Capítulo 21
Caleb
Abrió la puerta de casa con un poco más de fuerza de la necesaria, haciendo que el gato —que estaba justo detrás— diera un salto gigante del susto y saliera corriendo despavorido hacia el salón.
—¡Ten cuidado! —protestó Bexley, que tenía una lata que olía horrible en la mano.
De hecho, el gato había corrido a esconderse detrás de ella. Ahora estaba asomando la cabeza entre sus tobillos, rencoroso.
—¿Qué es eso? —preguntó Iver, entrando junto a Caleb.
—¿Esto? —Bexley levantó la lata—. Ah, le he comprado comida de gato gourmet. Para que sepa que es el señor de la casa —se agachó y empezó a acariciarle la cabecita, a lo que el gato ronroneó—. ¿Verdad que sí, mi rey? Ahora te daré un poco más.
—¿Desde cuándo te llevas tan bien con ese bicho? —protestó Iver.
—¡Desde que os marcháis continuamente y me dejáis sola con él! Al final, nos hemos hecho amigos.
Caleb sacudió la cabeza y entró en la cocina, pero no había nadie. Volvió a la entrada y la cruzó hasta llegar al salón. Tampoco había nadie. Agudizó el oído, frunciendo el ceño... pero nada.
—¿Dónde está Victoria? —le preguntó a Bexley.
Ella pareció confusa.
—No sé. Dijo que tenía que ir a hablar con su jefe de no sé qué. Se llevó al niño.
Caleb maldijo entre dientes mientras el gato se acercaba a él y, por consiguiente, Iver salía corriendo en dirección contraria.
—Ya volverá en un rato, no te estreses —le dijo Bexley, dándole un poco de comida al gato, que le relamió los dedos.
—Sawyer ha hablado conmigo. Creo que sabe que está viviendo aquí.
Bexley sonrió un poco.
—Si lo supiera, ya se habría plantado aquí con sus queridos matones para echarla, Caleb.
Él no estaba tan seguro, pero no dijo nada. Solo quería saber dónde demonios estaba y...
Se giró cuando escuchó un ruido en la entrada, pero puso mala cara cuando notó que era Brendan. Y, claro, lo primero que se encontró él al abrir la puerta fue esa mala cara.
—Hola a ti también, hermanito —ironizó.
—¿Has visto a Victoria?
—¿Tú novia se te ha escapado? —sonrió, desdeñoso.
—Cállate. ¿La has visto o no?
—No. Aunque, si lo hubiera hecho, tampoco te lo diría. La pobre chica merece poder escaparse de la tortura de aguantarte.
Caleb lo ignoró y salió de casa, malhumorado.
Victoria
Seguía con el corazón en la garganta mientras tiraba del niño calle abajo, mirando continuamente encima del hombro por si alguien los perseguía. La cabeza le daba vueltas por los nervios.
Kyran, que todavía sostenía su peluche, la miraba con confusión, como si no entendiera a qué venía tanto miedo, pero pareció contento cuando vio dónde se dirigían.
—Sí, vamos a mi casa —murmuró ella, abriéndole la puerta—. Necesito hacer algo.
Kyran pasó felizmente por su lado y subió las escaleras. Cuando Victoria llegó al piso de arriba, él estaba esperando, entusiasmado, junto a la puerta.
—No des saltos sobre la cama —le advirtió, muy seria.
Así que dio saltos sobre el sofá.
Mientras lo hacía, riendo felizmente, Victoria se quitó la chaqueta y se metió en su habitación, frenética. Tuvo que pasarse las manos por la cara antes de poder centrarse y empezar a buscar entre sus cosas, ignorando el hecho de que lo estaba desordenando todo por primera vez en su vida.
Siempre había sido un poco maniática del orden, y Caleb era sorprendentemente respetuoso con el tema. Iver no tanto, y había tenido unos cuantos problemas con él al respecto. Pero Victoria sabía dónde estaba cada cosa en su casa. Lo tenía todo perfectamente colocado. Y las fotografías estaban en el segundo cajón del escritorio.
Se sentó en el suelo y empezó a pasarlas, frenética, lanzando al suelo las que no le valían. Kyran fue con ella cuando iba por la mitad y miró las que había el montón de descartes. Sonrió ampliamente, señalando una foto de ella cuando tenía su edad.
—Sí, soy yo —Victoria dejó su misión por un momento—. Ese que tengo al lado es tu padre.
Kyran siguió pasando fotos, encantado, mientras ella buscaba entre las demás.
Había visto ese cartel de los recuerdos de Sawyer. Estaba segura. Y estaba más segura todavía de que había sido en una fotografía, pero era incapaz de recordar cuál.
