Capítulo 6
Victoria
Sonrió ampliamente al cruzar la calle trotando y meterse en un callejón.
Caleb
Puso mala cara cuando tuvo que cruzar la calle y seguirla por un callejón mugriento.
Victoria
Ya se lo había hecho cinco veces ese día mientras iba hacia el trabajo. Estaba empezando a ser divertido.
Caleb
Ya se lo había hecho cinco veces ese día mientras iba hacia el trabajo. Estaba empezando a perder la paciencia.
Victoria
Era curioso, pero sabía perfectamente cuando la estaba viendo. Podía notar su mirada sobre ella. Por eso, cuando giraba por un callejón y dejaba de sentirlo, se apresuraba a llegar al siguiente extremo, riendo felizmente.
¿Por qué era tan divertido intentar que perdiera la paciencia?
Apenas había llegado al sexto callejón cuando giró hacia la derecha y, nada más hacerlo, lo vio ahí plantado en su camino con cara de enfado.
Victoria se detuvo de golpe. Casi se chocó contra él. Tuvo que levantar la cabeza para mirarlo.
—Hola, x-men —lo saludó con una sonrisa.
Él no sonrió. En absoluto.
—¿Se puede saber qué estás haciendo?
—Dar un rodeo, ¿no lo ves?
—Lo que veo es que llegarás tarde a trabajar.
—Solo tienes que espiarme, x-men, no controlarme.
—Yo no espío, solo observo.
—Pues tu trabajo es observar, no dar órdenes.
—Créeme, soy perfectamente capaz de hacer ambas cosas.
—Oh, no me digas.
—¿Quieres comprobarlo?
Victoria levantó un poco la barbilla y dio un paso hacia él.
—Me encantaría —le dijo en voz baja.
Él ni siquiera parpadeó. Estaba acostumbrada a que con eso, como mínimo, apartaran la mirada. Él no lo hizo. De hecho, casi le dio la sensación de que la miraba más irritado que antes.
Fue ella quien dejó de sonreír cuando él se inclinó hacia delante hasta el punto en que sus narices prácticamente se rozaban. Victoria sintió que su corazón daba un respingo.
Y lo peor era saber que él lo habría oído.
—Ve a trabajar, Victoria.
—Vic —corrigió, irritada.
—Victoria, ve a trabajar de una vez y déjate de tonterías.
—Acompáñame, entonces.
—Es lo que hago.
—No. Tú me sigues. Eres tenebroso.
—Es lo mismo.
—¡No es lo mismo! Acompáñame como una persona normal. Y dime tu nombre. ¿O eso tampoco...?
—Caleb.
Ella dejó de hablar al instante, mirándolo.
—¿Eh?
—Caleb. Ese es mi nombre. ¿Ya estás contenta? ¿Vas a dejar de molestar?
La verdad es que no pensó que realmente fuera a decírselo. Se había quedado tan sorprendida que tampoco reaccionó cuando él se apartó y le hizo un gesto.
—Empieza a andar. Te sigo.
Caleb
Era extraño tener que andar con ella justo delante. Victoria también parecía algo perdida mientras los dos salían del laberinto de callejones por los que se habían metido y volvían a la calle principal, de camino al bar.
Él empezó a impacientarse cuando vio que ella ya había echado cinco miradas por encima del hombro, en su dirección.
—¿Quieres centrarte en donde pisas?
—Es que se me hace raro tener a alguien caminando un metro por detrás de mí.
—Pues no me mires.
—Aunque no te mire siento que estás ahí.
—Pues no me sientas.
—¿No puedes quedarte aquí? —gesticuló exageradamente hacia su lado—. Simplemente... ¿caminar conmigo?
—No.
—¿En serio?
—Sí. Camina y calla.
—Camina y calla —lo imitó.
Caleb le puso mala cara cuando ella se giró hacia delante otra vez.
—Yo no hablo así —masculló, ofendido.
Victoria suspiró. Casi caminaba como si diera brincos.
—Caleb —repitió, como si sopesara cómo sonaba—. Caaaaaleb.
—Sí.
—Caaaaaleeeb.
—Ese es mi nombre.
—Caleeeeeeeeeeeeeb.
—Estás empezando a conseguir que lo odie.
—Caaaaaaaaaal...
—¿Algún problema con él?
—No. Es que nunca lo habría adivinado —ella empezó andar de espaldas otra vez para mirarlo, divertida—. Te pega un nombre más... raro. Más duro.
—Un nombre no puede ser duro. Solo es una palabra.
—Claro que puede.
—¿Y qué es un nombre duro?
—No sé... bueno, la verdad es que Caleb no está mal. A mí me gusta.
—Me alegro.
—¡Mírate, ya usas sarcasmo! Cómo has crecido en un día. Soy tu maestra oscura.
Él le puso mala cara, pero no dijo nada.
—¿Quién eligió tu nombre? —preguntó ella, ladeando la cabeza—. ¿Tu padre o tu madre?
—¿Qué clase de pregunta es esa?
—No lo sé. Es que el mío lo eligió mi padre. El de mi hermano, mi madre. ¿El tuyo?
—Ninguno de los dos.
Caleb apartó la mirada al frente y suspiró cuando ella estuvo a punto de caerse de culo al suelo por ir andando de espaldas.
Aún así, siguió haciéndolo. Realmente era una testaruda.
—¿Y quién lo hizo? —preguntó Victoria.
—Eso no importa.
—¿Qué más te da decírmelo? Dentro de una semana desaparecerás, ¿no?
—Entonces, ¿para qué quieres saberlo?
—Imagínate que la policía me pregunte por tu nombre cuando te denuncie... algo tendré que decirles, ¿no?
Él le enarcó una ceja y ella sonrió ampliamente al detenerse unos segundos para andar a su lado. Caleb mantuvo la mirada al frente, pero supo que ella lo miraba con curiosidad.
—Entonces, ¿quién lo eligió? ¿Algún familiar?
—No.
—Mhm... ¿no te criaron tus padres?
—No.
—¿Lo eligió quien te crió?
Caleb apretó un poco los labios.
—Sí.
Victoria se quedó en silencio unos segundos, pensativa.
—¿Quién era? ¿Un padre adoptivo? ¿Una madre adopt...?
—Fue... alguien que me acogió —Caleb sacudió la cabeza—. Fue hace muchos años. Yo era un niño. Casi ni me acuerdo.
