrastrado fuera de mi casa!
—No te he arrastrado, te he llevado en el hombro.
—¡Caleb!
—¿Era una forma de hablar?
—¡Sí!
—Bueno... estoy aprendiendo.
Ella suspiró, frustrada.
—No voy a quedarme aquí sin saber el motivo —aclaró—. Y me da igual que seas un x-men, tengo mis recursos. Puedo escaparme.
—Tienes un olor demasiado distintivo. Te encontraría en cuestión de minutos.
—¡Bueno, me da igual! ¡Tengo derecho a saberlo!
—Todavía no estoy seguro —dijo él, impaciente—. No puedo explicarte algo de lo que no estoy seguro. Mañana lo aclararé y te lo diré.
Ella lo miró durante unos segundos, como sopesando su oferta.
Caleb apretó los labios.
—¿Confías en mí?
—No lo sé. No te conozco mucho.
—Llevo contigo más de un mes y ya me conoces más que la mayoría de la gente que hay en mi vida.
—¿En serio?
—¿Confías en mí o no?
—A veces.
—¿Cuántas veces?
—El noventa y nueve por ciento de ellas.
—Pues intenta no aferrarte al uno por ciento restante.
Victoria se cruzó de brazos, analizándolo con los ojos entrecerrados.
—Vale, esperaré hasta mañana —accedió finalmente.
Caleb estuvo a punto de suspirar de alivio, pero no lo hizo al ver que no había terminado de hablar.
—¿Pero...? —preguntó.
—Pero... quiero que mañana me digas otra cosa más.
—¿Qué cosa? —preguntó, desconfiado.
—Quiero saber qué demonios eres.
Oh, mierda.
Caleb apretó los labios cuando ella le ofreció una mano para cerrar el trato. No le gustó demasiado.
—Victoria, yo no...
—No es negociable —añadió.
—Pero...
—No es negociable. Tienes diez segundos antes de que agarre mis cosas y me vaya.
Caleb le puso mala cara.
—Podría ir a por ti.
—Pero no me obligarías a venir en contra de mi voluntad, x-men.
Y era cierto. Él cerró los ojos un momento, frustrado.
Con lo fáciles que eran los trabajos en los que no conocía de nada al objetivo...
—Bien —accedió finalmente, estrechándole la mano.
Victoria sonrió ampliamente, pero dejó de hacerlo cuando señaló a su alrededor.
—Bien, arreglado eso... tenemos que hablar de la habitación.
—¿Qué pasa ahora?
—Mira, Caleb, esto es... genial. Lo digo en serio. Ni siquiera entiendo muy bien por qué lo haces. Pero... te lo agradezco. Es por eso que no quiero meterte en problemas.
—¿Qué problemas?
—Bueno, está claro que tu padrastro...
—No es mi padrastro.
—Bueno, pues tu jefe. No creo que le haga mucha gracia que viva aquí. A lo mejor, si me metiera en una habitación más discreta...
—Olvídate de Sawyer. Solo tienes que quedarte aquí un mes sin llamar la atención y...
—¡¿Un mes?! —ella dio un paso hacia atrás—. Caleb, ¡no puedo abandonar mi vida un mes entero!
—Claro que puedes. Es por tu seguridad.
—¡No, no es eso! ¿Qué hay de Bigotitos? ¿O de mi trabajo? ¿O de mis amigos? ¿O incluso de la única planta que hay en mi piso? ¡Se morirá de sed sin mí! ¡Ya se me han muerto cuatro, no podría soportar otra muerte prematura!
—Puedo traer al gato imbécil, aunque preferiría dejarlo suelto por el campo para ver si lo adopta un puma y desaparece.
—¡Hablo en serio!
—Y yo también. Puedo traer al gato, la planta, y algo de ropa. Y tus amigas pueden venir siempre y cuando no le digan a nadie dónde estás. Solo... pregúntale a Bex o a Iver antes de invitar a nadie. Y que sea de confianza.
Hizo una pausa.
—Además, puede que ni siquiera tengas que quedarte. Mañana quizá se aclare todo esto y puedas volver a tu casa.
Caleb vio que ella estaba mirándolo todavía con desconfianza y supo lo que iba a decir antes de que lo hiciera.
Victoria
—¿Por qué haces esto por mí?
