Capítulo 13
Victoria
Bueno, todavía le quedaba una semana entera sin trabajar.
Y... bueno, ¿qué se suponía que hacía la gente con tiempo libre?
Durante esa mañana, se dedicó a limpiar todo su pisito mientras Bigotitos la miraba desde encima de una estantería —no sabía cómo demonios había llegado ahí, por cierto—, bostezaba y dormía intermitentemente.
Cuando se aburrió de limpiar, fue a cocinar algo con su queridísima vecina, la señora Gillbert, a la que le contó algunos detalles del x-men que ella escuchó con mucha atención.
—Parece un buen chico —fue su conclusión mientras metía la bandeja en el horno.
Victoria, apoyada en la encimera, siguió comiendo bolitas de chocolate que habían sobrado del pastel y se encogió de hombros. No estaba muy segura de si esa era una gran descripción para Caleb.
—A mí me gusta —le dijo, y luego carraspeó—. E-es decir... mhm... me cae bien.
La señora Gilbert sonrió, sacudiendo la cabeza.
—Es evidente. Cuando hablas de él, se te ilumina la mirada.
¿Que se le... qué?
Victoria enrojeció y la señora Gilbert se echó a reír, mirándola.
—Querida, no hay nada de malo en enamorarse. Yo me enamoré una vez.
—Pero usted se casó con él —remarcó Victoria.
—¿Quién ha hablado de un él?
Victoria dejó de comer un momento para mirarla, estupefacta. La señora Gilbert esbozó una sonrisita divertida.
—Pero... —empezó Victoria, confusa—, ¿no estuvo casa durante más de cuarenta años con el señor Gilbert?
—Ah, claro que lo estuve. Pero la verdad es que cuando era más joven conocí a una chica que... —suspiró, con la mirada perdida—, me enseñó muchas cosas. Solo estuvimos juntas un verano en la playa que hay al otro lado de la ciudad, y yo sentí que iba a acordarme de ella toda mi vida. Y mira, así ha sido. Nunca volví a saber de ella.
—¿Cómo se llamaba? —preguntó Victoria, entusiasmada con la historia.
—Sara —la señora Gilbert ladeó la cabeza, como si intentara acordarse bien—. Me acuerdo de ella. Era bajita, pelirroja, con la cara y los hombros llenos de pecas... y siempre sonreía. Era un encanto con todo el mundo.
—¿Y qué hay del señor Gilbert? ¿No estaba enamorada de él?
—No. A mi Roger lo quería, pero no de esa forma —hizo un gesto con la mano—. Pero mis padres ya habían acordado con los suyos que nos casaríamos, así que cuando me lo propuso... no fui capaz de decirle que no. Además, Sara ya se había ido. Sabía que no volvería a verla. Y créeme, en esos años no era fácil sentirte atraída por una mujer y admitirlo en público.
Victoria sacudió la cabeza, fascinada por esa pequeña anécdota, y se preguntó su cuando ella fuera mayor tendría una historia parecida por contar.
Cuando volvió a casa, intentó leer por un rato, pero ya se sabía todos sus libros de memoria. Apretó los labios, frustrada, y al final fue con el portátil a su habitación para intentar gorronear wi-fi del restaurante que había al lado y mirar vídeos en Internet.
Caleb
—Te lo he dicho mil veces, no puedo seguir el olor.
Sawyer estaba histérico. Lo había estado toda la noche, pero ahora lo estaba todavía más. No dejaba de dar vueltas por la bodega, pasándose las manos por la cara y el pelo como si quisiera clavarse las uñas en ellos.
—No pueden entrar de esta forma —musitaba para sí mismo—. Es imposible. Simplemente imposible. ¿Cómo es que nadie los vio? ¡Es imposible!
—No lo es —le dijo Caleb con toda la calma que pudo reunir.
Sawyer dejó de andar en seco y se giró hacia él, muy serio.
—¿Y cómo es que no puedes seguir el rastro?
—No puedo —dijo, simplemente.
—Entonces, ¿de qué coño me sirves? —le espetó, casi gritando—. ¡Estás aquí para eso, para ser mi maldito kéléb, y no sabes hacerlo bien! ¿Qué coño haces aquí?
Caleb se limitó a mirarlo unos segundos, en completo silencio, impasible.
En su cabeza, no dejaba de lamentarse de haber dejado a Victoria solo por ir a la fábrica. Si se hubiera quedado, habría amanecido en la misma cama que ella, probablemente con esas bragas tiradas por el suelo y el gato imbécil molestando por el salón.
Pero no. Estaba en una estúpida bodega con Sawyer gritándole.
—¿Es que no vas a responder? —espetó Sawyer, histérico.
—¿Quieres que llame a Iver para que te calme?
—¡No quiero calmarme, quiero que alguien haga su puto trabajo bien! —se giró hacia los de seguridad, que se encogieron visiblemente—. ¡Vuestro trabajo era que nadie entrara sin mi permiso! ¡NADIE! ¿Cómo demonios entró ese alguien anoche? ¿Eh?
—No lo sabemos —aclaró uno de ellos.
—¡Estoy rodeado de inútiles! —gritó Sawyer, frustrado, y le dio una patada a la estantería de vinos que hizo que todas las botellas tintinearan peligrosamente.
Caleb, de nuevo, no dijo nada. Si se hubiera quedado con Victoria, ahora no tendría que soportar esto.
¿Por qué demonios no se había quedado con Victoria?
Victoria
¿Era normal que lo echara de menos?
Es decir, apenas habían pasado unas horas... pero había pasado de tenerlo con ella todo el día y a todas horas a verlo solo cuando tenía que acompañarla a algún sitio.
—¿Tú también lo echas de menos? —le preguntó a Bigotitos.
Él soltó un miau lastimero, indicando que sí.
—Ven, Bigotitos —Victoria sonrió y se dio unas palmaditas en el regazo—, ¿quieres un masaje en la espalda?
Miau miau
Bigotitos dio un salto hacia ella y se acomodó en su regazo. Ambos miraron la televisión mientras Victoria le acariciaba distraídamente la espalda y Bigotitos ronroneaba de placer, abriendo y cerrando las patitas.
Caleb
—Siento haberte gritado, hijo.
Estaban fuera de la bodega, junto a la trampilla. Sawyer parecía incluso más pálido y delgado a la luz del sol, y eso que al menos esa vez se había dado una ducha y se había cambiado la camisa.
—No pasa nada —le dijo Caleb.
Era cierto. Estaba acostumbrado a ver a Sawyer alterado y pagándolo con todo el mundo, aunque era cierto que nunca lo había hecho con él. Le sorprendía lo poco que lo había intimidado.
—Es que estos días... —Sawyer sacudió la cabeza y le puso una mano en la nuca mientras ambos miraban distraídamente la fábrica—. Han sido un infierno.
—¿Qué es lo que te preocupa tanto?
—Hay muchas... cosas.
—No, hay algo en concreto que te preocupa mucho —remarcó él.
Sawyer suspiró y le quitó la mano de encima para metérsela en el bolsillo, como intentando ganar tiempo antes de decir nada.
—Sabes que confío en ti, ¿no?
—Sí —murmuró Caleb, mirándolo de reojo.
—Si tuviera que confiar mi vida a una persona... a la que fuera... de entre todas las que conozco... esa persona serías tú, hijo.
—¿A dónde quieres llegar?
—A que confío en ti, y tú confías en mí. Sabes que si hubiera algo que necesitaras saber, yo mismo te lo diría.
Caleb lo miró de reojo, pero no dijo nada.
Solo sacó el móvil y se preguntó por qué había temblado el pulso de Sawyer al decir eso último.
Victoria
—¡Bex! —la saludó felizmente.
Se había alegrado más de lo que debería por ver su llamada entrante, la verdad.
—Hola, Vic —la saludó ella, también de buen humor—. ¿Quieres venir un rato a casa?
Ella puso los ojos en blanco al instante.
—¿Me lo preguntas porque quieres que vaya o porque Caleb te ha pedido que me lleves ahí?
—Bueeeeno... un poco de ambas. ¡Pero me gusta que vengas!
Entonces, Caleb iba a quedarse hasta tarde trabajando con Sawyer. Victoria resopló, aunque la idea de ir ahí y esperarlo en su casa sonaba tentadora... mhm...