—Venga ya, claro que te acuerdas. Tampoco eres tan mayor. ¿Qué tienes? ¿Tres años más que yo? Yo solo tengo diecinueve.
Lo cierto era que no, realmente no recordaba nada de esa época. Pero era por un motivo muy distinto, y tampoco iba a contárselo a Victoria.
—Cuatro más —la corrigió.
—Veintitrés —dijo ella—. Mírate. Un señor de veintitrés persiguiendo a una pobre niña de diecinueve... ¿te parece bonito, Caleb?
—Me da igual.
—¿Tengo que decirte a esa persona que te acogió que te enseñe modales?
—La persona que me acogió fue la que me ordenó que te siguiera.
Victoria se detuvo de golpe y Caleb hizo lo mismo, mirándola. Parecía completamente descolocada.
—¿Qué? —preguntó.
—¿Tu jefe... es tu padre adoptivo?
—Sawyer no es mi padre adoptivo —dijo, molesto—. Es mi jefe. Y ya está.
—Pero cuidó de ti cuando eras pequeño.
—Sí.
—¿Y tus padres?
Él suspiró. Ni siquiera Iver y Bexley, que eran unos pesados, habían llegado a preguntarle jamás nada de eso.
—Tengo a Sawyer —aclaró él—. Eso es lo que importa.
Victoria lo observó por unos segundos y él se arrepintió de haberle contado tanto en cuanto vio su mirada de compasión. Casi prefería que siguiera parloteando como una pesada y se burlara de él.
—Deja de mirarme así —murmuró, irritado.
—Lo siento. Es que tengo curiosidad y...
—¿Y no puede ser sobre otra cosa?
—Oh, sí. Tranquilo, tengo preguntas de sobra. Y de muchos temas. Te aseguro que si algo no nos va a faltar en nuestra bonita relación va a ser hablar.
Caleb reemprendió el camino y ella lo siguió alegremente.
—¿Qué significa Caleb? ¿Es un nombre religioso o...?
Él soltó un bufido que casi pudo considerarse divertido.
—No me lo pusieron por una religión, créeme.
—Pero ¿tiene un significado?
—No... exactamente.
—¿No exactamente? ¿Eso qué quiere decir?
—Es complicado.
—Todo en ti es complicado, creo que podré soportar otra cosa más.
Él suspiró de alivio cuando vio que ya se estaban acercando al bar. No le gustaban las preguntas. Y menos tan privadas. Y ella parecía tener cierta debilidad con ellas, cosa que no ayudaba mucho.
Victoria debió adivinar sus intenciones, porque en cuanto estuvieron a unos metros del bar, se giró hacia él, señalándolo.
—No te creas que se me ha olvidado todo lo que has evitado responder, señorito.
Le dedicó una mirada que Caleb supuso que sería un intento de parecer amenazadora y vio que daba media vuelta y entraba en el bar.
Casi se había mudado al otro lado de la calle cuando ella se asomó con una sonrisita.
—¿Quieres beber algo?
Victoria
Margo ahogó un grito, llevándose una mano al corazón.
—Dani, cariño, sujétame que me desmayo —se apoyó dramáticamente en su hombro—. Tanta sensualidad me ha deslumbrado.
Victoria intentó ocultar su sonrisita divertida cuando vio que ella estaba mirando a Caleb.
Él, por cierto, estaba sentado en su zona con un vaso de agua y gesto aburrido.
Miraba a su alrededor como si supiera qué pensaba exactamente cada persona dentro de ese bar. Daba miedo y atraía a partes iguales. Incluso Victoria tenía que admitirlo.
—Y se ha sentado en la zona de Vic —Margo se colgó el trapo del hombro con mal humor—. Es que siempre le tocan los mejores.
—¿A mí? —repitió ella, incrédula—. ¡Si siempre tengo las peores mesas!
—En eso tiene razón —comentó Daniela, divertida.
—Bueno, pero ese cuenta como veinte mesas buenas. Oye, ¿puedo atenderle yo? ¿O ya has intentado hablar con él?
—En realidad, han entrado juntos —comentó Dani.
Victoria dio un respingo cuando Margo se plantó delante de ella en menos de dos segundos, mortalmente seria.
—¿Me estás diciendo que lo conoces? —preguntó lentamente.
Victoria echó una miradita a la mesa de Caleb y vio que él no las estaba mirando, pero estaba segurísima de que estaba escuchando cada palabra de lo que decían.
—Más o menos —dijo finalmente.
—¡Más o menos! —Margo la sacudió de los hombros como si quisiera que reaccionara—. ¡Vic, vamos! Dime que te has enrollado con él.
—¿E-eh....?
—Dime que no has desperdiciado la oportunidad. ¿O le gustan los chicos? Porque últimamente, me cruce con el guapo que me cruce, siempre le gustan los chicos...
—O te lo dicen para que no les molestes —sugirió Daniela con una sonrisita divertida.
Margo le puso mala cara.
—Dani, cuando estás callada eres preciosa. Mantén tu belleza.
—A ver... —Victoria se quitó sus manos de los hombros—. No te emociones, no es nadie importante. Es... mhm... un amigo que está de visita por la ciudad y me ha acompañado. Pero la semana que viene va a marcharse y...
—Espera, espera, espera —Margo se giró hacia ella al instante—. ¿Estás insinuando lo que creo que estás insinuando?
—No lo sé. ¿Qué crees que estoy intentando insinu...?
—¡¿Está durmiendo en tu casa?!
Victoria echó una mirada a la mesa de Caleb y vio que él fingía que leía el menú, pero ya había puesto los ojos en blanco.
Le daba la sensación de que él y Margo no iban a tener personalidades demasiado compatibles.
—Solo duerme —aclaró Victoria enseguida.
—No me lo puedo creer. A ti el Universo te envía gente así y la desperdicias... y yo más sola que Andrew.
Daniela empezó a reírse, divertida. Victoria solo sacudió la cabeza.
—No seas mala —la regañó, recogiendo la bandeja—. Voy a ver a tu amor platónico. A ver si me pide tu número, Margo.
—No te molestes. Ya lo hago yo misma.
Victoria dejó de sonreír cuando le robó la bandeja y salió disparada hacia su mesa.
Caleb
Tenía que reconocer que a Victoria el uniforme ese feo... no le sentaba del todo mal.
Es decir, Victoria era bonita. Dudaba que algo le fuera a quedar mal.
