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Capítulo 15

Victoria

Se quedó helada de pies a cabeza, mirando a Axel como si fuera un fantasma. Y lo único que hizo él fue aumentar su sonrisita macabra, avanzando lentamente hacia Victoria.

—¿Sabes? Ha sido difícil encontrarte —murmuró, pensativo, colocándose delante de ella con las manos en los bolsillos—. Tu novio ha sido bastante listo hasta ahora. Y no podía acercarme a ti cuando él estaba cerca porque habría sido un suicidio.

Victoria intentó retroceder instintivamente, pero su cadera chocó contra la encimera y se agarró a ella con fuerza, temblando de pies a cabeza e intentando pensar con claridad, pero era incapaz de hacerlo.

Al final, solo pudo formular una oración.

—Caleb volverá en cualquier momento.

Axel la miró un instante antes de soltar una risa despectiva entre dientes.

—No lo creo, cachorrito. Lo he estado siguiente desde una distancia prudente... y la verdad es que no parecía tener ninguna intención de volver aquí en mucho, mucho tiempo.

Victoria intentó recordar cada detalle de su cocina para encontrar algo que pudiera ayudarla. Lo que fuera.

Y lo que se le ocurrió fue el cuchillo que había dejado en la encimera.

Pero... ¿era ella capaz de clavarle un cuchillo a alguien, aunque fuera en un caso de defensa propia?

Bueno, no importaba. Solo necesitaba algo para que Axel retrocediera y ella pudiera salir corriendo. Solo eso.

Victoria movió el pie unos pocos centímetros hacia su derecha, muy disimulada. La mirada de Axel no abandonó la suya. Todavía tenía los ojos castaños y no negros. Supuso que era una buena señal.

—Sawyer quitó la orden contra mí —le recordó ella en voz baja.

—Sí, lo hizo, pero él no sabe que estoy aquí. Será una agradable sorpresa.

Victoria movió un poco más su cuerpo, esforzándose en mantener una conversación.

—¿Y por qué estás aquí, Axel?

Al menos, pareció un poco sorprendido al escuchar su nombre. La miró unos instantes con una ceja levemente enarcada mientras Victoria conseguía desplazarse unos centímetros más.

—Porque sé que eres un problema para mi jefe —concluyó él con expresión extraña—. Porque sé que si me encargo de ti estaría agradecido conmigo. Puede que con un poco de suerte incluso ocupara el lugar de tu novio.

—Si me haces daño, Caleb te...

—Cuando le diga a Sawyer lo que ha estado haciendo contigo, cachorrito, Caleb tendrá la misma suerte que tú. No me preocupa mucho.

Victoria tragó saliva ruidosamente y por fin consiguió colocar la cadera en la encimera en la que estaba el cuchillo. 

Su respiración era temblorosa y una capa de sudor frío le perlaba la nuca cuando empezó a mover, muy lentamente, la mano hacia atrás.

—No tienes por qué decírselo —insistió ella en voz baja, tranquila—. Si no me haces nada, si te unes a nosotros... yo sé que Caleb lo aceptaría. Y los demás también.

—Oh, ¿en serio? —él sonrió con cierta burla en los ojos.

—Sí, Axel, no tienes por qué hacer esto.

—Oh, pero quiero hacerlo. Disfruto haciéndolo. 

Victoria empezó a tantear disimuladamente en busca del cuchillo. La mirada de Axel se mantenía en la suya. Tenía que seguir conversando con él. Ya.

—¿Por qué? —preguntó, y esta vez si se notó que le temblaba la voz.

—Ya te lo he dicho, cachorrito. Es por ascender, no es nada personal. Si incluso me gustas. Quizá en otra vida hubiéramos podido llegar a salir juntos —pero la sonrisa despectiva que esbozó no era precisamente amigable, era más bien tenebrosa—. Si no te gustaran los amargados que nunca sonríen, claro.

—¿Y a qué precio vas a ascender? —ella ignoró todo lo demás, todavía tratando de encontrar el cuchillo—. ¿Al precio de matar a alguien? ¿Es eso en lo que quieres convertirte?

—¿Te crees que nunca he matado a nadie? ¿Te crees que tu novio tampoco lo ha hecho? ¿De verdad eres tan jodidamente ilusa?

—Axel, no necesitas a Sawyer. Él no es nadie. Tú eres perfectamente capaz de estar solo. No lo necesitas. Y lo sabes.

—Oh, no me digas.

—Yo sé lo que eres. Y eres más fuerte que él. Probablemente más fuerte que cualquiera de los de vuestra familia. Si vinieras con nosotros... Axel, seríamos imparables.

Su mano rozó algo. El cuchillo. 

Ocultó con todas sus fuerzas su expresión de triunfo, pero su corazón latía desbocado.

Axel soltó una corta risa despectiva, dando un paso en su dirección.

—Oh, pero... ¿te crees que os elegiría a vosotros antes que a Sawyer?

—Axel, creo...

—¿Te crees que tu novio te elegiría a ti antes que a Sawyer?

Victoria perdió por un instante el hilo de lo que estaban haciendo sus manos y se limitó a mirarlo con un nudo en la garganta, paralizada.

—¿Cómo? —preguntó en un hilo de voz.

Axel sacudió la cabeza con expresión de cruel diversión y se inclinó hacia ella.

—Cuando llegue el momento y él tenga que elegir... sabes que tú no serás la elegida. Lo sabes.

—No, eso no lo sabe nadie —insistió, pero su voz temblaba.

—Sawyer ha sido lo más cercano a un padre que ha tenido en su vida, cachorrito. Y lo ha cuidado, le ha enseñado todo lo que sabía y necesitaba... y ha hecho que se convirtiera en lo que es. ¿Qué tienes tú que ofrecerle a tu novio?

Victoria habló sin pensar.

—Amor.

Axel soltó una carcajada bastante desagradable, pero Victoria ni siquiera pudo reaccionar. Tenía un nudo en la garganta.

—¿Realmente crees que perdería un padre para ganar a una niña con la que echar un polvo? Deja de engañarte a ti misma.

—Yo confío en él. Y él confía en mí.

—¿Sí? ¿Y cuántas veces te lo ha demostrado? ¿Cuántas cosas te ha dicho que estés segura de que sean ciertas? ¿Qué te hace pensar que se acercaba a ti por algo que no fuera sacarte información y dársela a Sawyer?

—Él... Caleb no...

—Él no está enamorado, cachorrito —le puso un mechón de pelo tras la oreja, como si le diera lástima—. Solo cree en esa ilusión porque eres su novedad, pero llegará un día en que se canse de esa novedad y se aleje de ti. Y entonces... ¿qué pasará contigo?

