Capítulo 17
Caleb
En cuanto tocó la herida de la sien de Victoria, ella puso una pequeña mueca de dolor.
—Auch —masculló, pero Caleb siguió centrado en lo que hacía.
Recorrió la herida cosida con el dedo, recubriéndola suavemente. Ella mantuvo la mirada clavada en su cara con la misma mueca de dolor.
—¿Todavía te duele tanto como antes? —preguntó él, centrado en su trabajo.
—No tanto, pero sigue siendo molesto —Victoria suspiró, aliviada, cuando Caleb se apartó un poco—. No lo entiendo, ¿no debería dejar ya de doler?
Ya había pasado una semana desde que ella había bajado a ese sótano y, sinceramente, Caleb estaba muy sorprendido al ver lo bien que lo estaba soportando. No se había quejado ni una sola vez.
No recordaba a nadie estando ahí abajo una semana sin siquiera protestar una vez.
—Es una herida profunda —le dijo Caleb, recorriéndola con la mirada y deteniéndose en su hombro—. ¿Qué tal la costilla y el hombro?
—La costilla bien —ella puso una mueca y miró abajo—. El hombro, en cambio...
—¿Te sigue molestando mucho?
—En cuanto me muevo un poco.
Caleb la observó unos segundos antes de estirar la mano. Victoria abrió mucho los ojos, sorprendida, cuando empezó a deshacerle botones de la blusa.
—¿Q-qué...? ¿Te parece que este es el mejor momento de...?
—Solo quiero ver la herida, malpensada.
—Esa palabra te la enseñé yo —protestó ella, enfurruñada—. Que la uses contra mí es alta traición, que lo sepas.
Caleb desabrochó el último botón y echó las mangas hacia atrás, deshaciéndose de la prenda. Se quedó mirando un momento el sujetador de diseño psicodélico de Victoria antes de sacudir la cabeza y centrarse en su hombro.
Seguía estando un poco rojo, pero el hueso estaba en su lugar. Extendió la mano hacia ella y, cuando estaba a punto de tocarle la piel, Victoria dio un respingo hacia atrás.
—No voy a hacerte daño —le aseguró Caleb.
Ella siguió mirándolo con desconfianza, pero no se movió cuando Caleb pasó los dedos por encima de su hombro. Notó que la temperatura corporal de Victoria se disparaba casi al mismo tiempo que los latidos de su corazón, pero fingió que no se daba cuenta.
—Puedo ayudarte con esto —murmuró.
—¿Eh?
—Si la herida no es muy grave, puedo solucionarlo. No te muevas.
Victoria, de nuevo, hizo lo que le decía. Caleb cerró los ojos y extendió los dedos por su hombro, notando cómo un ligero dolor de cabeza empezaba a aflorar. Sintió un pequeño tirón en su propio hombro y después un calor bastante propio de las luxaciones. Apretó un poco los dedos y el dolor se multiplicó durante un instante, haciendo que casi no pudiera sentir el brazo.
Sin embargo, un segundo después, el dolor desapareció. Y notó que su cuerpo entero se relajaba casi a la vez que lo hacía el de Victoria. Abrió los ojos y la miró. Ella tenía los ojos muy abiertos, pasmada.
—¿Cómo...?
—Es... —él se aclaró la garganta, incómodo—, es mi segunda habilidad.
—¿El qué? ¿Curar?
—Más o menos, sí. Supongo que no lo aparento.
Ella sonrió, divertida, y empezó a mover el hombro con cierta fascinación, viendo cómo iba perfectamente bien. Su sonrisa se amplió cuando miró a Caleb.
—Gracias —murmuró—. Eres el mejor.
Él no estaba muy acostumbrado a eso de los agradecimientos, así que simplemente torció un poco el gesto y se aclaró la garganta, incómodo.
—No es nada —le aseguró.
—Mírate. Un tipo tan duro... y cuando te dicen algo bonito empiezas a ponerte nervioso.
—Yo no estoy nervioso.
—Sí que lo estás. ¡Y me encanta!
Él sintió un tirón de su camiseta y se giró hacia Victoria justo en el momento en que ella se ponía de rodillas y le rodeaba el cuello con los brazos para poder besarlo castamente en los labios.
Caleb levantó las cejas, sorprendido, cuando ella echó un poco la cabeza hacia atrás con una sonrisita.
—¿Qué...? ¿No estabas enfadada conmigo?
—Ya ha pasado una semana. Mi derecho constitucional ha terminado.
Y era cierto, no lo había besado en una semana entera.
Caleb no entendía por qué había sido tan consciente de ello. Se suponía que ni siquiera le gustaba el contacto humano.
Victoria lo distrajo completamente cuando mantuvo su sonrisita maliciosa al pasar una pierna por encima de las suyas y acomodarse en su regazo, juntando los tobillos detrás de él.
Caleb enarcó una ceja, más interesado en la conversación.
—¿Qué estás intentando... exactamente?
—¿Yo? —ella sonrió con aire inocente—. Sentarme en algún lado, claro. ¿Qué te crees?
—Creo que vas a empezar a poner a prueba mi fuerza de voluntad.
—Bueno, eso también.
—Victoria...
—Pasar taaaantas horas aquí abajo solita... hace que me aburra mucho, Caleb. Creo que estoy en mi derecho de reclamar que me entretengas de alguna forma.
—Me da miedo saber de qué forma quieres que entretenga.
—Estoy segura de que se me ocurrirá algo interesante.
Victoria sonrió ampliamente y se inclinó para besarlo, pero se detuvo de golpe y se llevó una mano a la frente dolorida.
—Auch.
En cuanto Caleb hizo un ademán de quitársela de encima para volver a dejarla en la cama, ella lo detuvo de golpe.
—Estoy bien, exagerado —masculló—. Y estaré mucho mejor cuando pueda vengarme de ese idiota perturbado de Axel. Pienso hacerle lo mismo que me ha hecho él.
Hubo un momento de silencio. Caleb se aclaró la garganta, incómodo.
Y Victoria, claro, lo miró con desconfianza.
—¿Qué?
—Puede... bueno... puede que ya lo hiciera yo.
Victoria se quedó mirándolo unos instantes, pasmada.
—¿Qué? —preguntó en voz baja.
—El otro día, cuando bajaste aquí... tuve que ir a por él —él apartó la mirada, algo tenso—. Necesitaba hacerlo. Lo encontré en una parte de la fábrica que usábamos hace tiempo. Le agarré la cabeza y se la estampé contra una encimera. Y... ejem... le rompí una costilla.
