Capítulo 5
❤Mini-maratón 2/2❤
Victoria
Está claro que al día siguiente cerró todas las cortinas.
Caleb
¿Por qué demonios había cerrado las cortinas?
Victoria
Menos mal que ahora sabía quién era el loco que la espiaba. Ahora podía evitarlo.
Caleb
No debió decirle quién era. Ahora podía evitarlo.
Victoria
Estaba ansiosa y echaba miradas por encima del hombro todo el rato. Lo peor era no saber dónde estaba exactamente. Se estaba volviendo paranoica.
Al menos, ahora imposible que entrara. Había asegurado todas y cada una de las entrad...
—¿Para qué las cierras?
Victoria dio un traspié hacia delante, aterrada, y la taza de té casi le salió volando de las manos cuando soltó un grito ahogado.
Se dio la vuelta, asustada, y vio que el imbécil se paseaba por la casa abriendo las cortinas otra vez como si nada.
Si la tacita de té no hubiera sido tan valiosa, probablemente se la habría lanzado a la cabeza.
Al menos, él debió darse cuenta de que estaba haciendo algo mal, porque al terminar se giró hacia ella y enarcó una ceja.
—¿Qué?
—¿Qué? —repitió, enfadada—. ¿Qué demonios te crees que haces en mi casa?
—Abrir las cortinas, ¿no lo ves?
Victoria no supo ni qué decir. Él cruzó el pequeño salón de nuevo y Bigotitos maulló cuando pasó por su lado.
—Hola, gato.
Miau.
—Al final, nos haremos amigos.
Miau miau.
Eso era surrealista.
Victoria clavó una mirada en Bigotitos que tenía la palabra traición grabada en ella, pero al gato no pareció importarle mucho. Solo se lamió una patita tranquilamente.
—Bueno, adiós —le dijo el rarito, devolviéndola a la realidad.
En cuanto vio que volvía al pasillo de su habitación, ella reaccionó.
—¿Qué...? ¡Oye! ¡Vuelve aquí!
Dejó la taza de té en la encimera y se apresuró a seguirlo. Lo alcanzó en su habitación, a punto de saltar por la ventana a la escalera de incendios. Él se giró y la miró por encima del hombro, con una pierna en el marco y una mano sujetando la parte de arriba. Ya tenía un hombro fuera.
—¿Qué? —preguntó otra vez.
—¿Qué? —repitió Victoria (también otra vez), indignada—. ¡No puedes entrar así en mi casa!
—Sí que puedo. Acabo de hacerlo.
Ella se acercó, frustrada, y agarró su camiseta con un puño, obligándolo a entrar otra vez.
La ventana cayó y volvió a cerrarse cuando lo empujó hacia la cama. Él rebotó un poco al quedarse ahí sentado, mirándola.
—Tienes que arreglar esa ventana —le dijo—. Me destroza el cuello tener que agacharme cada vez que entro.
A Victoria empezó a preocuparle las ganas de matarlo que tenía.
—Sí, claro, y luego si quieres te preparo un té y miramos juntos un documental de ballenas.
—¿Por qué de ballenas?
—¡Era ironía! Pero ¿de qué vas? ¿Tengo que llamar a la policía?
—Tenemos un acuerdo con eso, Victoria.
Ugh. Su nombre completo. Qué poco acostumbrada estaba a oírlo. Ella puso una mueca.
—Llámame Vic.
—Pues tenemos un acuerdo, Vic.
—No tenemos un acuerdo. No llegamos a ninguno.
—No llamaste a la policía y yo no dejé que fuera Axel quien te esp... observara. Es un acuerdo.
—Vale, pues tenemos un acuerdo respecto a lo de la policía, pero nadie habló de esto.
—Pues hablémoslo ahora.
—Sí, porque no puedes entrando en mi casa sin permiso.
Él frunció el ceño, extrañado.
—¿Por qué no?
—¡Porque es mi casa!
—Si llevo casi una semana haciéndolo y ni te habías dado cuenta.
—¡Pero no...! —se detuvo de golpe—. Espera, ¿cuántas veces has entrado sin mi permiso?
—Unas cuantas.
—¡No puedes decir eso y quedarte tan tranquilo! ¡¿Cuántas veces has entrado y por qué?!