—Vale, iré —accedió.
—Genial —Bexley estaba sonriendo, seguro—. Paso a buscarte en diez minutos, ¿vale?
Y, efectivamente, diez minutos después Bexley la recogió en coche. Fue agradable hablar con ella durante el trayecto. Lo cierto es que Bexley era muy buena para conversar. Podía hablar de cualquier cosa sin siquiera dudar o decir tonterías. Era casi admirable.
—Iver está arriba, durmiendo —aclaró Bexley cuando entraron y no vieron a nadie—. Sawyer lo ha tenido trabajando durante horas. Creí que se lo había ganado.
Victoria prefirió no mencionar que sabía el por qué había estado trabajando tantas horas. ¿Caleb estaba todavía en esa bodega?
—¿A ti no te ha llamado? —preguntó, curiosa.
—¿A mí? —Bex puso los ojos en blanco—. Ya te dije que Sawyer desprecia a las mujeres. ¿Crees que dejaría un trabajo que considerara importante en manos de una?
—Pues menudo imbécil.
—No digas eso delante de Caleb.
—Oh, ya lo he hecho. Le dije que lo odiaba.
Bexley se giró hacia ella, sorprendida, mientras cada una se dejaba caer en un sillón.
—¿Y no le importó?
—No tanto como creí.
—Ya veo —murmuró, sorprendida.
Victoria estuvo en silencio unos segundos, mirándola, y sintió que ya no podía aguantarlo más.
¡Necesitaba saberlo! ¿Vale?
—Caleb me contó que os besasteis una vez —soltó directamente.
No estaba muy segura de qué respuesta esperar de Bexley. Ella se limitó a sonreír, divertida.
—Fue el primer beso de ambos —aclaró sin darle mucha importancia.
¿De ambos? Nueva información. Mhm... convenía anotarla mentalmente. Todos los detalles eran buenos.
—Pero fue hace tiempo —añadió Bex, pensativa—. Las cosas han cambiado mucho.
—¿Estuvisteis saliendo?
—No te ha dado muchos detalles, ¿eh? —Bex sacudió la cabeza—. No. Lo que tuvimos no fue tan sólido como para llamarlo relación.
Victoria la miró, inquisitiva, y ella pareció captar la pregunta no formulada.
—Básicamente... —Bex apartó la mirada y suspiró—, yo estaba enamorada de él.
Hubo unos instantes de silencio. Victoria se sorprendió todavía más cuando vio que ella enrojecía. Bex parecía una chica tan segura de sí misma que verla enrojeciendo era casi inimaginable.
—¿Sí? —musitó como una idiota, sin saber qué más decir.
—Pero él de mí no —aclaró Bex con una pequeña sonrisa triste—. Me lo dejó muy claro desde el principio.
—Siento oír eso.
—Yo no. Si ahora tuviéramos un romance, no estaría contigo.
—¿Y eso es bueno?
—Victoria... tú no lo ves, pero Iver y yo nos hemos dado cuenta.
Ella parpadeó, confusa.
—¿De qué?
—De que en los ocho años que llevo conociendo a Caleb, solo lo he visto sonreír una vez. Y teníamos quince años.
—Venga ya.
—Lo digo en serio —Bex la miró—. Realmente no sabes lo que has hecho con él. Solo espero que no dejes de hacerlo.
Bex pareció sumamente incómoda cuando se puso de pie y musitó algo sobre ir a ver a su hermano.
Victoria, por su parte, se había quedado sentada en ese sillón, pensativa, y así siguió por unos instantes mirando la nada hasta que le entró hambre, como de costumbre.
Fue de puntillas a asaltar la nevera con la intención de no trastocar mucho la perfecta jerarquía culinaria del dictador de Iver, pero se detuvo en seco cuando vio un movimiento por el patio trasero.
Confusa, abrió la puerta y se quedó mirando la figura que había sentada desgarbadamente en el porche, dándole la espalda.
Sin poder evitarlo, esbozó una gran sonrisa.
—¡Caleb, no me sabía que volverías tan pronto! Ya podrías haberme llamado tú en lugar de dejarle el trabajo sucio a la pobre Bexley.
Se acercó casi dando brincos y bajó los escalones del porche trasero por su lado.
Pero... no estaba teniendo respuesta.
Oh, no, ¿qué había hecho ahora?
Se detuvo delante de él y estuvo a punto de ponerle una mano en la nuca solo para hundir los dedos en ese pelo oscuro que tanto le gustaba, pero si estaba enfadado no estaba muy segura de que eso fuera a gustarle.
En su lugar, se quedó mirándolo pese a que él tenía la cara girada hacia abajo, ignorándola.
—¿Qué pasa? ¿Algo va mal?
Caleb suspiró y levantó la cabeza, como si eso fuera lo más aburrido que había hecho en su vida. Victoria enarcó una ceja, sorprendida por su actitud, pero notó que su cara de volvía blanca cuando lo miró a los ojos.
Esos ojos... eran oscuros, sí. Y su cara era la misma de siempre. Y el pelo. Y la apariencia en general, pero... no.
Algo no iba bien.
Esos ojos no eran los ojos de Caleb. No sabía cómo podía estar tan segura, pero lo estaba. Simplemente lo estaba.
Dio un paso atrás inconscientemente cuando él se puso de pie delante de ella, mirándola fijamente como si fuera algo que intentara descifrar.
—¿Quién eres? —preguntó Victoria con un hilo de voz.
No supo muy bien si la pregunta tenía mucho sentido. La única teoría que podía meterse en la cabeza era que quizá era Axel jugando con su mente. Oh, no, ¿y si era él? ¡Era la única explicación para que alguien tuviera el mismo aspecto que su x-men!
Él avanzó hacia ella, mirándola de arriba abajo como si fuera una verdadera decepción, y empezó a andar en círculos a su alrededor, analizándola.
—Mhm... esperaba algo... distinto —murmuró.
No. Su voz no era la de Caleb. La de Caleb era fría, distante, pero... extrañamente cálida a la vez. Y la de ese chico era cortante, siseante y casi despectiva.
Victoria no le quitó los ojos de encima. Todas sus alarmas se habían activado y seguía sin estar muy segura del por qué.
—No estoy sola —aclaró, y el temblor de su voz delató su nivel de miedo.
—Lo sé perfectamente, cachorrito —murmuró él, casi como si no le prestara demasiada atención.
—Voy a llamar a los demás y...
—Deja en paz a los demás. Estoy aquí para verte a ti.
Se detuvo delante de ella todavía con esa mueca de decepción, mirándola de arriba abajo. Victoria sintió que su miedo aumentaba a cada segundo que pasaba, especialmente al darse cuenta de que él se había detenido justo en el lugar exacto para que no pudiera volver a entrar y llamar a Bex o Iver.
Vale, ¿y si gritaba? La casa era gigante, había posibilidades de que no la oyeran. Muchas. Pero... si no lo intentaba...
—¿Eres Axel? —preguntó con la voz temblorosa.
Por fin, él pareció reaccionar. Levantó la mirada hacia ella, perplejo.
—¿Axel? —repitió, casi como si le hubiera insultado.
—Tienes los ojos negros y eres una copia de Caleb, pero no eres él —murmuró ella.
De nuevo, él solo la miró unos segundos, pensativo.
—¿Cómo sabes que no soy Caleb?
—Simplemente lo sé.
Y era cierto. No estaba muy segura de cómo lo sabía. Después de todo, eran prácticamente una copia el uno del otro. Quizá... ¿por los ojos? Definitivamente, no transmitían lo mismo.
—No eres tan estúpida como creí que serías —concluyó él, indiferente.
—Vaya, gracias —murmuró Victoria, olvidándose por un instante del detalle de que él probablemente iba armado y podía hacerle daño.
—Aunque sí que eres menos de lo que esperaba —siguió, pensativo—. Con todo lo que se ha armado por tu culpa... esperaba algo más que una chica cualquiera.
—¿Quién eres? —repitió, impaciente—. ¿Eres Axel o no?
—No —enarcó una ceja—, aunque no es una mala deducción. Podría serlo. Pero él no es tan listo. De hecho, yo diría que no es listo. Y ya está.