Y Caleb no entendía muy bien por qué no se aprovechaba más de ello. Por poco que le gustara la idea, estaba seguro que solo con parpadear unas cuantas veces hacia su jefe conseguiría un aumento de sueldo. O irse a un sitio mejor que ese.
Él nunca se había fijado tanto en alguien como para darse cuenta de si era bonito o no, la verdad. Normalmente, la gente era bastante pasajera en su vida —al menos, en ese sentido—, pero como no tenía nada mejor que hacer, la había estado observando mientras iba de un lado a otro en el bar.
Su equilibrio con una bandeja llena de bebidas era digno de admiración.
Caleb puso mala cara cuando escuchó que alguien se acercaba a su mesa sin el característico olor a lavanda al que estaba empezando a acostumbrarse.
Se giró primero hacia la barra, donde Victoria miraba en su dirección con los ojos muy abiertos. Después, miró a su amiga pelirroja, la que se había acercado.
—Hola —saludó ella.
Caleb no respondió. Solo enarcó una ceja cuando ella deslizó la silla que tenía al otro lado de la mesa y se sentó delante de él.
—¿Está ocupado? —preguntó, parpadeando varias veces.
—Ya te has sentado.
—Ooooh, qué pena... pues ya voy a tener que quedarme a hablar contigo un ratito, ¿qué te parece?
—Me parece que mi camarera es Victoria.
Para su sorpresa, ella no se ofendió. De hecho, solo amplió su sonrisita coqueta. Caleb le puso mala cara cuando se inclinó hacia él sobre la mesa. Apartó la mano cuando intentó agarrársela.
—Escúchame —le dijo en voz baja—, no quiero ligar contigo, así que puedes dejar de poner esa cara de asco.
Lo dijo todo sin perder la expresión coqueta. Caleb no supo muy bien qué decirle.
—¿Entonces, qué quieres? —preguntó finalmente.
—Quiero advertirte —dijo ella lentamente—, de que como me entere de que le haces daño a mi amiga Vic...—agarró el vaso de agua de Caleb—...cogeré este vasito tan bonito... y te lo romperé en la cabeza.
Hizo una pausa, dejando el vaso otra vez en la mesa.
—O igual voy a por unos cuantos más. Uno por cada vez que mi amiga venga llorando por tu culpa. ¿Qué te parece? ¿Me he expresado con claridad?
Vale, igual empezaba a caerle bien la amiga pelirroja de Victoria.
Se preocupaba por ella, eso estaba claro.
—Con mucha claridad —afirmó.
—Porque Victoria es muy buena chica —aclaró ella todavía con la sonrisa coqueta—, pero eso no quiere decir que sea tonta. Hasta ahora ha tenido suerte y se ha juntado solo con buenas chicos, así que espero que tú no seas el primer capullo que quiera aprovecharse de ella. No lo serás, ¿verdad?
—¿Debería ofenderme que hayas asumido que lo era solo por verme?
—Oh, vamos, mírate. Tienes un cartelito de chicas alejaos escrito en la frente.
—Las apariencias engañan.
—No tantas veces —ella cambió el tono y la cara en cuanto Victoria se acercó a ellos—. Bueno, bueno, si no quieres salir conmigo tampoco tienes que decirlo así, ¿eh? Ya me he enterado, idiota.
Caleb vio cómo se marchaba al mismo tiempo que Victoria llegaba.
Definitivamente, su amiga le caía bien.
—No sé qué te ha dicho Margo —aclaró Victoria, deteniéndose a su lado y volviendo a ponerle el vaso delante—, pero que sepas que intenta ligar con casi todos los chicos que le llaman la atención. Si te ha molestado, no... mhm... no te lo tomes a personal.
—Estoy bien —le aseguró Caleb.
Ella seguía pareciendo algo insegura, pero al final volvió a la barra.
Victoria
Ese día tenía muchas ganas de irse a casa. Quería seguir interrogándolo. Todavía había muchas cosas que no entendía del x-men.
Como qué era, por ejemplo.
De todo menos normal.
Exacto.
De hecho, justo cuando estaba a punto de pedirle por favor a Dani y Margo que se encargaran de cerrarlo todo ellas solas, vio que Andrew salía de su despacho y recorría todo el local con la mirada... hasta detenerse en Victoria ella.
Oh, no.
—Vicky —se acercó a ella con una sonrisa de oreja a oreja—. ¿Cómo estás, dulzura?
—Bien —murmuró ella, poco confiada.
Andrew la sujetó del hombro antes de mirar a las demás camareras, que les echaban ojeadas curiosas.
—Es todo por hoy chicas —aclaró—. Podéis ir a casa. Nos vemos mañana.
Así que otra vez tenía que recogerlo todo Victoria. Genial.
Cuando ellas se marcharon, miró disimuladamente a su alrededor y se alegró de no ver a Caleb por ningún lado. Seguramente la esperaba fuera. Mejor. Lo último que necesitaba era a Andrew alterado.
—¿Pasa algo? —preguntó Victoria con una sonrisa.
—Sí, pasa algo —Andrew la soltó y la miró con los ojos entrecerrados—. Hoy has ido muchas veces a una de tus mesas, ¿no?
Ella parpadeó, confusa.
—¿Eh?
—Te he visto atendiendo con muchas ganas a un chico que estaba en tu zona, dulzura. ¿Te crees que te pago para que te pases el rato ligando?
—Tampoco me pagas aunque me pase el rato trabajando...
Ella abrió mucho los ojos cuando se dio cuenta de que lo había dicho en voz alta. Andrew endureció su expresión al instante.
—¿Cómo dices? —preguntó lentamente.
Victoria estaba entre las ganas de darle un puñetazo y el miedo a perder su trabajo. Al final, decidió que era mejor que ganara el último a quedarse sin ingresos.
—Nada.
—Eso pensaba. Porque no me gustaría tener que echarte, dulzura.
—No tienes por qué hacerlo —le aseguró torpemente.
—Bien —casi escupió Andrew—. Me voy a casa. Recoge todo esto. Y más te vale que esté bien mañana, o voy a tener que quitarte el sueldo otra semana, dulzura.
Ese último dulzura había sonado como un insulto.
Victoria lo observó marcharse y estuvo a punto de soltar un insulto en voz baja, pero prefirió contenerse. Ese idiota era capaz de estar escuchando detrás de...
—¿Por qué te llama dulzura?
Soltó un grito ahogado y por impulso intentó golpear a su derecha con la botella de alcohol que tenía en la mano, aterrada.