—Porque eres un poco torpe, Victo... Vic. ¿Sabes cuántas veces he tenido que entrar a apagar uno de los fogones, cerrar uno de los grifos o incluso apagar la televisión? Deberías tener más cuidado.
—¡Perdón por no estar centrada después de estar a punto de morir a manos de dos locos!
—No iba a matarte —él frunció el ceño—. Quizá Axel iba a torturarte un poco para que no hablaras, pero no matarte.
Victoria le dirigió una mirada de advertencia que él no pareció captar antes de respirar hondo para calmarse.
—¿Cómo te llamas? ¿Puedo saber eso, al menos?
—Ya te lo dije.
—Me lo dijiste estando colocada. Obviamente, no me acuerdo. Solo recuerdo que te llamé x-men.
—No voy a decirte mi nombre.
—¿En serio?
—Sí.
—Es decir, que tú puedes registrar toda mi maldita casa, pero yo no puedo saber ni tu nombre.
—Exacto.
Se puso de pie, pero ella volvió a sentarlo, frustrada.
—¿Qué? —preguntó, aburrido.
¡Aburrido! ¡El muy... imbécil!
—¡Que hablo en serio! Podría denunciarte, ¿sabes?
—Yo podría secuestrar a tu gato.
—Bigotitos sabe defenderse, así que no intentes asustarme.
—No estoy intentando asustarte, solo te digo las cosas como son, y voy a seguir viniendo te guste o no.
—¡Que no vas a...!
Se detuvo en seco cuando escuchó una melodía alegre desde el salón. Él enarcó una ceja cuando se quedó mirándolo fijamente.
—No te muevas —advirtió.
No respondió, y una parte de ella supo que iba a irse en cuanto le diera la espalda.
Caleb
Salió por la ventana al instante en que lo dejó solo.
Se sentó en la escalera de incendios, encendiéndose un cigarrillo. Escuchó los pasos por el salón y la voz de Victoria.
La verdad es que tampoco le interesaba demasiado escuchar conversaciones ajenas, así que no le prestó mucha atención. Le dio la sensación de que estaba molesta, eso sí, pero se centró en mirar la ciudad y fumarse su cigarrillo.
Ya había dejado de hablar por teléfono cuando escuchó que la ventana del salón se abría y vio una cabeza asomándose en su dirección.
—¿No te he dicho que esperaras ahí sentadito?
Caleb no respondió. Igual así lo dejaría en paz.
—¿Hola? ¿Ni siquiera vas a hablar?
Silencio.
Escuchó un suspiro de frustración y la ventana cerrándose. Caleb se terminó el cigarrillo.
Durante las dos horas siguientes, olió que ella se preparaba algo rápido para cenar y la tetera silbando. ¿Es que siempre bebía té? Apoyó la cabeza contra la pared y se quedó mirando el cielo un rato, aburrido.
Al menos, hasta que la ventana volvió a abrirse.
—Eh, tú.
Caleb no respondió.
—¿Quieres un té?
Esta vez se giró hacia ella, extrañado.
Victoria tenía una ceja enarcada, como si la oferta fuera a caducar en cualquier momento.
Y no supo muy bien por qué, pero aceptó.
Ella ya estaba sentada en su diminuto sofá cuando entró en el salón. Llevaba un pijama de unicornios puesto —seguía sin entender su sentido de la moda— y el pelo atado sobre la cabeza. Intentó no poner los ojos en blanco.
Miró la cocina y vio que ya lo había limpiado todo menos la tetera. Su té estaba en la mesita de café, junto al de ella. Como siempre, muy organizada.
—Es de lavanda —murmuró ella.
Por supuesto, tenía que ser de eso. No podía ser de otra cosa.
Caleb no dijo nada, pero rodeó el sofá y se sentó en el lado libre —porque el gato imbécil se había adueñado del sillón—. Era tan diminuto que se sentía como un gigante ahí sentado. Menos mal que Victoria también era pequeñita y no ocupaba mucho espacio, porque sino no habrían cabido los dos ahí.
Él se inclinó hacia delante y recogió la pequeña tacita. La olió y puso una mueca.
Y Victoria, claro, lo miraba fijamente con los ojos entrecerrados.
—¿Ahora no te gusta?
—Nunca lo he probado.