Hizo una pausa. Victoria sintió que su cuerpo tensaba cuando apartó la mirada. Le escocían los ojos.

—En el fondo, te estoy haciendo un favor —murmuró Axel—. Vas a morir pensando que te quiere. No vas a tener que vivir para ver que no es cierto.

No. No iba a seguir aguantando esto.

A la mierda lo de la defensa propia. Se merecía que le clavara es cuchillo en el estómago.

Con el cuchillo en la mano, sin pensar lo que hacía, lo movió a toda velocidad junto a su cadera para ir directa al estómago de Axel.

Sin embargo, apenas se hubo movido y ya sabía que eso no iba a terminar bien.

Notó un fuerte tirón en la muñeca y el ruido del cuchillo cayendo el suelo resonó en la cocina. Y en su cabeza. De pronto, se encontró a sí misma de espaldas a Axel, con su pelo atrapado en un puño doloroso y sus muñecas en un agarre lo suficientemente fuerte como para que sintiera cómo la sangre dejaba de circular por sus dedos.

—¿En serio te creías que eso iba a servir para algo? —siseó Axel despectivamente.

Victoria no respondió. Solo soltó un ruido de dolor cuando el escozor agudo de su cuero cabelludo aumentó cuando Axel tiró hacia atrás.

—Creo que voy a divertirme más con esto de lo que pensaba —murmuró.

Y, antes de que Victoria pudiera siquiera procesar lo que estaba sucediendo, notó que él doblaba su cuerpo hacia delante y hacía que la cabeza de ella chocara violenta y directamente contra la encimera.

El dolor fue tan agudo y repentino que se sintió como si le hubieran disparado en la sien. Su cabeza quedó en blanco por un momento mientras ella notaba que Axel la soltaba. Sus piernas fallaron y trató de moverse a un lado para apoyarse en algún lado, pero su cabeza estaba zumbando y no pudo mantener el equilibrio, cayendo al suelo.

Ahí tumbada, empezó a notar que le palpitaba la cabeza con fuerza y un líquido caliente y ligeramente espeso se extendía por su mejilla y su cuello. Sangre.

Axel suspiró como si se estuviera aburriendo y recogió el cuchillo.

Mientras lo hacía, Victoria sintió que el dolor empezaba a ser insoportable y la vista se le nublaba. Sin embargo, como en otra galaxia, vio una cabecita peluda asomándose por el pasillo.

Al instante, hizo un gesto frenético hacia Bigotitos para que se alejara. Él retrocedió de nuevo, asustado, mirando a Victoria con impotencia.

—Bueno —Axel, de pronto, estaba de pie a su lado mirándola con una sonrisita mientras pasaba el dedo índice por el filo del cuchillo—. ¿Qué podría hacer ahora contigo, cachorrito? Creo que ni siquiera voy a usar mi habilidad. No vale la pena.

Victoria intentó decir algo, pero lo único de lo que fue capaz fue de gimotear de dolor. Dios, la cabeza entera le palpitaba. No podía pensar con claridad. Era como si le hubieran nublado el cerebro.

—Duele, ¿eh? —Axel sonrió—. ¿Alguna vez te han contado lo del sótano? ¿Cómo nos transformamos y nuestro proceso de vigía? Bueno, estoy seguro de que sabes de lo que estoy hablando. El dolor al que nos someten es... horrible. Creo que puedes hacerte una idea bastante aproximada gracias a esa herida tan bonita que tienes un la sien, ¿no?

Victoria no podía prestarle atención. Solo intentaba moverse inútilmente lejos de él, soltando sonidos dolorosos que escapaban directamente de su garganta. Subió una mano a su cabeza y notó que sus dedos se quedaba empapados en sangre espesa.

—Pero... creo que podrías aguantar un poco más —añadió Axel, dando una vuelta al cuchillo—. Sí, seguro que podrías aguantar un poco más.

Y, antes de que Victoria pudiera encogerse, él echó la pierna hacia atrás y le asestó una patada en el estómago que la envió varios metros hacia atrás, terminando con su espalda chocando con fuerza contra la pared.

Se quedó sin poder respirar varios segundos. Los peores segundos de su vida. Sintió que moría. Abrió la boca desesperadamente para buscar aire, pero no podía. Consiguió ponerse de rodillas en el suelo con los codos apoyados junto a su cabeza y, casi cuando pensó que iba a morirse de verdad, fue capaz de respirar dificultosamente, tosiendo.

Pero cada respiración que tomaba era un tortura. Era como si algo se hubiera clavado en sus pulmones. Cuando soltó una bocanada de aire, un jadeo de dolor agudo e insoportable escapó de sus labios y ya no pudo contenerse más.

Las lágrimas calientes empezaron a resbalar por sus mejillas, mezclándose con la sangre que le caía desde la herida. Pegó la frente palpitante al suelo en busca de algo de frío. O de lo que fuera. 

Estaba derrotada.

—Oh, no llores —Axel se puso en cuclillas a su lado, mirándola como si le diera lástima de nuevo—. ¿Qué va a pensar kéléb cuando te encuentre? Va a ver que has estado llorando. ¿No crees que se llevará una decepción? Todos creíamos que eras un poco más fuerte.

Victoria no dijo nada. No podía. Le ardía la garganta por los sollozos rotos que escapaban de ella.

Nunca había tenido que soportar tanto dolor. Y, a estas alturas, se sentía como si se estuviera muriendo lentamente. 

Cada vez que parpadeaba veía peor. Cada vez que respiraba entraba menos aire en su cuerpo. Cada vez que se movía más músculos de su cuerpo dejaban de responder a sus órdenes.

¿Eso era morir? ¿Notar como tu cuerpo iba apagándose sin poder hacer nada para impedirlo?

—Mírate —murmuró Axel despectivamente—. Qué decepción. Pensé que serías mucho más dura que esto. Me estás arruinando toda la diversión.

Victoria no pudo siquiera intentar resistirse cuando él la agarró bruscamente del cuello de la camiseta y empezó a arrastrarla hacia la entrada. La dejó en el suelo como si fuera basura y Victoria se encogió de dolor, intentando dejar de llorar.

—Mhm... —murmuró Axel, jugando con el cuchillo con ojos codiciosos—. ¿Qué más podemos hacer para que tu novio se vuelva loco al verte? ¿Qué podríamos... cortarte?

Fingió que se lo pensaba y empezó a señalar partes de su cuerpo con el cuchillo con una pequeña sonrisa completamente exenta de sentimientos.

