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Capítulo 12

Victoria

—¿Es una broma?

Victoria volvió a repasar a sus dos acompañantes de la noche. Iver y Caleb, de pie en el umbral de su edificio.

Iver enarcó una ceja, ofendido.

—¿Qué problema hay? Estaba aburrido y quería hacer algo interesante.

—¿Acompañarme al trabajo es interesante?

—Más que quedarme en casa.

Victoria optó por clavar la mirada en Caleb, que se encogió de hombros.

—Bueno, da igual —Victoria suspiró—. Solo tengo que hablar con Andrew. No estaré mucho rato.

—Guay —Iver sonrió—. ¿Quién es Andrew?

—Mi jefe.

—¿Tenemos que darle una paliza? —preguntó, tan tranquilo como si hablara del tiempo.

—¡No! —se alarmó Victoria.

Caleb se limitaba a negar con la cabeza, con una sombra de sonrisa en los labios.

En el coche, el viaje fue silencioso. Iver canturreaba la canción de la radio desde el asiento trasero y Caleb y Victoria permanecían en silencio, cada uno sumido en sus pensamientos.

Victoria estaba nerviosa. No le hacía mucha gracia eso de tener que hablar con Andrew de algo que no estaba segura de si iba a gustarle. Su puesto de trabajo estaba en juego. Y... bueno, no sabía de qué humor estaría Andrew.

—Puedo sentir tus nervios —Iver se asomó entre sus dos asientos y la miró—. ¿Quieres que te ponga histérica? Puedo hacerlo.

—No, gracias.

—Lástima. Sería divertido.

—No, gracias —repitió ella, molesta.

—También podría hacerlo sin tu permiso, ¿sabes?

—También podría sacarte de una patada del coche —le dijo Caleb secamente—. Deja de molestarla.

Iver levantó las manos en señal de rendición y optó por seguir cantando su cancioncita.

Cuando finalmente llegaron al bar, Victoria respiró hondo antes de salir del coche e ir a por su objetivo. Vio a Dani y Margo trabajando tranquilamente cuando abrió las puertas, y las dos se quedaron mirándola tanto a ella como a sus dos pintorescos acompañantes.

—Mhm... —Victoria hizo una seña hacia una mesa vacía—. Sentaos por ahí. Ahora vuelvo.

Era la zona de Dani. Mejor que no fueran a la de Margo o se pasaría todo su turno intentando sacarles información.

Caleb asintió una vez con la cabeza. Victoria estuvo a punto de ir al despacho de Andrew, pero lo pensó mejor y se giró por última vez hacia Caleb con el ceño ligeramente fruncido.

—No entres en el despacho —le advirtió en voz baja—, aunque se ponga... ejem... a decir cosas que no debería.

—¿Qué quieres decir?

—¡Que sé manejar a Andrew! Simplemente... no entres, ¿vale? Andrew se acordaría de ti. Lo último que necesito es que se ponga histérico.

—No te prometo que no entraré —aclaró él.

—Y no escuches a escondidas.

—Sabes que lo haré.

—Eres increíble —puso los ojos en blanco, pero ya estaba sonriendo—. Al menos, dame cinco minutos de margen.

Victoria fue directa al despacho de Andrew sin esperar una respuesta. Prefería no saberla. Al llegar, respiró hondo y, finalmente, llamó a la puerta.


Caleb

Escuchó el vago adelante de su jefe antes de que Victoria le dirigiera una última mirada de advertencia y entrara en ese despacho mugriento.

No le gustaba mucho la idea de que fuera sola, pero en el fondo ella tenía razón. Era mejor hacerlo a su forma. Después de todo, era su jefe. Y Caleb no quería crearle problemas por mucho que despreciara a su jefe.

Se sentó en la mesa que había indicado Victoria. Iver se dejó caer delante de él y empezó a leer la carta con gesto aburrido. Caleb no dejaba de echar ojeadas por encima del hombro a esa estúpida puerta cerrada. Era difícil distinguir la voz de Victoria entre todas las voces que se amontonaban en el bar, pero lo consiguió. Estaba hablando sobre sus pocos días libres de esa semana. Su jefe gruñía a modo de respuesta.