Caleb la detuvo por la muñeca justo antes de que la botella le diera en la cara y la dejó en la barra con toda la paz interior del mundo.
—Ten cuidado —la riñó.
—Pero ¡¿tú de dónde has salido?!
—Estaba esperando a que se marchara el idiota del rolex.
—¡Tienes que irte! ¡Podría estar ahí y...!
—No está ahí. Está en el piso de arriba abriéndose una botella de coñac y fumando un cigarrillo —frunció el ceño—. ¿Por qué te llama dulzura?
Victoria apartó la mirada, más aliviada. Al menos, ahora se enteraría si Andrew volvía a bajar y podría insultarlo en paz. Era un dolor de cabeza menos.
—No lo sé. Empezó a hacerlo en cuanto llegué —se encogió de hombros—. Tiene un apodo cariñoso para cada una de nosotras.
—¿Y dulzura fue el apodo que le pareció más adecuado para ti? —él no pareció muy convencido.
—Perdona, pero yo soy muy dulce.
—Nos conocemos desde hace una semana y ya me has dado un puñetazo, una bofetada, has intentado golpearme con un bolso y también con una botella.
—¡Porque me pones de los nervios con tu estúpida... paz interior!
—¿Mi qué?
—¡Que te calles!
—¿Ves como no eres dulce?
Victoria le dedicó una mirada de advertencia antes de decidir que matarlo no solucionaría sus problemas.
Al menos, ya había subido todas las sillas del local con sus compañeras. Solo tenía que hacer el recuento de la caja para poder irse. Y, aunque la compañía fuera un poco forzada, ese día por lo menos no estaría sola.
Caleb estaba de pie tras la barra mirando la colección de botellas de alcohol que había expuestas en las estanterías de la pared. Su mirada se detuvo en una de ellas, que sujetó y leyó en voz alta.
—Sé tú mismo, los demás puestos ya están ocupados —enarcó una ceja hacia Victoria—. Está escrito a mano.
—Nos la encontramos así —ella se encogió de hombros—. Es una frase de Wilde. Oscar Wilde. Sabes quién es, ¿no?
—¿Cómo sabes que es una frase suya?
—Porque... mhm... me gustaba mucho la literatura.
Caleb la observó unos segundos.
—¿Te gustaba?
Victoria se aclaró la garganta y devolvió la botella a su lugar, incómoda, antes de volver a la caja.
Caleb estuvo unos minutos revisando las demás botellas con curiosidad.
—¿Por qué servís esa mierda de alcohol barato teniendo todo esto? —preguntó, confuso.
Victoria sonrió disimuladamente mientras él se acercaba a una de las botellas.
—Ni siquiera el agua sabía bien. Aquí tenéis botellas de alcohol realmente bueno. ¿Por qué no las sacáis?
Victoria cerró la caja y se acercó, cruzándose de brazos.
—Porque son eso —lo miró— botellas.
Caleb se giró hacia ella, extrañado.
—¿Qué?
—Que solo son botellas. Están llenas de agua del grifo. Todas.
Tuvo que contenerse para no reír cuando Caleb arrugó la nariz.
—¿Agua? —repitió.
—Andrew las recogía de la basura cada vez que se encontraba una, nos hacía limpiarla, ponerle un tapón y dejarlas aquí expuestas para que la gente se pensara que tenemos alcohol de calidad.
—Así que no solo debe dinero, también es un estafador.
—Veo que empiezas a conocerlo muy bien.
—Y un baboso que te llama dulzura.
—Madre mía, ¿por qué te afecta tanto lo de dulzura? Ni siquiera es un insulto.
—Es un apodo cariñoso. Los apodos cariñosos son para las parejas, no para las empleadas.
—Yo te llamo x-men y no pareces tener un problema con ello.
—¿Qué tiene x-men de cariñoso?
—Yo te lo digo con todo mi amor.
—Pues tienes muy poco amor.
Victoria sonrió, divertida.
—¿Estás enfadado porque no te demuestro mi amor lo suficiente? ¿Quieres que te invite a dormir conmigo o qué?
Caleb le dedicó una mirada frívola, pero se le habían tensado los hombros.
—Yo no duermo.
—¿Y qué te hace pensar que íbamos a dormir?
Victoria tenía que admitir que estaba esperando que se pusiera rojo o algo así, pero no lo consiguió. Solo una mirada frívola antes de que él señalara la chaqueta con la cabeza.
—¿Nos vamos ya o tienes que hacer algo más?
—Podemos irnos, x-men. A no ser que quieras seguir hablando de noches juntitos sin dormir.
—No.
—¿Seguro?
—Sí.
—¿Seguuuuuro?
—Muy seguro.
—¿Y por qué te has puesto rojo?
Él frunció el ceño al instante.
—No estoy rojo —masculló.
—Sí lo estás —Victoria le pinchó el hombro con un dedo y él pareció irritarse un poco—. Estás nervioso por hablar de sexo, x-men.
—No lo estoy.
—¿Qué pasa? ¿Eres virgen?
Él soltó un bufido, negando con la cabeza.
—¿Qué pasa? Eres muy rarito y está claro que algo en ti no es del todo... corriente. Podrías no haber salido nunca con una chica.
Caleb no dijo nada, mirándola fijamente. Al parecer, provocarlo no funcionaba para que hablara.
—Vamos, x-men, dime que no...
Victoria se detuvo cuando vio que Caleb, de pronto, se tensaba de pies a cabeza y se giraba hacia la puerta.
Hizo lo mismo, alarmada, pero no vio nada.
—¿Qué? —preguntó.
Caleb no respondió, pero de pronto estaba tan serio que daba miedo.
—¿Qué pas...?
Se quedó congelada cuando le puso una mano sobre la boca para callarla. Victoria sintió que el estómago le daba un vuelco y no se movió. En absoluto.
Caleb no se despegó de ella cuando frunció el ceño y cerró los ojos como si quisiera concentrarse en algo. Ella lo observó en silencio cuando pasaron unos segundos sin que dijera nada.
Entonces, se giró hacia Victoria y le quitó la mano de la boca. Casi parecía enfadado.
—¿Le debes dinero a Sawyer?
Ella parpadeó unas cuantas veces, todavía recuperándose del breve contacto.
—¿Y-yo?
—Sí, tú. Rápido, Victoria. ¿Sí o no?
—N-no... yo no... ¿de qué estás hablando?
