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Capítulo 16

Victoria

Pasó los dedos por los brazaletes de cuero de la silla de madera y tragó saliva con fuerza.

—Sigues pudiendo decir que no —insistió Caleb detrás de ella.

Y Victoria, como había hecho hasta ahora, siguió ignorándolo.

No es que lo ignorara porque no le importara, era más bien lo contrario. Le dolía hablar con él y que esa expresión fría la afectara tanto como lo hacía.

Estaban todos reunidos en ese sótano viejo. Victoria levantó la cabeza y miró a los demás. Margo y Daniela seguían aquí. Daniela estaba medio escondida detrás de Margo, y Margo solo fruncía el ceño.

—¿Soy la única que ve algo raro en todo esto de encerrar a Vic en un sótano? —preguntó con una mueca.

—Si quiere desarrollar su habilidad, no tiene muchas más alternativas —murmuró Iver, que estaba apoyado en la pared. Seguía teniendo cara de cansancio por haber usado su habilidad con Victoria por tanto tiempo.

—Sigo sin estar de acuerdo con esto —masculló Caleb de mala gana.

—Bueno, suerte que nadie te ha pedido la opinión —le dijo Victoria sin mirarlo.

Notó su mirada afilada en la cabeza, pero igualmente se esforzó en ignorarlo y miró a Brendan.

—¿Estás seguro de que esto es lo mejor?

—Bueno, no sé si es lo mejor —Brendan se encogió de hombros—, pero si tienes una habilidad desarrollada es cuestión de tiempo que explote y salga. Y yo diría que es mejor que aprendas a controlarla antes de hacerlo. Si no... bueno, nunca he visto algo así, pero seguramente que no sería muy agradable.

—¿Y la parte de transformarme? —preguntó ella, torciendo el gesto.

—Tú preocúpate de controlar tu habilidad —le dijo Bexley, sonriendo y poniéndole una mano en el hombro bueno—. Cuando consigas hacerlo, ya decidirás si quieres convertirte o no.

—¿Qué pasa si decido que no?

—Bueno... tu habilidad nunca será tan potente como las nuestras —ella lo pensó un momento—. Ni tampoco tendrás nuestra resistencia, ni nuestro aspecto.

Victoria respiró hondo y volvió a mirar a su alrededor. La primera vez que pisó ese sótano, no creyó que pudiera llegar a ser un lugar en el que permanecer.

Y ahora... estaba planteándose quedarse ahí durante un tiempo indefinido.

—¿No podría salir? —preguntó Victoria, dudando.

—No hasta que termines —murmuró Bexley con una mueca de comprensión—. Se trata de tenerte aislada para que solo puedas centrarte en esto.

—¿Y... visitas? —sugirió Daniela, que sostenía a Bigotitos en brazos.

El gato, por cierto, estaba roncando felizmente. El único ser vivo al que soportaba a ese nivel —a parte de Victoria— era Daniela.

Bueno... y el maldito de Caleb, también.

—Cada día bajará alguien a darle comida y bebida —les dijo Iver—. Y también para ayudar con la habilidad.

—Es decir —Margo enarcó una ceja—, que nosotras no podemos bajar.

—Vaya, qué buena capacidad deductiva —murmuró Brendan.

Margo lo asesinó con la mirada antes de mirar a Victoria.

—Pero ¿tú estás segura de todo esto? ¿No te parece un poco... disparatado?

—Es por su bien —le aseguró Bexley—. Si tiene una habilidad desarrollada y está bloqueada... podría salir en cualquier momento. Y ni siquiera estamos seguros de cuál es. Podría hacer daño a alguien.

—O hacérselo a sí misma —añadió Caleb en voz baja.

Victoria suspiró y les dio la espalda. Todavía le palpitaba la cabeza y el hombro. No estaba muy segura de si estaba en condiciones de tomar una decisión así. Se detuvo junto a una de las estanterías mientras ellos seguían discutiendo entre ellos y pasó la mano del brazo bueno por encima de los lomos de los libros, intentando pensar con claridad. Apenas unos segundos más tarde notó que alguien se acercaba a ella.

Ni siquiera tuvo que girarse para saber quién era. Puso mala cara.

—No me hables —masculló.

—Solo quiero que sepas que no estás obligada a aceptar —le dijo Caleb.

—Lo sé perfectamente. Lo has dicho cincuenta mil veces.

—Victoria...

—¿Qué? —espetó, mirándolo.

Él pareció ligeramente sorprendido por esa forma de hablar, pero no dijo nada.

—¿Vas a volver a protestar porque quiera decir que sí? —insistió Victoria, algo irritada—. Porque si es eso, puedes ahorrártelo y volver con los demás.

—En realidad, iba a preguntarte si necesitabas que me encargara de algo —replicó, molesto.

Ella le puso todavía peor cara, pero la verdad es que eso le gustó.

—Bueno, alguien tendrá que hablar con Andrew, mi jefe —masculló, a la defensiva—. Y con mi vecina. Se preocupará si no sabe nada de mí en mucho tiempo. Se lo diré a Daniela o Margo y...

—No las molestes. Lo haré yo.

Victoria lo miró con una mueca.

