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Capítulo 22

Caleb

Durante un momento, se quedaron los dos fuera, él y Brendan, mirando la calle con impotencia.

—Pues era mi único plan —murmuró Brendan con una mueca—, y no ha salido muy bien.

—Estás cogiendo una gran costumbre de expresar cosas obvias.

—Bueno, al menos yo no me quedo en silencio tenebroso como tú.

Caleb le puso mala cara, y Brendan le puso exactamente la misma.

Era casi como mirarse en un espejo.

Caleb volvió a darse la vuelta hacia delante, frustrado. Conocía a Victoria. Algo iba mal. Y no sabía muy bien qué era. No estaba en su casa, ni en su guarida de gnomo, ni en el bar... no estaba en ninguna parte. ¿Dónde podía buscarla? Se estaba desesperando, y empezaba a quedarse sin ideas.

Bueno, solo tenía una. Y era la peor.

¿Y si Sawyer había sido más rápido que él? ¿Y si ya los había encontrado?

No dejaba de poner una mano sobre el móvil, en su bolsillo, temiendo el momento en que empezara a sonar y fueran Sawyer o Axel diciéndole que tenían a Victoria y al niño. Le entraban ganas de vomitar solo con pesarlo.

Porque conocía a Sawyer, y sabía qué expresiones ponía cuando se enfadaba. O las cosas que hacía. Y sabía que Caleb le mentía. De alguna forma, lo sabía.

No, no podía irse de ahí con las manos vacías.

Se dio la vuelta, para la sorpresa de Brendan, y volvió a subir los escalones de la entrada para aporrear la puerta.

—¿Qué...? —empezó Brendan, pero se calló cuando Caleb volvió a aporrear la puerta.

Escuchó la respiración de Tilda al otro lado de la puerta, pero no le abrió.

—Te estoy oyendo —le advirtió, irritado—. Abre la puerta.

—No pienso hacerlo —replicó Tilda, también irritada—. Habéis conseguido que mi hermana se altere, y no pienso permit...

—Tienes dos opciones: o abres la puerta, o la abro yo. Elige la que quieras, pero te aseguro que voy a entrar en menos de diez segundos.

Esa vez, solo hubo unos instantes de titubeo antes de que Tilda abriera y se asomara por una rendija. Su cara era de irritación, pero Caleb podía oír el repiqueteo de su corazón. Estaba asustada.

—¿Qué quieres? —preguntó con desconfianza.

—Quiero encontrar a la chica.

—No voy a...

—Sí, sí vas a hacerlo.

Sabía qué cara poner para asustar a la gente y, pese a que normalmente no le gustaba hacerlo, estaba dispuesto a ello con tal de saber si Victoria y el niño estaban bien.

Y funcionó, porque Tilda tragó saliva e intentó hacerse la valiente.

—Te doy cinco minutos —advirtió, y abrió la puerta de nuevo.



Victoria

—¿Y bien? —el hombre seguía mirándola—. ¿Puedo ayudarte en algo? ¿Te has perdido?

Victoria sintió que su cuerpo entero quedaba paralizado, pero se obligó a sí misma a reaccionar cuando Kyran tiró ligeramente de su mano.

—No —dijo torpemente. Estaba tan nerviosa que no sabía ni qué excusa inventarse. Le temblaba la voz—. Es... ¿usted es el señor Wharton?

Por favor, que ese fuera el apellido que le había dicho la camarera, porque estaba tan nerviosa que apenas podía acordarse.

El hombre apoyó la pala en el suelo, mirándola con aire confuso.

—Sí. Steven Wharton. ¿Nos conocemos?

No supo qué decirle. Era el padre de Caleb y Brendan. Estaba segura. No sabía cómo, pero lo estaba. Por eso Sawyer había pensado en ese cartel al mencionar a Caleb.

¿Y si había robado a los dos niños? ¿Y si nunca habían sido huérfanos?

Oh... ¿y si Bex, Iver... incluso Axel... tampoco lo eran?

Pero... ¿por qué ninguno se acordaba, entonces? No tenía sentido.

Se dio cuenta de que se había pasado demasiado tiempo en silencio cuando el hombre enarcó una ceja, algo desconfiado.

—No serás una de esas reporteras, ¿no? —preguntó.

—Sí —soltó Victoria sin pensar.

El hombre señalo al niño, algo perdido.

—Y... ¿siempre traes al niño al trabajo?

—Si no tengo con quien dejarlo, sí —dijo Victoria torpemente—. ¿Han venido muchas otras... eh... compañeras?

—Unas cuantas, pero hace tiempo que no viene ninguna —hizo una pausa, pensativo—. Espera, mi esposa sabrá responderte mejor.

Se colgó el saco del hombro y dejó la pala junto a la entrada. Subió los escalones como si el saco no pesara nada, y Victoria se dio cuenta de que incluso los músculos de sus hombros se tensaban de la misma forma que los de Caleb. Tragó saliva. Era él. Era su padre. Estaba segura.

—¡Angela! —gritó, asomando la cabeza a la entrada—. ¡Ven fuera, hay una chica que dice que es reportera!

Volvió al porche y dedicó una sonrisa de disculpa a Victoria.

—Si entro con las botas llenas de barro, me matará.

—Ah, claro —se obligó a sí misma a forzar una sonrisa pequeña, aunque por dentro estaba temblando de pies a cabeza.

Su corazón se aceleró cuando escuchó los pasos acercándose a la puerta. No sabía cómo imaginarse a la madre de Caleb y Brendan. Simplemente, no sabía qué cara tendría.

Y resultó ser una mujer alta, esbelta para su edad, con el pelo castaño y los ojos del mismo color exacto que los que había visto en Brendan en su recuerdo. Victoria tragó saliva cuando la miró con una expresión cálida, pero confusa.

—Nadie nos ha avisado de que vendría una reportera —le dijo.

—Es que... trabajo en un periódico bastante pequeño. Puede que a mi compañero se le haya olvidado. Estamos empezando la sección de noticias... ya sabe. Todavía es un poco desastre.

Por algún motivo, los convenció. La mujer sonrió y señaló la puerta.

—Pasa, cielo. Estaba preparando té. ¿Te gusta el té?

Ya le gustaba la señora Wharton.

—Lo adoro —le aseguró.

—Yo también. Y creo que tengo algo para el niño —hizo una pausa y señaló a su marido—. Y tú... más te vale limpiarte esas botas horrendas antes de entrar.