Y sí, iba a encontrarla. Aunque le llevara todo el día.
Victoria soltó una maldición —mental, porque en voz alta no las podía decir delante del niño— y dejó la última en el montón del suelo. Ninguna le valía. Maldita sea.
—¿La habré tirado sin querer? —le preguntó a Kyran, como si él fuera a responderle.
Kyran se limitaba a mirar las fotos con una sonrisita encantada, así que ni siquiera dio señales de haberla escuchado.
Victoria rebuscó por toda la casa, pero sabía que no encontraría muchas otras fotografías. No le gustaban. Apenas se hacía. Soltó otra maldición —esta vez en voz alta, Kyran estaba a unos metros de distancia— y estuvo a punto de ponerse a buscar por las estanterías, pero se detuvo en seco cuando llamaron al timbre.
Su mirada fue sobre Kyran al instante, que pareció asustado. Ella lo sujetó del brazo y lo escondió en la cocina por precaución. Si pasaba algo, a él no lo verían.
Tras asegurarse de que estaba ahí, bien escondido, fue de puntillas a la puerta y se asomó sin hacer un solo ruido a la mirilla, muy tensa.
Pero... era la señora Gilbert, su vecina. Soltó un suspiro de alivio al abrir la puerta.
—Ya decía yo que había escuchado ruidos por tu casa —ella entrecerró los ojos. Llevaba una zapatilla en la mano—. Había venido a asesinar ladrones.
—¿Y creía que le abrirían si llamaba al timbre?
—Tenía que intentarlo —se encogió de hombros, bajando la zapatilla—. ¿Qué haces aquí? Pensé que estabas con tus padres.
—Oh, sí, eh... ya he vuelto. Y con mi sobrino.
La señora Gilbert abrió mucho los ojos cuando Kyran salió de la cocina y se asomó para verla. Pareció algo desconfiado, como con todos los desconocidos, y se escondió detrás de las piernas de Victoria.
Sin embargo, no pareció tan desconfiado cuando la señora Gilbert los invitó a su casa a comer espaguetis.
Victoria suspiró cuando vio que Kyran se comía sus espaguetis con la mano, llenándose la cara de salsa de tomate. Le quitó el plato de la mano y le dio un tenedor, a lo que él puso mala cara pero empezó a comer con normalidad.
Le había estado contando parte de la vida de Kyran a su vecina, que la escuchaba con una mueca de sorpresa.
—Bueno, no conozco demasiado a tu hermano —dijo ella al final—, pero... seguro que ese niño está mucho mejor contigo que con él.
Victoria no estaba tan segura. Había estado pensándolo, durante esas horas... y quizá se había precipitado. Ella no estaba en un entorno seguro para un niño. ¿Y si aparecía Axel a hacerle daño? ¿Y si lo hacía Sawyer?
Suspiró, tratando de no pensar en eso.
—¿Por qué estás tan distraída? —preguntó la señora Gilbert al notarlo.
Victoria dudó. Y dudó muchísimo. De hecho, se quedó en silencio varios segundos antes de, por fin, mirarla.
—¿Puedo contarle algo sin que me tome por loca?
La señora Gilbert enarcó una ceja, más interesada en al conversación.
—Bueno, si empiezas así, tienes toda mi atención.
—No, es que... yo...
Vale, no se atrevía a contarle la verdad. No del todo. No se lo creería.
—Estoy buscando... un cartel de una imagen —dijo al final, sacudiendo la cabeza—. No consigo recordar en qué imagen estaba. Y me estoy volviendo loca.
—¿Un cartel?
—Sí. Uno de madera, viejo... ya sabe, de esos que parecen anunciar el rancho de una película de terror donde mueren veinte adolescentes pesados y...
Se detuvo a sí misma a medida que lo que estaba diciendo cobró sentido en su cerebro. Entonces, levantó la cabeza de golpe y miró a su vecina con los ojos muy abiertos.
—¡Un rancho! ¡Eso es! ¿Cómo he podido ser tan idiota?
Tanto la mujer como el niño la miraban fijamente, sin comprender.
—¿Qué...? —empezó su vecina, pero Victoria no la dejó terminar. Ya se había puesto de pie.
Fue precipitadamente a la cocina, donde se detuvo delante de la nevera. La señora Gilbert la tenía llena de fotografías viejas y nuevas, pero sus ojos se detuvieron al instante en una que tenía de cuando era una niña. Estaba abrazada a su madre en la entrada de un viejo rancho, con un cartel de madera vieja al lado.