—¿Tú hablarás con mi jefe y con la señora Gilbert? —preguntó, escéptica.

—¿Por qué no?

—Bueno, no creo que a mi jefe le haga mucha gracia ver al tipo que fue a darle una paliza.

—Que le jodan.

Victoria levantó un poco las cejas, sorprendida.

—¿Y la señora Gilbert?

—Escríbele una carta diciendo que estarás ausente unas semanas o algo así y yo se la dejaré en casa.

Victoria consideró la propuesta durante unos segundos, mirándolo casi como si esperara que él fuera a echarse atrás, pero Caleb solo esperaba en silencio.

—Muy bien —dijo al final, mirándolo con la misma expresión—. Pero no quiere decir que vayas a volver a gustarme solo por eso.

Caleb sacudió la cabeza.

—Lo tendré en cuenta.


Caleb

Al día siguiente, entró en el edificio de Victoria por la puerta principal, cosa que se le hizo un poco rara.

Tenía la carta en el bolsillo. La sacó y la leyó rápidamente. Victoria le decía que iba a pasar unas semanas con sus padres, que se había llevado a Bigotitos y que en cuanto volviera la avisaría, que no se preocupara.

Subió las escaleras y recorrió el pasillo rápidamente. El olor a comida recién hecha llenaba el pasillo, empezando en la puerta de ese mujer. Pasó la carta por debajo tras asegurarse de que no estaba cerca y se giró para marcharse.

Sin embargo, el olor dulce de un bizcocho recién horneado fue sustituido por el agrio olor a sangre. A una sangre que desgraciadamente ya conocía.

Se giró hacia la puerta cerrada del piso de Victoria y apretó los labios, dudando, antes de acercarse y forzar la cerradura rápidamente.

Nada más entrar, el olor se multiplicó. Nadie había limpiado ese piso, obviamente, y seguía tal y como lo habían encontrado Bexley e Iver al ir a buscar a Victoria.

La verdad es que le jodía un poco que no lo hubiera llamado a él directamente, pero a la vez podía entenderlo.

Caleb paseó la mirada por el piso. Había una bandeja rota en el suelo, una estantería con libros descolocados y caídos, cristales rotos y marcas de sangre por todas partes.

Se acercó al cuchillo y solo por el olor supo que Victoria no había sido la última en sostenerlo. Había sido Axel.

Solo pensar en lo que podría haberle hecho... y Caleb podría haberlo impedido. Podría haberse quedado con ella. Si lo hubiera hecho, nada de esto hubiera sucedido.

Sacudió la cabeza, intentando centrarse, y se giró hacia la cocina. También había cosas desordenadas por ahí, pero lo que más le llamó la atención fue la punta de una de las encimeras, cubierta de una fina capa de sangre. Casi al instante, le vino a la mente la imagen de la herida de la sien de Victoria y sintió que empezaba a hervirle la sangre al deducir lo que había pasado.

Intentó calmarse. No era el momento de cabrearse. El momento sería cuando encontrara a Axel. Porque iba a hacerlo.

Fue a la habitación de Victoria y vio que había también cosas fuera de lugar, pero la más llamativa era la ventana forzada. Victoria nunca la cerraba del todo, pero supuso que esa noche lo había hecho, enfadada, para que Caleb no pudiera volver.

Intentó centrarse de nuevo y llenó una mochila de Victoria con toda la ropa que pudo. Al salir de su casa, por algún motivo, se detuvo para recoger también la plantita.


Victoria

—Bueno —Iver y Bexley la miraron—, ¿estás lista?

Victoria asintió. Había dormido unas horas, sola ahí abajo, y la verdad es que le habían venido muy bien. Se sentía mucho mejor, aunque seguía doliéndole la mayor parte del cuerpo.

—Vale —Bexley respiró hondo, pues siéntate ahí.

Victoria tragó saliva y se dirigió a la silla de madera. Se sentó lentamente en ella con una mueca de dolor y se acomodó con las muñecas y los tobillos metidos en los lugares correspondientes. Bexley se acercó y se los ató con sorprendente suavidad mientras Iver arrastraba otra silla para quedarse sentado delante de ella.

En cuanto estuvo atada, se extrañó a sí misma al no sentirse insegura. Quizá era porque estaba con ellos dos y confiaba en ellos, pero estaba extrañamente... preparada.

—Vale —Iver la miró—. Es hora de intentar pensar en un recuerdo doloroso.

—¿Se vale el de vuestro amigo siendo un imbécil? —masculló Victoria.

Ambos sonrieron, pero Iver sacudió la cabeza.

—Creo que vamos a necesitar algo un poco más fuerte.

Victoria cerró los ojos, intentando pensar en algo, y le vino a la cabeza la charla que había tenido con Daniela. Y las pesadillas.

Sí, definitivamente se le ocurría algo más fuerte.

—Ya lo tengo —murmuró, mirando a Iver.

—Vale —él respiró hondo y apoyó los codos en las rodillas—. Pues... siento decirte que ahora viene lo más jodido.

Victoria asintió con la cabeza como si estuviera preparada, pero la verdad es que no estaba muy segura de estarlo.

Aún así, el ojo bueno de Iver se tiñó de negro.