Sabía que evadiría la pregunta incluso antes de hacerla.
Y fue precisamente lo que hizo.
—Puedes usar toda la casa —siguió diciendo—. Aunque no te recomiendo salir por la finca. Por la noche, es fácil perderse.
—No tenía pensado hacerlo.
Ella cerró los ojos un momento antes de, finalmente, asentir con la cabeza.
—Vale... yo... no sé qué decir.
—¿A qué te refieres?
—A que no termino de entender por qué haces esto por mí, Caleb. No vas a traficar con mis órganos, ¿verdad?
Él sonrió.
Un momento... ¡él sonrió!
¡Caleb sonriendo! ¡Don amargura sonriendo!
¡La primera sonrisa que le había visto en todo el tiempo que lo conocía!
Dios, cuando sonreía era guapísimo. Menos mal que no lo hacía a menudo o las bragas se le caerían al subsuelo continuamente.
Tu finura me abruma.
—No voy a vender tus órganos —le aseguró.
—Bien. Me alegro.
—¿Lo harías tú, Victoria?
—Dependería de cómo me pagaran.
Y, entonces, lo imposible.
Él se echó a reír.
Victoria estaba tan sorprendida —y en el buen sentido, en el mejor— que no fue capaz de reaccionar hasta que él dejó de reírse y señaló el armario.
—Si necesitas ropa, siéntete libre de usar lo que necesites. Nos vemos mañana.
—E-espera... ¿te vas?
Caleb ya se estaba marchando, pero se giró junto a las escaleras para mirarla, algo confuso.
—¿Necesitas algo más?
—Yo...
No supo ni qué iba a decir. Se limitó a negar con la cabeza.
—No. Era una tontería.
—Descansa bien, Victoria.
Él esbozó otra sombra de sonrisa antes de bajar las escaleras y dejarla sola.
Victoria suspiró y miró a su alrededor. La chimenea estaba encendida y al temperatura era agradable. Todo olía a... él. Era una sensación extraña. Era como si le hubiera abierto una parte de su vida que nunca habría pensado descubrir siquiera. No sabía si debía estar asustada o sonreír encantada.
Se acercó a uno de los armarios y lo abrió, curiosa. No le iría mal ponerse algo más que la camiseta de manga corta que llevaba.
No le sorprendió ver que toda su ropa era de la misma gama de colores: negro, rojo oscuro, azul oscuro, gris oscuro... Y los pantalones igual. Ni siquiera vio otros zapatos que no fueran botas negras de combate o zapatillas oscuras de esas que parecían sacadas de un escaparate con cámaras de seguridad.
Victoria rebuscó con cuidado de no hacer un estropicio. Se negaba a ponerse algo de esos tonos tan aburridos. Puso una mueca cuando no encontró nada y se encontró lo mismo en el otro armario.
De hecho, estaba a punto de rendirse cuando, de pronto, abrió uno de los cajones y se quedó mirando un montón de ropa de diferentes colores. Levantó una sudadera a la que parecía que le habían lanzado veinte botes de pintura distintos y enarcó una ceja, interesada.
Vale, no se imaginaba a Caleb con eso puesto.
Pero... ella quizá sí.
Se quitó las zapatillas y se la puso. Ni siquiera olía a él más que el resto de la habitación. Seguro que ni siquiera se la había puesto jamás.
Su última parada fue el cuarto de baño. Era tan ridículamente lujoso que el resto de la casa. Miró la bañera de hidromasaje con una placa cuadrada encima que supuso que sería de la ducha y recordó la suya, que tenía la tubería oxidada y chirriaba cuando llovía.
Si es que llevaba agua caliente, claro.
Algunas veces no había podido pagarla y se había tenido que calentar el agua en los fogones para ducharse. De hecho, más de una vez la señora Gilbert le había ofrecido ir a su casa a ducharse por ese mismo motivo.
Hizo pis, se lavó las manos y se desenredó el pelo con los dedos antes de volver a la habitación. Tuvo que dar un saltito para subir a la cama. Era tan mullida y suave... Casi se sintió como si entrara en una nube. Apagó la luz y la única iluminación que tuvo fue la de la chimenea.
Sonrió, encantada, y en menos de cinco minutos estuvo dormida.
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