Victoria seguía mirándolo fijamente, pasmada, cuando él carraspeó, incómodo.
—Bueno... o dos —corrigió—. O... bueno... ejem... puede que tres. Pero ya está, ¿eh? Máximo tres.
Ella parpadeó varias veces, como volviendo a la realidad, y finalmente lo miró como si se hubiera vuelto loco.
—Que tú... ¿qué? —frunció el ceño—. ¿Por qué hiciste eso? ¡Podrías haberlo matado!
—Quería matarlo, Victoria.
—Si Sawyer te viera haciéndole daño a Axel, perdería toda su confianza contigo.
—Especialmente porque Axel no le ha dicho nada de ti —murmuró él—. Es su única forma de protegerse a sí mismo.
Pareció que Victoria iba a decir algo, pero se detuvo cuando vio que la expresión de Caleb se volvía crispada.
—Siempre tiene que interrumpir los mejores momentos —murmuró en voz baja, alcanzando la camisa de Victoria y dándosela.
Ella se la puso rápidamente y, justo cuando se abrochaba el último botón, la puerta se abrió para Brendan, que entró muy seguro, pero se detuvo en seco y puso una mueca cuando vio que Victoria seguía sentada encima de Caleb.
—Qué asco dais —murmuró, negando con la cabeza.
—Estábamos ocupados —aclaró Victoria, tan molesta que Caleb estuvo a punto de sonreír, divertido.
—No, ahora estaréis ocupados —Brendan se apoyó con una mano en la silla que había en medio de la habitación, enarcando una ceja—. Iver está bajando para empezar tu sesión de maravillosa tortura diaria, cachorrito.
Efectivamente, Iver y Bexley entraron unos pocos segundos después. Para entonces, Caleb ya había dejado a Victoria de pie y se había levantado a su lado.
—Hoy me quedo con vosotros —les dijo Caleb, sin dar pie a discusiones al respecto.
Casi al instante, Iver soltó un resoplido casi de burla.
—No, de eso nada —le aseguró.
—¿Cómo que no? —Caleb enarcó una ceja.
—En cuanto Victoria pusiera una mueca de dolor, te volverías loco y querrías sacarla de la silla. No puedes quedarte.
—¿Cuándo demonios me has visto a mí parando por ver una mueca de dolor?
—No es lo mismo con un desconocido que con una... —Iver puso una mueca y los miró—. No sé, lo que seáis vosotros dos. ¿Qué demonios sois?
—Nada —Victoria suspiró y se dejó caer en la silla con aspecto cansado—. Como sea. Acabemos con esto.
—Esa es la actitud —murmuró Brendan.
Caleb miró a Victoria con una mueca de impotencia, pero se distrajo cuando Bexley le hizo un gesto. La siguió fuera del sótano mientras esos dos se quedaban con Victoria. No confiaba mucho en Brendan, pero sí en Iver.
Además, una parte de él prefería no escuchar los sonidos de dolor de Victoria. En el fondo, sabía que Iver tenía razón. No sería capaz de no intervenir.
—Sawyer ha llamado —murmuró Bexley cuando llegaron a la cocina.
El gato no tan imbécil se deslizó sobre las encimeras para intentar apretujarse contra Caleb, que le dio un golpecito incómodo en la espalda antes de apartarse con una mueca.
—¿Por Axel? —preguntó Caleb.
—No. Al parecer, han vuelto a entrar en la bodega.
—¿Otra vez?
—Sí —Bex se cruzó de brazos—. Quiere que vayamos tú y yo.
—¿Se cree que tendrás una visión sobre el peligroso ladrón de vino o qué? —murmuró Caleb, alcanzando su chaqueta.
—No lo sé. Yo ya no me cuestiono nada de lo que hace Sawyer.
—Creo que debería empezar a hacer lo mismo.
Victoria
—No lo entiendo —murmuró Iver cuando, al cabo de más de media hora, tuvo que desatar a Victoria—. Hace una semana conseguimos que supieras dónde estaba Bex. ¿Por qué ya no reaccionas?
Era cierto que Victoria ya no reaccionaba tan mal a lo que Iver le provocaba al estar en esa silla, pero definitivamente seguía sin ser una experiencia precisamente agradable.
—Yo lo intento —le aseguró ella en voz baja.
Con tal de irse de ahí abajo, lo hacía con ganas. Pero era cierto que no tenía resultados. Ni siquiera estaba muy segura de cómo habían llegado los primeros.
—Bueno, lo que está claro es que lo que hemos usado hasta ahora ya no funciona —dijo Brendan, que se paseaba mirando los libros de las estanterías distraídamente.
—¿Y qué sugieres? —Iver enarcó una ceja.
—Nada en concreto. Solo era un apunte.
—Pues tus apuntes no nos sirven de una mierda, así que empieza a pensar.
Brendan le dirigió una mirada algo molesta, pero siguió a lo suyo, repasando los libros con los dedos. Sacó uno de ellos y empezó a hojearlo tranquilamente mientras Victoria se paseaba por la habitación frotándose las muñecas.
—A lo mejor es que ya no te afecta como antes —sugirió Iver—. Sawyer nunca usaba el mismo tipo de tortura con nosotros más de una vez.
—Bueno, Iver, por suerte no tengo muchos recuerdos extremadamente dolorosos que podamos usar.
—Lástima —murmuró Brendan, hojeando otro libro sin hacerles mucho caso.
—Siempre podemos llamar a Margo para que me reabra la herida de la frente —bromeó Victoria con una risa un poco cansada.
—Dile que se traiga a tu amiguita rubia —le dijo Iver enseguida.
Brendan dejó el libro por un momento para dirigirle una mirada burlona.
—No me digas que te gusta la que parecía un animalillo asustado.
—¿Qué pasa? —Iver entrecerró los ojos, a la defensiva—. ¿A ti te gustó más la pelirroja que te habla como si fueras estúpido o qué?
Brendan se encogió de hombros y volvió a centrar su atención en el libro.
—Me da igual lo que creáis que notasteis —aclaró Victoria, señalándolos—, pero ya podéis ir olvidando a mis amigas.
—Ajá —le dijo Iver, sin hacerle mucho caso.
—¡Lo digo en serio!
—No eres su madre, Vic.
—No, pero se te olvida el pequeño detalle de que Daniela ya tiene novio.