Caleb

Entró en el bar de Victoria y echó una ojeada a las dos camareras, sus amigas. Ambas lo miraron de reojo, pero no dijeron nada, fingiendo que no lo conocían. Justo como habían acordado que sería mejor para todos.

Caleb cruzó el bar con la mirada clavada en el despacho del tal Andrew y el olor a marihuana, sudor y whisky se le antojó bastante desagradable, pero lo ignoró y abrió la puerta sin siquiera llamar.

El jefe de Victoria estaba sentado en su silla con los pies en el escritorio, fumando su porro tranquilamente, pero dio tal respingo cuando Caleb abrió la puerta que casi se cayó al suelo.

—¿Qué coño...? —masculló y lo miró como si fuera a matarlo.

Pero, claro, cuando dos segundos más tarde Caleb cerró la puerta detrás de él y Andrew lo reconoció, su mirada furibunda pasó a ser de terror puro.

—¿Q-que...? —empezó, y se movió tan rápido que se cayó de la silla de culo, aterrizando en el suelo y perdiendo el porro—. ¿Q-qué haces tú aquí? ¡No me hagas daño, por favor! ¡No tengo más deudas! ¡Lo juro!

Oh, no. Por favor, que no se pusiera a lloriquear otra vez.

Caleb se acercó a él y apagó el porro pisándolo con la bota por el camino. Andrew retrocedió por el suelo hasta que su espalda chocó contra la pared. Caleb se quedó de pie delante de él.

—No estoy aquí porque tengas deudas —aclaró lentamente para que lo entendiera—. Estoy aquí por una de tus empleadas.

—¿Eh?

—Por Victoria, concretamente.

Andrew enarcó una ceja, pasmado.

—¿Qué tienes tú que ver con mi Vicky?

La expresión calmada de Caleb se volvió hostil casi al instante.

—¿Tu Vicky? —repitió, irritado.

Vale, a la mierda la calma.

Se agachó y lo agarró de la nuca con una mano, levantándolo. El hombrecito se cubría la cabeza como si fuera a golpearlo, pero Caleb se limitó a empujarlo hacia su silla, donde aterrizó y se quedó sentado con cara de horror.

—Vamos a dejar algo claro —espetó, acercándose a él—. Es tu empleada, así que deja de referirte a ella como si fuera algo de tu propiedad.

—P-pero...

—Y deja de llamarla dulzura —añadió, enfurruñado—. Me pone de los nervios.

Andrew seguía pálido y con las manos en alto, como para rendirse, cuando asintió frenéticamente con la cabeza.

—V-vale, no se lo diré. ¡Te lo juro!

—Bien —Caleb le dio la vuelta a su silla para que se quedara mirando el escritorio y rodeó la mesa para sentarse en la silla que había al otro lado—. Ahora que hemos aclarado eso, podemos hablar.

Andrew lo miraba como si se hubiera vuelto loco, pero a Caleb le daba bastante igual. Apoyó los codos en su mesa, mirándolo.

—Victoria no vendrá a trabajar en un tiempo —aclaró—. Pero tú no vas a despedirla porque eres un jefe excelente, ¿verdad?

Andrew siguió mirándolo fijamente con una mezcla de miedo y perplejidad.

—¿Verdad? —insistió Caleb, enarcando una ceja.

—Sí, sí, sí —se apresuró a decir él frenéticamente—. P-pues claro. ¡Que vuelva cuando quiera, será bienvenida!

—Perfecto. Y ya que estoy aquí, hablemos de su contrato.

La expresión de Andrew se volvió un poco precavida.

—B-bueno... mi Vi... es decir, ejem... Victoria... todavía no tiene contrato, je, je...

—¿Todavía?

—Sí, bueno, i-iba a hacérselo —añadió enseguida—. Y lo haré, claro. Se... mhm... se lo ha ganado.

—Genial —Caleb enarcó una ceja—. Creo que este es el momento perfecto para hacerlo.

Andrew se quedó mirándolo un momento.

—¿C-cómo?

—Que vas a hacérselo ahora mismo. Delante de mí —Caleb apoyó la espalda en el respaldo de su silla y se cruzó de brazos—. Y date prisa. Tengo cosas que hacer.

Andrew siguió mirándolo como un idiota durante unos segundos antes de por fin reaccionar y empezar a buscar frenéticamente entre sus papeles.


Victoria

Pese a que tenía ganas de gritarle que parara, se mantuvo callada con el cuerpo entero tenso y los dedos clavados en la silla con tanta fuerza que dolía.

Y, pese a que ella estaba empezando a ser consumida por la desesperación, la voz de Iver era calmada y suave.

—¿Sabrías decirme en qué parte de la habitación está Bexley? —preguntó.

Victoria tenía el cerebro medio nublado. Era como si las palabras de Iver entraran en medio de una neblina de dolor y desesperación. Tenía los ojos llenos de lágrimas cuando lo miró, pero se negó a permitir que salieran.

—No —dijo con un hilo de voz.

Iver suspiró y su ojo oscuro resplandeció cuando Victoria se encogió en su silla, aumentando la presión en su cabeza.


Caleb

Estaba a mitad de camino de casa con la plantita en el asiento del copiloto. Por algún motivo, había decidido que era una buena idea ponerle el cinturón de seguridad.