—¿Qué pasa con esa foto? —preguntó la mujer, confusa, alcanzando a Victoria.
—¡El cartel, eso pasa! ¡Era como este!
—¿Como ese?
—¡Sí, era casi igual! ¿De dónde es esa foto?
—Es de la zona sur de la ciudad, donde me crié —pareció algo confusa, pero siguió hablando—. Es el rancho familiar. Ahora lo tienen mis parientes, yo no podía hacerme cargo de él.
—¿Y hay muchos ranchos parecidos por ahí?
—Sí —le aseguró—. Bueno, los había cuando yo era joven. Ahora, no lo sé. Hace mucho que no...
Se detuvo a sí misma cuando Victoria le dio un beso en la mejilla, entusiasmada.
—¡Es usted la mejor, señora Gilbert!
Y agarró a Kyran antes de que pudiera reaccionar, saliendo de casa.
Caleb
Todos los del bar se quedaron mirándole, pero no le importó. Fue directo a la barra, donde las dos amigas de Victoria hablaban entre sí. La rubia tenía la muñeca enyesada por el golpe del otro día.
Dejaron de hablar de golpe cuando él apoyó una mano bruscamente en la barra.
—¿Dónde está Victoria?
Ellas dudaron un momento antes de intercambiar una mirada confusa. Fue la pelirroja la primera que se giró hacia Caleb.
—No he hablado con ella desde la acampada —dijo finalmente.
—Yo tampoco —murmuró la que parecía un animalito asustado.
Caleb las miró durante unos segundos, escuchando con atención. Su pulso era irregular, especialmente el de la rubia, pero no era porque mintieran, sino porque las estaba intimidando.
Mierda, ¿dónde demonios estaba Victoria? ¿No se suponía que había ido ahí?
—Puede que Andrew la haya visto —sugirió la rubia con un hilo de voz, claramente intimidada por él.
Caleb le dirigió una breve mirada antes de girarse en seco y dirigirse a la oficina del jefe de Victoria. Olía a whisky barato y ni siquiera había entrado. Puso una mueca al empujar la puerta y encontrarlo echándose una siesta con la cabeza en la mesa.
Se despertó de golpe cuando Caleb puso una mano en el respaldo de su silla y lo apartó bruscamente de la mesa.
—¿E-eh...? —preguntó el idiota, parpadeando para enfocar la mirada en algún lado.
—¿Dónde está Victoria? —le preguntó Caleb.
Cada vez que hacía esa pregunta, era mucho más brusca que la anterior. Y ya estaba empezando a dar miedo. Lo supo por la cara del pobre idiota.
—¿Vict...? ¿Eh...?
—¿Sabes hablar? Te he preguntado dónde está.
—Yo... n-no lo sé... no...
—Se supone que ha venido a verte —Caleb empujó su silla hacia atrás, y él se encogió de terror contra el respaldo—. ¿Dónde está?
—¡No lo sé! —chilló, aterrado.
De nuevo, Caleb se quedó mirándolo unos segundos, esperando un indicio, el que fuera, de que estaba mintiendo.
Pero, de nuevo, no lo hacía.
Sintió una oleada de enfado recorriéndole cuando soltó bruscamente la silla del idiota, pero se levantó de golpe cuando alguien abrió la puerta. Frunció el ceño, confuso, cuando vio quién era.
—¿Brendan? ¿Qué demonios haces aquí?
El jefe de Victoria los miraba intermitentemente, hiperventilando.
—Oh, no... ¿hay dos? —murmuró, aterrado.
Los dos hermanos lo ignoraron.
—Bueno, tenía curiosidad por ver si habías encontrado a tu novia —Brendan se encogió de hombros y miró al jefe de Victoria—. ¿Y esto qué es?
—Su jefe.
—Si tuviera un jefe así, cambiaría de trabajo.
—¿Qué quieres, Brendan?
—Ayudarte a encontrarla. ¿No es obvio?
—¿Qé demonios te hace pensar que necesito tu ayuda?
Andrew seguía mirándolos con los ojos muy abiertos, sin atreverse a moverse demasiado para fingir que era parte de la decoración y que no se fijaran en él.
—Bueno, está claro que tú solo no has avanzado mucho —Brendan enarcó una ceja y cambió a su idioma—. ¿Podemos matar al idiota de la silla? Me está poniendo de los nervios.
—No —le dijo Caleb en el idioma común, y miró a Andrew—. Por hoy.
Brendan se frotó las manos con una sonrisita.
—Pues nos veremos otro día —le aseguró a Andrew.