Por primera vez desde que la conocía, ella se quedó sin palabras. Podía acostumbrarse a eso de que se quedara calladita un rato.
Incluso hablaba estando sola...
—¿Nunca... nunca has tomado té?
—No.
—Venga ya.
—Ni café. Ni substancias psicotrópicas.
Victoria parpadeó dos veces, arrugando la nariz.
—¿Substancias psico... qué?
—Drogas. Alcohol, cannabis, heroína... la única que he probado es la nicotina.
Al instante en que dijo eso último, ella enarcó una ceja. Caleb notó que lo escudriñaba con la mirada.
—¿Qué? —preguntó, a la defensiva.
—Así que fumas.
—Es una buena conclusión teniendo en cuenta que te he dicho que lo hago.
Victoria suspiró y apartó la mirada.
—Todos los guapos tienen que fumar...
Caleb puso una mueca cuando ella le empujó la estúpida tacita cursi hacia la boca para que probara el dichoso té. Al final, lo hizo con algo de desconfianza.
Estaba asqueroso.
—Vale —Victoria le quitó la taza y la dejó en la mesa—. Da igual. No te lo bebas. Solo era una excusa para que entraras y poder interrogarte.
—Ah, muy bien.
—Es la que usaba mi madre con la gente con la que tenía un problema.
—¿Tienes un problema conmigo?
—Tengo varios, sí. El primero, que entras en mi casa sin mi permiso. ¿Te parece poco?
—Depende de cómo lo mires, supongo.
—¡Era una pregunta retórica, no...! Mira, déjalo. Mejor seguimos con la conversación civilizada. ¿Tienes hambre? Seguro que hay algo que...
—Yo no como.
Ella soltó una risita, pero la cortó cuando se dio cuenta de que Caleb la miraba tan serio como antes.
Y es que él realmente no le veía la gracia, la verdad.
—¿Qué es gracioso? —preguntó, extrañado.
—¿Cómo no vas a comer? ¡Es imposible!
—Puedo comer, pero no lo necesito. Igual que beber.
Victoria lo miró fijamente unos segundos, como si estuviera calibrando hasta qué punto intentaba engañarla.
—Tienes que comer.
—No, no tengo que hacerlo.
—¿Y qué eres? ¿Un vampiro?
—Los vampiros no existen. Qué tontería.
—Entonces, ¿cómo explicas que no necesites comer?
—Simplemente, no lo necesito.
Ella seguía mirándolo fijamente, perdida.
—¿Qué...? ¿Qué quieres decir?
—Abre la puerta.
—¿Eh?
Alguien golpeó dos veces la puerta.
El olor a alcohol había llegado a su nariz incluso antes de que quien fuera que había al otro lado se pusiera a deambular por el pasillo. Fuera quien fuera, había bebido mucho.
Victoria lo miró por unos segundos más, extrañada, antes de darse la vuelta y acercarse a la entrada.
—¡Viiiic!
Caleb se tensó cuando se dio cuenta de que ese alguien era un chico.
Se giró hacia la puerta con el ceño fruncido.
Un chico no mucho mayor que Victoria entró tambaleándose a la habitación y tuvo que sujetarse en la encimera para no caerse al suelo. Era bajo, delgado e iba con ropa que apestaba.
¿Quién demonios era?
—Hola, Vic —la saludó con una risita arrastrada.
Victoria parecía nerviosa. Cerró la puerta y se acercó a él.
—¿Ya estás borracho, Ian? —le preguntó en voz baja, como si no quisiera que Caleb la oyera.
Menuda tontería.
Además, ¿Ian? ¿Por qué no conocía ese nombre? ¿Por qué de repente venía a visitarla si no lo había hecho en todos esos días?
El borracho se tambaleó de nuevo y se sujetó en Victoria por los hombros, riendo. Caleb se puso de pie inconscientemente, mirándolos.
—Necesito un favor —le dijo él, arrastrando las palabras—. Uno muuuuuy pequeñito.
—No tengo dinero —aclaró ella.
La expresión del borracho cambió enseguida. Pasó de divertida y jovial a la máxima expresión de enfado al instante.
—Y una mierda —le soltó.
—Es verdad. Ahora mismo no puedo...
—Aparta.
Él la empujó hacia atrás, haciendo que Victoria estuviera a punto de perder el equilibrio.