Pero, entonces, una idea fugaz cruzó su mente.

Mierda. Ya sabía dónde estaba Axel.

Detuvo el coche casi en seco, haciendo que la plantita se mantuviera gracias al cinturón,  y dio media vuelta.


Victoria

—Para —ya no pudo aguantarlo más—, por favor, para, Iver. ¡Para!

—Tienes que aguantar un poco más —le dijo Iver, simplemente.

—¡No, no puedo!

—Sí que puedes. Si no pudieras, lo sentiría —su voz siguió siendo tranquila—. Nos iremos de aquí cuando seas capaz de decirme dónde está Bexley, Victoria.

—¡No lo sé! —gritó, empezando a desesperarse.

La sensación se volvió casi el triple de peor y empezó a gimotear de dolor, intentando liberar sus muñecas y haciendo que los golpes de la noche anterior le mandaran un latigazo de dolor por todo el cuerpo, empeorando la situación.

—Por favor... —suplicó.

—Yo no soy Caleb, no vas a convencerme así.

Ella gimoteó, intentando librarse del dolor.

—Me iré cuando lo digas, Victoria —insistió Iver.

Victoria cerró los ojos, desesperada, y tiró con fuerza de sus fuerzas. Sus tobillos empezaron a doler de verdad, pero no eran nada comparado con su cabeza.

—¿Dónde está Bexley, Victoria?

—¡No lo sé! —insistió.

—Sí que lo sabes.

—Por favor, por favor...

—Dímelo y...

—¡Está al otro lado de la habitación tocando el lomo de El viejo y el mar, de Hemingway!

Notó que el dolor desaparecía de golpe y se dejó caer contra la silla, jadeando y con los ojos todavía llenos de lágrimas. No le había caído ni una. Intentó controlar su respiración al mirar a Bexley, que se había acercado y la miraba con la misma cara de sorpresa que Iver.

—¿Cómo lo has sabido? —preguntó Bexley en voz baja.

—Me lo ha preguntado Iver —gimoteó Victoria.

—No, te he preguntado dónde estaba —aclaró él, todavía pasmado—. ¿Cómo demonios has podido saber qué estaba haciendo... sin mirarla?

Victoria sacudió la cabeza. Ahora mismo, le daba igual. Solo quería acostarse un rato. Estaba agotada.

Los dos le quitaron los grilletes de cuero y ella se acarició las muñecas, dolorida.

—Bueno —Iver suspiró—. Lo has hecho muy bien. Es mejor que descanses un poco.


Caleb

Aparcó bruscamente el coche delante de la fábrica y cerró los ojos un instante. No había nadie alrededor. Bien. Miró arriba. La luz del despacho de Sawyer estaba encendida. Pero no iba a verlo a él.

Bajó del coche y empezó a notar que le hervía la sangre cuando pasó de largo por delante de la entrada delantera de la fábrica. Un olor asquerosamente familiar le inundó la nariz cuando se acercó a la zona este del edificio.

Pues claro que estaba ahí, ¿cómo no se le había ocurrido hasta ahora?

Era la zona que solía tener para ellos Sawyer cuando eran pequeños. Especialmente cuando todavía no sabía a qué casa destinarlos. Abrió la puerta y cruzó el pasillo desierto sin hacer un solo ruido. Abrió la última puerta bruscamente.

Y ahí estaba.

Axel se giró de golpe. Estaba en el cuarto de baño inmenso, delante del espejo, y parecía que había estado aplicándose algo a la herida que tenía en la oreja, que seguramente le había hecho el gato ya no tan imbécil al saltarle a la cara. De hecho, tenía la cara entera llena de mordiscos y heridas de garras gatunas.

Al instante en que Axel se dio la vuelta y lo vio ahí de pie, su cara se volvió pálida y soltó de golpe lo que tenía en la mano.

—Re-relájate —empezó, retrocediendo.

Caleb no dijo nada, pero sintió que se le crispaban los puños. Axel dio otro paso atrás, levantando las manos.

—No tienes por qué...

Se calló cuando Caleb cruzó la estancia con dos zancadas, lo agarró de la nuca bruscamente y le estampó la cabeza contra la encimera, justo como él había hecho con Victoria.

Tuvo la tentación de repetir lo mismo más veces, pero se contuvo a sí mismo cuando escuchó el jadeo agudo de dolor de Axel.

Le soltó la nuca, intentando calmarse y Axel cayó al suelo con una brecha en la frente que empezó a gotear sangre sangre .

En cuanto vio que Caleb volvía a acercarse, intentó echarse hacia atrás y protegerse la cabeza con las manos.

—¡Espera, no...!

Sinceramente, ese puñetazo en la costilla fue el más satisfactorio que había dado en su vida.

Y el que le dio después en la cara... tampoco estuvo nada mal.

Axel se dobló de dolor, pero Caleb no pudo hacerle caso porque ya estaba ocupado agarrando el cuello de su camiseta en un puño y levantándolo un poco para que lo mirara a la cara. La sangre le chorreaba por la frente, desde la herida, y Caleb supo que la suya era mucho peor que la de Victoria.

Le daba igual. Se lo merecía. De hecho, se merecía algo peor.