Pero... si no era Axel, ¿entonces...?
—No te han hablado de mí, ¿no? —él suspiró, como si esa conversación le estuviera aburriendo—. Me llamo Brendan. Supongo que puedes deducir mi parentesco con tu querido Caleb.
Si podía deducirlo o no, nunca lo sabrían, porque en ese momento la puerta de la cocina se abrió estrepitosamente e Iver se quedó ahí de pie junto con Bexley. Ambos miraron un momento la escena, sin entender nada.
Espera, ¿ellos no sabían distinguir entre Caleb y él? ¿Por eso no entendían la tensión de la situación?
Brendan ni siquiera se había dado la vuelta para mirarlos, pero Victoria vio que ponía los ojos en blanco.
—¿Qué tal, mellizos? —preguntó, dándose la vuelta hacia ellos—. Habéis tardado un poco en bajar. Creo que a mi hermano eso no le va a gustar demasiado.
Victoria vio el momento exacto en que la expresión de Iver y Bexley cambiaba radicalmente a una mezcla de confusión y tensión bastante extraña.
Bex fue la primera en reaccionar, llevándose una mano dentro de la chaqueta, donde seguro que llevaba la pistola. Sin embargo, se detuvo en seco cuando Brendan levantó las manos en señal de rendición.
—No estoy aquí para meterme en problemas —aclaró tranquilamente—. Solo quería conocer al cachorrito.
—Se llama Victoria —remarcó Bexley secamente.
—Claro —Brendan sonrió—. Bueno, creo que será mejor que vuelva cuando mi hermano esté en casa. No querría que se perdiera lo que tengo que decirle a Victoria.
¿Decirle? ¿Qué tenía que decirle él?
Victoria parpadeó y, en cuanto quiso darse cuenta, él ya había desaparecido. Ni siquiera se había dado cuenta de haber estado aguantando la respiración hasta que Iver y Bexley se acercaron. Bexley la sujetó de los hombros, mirándola de arriba abajo.
—¿Estás bien? —preguntó rápidamente.
—Sí, no me ha hecho nada —murmuró, confusa.
—No lo había visto aquí desde hace ocho años —dijo Iver, mirando a su alrededor—. Qué raro.
—Será mejor que entremos —dijo Bexley, ignorándolo.
Victoria los miró con extrañeza.
—¿Cómo habéis sabido que estábamos aquí fuera?
Iver la miró de reojo.
—He notado tu miedo.
Bexley puso una mueca cuando llegó a la puerta de la cocina, negando con la cabeza.
—Bueno, Caleb nos va a matar en cuanto se entere de que te hemos dejado sola con ese idiota.
Caleb
—Será mejor que salgamos.
Caleb iba a volverse loco. Ya era la quinta vez que se lo decía a Sawyer. Y no dejaba de insistir en repasar por última vez la maldita bodega.
—Sawyer —repitió, esta vez sin poder evitar el agotamiento y la frustración en su voz—. Llevamos horas aquí, si alguien hubiera querido volver, lo habría hecho.
Sawyer no respondió. Solo miró fijamente la zona en la que la botella había desaparecido.
—¿Puedes volver a revisarlo?
No, no podía. Caleb había estado usando sus habilidades de forma intensiva durante demasiado tiempo seguido, y sabía lo que implicaba eso; tenía los músculos prácticamente muertos, el cerebro le funcionaba a poca velocidad y una sensación de agotamiento y dolor se extendía por todo su cuerpo. Por no hablar de las punzadas dolorosas en las sienes.
Necesitaba descansar. Ya.
—Sawyer... —empezó.
—Es solo para estar seguros.
—Aunque lo revisara, no podría encontrar nada.
Y no solo por estar agotado, sino porque era obvio que no habría nada que encontrar.
—Solo te estoy pidiendo que lo vuelvas a intentar —espetó Sawyer.
Caleb intentó que el mal humor de su agotamiento no se apoderara de él cuando respiró hondo y miró a Sawyer.
—Estoy agotado —le dijo en voz baja—. Llevo casi diecinueve horas seguidas revisando esta habitación. La cabeza me da vueltas y ya apenas puedo percibir ningún olor. Me voy a casa.
Sawyer lo observó unos segundos, pero no dijo nada cuando Caleb recogió bruscamente su chaqueta y se encaminó a la salida.
Sin embargo, pareció cambiar de opinión en cuanto Caleb se acercó a la trampilla.
—¿Por qué no llevas la pistola?
Oh, mierda.
Todavía llevaba el atuendo que había usado para su cita con Victoria. Pero no podía explicárselo. Y tampoco se creería que se la había dejado. Entonces, ¿qué podía decirle?
—No la vi necesaria para un trabajo tan rutinario.
—Os enseñé a llevarla siempre —Sawyer dio un paso en su dirección, mortalmente serio.
—Pues lo tendré en cuenta para la próxima vez.
No tenía energía suficiente como para molestarse en discutir con Sawyer sobre una tontería. Subió la trampilla, llegó a su coche, y se metió en él con un suspiro. La cabeza le daba vueltas. No estaba muy seguro de si podría conducir.
Sin embargo, se obligó a sí mismo a arrancar el coche y conducir hacia la granja. Varias veces estuvo a punto de cerrar los ojos, pero consiguió mantenerse despierto el tiempo suficiente como para no tener un accidente.
Cuando llegó a la granja, se fijó por primera vez en que ya era de noche. Entonces... llevaba más de diecinueve horas con Sawyer. No le extrañaba estar tan agotado.
Se pasó una mano por la cara, cansado, y abrió la puerta de casa sin prestar demasiada atención a su alrededor. Sin embargo, se detuvo en seco cuando levantó la cabeza y vio unos ojos grises muy abiertos y precavidos clavados en él.
—¿Victoria? —preguntó, extrañado.
Ella había parecido muy ansiosa por un momento, pero su expresión cambió drásticamente a una preocupada en cuanto lo vio.
—¿Qué te pasa? —preguntó, acercándose rápidamente—. ¿Estás bien?
—Sí, es que he estado muchas horas... —se detuvo, todavía extrañado—, ¿qué haces aquí sola? ¿Dónde están Bex e Iver?
—Iver está en la cocina y Bex en el salón. Caleb, ¿qué te pasa? Estás pálido.
—Estoy cansado.
Victoria se relajó un poco, pero seguía teniendo cierta inseguridad en la mirada.
—¿Puedes... cansarte? —preguntó, extrañada.
—Sí. Creo que necesito dormir unas cuantas horas seguidas. Llevo usando mi habilidad demasiado tiempo.
—¿Por qué? —y, de pronto, ella apretó los labios—. ¿Por Sawyer?
—Ya te dije que me tendría todo el día en esa bodega.
—¡Pero mírate! ¿Cómo puede no tener un poco de compasión?
Sinceramente, Caleb no tenía energía suficiente como para tener esa conversación.
Suspiró, pasó por el lado de Victoria y subió las escaleras apoyado en la barandilla.
Victoria
Genial, ahora todo el mundo la ignoraba.
Frunció el ceño cuando Caleb subió a su habitación sin decir nada más y, tras dudar unos instantes, decidió subir las escaleras tras él. La verdad es que sí parecía casi enfermo. Estaba pálido, tenía los párpados caídos por el agotamiento y parecía que se movía de una forma mucho más torpe que de costumbre.
Oh... cómo odiaba a Sawyer.
Victoria se detuvo en el umbral de su habitación y vio que él se dejaba caer pesadamente en la cama con la cara entre las manos, suspirando con fuerza.
—¿Estás bien? —preguntó, dubitativa.
Caleb tardó unos segundos en responder. Cuando lo hizo, se quitó las manos de la cara y empezó a deshacerse las botas.
—Es que no estoy acostumbrado a tener que usar mis habilidades durante tantas horas y a tanta... intensidad —murmuró.
Victoria seguía sin saber qué hacer, así que cuando se acercó y vio que él seguía intentando quitarse torpemente los zapatos, decidió quitarle las manos y hacerlo ella misma. Para su sorpresa, Caleb no se quejó. Solo se dejó caer de espaldas en la cama y respiró hondo, cerrando los ojos.
Bueno, era raro verle así. Normalmente parecía tener el control absoluto de la situación. Era la primera vez que ella se sentía en una posición de ventaja.