¿Por qué tenía que gruñirle? ¿No podía hablar como una persona normal? Victoria no se merecía un gruñido como respuesta. Apretó los labios, molesto. Menudo imbécil.

—Vaya, realmente estás preocupado, ¿eh?

Caleb volvió a girarse hacia Iver instintivamente. Él había esbozado media sonrisa divertida y lo miraba con sumo interés.

—¿Qué? —preguntó Caleb, volviendo a la realidad.

—Tu preocupación es bastante fuerte —remarcó Iver, ladeando la cabeza—. Es curioso, nunca había percibido ni un poco preocupación en ti. Jamás.

Debía ser porque nunca había encontrado un buen motivo para preocuparse por nada.

Y ahora que lo tenía, no estaba muy seguro de si alegrarse o cabrearse.

—No estoy preocupado —mintió.

—Ya.

Pareció que Iver iba a decir algo, pero se calló cuando la amiga rubia de Victoria, Daniela, se acercó a ellos con los ojos clavados distraídamente en su libreta.

—Hola, me llamo Daniela y seré su camarera esta noche —dijo con un tono de voz bastante dulce, aunque en esos momentos molestó a Caleb porque no podía escuchar a Victoria—. ¿Ya han decidido qué quieren para beber?

Caleb iba a dejar que Iver pidiera lo que fuera, pero miró a la camarera cuando escuchó que su corazón daba un brinco demasiado brusco como para ignorarlo.

La rubia tenía los ojos clavados en la cicatriz de Iver. Tenía los labios entreabiertos. Iver ni siquiera la miraba. Y eso que probablemente percibía su horror.

—Pues... hoy nos sentimos muy salvajes —murmuró él sin prestarle demasiada atención—. Dos vasos de agua.

—M-muy bien... —murmuró ella, todavía recuperándose.

Cuando la escuchó tartamudear y se marchó, Iver levantó la cabeza y la siguió con la mirada. Caleb pudo ver el momento exacto en que su expresión pasaba de aburrimiento total a interés absoluto.

—Joder con la camarera —sonrió ampliamente—. Creo que voy a tener que pedir unos cuantos vasos de agua para que se acerque más veces.

—Déjala en paz —advirtió.

—¿Y a ti qué te importa? —preguntó, a la defensiva.

—A mí me da igual, pero a Victoria no le dará igual, te lo aseguro. Déjala en paz.

—¿Ahora te da miedo esa humanita?

—A ti debería darte miedo. Como te dé una patada, vas a quedarte sin descendencia.

Iver sonrió, divertido, pero enseguida negó con la cabeza.

—Tranquilo, sigo pudiendo percibir su disgusto desde aquí —murmuró, siguiendo a la rubia con la mirada—. Lástima. Siempre he creído que la cicatriz me daba un aspecto enigmático.

—Das miedo. Asúmelo.

—¿Y me lo dices tú, don tenebroso?

Iver dejó de hablarle para esbozar una gran sonrisa cuando la camarera volvió con sus dos vasos de agua. Caleb volvió a notar el aleteo del corazón de ella, solo que esta vez no se había quedado pálida. Solo estaba sonrojada y evitaba mirar a Iver con todas sus fuerzas.

Caleb sí que lo miró. Y con mala cara. Como Victoria se cabreara con él, seguro que terminaba cabreándose también con Caleb.

—Que lo disfruten —murmuró ella atropelladamente, y le dio la sensación de que solo se lo decía a Iver.

Él también se debió dar cuenta, porque su sonrisita se acentuó.

—Oye, espera —Iver le hizo un gesto casi al instante.

Ella ya se había dado la vuelta. Caleb escuchó que respiraba hondo antes de darse la vuelta y mirarlos de nuevo. No le sirvió de mucho, seguía alterada.

Caleb le dirigió al idiota una mirada fija y de advertencia. Iver pareció ignorarla completamente, señalando el menú para la camarera.

—¿Tienes alguna recomendación? —preguntó con un tono de voz que casi parecía indicar que hablaba de otra cosa peor.

La chica también debió pensarlo, porque enrojeció todavía más. Se acercó a la mesa y señaló con un dedo tembloroso una de las imágenes del menú.

—El Manhattan está muy bien. Hemos tenido algunas quejas sobre su... ejem... tamaño, pero yo diría que vale la pena.

