Capítulo 18
Caleb
La cajera del centro comercial los miró uno a uno de arriba abajo con una ceja enarcada.
La situación era:
Victoria descalza, con un pijama y totalmente empapada por la lluvia.
El niño con ropa sucia mirando a la cajera con desconfianza.
Bexley e Iver empujándose entre sí para poner las cosas sobre la cinta.
Y Caleb... bueno, él simplemente era tenebroso de por sí, no necesitaba aditivos.
De hecho, la cajera se quedó mirándolo a él unos segundos más que a los demás antes de sacudir la cabeza, centrándose.
—¿Esto es una broma de cámara oculta? —preguntó, dubitativa.
—No —Victoria frunció el ceño a Caleb—. Venga, saca el dinero.
—Podrías pedirlo de forma un poco más suave, ¿no?
—Podría, pero no quiero.
Él suspiró y sacó el dinero de su cartera. La cajera les cobró la comida, la ropa y los pañales con una mueca de incredulidad.
La verdad es que esa jornada de compras había sido... interesante.
Caleb se había limitado a seguir a Victoria por los pasillos mientras ella le metía en la cesta todo lo que necesitaba y el niño se chupaba el pulgar, medio dormido con la cabeza sobre su hombro.
Caleb se lo había encontrado varias veces mirándolo con curiosidad y había apartado la mirada, incómodo.
No le gustaba ese niño. Era extraño.
Seguro que si se lo decía a Victoria soltaría algo como tú sí que eres extraño.
La cosa es que Iver y Bexley habían empezado a comprar comida como locos. Iver casi había estallado de felicidad cuando le habían dicho que alguien tenía hambre.
Eso solo significaba una cosa: tenía una excusa para cocinar.
Ahora estaban todos entrando en su casa. El trayecto en coche había sido silencioso y el niño había vuelto a quedarse dormido. Caleb, por los latidos demasiado lentos de su corazón, se preguntó cuánto tiempo hacía que no podía dormirse tranquilo. Seguramente mucho.
En cuanto cerró la puerta, Iver fue casi corriendo hacia la cocina con las bolsas de la compra, esquivando al gato no tan imbécil por el camino, que se acercaba con los ojos entrecerrados a Victoria.
¿Miau?
Ella sonrió ampliamente y se agachó un poco. El niño miró al gato con curiosidad, como si nunca hubiera visto alguno.
—Mira, Bigotitos, te presento a un nuevo amigo —dijo Victoria felizmente antes de mirar al niño—. ¿Quieres acariciarlo?
Él asintió con la cabeza, como fascinado, pero cuando estiró la mano el gato bufó y salió corriendo como si lo persiguiera el Diablo.
—Bueno, no serán grandes amigos —le dijo Bexley, divertida—. Vamos, te ayudaré con el señorito.
Las dos subieron las escaleras con el niño y Caleb se quedó mirándolas con una mueca antes de ir con Iver, que estaba empezando a añadir cosas a una sartén con entusiasmo.
—Soy muy feliz ahora mismo —le aseguró.
—Ya lo veo.
—¿Por qué has tardado tanto en tener novia? SI hubiera sabido que tendría una excusa para cocinar, te la habría presentado yo mismo.
Caleb puso los ojos en blanco y, cuando el gato no tan imbécil se acercó por encima de la barra hacia él, contoneándose, le empezó a acariciar la cabeza.
De hecho, fue algo tan natural que no se dio cuenta de que lo estaba haciendo hasta unos segundos más tarde.
Se detuvo de golpe y miró al gato, que lo miró casi con la misma expresión pasmada que él.
Al final, ambos se giraron en direcciones contrarias, fingiendo que no había pasado nada.
Victoria
El niño puso una mueca cuando ella lo sumergió en el agua caliente, como si le extrañara, pero luego esbozó una pequeña sonrisita hacia Victoria.
—Creo que nunca lo habían bañado con agua caliente —murmuró Bexley.
Victoria intentó que eso no le afectara cuando se estiró para alcanzar el champú mientras el niño pasaba las manitas por el agua, fascinado.
—Pobrecito —le dijo Victoria en voz baja.
—A veces me pregunto si deberías tener que superar una prueba para poder tener hijos —murmuró Bexley, negando con la cabeza.
Ella estaba de pie junto a ellos. No ayudaba mucho, pero al menos hacía compañía, cosa que Victoria agradecía bastante.
—No me puedo creer que mi hermano fuera capaz de abandonar a un niño de esta forma —murmuró Victoria, empezando a enjabonarle la cabeza—. Siempre ha sido un irresponsable, pero... esto no tiene perdón.
Bexley no dijo nada. El niño miraba a Victoria, curioso, como si no entendiera muy bien qué hacía. Ella siguió enjabonándole el pelo durante unos pocos segundos antes de empezar a aclarárselo. Cuando el agua empezó a resbalarle por la espalda, pareció divertido y soltó una pequeña risita.