Él pareció aterrado cuando salieron de su despacho y se dirigieron a la salida del restaurante. Caleb frunció el ceño a la amiga pelirroja de Victoria cuando se dio cuenta de que seguía a Brendan con la mirada, pero él ni siquiera miró en su dirección.
Cuando estuvieron fuera, ambos subieron al coche de Caleb, que arrancó con los labios apretados.
—Solo queda su casa —murmuró.
—¿Y si no está ahí?
—Entonces... —él cerró los ojos un momento—, no lo sé.
Victoria
Al darse cuenta de que no tenía transporte y su única opción era ir en autobús, no le había quedado más remedio que ir corriendo con una de las últimas tacitas de su abuela al vendedor al que solía ir su hermano. Le dio más de lo que valía.
Kyran la miró cuando estuvieron sentados en el autobús. Y con su expresión lo decía todo.
—Solo son tazas —Victoria sacudió la cabeza—. Llevo casi dos años atesorándolas como si fueran valiosísimas, y ahora... ¿de qué me sirven? Seguro que mi abuela habría preferido que las vendiera a que pasara hambre... o me quedara con la duda.
Eso pareció dejar más tranquilo a Kyran, que se quedó dormido durante el resto del viaje con la cabeza sobre Victoria. Ella le pasó un brazo por encima distraídamente, mirando por la ventana con los nervios creciendo.
¿Y si estaban yendo directos a una trampa? ¿Y si el rancho al que iban era de Sawyer y estaba lleno de matones a cargo de él? Era una posibilidad. Una horrible, teniendo en cuenta que estaba con Kyran. Pero no le había quedado más remedio que traerlo. Si hubiera ido a casa de Caleb para dejarlo con Bigotitos y Bexley, la habrían obligado a quedarse.
El trayecto pasó demasiado rápido. O demasiado despacio. Estaba tan nerviosa que no estaba muy segura. Bajó del autobús con Kyran. Ya era tarde y solo quedaban dos horas de luz, pero no le importó. Había agarrado el spray de pimienta.
La zona sur de la ciudad era... bastante amplia, vacía y desprovista de los elementos de las grandes ciudades. En su mayoría, eran carreteras largas rodeadas por extensos campos verdes y amarillos, propiedad de distintas granjas cuyas entradas se veían desde la carretera.
No parecía tener fin.
Victoria respiró hondo y se acercó al primer cartel. No era el del recuerdo. Siguió andando, con Kyran de la mano, y fue a por el otro.
Eso iba a ser muuuy largo.
Caleb
Olía a ella, pero Victoria no estaba ahí.
Soltó una maldición entre dientes cuando vio que había sacado las fotografías de su cajón por algún motivo y las había dejado esparcidas por el suelo. No era habitual en ella dejar las cosas desordenadas de esa forma. ¿Y si se había ido con prisa? ¿Y si estaba nerviosa? ¿Y si...?
—Bueno... aquí tampoco está —observó Brendan.
Caleb le dedicó una mirada agria.
—Sí, eso ya lo veo yo solo, gracias.
—¿Tienes alguna otra opción o la damos directamente por muerta?
—Cierra la boca, Brendan.
—Era una broma —se defendió con una sonrisa burlona—. Solo me pregunto si tienes algún otro plan o simplemente iremos a tu casa a esperarla.
Caleb se pasó una mano por la cara, frustrado. Podía seguir su rastro, pero solo hasta la calle. Ahí, sería muy complicado distinguir su olor entre toda la otra gente. Especialmente si había ido por zonas muy transitadas.
Entonces... ¿qué? ¿Qué podía hacer, a parte de sentarse a esperar que volviera?
—Nada, ¿eh? —dedujo Brendan—. Bueno, es una pena.
Caleb lo ignoró, intentando pensar a toda velocidad otro lugar en el que pudiera estar, pero no se le ocurría nada. ¿Quizá con sus padres...? No, Victoria no haría eso. No supo cómo, pero lo sabía. Estaba sola con el niño. Eso era seguro. Pero... ¿dónde?
—Bueno —murmuró Brendan, que se había acomodado en el sillón—, si se muere tu novia, por fin tendremos algo en común.
—¿Se supone que eso es gracioso?
—Un poco sí lo es, admítelo.
—Si no tienes nada que aportar, Brendan, cierra la maldita boca.
—¿Y si tuviera algo que aportar?
Caleb se giró hacia él, cansado.
—¿Qué quieres?
—Bueno... ahora pensaba... hay alguien que podría ayudarnos a encontrarla. Pero solo si realmente lo necesitas con urgencia.
—¿Quién? —Caleb enarcó una ceja.