—¿Es tu favorito? —preguntó Iver, mirándola con esa sonrisita engreída.

A ella volvió a acelerársele el corazón. Caleb puso los ojos en blanco y se centró en la puerta por la que había desaparecido Victoria, intentando ignorarlos.

Pero... era realmente difícil no escucharlos.

—¿Lo es? —insistió Iver.

—B-bueno... mhm... no está mal... —murmuró ella, nerviosa.

—A lo mejor debería venir otro día y pedirlo.

—Yo... n-no sé...

—Y tú podrías pedirte otro.

—N-no puedo beber mientras... um... trabajo.

—Tranquila, no se lo diremos a tu jefe.

Un hombre hizo un gesto impaciente y Caleb vio de reojo que la rubia se iba casi corriendo con la cara roja como un tomate. Se dio la vuelta hacia Iver, molesto, y vio que la seguía con la mirada.

—Deja de molestarla —le advirtió.

—Claro, claro —sonrió ampliamente—. Aunque quizá tenga que llamarla dos o tres veces más. Para sugerencias gastronómicas, digo.

Caleb puso los ojos en blanco otra vez, pero justo cuando fue a darse la vuelta hacia la puerta, sintió que un escalofrío le recorría la espina dorsal.

Ese olor...

Oh, no.

Iver había dejado de sonreír al instante, mirándolo. Podía sentir su tensión, seguro.

—¿Quién? —preguntó directamente en voz baja—. ¿Axel?

—No —Caleb negó con la cabeza.

Iver pareció momentáneamente desconcertado cuando se puso de pie.

—Vigila a Victoria por mí —le pidió en voz baja—. Ahora vuelvo.

—Joder, debe ser algo muy malo para que me encargues a mí vigilarla.

No sabía hasta qué punto tenía razón.

Caleb salió del bar sin esperar una respuesta. En cuanto estuvo fuera, respiró hondo y giró hacia la derecha, donde estaba el callejón. Notó que se le tensaban los hombros cuando empezó a recorrerlo hasta llegar a la única zona iluminada, la del fondo, junto a la farola.

Se detuvo en seco y giró automáticamente la cabeza hacia la pared poco iluminada del otro lado, donde estaba una figura apoyada con un pie y la espalda tranquilamente.

—Brendan —lo saludó en voz baja.

Brendan se separó de la pared con cierto desgarbo y tiró el cigarrillo al suelo. Caleb no lo perdió de vista cuando se acercó y se quedó de pie delante de él, en la luz.

Y, por primera vez en años, pudo ver su mismo rostro en otro cuerpo.

En el de su hermano gemelo.


Victoria

—Es decir —murmuró Andrew, mirándola fijamente—, que primero me pides días libres cuando los dos sabemos perfectamente que no te los mereces...

...sí se los merecía. Capullo.

—...ni siquiera te molestas en decirme los motivos para no aparecer en unos días...

...ni tampoco le importaban. Capullo.

—...y ahora quieres que te dé por adelantado un sueldo que no te has ganado...

...sí se lo había ganado. Capullo.

—...¿es una broma, dulzura?

Victoria apretó los labios y trató de calmarse antes de decir nada de lo que pudiera arrepentirse.

Capullo.

—Sé que estoy exigiendo demasiado estos días —empezó lentamente, tratando de parecer calmada—, pero no te lo pediría si no fuera urgente, Andrew.

—¿Para qué es el dinero?

Pero ¿a él qué demonios le importaba? Era su dinero, el que había ganado trabajando. No tenía ningún derecho a preguntarle para qué iba a usarlo a cambio de dársela.

Y, aún así, Victoria sabía que no serviría de nada ponerse a discutir por eso. Lo mejor era seguirle la corriente y acabar cuanto antes.

—Para el alquiler —aclaró a regañadientes.

—¿Cuánto pagas de alquiler?

—Más de lo que debería —le aseguró.

Andrew la observó por unos segundos, pensativo, como si estuviera meditando sobre algo. Victoria se mantuvo en su lugar con toda la impasibilidad que pudo reunir. Intentó que su expresión indiferente fuera tan buena como la de Caleb, aunque dudaba que fuera capaz de alcanzar su nivel

—Mhm... —murmuró Andrew finalmente—. Ya sabes que yo te aprecio mucho, Vicky.