—¿Un dedo? —sugirió, pensativo—. Mhm... podríamos cortarte un pezón. Oh, eso sería maravilloso —sonrió aún más—. O incluso la lengua. Así dejaría de escuchar cómo gimoteas de forma tan insoportable. 

Hizo una pausa, su sonrisa macabra aumentó.

—¿Qué me dices? ¿Qué regalito le gustaría más a tu novio?

Victoria no dijo nada. Estuvo a punto de cerrar los ojos, mareada, pero los abrió de golpe cuando él la sujetó del brazo y lo sostuvo delante de su cara, saboreando el momento.

—Creo que empezaremos por el dedo y luego seguiremos con lo demás —murmuró Axel.

Ella se encogió de terror cuando Axel le puso una mano en el suelo y apoyó la punta del cuchillo sobre su dedo meñique. 

Victoria sintió que su corazón empezaba a bombear sangre a toda velocidad. Todo su cuerpo se había tensado de forma tan brusca que, por un instante, creyó que iba a vomitar de puro terror.

—Aunque... —Axel la miró con una sonrisa—. Creo que también podríamos llegar a un trato. Solo tú y yo. ¿No crees?

Victoria lo miró, intentando respirar y moverse. Apenas podía hacer ninguna de las dos.

—El trato es muy sencillo, cachorrito —sonrió Axel—. Yo te suelto y tú me llevas a casa de tu novio... y me enseñas dónde está la entrada al sótano. A cambio, puede que dejara de hacerte daño. ¿Qué me dices?

Espera, ¿el sótano?

¿Cómo podía Axel no saber...?

Hizo memoria a toda velocidad. Recordaba esa puerta escondida al fondo de la habitación. Y, si no recordaba mal, el suelo tenía marcas de haber movido un mueble, por lo que era posible que estuviera oculta, precisamente, por Axel.

Ni siquiera lo pensó. Negó con la cabeza.

Por mucho que odiara a Caleb... y ahora mismo lo hacía... jamás iba a ser capaz de traicionarlo. Jamás.

Ni a Bexley. O a Iver.

No. No era discutible.

Axel enarcó una ceja y la presión en su dedo aumentó dolorosamente. Iba a cortárselo de verdad. Victoria notó que los ojos se le llenaban de lágrimas otra vez, pero no se movió.

Vio de reojo un movimiento apenas perceptible detrás de Axel, pero mantuvo sus ojos en él.

—¿Estás segura? —preguntó Axel—. Podríamos ayudarnos el uno al otro, cachorrito. No tendrías que sufrir.

Victoria se aclaró la garganta dolorosamente, encontrando por fin una voz ronca, grave y rasgada.

—Que... te... jodan.

En el momento en que Axel apretó los labios, furioso, y bajó la mirada hacia el cuchillo, Victoria supo que realmente iba a hacerlo.

Así que era su momento.

Conteniendo un grito de dolor, echó una pierna hacia atrás y le dio una patada con todas sus fuerzas a Axel en el cuello.

Él retrocedió, sorprendido, y el cuchillo salió volando al otro lado de la habitación. Se llevó las manos al cuello, tosiendo, y se quedó de rodillas en el suelo.

En el momento en que miró a Victoria, completamente furioso, ella tomó una respiración profunda para poder gritar.

—¡BIGOTITOS, AHORA!

MIIIIIIIIAAAAAAAAAAUUUUUUU

Como una sombra letal, el cuerpo de Bigotitos salió volando con el salto que dio y fue a parar directamente sobre la cabeza de Axel con las cuatro patitas abiertas, las garras sacadas y un maullido de guerra.

Axel empezó a chillar al instante, aunque el sonido se quedó amortiguado en el estómago del gato, y empezó a intentar quitárselo, pero cuando consiguió tocarlo Bigotitos le mordió con fuerza un dedo, furioso, y fue peor.

Victoria había aprovechado para ponerse de pie tan rápido como pudo, tosiendo y sujetándose el estómago dolorido con un brazo. Se apoyó torpemente en la pared de la cocina con un brazo y consiguió arrastrarse para llegar a la bandeja de té que había sacado antes del armario para hacerse uno.

Bueno, iba a tener una utilidad bastante mejor que esa.

Se arrastró con la bandeja hacia Axel, que seguía de rodillas intentando quitarse a la masa de furia peluda y monísima que era Bigotitos.

Victoria respiró hondo, agarró la bandeja con las dos manos y echó los brazos hacia atrás.

—¡Bigotitos, cuidado!

El gato saltó al instante, alejándose de ellos, y Victoria vio que Axel tenía la cara llena de rasguños y mordidas gatunas.

No se dejó mucho tiempo para seguir viéndolo.

Un segundo más tarde, le estampó la bandeja en la cabeza con todas sus fuerzas.

Axel cayó al suelo casi al mismo tiempo que Victoria, solo que él lo hizo totalmente inconsciente y Victoria lo hizo con una risita histérica escapando de sus labios.

Se quedó mirando el techo un momento antes de que la carita peluda de Bigotitos apareciera en su campo de visión. Casi habría jurado que la miraba con preocupación.

¿Miau miau?

—Sí —Victoria le acarició la cabeza con una mano temblorosa y la cabeza de Bigotitos se pegó a su palma sin dejar de mirarla—. Gracias por la ayuda. Te debo cien kilos de comida de esa que tanto te gusta.

Miau

—Siento haberte gritado antes, Bigotitos.

Él ronroneó y se pegó a la mano de Victoria, indicando que la perdonaba. 

Ella soltó una corta risa, pero la cortó al instante en que sus costillas empezaron a doler.

—Vale —murmuró—. Hora de buscar ayuda.


Caleb

—Bueno —concluyó Brendan—, por dramas como estos odio las relaciones.

Caleb se terminó el cigarrillo y lo apagó en el cenicero, asintiendo con la cabeza.

Seguían en la terraza. Había empezado a lloviznar, pero no parecía que a ninguno le importara demasiado. Solo seguían mirando al frente con aire pensativo.

—No has estado con nadie desde lo de Ania, ¿no? —murmuró Caleb.

Brendan sacudió la cabeza, y por primera vez en mucho tiempo, sintió que su voz adquiría un tono doloroso.

—No podría.

—Han pasado años, Brendan.

—¿Podrías estar tú con alguien que no fuera Victoria? ¿Podrías mirar a alguien de la misma forma que la miras a ella?

Caleb lo miró unos segundos, sorprendido por ese tono cada vez más doloroso. Apartó la mirada, incómodo.

—No lo sé —mintió.

—Sí, sí que lo sabes —Brendan puso los ojos en blanco—. Claro que lo sabes.