Caleb

Estaban todos en el salón. Sera había vuelto a centrarse en comer a su ritmo, Jashor los observaba desde el otro sillón con la cara marcada por la tensión, Brendan se mantenía de pie, al margen, y Caleb y Tilda estaban en el sofá.

Ella acababa de tomarse una infusión que olía horrible e hizo que Caleb puso una mueca.

—Debe ser un tormento tener el olfato tan sensible —murmuró Tilda, subiéndose las mangas del jersey color crema hasta los codos. Tenía las manos flacas y se le marcaban ligeramente las venas en ellas.

—Llegas a acostumbrarte —le aseguró Caleb en voz baja—. Y tengo algo de prisa.

—Un momento, chico.

Ella se terminó la infusión en tiempo récord y se giró hacia él, respirando hondo.

—Me ayuda a calmarme y a poder centrarme en lo que hago. Con los años, se convierte en algo necesario, ya lo verás —enarcó una ceja, mirándolo—. Necesito algo de la chica.

—¿Cómo?

—Algo a lo que le tenga aprecio. Algo significativo para ella. Cuanto más significativo, mejor.

Mierda, no habían traído nada.

Caleb se quedó en blanco un momento, hasta que Brendan soltó lo que pareció un bufido de burla.

—Tú eres ese algo significativo, hermanito.

—¿Yo?

Tilda no esperó a que reaccionara. Caleb se tensó ligeramente cuando notó la fría mano de la mujer sobre su muñeca. Ella cerró los ojos y vio que el color abandonaba ligeramente sus labios. Por debajo de las pestañas, podía ver cómo sus ojos se movían de un lado a otro, como si buscara algo en la oscuridad.

—Sí, ya veo a lo que se refiere tu hermano —murmuró ella en voz baja, concentrada—. Esa chica está enamorada de ti. Puedo sentirlo. No habrías podido darme algo mejor para encontrarla.

Caleb no supo qué decir. Una extraña sensación agradable se acababa de extender por su pecho, pero hizo un esfuerzo para que no se notara. Tenía la atención de todos encima.

Bueno, de todos menos de Sera, que parecía muy centrada en arrancar un trocito de pan y llevárselo a la boca a una velocidad que habría hecho que cualquiera se durmiera.

—¿Qué tiene la chica de especial? —preguntó Tilda, curiosa—. Te estás tomando muchas molestias para encontrarla.

—Eso no es asunto tuyo —le aseguró Caleb.

—Te estoy ayudando y me estoy arriesgando mucho, chico. No lo olvides.

—¿Vas a encontrarla o no?

—Eso lleva su tiempo. Respóndeme. Necesito conocerla.

—Se llama Victoria —intervino Brendan.

Tilda pronunció su nombre en voz baja, casi como si fuera una plegaria, y Caleb notó que sus dedos se tensaban en su muñeca.

—Necesito más —aclaró—. Cuanto más sepa, antes la encontraré. Si la encuentro.

—¿Eh...?

—Dime cosas que le gusten, chico, y deja de mirarme como si no tuvieras cerebro.

—Le gusta leer —dijo Caleb torpemente—. Y escribir, pero... hace mucho que no escribe nada, aunque creo que lo haría otra vez si pudiera.

A cada palabra que decía, parecía que el corazón de la mujer iba más deprisa. Y, de alguna forma, supo que cada vez estaba más cerca de ella.

—Más —insistió ella.

—Le gusta el té, y... no le gusta mucho que le hagan fotografías. Trabaja en un bar, aunque odia a su jefe. No voy a decirte más.

—Si tú no me ayudas, yo no puedo ayudarte.

Él respiró hondo antes de sacudir la cabeza.

—Tiene pesadillas —añadió Caleb en voz baja—. No sé de qué son, pero están relacionadas todas con algo en concreto que la atormenta.

—Oh, sí —murmuró ella, y las comisuras de su boca se curvaron hacia abajo—. Por fin me das algo útil. Puedo sentir su culpabilidad.

¿Culpabilidad? ¿Qué...?

—¿De qué color es su pelo, chico?

—Castaño. Y tiene los ojos grises. Es alta, bastante delgada y siempre va vestida con algún color chillón.

Ella sonrió ligeramente.

—Le has prestado mucha atención a tu pequeña humana.

Caleb no dijo nada, algo tenso.

—Veo que los sentimientos que tiene hacia ti son correspondidos —añadió, más para sí misma que para él.

Caleb no supo qué decirle. Ni siquiera tuvo tiempo para planteárselo, porque de repente la mano de la mujer se cerró entorno a su mujer con fuerza, y ella ahogó un grito.

—No la encontrado, pero no eres el único que la busca, chico.

—¿Qué? —Caleb frunció el ceño.

—Un hombre... parece Sawyer... sí, puedo verlo. Está pensando en ella. Y no está pensando nada bueno. Quiere encontrarla y... está en casa de un hombre... no puedo ver su cara. Tiene... miedo. Sawyer tiene mucho miedo.

¿Sawyer? ¿Miedo?

—¿De qué?

—De que tu humana encuentre al dueño de la casa en la que está. Siente terror. Por eso está ahí... si la humana se acerca, no le hará nada bueno, aunque no quiere matarla... al menos, no de forma inmediata.

—¿Quién es el hombre? —preguntó Brendan, acercándose.

El corazón de Tilda iba a toda velocidad.

—No... no puedo verle la cara. Pero puedo percibir algo no-humano en él. Es uno de los nuestros.

—¿Axel? —sugirió Brendan.

—Es mayor que vosotros... y más joven que nosotros.

—Uno de la segunda generación —dedujo Joshar al instante.

—¿Siguen vivos? —preguntó Brendan, confuso—. Pensé que todos habían muerto en trabajos.

—Eso decía Sawyer —murmuró Caleb, tenso.

—Solo hay uno —replicó Tilda en voz baja, y su expresión se volvió dolorosa—. Sawyer quiere mantenerlo oculto de tu humana, pero... no consigo ver por qué. Solo consigo percibir su terror y... espera, la he encontrado.

Caleb dejó de respirar por un momento.

—¿Dónde está? ¿Está el niño con ella? ¿Están bien?

—No... no puedo verlo —dijo ella, frunciendo el ceño—. Es... está con alguien, con dos personas, pero no quieren hacerle daño. El niño la acompaña.