Brendan sonrió misteriosamente y se puso de pie.
—Una buena amiga mía. Ven conmigo. Estará encantadísima de conocerte.
Victoria
Ya llevaban una hora y media andando cuando Kyran se detuvo y se señaló la tripa. El pobre tenía hambre, no había podido terminarse los espaguetis por las prisas.
—Eh... —Victoria miró a su alrededor, dubitativa. Estaban en medio de la nada—. Aquí no hay nada, Kyran.
El niño suspiró y agachó la cabeza.
—Lo sé. Yo... eh... voy a comprarte algo en cuanto encontremos un sitio, ¿vale? Lo que tú quieras.
Eso pareció ponerlo más contento, porque volvió a caminar junto a ella, que había ido mirando todos los carteles, cada vez con menos y menos esperanzas.
Había visto ya al menos los carteles de treinta y siete ranchos, y ninguno se parecía al del recuerdo de Sawyer. Estaban demasiado nuevos. Y ella tenía la imagen en la cabeza de uno mucho más viejo, mucho más destartalado.
Cuando llegó al final de esa carretera y leyó el último cartel, se dio cuenta de que habían salido de la ciudad y ahora estaban en un pequeño pueblo vecino, que era el hogar de los dueños de todas esas granjas y ranchos que había visto. Miró a Kyran, que pareció temblar de emoción cuando señaló un viejo bar no muy lejos de ellos.
—Eso es un bar, Kyran, no un restaurante, ahí no hay comida demasiado...
Se calló de golpe cuando vio un pequeño cartel que indicaba que ese día tenían pastel de cangrejo. Estaba escrito a mano, de forma bastante irregular, y lo acababan de pegar a la puerta de la entrada.
Victoria suspiró y llegó a la conclusión de que, quizá, ya habían cambiado el cartel viejo del recuerdo y jamás lo encontrarían. Todo el viaje había sido para nada. Bueno, para hacer que Kyran tuviera hambre.
Empujó la puerta del bar por él, que entró con el peluche en la mano. En el interior, estaba un poco oscuro y olía a humo. Casi todos los que habían ahí eran hombres, que los miraron con la desconfianza propia del que entra a un bar de pueblo sin ser de él.
Victoria los ignoró y guio a Kyran a la barra al ver que no había ninguna mesa libre.
La camarera era una mujer regordeta y bajita que parecía bastante ávida de cotilleos, yendo de un lado a otro por el bar. Fue la más simpática con diferencia, e incluso regaló a Kyran un pequeño juguete de recuerdo del pueblo. Él se puso a jugar con él y el peluche mientras Victoria apoyaba los codos en la barra y se pasaba las manos por la cara.
El pastel de cangrejo no tardó en llegar. No había pedido nada para ella, no tenía hambre. Estaba demasiado nerviosa. Kyran, sin embargo, empezó a comer como si la vida le fuera en ello.
—¿Estás segura de que no quieres nada? —le preguntó la camarera a Victoria cuando pasó por delante de ellos—. Si el problema es el dinero, puedes pedirte las sobras de ayer. Solo serán...
—No tengo hambre —le aseguró.
La camarera usó el mismo truco que había usado con los demás clientes para sacarles cotilleos jugosos; se apoyó con un codo delante de ella y entrecerró los ojos con curiosidad.
—No eres de por aquí, ¿verdad?
—Vivo en la ciudad con... —ella dudó, mirando a Kyran—, con mi hijo.
Kyran levantó la cabeza, sorprendido, pero se le pasó enseguida cuando siguió comiendo.
La explicación era mucho más sencilla así que si le decía la verdad a esa mujer.
—Tienes un hijo encantador —le aseguró la camarera—. La mayoría de niños protestan por toooda la comida que les ponemos. Da gusto ver a uno un poco educado.
—Gracias —murmuró Victoria.
—¿A qué has venido? ¿Buscas trabajo? Tenemos un puesto de camarera vacante, si te interesa.
Victoria sonrió amargamente. Si supiera que ya lo era...
Pero, por una vez, le gustó la perspectiva de hacerse pasar por alguien mejor de lo que era ella. Así que negó con la cabeza.
—Ya tengo trabajo —le dijo, muy digna—. Soy escritora.
No era cierto, claro. El único libro que había escrito se había quedado por la mitad años atrás, y no había vuelto a tocarlo.
Aún así, la mujer abrió mucho los ojos.
—¡Escritora! —exclamó—. ¿De qué va tu libro? ¿O tus libros?