Bueno, Victoria no había cuidado de un niño en su vida, pero había leído muchos libros en los que lo hacían, así que esperaba que eso sirviera de algo.
¡Já! ¡Para que luego dijeran que leer no servía de nada!
Jaque mate, muggles.
Terminó de bañarlo y casi pareció otra persona. La suciedad había hecho que incluso su piel pareciera más oscura. Y ahora su pelo castaño no parecía enmarañado, sino ligeramente rizado. Y sus ojos grises, como los de Victoria y su hermano, parecían brillar de felicidad.
Era increíble lo mucho que se parecía a Ian. Nadie podía negar que fuera su padre.
—Deberíamos cortárselo —comentó Bexley al pasarle una mano por el pelo.
—Yo prefiero no hacerlo. Soy un desastre.
—Mañana se lo haré yo —se señaló el pelo teñido de rojo con una sonrisita—. Soy bastante experta en el tema.
Ambas bajaron con el niño, que ahora llevaba puesto su pijama nuevo y parecía contonearse con él como un modelo de pasarela.
Caleb sentado en la barra con una mueca. Iver ya estaba terminando de hacer la cena.
Victoria se acercó a Caleb, que la miró con cierta desconfianza.
—Toma —le tendió al niño—, dale la cena.
Nunca había visto a Caleb horrorizado de verdad, pero tuvo que admitir, ahora que lo veía por primera vez... que era bastante gracioso.
—¿Eh? —preguntó él, ahora pálido.
—Vamos, yo también estoy hambrienta. Y tengo que cambiarme de ropa.
—P-pero...
Victoria le dio al niño y a él no le quedó más remedio que sujetarlo. Ahogó una risita cuando vio que lo sostenía con los brazos estirados, lo más lejos posible de su cuerpo, como si fuera algo peligroso.
El niño, por su parte, solo pataleaba felizmente, como si eso fuera divertido.
—¡Quítamelo! —exigió Caleb, mirándolo con una mueca de horror.
—¡Solo tienes que darle de comer!
—¡Yo... no sé cómo se hace eso!
—Pues perfecto, hoy lo aprenderás —Victoria le guiñó un ojo—. Ahora vuelvo, no lo mates, por favor.
Caleb
Oh, no.
Estúpida Victoria.
Se acercó lentamente a esa criatura extraña, que lo miraba con una sonrisita feliz que no entendió muy bien. Cuando lo tuvo sentado sobre su pierna, él empezó a juguetear con la cremallera de su chaqueta, fascinado.
¿Por qué demonios todos los seres pequeñitos que acompañaban a Victoria tenían que adorarlo?
—Aquí tienes —anunció Iver felizmente, dejándole un plato gigante delante—. ¡La cena!
El niño se giró al escuchar esa última palabra y se quedó mirando el plato con la boca abierta.
—Pero ¿cuánta comida has hecho? —Caleb le frunció el ceño—. ¿Has visto el tamaño de ese plato? ¡Es más grande que el crío!
—¡Para que no se quede con hambre!
—¿Y qué demonios es?
—Ternera a la plancha con verduras hervidas.
—Iver —Bexley puso los ojos en blanco—, es un niño, no un crítico gastronómico.
—¡Bueno, pero quiero que se alimente bien!
—No, solo quieres una excusa para cocinar esas cosas raras.
—¡Un poco de ambas!
Caleb suspiró cuando vio que el niño empezaba a intentar alcanzar el plato. El estómago le hacía ruido.
—A ver... —murmuró, acomodándolo, incómodo—, no me compliques la vida y estate aquí quietecito, ¿vale?
El niño le frunció el ceño y señaló el plato.
—Que sí, espérate.
Y, claro, empezó a tirar de su chaqueta impacientemente mientras Caleb intentaba sujetarlo con una mano y cortar la comida con el otro.
Fue un poco desastre, la verdad.
Al menos, consiguió recoger con el tenedor algo de comida, cosa que ya era todo un logro. Se giró para dársela al niño, que abrió la boca automáticamente.
—Hazle el avión —le dijo Iver, entusiasmado.
—Cállate o te tiraré la jarra de agua a la cara.
Él le puso una mueca mientras Caleb le daba la comida al crío, que soltó un sonidito de felicidad y señaló el plato, como dando a entender que quería más.
Bueno, eso era más fácil de lo que habría creído en un principio.
—Le gusta mi comida —dijo Iver felizmente.
—Solo porque tiene hambre —le aseguró Bexley, que miraba una revista.
Y, entonces, horror.
Cuando llevaban medio plato... el niño soltó un blurp ruidoso.
La señal de correr y esconderse.