Esta vez la sonrisita burlona de Iver desapareció y fue reemplazada por un ceño fruncido. Brendan soltó una risita.
—¿Novio? —repitió Iver, como si no lo entendiera.
—No es exactamente su novio, pero hace tiempo que se ven —Victoria enarcó una ceja, cruzándose de brazos—. Y parece muy buen chico.
—¿Y yo qué? ¡También soy un buen chico!
—Iver, me torturas cada día.
—¡Pero por tu propio bien!
—¡Oh, muchas gracias, entonces!
—¿Cómo se llama su no-novio?
Victoria entrecerró los ojos.
—Eso, definitivamente, no es problema tuyo.
—Bueno, yo creo que sí, porque se está metiendo en medio de una relación muy bonita.
—Literalmente os habéis visto dos veces.
—Bueno, las cosas bonitas van poco a poco.
Brendan puso los ojos en blanco y devolvió el libro a la estantería, mirando a Iver.
—Olvídate de humanas asustadizas. Solo harán que te distraigas y tengas todavía más problemas. Mira a Caleb. Es el ejemplo perfecto.
—Gracias, Brendan —ironizó Victoria.
—No te ofendas, cachorrito, pero en mi vida había visto a Caleb expresar una emoción y desde que te conoció parece que va a darle un infarto cada día.
Iver sonrió, como si fuera cierto. Victoria, claro, solo frunció el ceño.
—¡Eso no es cierto!
—Yo sigo intentando imaginarme la cara de Sawyer si se enterara de la relación de estos dos —murmuró Brendan.
—Sería oro puro —le aseguró Iver.
—¡Dejad de molestarme o les hablaré mal a mis amigas de vosotros! —se enfadó Victoria.
Brendan puso los ojos en blanco.
—¿Podemos volver a centrarnos en el tema del principio? —sugirió, como si ese le aburriera.
—No hay mucho que decir al respecto —murmuró Iver, centrándose otra vez—. A lo mejor deberíamos intentar otro tipo de estimulación. Por favor, que nadie se malpiense.
—¿Y qué hago? —Victoria enarcó una ceja—. ¿Puedo salir de aquí?
Brendan soltó una risotada irónica.
—Buen chiste —murmuró.
—Esta noche lo hablaré con Bexley —murmuró Iver, poniéndose de pie y apartando la silla que siempre colocaba delante de Victoria—. Seguro que a ella se le ocurre algo.
—En realidad... —Brendan se quedó pensativo—. Creo que a mí se me ocurre algo.
Y, sin decirles nada más, se separó de la estantería y salió del sótano.
—Bueno, el premio a la persona más abierta del año no será para él —murmuró Iver.
Victoria sonrió y poco y se sentó en la cama junto a él, apoyando los codos en las rodillas.
—¿Cuánto tardaste tú en sacar tu habilidad? —preguntó.
—Unos cinco meses. Un poco menos, quizá. No me acuerdo muy bien.
—Genial, entonces me espera un precioso y largo tiempo aquí abajo.
—Piensa que la recompensa será bastante importante —Iver se encogió de hombros—. Aunque quizá no descubramos nada y simplemente pierdas varios meses de tu vida aquí encerrada sin llegar a ningún resultado, pierdas tu trabajo y el contacto con tus amigos, te quedes sola y hayas sido torturada para absolutamente nada... pero bueno, mejor no pienses en eso.
Victoria lo miró unos segundos con una ceja enarcada.
—No lo había pensado hasta ahora.
—Pues bórralo de tu mente. Te lo ordeno.
Victoria puso los ojos en blanco, pero volvió a centrarse cuando captó un movimiento en la entrada de la sala y se dio cuenta de quién era.
—¡Bigotitos!
El gato dio un respingo y echó a correr hacia Victoria, que se lo encontró a mitad del camino y se agachó para poder abrazarlo. Bigotitos no era muy cariñoso, pero la había echado tanto de menos que empezó a ronronear, restregando su cabecita peluda contra el cuello de Victoria mientras ella lo levantaba en brazos.
Iver, por su parte, se había ido corriendo al otro lado de la habitación con cara de horror.
—¡¿Qué hace aquí ese bicho maligno?! —chilló, intentando disimular lo aterrado que estaba.
—Relájate, solo es un gato —Brendan sonrió, burlón, mientras entraba también en la sala.
—¡Los gatos están locos, mírale los ojos, son de desquiciado!
—No te metas con Bigotitos —advirtió Victoria, amenazante.
Bigotitos también lo miró de forma amenazante, claro.
—Bueno —Brendan se acercó a ella y Bigotitos le bufó cuando lo agarró con una mano y se lo quitó—, no hemos venido aquí para ver un bonito reencuentro.
Bigotitos le bufó de nuevo cuando lo dejó sobre la silla en la que solía estar Victoria, pero enseguida se le pasó y empezó a lamerse una patita tranquilamente.
—¿Por qué lo has traído? —preguntó Victoria, confusa.
—Para intentar provocarte una reacción, obviamente.
—¡Me está mirando! —chilló Iver, medio escondido en las estanterías, señalando a Bigotitos—. ¡Dile al bicho que no me mire!
Tanto Brendan como Victoria lo ignoraron mientras Bigotitos parecía sonreírle malévolamente e Iver se escondía aún más.
—No me siento distinta —murmuró Victoria, mirándose a sí misma.
—¿No quieres a tu gato? —Brendan enarcó una ceja.
—Claro que sí —Victoria ni siquiera dudó—. Para mí no es solo un gato. Es mi familia.
—Si le pasara algo... te afectaría mucho, ¿verdad?
—Brendan, ¿qué...?
—Lo siento —murmuró él, sin un atisbo de emoción—, pero necesitamos que desarrolles esa habilidad urgentemente. Y eso es más importante que la vida de un gato.
Victoria apenas había entendido sus palabras cuando, en un movimiento rápido, Brendan sacó la pistola de dentro de su chaqueta y apuntó a Bigotitos, que se giró hacia él con aire confuso y parpadeó, como perdido.
Victoria, por su parte, sintió que su corazón oprimía su pecho en una oleada de pánico crudo que no había sentido en su vida. Incluso más que cuando había pensado que Axel podía hacerle daño a ella misma.
Impulsivamente, se lanzó hacia delante al mismo tiempo que Brendan quitaba el seguro a la pistola y rodeó su muñeca con una mano, apartando la punta de la pistola de Bigotitos.
Y, casi al instante en que tocó la piel de Brendan, algo ocurrió.