—¿No ves dónde están?

—No, pero... quiere volver a tu casa, chico. Lo hará en cuanto termine de hablar con esas dos personas y...

Soltó la mano de Caleb de repente y se la llevó a la frente, dolorida.

—No puedo ver más —le aseguró, y su voz sonaba agotada—. No puedo encontrar a la chica con exactitud, si alguien piensa con tanta intensidad en ella... confunde al don. Lo siento, chico.

Caleb extendió una mano hacia ella y se la puso en el brazo.

—Gracias por ayudarme.

Tilda le dedicó una pequeña sonrisa, la primera que había visto en ella, y se puso de pie. Joshar la ayudó a subir las escaleras y Caleb escuchó que la ayudaba también a meterse en la cama, pero se giró hacia Brendan.

—¿Conoces a alguien de la segunda generación?

—Solo al tipo que os transformó, pero murió hace años, y lo vimos morir.

—Es el único al que vimos morir —aclaró Caleb con una mirada significativa.

Brendan asintió sin decir nada.

—¿Y los demás? —preguntó Caleb.

—Sawyer siempre ha dicho que murieron todos.

—Está claro que mentía, pero... ¿por qué?

Brendan sonrió ligeramente.

—No lo sé, pero creo que ya va siendo hora de que Sawyer nos aclare unas cuantas cositas.



Victoria

Le temblaban las manos cuando sujetó la taza de té caliente entre ellas, tragando saliva. Ya le había dado un sorbito, pero estaba tan nerviosa que ni siquiera había podido notar el sabor.

Kyran, a su lado, comía una barrita de chocolate que le había dado Angela.

Ella se había mostrado muy amable con ellos, de hecho, a Victoria le había causado una buena impresión, al igual que su marido. Había entrado ahí esperando algo malo, pero... se sentía extrañamente cómoda con ellos. Eran muy simpáticos. Incluso Kyran, a quien no le gustaban los conocidos, les había dedicado alguna que otra sonrisa.

—¿No habla? —preguntó Angela, sentándose en el sofá, que tenían delante.

En medio tenían una mesita de café en la que Victoria dejó la taza, carraspeando.

—Tiene un problema en la garganta —se inventó rápidamente.

—Oh, pobrecito.

Kyran los ignoraba, comiendo su barrita, muy feliz.

—Ah, aquí estás —Angela se echó a un lado para dejar sitio a Steven, que había ido a limpiarse un poco antes de volver con ellos.

Era casi tan alto como sus hijos, así que hacía que el sofá pareciera pequeño con él encima. Incluso su mujer parecía un poco más pequeña.

—¿Has dicho que venías a entrevistarnos? —preguntó él.

—Eh... sí.

Y ahí se dio cuenta de que, normalmente, los reporteros llevaban algo para apuntar las cosas que les decían. Improvisó a toda velocidad, nerviosa, y sacó el móvil del bolsillo. Fingió que pulsaba algo y lo señaló.

—¿Les importa que grabe la entrevista?

—Por supuesto que no —sonrió Angela.

Victoria dejó el móvil girado sobre la mesa y se acomodó un poco, nerviosa, sin saber por dónde empezar.

Si ellos habían asumido que era una reportera, es porque habían habido otras antes que ella. La pregunta era, ¿qué querían hablar con ellos?

Y, lo más importante, ¿cómo demonios iba a descubrirlo sin delatarse a sí misma?

Intentó centrarse y soltó lo primero que se le vino a la mente.

—¿Hace mucho que viven en esta granja?

Tuvo el efecto esperado; ellos dos intercambiaron una mirada cómplice, relajándose un poco.

—Toda la vida —dijo Steven, asintiendo—. Mi padre también vivió aquí toda su vida. Mi abuelo la construyó cuando tenía veinte años porque a mi abuela siempre le había gustado la idea de tener animales, cosechar su propia comida... todas esas cosas.

—Pero... parece mucho trabajo para solo dos personas.

—Antes teníamos trabajadores —comentó Angela, apartando la mirada.

—Pero de eso hace mucho —añadió Steven—. Antes también teníamos más cosechas, y muchos más animales. Ahora no vale la pena tener trabajadores. No podríamos pagarlos y no los necesitamos.

—Y... ¿qué cambió?

Esta vez, no se miraron entre ellos, pero fue evidente que la tensión había crecido un poco.

Victoria se inclinó hacia delante, interesada.

—Es que... —empezó Angela, dubitativa—. Esto antes era un campamento de verano.

Vale, eso no se lo esperaba.

—¿Un qué?

—Un campamento de verano —dijo Steven con más seguridad—. Muchos niños venían a pasar una semana en la naturaleza, aprendiendo a plantar, cosechar, cuidar de animales, acampando... y otras actividades.

Y... eso tampoco se lo esperaba.

Espera, ¿de eso era el cartel que había visto fuera? ¿El anuncio de la entrada del campamento?

Bueno, tenía sentido, parecía que había sido bastante colorido y llamativo.

—¿Ya no organizan acampadas? —preguntó ella, intentando bromear para fingir que no estaba nerviosa—. A lo mejor Kyran podría venir a alguna cuando se haga mayor.

—Hace muchos años que no hacemos nada, cielo —le aseguró Angela.

Y ahí estaba el momento de tensión. ¿Debía preguntar o era mejor esperar y que fueran ellos quienes hablaran?

Optó por la primera opción al ver que no tenían intención de decir nada.

—He visto un cartel fuera —empezó, muy cautelosamente—. De dos chicos. Parecían... gemelos. ¿Ese era el anuncio del campamento?

Angela bajó la mirada al instante y Steven se tensó visiblemente, pero ninguno de los dos dijo nada durante unos segundos.

—No —dijo Steven en voz baja—. Esos son nuestros hijos.

Y, por el tono que había usado, era obvio que esperaba que las preguntas fueran acerca de eso.

Así que ese era el motivo por el que habían visto tantos reporteros...

Victoria tragó saliva, nerviosa. No podía fallar ahora, estaba cada vez más cerca de saber la verdad. Quizá por eso le habían empezado a sudar las manos cuando dio un pequeño sorbo a su té y lo volvió a dejar en la mesa.

—¿Cómo se llaman? —preguntó casualmente.

Caleb y Brendan. Estaba segura de que...

—Kristian y Jasper

Victoria se quedó mirándolo un momento, pasmada, sin poder evitarlo.