—Siento haber dicho lo de Ania tan bruscamente.

—Me da igual —y esta vez pareció que era Brendan quien mentía un poco—. Ya no duele como antes.

De nuevo, se quedaron los dos en silencio. Caleb no reaccionó hasta que notó que Brendan lo estaba observando con aire pensativo.

—¿Por qué has huido así de Victoria? —preguntó.

—Ya te lo he dicho.

—Sí, pero me da la sensación de que no has sido muy sincero.

Caleb mantuvo la mirada fija al frente, algo tenso. Podía notar los ojos escrutadores de Brendan analizando cada detalle de su expresión en busca de mentiras.

—No te has ido porque ella te hubiera dicho que te quiere, ¿no? —dijo al final.

Caleb tragó saliva.

—No.

—¿Entonces?

Caleb se aclaró la garganta, tenso, y luego se obligó a sí mismo a hablar.

—Le he dicho que la quiero.

Lo dijo en voz tan baja que no se hubiera sorprendido si Brendan no lo hubiera oído, pero lo había hecho. Y cuando lo miró, vio que sus cejas se habían disparado hacia arriba.

Si algo no era fácil, era sorprender a Brendan.

—¿Que tú... qué? —preguntó en voz baja, pasmado.

—Le dije que la quería. En nuestro idioma. Ni siquiera se dio cuenta.

Lo había soltado al besarla en el estómago. Se había embriagado de ella. Del olor a lavanda, de sus manos acariciándolo, de la calidez de su cuerpo envolviendo el suyo... y lo había dicho.

Nunca había dicho a nadie que lo quisiera.

—Cuando ella me lo ha dicho después... —añadió, sacudiendo la cabeza—. Ha sido como si todo... fuera más real. Como si de repente pudiera ver las consecuencias. Y... me... me he asustado.

—No por ti —adivinó Brendan—. Por lo que le haría Sawyer si se enterara.

Caleb no respondió. Solo cerró los ojos y se pasó ambas manos por la cara. Incluso ahora, podía seguir sintiendo que su piel estaba impregnada del olor de Victoria. Una parte de él deseaba quitárselo en cuanto antes. La otra, quería vivir así para siempre.

Levantó la cabeza cuando Brendan empezó a reírse, sacudiendo la cabeza.

—¿Qué es tan gracioso? —masculló.

—Solo he pensado en toooodos los años que te mantuvo Sawyer en ese sótano, torturándote para que dejaras de sentir emociones... y mírate ahora. No sirvió de nada.

Era cierto. Por eso había estado tanto tiempo ahí abajo, a diferencia de los demás. Sawyer había intentado crear a otro tipo de humano; el que no sentía nada. Había estado años y años intentando provocar reacciones emocionales en Caleb que, cuando surgían, castigaba con largas horas de tortura.

Llegado a cierto punto, Caleb aprendió a esconderlas. A esconderlas tan bien que nadie podía saber nunca qué pensaba. Ni siquiera el hombre lo había criado.

Y, en cambio... Victoria siempre sabía lo que pensaba. Siempre.

Era... extraño pensar que alguien tenía ese poder sobre él.

Justo cuando iba a decir algo, suspiró porque notó que su móvil empezaba a vibrar. Miró la pantalla con el ceño fruncido y se frunció todavía más al ver quién era.

¿Bexley? ¿Qué quería Bexley ahora?

Descolgó y se llevó el móvil a la oreja tras un suspiro.


Victoria

Estaba hiperventilando. Le dolía todo. Cerró los ojos con fuerza cuando Iver, que todavía la llevaba en brazos, la depositó con sumo cuidado encima de la mesa de su cocina de lujo mientras Bexley lo apartaba todo con un brazo, maldiciendo y dejando a Bigotitos en una de las encimeras.

—Axel tiene suerte de haber escapado antes de que llegáramos —murmuró Bexley—. Porque en cuanto Caleb lo vea va a matarlo.

Lo dijo con tanta rotundidad que Victoria sintió un escalofrío. Miró el techo de la casa y trató de respirar hondo.

—¿Habéis llamado a Margo? —preguntó en voz baja.

Bexley asintió. Había sido idea de Victoria. No podían llevarla a un hospital, y la única persona que conocía que supiera curar heridas así... era Margo, que estaba estudiando medicina.

Victoria siempre se había reído de ella cuando se quejaba de todo lo que tenía que estudiar, pero de pronto le daba la sensación de que eso precisamente iba a ser lo que la salvara.

Justo cuando empezaba a gimotear de dolor, alguien llamó a la puerta. Iver se desplazó tan rápido o Victoria tenía los sentidos tan lentos que, cuando abrió los ojos, se encontró las caras aterradas de Margo y Daniela.

Oh, no, ¿Daniela también?

—¿Q-qué...? —empezó Daniela, aterrada y pálida, mirando a Victoria.

Margo, en cambio, se recuperó rápido del shock inicial y miró a Bexley e Iver.

—Necesito que alguien la...

Todos dieron un respingo cuando la puerta se abrió con un estruendoso golpe. 

—¿Dónde está? —preguntó la voz lejana de Caleb.

Fue la primera vez que oía que le temblaba la voz.

Apenas un segundo más tarde, estaba delante de Victoria. La revisó con los ojos a toda velocidad y ella vio el momento exacto en que sus ojos se llenaron de una extraña mezcla de ira y miedo.

Victoria notó, confusa, como ponía una mano una mano en su mejilla y vio que sus ojos se oscurecían mucho más de lo que ya estaban, pero entonces la mano de Bexley lo apartó de ella.

—Ni se te ocurra —le advirtió.

—Tengo que...

—No podrías curarla. No estando así. Solo conseguirás matarte y hacer que su herida sea peor.

—Cuidado —le advirtió Margo, y ocupó su lugar para sujetar la cabeza de Victoria con ambas manos y mirarle la herida. Por la forma en que apretó los labios, supuso que era peor de lo que imaginaba—. ¿Dónde más te duele, Vic? Necesito que seas muy específica.

Victoria no podía hablar. Movió la mano sobre su costado y su hombro y Margo se puso a inspeccionarlo a toda velocidad antes de aclararse la garganta y mirar a Caleb.

—Necesito... que le quites la camiseta. Para verlo mejor.

Apenas lo había dicho y él la estaba sujetando a Victoria con sorprendente suavidad. Ella intentó apartarse de él, resentida, pero solo consiguió que la mirada de furia de Caleb fuera directa hacia ella.

—Ahora no —le advirtió en voz baja.

Victoria le devolvió la mirada furiosa, pero dejó que le quitara la camiseta y dio gracias a su yo del pasado por haberse puesto un sujetador.