Al principio, tuvo una sensación extraña recorriéndole el cuerpo y empezando en el punto exacto en que su piel estaba en contacto con la suya. Y al instante en que llegó a su cabeza, Victoria sintió que sus ojos se cerraban solos.
No supo muy bien qué era, pero algo había cambiado. Incluso a su alrededor. El olor no era a libros viejos, y la sensación no era de estar encerrada. Su piel se estaba calentando por lo que parecían rayos de sol. Y una oleada suave le movió ligeramente el pelo. De hecho, le parecía que estaba... ¿al aire libre?
Abrió los ojos, confusa, y al bajar la mirada vio que ya no estaba rodeando la muñeca de Brendan. De hecho, estaba sola.
Dio un respingo y miró a su alrededor. El sol era tan fuerte que sentía que el calor iba en aumento por culpa de su pijama de invierno. Era como si estuviera en pleno verano, pero... ¡era invierno, no era posible!
Y entonces se dio cuenta de que sabía dónde estaba. Había estado ahí antes. Se quedó mirando la casa de Caleb y, efectivamente, comprobó que estaba en el patio trasero.
Pero... ¿qué demonios hacía ahí?
—¡Espera un momento!
Victoria dio un respingo, sobresaltada, y se dio la vuelta rápidamente hacia la entrada de la cocina, cuya puerta trasera acababa de abrirse de un golpe.
Observó, pasmada, como un Axel mucho más joven que el que ella conocía bajaba las escaleras del porche trasero hecho una furia.
De hecho, ni siquiera tenía el pelo teñido. Tenía un tono rubio oscuro muy natural. Y sus facciones parecían extrañamente... más suaves de lo que le habían parecido la última vez que lo había visto.
Parecía tener... ¿unos quince años, quizá?
¿Cómo...?
—¡Axel!
Levantó la mirada. Una chica que no había visto en su vida también salió al porche trasero. Era bastante delgada, con el pelo rubio y muy corto, la piel pálida y los ojos castaños y grandes. ¿Quién era esa?
—¡Axel! —repitió, siguiéndolo.
Victoria se apartó inconscientemente cuando vio que el Axel joven se acercaba a ella, pero no sirvió de nada. Justo cuando pensó que iba a empujarla, su cuerpo entero se quedó helado porque la... atravesó.
Literalmente.
Victoria tuvo una extraña sensación de frío por la zona que él había atravesado y lo siguió con la mirada, aterrada, cuando él se metió en el bosque sin mirar atrás.
Casi no había podido reaccionar cuando la chica se detuvo a su lado y lo vio desaparecer con una mueca de disgusto.
—Sois demasiado duros con él —murmuró, negando con la cabeza.
Y entonces Victoria se dio cuenta de que había una tercera persona ahí, detrás de la chica. Brendan.
Pero... no parecía el Brendan que ella recordaba.
Parecía... alegre. Feliz. Mucho más cálido.
Su pelo estaba bastante más ordenado. Su piel parecía ligeramente bronceada. Y no vestía completamente de negro.
Y, lo más importante, sus ojos no estaba negros.
Victoria se acercó instintivamente a él y se quedó mirando dos ojos castaños verdosos que seguían a la chica rubia acompañados de una pequeña sonrisa.
¿Y si Caleb también los tenía así antes de...?
—Tiene razón —le dijo Brendan, e incluso su tono de voz parecía menos lúgubre que el que había usado jamás delante de Victoria.
—No, no la tiene —la chica se giró hacia él con el ceño ligeramente fruncido—. No podéis exigirle a Sawyer que me mantenga aquí si no quiere hacerlo.
—Sawyer siempre habla y nunca hace nada, Ania.
Espera, ¿Ania...?
La miró mejor. Ahora se fijó en cada detalle. Como si fuera muy valioso.
Ania avanzó hasta plantarse delante de Brendan y se cruzó de brazos.
—Eso no lo sabes —le dijo.
—Sí que lo sé. Lo conozco más que tú. Y, créeme, si creyera que lo dice en serio no estaría tan tranquilo.
—Sí, seguro que la perspectiva de perderme de vista te pondría muy triste.
—Para una vez que dices algo coherente, vas y lo haces con ironía.
Ania sonrió y lo empujó ligeramente por el pecho. Victoria se quedó pasmada al ver que Brendan le devolvía la sonrisa. Y no era una sonrisa general. Era una sonrisa genuina. Íntima.
Tan íntima que incluso ella estuvo a punto de ruborizarse.
Ni siquiera Caleb había le sonreído jamás de esa forma.
De hecho, Ania sí se ruborizó. Y se aclaró la garganta, como si quisiera recuperar el control de la conversación.
—Si Sawyer decidiera echarme... —empezó, señalando a Brendan—, prométeme que no harás ninguna tontería.
—Claro —le dijo él, obviamente sin tomárselo en serio.
—Brendan, de verdad, aunque yo no esté, no significa que tú tengas que...
—Deja de hablar de eso, no voy a dejar que te aparte de aquí. Y lo decía en serio, Ania, Sawyer no haría eso. Estarás bien.
Ania pareció dubitativa, pero asintió una vez con la cabeza.
Brendan, al notar que se había calmado, tiró de su muñeca hasta tenerla plantada justo delante de él. Ella volvió a ruborizarse cuando él se inclinó y le dio algo a la oreja que Victoria no alcanzó a escuchar.
Justo cuando Brendan ladeó la cabeza para besarla, Victoria sintió que la oscuridad la envolvía otra vez.
Al abrir los ojos, su respiración estaba completamente descontrolada. Lo primero que vio fue que su mano seguía rodeando la muñeca de Brendan, que había soltado la pistola bruscamente y ahora estaba en el suelo.
Se giró hacia él y vio que estaba pálido, mirándola fijamente. Lo que le indicaba que él había visto lo mismo que Victoria.
—Yo... —empezó ella, perpleja.
—¿Cómo...? —Brendan frunció el ceño, incapaz de terminar la frase.
Y, de pronto, su cara pasó de estar lívida a adquirir un matiz sombrío propio de la ira. Apartó el brazo de Victoria tan bruscamente que ella estuvo a punto de caerse al suelo.
—¿Cómo coño has hecho eso? —espetó, furioso.
Victoria intentó decir algo, pero estaba tan pasmada como él. Iver se había acercado evitando a Bigotitos, confuso.
—¿Qué ha pasado? —preguntó.
—Creo que he visto uno... uno de sus recuerdos —dijo Victoria en voz baja.