Caleb, instintivamente, supo lo que iba a suceder y giró el niño hacia Iver, que seguía sonriendo felizmente por su comida.
Sin embargo, dejó de hacerlo cuando el niño soltó un sonoro BLURP y... le vomitó encima.
—¿Qué...? ¡AAAAAAAAAHHHHHH!
Iver dio un salto hacia atrás, chillando, y la cuchara rosa salió volando por la habitación mientras Caleb devolvía el niño a su regazo y le limpiaba la boca con la servilleta.
Él se reía feliz y cruelmente de Iver.
—¿Qué demonios te pasa? —preguntó Bexley, poniéndose de pie.
—¡EL PEQUEÑO DEMONIO ME HA VOMITADO ENCIMA! ¡NO ME PUEDO CREER QUE...! —hizo una pausa y su cara se volvió roja del enfado—. ¡¿Os estáis riendo de mí?!
Justo en ese momento, Victoria llegó a la cocina con ropa de Caleb y miró a todos con una mueca de confusión.
—¿Qué diablos...? ¡¿Es que no puedo dejaros solos ni cinco minutos?!
—¡El niño me ha vomitado encima! —gimoteó Iver, señalándolo.
Caleb miró al niño, que seguía riéndose maliciosamente.
—Pero... ¿le habéis dado eso para cenar? —chilló Victoria, frunciendo el ceño—. ¡Es solo un niño, Iver, y lleva más de un día sin comer! Necesita algo más suave.
—¿Algo más suave?
—¡Una sopa, un puré...!
—Yo no he nacido para cocinar esas cosas tan aburridas, ¿está claro?
—Pues aparta, que ya lo haré yo.
Iver se fue soltando maldiciones sobre su ropa y Bexley, al final, fue a ayudarlo a limpiarse con una sonrisita divertida. Caleb se quedó mirando cómo se movía Victoria por la cocina, rescatando cosas para ir metiéndolas en una olla con agua hirviendo.
El niño, por su parte, se había bajado al suelo y perseguía a Bigotitos, que le bufaba y rehuía de él, furioso.
Al cabo de un rato, Caleb estaba a punto de hablar con ella... pero no sabía muy bien qué decir.
Al final, optó por lo fácil.
—Oye... siento haberte hablado así antes —murmuró, incómodo, pasándose una mano por la nuca—. Estaba nervioso. No me gusta que te metas en situaciones peligrosas.
Victoria dejó de cocinar un momento y le pareció notar que su pulso se aceleraba, pero trató de ignorarlo. Ya le había dicho que le gustaba que lo escuchara.
—Igual debería someterte a la ley del silencio otra semana —sugirió ella al final, sonriéndole.
—¿Qué? ¿Otra vez?
—¿Tanto te molestaría, x-men?
—Claro que no. Ni me enteraría.
Ella sonrió y Caleb puso una mueca cuando notó que el trozo de verdura que le había lanzado Victoria le daba en la frente.
Sin embargo, suspiró cuando escuchó los pasos fuera, y su mueca aumentó cuando vio que Brendan entraba en casa con gesto serio.
—¿Otra vez por aquí? —le preguntó.
Iba a tomárselo con calma, pero no lo hizo cuando notó que, casi al instante, Victoria se tensaba de pies a cabeza. La miró con el ceño fruncido. Ella se había girado hacia Brendan con cara de furia.
Oh, no, ¿qué había pasado?
Brendan, al ver la expresión de ella, levantó las manos en señal de rendición.
—A ver, cálmate —empezó.
—¿Que me calme? —Victoria sacudió la cuchara rosa, enfadada—. ¡Vete a la mierda!
El gato no tan imbécil y el crío dejaron de correr un momento para mirar a Victoria, como si estuvieran horrorizados al escuchar una palabrota.
Brendan, por cierto, se dio cuenta de la presencia de esos dos por primera vez desde que había entrado.
—¿Quién demonios es...? —empezó, señalando al niño.
—¡No te acerques a ellos! —le advirtió Victoria, furiosa.
Caleb se puso de pie y se metió entre ellos, mirando a Victoria.
—¿Qué ha pasado?
—¿Qué ha pasado? —repitió ella, y Caleb tuvo que sujetarla para que no saltara sobre Brendan—. ¡Este... imbécil... ha intentado matar a Bigotitos!
Caleb levantó las cejas, sorprendido, y miró al gato, que asintió con rencor.
El crío solo los miraba con cara de estar alucinando.
—No quería matarlo —aclaró Brendan—. No iba a apretar el gatillo.
—¡Y una mierda!
—¡Solo quería asustarte!
—Espera —Caleb soltó a Victoria y se giró hacia él, frunciendo el ceño—, ¿has amenazado de muerte al gato?
Brendan puso una mueca, como si le sorprendiera que eso le afectara.
—Pues sí, ¿pasa algo?