Notó la mano fría de Margo sobre su estómago y, apenas un segundo más tarde, escuchó que soltaba una palabrota en voz baja.

—Creo que tiene una costilla rota. Y una luxación en el hombro. Y va a necesitar puntos para la herida de la frente.

—¿Qué hay que hacer? —preguntó Caleb casi al instante.

Margo empezó a dar instrucciones con una velocidad sorprendente y Victoria vio que Bexley e Iver salían disparados de la habitación. Reparó por primera vez en que Brendan estaba también ahí, pero solo miraba la situación con el ceño un poco fruncido, sin hacer nada.

Apenas unos pocos segundos más tarde, dejaron algo junto a la cabeza de Victoria y Margo tragó saliva, diciendo algo. Victoria apenas podía oírlo. Su mente estaba nublada.

De hecho... ¿era cosa suya o el dolor empezaba a desaparecer? Y su miedo también. Abrió un poco los ojos y vio que Iver estaba junto a ella, mirándola con el ojo bueno completamente oscurecido y los labios apretados por el esfuerzo.

Victoria intentó murmurar un gracias, pero no fue capaz de hacerlo.

—Sujétala —dijo Margo de pronto—. No puede moverse.

Ella no bajó la mirada, pero sintió una extraña pesión en su pecho y unas manos envolviéndole el brazo. Dieron un tirón y algo en su hombro tembló, pero ni siquiera podía sentirlo. Solo... estaba relajada. Completa y absolutamente relajada.

—Sujétala —repitió Margo.

Notó las familiares manos de Caleb envolviendo sus muñecas y dejándolas pegadas en la mesa. Ella parpadeó para enfocarlo y consiguió verlo bien justo en el momento en que Caleb fruncía el ceño con impotencia.

—Esto va a doler, Vic —advirtió la voz de Margo.

Victoria no reaccionó al instante en que notó algo derramándose sobre su sien. De hecho, no sintió nada. Margo la miró, asombrada, y empezó a hacer algo en su frente. Victoria no podía sentir dolor. Ni siquiera podía... estar asustada.

Miró a Iver. Él estaba apoyado en la mesa con ambas manos. Una vena de su cuello palpitaba y era obvio que su cara era de esfuerzo. Victoria estaba como en una nube, flotando en medio de la nada, sin dolor, sin nada.

Margo trabajó a toda velocidad y Victoria vio que hacía algo con una aguja antes de acercarla a su cabeza. Miró a Caleb. Él miraba la escena con la mandíbula apretada en una dura línea. Miró abajo. Daniela parecía estar a punto de vomitar. Bexley le sujetaba los tobillos. Brendan seguía manteniéndose al margen.

—N-no... no puedo... —empezó Iver, y Victoria vio como sus nudillos se volvían blancos de aguantarse en la mesa.

—Solo un poco más —le dijo Bexley, mirándolo con la expresión impregnada en preocupación.

—No... no puedo... no... —Iver cerró los ojos y empezó a tomar profundas bocanadas de aire.

Y, de pronto, Victoria bajó de la nube.

El dolor fue casi peor que el que había sentido en la cocina. Su primer impulso fue moverse, pero Bexley y Caleb la sujetaron con fuerza. Margo puso una mueca cuando empezó a jadear, desesperada. Era insoportable. No podía sentir la mitad de la cabeza, y las sensaciones que mandaba por todo su cuerpo eran de dolor. Simple y horrible dolor.

Escuchó lo que le pareció un gemido de dolor agudo e intentó retorcerse otra vez, suplicando con la mirada a Caleb, desesperada. Él apretó los dientes y apartó la mirada, sujetándola con fuerza contra la mesa.

Margo siguió trabajando a toda velocidad. Victoria empezó a notar que lloraba. Especialmente cuando una punzada de dolor agudo le recorrió todo el organismo antes de ir directa e inexorablemente hacia su sien.

Y, justo cuando eso sucedió, sintió que no podía más y se desmayó de dolor.


Caleb

—Se ha desmayado de dolor —dijo la amiga pelirroja de Victoria en voz baja.

Caleb tragó saliva, intentando tragarse el nudo de miedo que tenía en la garganta, y volvió a mirar abajo. Victoria tenía los ojos cerrados, todo el lateral de la cara, la oreja llenas de sangre, el cuello y el hombro llenos de sangre, un moretón grande y azulado en las costillas y otro bajo su ojo derecho.

Sintió que la rabia que sentía iba creciendo cada vez que veía alguna herida nueva, algún rasguño que no hubiera visto hasta ahora, y supo que en cuanto viera a Axel iba a matarlo.

Iba a hacerlo.

De repente, ya no le importaba Sawyer. Le daba absolutamente igual traicionar su confianza. Solo podía ver a Victoria inconsciente delante de él por su culpa.

—Ya está —murmuró la pelirroja.

Levantó la cabeza y miró a Caleb con cierta duda en los ojos.

—Hay que vendarle la zona del hombro para que no pueda moverlo, pero primero deberíamos quitarle la sangre.

Caleb miró los restos de sangre seca de Victoria. Era un olor... casi doloroso. No quería volver a olerlo en toda su vida.

El problema es que la sangre había llegado a su sujetador. Y a sus pantalones. Y tendría que quitarle la ropa para poder lavarle la piel.

Y, bueno, no iba a hacerlo delante de todos esos, obviamente.

—Ten cuidado con su cabeza —le dijo la pelirroja al adivinar sus intenciones.

Caleb no dijo nada. Solo sujetó con cuidado a Victoria en brazos. Ella murmuró algo todavía con los ojos cerrados, pero no se movió cuando empezó a transportarla en silencio hacia el piso de arriba. No pesaba nada. Llegó en menos de un minuto y, justo cuando se acercaba a la bañera, Victoria frunció un poco el ceño y se llevó una mano a la cabeza.

—Duele... —murmuró con voz arrastrada.

—No te muevas —Caleb usó el tono de voz más suave que pudo encontrar teniendo en cuenta lo tenso que estaba—. Voy a quitarte la sangre.

—Ni se te ocurra tocarme —Victoria abrió un poco los ojos hacia él.

¿Cómo podía darle esa mirada furiosa estando en las condiciones en que estaba?

Caleb la dejó tumbada en la bañera vacía y, cuando acercó la mano a sus pantalones, Victoria lo detuvo y lo miró con la misma mueca de ira.

—No me toques —repitió, furiosa.

—Ahora no es el momento para que te cabrees conmigo —le advirtió Caleb.

—Vete a la mierda. O vete corriendo. Eso se te da muy bien.