Le quitó las botas y las dejó a un lado antes de incorporarse y mirarlo. Por un momento, pensó que quizá estaba ya dormido, pero algo le decía que no era así.
Y, efectivamente, él abrió los ojos y la miró.
—Recuérdame que la próxima vez mande a Sawyer a la mierda —masculló.
Victoria curvó los labios hacia arriba.
—Me parece muy bien.
—Debería haberme quedado contigo.
—Estoy de acuerdo.
—Anoche hiciste una interesante elección de ropa interior, por cierto.
Victoria estaba a punto de volver a asentir con la cabeza, pero dio un respingo y sintió que su cara entera se ruborizaba. Él soltó una risita entre dientes.
—¡Entonces, sí que me viste las bragas! —protestó Victoria—. ¡Pervertido!
—¡También te salvé de caerte al suelo por las trampilla!
—¡No me habrías tenido que salvar si no me hubieras llevado a esa bodega extraña!
—¡Es mi trabajo!
—Pues tu trabajo es una mierda.
—Mira, por fin estamos de acuerdo en algo.
—Bueno, da igual —masculló y lo sujetó de las muñecas para incorporarlo hasta dejarlo sentado. Él se dejó dócilmente, bostezando—. ¿Todavía llevas la ropa de anoche?
—Ya te he dicho que he estado ahí muchas horas.
—Pero... ¿sin descanso?
Para su sorpresa, en lugar de responder, él suspiró y se inclinó hacia delante hasta que su frente se quedó apoyada en el estómago de Victoria.
Ella lo observó unos segundos. Ya le había quitado la chaqueta. Él no se movía. Frunció un poco el ceño y le pasó una mano por el pelo. Él no reaccionó, pero notó que apretaba un poco la frente contra su estómago y sus hombros se movían con cada respiración profunda que tomaba.
Se había quedado dormido.
Victoria dudó. No quería moverse y despertarlo, pero tampoco podía quedarse en esa posición para siempre. Lo sujetó por los hombros y lo empujó hacia atrás hasta que estuvo tumbado. Caleb seguía dormido.
Era la primera vez que lo veía dormido, ¿no?
—Déjame a mí.
Dio un respingo cuando escuchó la voz de Iver en la puerta de la habitación. No lo había escuchado llegar. Y estaba apoyado en el marco de la puerta con un hombro.
—¿Cuánto hace que...?
—Acabo de llegar —la tranquilizó, acercándose—. Pero hay algo que debería hacer.
Victoria se apartó, dudando, cuando Iver se colocó a los pies de la cama mirando a Caleb. Cerró los ojos un momento y sacudió la cabeza. Cuando los abrió, tenía el ojo bueno tintado de negro.
Ella se giró hacia Caleb. No se había dado cuenta hasta ahora, pero era cierto que tenía una capa de sudor frío en la frente y los labios mucho más pálidos de lo normal. Poco a poco, fue recuperando su color natural y su respiración fue calmándose.
Al cabo de unos segundos, solo parecía un chico normal durmiendo plácidamente.
—Ya está —murmuró Iver, y su ojo volvió a su color habitual.
—¿Qué has hecho?
—Cuando sobrecargamos nuestras habilidades, es como si nuestro cuerpo entero entrara en colapso. Necesitaba que lo relajaran un poco o probablemente... —se cortó y echó una mirada de pánico a Victoria—, bueno, da igual. Solo tenía que relajarlo un poco.
—No me dejes con la frase a medias —Victoria le puso una mueca—. ¿Probablemente qué?
Iver suspiró pesadamente.
—Mira, si Caleb te pregunta... yo no te he dicho nada, ¿eh?
Oh, la cosa se ponía interesante. Ella asintió enseguida.
—Bueno, cuando sobrecargamos nuestras habilidades hacia un extremo que no podemos soportar... es como si nuestro cuerpo colapsara. En el mejor de los casos solo conlleva agotamiento y... bueno, lo que sentirías con una buena resaca.
—¿Y en el peor de los casos?
Iver la miró significativamente. Victoria sintió que su corazón daba un respingo y Caleb murmuró algo en sueños.
—¿Podría... morirse? —preguntó con un hilo de voz.
—Ahora está bien —le aseguró Iver enseguida—. Es solo... en casos muy extremos. Pero nunca llegamos a esos casos. Nunca he visto a nadie morir por esto, aunque... bueno, algunos han estado a punto.
—¿Cómo por ejemplo?
—Él se arriesgó mucho cuando... mhm... cuando pasó lo de mi ojo.
Por la forma en que lo dijo, Victoria supo al instante que no quería seguir hablando de ello. Y Victoria quería respetarlo, pero... ¡la curiosidad era muy fuerte!
—¿Qué tiene que ver la habilidad de Caleb con tu ojo?
—Caleb es el único que nosotros que tiene dos habilidades.
Espera, ¿qué?
¿Por qué Victoria no sabía nada de eso?
—Hay gente que tiene dos —aclaró Iver al ver su expresión—. Aunque es difícil desarrollar dos a la vez.
—¿Y cuál es su otra habilidad?
Iver empezaba a tener cara de no querer seguir hablando.
—Es mejor que te lo diga él —concluyó—. La cosa es que después de eso... se pasó mucho tiempo encerrado en su habitación. Apenas podía moverse. Se arriesgó demasiado. Y solo por mí.
—No fue solo por ti. Fue porque eres su amigo.
Iver soltó algo parecido a un bufido incómodo y sacudió la cabeza.
—No sé si me lo merecía.
—No digas eso —Victoria no pudo evitar mirarlo con cierta compasión—. Tú también lo habrías hecho por él.
Supo que Iver pensaba que sí, pero no lo dijo. Solo carraspeó, incómodo.
—Bueno, será mejor que os deje solos, ¿no?
—Espera —Victoria abrió mucho los ojos—. No, yo debería irme a casa.
Iver se giró hacia ella como si hubiera dicho la mayor tontería que había oído en su vida.
—¿Por qué?
—Porque... no estoy en mi casa.
—No entiendo nada —puso los ojos en blanco—, ¿no se supone que vosotros dos tenéis algo raro fluyendo?
—Mira, no creo que le guste mucho eso de despertarse y encontrarme en su cama.
—Vic, se te olvida el pequeño detallito de que puedo percibir sus sentimientos —enarcó una ceja—. Créeme, puedes quedarte. Buenas noches.
Victoria se quedó ahí plantada cuando él se marchó tranquilamente y los dejó solos en la habitación. Miró a Caleb, dubitativa, y se dio cuenta de que nunca había dormido con él. De hecho, nunca había pasado la noche entera con él. Y no tendría muchas más oportunidades, ¿no? Después de todo, no era fácil que se quedara dormido.
—Oye —murmuró—, ¿estás dormido de verdad? Porque voy a cambiarme y como te vea con un ojo abierto voy a darte una patada en el estómago.
Él siguió con los ojos y cerrados y la respiración acompasada. Vale, estaba dormido. Confirmado.
Victoria se cambió a toda velocidad y se volvió a poner la sudadera multicolor que le había robado el primer día que se había quedado ahí. Se soltó el pelo y escaló la cama gigante. Él seguía dormido en uno de los lados, así que se colocó en el otro y se metió bajo las sábanas.
—Buenas noches, x-men —murmuró, y se acurrucó contra la almohada.
Él no respondió, claro, y Victoria intentó ignorar su presencia para poder calmarse y dormir en paz. Cerró los ojos.
Y, nada más hacerlo, los abrió de golpe porque notó que un brazo la rodeaba por atrás y —sí, literalmente— la arrastraba hasta el otro lado de la cama hasta que su espalda quedó pegada al pecho de Caleb.
Lo miró por encima del hombro, sorprendida. Pero no, él seguía dormido.
Bueno, el x-men era más cariñoso dormido que despierto. Interesante dato.
Victoria intentó apartarle el brazo, pero solo consiguió un murmullo de protesta en su oreja y que el brazo la pegara más.
Suspiró y se resignó a acomodarse así. O, bueno... quizá estaba un poco más encantada de lo que quería admitir.