—¿Que si...? Oye, no te metas con ese gato —Caleb lo empujó del hombro, irritado—. Solo yo lo hago, ¿te ha quedado claro?
Bigotitos, ahora que no estaba solo ante el peligro, se había acercado y bufaba a Brendan, envalentonado.
—Solo es un maldito gato —Brendan los miraba como si se hubieran vuelto locos.
—¡No es solo un gato! —chilló Victoria—. ¡Es parte de la familia, idiota!
El niño, como vio que todo el mundo iba contra Brendan, agarró una cuchara y empezó a darle en la pierna con ella.
—Vale —Brendan levantó las manos en señal de rendición—, ¿alguien puede explicarme por qué un crío que no conozco está apaleándome?
—Porque eres un imbécil —masculló Victoria.
—¡No iba a matar al maldito gato! —Brendan se giró hacia Bigotitos, que seguía indignado—. ¡No iba a matarte, maldita sea!
MIAU
—¡Solo quería que provocar una reacción fuerte, y lo he conseguido!
—¡No a costa de mi pobre gato!
—¡QUE NO QUERÍA HACER DAÑO AL MALDITO GATO! —se giró hacia el niño—. ¡Y tú deja de golpearme!
Victoria suspiró y se agachó para recoger al niño, que siguió sacudiendo la cuchara al aire, furioso.
—Gracias —Brendan suspiró—. Ahora, ¿alguien puede decirme quién es?
—Mi sobrino —le dijo Victoria con el ceño fruncido.
—Bueno, prefiero no saber qué hace aquí —Brendan pasó por su lado y se apoyó con las manos en la barra, mirándolos—, deberíamos hablar de lo que ha pasado esta tarde.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Caleb.
—Que tu querida novia ha sido capaz de entrar en uno de mis recuerdos.
Caleb abrió mucho los ojos, sorprendido, y Victoria dejó el puré delante del niño, que empezó a comer felizmente manchándose por todas partes.
Bigotitos se sentó a su lado y empezó a lamer las gotas de puré que caían del plato.
Caleb se obligó a centrarse de nuevo y miró a Victoria.
—¿Has entrado en... un recuerdo?
—Sí... eso creo.
—¿Cómo...? Ni siquiera sabía que esa habilidad existiera.
Se calló cuando vio que ellos intercambiaban una mirada incómoda y frunció el ceño.
—¿Qué?
—He visto un recuerdo de Ania —le dijo Victoria, algo avergonzada—. Y se ha enfadado conmigo.
Brendan puso mala cara, como si no quisiera recordarlo. Caleb frunció todavía más el ceño.
—¿Cómo funciona eso? ¿Victoria es capaz de seleccionar el recuerdo que quiere o... es el que tú tienes en la cabeza en ese momento?
Supo que había dado en el clavo cuando Brendan lo miró con mala cara.
—No creo que pueda elegir el recuerdo que quiere ver —aclaró.
—Entonces, tú estabas pensando en Ania en ese momento.
Brendan no respondió. Caleb se tensó.
—¿Y por qué, exactamente, pensabas en Ania?
—No es problema tuyo.
—De hecho, sí lo es.
Victoria los miraba a ambos sin entender nada, pero Caleb no pudo centrarse en eso.
Era como si, de pronto, hubiera llegado a una conclusión muy obvia.
—Creo que ya entiendo qué haces aquí —murmuró Caleb, mirándolo fijamente.
Brendan le devolvió la mirada sin moverse un centímetro, cada uno más tenso que el otro.
—¿Y por qué estoy aquí? —preguntó finalmente.
—Porque cuando te enteraste de que Victoria tenía una habilidad que daba miedo a Sawyer, creíste que estaría relacionada con devolver a gente que ha muerto a la vida, ¿no? Creías que podía devolverte a Ania. Por eso has estado ayudándonos.
Victoria abrió la boca, pasmada, pero no dijo nada. Brendan solo apretó los dientes.
—¿Qué sabrás tú? —preguntó en voz baja.
—Sabía que no nos estabas ayudando porque sí —Caleb negó con la cabeza.
—Bueno, ¿y qué? —Brendan se acercó a él, irritado—. ¿Es que tú también lo haces porque sí? ¿No lo habrías intentado si Victoria fuera la muerta y Ania la que estuviera aquí?
—Yo no estaría dispuesto a hacerle daño con tal de recuperarla, Brendan.
—Eso no lo sabes.
—Sí lo sé. No soy como tú.
—Chicos... —Victoria intentó meterse en medio, pero ambos la ignoraron.
—Oh, claro que no eres como yo —Brendan frunció el ceño—. ¿Cómo podría ser alguien tan perfecto como yo?
—No necesito ser perfecto para ser mejor que tú.
—¿Eso te dices a ti mismo para convencerte de que no eres, simplemente, el perrito de Sawyer?