—Yo... —dudó antes de acordarse repentinamente del argumento de ese libro que había dejado a medias—. Es de ciencia ficción. En un futuro no muy lejano, hay una guerra y el mundo se queda lleno de radiación. Solo hay unas cuantas zonas en las que se pueda vivir, y quedan muy pocos humanos en ellas. Y hay... unos científicos que se dedican a crear androides para preservar la memoria de la humanidad, pero los humanos los odian. La protagonista es una androide, pero... tiene que hacerse pasar por humana para integrarse con ellos. Y se enamora de un humano.
Lo había soltado a toda velocidad, así que la mujer parecía un poco perdida, pero aún así asintió.
—Creo que lo titularé Ciudad de humo —Victoria puso una mueca—, o Ciudades de humo, no estoy segura.
—¿Cómo se llama la protagonista?
—Alice. Es... bueno, era el nombre de mi abuela. Se lo puse en su honor.
—Es un detalle muy bonito —sonrió ella—. Seguro que vendes un montón de copias.
Victoria se encogió de hombros. Ella lo dudaba bastante, no tenía ni tres cuartos de libro escrito...
Justo cuando la camarera iba a alejarse, una idea fugaz le pasó por la cabeza.
—Oiga... —carraspeó, atrayendo su atención—. Usted vive por aquí, ¿no?
—Sí, querida, he vivido aquí toda la vida —ella sonrió, divertida—. Voy a morir en este pueblo asqueroso, pero no pasa nada, lo asumí hace ya tiempo. ¿Por qué?
—Porque... bueno, supongo que alguien como usted, que conoce taaan bien a sus clientes, que conoce taaan bien la zona... podría ayudarme.
Supo que había usado las palabras perfectas cuando ella se inclinó sobre la barra con interés.
—¿Con qué, exactamente?
—Bueno... estoy buscando un rancho. O una granja. No estoy segura. Tengo que hablar con sus propietarios, pero no puedo encontrarla.
—¿Tienes el nombre?
—En el cartel pone Brook Haven.
Ella la miró unos segundos antes de enarcar una ceja, extrañada.
—¿Estás buscando a los Wharton?
Victoria intentó pensar en alguna otra vez que hubiera oído ese nombre, pero no se le ocurrió ninguna.
—Eh... sí —dijo, sin embargo—. ¿Los conoce?
—Claro que sí. Llevan aquí toda la vida —sonrió—. Aunque son un poco raros, desde lo de... bueno, da igual, no se relacionan mucho con los del pueblo. ¿Los has estado buscando por la carretera?
—Sí...
—Bueno, pues normal que no los encontraras. Están en la zona del arroyo. Tienes que cruzar el pueblo hacia el ayuntamiento, seguir el caminito de tierra y luego llegarás a una zona con unos cuantos ranchos. Es el último a la izquierda, el más grande. No tiene pérdida.
Victoria sonrió, encantada.
—Muchas gracias.
—No hay de qué, querida. Vuelve cuando quieras, no me importaría escuchar cómo sigue ese libro tuyo.
Caleb
Se quedó mirando a su hermano, enfadado.
—¿Qué hacemos aquí?
Estaban en un barrio residencial de las afueras de la ciudad, por la zona norte. Brendan se había acercado a una de las casas para llamar al timbre, pero Caleb lo había agarrado bruscamente del brazo.
—Voy a presentarte a mi amiga —le dijo Brendan, como si fuera evidente.
—¿Y tu amiga vive en un maldito barrio residencial? Pensé que querrías ayudarme.
—No me subestimes, hermanito.
Brendan soltó su brazo y llamó al timbre. Caleb esperó, escuchando ruido de voces y olor a comida desde el interior de la casa. Unos pasos se acercaron a ellos y Caleb se tensó, esperando... pero quien abrió la puerta pareció inofensivo.
Era un hombre de unos setenta y pocos años, con poco pelo blanco sobre la cabeza, una camisa informal y unas gafas gigantes.
¿Qué demonios...?
—Hola, Jashor —sonrió Brendan ampliamente.
El tal Jashor dedicó una mueca de desconfianza a Caleb.
—¿Por qué has traído a tu hermano?
—Necesita ayuda. ¿Está Tilda en casa?
—Claro que está. Siempre está, la muy pesada.
Caleb dudó cuando abrió la puerta para ellos, pero Brendan entró sin siquiera pensarlo, así que no le quedó más remedio que seguirlo.
El interior de la casa olía a limpio, a comida recién ordenada y a una colonia femenina algo vieja. Brendan siguió a Jashor hacia un pequeño salón donde una mujer de la misma edad que él estaba sentada en un sillón rojo y viejo, con las piernas cubiertas por una gruesa manta y con la mirada perdida.