Y ya estaba ahí otra vez ese estúpido apodo. Solo él la llamaba así. ¿Por qué no podía llamarla Vic, como todo el mundo?

Bueno... todo el mundo menos el x-men.

¡Pero el x-men le gustaba, Andrew le daba grima!

—No me gusta verte en problemas —continuó Andrew, paseándose por el despacho hasta llegar delante de Victoria, que no se había molestado en sentarse—. Eres mi favorita. Ya lo sabes.

Pues no quería ni imaginarse cómo debían sentirse las demás.

—Gracias —se limitó a responder con sequedad.

—¿Cuánto necesitas para el alquiler?

Ella se quedó tan sorprendida que tardó unos segundos en decirle la cifra. Andrew sonrió y metió la mano en su bolsillo. Sacó un fajo de billetes y empezó a contar con tranquilidad hasta que tuvo el dinero de Victoria. Entonces, volvió a esconderse el fajo y se los ofreció.

—Oh, Andrew, gracias, yo...

Se detuvo cuando él se los quitó justo antes de que los tocaba.

—Ah, pero quiero algo a cambio —remarcó.

Victoria lo miró con desconfianza.

—¿El qué? —esta vez, no se acordó de fingir simpatía.

Andrew sonrió como un angelito y ladeó la cabeza, dándose dos toquecitos con el índice en la mejilla.

Ah, un beso ahí.

Uf...

Victoria puso mala cara y se acercó para fruncir los labios y darle un beso casto y rápido en la mejilla. Apenas le había rozado la piel. Apestaba a Brandy.

—He dado dos toques, dulzura —remarcó él.

Oh... iba a matarlo.

Eso era como castigo, ¿verdad? Porque se le ocurrían pocos castigos peores que tener que besar a Andrew.

Victoria notó que empezaba a enfadarse, pero intentó ignorarlo con todas sus fuerzas cuando volvió a acercarse a Andrew y le dio su dichoso segundo beso.

Tenía el orgullo herido. Y él lo sabía. Lo había hecho precisamente por eso.

Andrew se separó y le tendió su dinero con una sonrisita triunfal. Lo único que extrañaba a Victoria es que Caleb no hubiera entrado todavía, y más después de esos últimos segundos.

—Te lo descontaré de tu sueldo a final de mes —recalcó él con una sonrisa cuando Victoria se metió el dinero en el bolsillo.

No se molestó en despedirse cuando salió de su despacho y cerró a su espalda.

Pensó en decir algo a sus amigas, pero la verdad es que parecían realmente ocupadas, así que fue a la mesa de Iver y Caleb. Solo estaba el primero, mirando con aburrimiento a su alrededor. Victoria se sentó en la silla que tenía delante.

—¿Dónde está Caleb?

Iver le puso mala cara al instante.

—Yo estoy bien, gracias por preguntar.

—Ya. Estoy de mal humor. ¿Podemos irnos?

—Cuando tu novio vuelva. Ha ido a ponerte los cuernos con otra.

—Qué gracioso eres —ironizó, pasándose las manos por la cara.

Iver la observó unos segundos, pasando el dedo por el borde de su vaso con aire pensativo. Victoria trató de ignorarlo. Estaba demasiado cabreada como para...

Para...

Un momento... ¿qué...?

Una sensación de alivio le recorrió el cuerpo entero, calmando ese enfado que había estado arrastrando desde que había entrado en el despacho de Andrew. Notó que incluso su corazón volvía a su velocidad habitual cuando levantó la cabeza y miró a Iver.

Él, claro, tenía los ojos negros.

—¿Lo has hecho tú? —preguntó en voz baja.

Iver esbozó media sonrisa y sus ojos volvieron lentamente a su color habitual. O más bien su ojo bueno, porque el otro había permanecido blanquecino todo el tiempo.

Victoria se preguntó si vería algo con ese ojo. Y cómo se habría hecho esa cicatriz tan aparentemente dolorosa.

—Por una vez, he decidido usar mi habilidad para ayudar a alguien —dijo él felizmente—. Estoy madurando.