—Chicos... —insistió Victoria, dubitativa.
Pero volvieron a ignorarla.
—Al menos yo hago algo —Caleb frunció también el ceño—. ¿Qué has hecho tú estos últimos años? Quejarte. Eso es todo. Ni siquiera has terminado un solo trabajo.
—¡Porque soy independiente, no el perro de nadie!
—¿Independiente? —repitió Caleb, sin poder creérselo.
—¿Qué quieres que haga? ¿Que sea como tú? ¿Que mi única función en la vida sea obedecer las órdenes de alguien que me trata como a una mierda?
—¡Chicos!
—¿Y cuál es tu función, exactamente?
—Hacer lo que tú no sabes hacer: tener valor para enfrentarme a Sawyer.
—¿Te recuerdo lo que pasó la última vez que te enfrentaste a Sawyer?
Caleb lo vio venir, pero dejó que su hermano lo empujara con fuerza hacia atrás.
Cuando se acercó de nuevo, cabreado, dispuesto a darle un puñetazo, se detuvo en seco al ver que Victoria se había plantado en medio de ambos con los brazos extendidos, enfadada.
—¡Se acabó! —espetó, enfadada, señalándolos a ambos—. ¡Estoy harta de esto! ¡Solicito intervención!
—¿Que solicitas qué? —Caleb puso una mueca.
—¡Que vayáis al salón!
Brendan resopló, mirándola.
—No pienso ir a ningún lad...
—¡QUE VAYÁIS AHORA MISMO LOS DOS AL MALDITO SALÓN!
Ambos dieron un respingo, asustados, y finalmente se miraron mal antes de ir al dichoso salón.
Victoria
Dejó la bandeja con el té en medio de la mesita de café, muy digna, con los dos hermanitos sentados en sillones en los dos extremos de la mesa, claramente tensos.
Victoria se dejó caer en el sofá de en medio con el niño a un lado y Bigotitos en el otro. Los tres estaban muy serios y cruzaron las piernas a la vez, mirándolos a ambos.
—Bien —empezó Victoria—, creo que ha llegado el momento perfecto para que dejéis de discutir por absolutamente todo, pesados.
—Esto es absurdo —murmuró Brendan.
—Coged una tacita —ordenó Victoria, ignorándolo.
Caleb puso una mueca.
—No me gusta el...
—¡Que bebáis el maldito te de la paz, testarudos!
Ambos se hicieron enseguida con una tacita y le dieron un sorbo.
—Bien —Victoria suspiró y entrelazó los dedos—. Estamos aquí reunidos para...
—Dios, qué asco —murmuró Brendan, dejando bruscamente la tacita.
Victoria suspiró cuando vio que Caleb hacía lo mismo. ¿En serio? ¿Eso iba a ser en lo único en que se ponían de acuerdo?
—Cuánta paciencia hay que tener con vosotros —murmuró.
—Es que no entiendo por qué estoy aquí sentado siendo juzgado por la novia de mi hermano, un niño y un gato —Brendan frunció el ceño—. ¿Soy el único que ve la situación un poco rara?
Victoria, el niño y Bigotitos, se giraron hacia él a la vez, entrecerrando los ojos.
—¿Puedes callarte y dejarme hablar? —protestó ella.
—No —Brendan se puso de pie—. Yo me largo de... ¡OYE!
Apenas se había puesto de pie y Bigotitos se había lanzado sobre él, agarrándose de piernas y brazos a si estómago. Brendan perdió el equilibrio y volvió a caer en el sillón, con cara de horror, mientras Bigotitos volvía a su lugar, muy digno.
—Gracias —le dijo Victoria, acariciándole la cabeza.
Miau, miau
—¿Qué demonios...? —empezó Brendan, todavía pasmado.
Victoria se giró hacia Caleb.
—¿Y tú qué? ¿Algo más que decir o puedo empezar?
Caleb se quedó mirando al niño, que se golpeó la palma de la mano con la cuchara de antes, amenazadoramente.
Al final, optó por quedarse sentadito y en silencio.
—Bien —Victoria suspiró—, ahora que por fin me vais a escuchar, ¿alguien me puede explicar por qué demonios os lleváis tan mal?
Ellos dos intercambiaron una mirada molesta. Al final, estaba claro que Caleb no iba a decir nada, así que lo hizo Brendan.
—Nunca coincidimos en nada —dijo, finalmente—. No tenemos nada en común.
—Sois hermanos —le recordó Victoria.
—¿Y qué?
—¡Que sí tenéis algo en común! Y seguro que hay más cosas, solo que nunca os habéis parado a pensar en ellas.
—¿Como cuáles? —Caleb enarcó una ceja.
Victoria pensó a toda velocidad, dudando.
—Bueno, ¡los dos sois tenebrosos!