Al final, como él seguía sujetándole la sudadera con un puño por la altura del estómago, estiró la mano para acariciarle el dorso de la suya con los dedos. La verdad es que esperaba que él se apartara, pero se limitó a soltar lentamente la sudadera y calmar la tensión del puño hasta que dejó caer la mano a un lado, todavía rodeándola con el brazo.
Vale, Victoria podía acostumbrarse a eso, ¿para qué negarlo?
Con una sonrisita feliz, cerró los ojos y se pegó todavía más a él, encantada, dispuesta a disfrutar un rato de eso antes de quedarse dormida.
Cuando volvió a abrir los ojos, le dio la sensación de que no habían pasado más que segundos, pero la habitación se iluminaba con los rayos débiles que se filtraban a través de la tela de las cortinas. Uno le daba directamente en el brazo y sentía esa zona especialmente caliente. Se lo frotó y parpadeó a su alrededor. ¿Dónde...? Ah, sí. La habitación de Caleb.
Bajó la mirada y le sorprendió ver que seguía teniendo su brazo por encima. Estaban tal y como se habían dormido. Y él seguía durmiendo.
Se quitó su brazo de encima con cuidado y se apartó un poco para poder estirarse perezosamente. Oh, ¿cómo se podía dormir tan bien en esa cama? ¿Era por el colchón o por la compañía? Ya no estaba muy segura.
Se giró con una sonrisita traviesa y vio que su cara y la de Caleb apenas estaban separadas por un palmo de distancia. Él seguía durmiendo con esa expresión relajada que tan poco acostumbrada estaba a ver. Le gustó más de lo que debería.
Y, bueno... él normalmente no se dejaba acariciar demasiado estando despierto...
Y había tenido ganas de acariciarle la mandíbula por mucho tiempo...
Mhm...
Su sonrisita maliciosa aumentó su tamaño cuando estiró el brazo hacia él. Casi se sentía como una niña pequeña a punto de gastar una broma.
Su mano quedó en el aire, unos centímetros por encima de su mejilla. Dudó unos segundos. ¿Por qué sentía que estaba mal tocarlo? Solo quería acariciarle la cara...
A la mierda, ¡iba a hacerlo! ¡Era valiente!
Completamente inmersa en lo que hacía, tragó saliva y bajó lentamente la mano. Las puntas de los dedos empezaron a cosquillearle por la emoción. Ella tragó saliva ruidosamente y, justo cuando estaba a apenas unos milímetros de su piel...
—Ni se te ocurra.
Victoria ahogó un grito y se apartó casi de un salto, quedando sentada en la cama con el corazón latiéndole a toda velocidad.
Se giró hacia Caleb, todavía con una mano en el pecho, y vio que él se estaba riendo entre dientes pero no había abierto los ojos.
—¡Podrías haberme avisado! —exclamó ella, todavía alterada.
—¿Ibas a tocarme sin permiso? —abrió un ojo adormilado para mirarla—. ¿Te parece que eso es un comportamiento adecuado para una señorita, Victoria?
—Yo no soy una señorita. Soy una idiota alterada.
Y, música para sus oídos... él se echó a reír.
Victoria vio que él se frotaba los ojos y se incorporaba lentamente. Tenía la mata de pelo oscuro alborotada y seguía con cara de estar medio dormido. Y, curiosamente, nunca le había parecido tan sexy como se lo parecía en ese momento.
—No eres una idiota alterada —aclaró él, rascándose la mandíbula perezosamente—. Eres una pesada alterada.
—No hay nada como un buen cumplido mañanero para alegrarte el día.
—Prefiero no saber si eso ha sido ironía —murmuró él, y se puso de pie.
Se miró a sí mismo, extrañado, cuando se dio cuenta de que no llevaba la mayor parte de la ropa que llevaba puesta cuando había llegado. O eso quiso pensar Victoria cuando se giró hacia ella, dubitativo.
—Estabas muy cansado —murmuró ella, repentinamente algo avergonzada—. Pensé que dormir con chaqueta y todo eso sería... mhm... incómodo. Así que te lo quité.
—Ah, claro —pero tenía un brillo malicioso en la mirada.
—¿Algo que añadir? —preguntó, avergonzada.
—Habría estado más cómodo sin ropa, ¿sabes?
Victoria se quedó mirándolo, pasmada, y él volvió a sonreír. Un momento... ¡estaba riéndose de ella!
Un mes antes no sabía que era la ironía o las bromas... ¡y ahora se reía de ella, de su maestra!
—Si quieres quitarte más ropa, hazlo tú mismo —enarcó una ceja, a la defensiva.
—Vale.
Ella parpadeó, perpleja, cuando vio que Caleb se quitaba la camiseta sin siquiera dudarlo y se empezaba a deshacer del cinturón.
Un momento, ¿qué...?
—¡Para!
Él se detuvo justo antes de bajarse los pantalones y la miró con una ceja enarcada.
—¿Qué?
—Q-que... ¡que pares!
—¿Por qué? Tú lo has sugerido.
—¡No lo decía en serio!
—Yo sí. Necesito un baño.
Y, sin siquiera dudarlo, se bajó los pantalones y la ropa interior.
Victoria notó que su cara se volvía escarlata cuando se giró instintivamente hacia el lado contrario. Escuchó su risa entre dientes justo antes de que él se fuera tranquilamente hacia el cuarto de baño.
—Hay sitio para dos —añadió.
Sí, claro. Victoria apretó los labios, todavía escarlata, cuando escuchó que él no se molestaba en cerrar la puerta pero abría el grifo de la bañera, empezando a llenarla.
Bueno, esa no era la idea que tenía sobre cómo sería esa mañana.
Además, ¿por qué había dejado abierto y se había desnudado así? ¿Es que se creía que Victoria no era capaz de seguirle el ritmo? ¿Que no era atrevida?
Bueno, a ver... tampoco lo era tanto.
¡Pero sí que lo era lo suficiente!
Se puso de pie, irritada, y entró en el cuarto de baño. Apretó los labios con fuerza cuando vio que él ya estaba tranquilamente sumergido en el agua caliente. No se giró hacia ella, pero esbozó una pequeña sonrisa.
—¿Has cambiado de opinión?
—¿Te crees que me intimidas o qué?
—No lo sé —la miró de soslayo—. Dímelo tú misma.
Oh, eso era un reto.
¡Acababa de retarla abiertamente!
No sabía lo que había hecho.
Victoria enarcó una ceja y, muy digna, se agarró los bordes de la sudadera y tiró hacia arriba, quedándose solo con su camiseta de manga corta. Sus pantalones también quedaron en el suelo. Él no dijo nada, pero seguro que estaba escuchando los latidos frenéticos de su corazón cuando también se quitó la camiseta, quedando solo en bragas.
¿Qué? ¿No era atrevida ahora?
Le sorprendió un poco ver que Caleb no miraba la piel que acababa de dejar descubierta, sino que mantenía sus ojos clavados en los suyos. Cualquier otro chico habría mirado. Él no. Y, de alguna forma, eso hizo que su sangre hirviera todavía más. Y en un sentido muy distinto al enfado.
Se dio cuenta de que había estado demasiado tiempo ahí plantada cuando él levantó ligeramente una de las comisuras de su boca.
—Te falta algo.
Victoria no apartó la mirada de él cuando se agachó y se quitó las bragas casi de un tirón.
Vale, seguro que su cara estaba roja como un tomate, ¡pero que no se notara que estaba nerviosa! Tenía que parecer segura de sí misma.
Sin perder el contacto visual con él, a quien se le habían oscurecido los ojos, avanzó lentamente hacia la bañera y metió un pie en ella. Luego el otro. Y finalmente se sumergió lentamente en el agua caliente.
Y se cruzó de brazos, claro. Ante todo, tenía que dejar claro que estaba a la defensiva.
Caleb sonrió disimuladamente y empezó a trazar círculos invisibles en la superficie del agua con un dedo con los codos apoyados en los bordes de la bañera.
—¿Te has puesto nerviosa? —preguntó aumentando esa pequeña sonrisa maliciosa.
—No —mintió descaradamente.
Caleb sonrió y levantó la mirada hacia ella. Victoria notó que cada centímetro de su piel que no estaba oculto bajo la espuma del agua se calentaba al instante.
—Deberías aprender a controlar tu pulso si quieres mentir bien.