—¿Kristian... y Jasper?

—Sí —confirmó él, confuso.

Victoria se dio cuenta de que había sonado demasiado sorprendida y se apresuró a sonreír ligeramente.

—Son nombres muy bonitos.

—Eran los nombres de sus abuelos —explicó Angela con una sonrisa triste—. Murieron antes de que ellos nacieran, pero quisimos mantener sus nombres en ambos. Jasper siempre fue como mi padre. Le gustaba... provocar, reírse, pasárselo bien, sí. Y era tan activo. Le encantaba ir de un lado a otro, relacionarse con la gente, gastar bromas... pero también era impulsivo... siempre se metía en líos y teníamos que pedir disculpas a todo el mundo continuamente. Era... un niño difícil, pero también era muy protector. No osaba que nadie se acercara a su hermano, o a nosotros, si sabía que ese alguien no era de fiar.

Hizo una pausa y dirigió una mirada a su marido, que tenía la cabeza agachada, como si no le gustara hablar de ello.

—Kristian era distinto —añadió Angela, con aire nostálgico—. Él siempre fue tan... callado. Tan maduro para su edad. Mi madre solía bromear con que había nacido ya con setenta años. Y era... tan... no lo sé. Frío. Era muy difícil cruzar sus muros de hielo y hablar con él. Hablar de cosas realmente importantes para él. Siempre le resultó muy complicado relacionarse con los demás. Pero era bueno. Tenía buen corazón. No soportaba ver a los demás sufriendo. Recuerdo cómo se mantuvo a mi lado cuando mi madre murió. Yo debí ser la que lo consolaba a él, pero siempre era al revés. Era como si pudiera pasarte una mano por la muñeca y hacer que todo el dolor desapareciera.

Al darse cuenta de lo último que había dicho, puso una mueca y sacudió la cabeza.

—Eran mis niños —añadió en voz baja, casi para sí misma.

Son tus niños —replicó su marido, tenso—. No hables en pasado. No están muertos.

—No lo sabes.

—Lo sé. Simplemente... lo sé.

—¿Cuántos años han pasado? ¿Quince? Si tuviera que pasar algo, ya habría pasado.

Steven no dijo nada, pero era obvio que se había enfadado.

Victoria, por su parte, trató de parecer lo más serena posible mientras su cerebro absorbía toda esa nueva información.

—¿Ellos dos participaban en el campamento? —preguntó, para calmar el ambiente.

—Oh, siempre nos ayudaban mucho —dijo Angela—. Jasper solía ocuparse de la zona de los animales, y curiosamente Kristian se quedaba siempre con los niños más pequeños. Les gustaba mucho pintar ropa, así que muchas veces comprábamos sudaderas, camisetas... en fin, ropa blanca. Y luego cada uno le lanzaba toda la pintura que quería. Kristian se quedaba con una prenda cada verano.

El recuerdo fugaz de la sudadera colorida del armario de Caleb hizo que a Victoria se le secara la garganta.

Él lo había dicho. Había insinuado que era lo único que conservaba de su vida anterior, pero ni siquiera Caleb sabía lo acertado que era eso.

—Seguro que todavía las conserva —no pudo evitar decir.

Angela le dedicó una pequeña sonrisa de agradecimiento, mientras que Steven seguía mirándose las manos con gesto hosco.

—¿Qué pasó con ellos? —preguntó Victoria cautelosamente.

—¿Es que no has venido por eso? —Steven la miró—. ¿No lo sabes?

—Si no les importa, preferiría que me dieran su versión. No... no querría dar ningún dato erróneo.

Eso pareció convencerlos, porque Steven se aclaró la garganta.

—Durante el verano, los despertaba muy temprano para empezar a preparar el campamento antes de que los niños se despertaran o llegaran. Por lo general, Kristian ya estaba despierto cuando llegaba, era mucho más difícil despertar a Jasper. Pero... cuando abrí la puerta de la habitación de Kristian, no estaba. Fui a ver si estaba despertando a su hermano, pero él tampoco estaba.

Hizo una pausa, y Victoria pudo ver cómo su rostro se contraía por el dolor de recordarlo durante un momento.

—Sus cosas estaban ahí, sus camas estaban deshechas y sus ventanas estaban abiertas. Las de los dos. Pero eso era todo. No estaban en la granja, no estaban en el granero... ni en el pueblo. Simplemente, no estaban.

—Nadie desaparece así como así —murmuró Victoria.

—Ellos lo hicieron —dijo Angela en voz baja, sin mirar a nadie—. Desaparecieron. Mis niños...

—No encontraron pistas —añadió Steven, mirándola—. Ni siquiera pisadas fuera de la ventana. No había nada. Absolutamente nada. Se habían esfumado. Estuvimos buscándolos desesperadamente durante meses... pero a los dos años la policía se cansó y dejó el caso en segundo plano. Toda la gente que nos había ayudado hasta entonces, también empezó a cansarse. Y nos dejaron solos. De pronto, nadie quería ayudarnos a encontrarlos.

—Nos dijeron que probablemente están muertos —dijo Angela con voz baja—. Que era inútil seguir buscando.

—No, no están muertos. Yo lo sé —añadió bruscamente Steven, más para convencerse a sí mismo que a nadie más—. Yo... los conozco. No están muertos. Sé que están en alguna parte. Y... quiero encontrarlos. Aunque hayan pasado quince años. Sé que puedo encontrarlos. Y no necesito la ayuda de esos inútiles que han desestimado el caso... han desestimado a mis hijos, ¿te das cuenta? Les da igual que puedan estar en peligro. Solo les importó cuando la noticia era importante.

Hizo una pausa, apretando los puños, y sacudió la cabeza.

—Los del pueblo empezaron a darme la espalda al instante en que intenté buscarlos por mi cuenta. Decían que me había vuelto loco. Y empezaron a cuchichear sobre si quizá los tenía yo, o mi esposa, o cualquier otra persona. Otros solo decían que estaban muertos. Muchos otros, decían que se habían escapado porque seguramente los tratábamos mal.

Apretó los dientes y Victoria casi pudo percibir su dolor, y su rabia, y su impotencia.

—Ahora apenas nos habla nadie —añadió en voz baja—. Se creen que estamos locos por seguir buscándolos. Y tampoco los tenemos a ellos, a Kristian y Jasper. Lo hemos perdido todo.