Ambos la miraron con una ceja enarcada. Victoria se aclaró la garganta, incómoda.
—Y me juzgáis con la mirada —añadió.
—No tenemos nada en común —repitió Brendan—. Él ha nacido para ser seguidor. Y yo para ser líder.
Caleb soltó un bufido despectivo.
—¿Líder? ¿De qué? ¿De la liga de los imbéciles?
Victoria puso mala cara al niño cuando vio que soltaba una risita, y él volvió a ponerse serio al instante.
—Vale, este no es el camino —murmuró ella, pasándose ambas manos por la cara—. Da igual que no os gusten las mismas cosas, o que no paséis mucho tiempo juntos. Tenéis algo que es lo que más puede unir a dos personas, a parte de ser gemelos.
Ambos se giraron hacia ella, curiosos.
—¿El qué? —preguntó Caleb.
—Un enemigo en común —ella sonrió—. Sawyer.
Hubo un momento de silencio en que los hermanitos se miraron entre ellos, incómodos.
—No importa si os lleváis bien o mal —siguió Victoria—, lo importante es que estáis del mismo lado y...
—A mí Sawyer nunca me ha hecho nada malo —la cortó Caleb.
Victoria intentó que su cara no reflejara lo decepcionada que estaba de oír eso.
Y, justo cuando iba a responder, Brendan la interrumpió, mirándolo.
—Te ha quitado tu vida —le dijo, negando con la cabeza—. Si no lo hubieras conocido, ahora serías un chico normal, probablemente con un futuro, una relación y una vida tranquila. Pero ahora nunca podrás aspirar a eso porque ese hombre se aprovechó de que eras demasiado pequeño como para negarte y te hizo parte de su ejército. ¿Es que no te das cuenta?
Caleb lo observó por unos segundos, molesto, pero no dijo nada.
—¿Qué hay de Victoria? —Brendan la señaló sin mirarla—. ¿Se te ha olvidado que quiso matarla? ¿De que pidió al maldito sádico Axel que la persiguiera sabiendo cómo es él con sus víctimas?
Victoria tragó saliva y miró a Caleb, igual que Bigotitos y el niño, que observaban todo como en un partido de tenis.
Pero Caleb seguía sin decir nada, con la mirada clavada en cualquier cosa que no fueran ellos dos.
—Ese es el problema —masculló Brendan—, que siempre has estado cegado por Sawyer. Te convenció de que yo era el malo de todo esto, ¿no? Desde el primer momento en que llegaste aquí y te hizo creer que eras su favorito, o que significabas algo para él. ¿Realmente crees que sufriría, aunque fuera un poco, si te pasara algo? Solo eres un maldito peón para él, Caleb. No es tu padre. No es nuestro padre. Nunca lo ha sido. No te engañes.
De nuevo, hubo un momento de silencio. La expresión de Caleb era indescifrable y, por primera vez en mucho tiempo... Victoria fue incapaz de adivinar qué estaba pensando.
Al final, decidió que el silencio se había prolongado demasiado y se aclaró la garganta, incómoda, pero Brendan volvió a interrumpirla con los ojos fijos en su hermano.
—Tú eres el que dejó que Sawyer nos separara —le dijo en voz baja—. Dejaste que nos hiciera sentir como si fuéramos dos desconocidos. Y nunca hiciste nada contra él. Ni siquiera cuando sabías que lo que estaba haciendo estaba mal. Ni siquiera cuando quería librarse de Ania.
Brendan se puso de pie, enfadado, mirándolo.
—Así que sí, estoy aquí porque quiero recuperarla —masculló—, pero estoy seguro de que tú harías exactamente lo mismo. ¿O vas a ponerte de parte suya otra vez?
No dijo nada más. Solo se giró y se marchó cerrando la puerta con algo de fuerza. Victoria lo siguió con la mirada antes de girarse hacia Caleb, que tenía la mirada clavada en un punto de la habitación sin decir nada.
Ella no sabía qué hacer, así que dedicó una mirada significativa a Bigotitos, que lo pilló enseguida y se puso a correr hacia la cocina. El niño, al instante en que lo vio, esbozó una gran sonrisa y se puso a perseguirlo, dejándolos solos.
Victoria se puso de pie y, tras dudar unos segundos, se acercó y se sentó en su regazo. Caleb no dijo nada, pero tampoco la apartó.
—Bueno... no pensé que las cosas se pondrían tan intensitas —dijo al final con una risita nerviosa.
Él le puso mala cara y Victoria se aclaró la garganta, avergonzada.
—¿Estás bien?
—Sí —dijo Caleb finalmente, apoyando la cabeza en el respaldo del sillón.
—¿Seguro?
—No —puso los ojos en blanco—. Cómo odio que ese idiota tenga razón.