—¿Le has pedido un préstamo?
—¡No!
—No me mientas.
—¡Te estoy diciendo que no! ¿Qué te pasa?
—Que se están acercando unos chicos de Sawyer —le dijo en voz baja.
—¿Eh... quién...?
Se calló cuando Caleb agarró bruscamente su abrigo y su bolso y se los dio. Victoria no había tenido tiempo para ponérselos cuando él ya hubo apagado las luces y agarrado las llaves. De hecho, seguía sin reaccionar cuando la sujetó del brazo y la arrastró hacia la puerta trasera.
—¿Dónde vamos? —preguntó, confusa—. ¿Vamos a escapar de ellos?
—No.
Eso todavía la confundió más.
—¿No?
—Terminarían encontrándote igual.
—Entonces, ¿qué...?
—Prefiero que te encuentren en la calle y no sepan donde trabajas. O donde vives.
Ella seguía sin terminar de entenderlo cuando Caleb por fin la soltó. Estaban en uno de los muchos callejones que habían recorrido en el camino hacia el bar. Solo que esta vez no estaba tan sola, pero sí más tensa.
Se acercó un poco más a Caleb, que estaba mirando el extremo derecho del callejón con los dientes apretados.
—¿Dónde están? —preguntó en voz baja.
—Llegarán en diez segundos.
—Pero ¿por qué...?
—No lo sé. Pero es mejor que no te encuentren sola.
A Victoria no le hizo ninguna gracia verlo tenso. Y menos cuando la miró.
—Escóndete detrás de mí.
Eso la hizo reaccionar y ponerle mala cara.
—¿Te crees que necesito esconderme detrás de ti para sentirme segura o qué?
Victoria dio un respingo cuando escuchó el sonido característico de alguien aterrizando en el suelo a muy pocos metros de ella. Se giró, asustada, y vio a un chico que acababa de aterrizar de pie en el callejón después de haber saltado desde el muro que lo rodeaba.
Caleb no se movió, como si ya lo esperara.
Y ella, claro, se escondió detrás de él al instante.
—¿No decías que no necesitabas esconderte detrás de mí? —preguntó él en voz baja.
—Cállate y no dejes que me maten.
—Nunca lo haría.
Si no fuera porque él no parecía entender mucho de qué iba la ironía, Victoria habría asegurado que eso lo había sido.
Igual estaba empezando a enseñársela.
O igual debería centrarse en no morir a manos del chico que estaba a unos metros de ellos y no en ironías.
Era de la edad de Caleb, alto y algo delgado, vestido de negro y con el pelo castaño prácticamente rapado por los laterales de su cabeza. Los miraba fijamente.
Pero eso no fue lo que le hizo dar un paso atrás. Sino que tenía una cicatriz horrenda cruzándole media cara, dejándole la nariz y la ceja marcadas y un ojo de un azul tan claro que casi parecía blanco.
Y no solo eso... la forma de comportarse, de moverse hacia ellos... ni siquiera hacía ruido. Realmente daba miedo.
Quizá no se habría intimidado tanto de no haber sido porque no estaba solo. Una chica lo siguió. Ella parecía tener características físicas muy similares a las de él, solo que tenía el pelo teñido de rojo muy intenso, casi sangre, y atado en pequeñas trenzas pegadas a su piel. Tenía las orejas llenas de pendientes, al igual que uno en medio de la nariz y otro justo debajo del centro del labio inferior. Por no hablar del maquillaje negro.
Y, lo peor... estaba haciendo pompitas con un chicle con toda la tranquilidad del mundo.
Le pareció que los dos se quedaban algo sorprendidos al verlos. O, más bien, al ver a Caleb. Especialmente el chico, porque la chica se limitó a echarle una ojeada antes de mirar a su alrededor con curiosidad.
—¿Qué haces tú aquí? —preguntó el de la cicatriz, acercándose—. ¿Este era el gran encargo de Sawyer? ¿Hacer de niñera?
Soltó una risotada casi escalofriante y avanzó hacia ellos. Victoria sintió un alivio que no supo explicar cuando Caleb se plantó mejor delante de ella, casi como un escudo humano.
—¿Qué hacéis aquí? —preguntó con la voz tan calmada como siempre.
—Un encargo de Sawyer, como tú. Pero... por motivos distintos.
El de la cicatriz se detuvo por fin y miró a Victoria con curiosidad. Esbozó una sonrisita divertida antes de hacer un gesto casi imperceptible hacia la chica.
—Tráela, Bex.
Victoria estuvo a punto de ahogar un grito cuando la chica dejó todo lo que hacía para girarse hacia ella y avanzar en su dirección. Lo que más la asustó no fue el hecho de que fuera a por ella —que también—, sino que pareciera tan decidida que no se dio cuenta de que Caleb se había interpuesto hasta que estuvieron literalmente el uno delante del otro.
—Aparta —le dijo la tal Bex.
—No voy a apartarme. ¿Se puede saber qué hacéis?
—Cobrar una deuda —lo informó el de la cicatriz, que se había apoyado en el muro casi como si estuviera aburrido—. No te entrometas, Caleb. Son órdenes de tu dueño.
¿Su... dueño? Victoria miró a Caleb, pero él no pareció reaccionar. Era difícil provocarlo.
Así que se vio obligada a intervenir.
—Yo... no tengo ninguna deuda... no... n-no entiendo a qué viene esto...
—Fíjate —la chica casi pareció que se burlaba de ella—, el cachorrito sabe hablar.
Cuando intentó dar otro paso hacia ella, Caleb pareció enfadarse de verdad, porque esta vez fue él quien se acercó a Bex.
—No voy a decirte que te apartes más veces, Bexley.
—¿A ti qué te importa que hagamos nuestro trabajo? —ella frunció el ceño, confusa.
—Que yo también estoy haciendo mi trabajo.
—¿Sawyer te pidió que hicieras de guardaespaldas? —se burló el de la cicatriz.
—Me pidió que la vigilara. Y es lo que estoy haciendo.
—La chica tiene una deuda —aclaró ella—. Déjanos trabajar.
—¡Yo no tengo ninguna deuda! —insistió Victoria, asustada—. ¡N-ni siquiera sé de quién estáis hablando!
El de la cicatriz suspiró como si se estuviera aburriendo otra vez.
—Sabemos que tú no la tienes, cachorrito. La tiene alguien que quizá conozcas. ¿Te suena el nombre de Ian?