Caleb la observó unos segundos antes de ignorarla y empezar a deshacerle los pantalones. Para su sorpresa, ella solo lo miró cuando se deshizo también de su ropa interior, pero no dijo nada. 

Debía molestarle de verdad la sangre seca para que no se quejara.

—Hace dos horas hiciste esto de quitarme la ropa con otras intenciones —murmuró Victoria, y apartó la mirada.

Caleb no dijo nada. Solo se estiró para abrir el grifo de la bañera. El agua tibia empezó a llenarla y vio cómo el cuerpo de Victoria se relajaba un poco.

—¿No puede ser más caliente? —protestó.

—No te conviene el agua caliente en las heridas.

Victoria gimoteó en protesta y Caleb tragó saliva, esperando a que el nivel del agua la cubriera al menos hasta la clavícula. Cuando lo hizo, Victoria murmuró algo y él escuchó cómo su corazón empezaba a relajarse.

—Voy a enjabonarte —murmuró Caleb, casi como si le pidiera permiso.

Victoria no dijo nada. Solo mantuvo la mirada clavada en la pared contraria a él con los labios un poco apretados. 

Él lo tomó como una aceptación y se puso gel en las manos antes de sujetar con delicadeza un brazo de Victoria y empezar a limpiarlo. Había rastros de sangre por todo su cuerpo. Intento calmarse mientras le masajeaba la piel de ambos brazos y ella seguía sin mirarlo.

Apenas había llegado al cuello cuando no pudo seguir en silencio.

—Siento haberme ido.

Eso hizo que Victoria por fin apartara la mirada de la pared y la clavara en él, pero estaba claro que seguía enfadada.

—Si no lo hubiera hecho... ahora no estarías así —añadió Caleb en voz baja.

Victoria enarcó un poco una ceja, cosa que le indicó que no había usado las palabras adecuadas.

—¿Solo te arrepientes de haberte ido por eso?

—Bueno... no... es decir...

—Haz lo que tengas que hacer en silencio, Caleb.

Y volvió a girarse para no mirarlo.

Caleb la observó unos segundos, impotente, antes de tragar saliva e inclinarse para quitarle la sangre del cuello. Apartó la mirada cuando le hizo el pecho a toda velocidad, igual que el torso. Por suerte, de la cintura para abajo no había nada.

—Solo me falta tu cara —murmuró él.

Victoria giró la cabeza en su dirección, pero mantuvo su mirada alejada de él.

Y eso le dolió más de lo que debería.

Pero... la verdad es que se lo merecía.

Le sujetó la cara con delicadeza y le limpió la mandíbula, la mejilla y la oreja manchadas de sangre. Tuvo mucho cuidado al pasar por debajo del ojo ligeramente amoratado y tragó saliva cuando levantó la mirada y vio el corte recién cosido en su sien. Pasó el pulgar alrededor de la herida y Victoria cerró los ojos, pero no se movió en absoluto.

Por la forma en que su corazón se había acelerado, eso había sido muy doloroso. Victoria era... muy fuerte.

—Ya está —murmuró él.

Victoria lo abrió los ojos y lo miró. Caleb fue incapaz de apartar la mirada y, por primera vez desde que habían llegado a ese cuarto de baño, pudo ver el dolor enmarcando las suaves facciones de Victoria.

Y no era por las heridas físicas.

Sin embargo, ella enseguida borró esa expresión y apretó los dientes.

—¿Vas a ir a por una toalla o tengo que hacerlo yo?

Caleb se quedó quieto un momento antes de levantarse e ir a por una. Destapó la bañera para que el agua manchada desapareciera y ayudó a Victoria a ponerse de pie, envolviéndola con una toalla blanca gigante que la hacía parecer bastante pequeñita.

Por un momento, dudó en sujetarla porque temía que iba a recibir una bofetada, pero cuando vio que ella apenas podía sostenerse en pie lo hizo sin pensar. La llevó en brazos hacia su cama y la dejó ahí sentada mientras sacaba la venda de su bolsillo.

—¿Qué es eso? —murmuró Victoria.

—Tu amiga me ha dicho que tengo que inmovilizarte el hombro.

—¿Y sabes hacerlo?

—Sawyer me enseñó.

—Claro —ella apartó la mirada, y casi pareció dolida—. Cómo no.

Caleb trató de pasar por alto ese detalle y se agachó delante de ella para bajarle un poco la toalla. Victoria bajó la mirada cuando empezó a dar vueltas con la venda a su brazo izquierdo, ampliando hasta pasar por debajo de la otra axila y rodeando su pecho para mantener el otro hombro perfectamente inmovilizado.

—¿Está demasiado apretado? —preguntó Caleb, subiendo la mirada hacia ella.

Victoria sacudió la cabeza sin mirarlo.

Terminó de ponérsela y, cuando estuvo conforme con el resultado, fue a su armario. Apenas lo había tocado cuando ella soltó un sonido de protesta.

—No voy a ponerme nada tuyo.

—Victoria...

—Ni Victoria, ni nada, no quiero nada que tenga que ver contigo.

Caleb, exasperado, la miró.

—¿Puedes olvidarte por un momento de que soy un gilipollas, aceptar que te estoy intentando ayudar y dejar de quejarte por absolutamente todo?

Victoria parpadeó sorprendida, pero al menos no siguió protestando.

Caleb sacó una de sus camisetas. Una cualquiera, y unos pantalones de algodón.

—¿Sin ropa interior? —murmuró ella.

—Iré a por tus cosas cuando me asegure de que estás bien.

—No irás a por nada porque no voy a quedarme aquí.

Caleb cerró los ojos un momento, intentando calmarse y no alzar la voz.

¿Por qué era tan sumamente sencillo hacerlo cuando se trataba de otra persona y tan complicado cuando era con Victoria?

—Acaban de asaltarte en tu casa, Victoria —le dijo lentamente.

—¿Y qué? ¿Aquí voy a estar protegida?

—Sí. Aquí estarás conmigo.

—Oh, ¿en serio? ¿Justo como estabas conmigo cuando ha venido ese imbécil a intentar matarme?

A Caleb le sentó como una patada en el estómago, y vio que ella agachaba la mirada.

De pronto, Victoria dejó de parecer dura y enfadada y solo pareció... vulnerable.

—Creía que iba a morir —le dijo en voz tan baja que apenas la oyó.

Pero lo había entendido perfectamente. Caleb tragó saliva y se acercó a ella sin pensar en si estaba enfadada o no. Se agachó justo delante de su cuerpo y le sujetó la cara con las manos. Victoria lo miró. Parecía aterrada.

—Ahora estás a salvo —le aseguró él voz baja.