—No digas eso, Steven —murmuró Angela.

Él no dijo nada más, pero era obvio que seguía pensándolo.

Victoria ni siquiera quería imaginarse lo que debía ser perder a dos hijos y, además, perder el apoyo de toda la gente que te rodea. Y, peor, que empiecen a conjeturar sobre si es culpa tuya.

—Siento que tuvieran que pasar por eso —dijo con toda la sinceridad de su corazón.

Ninguno de los dos la miró y ella se aclaró la garganta, tratando de deshacer el nudo que se había formado en ella.

—¿Qué hay de sus cosas? —preguntó suavemente—. ¿Siguen teniendo sus habitaciones?

—Nunca las hemos tocado —murmuró Angela con voz apagada—. No he sido capaz de hacerlo.

Y Victoria supo que, incluso después de quince años, seguían esperando a que sus dos hijos volvieran a casa.

Y seguramente seguirían haciéndolo toda su vida, si era necesario.

Pocas cosas eran más fuertes que el amor verdadero de un padre y una madre.

—El cartel de fuera... era el cartel que colgaron por las calles —dedujo.

Steven se estiró y abrió uno de los cajones de la mesita de café. Dejó una hoja igual que la de la pared del granero sobre la mesa, solo que esta no estaba deformada por el paso de los años. Estaba intacta.

—Puedes quedártela —murmuró él—. Seguimos teniendo muchas. Aunque ya no sé de qué demonios sirven, ahora serán dos adultos, no dos niños.

Victoria tragó saliva y se acercó la hoja. Kyran también la miró.

Conocía a esos dos niños. El parecido con sus versiones actuales era abrumador. Incluso quince años después.

Y se dio cuenta de que podía diferenciarlos incluso así, a través de una fotografía. Era tan fácil que no entendía cómo no lo había hecho antes. Caleb era Kristian, el que se mantenía con expresión ligeramente seria tras su pequeña sonrisa forzada, mientras que Brendan era Jasper, que parecía contenerse para no sonreír todavía más.

—El parecido con ustedes es asombroso —murmuró, revisando las fotografías con los ojos.

—Siempre nos lo dijeron —aseguró Steven—. Especialmente, decían que se parecían a mí.

Si los viera ahora... se daría cuenta de que eran dos réplicas más jóvenes de él. Victoria solo había necesitado un vistazo para saber que era su padre.

Tenía ganas de gritarles que conocía a sus hijos, entusiasmada, pero las cosas no eran tan sencillas. Necesitaba hablar con Caleb y Brendan, y no quería poner el peligro a sus padres. Seguramente, Sawyer estaba esperando para saber cuál había sido su primer movimiento después de salir de la fábrica. No quería decírselo tan pronto.

Hizo unas cuantas preguntas más para disimular, aunque su corazón latía a toda velocidad y, en realidad, solo quería marcharse para encontrar a Caleb y contarle lo que había decubierto. Además, también quería irse en cuanto antes para no ponerlos en peligro.

Pero lo primero era encontrar a Caleb.

Y eso que su conversación, la que había visto en el despacho de Sawyer, seguía rebotando en las paredes de su cerebro. Una parte de ella quería creer que había sido solo una mentira para engañar a Sawyer, pero la otra...

Es que había sonado tan real... demasiado real.

Se puso de pie casi automáticamente cuando Steven lo hizo y se despidió de Angela con un apretón amistoso de manos. Le puso una mano en el hombro a Kyran para guiarlo con ella hacia la puerta, que Steven les sujetó para que pudieran salir.

—Es algo tarde —comentó, extrañado—. ¿Tienes un coche para volver a casa?

—Sí —mintió Victoria enseguida. Necesitaba irse en cuanto antes.

—¿Estás segura? Puedo llevaros a casa, tengo el coche ahí detrás y...

—No, muchas gracias, señor Wharton —ella sonrió ligeramente—. Ha sido un placer hablar con usted y su esposa. Gracias por atendernos.

Él agachó la mirada al instante.

—Gracias a ti por seguir dando visibilidad a mis hijos.

Hubo un momento de silencio. Eso había sonado tan desgarrador que Victoria casi pudo sentir su propio corazón rompiéndose.

Sabía que tenía que irse sin decirle nada más. Lo sabía.

Pero no pudo hacerlo.

—¿Señor Wharton?

Él levantó una mirada desolada y triste hacia ella, pero no dijo nada.

Victoria tragó saliva y trató de que no le temblara la voz.

—No pierda la esperanza —le pidió en voz baja.

Él pareció algo confuso durante unos segundos, pero Victoria estaba segura de que había visto un atisbo de determinación justo antes de darse la vuelta.

Avanzó de nuevo por el camino con Kyran, que iba a sujetando la pantera con una mano y el jersey de Victoria con la otra. Ella iba pensativa, mirando un punto sin ver nada.

—Esos eran los padres de Caleb, Kyran —dijo en voz baja.

Él la miró sin comprender con una pequeña sonrisa inocente.

—Yo... tengo que hablar con él, tengo que...

Pero se calló a sí misma cuando Kyran se detuvo en seco, tirando de su jersey en el proceso.

Victoria se giró hacia él, extrañada.

—¿Qué?

Kyran abrió mucho los ojos hacia delante, así que Victoria se dio la vuelta para comprobar qué sucedía.

Y ahí vio el coche negro de ventanas tintadas. Y a los dos hombres vestidos como los que había visto en la puerta de la fábrica yendo directamente hacia ellos.

Una oleada de pánico le invadió el cuerpo entero cuando su mano, automáticamente, rodeó la muñeca de Kyran.

Oh, no.

—¡Eh, tú! —gritó uno de los hombres, señalándola—. Ven aquí. Con el niño.

—Sawyer se alegrará mucho de saber que os hemos encontrado —añadió el otro.

Victoria miró a su alrededor a toda velocidad. No había nada. Estaban demasiado lejos de la granja como para que los oyeran. Solo había prados de granja abandonados, con matojos y pequeños árboles, y para llegar a ellos tenían que saltar la valla que rodeaba el camino. Y atrás... estaba la granja. Y no iba a ir hacia ahí. Tardaría demasiado y solo serviría para complicar más las cosas, poniendo en peligro a los Wharton en el proceso.

Si tan solo no estuviera Kyran... seguro que no estaría tan asustada. El problema era él. Si le pasaba algo a ese niño, jamás se lo podría perdonar.