Victoria sonrió un poco y le pasó un brazo por encima de los hombros.
—Bueno, ya sabes que Sawyer no es precisamente la persona que más me gusta del mundo —murmuró—, pero... tampoco hacía falta que Brendan te dijera esas cosas... de esa forma.
—A lo mejor sí.
Victoria frunció el ceño, confusa.
—¿Qué?
—A lo mejor lo que me hacía falta es que me lo dijeran así —insistió él, apartando la mirada y quedándose pensativo un momento—. Brendan... no ha dicho ninguna mentira. Empezamos a separarnos cuando yo empecé a pasar más tiempo con Sawyer, y nuestra relación nunca ha vuelto a ser la misma.
—Bueno... nunca es tarde para recuperarla.
—Sí, creo que en esta ocasión sí es un poco tarde —murmuró él, sacudiendo la cabeza—. También tenía razón en lo de Ania. Nunca hice nada para impedirlo. Pude intentar convencer a Sawyer, pero... no lo hice.
Ella se quedó un momento en silencio, sin saber qué decirle para que se sintiera mejor.
—Teníais quince años —le recordó al final—, no es...
—Con quince años ya eres lo suficientemente mayor como para saber cuándo algo está mal o no —Caleb apretó los labios—, especialmente algo tan malo.
Giró la cabeza hacia Victoria y suspiró.
—Bueno, eso ahora no importa. ¿Ya has pensado qué harás con el crío?
Victoria pasó de estar tensa por querer consolarlo a ponerle mala cara en menos de un segundo.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno... no lo dejarás aquí, ¿no?
—¿Y por qué no?
—¿Tú nos has visto? ¿Qué quieres? ¿Que crezca traumatizado?
—No voy a dejarle volver con su madre en esas condiciones, y la verdad es que no se me ocurren muchos otros destinos. Y más te vale no ofrecer un orfanato.
—¿Qué hay de tus padres?
La pregunta flotó entre ellos unos segundos en los que Victoria lo miró fijamente, pensando a toda velocidad.
—¿Mis... padres?
—Son sus abuelos, y seguro que estará mejor con ellos que con nosotros, que estamos locos.
—Pero... —Victoria se pasó una mano por la cara—, si mi madre se entera de que ha sido abuela y no le hemos dicho nada me matará.
—Para empezar, no voy a dejar que nadie te mate.
—Vaya, gracias.
—Y, además, no eres tú la que no se lo ha dicho, sino tu hermano.
Victoria volvió a considerarlo un momento antes de asentir con la cabeza y ponerse de pie.
—No sé si podrían hacerse cargo de él, pero... deberían conocerlo.
Victoria miró a su alrededor y sonrió al ver su bolso en la entrada, justo donde lo había dejado antes de bajar a ese horrible sótano. Rebuscó en él y sacó su móvil, notando que Caleb se acercaba a ella por detrás, mirándola.
—Eh... van a enfadarse conmigo —dijo, dubitativa—, llevo... ejem... un tiempo sin llamarlos.
Caleb esbozó una sombra de sonrisita.
—¿Tienes miedo?
—Claro que no —pero marcó el número de su padre, que era más tranquilito que su madre.
Lo peor era saber que Caleb podría oír la conversación en todo momento, así que si le decían algo vergonzoso... uf, por favor, que no lo hicieran.
Ya casi tenía esperanzas de que no respondiera cuando su padre descolgó.
—¡Por fin! —le dijo, y sonó molesto—. ¿Cuánto hace que no nos devuelves las llamadas?
—Eh... hola, papá...
—Tu madre y yo estábamos a punto de ir a tu casa a comprobar que estás bien.
—Estoy bien —le aseguró.
—¿Y ya está?
Se quedó parada un momento, confusa.
—¿Eh?
—Llamé a tus amigas para asegurarme de que estabas bien... ¡y resulta que estás viviendo con tu novio!
Oh, no.
Victoria miró a Caleb y su cara se volvió escarlata cuando él sonrió, divertido, señalándose a sí mismo con una ceja enarcada.
—Eh... no... verás...
—¡Ya estáis viviendo juntos y yo ni siquiera sé quién es! —espetó su padre—. ¿Te parece normal?
—Papá, si me dejas explicarte...
—Es que no hay nada que explicar. ¡Tu madre está muy enfadada!
Oh, no. Que no se pusiera su madre o iba a haber muchos gritos de reproche.
—Lo siento —le dijo, avergonzada—. Yo... eh... no estoy viviendo del todo con él. Mis cosas siguen en casa y...
—Pues mejor —espetó su padre, enfadado—, porque vamos a ir a conocerlo.
Oh, no.
Oh, no, no, no, no, no...
Horror.
Victoria miró a Caleb, horrorizada, y para su sorpresa él no pareció asustado, en absoluto.