—Eso no lo sabes.

—Sí que lo sé, porque no voy a separarme de ti.

Le pareció ver una sombra de ilusión en los ojos de Victoria, pero su vulnerabilidad lo cubrió enseguida.

—No puedo quedarme aquí.

—Claro que puedes, Victoria, te lo...

—No. No lo entiendes. No puedo quedarme aquí, contigo, después de lo que ha pasado entre nosotros.

Caleb entreabrió los labios y volvió a cerrarlos sin saber qué decir. Bajó la mirada, intentando pensar en algo, pero se había quedado en blanco.

Y ese era el momento perfecto. El momento perfecto para decirle que él también la quería a ella.

¿Por qué era tan difícil hacerlo?

Así que fue un cobarde... y no dijo nada al respecto.

—No voy a subir a esta habitación si eso es lo que te incomoda —le dijo al final, sin mirarla.

—¿Lo que me incomoda...? —ella respiró hondo. Le temblaba la voz—. Lo que me incomoda es querer a alguien que no me quiere.

—Apenas me conoces, Victoria.

—No. Te equivocas. Tu problema es que te conozco más de lo que te gustaría.

—¿Y qué conoces de mí? —él levantó la cabeza, a la defensiva—. ¿Algunas anécdotas que te he contado? ¿Eso es conocerme?

—No, Caleb, conocerte es saber ver más allá de esa máscara de indiferencia que llevas siempre puesta.

—¿Y qué puedes ver?

—¿Ahora? No lo sé. Pero justo antes de que te marcharas he visto miedo.

Caleb se calló de golpe y tensó la mandíbula.

—Cree lo que quieras —le dijo en voz baja.

—Creo que te da miedo asumir que alguien pueda quererte —murmuró Victoria, mirándolo—. Por eso intentas alejarte de mí, pero no eres capaz de hacerlo del todo.

Caleb sintió que le rozaba la mandíbula con la mano y se apartó bruscamente, intentando controlar sus emociones, que estaban gritando en conflicto en su interior.

Victoria solo lo observaba con atención.

—¿Lo ves? —murmuró.

—Eso no demuestra nada.

—¿Qué te da tanto miedo, Caleb?

—No sabes de lo que estás hablando.

—Lo sé más de lo que te gustaría.

Caleb se puso de pie y negó con la cabeza, yendo a buscar la ropa que había elegido para ella. Al volver, le quitó la toalla sin apenas mirarla y la ayudó a meterse en los pantalones. Victoria apoyó las manos en sus hombros al hacerlo y él trató con todas sus fuerzas de que eso no tuviera ningún efecto en él.

No lo consiguió.

Se incorporó y le pasó la camiseta suavemente. Victoria todavía lo miraba cuando su cara emergió en la tela.

Caleb carraspeó y se inclinó para sacarle el pelo húmedo de la prenda, pero cuando fue a apartarse ella agarró su camiseta con un puño y lo mantuvo a su lado.

Caleb bajó la cabeza y una oleada de lavanda le inundó las fosas nasales.

—¿Qué me dijiste en tu idioma? —le preguntó ella en voz baja.

Oh, no. Caleb intentó echarse hacia atrás, y pese a que hubiera podido si hubiera querido, la mano de Victoria lo sujetó débilmente contra su cuerpo, mirándolo con intensidad.

—¿Que me dijiste?

No iba a decírselo. No podía.

—Caleb, por favor —le suplicó.

Él cerró los ojos un momento.

Yahbli teblya —dijo finalmente en voz baja.

Victoria lo miró durante unos segundos.

—¿Qué significa?

—Nada, Victoria.

—Dímelo.

—Si tanto quieres saberlo, puedes preguntárselo a cualquiera de esta casa.

—Quiero saberlo de ti.

Caleb tragó saliva.

—Entonces, nunca lo sabrás.

Hubo un instante de silencio en que ambos se miraron el uno al otro y, por primera vez en su vida, Caleb sintió que le resultaba difícil sostenerle la mirada a alguien.

Y no porque Victoria pareciera enfadada, dolida o triste. Simplemente parecía... decepcionada.

¿Por qué eso hizo que se le retorcieran las entrañas?

—Muy bien —murmuró Victoria, y apartó la mirada—. Pues supongo que esto es todo lo que teníamos que hablar.


Victoria

Le dolía cada paso que daba, pero prefería ese dolor a tener que soportar que Caleb la llevara en brazos otra vez. En cuanto la tocaba y le dedicaba esa mirada fría, le entraban ganas de llorar.

Bajó las escaleras siendo muy consciente de que él estaba justo detrás de ella, muy cerca por si se caía y tenía que sujetarla, pero ninguno de los dos dijo nada.

Cuando por fin llegó al piso de abajo, respiró hondo y entró en la cocina, donde todos los demás seguían tal y como los habían dejado, solo que sumidos en un tenso e incómodo silencio.

Brendan estaba apoyado en la puerta del patio trasero con aire pensativo, Iver limpiaba la mesa con Bexley, y Margo y Daniela se mantenían al margen con cara de no saber qué hacer.

Daniela fue la primera en verla. Parecía aterrada.

—¡Vic! —exclamó, y se acercó corriendo a ella pero se detuvo en seco justo antes de abrazarla para no hacerle daño—. Dios mío, ¿qué...? ¿Qué te ha pasado? ¿Estás mejor?

Victoria asintió y miró a Margo por encima de su hombro. Ella parecía más desconfiada.

—¿Puedes explicarme quién es esta gente? —le preguntó en voz baja.

Victoria dudó, mirando a su alrededor. Bexley e Iver dejaron de limpiar un momento para intercambiar una mirada. Brendan se limitaba a ignorarlas. Y la expresión de Caleb era totalmente imposible de leer.

—No creo que pueda —dijo sinceramente al final.

—Sí, sí que puedes —Margo se acercó a ella con el ceño fruncido—. Me has traído aquí porque tienes el cuerpo lleno de los indicios más claros de una paliza que he visto en mi vida... ¿y ahora no vas a explicarme qué ha pasado?

—Yo...

Margo levantó un poco la cabeza para echas una ojeada por encima de Victoria y su expresión se volvió casi mortífera al mirar directamente a Caleb, poco intimidada.

—¿Has sido tú, hijo de puta?

—¡Margo! —Daniela dio un respingo.

Ella la ignoró completamente y miró a Victoria, muy seria.

—¿Ha sido él, Vic? ¿Te ha hecho daño? 

—¡No! —le aseguró Victoria enseguida. No físicamente, al menos.