—Levanta las manos —advirtió uno de ellos, acelerando el paso.

Todavía estaban a diez metros.

—Kyran —dijo ella en voz baja, temblorosa—, ¿te acuerdas de lo que has hecho antes en la fábrica?

El niño asintió. O eso supuso, porque no podía despegar la mirada de los dos tipos grandes y armados que iban hacia ellos.

—Bien —murmuró Victoria, y respiró hondo, intentando calmarse—. Cuando te lo diga, quiero que lo hagas otra vez... y salgas corriendo lo más rápido que puedas hasta que encuentres un sitio donde esconderte, ¿vale? Si... si me pasa algo malo, espera escondido hasta que se hayan ido... y después corre hacia la granja otra vez.

El niño tiró de su mano, como intentando oponerse, pero a Victoria le dio igual.

Y, cuando vio que los dos tipos intercambiaban una mirada, tuvo su oportunidad de oro.

Se giró hacia Kyran, lo levantó a toda velocidad, y se acercó a la valla. El niño protestó cuando lo dejó al otro lado, casi tropezándose, y se giró hacia ella con cara de querer echarse a llorar.

—¡Ahora! —le gritó Victoria, girándolo hacia la zona frondosa del campo.

Y, menos mal, el niño se dio la vuelta y echó a correr. Un segundo más tarde, Victoria vio cómo se volvía invisible.

Escuchó el grito de uno de los hombres y se tiró al suelo. La valla era demasiado alta como para intentar saltarla con sus habilidades y el poco tiempo que tenía, pero podía pasar por debajo. Iría en dirección contraria a Kyran, e iría a buscarlo cuando todo...

Soltó todo el aire de golpe cuando notó una mano entorno a su tobillo y alguien tiró con fuerza de ella, mandándole un latigazo de dolor por toda la pierna y parte del torso. Le dieron la vuelta bruscamente y quedó tumbada boca arriba.

Intentó moverse, desesperada, pero apenas se hubo incorporado un poco, notó cómo su cara se giraba bruscamente hacia un lado y el sabor a sangre en la lengua. Le habían dado un puñetazo.

Curiosamente, no le dolió. De hecho, casi estaba esperando el siguiente, pero no llegó.

—¡Para! —le gruñó el que no la había golpeado al otro—. Nos ha dicho que la quería viva.

—No iba a matarla, pero la zorra ha dejado que el niño escapara y...

—¿Y a quién le importa el maldito crío? La quiere a ella.

Victoria habría intentado escabullirse, pero el que la había sujetado seguía agarrando el cuello de su jersey con un puño, impidiéndoselo.

Miró disimuladamente por encima de su hombro. No había rastro de Kyran por ningún lado. Hubiera soltado un suspiro de alivio, pero el hombre que la sujetaba tiró bruscamente del cuello de su jersey, empezando a arrastrarla hacia el coche.

—Puedo andar perfectamente —espetó ella, intentando incorporarse.

—Eso deberías haberlo pensado antes de intentar escaparte, gilipollas.

¿Gilipollas?

¿Acababa de llamarla gilipollas, el muy idiota?

Un recuerdo molesto de uno de esos clientes molestos que había tenido durante su época de camarera le vino a la mente. El tipo que se había quejado de que su bebida era más pequeña de lo correspondiente. El que había llamado gilipollas a Victoria delante de todo el local.

Y eso fue lo que hizo que se enfadara de verdad.

Pero todo el enfado se evaporó cuando notó que el hombre la soltaba bruscamente. Se quedó en el suelo, confusa, y se pasó el dorso de la mano por el labio ensangrentado antes de levantar la mirada.

Y... oh, no.

—¡Kyran! —chilló sin poder evitarlo, horrorizada.

El niño se había lanzado sobre la espalda del tipo que la había tenido agarrada y le daba puñetazos, patadas, e incluso mordiscos, intentando que la soltara.

Victoria intentó apartarse de ellos para ponerse de pie, pero el hombre la agarró del cuello, furioso, mientras se retorcía y trataba de lanzar a Kyran al suelo, soltando maldiciones. El otro, que iba por delante de ellos, se dio la vuelta en ese momento y se quedó pasmado al ver a Kyran intentando morderle el cuello, furioso.

—¿Qué coño...?

Victoria, furiosa, le lanzó un puñetazo con todas sus fuerzas al que la sujetaba... entre las piernas.

El efecto fue inmediato. Él se dobló de dolor y Kyran cayó al suelo. Soltó el cuello de Victoria, que se arrastró desesperada hacia el niño y lo apartó bruscamente justo a tiempo para que la patada del hombre no le diera directamente en la cabeza.

Él estaba furioso, era evidente, y cuando la siguiente patada fue hacia Victoria, ella consiguió esquivarla de milagro. Cuando intentó ponerse de pie para ir con Kyran, notó que volvían a agarrarla del tobillo.

Esa vez no lo pensó; le lanzó una patada con fuerza a la cara.

Escuchó un gimoteo de dolor y la sensación de la cara del hombre contra la suela de su zapatilla fue lo más asqueroso que había sentido en su vida, pero no le importó. No tenía tiempo para pensar en eso, porque él no le había soltado el tobillo. De hecho, se sujetaba la nariz con una mano y la arrastraba hacia él con la otra.

Victoria, automáticamente, sin pensar, sacó el spray pimienta del bolsillo y apuntó a la cara del hombre, que empezó a chillar cuando le enchufó el gas directamente en los ojos.

¡Por fin había podido usarlo!

Kyran tiraba bruscamente de su jersey, asustado, recordándole que tenían que irse, así que no se entretuvo para ver cómo el hombre chillaba de una forma horrible y aguda, pasándose las manos por los ojos de forma desesperada, ni cómo la piel se le volvía roja. Se dio la vuelta y se puso de pie a trompicones, dejando que Kyran tirara de ella.

Y ahí fue cuando ambos se acordaron de que había un segundo hombre.

Victoria detuvo a Kyran en seco cuando vio que los estaba apuntando con una pistola, ignorando a su amigo, que seguía retorciéndose por el suelo frotándose los ojos con desesperación.

—¡Arde! —gritaba—. ¡Ayuda! ¡Mierda, no veo nada! ¡Me arden los ojos!