De hecho... ¡¿por qué demonios parecía que quería conocer a sus padres?!
—Eh... no sé si es una buena idea que...
—No —la detuvo su padre—. Ya nos has evitado durante meses. Ya basta, Victoria. Iremos mañana. ¿O tienes la acampada esa que haces cada año con tus amigos?
¿La acampada...?
Oh, mierda.
—¡Mierda! —verbalizó, frustrada.
—¡Victoria! —escuchó el chillido de su madre un poco lejos del teléfono.
—¡Perdón! Es que se me había olvidado y...
—Pues iremos en dos días —sentenció su padre—. Espero que no tengas ninguna sorpresa preparada, porque no estoy de humor.
Victoria apartó el móvil de su oreja mirando la sorpresa que le esperaba a su padre, que en esos momentos seguía persiguiendo felizmente a Bigotitos.
—Mierda —repitió en voz baja.
—¿Qué acampada? —preguntó Caleb, mirándola.
—Cada año hago una acampada con mis amigos por el cumpleaños de Daniela —ella se pasó una mano por la cara, frustrada—. Es mañana. Se me había olvidado.
—¿Tienes que ir?
—Si no voy, me matarán.
—Pero, el sótano...
—Creo que ya tenemos bastante claro que lo que hacemos en el sótano ya no funciona conmigo, así que podéis ir olvidando que vuelva a bajar ahí —le aseguró antes de suspirar por enésima vez—. No me puedo creer que olvidara la acampada.
Se pasó ambas manos por el pelo, irritada, antes de girarse hacia Caleb.
—¿Quieres ir conmigo?
Él dio un respingo y abrió mucho los ojos.
—¿Yo?
—Sí, podemos decir que eres mi novio.
—¿Podemos decir? ¿Es que no lo soy?
—No —le sonrió con dulzura.
Caleb pareció más ofendido de lo que debería.
—¿Y por qué no?
—Porque te dije que te quería y tú te fuiste corriendo.
—¿Hasta cuándo vas a seguir sacándome eso?
—Dime que significa lo que me dijiste en tu idioma y a lo mejor se me pasa.
Él pareció estar a punto de decir algo, pero se cortó en seco y frunció el ceño.
—No.
—Pues no, no somos novios —Victoria enarcó una ceja—. Y solo te pedía que fueras conmigo porque no quiero ir sola.
—No me gusta la gente. Ni las acampadas.
—Pues nada —ella puso los ojos en blanco y entró en la cocina—, me toca aguantar sola a Daniela, a Margo, a Jamie, al novio que se traiga Margo y...
Se calló en seco cuando notó que Caleb la sujetaba del brazo y le daba la vuelta para que lo mirara. Ella parpadeó, confusa, cuando vio su expresión crispada.
—¿Como que Jamie? ¿Tu exnovio?
Victoria asintió con la cabeza, confusa.
—¿Y por qué va él? —Caleb frunció el ceño—. ¿No se supone que es el cumple de la rubia con cara de asustada?
—Él también es uno de mis amigos.
—Pero...
—Y la rubia asustada se llama Daniela.
Caleb apretó los labios y Victoria, por su parte, entrecerró los ojos.
—¿Algún problema con que un chico vaya conmigo?
—No es un chico. Es un tipo con el que, por algún motivo que desconozco, se te acelera el pulso cada vez que piensas en él.
Victoria levantó las cejas, sorprendida. No se le había acelerado el pulso por pensar en Jamie, se le había acelerado porque Caleb seguía teniendo una mano en su brazo.
Pero... verlo celoso era divertido, así que optó por no decir nada.
—¿Estás celoso, x-men? —sonrió.
Caleb puso mala cara al instante.
—No. Claro que no.
—Seguro.
—Solo... no entiendo por qué demonios se te acelera el...
—Es un buen amigo —ella se encogió de hombros felizmente.
Caleb finalmente la soltó y se cruzó de brazos, molesto, mientras Victoria iba a la nevera a por algo de cenar. Después de todo, no había comido nada en unas cuantas horas.
Sin embargo, no había tocado la nevera y Caleb ya volvía a estar junto a ella, solo con cara de irritado.
—Iré contigo a esa acampada.
Victoria sonrió ampliamente.
—¿En serio?
—Sí —le dijo, molesto—. He cambiado de opinión.
—Me pregunto por qué será.
—Por nada.
—Igual estás un poquitín celoso de Jamie.
—Yo no estoy celoso —torció el gesto—. Pero... preséntame como tu novio.
Ella no pudo ocultar lo divertida que estaba cuando asintió.
—Como quieras.
—Bien —Caleb se cruzó de brazos de nuevo, incómodo—. Bien —repitió.
Victoria sacudió la cabeza y abrió la nevera, buscando algo de comer.
La acampada iba a ser... realmente interesante.
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