—Ella no te había hecho nada —le dijo en voz baja, furioso—. Podrías haber ido a por mí. Podrías haberme intentado hacer daño a mí, pero optaste por ir a por una chica que estaba completamente sola.

—Yo no...

—¿Qué pasa? ¿Solo eres valiente cuando te metes con alguien más pequeño que tú?

Tuvo el impulso de girarle el hombro y dejárselo justo como había estado el de Victoria el día anterior, pero se contuvo a sí mismo.

—Si me matas, Sawyer te matará —le dijo Axel lentamente.

—Sawyer me intentará matar igual, así que deja de llorar por tu miserable vida.

—¡No tiene por qué matarte, no le he contado nada!

Caleb puso los ojos en blanco y sacó la pistola, clavándole la punta en la sien.

—¿Te creías que no iba a venir a por ti solo porque te has escondido en la maldita fábrica? —espetó, furioso—. Eres un cobarde.

—No, espera, no...

A la mierda. Quitó el seguro.

Sin embargo, apenas lo había hecho y ya supo que alguien se acercaba por el pasillo. No se movió en absoluto cuando Sawyer se detuvo en la puerta del cuarto de baño.

—Pero... ¿se puede saber qué demonios hacéis?

Espera, ¿qué?

¿No iba a llamar a los de seguridad para que mataran a Caleb por traicionarlo?

Caleb miró a Axel, que le dedicó una mirada significativa. ¿Por qué demonios no le había dicho nada a Sawyer?

—Suéltalo ahora mismo —espetó Sawyer, acercándose a ellos—. Kéléb, es una orden.

Caleb dudó. Podía dispararlo y matarlo, pero eso significaría descubrirse a sí mismo. 

Aunque también estaba la posibilidad de que soltara a Axel y él empezara a hablar, claro.

Al final, solo pudo pensar en Victoria. Lo más seguro para ella es que Sawyer no supiera qué había pasado. Y si Axel tenía que seguir vivo unos días más para eso... bueno, pues lo haría.

Soltó a Axel bruscamente y su cabeza se golpeó contra el suelo en un ruido sordo. Él gimoteó y se la acarició, dolorido, cuando Caleb se puso de pie.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Sawyer, y parecía realmente molesto.

Caleb miró a Axel un momento, que todavía gimoteaba en el suelo.

—Que es un gilipollas —fue su conclusión.

—¿Y desde cuándo eso es una excusa para golpearlo así?

Sawyer se agachó tras dedicarle a Caleb una mirada de advertencia y repasó con los ojos a Axel.

—¿Qué le has hecho? —preguntó a Caleb.

—Le he abierto la frente y le he roto una costilla.

Y lo dijo tan tranquilo.

Sawyer volvió a parecer algo molesto, pero al final solo señaló la puerta.

—¿Por qué no te vas a casa por hoy? Creo que necesitas un descanso para calmarte un poco, hijo.

Caleb dedicó una última mirada de advertencia a Axel antes de darse la vuelta y marcharse.


Victoria

Abrió los ojos lentamente cuando notó que alguien le ponía una mano en el hombro bueno, sacudiéndoselo con suavidad. Y, muy a su pesar, supo enseguida de quién era esa mano.

—No me toques —le masculló a Caleb.

Él, que estaba sentado al borde de su cama, apretó los labios pero retiró la mano.

—Te he traído la cena.

El olor a comida hizo que el estómago de Victoria rugiera, así que pese a que quería quedarse en la cama un rato más para hacerle el vacío a Caleb, hizo un esfuerzo para incorporarse.

Él la observó sin tocarla cuando por fin consiguió quedarse sentada y le dejó la bandeja con comida y agua en el regazo.

Victoria le dedicó una miradita de reojo antes de empezar a comer. Realmente estaba hambrienta. De hecho, lo estaba tanto que por un instante se olvidó de que estaba enfadada con Caleb y solo pudo pensar en lo bueno que estaba todo.

—Iver está encantado —murmuró él, poniendo los ojos en blanco—. Por fin tiene a alguien a quien cocinarle.

Victoria estuvo a punto de responder, pero luego recordó que seguía enfadada y se limitó a echarle una miradita rencorosa y seguir comiendo.

Hubo unos instantes de silencio que al final fue él quien interrumpió.

—He dejado la carta y he hablado con tu jefe.

—¿Y qué tal? ¿Te ha mandado a la mierda? —a ella la mandaba a la mierda casi siempre.

—No —le aseguró Caleb, y sacó algo de su bolsillo.

Victoria dejó de comer un momento para mirarlo con desconfianza al agarrar el papel que le estaba dando. Lo leyó con el ceño fruncido, y su cerebro no empezó a asumir lo que era hasta que llegó a la mitad.

—¿Qué...? —preguntó en voz baja.

—Es tu contrato.

Levantó la mirada, pasmada, y luego volvió a bajarla hacia esa hoja de papel tan repentinamente valiosa.

—¿Qué? —repitió como una idiota.

—Solo tienes que leer las condiciones y, si estás de acuerdo, firmarlo. Yo se lo llevaré a tu jefe. Seguro que le encantará volver a verme.

Victoria siguió mirándolo con los ojos muy abiertos, pasmada.