—¡Y me has obligado a verlo a mí! —casi le gritó Brendan, furioso—. No sé cómo coño lo has hecho, pero ni se te ocurra volver a hacer esa mierda conmigo. ¡Nunca!
Su pecho subía y bajaba rápidamente cuando se giró y salió de la habitación a toda velocidad.
Caleb
Sawyer estaba claramente borracho y agotado cuando empezó a hacerles señas frenéticas por la bodega.
—Más os vale encontrar algo esta vez —espetó al final.
Caleb optó por no decir nada, pero Bexley no era tan buena callándose cuando tenía algo que decir.
—También podrías quedarte y ayudarnos en lugar de solo dar órdenes, ¿no?
Sawyer se giró hacia ella lentamente, pero Bex no le devolvió la mirada.
—Cuando quiera un consejo tuyo, te lo pediré —le dijo en voz baja—. Hasta entonces, mantén esa boquita cerrada, ¿está claro?
Bexley no dijo nada más esta vez. Caleb siguió a Sawyer con la mirada antes de que por fin los dejara solos.
—Imbécil —masculló Bex.
Caleb suspiró y se encaminó hacia la zona donde habían desaparecido varias botellas.
—Nunca he entendido por qué me aceptó en el grupo si me odia tanto —murmuró Bexley detrás de él.
—Tienes una habilidad muy poderosa, Bex —le recordó.
—Sí. Debe ser lo único que le gusta de mí.
Caleb se agachó y pasó los dedos por la zona ahora vacía de la estantería. Todavía estaba un poco caliente. Alguien lo había tocado hacía muy poco tiempo, pero era incapaz de reconocer ningún olor significativo.
—¿Por qué odia tanto a las mujeres? —preguntó Bex.
Caleb se encogió de hombros, yendo hacia la ventana por la que habían escapado los que habían entrado.
—No lo sé —admitió—. Siempre lo ha hecho. Nunca he visto que entablara una conversación con una mujer. A parte de ti y Ania, claro. Y tampoco es que fuera muy simpático.
—Sinceramente, cuando quiso deshacerse de Ania, pensé que era solo por ser una chica. Y que yo era la siguiente.
Caleb no dijo nada. Revisó la ventana pequeña abierta desde dentro con la mirada. De nuevo, no era capaz de percibir nada extraño.
—Pobre Ania —añadió Bexley con una mueca, observando a su alrededor—. No se merecía terminar así.
De nuevo, Caleb no dijo nada. Estaba centrado en su trabajo. Y después de revisarlo todo durante unos minutos sin resultados, empezó a darse por vencido otra vez.
Sin embargo, justo cuando estaba a punto de apartarse de la ventana, vio en el exterior algo que resplandeció. Frunció el ceño.
—Aunque... bueno —Bexley seguía hablando—, supongo que ninguno de nosotros morirá tranquilamente de vejez. No conozco a casi nadie que haya muerto así y que sea como nosotr...
—¿Qué es eso?
Bexley se detuvo y lo miró, confusa.
—¿El qué?
Caleb terminó de abrir la ventana, que era bastante pequeña, y se impulsó hacia arriba para salir por ella. Bexley lo siguió rápidamente. Estaba lloviznando cuando llegaron al final del callejón trasero de la fábrica, junto a unos contenedores tan abandonados que estaban cubiertos de basura vieja.
Él se detuvo y se agachó a unos pocos metros de uno. Lo que había visto resplandeciendo era un trozo de vidrio. Vidrio de una botella de vino. Lo levantó con el ceño fruncido y se lo enseñó a Bex.
—Se le ha caído una botella —dedujo ella rápidamente, mirando a su alrededor.
—Está junto al contenedor.
Bexley se acercó rápidamente y apartó con la punta de la bota una de las bolsas. Era obvio que la habían movido hace poco, porque era la única que no estaba cubierta de polvo.
Efectivamente, ahí había dos botellas rotas que habían intentado esconder sin mucho esfuerzo ahí detrás. El rastro de vino se estaba borrando por la lluvia, pero era obvio que también habían intentado ocultarlo.
—¿A quién demonios se le cae la mitad de lo que ha robado justo al salir del edificio? —preguntó Bex con una mueca.
—A alguien torpe —murmuró Caleb—. O a alguien borracho, a lo mejor.
—¿Puedes seguir algún rastro?
Caleb se acercó al montón de cristales rotos y los revisó con la mirada concienzudamente hasta que una pequeña oleada de olor metálico y extraño le invadió las fosas nasales. Levantó uno de los trozos de cristal roto y enarcó una ceja al ver una pequeña mancha de sangre.
—Se cortó cuando intentó apartar los cristales rotos —le dijo a Bex.
—¿Puedes seguir el olor?
Caleb asintió y se puso de pie. Bexley lo siguió más allá del callejón.
Victoria
—¿Por qué se ha enfadado tanto?
Iver enarcó una ceja.
—Bueno, no creo que sea muy agradable que te obliguen a revivir recuerdos de tu exnovia trágicamente muerta, la verdad.
—Vale —Victoria le puso mala cara—. Tampoco pretendía hacerlo.
—Así que puedes ver los recuerdos de otras personas —Iver se cruzó de brazos, mirándola—. Eso es... interesante. No conozco a nadie con una habilidad así.
—Tampoco es que sea muy útil, la verdad.
—Si aprendes a controlarlo y a saber qué recuerdos quieres ver, yo creo que sí será útil. De hecho, muy útil.
Victoria se encogió de hombros, pensativa, mientras seguía acariciando la cabecita de Bigotitos, que roncaba tranquilamente sobre su almohada.
—Yo quiero una habilidad como las vuestras —se quejó—. Poder controlar los sentimientos de los demás, o escucharlo y verlo todo, o transformar a alguien, o ver el futuro... yo solo puedo ver el pasado. Qué asco de habilidad.
—Me encanta que siempre seas tan positiva, querida Vic.
Ella sonrió un poco, pero su sonrisa se quedó completamente congelada cuando un escalofrío de aviso le recorrió la columna vertebral.
Iver, que estaba paseándose tranquilamente por la habitación, la miró con confusión.
—¿Qué? —preguntó.
—Tenemos que irnos —dijo ella, poniéndose abruptamente de pie.
Iver pareció todavía mas confuso.
—¿Qué dices? No puedes salir de aquí.
—¡Iver, tenemos que irnos!
—¿Por qué?