—No estaba mint... —suspiró—. Yo también sé cuanto mientes, ¿vale?
—Yo nunca te he mentido.
Lo dijo con una contundencia que la dejó en silencio un momento, sorprendida. Sin embargo, la imagen de Brendan y lo de su segunda habilidad le vinieron a la cabeza y no pudo evitar entrecerrar un poco los ojos hacia él.
—Pero tampoco me has contado todos los detalles importantes de tu vida —le dijo.
Caleb la observó unos segundos, como si no entendiera a qué se refería exactamente. O, más bien, eso era lo que quería que Victoria creyera, porque debajo de esa máscara podía percibir una ligera capa de tensión.
—Te has tensado —le dijo ella, enarcando una ceja.
—Eso no puedes saberlo.
—Empiezo a entender tus expresiones, cariño —esbozó media sonrisa orgullosa.
—Eso no es posible —insistió, casi ofendido—. Ni siquiera Sawyer sabe leerme las expresiones y lleva conmigo prácticamente toda mi vida.
—Quizá no te ha observado con suficiente atención.
Le gustó ver que la expresión de Caleb se dulcificaba al instante en lugar de ponerse a la defensiva, como habría hecho unas semanas atrás.
—Estás llena de sorpresas, ¿eh? —murmuró—. Cada vez que creo que lo sé todo de ti... sales con algo nuevo.
—Dicen que nunca terminas de conocer a nadie, ¿no?
—Y es cierto —él esbozó una pequeña sonrisa—. Bueno, ¿ya no estás nerviosa?
—¿Nerviosa?
—Victoria, sé leer una expresión de nervios —le aseguró, y luego frunció el ceño—. No quiero que me te pongas nerviosa por mí. No tienes motivos para hacerlo.
Ella dudó un momento antes de entrecerrar los ojos.
—¿Nerviosa yo, x-men? Qué más quisieras.
Él ladeó la cabeza, divertido, y Victoria sintió que toda la habitación volvía a llenarse de un ambiente pesado y caliente cuando él sacó una mano del agua y le hizo un gesto muy lento para que se acercara.
Victoria desdobló las piernas lentamente, algo ruborizada, y se deslizó un poco más cerca de él por la bañera. Al final, se quedó sentada sobre sus tobillos justo delante de él, entre sus piernas, pero sin que ninguno de los dos tocara al otro.
Y, sin embargo, estaban tan cerca... ella tragó saliva cuando volvió a sentir que sus ojos oscuros la envolvían en su propia burbuja personal.
—La otra noche parecías más atrevida —comentó él, recorriéndole la cara con los ojos.
—La otra noche cierto x-men me dejó a medias.
—Yo creo que el x-men se fue con una parte del trabajo bastante bien cumplida.
—Yo creo que el x-men no debería tener tan creído que esa parte del trabajo fue bien cumplida.
Caleb sonrió, divertido. Una sonrisa de verdad, de esas amplias que hacían que se te achinaran un poco los ojos y que Victoria jamás había visto en él.
Casi se derritió ahí mismo, mirándolo.
—¿No te gustó? —preguntó él, y era obvio que ambos sabían la respuesta.
—Más de lo esperado —entrecerró los ojos—. ¿No se suponía que tú no tenías experiencia?
—Yo nunca he dicho eso.
—Dijiste que solo habías besado a una chica.
—Y es cierto.
Ella abrió mucho los ojos, indignada, cuando él sonrió maliciosamente.
—¿Con cuánta gente te has acostado? —preguntó, alarmada.
—No lo sé, no las voy contando.
Por un momento, se quedó pasmada. Luego, se dio cuenta de que se estaba burlando de ella.
Por algún extraño motivo, su pecho se llenó de una mezcla de alivio e irritación. Le dio un manotazo en el hombro, molesta.
—¡No te burles! Dime un número.
Él atrapó la mano con la que lo había golpeado por la muñeca, observándola con diversión maligna en los ojos cuando Victoria intentó liberarse torpemente.
—¿De qué te serviría esa información, exactamente?
—¡Quiero... saberlo! Besas demasiado bien para haber besado solo una vez.
—¿Beso bien? —preguntó, orgulloso.
—Tienes un cuatro sobre diez.
—Victoria, sigo escuchando tu pulso. Y sigue acelerándose cuando mientes.
—¡No es justo, tengo derecho a mentir y que tú no te enteres!
—Es decir... que te gustó.
—¡Yo no he dicho eso!
—Pero realmente no hace falta que lo digas.
Ella sintió que su pulso delator volvía a traicionarla cuando él tiró de su brazo hasta que la tuvo sentada en sus piernas.
Y seguían desnudos. Vaya... Victoria enrojeció, y no de vergüenza.
—¿Cuántas? —repitió, nerviosa.
De repente, sentía la imperiosa necesidad de mantener una conversación. El silencio podía llevarlos a hacer otra cosa que no fuera hablar. Y la perspectiva hacía que se pusiera demasiado nerviosa.
—¿Cuántas? —insistió, pinchándole con un dedo justo debajo del pecho.
—¿Cuántos tú?
—Uno —enarcó una ceja.
—¿Solo uno? —él entrecerró los ojos y Victoria notó que se ponía irremediablemente nerviosa—. Creo que tu pulso acaba de traicionarte otra vez.
—Solo uno... oficialmente —aclaró, enrojeciendo por hablar tan abiertamente de eso—. Hubo otro antes de él que... mhm... bueno, no llegamos muy lejos. Lo detuve en seco en cuanto vi que intentaba meterme la mano en sus pantalones.
Eso hizo que Caleb frunciera el ceño de golpe.
—¿Te hizo sentir incómoda?
—¿Qué? ¡No! Es que... —suspiró, avergonzada—. No quería que mi primera vez fuera en un coche. Pero él se enfadó y no volvimos a hablar. Luego conocí a Jamie y... bueno, el resto es historia.
Lo miró al instante.
—Te toca.
Intentó no distraerse cuando notó que él hundía el otro brazo en el agua y la rodeaba por la cintura, acercándola tanto que sus narices prácticamente se rozaban.
Vale... calma.
Solo era un chico desnudo.
No pasaba nada. ¡Había estado en esa situación antes!
Control. Seguridad. Calma.
—Dos —le dijo él en voz baja.
Espera, ¿dos? ¿Cómo que dos? ¿Cuál era la otra?
—¿Una es Bexley?
Él asintió distraídamente, mirándole los labios.
Pero Victoria no iba a dejar que la distrajera tan fácilmente.
—¿Fue tu primera vez?
Volvió a asentir, subiendo los dedos por su columna vertebral y volviéndolos a bajar una y otra vez.
Eso era jugar sucio por parte del x-men.
—Pero... me dijiste que solo habías besado a una chica —Victoria siguió con sus pobres esfuerzos de mantener una conversación.
—Ahora he besado a dos —aclaró, mirándola—. A lo mejor nunca beso a una tercera, no creo que pueda superar a la segunda.
Victoria estuvo a punto de permitir que eso la distrajera de la conversación, pero se obligó a sí misma a concentrarse.
—¿Y la otra chica con la que te acostaste?
—Eso fue... distinto —masculló—. Tenía diecinueve años... quería probar algo diferente. Fui a un bar cualquiera, ella se acercó a hablar conmigo... realmente no tuve que hacer gran cosa, solo ir con ella a su apartamento. Fue muy frío, ni siquiera recuerdo su nombre. Ni su cara. Seguro que ella tampoco recuerda la mía.
—Oh, eso último lo dudo mucho —le aseguró ella, sonriendo.
—¿Por qué?
—Esos ojos no se olvidan fácilmente.
Y era cierto. Ella había estado obsesionada con sus ojos oscuros incluso después de su primer encuentro, en el que, honestamente, no se había llevado una gran imagen de Caleb.
Él pareció algo sorprendido. De hecho, incluso dejó de acariciarla.
—¿Eso crees? —preguntó.
—Vamos, Caleb. Eres guapísimo y lo sabes.
De nuevo, pareció sorprendido, y la sonrisa de niño pequeño que esbozó fue lo más tierno que Victoria había visto en su vida.
—¿Crees que soy guapísimo? —preguntó, inclinándose hacia ella.
—Sé que lo eres. Y tú también. No te hagas el interesante conmigo, x-men.