—Esto no era... parte del encargo —dijo finalmente.

—¿Y qué?

—¡Que no tenías por qué hacerlo!

Caleb frunció un poco el ceño, dubitativo.

—¿No lo quieres?

—¡No es eso, es que...! —soltó un sonido de frustración—. ¿Por qué demonios haces cosas por mí y luego me tratas con esa... maldita indiferencia?

Caleb se quedó mirándola un momento con una genuina expresión de sorpresa.

—¿Yo te trato con indiferencia a ti? —repitió.

—¡Sí, te pasas el día con esa cara de... de que te importa todo una mierda, incluida yo!

—Te recuerdo que tú eres la que apenas me responde —le puso mala cara.

—Bueno, ¿y qué te esperabas después de echarme un polvo y tratarme como una basura?

Hubo un instante de silencio. La mirada de Caleb se volvió sombría.

—No fue así.

—Fue exactamente así —le devolvió la bandeja, malhumorada—. Vete de aquí. Quiero estar sola.

Esperó impacientemente a que él se marchara, pero solo se quedó ahí sentado mirándola fijamente.

—¡Vete! —repitió ella, frustrada.

—No.

—¡Que te vayas!

—No.

—¡CALEB!

—No.

Y ahí empezó un silencioso duelo de miradas mortíferas entre ambos.

Lo que más nerviosa la ponía es que él mantuviera esa voz estúpidamente calmada mientras que Victoria era un nido de nervios.

—¿No eres capaz de hablar las cosas en lugar de intentar echarme? —le preguntó Caleb directamente.

Oh, ese chico quería morir.

—¿Y de qué demonios quieres hablar? —ella le frunció el ceño—. ¿Qué vas a decirme que no sepa ya?

—No pretendía irme de esa forma, Victoria.

—Pues lo hiciste.

—Fue... algo impulsivo. No debí hacerlo. Lo siento mucho.

Ella negó con la cabeza, bajando la mirada a sus manos.

—Gracias por disculparte, pero eso no cambia nada.

—Sé que crees que me arrepiento de lo que pasó... entre nosotros, pero no es así. Nunca me arrepentiría de eso.

Vale, sí que lo creía. Pero tampoco iba a admitir que él tenía razón.

—Pues vale —se limitó a decir, muy madura.

—Todo lo que te he dicho hasta ahora era cierto, Victoria.

—¿Qué parte, exactamente? —preguntó, a la defensiva.

Caleb pareció un poco incómodo cuando dejó la bandeja a un lado y empezó a jugar con sus manos. Era la primera vez que lo veía así de nervioso.

—La parte de etéreo. La parte en la que fuimos a esa cita. La parte en la que tú y yo... todo lo que ha pasado entre nosotros. Era real. Y aunque pudiera no lo cambiaría.

—¿Y por qué te fuiste de esa forma, entonces?

Caleb se pasó una mano por el pelo, mirándola de reojo.

—Porque si Sawyer se entera de que estoy haciendo lo que hago contigo... primero me matará a mí y luego irá a por ti. Y no quiero que eso pase.

Victoria lo miró durante unos segundos que seguro que a él se le hicieron eternos, sopesando su respuesta.

—Algún día se enterará, Caleb —le dijo, temiendo obtener una respuesta que no fuera a gustarle.

Igual le decía que no. Que no tenía por qué enterarse porque lo que fuera que había entre ellos era pasajero.

Pero no, Caleb solo sacudió la cabeza.

—Pero el día que se entere estaremos preparados. Y ahora no lo estamos.

Victoria logró ocultar que la respuesta le había gustado más de lo que debería.

—¿No lo estamos? —preguntó.

—Tú estás herida. Y yo intento alejarme de ti lo menos posible. Al menos, hasta que sepa que estarás bien sin mí.

—Te recuerdo que Bigotitos y yo nos defendimos solos.

Caleb esbozó una pequeña sonrisa.

—Sí, ojalá hubiera podido ver eso.

—Espero que al menos empieces a tratar bien a mi pobre gato.

—Hoy le he acariciado la cabeza y no le he insultado —puso una mueca—. Ha sido raro.

Victoria tuvo el impulso de empezar a reírse, pero se contuvo porque seguía estando un poco a la defensiva.

—¿Lo estáis cuidando bien?

—Bexley se ocupa de él. Y parece que al gato no tan imbécil le gusta. A Iver le sigue dando miedo.

Victoria sonrió un poco, pero dejó de hacerlo cuando una duda le asaltó la mente.

—¿Por qué estás tan seguro de que Sawyer me haría daño solo por estar contigo?

Caleb la miró durante unos instantes y su expresión decayó.

—Es una larga historia.

—Tengo tiempo de sombra.

Él sonrió un poco antes de asentir con la cabeza.

—Cuando tenía quince años y llegaron Bexley e Iver... también llegó otra chica justo antes que Axel. Se llamaba Ania. Sawyer sospechaba que tenía una habilidad un poco extraña, pero no conseguíamos descubrirla. Se pasaba horas aquí abajo con Sawyer, pero nunca conseguía obtener respuestas de ella. Siempre... no lo sé, siempre se frustraba porque no conseguía sacarle nada.