—Creo que... —sacudió la cabeza—. No me preguntes cómo lo sé, pero Bex y Caleb están en peligro.
Él se quedó mirándola unos segundos antes de poner una mueca.
—¿Eh?
—¡Iver, acabo de ver los malditos recuerdos de otra persona! ¿En serio te extraña tanto que tenga el presentimiento de que les va a pasar algo malo a esos dos?
Eso pareció hacerlo reflexionar, porque su mueca confusa desapareció y dio paso hacia Victoria con los hombros algo tensos.
—¿Sabes dónde están?
—Yo... creo que sí. Pero voy contigo.
—¿Eh? No, de eso nada. No puedo...
—¡Iver, tu hermana y el idiota de Caleb podrían estar en peligro, reacciona de una vez!
Iver pareció dudar unos segundos, pero finalmente reaccionó.
—Más te vale no equivocarte —murmuró.
Victoria asintió y señaló a Bigotitos, que los observaba con aburrimiento.
—Bigotitos, vigila la casa.
Miau
Y volvió a dormirse tranquilamente, ignorándolos.
Caleb
El rastro los había llevado a un viejo edificio de apartamentos que parecía más bien un motel. Caleb cruzó el aparcamiento y miró el establecimiento con cierta desconfianza.
—Esto parece abandonado —le dijo Bexley en voz baja.
Caleb asintió, pero aún así siguió el olor y subió las escaleras de hierro hasta llegar al primer pasillo. Pasó por delante de las puertas de varios apartamentos con sonido en sus interiores, pero ninguno de ellos tenía ese olor característico. Subió otro tramo de escaleras.
—Esto no me gusta —le dijo Bexley.
—Ni a mí tampoco —admitió Caleb.
Recorrió el pasillo abierto. La lluvia seguía cayendo a su lado. Cerró los ojos un momento y tuvo la impresión de que estaba cada vez más cerca.
De hecho, estaba seguro de que Bexley iba a quejarse otra vez cuando se detuvo en seco y se giró hacia la puerta del apartamento número 45.
—¿Es aquí? —preguntó Bexley en voz baja.
Caleb asintió y sostuvo la mano por encima del cerrojo de la puerta. Todavía estaba caliente. Alguien lo había usado hacía muy poco.
Y, como si quisiera confirmarlo, se escuchó el ruido de algo cayendo al suelo y rompiéndose dentro del apartamento. Ambos sacaron sus pistolas casi al mismo tiempo.
Caleb intentó abrir la puerta, pero estaba cerrada por dentro. Y probablemente tenía la llave puesta al otro lado, así que intentar forzarla no serviría de nada.
Bexley resopló.
—Déjamelo a mí —le dijo con media sonrisita.
Caleb se apartó y vio, sorprendido, cómo Bexley levantaba la pierna y daba una patada con todas sus fuerzas al cerrojo, mandándolo volando unos metros más allá y haciendo que la puerta se entreabriera para ellos.
—Bueno, adiós al factor sorpresa —murmuró ella antes de que los dos entraran.
Victoria
—¡Es ahí!
Iver dio un volantazo del susto y le puso mala cara.
—¡No me grites de esa forma tan repentina!
—¡Iver, no hay tiempo para tus lloriqueos, aparca el coche!
—¿Mis...? ¡Oye, no te permito que...!
—¡IVER!
—¡VALE! —resopló—. Joder, qué mal genio.
Iver giró el volante y entró en el aparcamiento de lo que parecía un bloque de apartamentos abandonados. Aparcó en el lugar casi desierto y Victoria prácticamente saltó fuera del coche. La lluvia empezó a darle en la cabeza y en la cara, y tuvo que entrecerrar los ojos para poder ver dónde iba.
—¡Pero... espérame! —protestó, Iver, apresurándose a seguirla.
Victoria aceleró el paso y empezó a subir las escaleras.
Caleb
El apartamento estaba completamente a oscuras. La única luz que se filtraba era la que entraba ahora por la puerta abierta.
El olor ahí dentro era casi... repulsivo. Era una mezcla extraña de alcohol, drogas, basura, sudor y comida en mal estado. Caleb estuvo a punto de cubrirse la nariz con la mano, asqueado.
Bexley lo siguió en silencio cuando cruzó el pequeño salón hecho un desastre. Había dos puertas entrecerradas, pero lo que él quería era llegar a la cocina. De ahí venía el olor. Puso una mueca de asco cuando vio una botella de vino vacía en el suelo —de la bodega de Sawyer, claro— y la apartó con la punta del pie.
El olor se intensificó y frunció el ceño cuando rodeó la barra con la pistola preparada. Podía escuchar la respiración ligeramente acelerada de alguien. Aunque no sonaba como si estuviera... completamente consciente.
Y sus teorías se confirmaron cuando vio, tirado en el suelo de la cocina, a un hombrecito delgado con una cinta rodeándole el codo y una jeringuilla medio clavada en la vena.
Ambos se quedaron mirándolo un momento antes de que Bexley encendiera la luz y pusiera una mueca.
—Espera, ¿ese no es...?
—El hermano de Victoria, sí.
¿Cómo se llamaba? ¿Ian?
Caleb puso los ojos en blanco y se agachó a su lado. Le quitó la jeringuilla y la cinta y las dejó a un lado. Él seguía dormitando y murmurando algo en sueños.
¿Sabía Victoria que su hermano no se gastaba precisamente todo su dinero en alcohol? Seguramente no.
—¿Es el que ha robado el vino? —preguntó Bexley, perpleja.
—Eso parece.
—¿Y cómo...?
—Huele tanto a alcohol que es imposible diferenciar otro olor en él —dijo Caleb en voz baja.
Le agarró la muñeca y vio que efectivamente se había hecho un corte con un cristal en uno de los dedos. Todavía tenía el hilo de sangre seca que no se había molestado en limpiar.
—Vale, hora de que despierte —masculló Bexley, y escondió la pistola antes de darle con la punta de la bota en el brazo.
Ian empezó a mascullar algo y, de pronto, abrió los ojos e intentó incorporarse tan rápido que casi se dio con la cabeza en una encimera. Caleb se puso de pie con una mueca mientras él miraba a su alrededor, confuso.
—¿Qué...? ¿Dónde...?
—¿Qué demonios hacías en las bodegas de Sawyer? —le preguntó Bex directamente.
Ian levantó la mirada y los repasó a ambos. Sus pupilas eran tan pequeñas que apenas eran visibles.