Pero el de la pistola era distinto a él, Victoria podía verlo. No sería tan fácil engañarlo. Apretó el hombro de Kyran, manteniéndolo quieto en su lugar mientras el hombre sonreía ligeramente.

—¿Os lo habéis pasado bien con el pequeño espectáculo? —preguntó en voz baja, acercándose.

Quitó de un manotazo el spray pimienta a Victoria, lanzándolo al suelo.

Esa vez, a Victoria no se le ocurrió nada. Los estaba apuntando con una pistola, y algo le decía que no era un farol. Si tenía que disparar, lo haría.

Aún así, intentó aferrarse a algo. A lo que fuera.

—Antes has dicho que Sawyer me quiere viva —le recordó.

—Viva, pero... ¿a quién le importa si tienes un disparo en una pierna? ¿O en ambas?

—Podría desangrarme —dijo apresuradamente, ocultando a Kyran detrás de ella.

—No te preocupes por eso, sé perfectamente dónde tengo que disparar para que sobrevivas.

Victoria miró a su alrededor, desesperada. Le entraron ganas de llorar cuando no se le ocurrió absolutamente nada para escapar de esa.

El hombre se acercó a ella, la agarró del cuello del jersey, y la apartó bruscamente, lanzándola al suelo con una fuerza brutal. Victoria supo que se había roto los codos del jersey y las rodillas de los pantalones, pero no le pudo dar más igual. Se giró enseguida hacia ellos, y su mundo se paralizó cuando vio que el hombre sujetaba a Kyran por un hombro, apuntándole en la cabeza con la pistola con la otra.

Esa vez, ni siquiera se permitió el lujo de pensar algo, solo pudo decir una cosa:

—Por favor —suplicó cuando él quitó el seguro de la pistola, impasible—, es solo un niño, no...

—Tú lo has traído aquí —le recordó, enarcando una ceja—. Si muere, será por tu culpa.

Kyran miraba a Victoria como si esperara que ella supiera qué hacer, aterrado.

Incluso en un momento así, seguía confiando en ella.

Victoria bajó la mirada y se le llenaron los ojos de lágrimas cuando vio el peluche de pantera en el suelo, manchado con unas pocas gotas de sangre y sucio por la tierra y el polvo.

—Deja que se vaya e iré contigo —le aseguró en voz baja al hombre, sin atreverse a acercarse—. Solo... deja que se vaya. Él no tiene nada que ver con esto.

—Oh, habría aceptado eso —murmuró, acariciando el hombro de Kyran con el pulgar—, pero has hecho que cambiara de opinión cuando has intentado escaparte. Creo que ya no siento tanta lástima por el niño. Ni por ti.

Victoria abrió mucho los ojos cuando apretó la punta de la pistola contra la cabeza de Kyran.

—Dile adiós a tu madre, pequeño —murmuró el hombre con media sonrisa.

Kyran siguió mirando fijamente a Victoria, aterrado, sin poder moverse, como si todavía esperara que ella supiera qué hacer.

Y algo sucedió cuando el hombre movió el pulgar hacia el gatillo.

Victoria no sabría explicarlo con exactitud, ni siquiera después de que sucediera.

Solo notó la desesperación, el terror y la furia líquida fluyéndole por las venas, arrasando con todo su cuerpo, nublándole la mente y haciendo que cada músculo de su cuerpo se tensara.

Notó que una presión que no había notado nunca se formaba en el centro de su cabeza y se extendía hacia su cara, haciendo que se sintiera como si algo zumbara junto a sus oídos. No pudo despegar los ojos del hombre. Era como si los tuviera clavados ahí. Y tampoco pudo pensar en lo que estaba sucediendo. Su mirada de nubló, y le dio la sensación de que veía con mucho más claridad de lo que había visto alguna vez en su vida.

De pronto, él borró su media sonrisa y su expresión se volvió, en un instante, un perfecto ejemplo de la confusión más absoluta.

Victoria notó que la presión en su cabeza aumentaba, haciendo el calor fluyera en su cuerpo, calentándole la piel, pero la presión de su mirada también aumentó, al igual que la fuerza con la que estaba apretando los dientes. Y, cuanta más fuerza usaba ella, más se alejaba la pistola de la cabeza de Kyran.

—¿Qué...? —empezó el hombre, y de pronto su voz se tiñó de puro terror.

Pero a Victoria no le importó. Jamás le había importado algo tan poco. Tenía un objetivo, y solo podía pensar en cumplirlo.

Lentamente, el hombre empezó a intentar moverse, desesperado, pero lo único que podía moverse era su mano, con la pistola, girándose en contra de su voluntad... poco a poco... hacia su compañero.

—¿Qué...? —repitió cuando Kyran se alejó de él, temeroso, intentando moverse con desesperación—. ¿Qué estás haciendo? ¡PARA!

Pero Victoria solo apretó los dedos en el suelo con tanta fuerza que pudo sentir la tierra clavándose en las palmas de sus manos cuando la pistola apuntó a la cabeza del otro hombre, que seguía en el suelo, lloriqueando.

—¡Para! —repitió el que tenía la pistola, suplicándole con la mirada—. ¡NO, DETENTE, PAR...!

Victoria notó que su cuerpo daba una pequeña sacudida cuando él apretó el gatillo y los quejidos del otro hombre se cortaron en seco.

El que seguía vivo empezó a sacudirse y a llorar, llorar de terror, cuando la pistola empezó a girarse, esta vez de forma bastante más rápida, hacia él.

Victoria supo que le estaba diciendo algo, pero el zumbido era tan alto que no pudo oírlo. Y tampoco habría hecho que cambiara de opinión. No podía pensar. Solo podía cumplir el objetivo que tenía que cumplir, y lo tenía claro.

En un último acto de voluntad, el hombre consiguió abrir la mano y la pistola cayó al suelo. Victoria vio que sonreía ligeramente, aliviado, con la cara empapada por las lágrimas.

Pero el alivio duró poco.

Victoria apretó la tierra entre sus manos y, antes de que pudiera pensar en qué hacía, ladeó la cabeza y tensó su cuerpo, y la cabeza del hombre se giró en un ángulo brusco hacia la derecha, haciendo que su cuello emitiera un chasquido horroroso y se cayera al suelo, muerto.

Casi al instante en que su cuerpo tocó el suelo, Victoria parpadeó y volvió a la realidad.