Caleb giró la cabeza inmediatamente cuando otra mujer, de la misma edad pero mucho más despierta, se acercó a ellos transportando una bandeja. Dedicó una mirada agria a los dos hermanos antes de dejar la bandeja en el regazo de la otra mujer y centrarse en ellos.
—Hola, Tilda —la saludó Brendan—. Cuánto tiempo, ¿eh...?
—¿Qué demonios quieres?
Caleb miró con una ceja enarcada a su hermano, que suspiró.
—Este es Caleb, necesita tu ayuda.
—Mi ayuda —repitió Tilda amargamente. Las arrugas de su cara indicaban que no había sido una persona muy risueña durante su vida—. ¿Y qué te hace pensar que os quiero ayudar en algo? ¿A ti o a tu hermano?
—Vamos, Tilda, no seas así.
—Cierra el pico, mocoso. Tengo demasiados años como para que un niño me diga cómo tengo que ser.
Dicho esto, se acercó a la otra mujer y le puso la cuchara en la mano, a lo que ella pareció reaccionar y empezó a comer automáticamente, con la mirada todavía perdida.
—¿Qué le pasa? —preguntó Caleb sin poder contenerse.
Tilda le dedicó otra mirada airada mientras Jashor se sentaba perezosamente en el otro sillón.
—A la pobre Sera se le fue la cabeza hace unos cuantos años —explicó Jashor—. Consecuencias de no saber controlar tu habilidad.
¿Habilidad?
Entonces... ellos debían ser los miembros restantes de la primera generación de gente con habilidades que había habido en la ciudad.
Sí. Sus nombres encajaban. Significan diferentes animales en su idioma. Jashor era león, Tilda gato y Sera... era fénix.
Solo habían sido tres generaciones, al menos en su ciudad. Caleb sabía que ya no quedaba casi nadie en la segunda, los habían matado a casi todos, y él formaba parte de la tercera. Esa gente eran los restos de la primera. Ni siquiera sabía que siguieran vivos, o en la ciudad.
—¿Qué habilidad es?
—Eso no es asunto tuyo —espetó Tilda antes de girarse hacia Brendan—. Marchaos de aquí, no os podemos ayudar. No queremos problemas con Sawyer.
—¿Cómo sabes que te daríamos problemas?
—Si no fuera así, habría venido él mismo. ¡Fuera!
Brendan pareció dudar unos segundos, pero finalmente suspiró y miró a su hermano.
—Bueno, al menos lo he intentado.
Ambos se giraron hacia la salida pero, casi al instante, Caleb notó que la mano de Sera se cerraba alrededor de su muñeca. Se dio la vuelta hacia ella, sorprendido, y más sorprendido se quedó cuando vio que lo estaba mirando fijamente con unos grandes ojos de un castaño tan vivo que casi parecían rojos.
—No... chico —dijo en voz baja—. No estás listo —y lo soltó.
Caleb se quedó mirándola, confuso, pero ella volvió a comer como si nada hubiera pasado.
—Perdónala —murmuró Jashor—, hace eso con la gente que viene.
—¿El qué? —Caleb le frunció el ceño.
Jashor dedicó una mirada significativa a Tilda, que finalmente suspiró como si contarles lo que les iba a contar fuera un verdadero suplicio.
—La habilidad de Sera... es un poco diferente a las nuestras. La de Jashor era la fuerza. Tenía una fuerza casi sobrehumana que...
—¿Tenía? —preguntó él, ofendido—. ¡Todavía la tengo!
—Por favor, Jash... ya tienes un pie en la tumba, deja de decir tonterías.
Jashor refunfuñó, molesto, y Tilda siguió con su explicación.
—Sera y yo somos hermanas —explicó—. Una es capaz de ver el pasado... otra es capaz de ver el presente.
—Por eso quería que hablaras con Tilda —le dijo Brendan—. Podría localizar a Victoria.
—Ya no uso mis habilidades porque sí —le dijo ella, muy firme—. Me dan dolores de cabeza tremendos cuando lo hago. Y no me haré eso a mí misma por una chica desconocida.
Caleb dedicó una mirada de reojo a Sera, que seguía comiendo en silencio, mientras Brendan insistía a Tilda.
—¿De qué los conoces? —los interrumpió Caleb mirando a su hermano.
Brendan lo miró de vuelta, confuso.
—¿Eh?
—¿De qué los conoces? —repitió—. ¿Qué te trajo aquí la primera vez que viniste?
Para su sorpresa, no fue Brendan quien respondió, sino la propia Sera, que soltó la cuchara y sacudió la cabeza.