Caleb se acercó a él sin siquiera darse cuenta y tiró del cuello de su camiseta hacia atrás. El chico cayó de culo al suelo y Caleb hizo un ademán de acercarse de nuevo, enfadado, pero se detuvo en cuanto escuchó un grito ahogado detrás de él.
—¡Para! ¿Qué te crees que estás haciendo?
Parpadeó, confuso, cuando Victoria pasó corriendo por su lado y agachándose junto al borracho. Caleb puso una mueca.
—¿Eres consciente de que ha intentado empujarte?
—¡Me da igual! ¡Está borracho, no puedes... tirarlo al suelo!
Caleb frunció el ceño, algo ofendido.
—Solo intentaba ayud...
—Bueno, pues no me ayudes. No así.
Ella se giró hacia el borracho, que estaba medio inconsciente.
—Soy yo, hermanito, voy a llevarte a la cama, ¿vale? Deja que te ayude.
¿Eso era su hermano?
Caleb volvió a recorrer a Victoria con la mirada y dedujo que era imposible que realmente fueran hermanos.
Ian lo señaló, riendo.
—Joder, Vic, tu nuevo novio da miedo. Me cae bien.
Ella negó con la cabeza y llevó al chico a su habitación. Caleb escuchó el ruido de las sábanas al ser movidas mientras Victoria hablaba en voz baja.
Victoria
Como si esa semana no hubiera tenido suficiente... ahora tenía que aparecer Ian.
No es que no lo quisiera —era su hermano, después de todo—, pero... podía llegar a ser tan difícil estar a su alrededor. Por no decir agotador.
Ian era así. Un día aparecía pidiendo dinero y se quedaba durmiendo en su casa por unas cuantas noches hasta que, de repente, desparecía y dejaba de dar señales de vida hasta pasado un tiempo que podía variar desde días hasta meses. En esa ocasión, Victoria no lo había visto durante dos meses, cuando le había pedido dinero por última vez.
Victoria no era tonta. Sabía que tenía un problema con el alcohol, pero también sabía que si no le daba el dinero encontraría la forma de sacárselo. No sería la primera vez que le robaba alguna de sus tazas de porcelana —probablemente, sus únicas cosas mínimamente valiosas— para ganar un poco de dinero y poder seguir bebiendo.
Ya no se preguntaba de dónde sacaba el dinero cuando ella no estaba.
Y sabía por qué el x-men la miraba de esa forma cuando volvió al salón. Ya había visto ese tipo de miradas muchas veces a lo largo de su vida.
Se cruzó de brazos antes de que dijera nada.
—No es problema tuyo —aclaró.
—Mi problema es vigilarte —aclaró él.
—Sigue sin ser problema tuyo.
—Muy bien.
—Bien.
—Muy bien.
Victoria señaló la ventana.
—Ya puedes irte.
Él la miró con extrañeza.
—Tú has sido quien me ha invitado a entrar.
—Pues ahora tengo cosas que hacer. Tengo que cuidar de mi hermano aunque esté dormido. Vete.
—Tu hermano no está dormido.
—Sí que lo est...
—Ooooye, Vic.
Victoria se dio la vuelta de golpe. Ian estaba ahí de pie, apoyado en la pared con la mitad de su cuerpo. Parecía que iba a caerse en cualquier momento.
—Es que... mhm... no creo que vaya a poder usar esas sábanas.
—¿Por qué no?
—No... ejem... sirven.
—¿Qué tienen de malo?
—Que acabo de vomitar en ellas... je, je...
Durante los siguientes diez minutos, Victoria estuvo metiendo sábanas en su lavadora barata y tratando de perfumar la habitación mientras su hermano dormía para que el olor desapareciera. Al final, optó por abrir un poco la ventana y cubrir a Ian hasta la barbilla.
Había dicho al x-men que se estuviera quieto por diez minutos, pero desde luego no se esperaba que se lo tomara al pie de la letra. Al volver, vio que estaba exactamente igual que cuando se había ido. Se detuvo en el pasillo, confusa.
—¿Qué haces?
Él reaccionó, pero siguió sin moverse de su pequeño sofá.
De hecho, todo parecía más pequeño ahora que él estaba ahí dentro. Incluso la propia Victoria.