Él mantuvo su sonrisa al recorrerle el rostro con la mirada y detenerse en sus ojos.
—Nunca me habían llamado guapísimo.
—Porque intimidas tanto que nadie te lo dice.
—Tú acabas de hacerlo.
—Pero hace tiempo que dejaste de intimidarme, x-men.
Victoria hizo una pausa y tuvo que carraspear antes de volver a hablar. Él volvía a mirarle los labios.
¿La temperatura de esa habitación estaba por las nubes o era ella que se lo estaba imaginando?
—Una vez me llamaste preciosa —le recordó Victoria, repentinamente avergonzada por decirlo en voz alta.
—Lo sé.
—¿Te gusta más preciosa que guapísima? —intentó bromear, con un nudo de nervios en el estómago cuando él se acercó un poco más—. A mí me gustan los dos.
—A mí no me gusta ninguno.
Ella parpadeó, algo confusa.
—¿No?
—Ningun0 te hace justicia.
Oh, vale. Mierda. Rubor de nuevo.
¡¿Por qué nunca estaba preparada para encajar que le dijera esas cosas?!
Sintió que los nervios empezaban a hacer que le temblaran las manos cuando él la sujetó de las caderas y la sentó de forma que quedara justo delante de él. Victoria se sostuvo por sus bíceps enseguida, encantada y nerviosa a partes iguales.
—¿No? —repitió, esta vez con un hilo de voz.
Él se inclinó hacia delante y notó que sus labios se curvaban cuando le dejó un beso húmedo y cálido justo debajo de su oreja.
—¿Andas en busca de cumplidos? —preguntó contra su piel.
—Solo... tengo curiosidad por saber cómo me ves.
Él soltó una suave y ronca risa que vibró contra la parte de su cuello donde su pulso latía a toda velocidad. Se demoró ahí unos segundos antes de hacer el mismo recorrido con los labios desde debajo de su otra oreja.
—Tu eres distinta —le dijo en voz baja, contra su piel—. Simplemente... tienes otro tipo de belleza.
—¿De qué tipo?
—De un tipo mucho más... etéreo.
Victoria tragó saliva cuando notó que varios mechones de pelo oscuro le rozaban la piel.
—No sé que significa es palabra —le dijo con un hilo de voz.
Caleb volvió a sonreír contra su piel, pero esa vez levantó la cabeza y la miró.
—Significa sutil. E intangible. Y perfecto.
Victoria sintió que esas palabras le calaban mucho más hondo de lo que habría deseado, pero hizo un verdadero esfuerzo para aparentar que no era así.
—No te pega eso de halagarme, x-men.
—No te estoy halagando. Te estoy diciendo la verdad.
Ella sonrió sin poder evitarlo y le sostuvo la cara con ambas manos.
¿Quién demonios le habría dicho esa noche en el bar que el chico que la apuntó con una pistola iba a ser capaz de decirle esas cosas tan bonitas?
No sabía qué decir, así que no dijo nada. Solo se inclinó hacia él y le dejó un beso suave en una comisura de los labios. Y otro en el otro lado. Luego se lo dio en el centro, y se apoyó en las rodillas para poder levantarse un poco y tener más acceso a su boca.
El agua de la bañera se agitó un poco cuando Caleb la rodeó automáticamente con los brazos, pegando su cuerpo al suyo. Victoria casi se había olvidado de que estaban ambos desnudos. O era muy consciente de ello. No estaba muy segura de cuál era.
Y, justo cuando el beso empezaba a ponerse interesante... la imagen de Brendan le vino a la cabeza.
Vale, tenía que hablar con Caleb.
La pregunta era... ¿tenía que hacerlo antes o después de lo que estaba a punto de pasar en esa bañera? Porque después parecía una buena opción.
Sin embargo, como de costumbre, fue él quien se separó primero. Y esta vez la miró con extrañeza.
—¿Qué pasa?
—Nada.
—No, ¿qué pasa?
—Yo... quería hablar contigo de algo, pero no ahora.
—A mí ahora me parece una buena opción —dijo, divertido.
Vale, no iba a dejarla en paz hasta que se lo dijera. Victoria tragó saliva y repiqueteó los dedos en sus hombros, algo nerviosa.
—¿Por qué no me dijiste que tenías un hermano gemelo?
Durante unos segundos, no obtuvo ninguna reacción. Solo vio que Caleb dejaba de sonreír lentamente hasta quedarse simplemente pasmado, mirándola fijamente.
—¿Qué? —preguntó en voz baja.
—Lo he visto —añadió Victoria, tensa—. Hoy.
—¿Que tú...? —y, de repente, su mirada se oscureció en el peor de los sentidos—. ¡¿Qué?!
Victoria parpadeó, sorprendida, cuando él la dejó en la bañera de nuevo con una suavidad sorprendente teniendo en cuenta de velocidad con que lo hizo. Cuando quiso darse cuenta, ya estaba fuera de la bañera y tenía una toalla alrededor de la cintura.
—¡Espera! —casi chilló, mirándolo—. ¿Dónde vas?
—A matar a Iver y Bexley.
—¡Me has vuelto a dejar a medias! ¿Qué clase de caballero hace eso?
Él puso los ojos en blanco y, por un momento, pareció que se le pasaba ligeramente el enfado. Pero no por el tiempo suficiente.
Cuando salió del cuarto de baño, Victoria soltó una maldición entre dientes y se apresuró a ir a por una toalla.
Caleb
Se vistió a tanta velocidad que a Victoria apenas le había dado tiempo a salir del cuarto de baño cuando empezó a bajar las escaleras con los dientes apretados.
Bexley estaba leyendo una revista tranquilamente mientras Iver cocinaba y cantaba a la vez, moviendo el culo. Por algún motivo, eso lo irritó todavía más.
—¿Se puede saber por qué nadie me ha dicho nada de Brendan? —casi vociferó.
Los dos lo miraron a la vez, sorprendidos. Tras apenas un segundo, intercambiaron una mirada, como si quisieran obligarse el uno al otro a ser el primero en hablar.
—¿Y bien? —Caleb notó que se le crispaban los puños inconscientemente.
—Cálmate —le advirtió Iver.
En cuanto vio que su ojo bueno se teñía ligeramente de negro y a Caleb se le relajaban los puños, apartó la mirada bruscamente.
—¡Ni se te ocurra hacer eso conmigo! —le advirtió, ahora el triple de enfadado.
—¡Estoy intentando ayudar!
—¡No quiero que me ayudes, quiero que me digas por qué nadie me ha dicho que mi hermano ha estado aquí!
Bexley se puso de pie mientras ellos dos se asesinaban con la mirada y levantó las manos para que mantuvieran las distancias.
—Vale, creo que es un buen momento para que todos nos calmemos —sugirió, mirándolos a ambos—. Porque no creo que gritando vayamos a arreglar nada.
—¿Dónde estabais? —Caleb la miró, furioso—. Os dije que tuvierais cuidado.
—Sigue viva, Caleb, cálmate —protestó Bex.
—¿Es que se te ha olvidado cómo es Brendan? —espetó Caleb, y luego miró a Iver—. ¿Y a ti? ¿En serio?
—No le ha hecho nada —insistió Bex.
Justo en ese momento, Caleb puso los ojos en blanco porque escuchó los pasos apresurados de Victoria bajando las escaleras. Ella se había vestido torpemente con su sudadera multicolor y los pantalones que llevaba puestos el día anterior. Todavía tenía el pelo húmedo por el baño.
Se quedó de pie en la entrada de la cocina y abrió mucho los ojos cuando se dio cuenta de la situación que tenía delante.
—¡Ellos vinieron enseguida! —le dijo a Caleb, acercándose—. No es como... si me hubieran dejado sola. Es que lo vi sentado ahí fuera y pensé... que... bueno...
—Que era yo —finalizó Caleb por ella.
Ese era uno de sus mayores miedos. ¿Y si Brendan se hacía pasar por él en algún momento? ¿Cómo podía saberlo Victoria?
—Pero luego me di cuenta de que no eras tú —añadió ella, jugando con el borde de su sudadera de forma nerviosa.
Casi al instante en que dijo eso, tanto los mellizos como Caleb se quedaron muy quietos, mirándola.