—El chico quería ir al pasado —dijo sin mirar a nadie en concreto—. Yo puedo mandar a personas al pasado. Solo un viaje por persona. Nunca más. Solo uno. El chico quería... y no podía.
—¿Por qué no? —le preguntó Caleb.
Tilda se metió de por medio casi al instante.
—No molestes a mi hermana, ella no...
—No era el momento —la interrumpió Sera, volviendo a sacudir la cabeza sin mirar a nadie—. No estaba listo, no. Tú tampoco estás listo. Uno no elige cuándo va al pasado, no. Es el don. El don es el que elige a alguien. Y si ese alguien tiene una oportunidad... es porque le queda algo por hacer.
Caleb dedicó una mirada de reojo a Brendan, que no se la devolvió.
—Viniste para intentar salvar a Ania, ¿no?
—El chico quería salvar a la chica —murmuró Sera en voz baja—. No pudo ser. No quedaba nada pendiente para él.
Por la mirada rencorosa que le dedicó Brendan, supo que no estaba de acuerdo con eso.
—Sí me quedaba algo pendiente —le dijo, furioso—. Podría haberla salvado, pero tú no me dejas ir a hacerlo.
—Solo hay un viaje por persona, chico —le advirtió Tilda.
—¡Me da igual! ¡No quiero usarlo para nada más!
—El chico no está listo —Sera cerró los ojos—. No. El error que él debe solucionar está por venir, yo lo sé, yo lo sé... la chica no era su asunto pendiente, no. No la chica... no. Su error pendiente.
—¿Y cuál se supone que es mi maldito asunto pendiente? —protestó Brendan.
—El don elige el momento, no el chico. El chico solo espera... el don lo sabe. Está por venir.
Caleb ya no estaba muy seguro de si hablaba con él o con Brendan, que soltó un sonido de frustración.
Y fue el momento perfecto para que Tilda interrumpiera.
—Tenéis que marcharos de aquí. Estáis poniendo nerviosa a mi hermana.
Caleb abrió la boca para protestar, pero por la expresión de Tilda, supo que no quedaba nada más que decir.
Victoria
—Brook Haven —leyó en voz baja—. Es aquí, Kyran. Por fin.
El niño miró con cierta desconfianza el cartel viejo en que lo ponía y se pegó un poco a Victoria.
—Por cierto —murmuró ella—, todavía no hemos hablado de lo que has hecho en la fábrica. Pero te aseguro que lo hablaremos en cuanto terminemos esto.
Esta vez, Kyran sonrió como un angelito.
Victoria tragó saliva y empezó a avanzar por el camino principal del rancho con Kyran de la mano por un lado y sus dedos aferrándose al spray de pimienta en el interior de su bolsillo por el otro.
Era cierto que el rancho era mucho más grande que los demás. De hecho, Victoria vio que tenía un cartel grande ya imposible de leer por el óxido y los años. Se preguntó qué pondría ahí, pero siguió andando.
No vieron la casa principal hasta pasados casi dos minutos, y Victoria tragó saliva. El entorno estaba anaranjado por el sol poniéndose, así que la casa, pese a que seguramente era blanca, ahora también parecía naranja. Al igual que los árboles y el granero, las vallas y la furgoneta aparcada junto a la entrada...
No estaba segura de qué estaba haciendo, pero no se detuvo.
Kyran, sin embargo, tiró de su mano cuando estuvieron a unos pocos metros de la entrada.
—¿Qué pasa? —preguntó ella.
Y ahí se dio cuenta de que el niño había soltado su mano para acercarse a un viejo cartel que había pegado a la pared del granero. Parecía que nadie lo había tocado en años, y le faltaba la mitad porque ya estaba pudriéndose, pero sí pudo ver la imagen del centro.
Eran dos niños de pelo oscuro y pequeñas sonrisas mirando al frente, sentados uno junto al otro en lo que parecía el muelle de un arroyo. Tenían exactamente la misma cara. Eran gemelos.
Y, justo cuando Victoria estaba a punto de llegar a una conclusión, alguien carraspeó detrás de ella.
—¿Puedo ayudarte en algo?
Se dio la vuelta, sobresaltada, y se encontró con un hombre de unos cincuenta años, alto, delgado y con el pelo oscuro algo canoso por la edad. Llevaba una pala en la mano y un saco de verduras en el otro. Era el dueño de la granja.
Y Victoria, al ver esa mandíbula cuadrada, esos ojos inexpresivos, ese mismo lunar junto a la oreja, ese pelo oscuro, esa complexión... lo supo.
Era el padre de Caleb y Brendan.
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