Oh, no.
¿En qué la había metido su hermano?
—Veo que ahora entiendes de qué va la cosa —añadió el de la cicatriz con una sonrisa—. Ahora, ven aquí y acabemos con esto.
—Es su hermano —aclaró Caleb—. Ella no responde por él.
—Si no podemos encontrar a su hermano, alguien tendrá que hacerse cargo de la deuda —replicó el chico—. A no ser que ella nos diga dónde está, claro.
Bex soltó una risita casi divertida.
Caleb
Iver estaba disfrutando con esto. Estaba seguro de ello.
Se giró hacia Victoria. Ella estaba lívida y quieta en su lugar, como si de pronto se hubiera quedado completamente en blanco. No podía culparla. Él probablemente lo habría hecho también si le hubieran mandado a los mellizos sin siquiera conocerlos.
Además, ¿qué coño le pasaba a Sawyer? Todos sabían que, a no ser que la cosa fuera cuestión de vida o muerte, no había que enviarlos juntos. Por separado hacían bien su trabajo, pero juntos eran impredecibles y peligrosos.
Y eso solo era una deuda. Bexley sola habría podido cumplirla perfectamente. O incluso Iver. ¿Por qué ellos dos juntos?
Victoria miró a Caleb como si le estuviera preguntando si debía decir algo o callarse. Él asintió casi imperceptiblemente con la cabeza. Si se quedaba callada, sería peor.
—No sé dónde está —dijo ella atropelladamente.
Sí que lo sabía. Lo habían dejado en su piso comiendo y mirando la televisión mientras el gato le bufaba desde el sillón, pero era lógico que quisiera protegerlo.
Bueno, supuso que era lógico para ella, porque para Caleb era una bobada. Una muy peligrosa que podía terminar con ella herida.
Bexley e Iver intercambiaron una mirada. No la creyeron. Jamás la creerían, de hecho. Ellos eran el perfecto ejemplo de dos hermanos que jamás se delatarían el uno al otro. ¿Por qué iban a creer que otros sí lo harían?
Pero a Caleb sí lo creerían.
—Es cierto —confirmó.
Esta vez, Iver no lo miró con burla. Solo con su agria expresión natural.
—¿Cómo dices?
—Que es cierto. La he estado siguiendo por una semana. ¿Realmente crees que se me habría pasado por alto que alguien entrara en su casa o se reuniera con ella? No sabe dónde está.
Caleb escuchó que el corazón de Victoria daba un respingo. Estaba empezando a preocuparse por su ritmo cardíaco. Iba a darle un ataque en cualquier momento. Era mejor que esos dos se marcharan cuanto antes.
Por fin reaccionaron. O lo hizo Iver, más bien, que se separó del muro y se plantó delante de ellos, mirando a Victoria de arriba abajo como si la estuviera analizando. Ella estaba tan quieta como una estatua, tensa y asustada.
—No me mentirías, ¿verdad? —le preguntó Iver en voz baja—. Porque no me gusta que me mientan. Me pone de muy mal humor.
Terminó de hablar justo delante de ella. Caleb tiró bruscamente de su hombro para girarlo hacia él. Iver esbozó una sonrisa al instante.
—Tranquilízate, Romeo. No iba a hacerle nada malo.
—Te ha dicho que no sabe dónde está. La deuda no es con ella. Las órdenes de Sawyer no son contra ella.
—Alguien le tiene mucho aprecio a su cachorrito —murmuró Bex, divertida, cruzándose de brazos.
—No es una cuestión de aprecio —espetó Caleb, malhumorado—, es una cuestión de saber hacer vuestro trabajo. ¿A quién creerá Sawyer? ¿A mí, que llevo con él más de diez años, o a vosotros dos?
Esa vez sí pareció tocar el botón adecuado. Bex dejó de sonreír. Iver, sin embargo, permanecía tan indiferente como de costumbre.
Casi parecía que había pasado una eternidad cuando por fin levantó las manos en señal de rendición.
—Muy bien, parece que tendremos que centrarnos en encontrar al inútil de su hermano —miró a Victoria—. Si sabes algo de él... avísanos, ¿eh? O si te cansas de este amargado y prefieres a alguien mejor para hacerte de niñera... mi hermana puede ayudarte, porque a mí no me has gustado demasiado.
—Lo mismo digo —murmuró Victoria.
—Seguimos teniendo que encontrar al chico —dijo Bex—. Nos vendría bien un rastreador, Caleb.
—No puedo ayudaros hasta que termine con lo que hago ahora.
—Entonces, vuelta a empezar —Iver suspiró—. Bueno, hermanita, creo que es hora de irnos y dejar a la parejita solita.
Bex sonrió a modo de respuesta y pasó por su lado para seguir a su hermano hacia la salida del callejón.
Sin embargo, se detuvo junto a Victoria justo antes de seguir su camino. Caleb dio un paso hacia ellas, pero se detuvo cuando se dio cuenta de que Bex no tenía ninguna intención de hacerle daño.
Bex le sujetó la barbilla con un dedo y se la levantó un poco con una sonrisa de lado. Victoria estaba tan asustada que ni siquiera se movió. Su ritmo cardíaco había aumentado de golpe y Caleb entendía el por qué. Especialmente cuando vio que los ojos de Bex se volvían completamente negros por un momento. Por los ojos de Victoria pasó una sombra oscura que apenas fue perceptible.
Cuando la soltó, Bex se quedó mirándola un momento más antes de girarse hacia Caleb. Él vio como esbozaba una pequeña sonrisa.
—Al final, resultará que Sawyer tiene razón con lo de que el amor es peligroso...
Caleb frunció el ceño cuando ella sonrió de lado, burlona, y siguió a su hermano a la salida.
Victoria
En cuanto llegaron a casa, lanzó el abrigo al sillón y se giró en redondo hacia Caleb, que permaneció con su expresión impasible. El pobre Bigotitos dio un salto al sofá por el susto.
—¿Los conocías? —preguntó directamente.
Caleb ni parpadeó.
—Sí.
—¿Cómo...? ¿Eso es... ese es tu trabajo? ¿Trabajas con esa gente? ¿Para... para el Sawyer ese... o como se llame?
—Realmente no es un trabajo —aclaró—. No hago nada a cambio de dinero.
—Oh, así que lo haces por placer. Genial. Perfecto. Me dejas mucho más tranquila ahora que sé que solo eres un matón sin sueldo que da golpes por placer.