—Tienes que irte. Tengo que lavarme los dientes e irme a dormir —aclaró.
—¿Vas a dormir con él? —pareció algo escéptico.
—No. Voy a dormir donde estás sentado, por eso te pido que te vayas para que pueda lavarme los dien...
—Ya te los has lavado.
Victoria frunció un poco el ceño. Era cierto, pero él no podía saberlo. Lo había hecho con la puerta cerrada.
—No es cierto —protestó.
Él puso los ojos en blanco, negando con la cabeza.
—Puedo saber si mientes. Especialmente en eso.
—¿En serio? ¿Y qué dentífrico he usado, listo? ¿Fresa, menta...?
Ella estaba bromeando, pero dejó de sonreír cuando vio que él apoyaba los codos en las rodillas, mirándola fijamente.
Casi se arrepintió de haber pedido nada, porque en cuanto a miró de esa forma sintió que el piso de volvía pequeño de nuevo. Solo que esta vez de una forma muy distinta. Se removió en su lugar, incómoda.
—Menta —dijo él finalmente.
—Eso puede saberlo cualqui...
—Te has lavado las manos con un jabón y la cara con el otro. El de las manos era el genérico sin olor. El de la cara era de... rosa mosqueta.
—¿Qué...?
—También te has duchado hoy. El gel era de... mhm... manzana verde. Lo del pelo casi no necesito ni olerlo. Lavanda.
Victoria lo miraba fijamente. Se había quedado en blanco.
—Huele un poco a quemado, así que asumo que has intentado hacer algo mejor antes de decantarte por tu cena. Ha salido mal. Y realmente has embadurnado la habitación de ambientador para que no se notara, al igual con tu habitación hace un rato. Tu hermano, por cierto, ya está durmiendo.
—¿Cómo lo sab...?
—Puedo escuchar los latidos de su corazón.
Caleb
La chica se quedó mirándolo fijamente por lo que parecieron años hasta que por fin hizo justo lo que esperaba que hiciera; se echó a reír.
Caleb la observó sin decir una palabra mientras ella se reía a carcajadas.
—Es decir —tradujo Victoria—, que lo de x-men era por eso. Porque estás zumbado.
Él intentó no poner mala cara, pero la verdad es que sus caras eran siempre malas.
—No.
—¡Realmente lo eres! —insistió, burlona—. ¿Qué más poderes tienes, eh? ¿Puedes volar?
—No.
—¿Puedes leer mentes?
—No.
—¿Te salen espaditas de los nudillos?
—No.
—¿Lanzas fuego por los ojos? ¿Haces volar cosas con la mente?
Y ella siguió riéndose. Caleb no entendía muy bien a qué venía eso de reírse tanto. No le encontraba la gracia. Aunque tampoco es que fuera muy risueño, la verdad.
—No —repitió, frunciendo el ceño.
—Bueno, esto ha sido divertido, pero ahora en serio. ¿Te crees que soy tonta o qué?
Caleb enarcó una ceja sin responder.
—Cualquiera puede ir a mi cuarto de baño a ver qué productos uso, especialmente un invade-hogares como tú, así que no te hagas el listo conmigo.
—No me crees —dedujo él.
—Pues no, cielo, no me lo creo.
—¿Ci... elo?
—No me dices tu nombre, así que tendré que inventarme algo.
—No necesitas mi nombre. Dentro de una semana ni te acordarás de que existo.
—Sí, claro, olvidaré en dos días al loco que se dedica a entrar en mi casa abrir cortinas y se inventa que tiene poderes sobrenat...
—No me he inventado nada.
—Sí, claro.
—No me he inventado nada —insistió, molesto.
—¿Cómo quieres que me crea que...?