—¿Cómo dices? —preguntó Bexley en voz baja.
Victoria dio un respingo cuando vio que los tres habían clavado su atención en ella. Caleb incluso notó que se le había acelerado el pulso.
—B-bueno, no sé... en cuanto lo vi más de cerca supe que no... que no era Caleb.
—Eso es imposible —Iver miró a Caleb y a Bexley como si buscara a alguien que pudiera negarlo.
Caleb solo podía mirar fijamente a Victoria, perdido.
—¿Qué pasa? —preguntó ella, y sus ojos fueron a parar en él en busca de ayuda—. Dime algo.
—¿Cómo has podido saber que no éramos la misma persona? —preguntó Caleb en voz baja, perplejo.
—N-no lo sé... ¿sus ojos, quizá? No me... ejem... no me trasmitían lo mismo que los tuyos.
Se le tiñeron las mejillas de rojo, pero los demás estaban demasiado ocupados mirándola fijamente y estando perplejos como para tenerlo en cuenta.
—¿Eso es posible? —preguntó Bexley en voz baja, mirándolo.
—En realidad, sí.
Todos se dieron la vuelta a la vez. Caleb sintió que su cuerpo entero se tensaba cuando vio que su hermano estaba tranquilamente apoyado en el marco de la puerta trasera, sonriendo.
En menos de dos segundos, Caleb ya estaba justo delante de Victoria, mirándolo fijamente.
—¿Qué haces aquí? —le peguntó directamente.
—Ya les dije a tus amigos que volvería cuando estuvieras —Brendan enarcó una ceja—. Tenemos que hablar, hermanito.
—¿Cómo demonios has entrado sin que pudiera oírte?
—He descubierto que es mucho más fácil eludirte cuando estás distraído con tu cachorrito.
Victoria se tensó a su espalda. Ni siquiera tuvo que girarse para notarlo. Y Caleb, por consiguiente, también se tensó.
—Somos tres y tú eres uno —le dijo en voz baja—. Vete antes de que sea demasiado tarde.
—Oh, pero yo no quiero pelear —dijo, enarcando una ceja.
—Tú siempre quieres que peleen los demás por ti —masculló Iver, mirándolo fijamente.
Brendan le dedicó media sonrisa casi tenebrosa antes de volverse hacia su hermano de nuevo.
—Tenemos hablar sobre tu... cachorrito, hermano.
—No la llames así.
—¿Sawyer puede llamarte perro y yo no puedo llamarla cachorrito?
Caleb sintió que se tensaba todavía más, pero se distrajo un momento cuando notó que la mano pequeña de Victoria se acercaba a su brazo. Efectivamente, un segundo después, lo sujetó de la muñeca para asomarse y mirar a Brendan.
—¿Qué tienes que decir de mí? —preguntó en voz baja.
Caleb vio que la cara de Brendan se oscurecía con una pequeña sonrisa. Estaba consiguiendo lo que quería.
—Victoria —advirtió él en voz baja.
—No, quiero saberlo —insistió ella.
—Creo que estaremos más cómodos hablando ahí fuera, cachorrito —sonrió Brendan, y salió al patio trasero.
En cuanto Caleb vio que Victoria iba a seguirlo, la sujetó de los hombros y le dio la vuelta para que lo mirara.
—¿Se puede saber qué haces? —le preguntó en voz baja.
—¿Por qué no quieres que hable con él?
—¡Porque es un manipulador! No quieres que se meta en tu cabeza, Victoria, créeme.
—¿Te crees que soy tan fácil de manipular? —ella frunció el ceño, y se zafó de su agarre para seguir a Brendan.
Y, claro, Caleb la siguió a ella, maldiciendo en voz baja.
Victoria
Se detuvo al terminar las escaleras del porche. Brendan había avanzado unos cuantos pasos, pero se dio la vuelta para revisarla con la mirada, de nuevo como si intentara descifrarla. Caleb, Bexley e Iver estaban justo detrás de ella.
Y casi podía percibir las maldiciones mentales que estaba soltando Caleb, que estaba justo detrás de ella. Emanaba irritación por los poros.
—¿Qué quieres? —le preguntó Caleb directamente a Brendan.
—¿De ti? Nada —él se detuvo y enarcó una ceja hacia Victoria—. Esta es una conversación entre ella y yo, hermanito, no te metas.
Caleb apretó tanto los labios que se le pusieron blancos. Vale, momento de intervenir.
—Si solo has venido a molestar, estás perdiendo el tiempo —masculló Victoria.
—No he venido a molestar —él hizo una pausa, pensativo—. Aunque, bueno... tiendo a hacerlo incluso sin querer.
—¿Qué quieres?
Brendan suspiró y, finalmente, pareció empezar a tomarse la conversación en serio.
—He estado pensando mucho acerca de ti, cachorrito —murmuró, pensativo—. Especialmente en lo que concierne a Sawyer.
—¿Y qué tienes que pensar tanto sobre ella? —masculló Caleb.
—Bueno, Sawyer lleva unos meses actuando de forma muy extraña, y tú llevas unos meses conociendo a esta chica. Qué casualidad, ¿verdad? Nadie diría que podríamos intentar llegar a una conclusión con esa simple información.
—Sawyer ya estaba raro antes de que Victoria viniera —dijo Iver, frunciendo un poco el ceño—. Varias semanas antes ya hacía lo que hace ahora.
—Sigo pensando que tiene algo que ver.
—¿Te crees que una chica hace perder el sueño a Sawyer? —Bexley le puso una mueca, apoyándose con un hombro en la columna de madera del porche—. Porque yo lo dudo mucho.
—No creo que sea solamente por la chica —Brendan volvió a mirar a Victoria con curiosidad—, pero definitivamente tiene algo que ver.
—Yo no tengo nada que ver con ese hombre —murmuró Victoria—. Ni siquiera lo conozco.
—Pero creo que te tiene miedo, cachorrito.
Victoria puso una mueca confusa, pero notó que Caleb se tensaba detrás de ella. Lo miró por encima del hombro, extrañada, pero él hizo un verdadero esfuerzo para no dejar que nadie supiera lo que pensaba.
—¿Miedo? —repitió Victoria, mirando a su hermano—. Ese hombre no podría tenerme miedo jamás. Mírame.
—Y, sin embargo, se ha tomado muchas molestias para deshacerse de ti, ¿no?
—¿Dónde quieres llegar con esto? —le preguntó Caleb en voz baja, casi como si estuviera esperando algo que no quería oír.
Brendan miró a Victoria unos segundos más con expresión insondable antes de, finalmente, enarcar una ceja.
—Creo que el cachorrito tiene una habilidad lo suficientemente peligrosa como para asustar a Sawyer.
Hubo un instante de silencio en el que Victoria solo se quedó mirándolo fijamente, pasmada.
¿Ella...?
—No —dijo Caleb de repente, sacándola de su casi ínfimo momento de ensoñación—. Ni se te ocurra insinuarlo, Brendan.
—¿Por qué no? —él enarcó una ceja en su dirección—. Los dos sabemos que tú también lo habías pensado.
Victoria lo miró al instante y, por la expresión de Caleb, supo que era verdad.
¿Por qué no le había dicho nada, entonces?
—No ha mostrado signos —se limitó a decir Caleb.
—¿Y qué?
—Que todos los niños a los que acoge Sawyer han mostrado signos claros de habilidades antes de empezar a ayudarles a desarrollarlas.
—Bueno, ¿y le has preguntado a tu cachorrito si ella los ha tenido antes de asumir que no?
Hubo un instante de silencio antes de que todos se giraran hacia la pobre Victoria, que enrojeció y dio un paso atrás, incómoda.
—¿Y bien? —Brendan dio un paso hacia ella, enarcando una ceja—. ¿Se te ocurre algo?
Victoria entreabrió la boca, confusa, antes de mirar a Caleb en busca de ayuda. De pronto, había perdido sus cuerdas vocales.
—Yo me lo tomaría como un sí —murmuró Iver.
Brendan esbozó una sonrisa que no llegó a sus ojos. Hizo una pausa y, justo antes de hablar, su mirada se iluminó por la curiosidad.
—Entonces... creo que ha llegado la hora de descubrir cuál es tu habilidad, cachorrito.
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