—¿De... quién? —preguntó con voz arrastrada.
—Del tipo al que le has robado —aclaró Caleb.
—Oye... ¿tú no eres el novio de mi hermana?
—Responde —espetó Bex.
Él soltó una risita divertida.
—Uuuuuh.... yo pensé que era tuyo —se encogió de hombros felizmente, mirando a Caleb—. Un día paseaba por ahí y te vi entrando en el edificio... bueno, pensé que como eres el novio de mi hermanita no te importaría compartir un poco de alcohol conmigo.
—¿Cómo entraste en la bodega? —lo ignoró Caleb.
—Pues por la puerta principal.
Bexley le frunció el ceño.
—Di la verdad.
—¡Es verdad! Hace tiempo aprendí que si entras en un lugar como si fuera tuyo nadie se extraña. Ese es el truco.
Lo peor es que sonaba tan estúpido que parecía incluso verdad.
Caleb y Bexley intercambiaron una mirada antes de que Caleb se tensara y se girara hacia la puerta.
—¿Con quién vives? —le preguntó a Ian directamente.
—¿Vivir...? Esta no es mi casa, amigo mío.
Tanto Bexley como Caleb lo miraron al instante.
—¿Qué? —preguntó Bex en voz baja.
—Es la casa de mi exnovia y su nuevo novio —Ian puso una mueca—. O más bien donde guarda ella toda su basura. Y su droga. Creo que incluso guarda aquí nuestro...
Se calló al instante en que la puerta se abrió bruscamente y un tipo grande, enfadado y armado entró gritando algo en un idioma que ninguno conocía. Ian dio un respingo y se puso de pie tan rápido que casi se cayó al suelo.
El tipo alto, cuando identificó a Ian, lo apuntó a él con la pistola. Caleb y Bexley seguían sin saber qué estaba pasando.
—¡Tú! —lo señaló—. ¡Tú sabes dónde está Katya!
Ian dio un respingo y levantó las manos en señal de rendición.
—¡Yo no sé nada, no la he visto en meses!
—¡Sí lo sabes! ¡Ella me abandonó! ¡Ahora está contigo otra vez!
—¡Te lo juro, no la he visto en mucho tiempo! ¡Solo vengo a rob... eh... a recoger las cosas que me dejé por aquí!
Caleb vio que Ian echaba una ojeada detrás de él, hacia la ventana de la terraza que dividía su apartamento con el del vecino.
—¡Dime dónde está! —gritó el tipo desconocido.
—¡Vale! —dijo Ian finalmente—. Está en el aparcamiento. Se suponía que teníamos que reunirnos ahí hace cinco minutos.
El tipo alto enarcó una ceja y se giró para mirar el aparcamiento.
Y, claro, casi al instante en que lo hizo, Ian se dio la vuelta y salió prácticamente volando a la terraza del vecino sin mirar atrás, escabulléndose.
Caleb y Bexley seguían pasmados con la situación, dieron un respingo cuando el tipo alto se dio la vuelta y vio que eran los únicos que quedaban ahí.
—¿Dónde está el imbécil? —preguntó directamente, furioso.
—Se ha ido —le dijo Caleb con voz tranquila—. Así que hazte un favor a ti mismo y deja de apuntarnos con la pistola.
Eso pareció hacer que los pocos restos de paciencia del tipo terminaran, porque empezó a soltar improperios mezclando tanto su lengua como la de los tres que abusaron de las palabras dinero, zorra, imbécil y abandonar.
Justo cuando Caleb dio un paso hacia delante, el tipo se detuvo en seco y lo apuntó solo a él, quitando el seguro.
—No des un paso más —advirtió—. Ese tipo me debe dinero. Y parece que tú eres su amigo, así que vas a dármelo tú.
Bexley estaba muy quieta detrás de Caleb. Realmente parecía intimidada. Pero él solo puso los ojos en blanco.
—No es mi amigo, no es mi deuda y te aseguro que no te voy a dar dinero, así que deja de apuntarme con eso antes de que empiece a enfadarme.
El tipo soltó lo que pareció un insulto en su idioma.
O, al menos, soltó la mitad del insulto.
Porque cuando lo estaba pronunciando, Caleb vio que algo volaba hacia su cabeza y hacía que el tipo cayera desplomado hacia delante.
—¿Qué...? —empezó Bexley, confusa.
En cuanto el tipo estuvo en el suelo, Caleb levantó la vista y se quedó todavía más pasmado al ver a Victoria con un palo en las manos que soltó de golpe.
—¡Oh, no! —exclamó, aterrada—. ¡Lo he matado! ¡Mierda! ¡Solo quería dejarlo medio muerto, no muerto entero!
Para hacer la situación todavía más confusa, Iver se asomó por encima de su hombro y lo observó.
—No está muerto. Está inconsciente, idiota.
—Idiota tú.
—No, tú.
—¡No, tú!
—¡No, t...!
—Pero ¿qué demonios hacéis vosotros dos aquí? —espetó Bexley.
Ellos dos parecieron acordarse por fin de su presencia, porque los miraron a la vez.
—Ah, hola —sonrió Victoria—. ¿Qué tal? ¿Está todo el mundo bien? ¿Hemos llegado a tiempo?
Caleb reaccionó por fin al ver que ella iba vestida todavía con su pijama, ahora empapado. ¡Ni siquiera llevaba zapatos y había estado andando bajo la lluvia!
—¿Por qué no estás en casa? —preguntó directamente, enfadado.
Victoria le frunció el ceño.
—¡Para protegerte, idiota!
—No necesito protección. Necesito que dejes de meterte en problemas de una vez.
—¡Hace un momento este idiota te apuntaba con una pistola!
—Vale —Iver intervino antes de que siguieran discutiendo—. Que conste que solo he dejado que viniera porque, de alguna forma extraña, sabía dónde estabais. Así que espero que la ira de Caleb no vaya hacia mí.
Tanto Caleb como Bexley la miraron al instante.
—¿Cómo que lo sabía? ¿Cómo podías saberlo? —preguntó Bexley en voz baja.
—No lo sé. Solo lo sabía —Victoria se pasó una mano por el pelo húmedo por la lluvia—. Y menos mal que hemos llegado a tiempo, porque... ¡AAAAAAAAAAAHHHHHHHHH!
Ella se echó hacia atrás, aterrada, cuando la mano del tipo en el suelo repentinamente le rodeó el tobillo.
Caleb, por su parte, puso una mueca por el grito.