Por primera vez desde que lo conocía, le dio la sensación de que Caleb cambiaba un poco su expresión facial. Pareció crispado al enarcar una ceja.
—Para empezar, nunca me has visto golpeando a alguien —aclaró—. De hecho, si no recuerdo mal, tú eres la única de nosotros dos que ha golpeado al otro.
—¡Porque me estabas siguiendo!
—Sí, y hace veinte minutos te he ayudado. De nada.
Victoria lo miró con perplejidad cuando fue hacia la ventana. Supo que la estaba oyendo acercarse y por eso no llegó a salir, pero no le importó. Le enganchó el brazo con la mano y le dio la vuelta para que la mirada.
—¿De nada? —repitió, enfadada—. ¡Te recuerdo que rompisteis el brazo a mi jefe! ¡Y ese... e-ese... ese imbécil de tu amigo estuvo a punto de hacerme... de...!
—Axel no es mi amigo —aclaró él, impasible.
—¡Me da igual! ¡Está contigo, en el mismo grupo de gente! Si te juntas con lo peor, ¿qué te crees que eres? ¿Una buena persona?
—Eres muy rápida juzgando a la gente, ¿eh?
—¿Por qué? ¿No conoces de sobra a ese... Axel? ¿O a los de hoy, que no recuerdo ni cómo se llaman?
—Bexley e Iver.
—¡Me da igual, Caleb!
—Entonces, ¿para qué lo mencionas?
Ella le soltó el brazo, frustrada, y se pasó las manos por la cara.
—¿Es que no entiendes lo que es hablar de forma no literal? Es como si fueras un maldito androide.
—¿Un... qué?
—Nada. Déjalo —suspiró.
Se alejó de él y se quitó las manos de la cara. Miró de reojo el pasillo, pensativa, y se preguntó dónde est...
—¿Qué te pasa?
Se llevó una mano bruscamente al corazón, asustada. ¿En qué momento se había acercado tanto como para decirlo justo encima de su cabeza?
—¡No te acerques a mí sin hacer ruido! ¡Es tenebroso!
—No he evitado hacer ruido —dijo, confuso.
—Es que ese es el problema, Caleb. Que eres rarito sin siquiera intentarlo. No haces ruido nunca, eres capaz de seguirme incluso sin verme solo por... mi maldito olor, y sabes que la gente se acerca a ti sin verlos solo por oír sus pasos. ¿Se puede saber qué demonios eres?
Caleb la miró durante unos segundos antes de ladear la cabeza, pensativo.
—Diferente a ti, supongo.
—¡A esa conclusión había llegado yo solita!
—Pues... ¿enhorabuena?
—¡Caleb, es sarcasmo!
—¿Y no puedes hablar normal?
—¿No puedes tú ser normal?
—No.
—¡Pues genial, ya somos dos raritos felices y unidos!
Él frunció un poco el ceño.
—Tú no pareces muy feliz ahora mismo.
—¡Pues qué raro, si soy la chica más feliz del mundo!
—¿Eso era sarcasmo o...?
—¡Oh, Dios! ¡Claro que lo...!
—Abre la puerta.
Victoria ni siquiera se sorprendió cuando alguien llamó a su puerta. Se dio la vuelta, suspirando. Al abrir, se encontró a la señora Gilbert, su vecina.
Era una mujer de ochenta años, pequeñita y con el pelo gris siempre perfectamente peinado. Era de esas personas que tenían bondad escrito en la expresión facial. Y realmente era un encanto.
Desde que Victoria había llegado a la ciudad, la había tratado como una nieta. Por ejemplo, cuando sabía que tenía problemas económicos —aunque no se lo dijera— y no podía comer bien, le hacía pasteles, platos increíbles y la invitaba a cenar a su casa. Siempre la ayudaba cuando necesitaba algo. Siempre.
—Hola, cielo —la saludó—. He oído gritos y ayer vi que tu hermano había venido... ¿está todo bien? ¿Necesitas algo?
Victoria echó una mirada por encima del hombro. Caleb estaba apoyado en el sofá de brazos cruzados. Le sorprendió que no hubiera desaparecido, como de costumbre.
La señora Gilbert también lo vio, porque su expresión cambió drásticamente.
—Ooooh, mhm... no sabía que tuvieras visita —levantó las manos en señal de rendición y empezó a retroceder—. Perdón por interrumpir.
—No ha interrumpido nada —le aseguró Victoria—, de hecho, estaba a punto de echarlo a patadas.
Caleb puso los ojos en blanco.
Y la señora Gilbert, como si entendiera mejor la situación que ellos dos, sonrió, divertida.
—Muy bien, niños, os dejo solos otra vez. No os peleéis más de lo necesario, ¿eh? Buenas noches.
Victoria volvió a cerrar la puerta en cuanto ella se metió en casa y se giró hacia Caleb, que seguía en la misma postura.
—¿Qué? —preguntó él.
—¿Vas a decirme de una maldita vez lo que eres o no?
—¿Qué... soy? —repitió, confuso
—¡Bueno, está claro que algo raro eres, Caleb! ¡Puedes oler hasta mi sangre! ¡Seguro que hasta sabes cuándo me ha bajado la regla y cuándo no!
Él no respondió, así que sí lo sabía.
Victoria no supo si reír o llorar.
—Vale, dímelo de una vez —exigió—. ¿Qué eres?
—Nada especial.
—¡Entonces, dime por qué eres así! ¿Es de nacimiento? ¿Tus... amigos también lo tienen?
—Para empezar, no son mis amig...
—Ya me has entendido —replicó, cansada.
—Sí. Axel, Bexley e Iver lo tienen.
—¿Y vives con... con esos...?
—Solo con Iver y Bex.
—Pues seguro que duermes muy tranquilito...
—Yo no duermo.
Ella cerró los ojos, implorando paciencia.
—Era una forma de hablar —dedujo Caleb.
—Veo que vamos avanzando. Por cierto, ¿puedes aclararme por qué puedes sobrevivir sin poder dormir?
—Sí puedo dormir, pero no lo necesito. Solo lo hago cuando estoy muy cansado. O muy relajado. O cuando me sobra tiempo.
—Igual que con la comida y la bebida, ¿no?
—Sí.
Victoria se dejó caer en el sillón. Al menos, estaba sacándole algo de información. Caleb se sentó en el sofá y miró a Bigotitos.
—Hola, gato.
Miau.