—Puede que no tuviera habilidades.

—Todos las tenemos —Caleb sacudió la cabeza—. Lo que pasó es que su habilidad resultó ser muy poco útil a los ojos de Sawyer. Era capaz de curar heridas emocionales.

Victoria abrió mucho los ojos.

—¿Qué?

—Un recuerdo doloroso, algo de tu pasado que te persiguiera o que te hiciera sentir mal... ella, de alguna forma, conseguía cambiar ese recuerdo para que tú te sintieras bien al pensar en él.

—¿Y eso no es útil? ¡A mí me encanta! Los pobres psicólogos del mundo se quedarían sin trabajo.

—Sí, pero a Sawyer no le servía de mucho en su negocio —Caleb suspiró—. La mantuvo con nosotros, pero era obvio que no terminaba de convencerle. Además, era una chica. Sawyer odia a las mujeres. Es muy raro que acepte una en el grupo.

—Sí, Bexley me lo dijo —Victoria puso los ojos en blanco.

—La cosa es que siempre nos dividen en grupos de tres para ocupar cada casa, y Sawyer decidió dejarme a mí con Bexley e Iver en esta, y a Brendan, Ania y Axel en la otra. Así que ellos tres empezaron a hacerse amigos, y a estar más unidos. Al igual que nosotros tres.

—¿Por qué os separó a Brendan y a ti?

—No lo sé. Supongo que fue porque en esa época no nos llevábamos bien. Somos muy distintos. Discutíamos por cualquier cosa. Ania solía ser la que intentaba que reinara la paz entre nosotros —Caleb sacudió la cabeza—. Era muy buena chica. Demasiado buena para vivir en este negocio. Se merecía algo mejor que todo esto.

Victoria intento no preguntar.

¡De verdad que lo intentó!

Pero al final no pudo evitarlo.

—¿Te gustaba?

Caleb puso los ojos en blanco casi al instante.

—¿En serio? ¿Eso es lo que quieres saber?

—Bueno —ella enrojeció—, por la forma en que hablas de ella...

—No, Victoria. No me gustaba de la forma en que me gustas tú.

Bueno, eso consiguió disiparle las dudas.

—En cambio, ella y Brendan... —añadió Caleb.

Victoria dio un respingo.

—Espera, ¿qué? ¿Brendan y ella estaban juntos?

—Sí —Caleb sonrió un poco—. De hecho, mi hermano se volvió bastante menos insoportable cuando empezó a salir con ella. Y era tan obvio que babeaba por cualquier cosa que hiciera Ania que casi me entraban ganas de golpearlo cada vez que lo veía mirándola como si fuera lo mejor de este mundo.

—Estaba enamorado —lo defendió Victoria.

—El amor idiotiza.

—Tú sí que idiotizas.

Caleb sonrió, divertido, pero la sonrisa desapareció lentamente.

—La cosa es que... —se aclaró la garganta—, Sawyer al final decidió que la habilidad de Ania no era suficiente y dedujo que ni siquiera podría pasar la transformación, así que quiso deshacerse de ella.

Victoria se quedó muy quieta.

—¿Deshacerse... de ella?

—No de esa forma —Caleb sacudió la cabeza—. Una mujer de la antigua generación tiene una habilidad para borrar recuerdos. Lo que quería era borrarle toda la información que tenía sobre nosotros y mandarla a otro lugar para que empezara de cero.

—¿Cómo...? ¿Cómo pudo querer hacerle eso a una chica que había acogido en su casa? ¿Es que no tiene corazón? ¿O un poco de empatía?

—No lo sé, Victoria —admitió él—. Lo que sí sé es que Brendan se volvió loco en cuanto lo supo.

Hizo una pausa, apretando un poco los labios.

—Al principio pensó en escapar con ella, pero sabía que lo pillarían enseguida. Y solo le quedaba una alternativa para que pudiera quedarse con nosotros.

—Transformarla —dedujo Victoria en voz baja.

Caleb asintió lentamente.

—Brendan nunca había intentado transformar a nadie, pero estaba tan desesperado que... bueno, fue su último recurso. Y no funcionó.

De nuevo, hubo un momento de silencio. Victoria tragó saliva.

—¿Ella murió?

—Sí.

Victoria agachó un poco la mirada. Así que... esa era la persona que Brendan había intentado transformar.

—En el momento en que usó su habilidad por primera vez, a Brendan se le pusieron los ojos negros —le dijo Caleb en voz baja—. Y desde que murió Ania, no han vuelto a su color.

Él sacudió la cabeza.

—Cambió radicalmente después de eso —añadió—. Se marchó de nuestra casa y Axel se fue con él. No volvimos a hablar, pero escuché algunas cosas que había estado haciendo... que ni siquiera podrías empezar a imaginarte. Creo que algo se rompió en él, y ya nunca podrá arreglarlo.

—Quizá pueda. Con el tiempo.

—Nunca se lo va a perdonar, Victoria. No importa el tiempo que pase.

Ella no dijo nada. Solo se quedó mirándolo, afligida.

—¿Qué tiene que ver Sawyer con lo nuestro? —preguntó, algo confusa.