—El latido medio de tu corazón es de 72 por minuto estando en reposo, 86 cuando trabajas en el restaurante y 98 cuando tienes uno de esos sueños en los que hablas dormida. Supongo que son pesadillas. La cosa es que siempre repites la misma frase: no quería hacerlo. Tu tipo de sangre es de O negativo y esta mañana te has hecho un corte pequeño en alguna parte, porque sigo pudiendo olerla demasiado bien. Tu pulso estaba en 70 latidos por minuto cuando he empezado hablar, acaba de subir a 85. Siempre cantas en voz baja la misma canción. No sé cuál es, pero ya le tengo asco de tanto oírla. A ver si la cambias un poco. Creo que ni te das cuenta de que cantas esa en concreto, pero lo haces constantemente, incluso cuando trabajas. Donde, por cierto, insultas a tu jefe en voz baja cada vez que sale de su oficina. Tu pulso acaba de subir a 97. No puedo verte la mano, pero estás jugando con el borde trasero de tu camiseta, puedo oír la fricción de la tela. Acabas de dejar de hacerlo, pero es otra cosa que haces continuamente. Además de sacudirte el pelo, cosa que me distrae bastante porque cada vez que lo haces me viene una oleada de lavanda, así que ya que estamos hablando del tema, te agradecería que dejaras de hacerlo. Y tu pulso ha aumentado a 105. Iba a seguir, pero creo que será mejor que pare antes de que te dé un infarto.
Caleb se calló y dejó de inclinarse hacia delante, como había hecho desde que había empezado a hablar.
Ella tenía la boca abierta.
—¿Y bien? —Caleb la miró—. ¿Ya te lo crees o tengo que seguir hablando?
—P-pero... ¿cómo...?
—Ya te he dicho cómo.
—¡Es imposible que puedas... oler... u oír...!
—No lo es.
—¿Y cómo demonios lo haces?
—Simplemente puedo hacerlo.
Victoria puso una mueca casi graciosa mientras intentaba asimilarlo.
—¿Seguro que no eres un vampiro?
—No existen. Ya te lo he dicho.
—Entonces, ¿qué demonios eres? ¿Un alien? ¿Eres E.T. en versión destroza-hormonas?
Él suspiró.
—No.
—¿Y qué eres?
Caleb no dijo nada esta vez. Al menos, por unos segundos.
—Es mejor que no lo sepas.
Pareció que por fin la chica le creía. Él se había puesto de pie sin darse cuenta, pero se echó hacia atrás cuando ella se acercó con los ojos entrecerrados. Se aclaró la garganta, incómodo, cuando se plantó delante de él.
—¿Por eso me oíste en la casa abandonada?
—Sí.
—¡Sabía que tenías algo raro! ¡Me aseguré de no hacer un solo ruido!
—La verdad es que eres muy ruidosa.
—No soy muy ruidosa, es que tú tienes... esa cosa rara.
—Y tú eres muy ruidosa. No necesito tener esa cosa rara para saberlo.
Victoria se cruzó de brazos y se acercó un paso más a él.
Caleb intentó no concentrarse en el olor a lavanda con todas sus fuerzas.
Victoria
Victoria intentó no centrarse en el calor que empezaba a emanar de su cuerpo con todas sus fuerzas.
No sabía muy bien por qué se estaba acercando tanto, pero no podía evitarlo. Además, él tampoco parecía querer apartarse.
De hecho, no parecía nada. Solo le devolvía la mirada fija, sin expresión.
—Entonces, vas a seguir... ¿espiándome? —concluyó.
—Yo no espío —insistió, ofendido—. Solo observo.
—Sí que espías.
—No.
—Sí.
—No.
—¡Sí!
—¿Vamos a seguir así toda la noche?
—Dime tu nombre y a lo mejor se me pasa.
—No.
Victoria suspiró. Qué testarudo era el acosador.
—Al menos, ¿vas a dejar de esconderte? Podrías ir conmigo. Me sentiría menos rara. Y tú serías más como una persona normal.
—No soy una persona normal.
—Pero yo me sentiría bastante más cómoda si...
—No.
Victoria apretó los labios cuando se alejó de ella. Antes de girarse, ya sabía que estaría de camino al pasillo.
—Podrías despedirte, al menos —dijo, mirándolo.
—Adiós.
Victoria negó con la cabeza antes de agarrar un cojín y lanzárselo a la cabeza. Por supuesto, él lo atrapó sin siquiera darse la vuelta.
Cuando la miró, parecía casi irritado.
—¿Eso era necesario?
—Quería comprobar si realmente tenías poderes —Victoria sonrió ampliamente.
Caleb negó con la cabeza y volvió a darse la vuelta, marchándose.
—Que duermas bien, x-men —murmuró Victoria.
—Yo no duermo.
Ella puso los ojos en blanco.
—Pues claro que no duermes.
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