—Genial, ahora todo el mundo sabe que estamos aquí —murmuró Iver, sacudiendo la cabeza.
El tipo del suelo se llevó una mano a la cabeza dolorida mientras todo el mundo pasaba por su lado para salir del apartamento sin hacerle mucho caso, cosa que pareció ofenderle bastante.
Victoria
Caleb seguía con cara de cabreo cuando salieron del apartamento. Bexley e Iver habían avanzado un poco más y supuso que ella le estaba contando todo lo que había pasado.
—¿Es que ni siquiera se te ha ocurrido ponerte zapatos? —preguntó Caleb en voz baja—. ¿En serio?
—Perdón por tener prisa por salvar tu maldita vida.
—No tenías que salvarme. Me he salvado a mí mismo por muchos años.
—Eres insoportable, ¿lo sabías?
Él le puso una mueca, pero antes de seguir avanzando enarcó una ceja y volvió a girarse hacia la entrada del apartamento.
—¿Qué? —preguntó Victoria, confusa.
Él frunció un poco el ceño.
—Es... no lo sé. Espera aquí.
—Qué más quisieras.
Lo siguió y para su sorpresa Caleb no protestó cuando pasaron por encima del tipo que seguía gimoteando en el suelo por el golpe que se había llevado en la cabeza.
Caleb lo miró con desconfianza.
—¿Quién más hay aquí dentro? —preguntó.
Victoria abrió mucho los ojos. ¿Es que había oído a alguien más?
El tipo del suelo solo soltó una risa algo cruel mientras Caleb le fruncía el ceño y cruzaba directamente el salón el dirección a una de las dos puertas. Victoria se apresuró a seguirlo cuando empujó la puerta con el hombro.
Estaban en una habitación bastante mugrienta que olía casi tan mal como el resto de la casa, pero Caleb tenía razón. Había alguien más ahí.
Victoria tiró inconscientemente de su brazo para que Caleb se girara en la misma dirección que ella y viera una figura pequeñita encogida y escondida en un rincón de la habitación.
Un niño pequeño.
—¿Qué...?
—Es el hijo de la zorra —masculló el tipo de la entrada, que seguía en el suelo.
Victoria enfocó un poco la vista y sintió el momento exacto en que su corazón se partía al ver que el niño, de unos dos años, llevaba ropa sucia, estaba mugriento y tenía las mejillas empapadas de lágrimas. Por no hablar de su aspecto. Era obvio que no había comido nada decente en mucho tiempo. Y tenía una marca de un moretón que se estaba curando bajo uno de sus ojos.
Por Dios, ¿quién podía dejar a un niño en ese estado?
—¿El hijo de quién? —preguntó Caleb.
—El de la zorra y tu amigo, imbécil.
Por la cara de espanto de Caleb, Victoria supo que algo era todavía peor.
—¿Qué pasa? —preguntó en voz baja.
Caleb la miró durante unos segundos sin saber qué decir hasta que parpadeó, como volviendo a la realidad.
—Es el hijo de tu hermano, Victoria.
Ella se quedó muy quieta durante lo que pareció una pequeña eternidad, sin comprenderlo.
—¿Cómo? —preguntó en voz baja.
—Hemos venido aquí siguiéndolo. Aquí su exnovia guarda droga y otras cosas. Es... es su hijo. El de ambos.
Victoria se giró automáticamente hacia el niño, que seguía llorando en un rincón, y sintió que empezaba a marearse.
¿El hijo de Ian? No, Ian no tenía hijos. Era imposible. Ella lo sabría. Y él no era tan irresponsable como para...
Vale, no.
Definitivamente podía ser su hijo. Sí que era un irresponsable.
—¿Dónde está su madre? —preguntó Caleb al tipo del suelo.
Él resopló.
—Probablemente borracha en algún rincón de la ciudad.
—¿Y qué hay del niño? ¿Quién se ocupa de él?
—Supongo que la zorra viene a darle comida de vez en cuando.
Victoria sintió una oleada de náuseas cuando se imaginó las condiciones en las que ese niño había estado viviendo y, cuando se giró hacia él, supo que no tenía otra alternativa.
Sintió que Caleb se tensaba cuando empezó a avanzar lentamente hacia el niño, cautelosa.
—Tranquilo, no te haré daño —le aseguró en voz baja.
Él ya no lloraba, pero seguía teniendo las mejillas empapadas cuando se encogió un poco más, aterrado.
Victoria se agachó a un metro de distancia y se señaló a sí misma.
—Mírame. ¿Ves cómo me parezco a tu padre? Soy su hermana —intentó que su voz sonara calmada, pero estaba de todo menos eso—. Me llamo Victoria, ¿te ha hablado de mí?
El niño la observó unos instantes más antes de asentir una vez con la cabeza dubitativo y asustado.
—Bien —Victoria se acercó un poco más—, ¿cómo te llamas?
El niño negó con la cabeza débilmente.
—¿No me entiendes?
Él asintió, indicando que sí lo hacía.
Victoria dudó visiblemente.
—¿No... tienes nombre?
Él negó lentamente.
Ella tragó saliva, intentando no demostrar lo mucho que eso la estaba alterando.
—No quiero hacerte daño. Quiero ayudarte. Tienes hambre, ¿verdad?
El niño asintió casi al instante, desesperado, y sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Ven conmigo, te daremos algo de comer, ¿vale?
Esta vez tampoco dudó. Dejó de abrazarse a sí mismo y se acercó torpemente a Victoria, que se dio cuenta de que estaba más delgado y sucio de lo que había previsto. Incluso llevaba un pañal usado. Ella intentó que su cara no revelara lo alterada que estaba.
El niño se detuvo delante de Victoria y extendió los brazos, cosa que ella tardó unos segundos en entender. Al menos, hasta que se acercó y lo levantó en brazos, dejando que le rodeara en cuello con sus bracitos delgados. Apenas pesaba nada.
Cuando se giró hacia Caleb, vio que él tenía una mueca de horror.
—¿Qué...?
—No voy a dejarlo aquí —aclaró, dejando muy claro que no iba a cambiar de opinión.
Caleb se pasó una mano por la cara, medio entrando en pánico.
—Pero... ¿qué demonios se hace con un niño?
—Por ahora, ir a comprar ropa, comida y pañales limpios —Victoria enarcó una ceja—. Y pagas tú. Por pesado.
Caleb la siguió con la mirada cuando ella salió del apartamento con el niño en brazos. Ninguno de los dos miró atrás.
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