—En cuanto Sawyer se enteró de lo que había pasado y de que ellos estaban juntos... le dijo a Brendan que no sufriera, porque de haberse enterado antes la habría matado él mismo, así que habría muerto de todas formas.

Victoria entreabrió los labios.

—¿Cómo pudo... decirle algo así?

Caleb sacudió la cabeza, algo incómodo.

—Sawyer y Brendan siempre se han odiado —aclaró—. Solo lo mantiene con nosotros porque su habilidad es muy valiosa, pero se odian. Y si le dijo a alguien que odiaba que era capaz de matar a su pareja solo por ser una distracción... ¿qué crees que haría con lo nuestro, Victoria?

Ella se quedó en silencio un momento.

—Él no es nadie para decidir sobre tu vida, Caleb.

Él esbozó una sonrisa triste.

—Desgraciadamente, sí que lo es.

Victoria tragó saliva sin saber qué más decir.

—Entonces... ¿qué? —bajó la voz—. ¿Se acabó? Si es que alguna vez empezamos algo.

Caleb la miró al instante.

—Yo no he dicho eso.

—¿Y qué quieres hacer, Caleb?

—Yo... no lo sé —admitió, y apretó los labios—. Pero por mucho que lo intento no puedo alejarme de ti, así que yo descartaría esa opción.

Esta vez no pudo resistirse. Victoria sonrió un poco.

Sin embargo, dejó de hacerlo al instante, resentida.

—Tienes que dejar de ponerte a la defensiva cuando te asustas —masculló—. Y dejar de huir de mí cuando no sabes cómo manejar la situación.

—Ya te he dicho que lo sien...

—No lo sientas, solo... no lo hagas. No huyas. Habla conmigo.

Caleb asintió con la cabeza tras mirarla un momento.

—Vale —accedió finalmente.

—Promételo. No me fío de ti.

Él empezó a reírse, cosa que la afectó más de lo que debería.

—Dejaré de huir de ti —se puso una mano en el corazón—. Te lo prometo.

—Hazme la promesa de meñique.

Y estiró la mano hacia él con el meñique estirado, muy seria.

Caleb miró su mano y luego la miró a ella durante unos instantes.

—¿Que haga... qué?

—Que me hagas una promesa de meñique. Si la incumples, mueres.

—¿Cómo te vas a morir por...?

—¡Que la hagas!

Él dio un respingo y se apresuró a darle el meñique, confuso. Victoria lo enganchó con el suyo, muy digna.

—Bien —lo soltó, mirándolo—. Estás oficialmente perdonado. Más o menos.

—¿Más o menos? ¿Qué más quieres?

—Fuiste un capullo, así que tengo el derecho constitucional a estar enfadada contigo, al menos, una semana. Hasta entonces, te jodes y sufres.

—Pero...

—No es discutible.

Caleb le puso mala cara.

—Muy bien —accedió—. No lo entiendo, pero muy bien.

—Perfecto. Ahora dame mi cena.

—Te recuerdo que eres tú la que me la ha devuelto.

—Pero era solo para hacerme la digna.

Caleb puso los ojos en blanco y le devolvió la bandeja. Victoria empezó a comer felizmente otra vez. Él la miraba negando con la cabeza, pero decidió no hacer ningún comentario al respecto.

—¿Cómo te ha ido la primera sesión? —preguntó al final.

—Horrible.

Caleb entreabrió los labios, sorprendido.

—¿No habéis conseguido llegar a ningún resultado?

—Más o menos, pero... es difícil de aguantar —confesó ella en voz baja, removiendo su comida—. No pensé que fuera a ser tan malo.

—No quiero decir que te lo dije, pero... te lo dije.

—Gracias por eso, Caleb. Ha ayudado mucho.

—Sabes que si quieres irte solo tienes que decírmelo y te sacaré de aquí, ¿no?

Victoria sacudió la cabeza.

—No creo que a los demás fuera a gustarle demasiado eso.

—Bueno, nadie ha pedido su opinión. Te he pedido la tuya.

—Caleb, tu hermano tiene razón. Si tengo algo... raro... es mejor que aprenda a controlarlo antes de que surja de la nada.

Él pareció un poco contrario a eso, pero no protestó.

—Muy bien —murmuró al final—. Igualmente, les he dicho que por hoy te dejaran en paz. Necesitas descansar.

—¿Ahora eres mi enfermera? —bromeó, divertida.

Caleb le puso mala cara.

—Bueno, te dejaré sola —concluyó—. Duerme un poco más. Y termínate la cena.

—Sí, mamá.

—Deja de burlarte —se enfurruñó.

—Vale, mamá.

Puso los ojos en blanco y se levantó, pero se detuvo en seco cuando Victoria le rodeó la muñeca con los dedos.

—Espera —se aclaró la garganta, algo incómoda—. ¿Podrías... ejem... quedarte?

Caleb la miró con la duda grabada en los ojos.

—¿No se supone que estás enfadada conmigo?

—Bueno, ¿y tengo que dormir sola por eso?

Caleb sonrió un poco antes de volver a sentarse.

—Solo por esta noche. Se supone que deberías estar sola.

—Bueno, si tú no se lo dices a nadie, yo tampoco lo haré.

Y siguió comiendo felizmente.


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