Victoria se recostó en el asiento, pensando en la siguiente pregunta.
—Entonces... ¿cuántos sois?
—¿En mi casa? Nosotros tres.
—No, en general. Gente con... ejem... ¿habilidades?
—No lo sé.
—Es decir, que hay muchos.
—Supongo que sí. No sé el número exacto.
—¿Y todos tenéis la misma... eh... habilidad?
—No. En general, las habilidades van ligadas a lo que teníamos antes de adquirirlas. Yo siempre tuve los sentidos muy bien desarrollados. Eso solo lo potenció.
—¿Qué habilidades tienen los demás?
Él suspiró, como si esa conversación le estuviera aburriendo. Victoria no podía entender que algo así pudiera llegar a aburrirlo.
—Axel siempre ha sido un ladrón y un manipulador —murmuró él, pensativo—. Todos sabíamos qué habilidades tendría al transformarse. En su caso, fue la ilusión. Es capaz de hacerte ver cosas que realmente no están delante de ti. Crea ilusiones visuales. Podría hacerte creer que estás en tu casa cuando en realidad estás en un sótano sin ventanas. Y, créeme, te lo creerías.
»Iver es... distinto. Él también se dedicaba a estafar a la gente, solo que de forma muy distinta. Es bueno sabiendo qué piensan los demás. Siempre lo ha sido. Es capaz de potenciar cualquier sentimiento que pueda percibir en ti. O disminuirlo... aunque ese no suele ser su estilo.
—¿Y eso de qué sirve para luchar contra los malos?
—¿Los... qué?
—¿No es lo que hacéis? ¿Como los superhéroes?
—No somos superhéroes, Victoria.
Ella lo pensó un momento antes de responder. Justo cuando fue a hacerlo, él siguió con su explicación.
—Imagínate que están intentando sacarte información sobre el paradero de algo que necesitan y te niegas a hablar. Si Iver percibiera algo de temor de tu parte, podría transformarlo en verdadero pánico. Y durante el tiempo suficiente como para que desesperaras y decidieras colaborar.
—Vale, suena... horrible.
—Bexley es la que menos usa su habilidad —murmuró Caleb—. O, al menos, la que lo usa menos tiempo.
—¿Cuál es la suya?
Él lo pensó un momento, como si calibrara si quería decírselo o no.
—Es capaz de ver ciertos fragmentos del futuro de alguien solo con mirarlo a los ojos. Pero creo que la agota hacerlo durante mucho tiempo seguido.
—Entonces... lo que me ha hecho antes...
—Sí. Era eso.
—¿Y qué ha visto?
—No lo sé. Y dudo que quisieras saberlo. Todos quieren saber su futuro hasta que se dan cuenta de que no es lo que esperaban.
—Lo dices como si te lo hubieran hecho a ti.
Caleb no dijo nada al respecto. Solo permaneció en silencio unos segundos antes de mirarla.
—Vete a dormir. Mañana tienes que ir a trabajar.
—Mañana tienes que ir a trabajar —imitó su voz y resopló—. Dios, eres un pesado. Ya empiezo a entender a Ian cuando me dice que yo lo...
Se calló de golpe y sintió que una repentina oleada de temor la invadía de pies a cabeza.
Caleb también pareció volver a centrarse en la conversación, extrañado.
—¿Qué?
—¿Dónde está Ian?
—Aquí, no.
—Oh, no...
Él echó una ojeada poco interesada a su alrededor, pero volvió a mirarla enseguida con las cejas arqueadas.
—Relájate, el corazón te va a...
—¡Mierda!
Caleb parpadeó cuando pasó corriendo por su lado y fue directa a la cocina apresuradamente. Abrió uno de los armarios y se quedó mirando su colección de tacitas... en la que faltaba una.
Caleb
Intentó entender por qué estaba alterada, pero la verdad es que no lo conseguía. No tenía mucho sentido.
—Es solo una taza —dijo, confuso.
Para su sorpresa, Victoria se giró de golpe hacia él, enfadada.
—¡No es solo una taza!
Él no pudo evitar seguir sorprendido cuando pasó por su lado, pasándose las manos por la cara.
Ni siquiera recordaba la última vez que le habían gritado. Ninguno de su casa se atrevía a hacerlo.
—¿Qué tiene de especial? —preguntó, confuso—. ¿Era tu favorita?
—¡No! —ella suspiró, frustrada—. Es... era de mi abuela.
Caleb arrugó la nariz, extrañado.
—¿La taza?
—La colección —aclaró—. Murió hace dos años. Le encantaba el té y coleccionaba tacitas como estas. Si las juntas todas y las giras forman un dibujo de una flor de loto. Parece una tontería, pero no lo era para ella. Ni para mí. Por eso me lo dejó a mí y no a mis padres o a mi hermano.
Casi parecía... avergonzada por tener que admitirlo. Ella apartó la mirada al armario abierto y suspiró.
—Pero supongo que no importa. Ya me faltan tres. Tampoco iba a completar la colección otra vez.
—¿Por qué no?
—Porque cada tacita cuesta más de doscientos dólares.
¿Una taza? ¿Es que la gente estaba loca?
Caleb la miró unos segundos. Ella parecía triste por esa estúpida taza, así que supuso que realmente le importaba. Después de todo, todavía no había visto a Victoria triste por nada.
Y las palabras salieron antes de poder detenerlas.
—¿Quieres que vaya a buscar a tu hermano?
Victoria levantó la cabeza y lo miró durante unos segundos, extrañada.
—¿Harías... eso?
—¿Sí o no?
—No —por fin reaccionó—. No vale la pena. Ya la habrá vendido.
—¿Y vas a dejar que se salga con la suya?
—Es... tiene un problema, Caleb. No puede controlarlo.
—Y seguirá sin poder si no lo detienes.
Ella negó con la cabeza.
—Da igual. No quiero hablar de eso ahora. Estoy muy cansada.
Caleb lo pilló. Fue a su habitación y escuchó sus pasos ligeros siguiéndolo. Cuando abrió la ventana, la escuchó suspirar.
—¿No puedes salir por la puerta?
—Perdería mi encanto.
—Solo por curiosidad —Victoria entrecerró los ojos—. ¿Te quedas ahí fuera toda la noche?
Caleb lo pensó un momento, ya con una pierna fuera de su piso.
—Pocas veces. Suelo irme cuando te duermes.
Ella negó con al cabeza.
—No sé por qué, pero no me extraña.
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