—Vic, no tienes que mentir para cubrirlo. Si te ha hecho esto, lo único que se merece es que le corte los huevos.

Se escuchó una risita y Victoria dedicó una mirada de advertencia a Brendan, que las miraba con diversión.

—Me cae bien esta chica —murmuró.

Margo lo ignoró categóricamente, solo centrada en Victoria.

—¿Y bien? ¿Voy a por el cuchillo?

—Él no me ha hecho nada, Margo.

—¿Y quién ha sido?

—Axel —interrumpió Caleb de repente, que había estado en silencio todo el tiempo—. Un... conocido mío.

—¿Y por qué demonios ha hecho daño a Vic y no a ti?

—Porque era un objetivo más fácil —le dijo Brendan sin inmutarse.

—Bueno, pero eso no explica todo —murmuró Daniela, que de pronto parecía un poco desconfiada—. ¿Por qué los ojos os cambian de color? ¿Y qué estaba haciendo antes ese chico? —señaló a Iver.

Buena pregunta.

Victoria sintió una oleada de alivio al ver que Bexley se acercaba a ellos con cara de querer ocuparse del tema. Menos mal, porque ella ya no sabía qué decir.

—¿Son de confianza? —le preguntó a Victoria en voz baja.

—Les confiaría mi vida —le aseguró Victoria casi al instante.

Y no era mentira. Confiaba en ellas al cien por cien. Y ellas en Victoria también.

—Vale —Bex suspiró—. Entonces, creo que será mejor que os sentéis, porque la explicación va a ser un poco larga.

La longitud de la explicación terminó siendo de más de media hora entre contarlo, que las dos se lo creyeran y que empezaran a asumirlo.

Victoria se mantuvo un poco al margen al ver que Caleb le decía algo en voz baja a Iver y él, muy poco disimuladamente, fingía que se le había ocurrido cocinar algo para Victoria.

Al menos, cenó algo. Tenía el estómago revuelto, pero a la vez estaba hambrienta. Se quedó en la barra mientras Bexley e Iver se lo contaban todo a las chicas en la mesa. 

Brendan se quedó paseando al otro lado de la cocina con Bigotitos, que estaba sobre una de las encimeras. Ambos se miraban el uno al otro con cierta desconfianza, como si pudieran comunicarse telepáticamente.

Caleb, por otro lado, solo estaba apoyado en la pared de brazos cruzados. Victoria y él no intercambiaron una sola mirada.

Así que... así iba a ser a partir de ahora, ¿no?

Ella bajó la mirada a su plato de comida y lo removió con la cuchara, algo decaída. Era como si cada vez que pudiera calmarse ese día, alguien saliera con algo malo.

Margo todavía estaba discutiendo la veracidad de lo que oía cuando Brendan apareció de la nada y dejó caer una pastilla delante de Victoria, sentándose a su lado con una mueca aburrida.

—¿Qué es eso? —preguntó ella con desconfianza.

—Es para el dolor —Brendan puso los ojos en blanco—. ¿Te crees que el señor cotilla que hay ahí al lado observándonos me dejaría darte algo malo?

Efectivamente, Victoria sabía que Caleb los estaba mirando fijamente, pero hizo un verdadero esfuerzo para fingir que le daba igual y no devolverle la mirada.

—Gracias —masculló, y se la tragó con un sorbo de agua.

Brendan no dijo nada, pero de nuevo parecía observarla con cierto aire pensativo. Eso la puso un poco de los nervios.

—¿Qué? —preguntó. Ese día ya no le quedaba mucha paciencia.

—Tengo que hablar contigo de algo... importante —le dijo, como si esa última palabra no terminara de convencerle—. Y no creo que pueda hacerlo con tu guardaespaldas escuchando.

—Pues buena suerte yendo a algún lado donde don chismoso no pueda oírte.

—Cierto —él pareció divertido—. Bueno, pues supongo que tendré que arriesgarme a que intente matarme por lo que te voy a decir.

—Brendan, ve al grano, ¿qué quieres?

Él lo pensó un momento, repiqueteando un dedo en la barra con aire analítico.

—Creo que hay algo que no cuadra respecto a tu habilidad —le dijo al final.

Victoria dejó de comer un momento para mirarlo.

—¿Mi habilidad? ¿Qué tiene eso que ver ahora?

—Bueno, las habilidades se manifiestaj con estados de ánimos extremos. Justo como el dolor que has sentido tú antes, cuando estabas en esa mesa.

Ella dudó un momento, enarcando una ceja.

—No he sentido nada —murmuró.

—Exacto.

—Entonces... ¿no tengo habilidad?

—No. Es más bien lo contrario. Creo que ya la tienes desarrollada.

Ella se quedó en silencio un momento y, antes de que pudiera procesarlo, Caleb estaba de pie en la barra delante de ellos, mirando a su hermano con una mueca de advertencia.

—No sabes de lo que estás hablando —le dijo en voz baja.

—No, pero yo al menos formulo teorías, hermanito. Es más de lo que puedo decir de ti.

La tensión entre los dos creció bruscamente en unos cuantos segundos, y Victoria se obligó a carraspear.

Fue un poco tenebroso que dos personas con la misma cara y la misma expresión frustrada se giraran hacia ella a la vez.

—Yo no tengo nada especial —murmuró—. Ni una habilidad, ni una afición... ni siquiera tengo muchos hobbies. Y en la escuela tampoco era muy lista, que digamos.

—Pero sí que hay cosas que puedes hacer sin que nosotros sepamos por qué —añadió Brendan.

—¿Yo? ¿Como qué?

—Como diferenciarnos —señaló a Caleb y se señaló a sí mismo—. O reconocer la presencia de otra persona sin darte la vuelta. O tu resistencia física.

—¿Mi... qué?

—Con la paliza que te han dado... ¿no te extraña un poco estar así de bien?

Victoria parpadeó, confusa.

—No lo sé —murmuró.

—Con la resistencia de un humano, te habrías desmayado de dolor y no te habrías despertado hasta mañana. Y a juzgar por la sangre que has perdido, probablemente tendríamos que haberte inyectado más. Tu resistencia es muy superior a la de un humano.

—¿Y... eso qué quiere decir?

—Que no eres humana —Brendan entrecerró los ojos—, pero tampoco eres una de nosotros.

—Entonces, ¿qué soy?

Miró a Caleb, pero esta vez él también parecía confuso.

—No lo sé —dijo Brendan finalmente—. Pero definitivamente hay algo en ti. Algo... diferente. Y eso lo que asusta tanto a Sawyer.

Hizo una pausa y sonrió.

—Creo que ha llegado el momento de hacerte una de nosotros, Victoria.


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