El zumbido desapareció al instante, pero el dolor de cabeza se multiplicó e hizo que Victoria agachara la cabeza, cerrando los ojos con fuerza. También le dolía el pecho, y las costillas. El corazón le iba tan deprisa que apenas podía soportarlo.

Entonces, una pequeña mano se puso en su hombro. Levantó la cabeza lentamente y miró a Kyran, que parecía asustado... pero determinado. El niño usó su propia camiseta para estirarla hacia Victoria y pasársela por debajo de la nariz y el labio. Ni siquiera se había dado cuenta de haber estado sangrando de esa forma.

Miró a los hombres, tirados en el suelo en ángulos extraños... estaban muertos. ¿Los había matado ella? Su cerebro estaba tan entumecido que ni siquiera podía procesarlo. No podía procesar nada. Solo podía mirarlos fijamente, como si no fueran nada.

Kyran reaccionó por ella. Volvía a tener la pantera en la mano cuando tiró del codo a Victoria, que se obligó a sí misma a ponerse de pie, tambaleante, y mirar lo que le estaba ofreciendo.

—¿De dónde has sacado esas llaves? —preguntó con una voz tan ausente que no parecía suya.

Kyran señaló al hombre que tenía el cuello girado de esa forma tan espantosa. Victoria prefería no volver a mirarlo. Le entraban arcadas solo de pensar en lo que había sucedido.

—Hace mucho que no conduzco —murmuró en voz baja, no supo si para sí misma o si para él.

Y se agachó a recoger su spray pimienta para volver a metérselo en el bolsillo.

Pero, de todas formas, sujetó la mano de Kyran y los dos se alejaron de los dos hombres muertos, metiéndose en su coche y desapareciendo por la carretera.



Caleb

Entró en casa con la vaga esperanza de encontrar a Victoria, tal y como le había dicho Tilda, pero su olor no estaba por ninguna parte. Miró a su alrededor, tenso, y vio que Bexley estaba sentada en el sofá, con una de sus rodillas subiendo y bajando de forma ansiosa.

Fue la primera vez que el gato no se acercó a saludarlo. Estaba sentado junto a la ventana, mirando fijamente al exterior. Algo en él daba a entender que... que estaba tenso, si es que eso era posible.

Bexley se puso de pie de un salto al ver que llegaban.

—¡Por fin! —exclamó, y los miró a ambos de arriba a abajo, dubitativa, sin saber cuál era cuál.

—Él es el hermano aburrido —indicó Brendan, señalando a Caleb.

Bexley le puso mala cara y se giró en redondo hacia Caleb.

—No has salido de la ciudad, ¿no?

—No —murmuró él, malhumorado—. Pero igual debería haberlo hecho, si Victoria y el niño no...

—No salgas de la ciudad —lo interrumpió bruscamente Bexley.

Él se giró hacia ella y le puso mala cara, confuso.

—¿Y a ti qué te importa si salgo o no, Bex?

Se dio la vuelta y se quitó la chaqueta. Bexley lo siguió, furiosa, mientras iba a dejarla en una de las sillas de la cocina.

—¡Me dijiste que no saldrías de la ciudad! —le espetó—. ¡Me dijiste que no romperías esa norma!

—Bueno, si tengo que hacerlo para buscar a esos dos, te aseguro que lo haré.

—¡No puedes hacerlo!

El grito fue tan desesperado que incluso Brendan, que estaba en un rincón de la cocina mirando por la ventana, como el gato, se giró hacia ellos, sorprendido.

Caleb miró a Bexley con el ceño fruncido. Ella parecía desesperada.

—¿Se puede saber qué te pasa? —preguntó directamente, irritado.

—¡Me dijiste que...!

—Me da igual lo que te dijera.

—¡No puedes salir de la ciudad, Caleb!

—¿Y por qué no?

—¡Porque vi lo que pasaría si lo hacías!

—Me da igual —espetó—. Si Victoria está...

—¡No lo entiendes, Caleb! ¡Si lo haces, Sawyer va a mat...!

Se calló al instante en que Caleb giró la cabeza hacia la zona de la entrada, tensando cada músculo de su cuerpo.

—Victoria —dijo en voz baja.

Conocía ese olor. El olor a ella. Y el del niño.

Y... a sangre. La sangre de Victoria.

Una oleada de un sentimiento extraño que mezclaba el terror con la rabia lo recorrió de arriba a abajo cuando avanzó a toda velocidad a la puerta de la entrada. Iver estaba bajando las escaleras en ese momento, pero lo ignoró completamente y salió al patio delantero.

Durante un momento, solo miró un coche que no conocía de nada, confuso, pero cuando vio que Victoria y el niño salían de él, no supo ni cómo empezar a sentirse.

Especialmente cuando vio que el niño tenía el peluche manchado de sangre y Victoria tenía una herida en el labio.

Ella levantó la mirada y sus grandes ojos grises se abrieron mucho con precaución cuando lo vio ahí plantado, lo que le indicó que seguramente su expresión era terrorífica.

—Puedo explicártelo —le dijo Victoria en voz baja.

Caleb notó que toda la tensión que había ido acumulando en las últimas horas se unía al instante y explotaba contra ella.

—¿Dónde coño has estado? —espetó.

Ella abrió la boca y volvió a cerrarla. No parecía saber qué decir. Caleb se acercó a ella, furioso.

—¿Cómo...? —no sabía ni por dónde empezar—. ¡Sawyer podría estar buscándote, Victoria, joder! ¿Es que no piensas? ¿Qué coño habría pasado si te hubiera encontrado? ¿Tienes idea de...?

—Él no me ha encontrado, pero dos de sus amigos sí.

Caleb se quedó mirándola un momento.

—¿Qué? —preguntó en voz baja.

Pero Victoria no parecía enfadada. De hecho, por su expresión, parecía que iba a echarse a llorar en cualquier momento.

—Y-yo... no sé... no sé qué ha pasado... tengo que... he hecho... yo...

Caleb esperó a que siguiera, pero parecía que se había quedado parada, con los ojos llenos de lágrimas. Miró al niño, que se mantenía al margen, abrazado a su peluche.

Y, entonces, escuchó el sonido más terrorífico que había escuchado en su vida.

Cuatro motores de cuatro coches distintos doblando la carretera para meterse en el camino hacia su casa. Y, solo por el sonido, ese sonido tan característico de coche caro que solo tenía una persona que conociera... ya supo quién se acercaba.

—Sawyer está aquí —dijo en voz baja.

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