—Gracias —murmuró sinceramente.

Iver se encogió de hombros y se recostó en su asiento. Victoria lo observó con curiosidad. Seguía con ganas de preguntarle por la cicatriz, pero le daba la sensación de que no había demasiada confianza entre ellos como para entrar a hablar de temas tan personales.

—¿Puedes hacerlo con cualquier persona? —preguntó finalmente.

Iver asintió con la cabeza.

—Puedo, pero... me da jaqueca hacerlo durante mucho tiempo. Especialmente con emociones muy fuertes. Percibirlas es fácil, incluso puedo hacerlo sin querer si las emciones son muy fuertes. Pero cambiarlas... eso ya es más complicado.

—¿Cómo...? —se aclaró la garganta—. ¿Es que desde pequeño eras muy perceptivo o...?

—Siempre se me dio bien saber qué sentía la gente —dijo, bastante orgulloso de sí mismo—. Mi hermana decía que tenía un don. No sabía lo acertada que estaba. Aunque... bueno, normalmente lo usaba en contra de la gente, no a favor.

—¿Y ahora podrías... hacérselo a cualquiera aquí dentro?

Iver apoyó los codos en la mesa y miró a su alrededor. Victoria hizo lo mismo, y le dio la sensación de que ambos miraban a la vez al hombre que estaba haciendo gestos groseros a la pobre Daniela, que trataba de ignorarlo con toda la educación que pudo reunir.

—Nervios, malhumor, hastío... —murmuró Iver, mirándolo fijamente—. Alguien está estresado. ¿Qué emoción te gusta más de las que he dicho? Creo que podemos potenciarla un poco para nuestro querido amigo.

Victoria se apoyó también en la mesa, mirando al hombre.

—Los nervios me gustan.

—Bien —el ojo bueno de Iver se cubrió de una capa negra casi al instante—. Esto va a ser divertido.


Caleb

—¿Qué haces aquí?

Brendan estaba tan distinto a la última vez que lo había visto. Y ya habían pasado... ¿cuántos? ¿Siete? ¿Ocho? Probablemente ocho.

Ocho años sin ver a su hermano gemelo... y no lo había echado de menos ni un solo día.

Brendan era como un espejo en el que se veía reflejado, solo que con más ojeras, un tipo de andar más desgarbado y una perenne sonrisa despectiva en los labios. Por lo demás, era casi imposible distinguirlos. Incluso Sawyer los confundía constantemente cuando eran más jóvenes.

—Oí que habías visitado El molino y no me habías saludado —comentó Brendan con su voz baja y casi siseante de siempre.

—No creí que fuera a ser bien recibido —se limitó a decir Caleb.

Brendan no dijo nada, solo lo observó fijamente con esos ojos negros e imposibles de leer. Finalmente, esbozó media sonrisa.

—Tu habilidad está mejor que nunca —comentó—. Me has oído llegar casi al instante.

—No te he oído. He reconocido tu olor.

—Me sorprende mucho teniendo en cuenta que estabas en el bar de tu... cachorrito.

Así que era eso, después de todo. Quería ver a Victoria. Caleb apretó los labios.

—¿De dónde habéis sacado tú y Axel esa palabra?

—Bueno, eres el perro de Sawyer. Es lógico que tengas tu cachorrito, ¿no? —murmuró con una sonrisa pequeña y casi inexpresiva—. Yo le di la idea de ese apodo a tu amiguita pelirroja cuando le encargaron ir a por ella con su hermano.

Así que de ahí había surgido el estúpido apodo.

Caleb ni siquiera contempló la posibilidad de mentir. Con su hermano, no serviría de nada. De hecho, probablemente se daría cuenta de la mentira incluso antes de que empezara a formularla.

—¿Has venido a conocerla? —preguntó casi en tono de amenaza.

Brendan soltó una risotada seca, negando con la cabeza.

—Sé que no me dejarías acercarme a ella ni con las manos atadas —le aseguró—. Y, aunque tengo curiosidad por ver qué es lo que os tiene a todos tan alterados... prefiero no arriesgar esta bonita charla fraternal yendo a ver a tu cachorrito por mí mismo.

—No hay nada que ver.

—¿No? —Brendan enarcó una ceja, mirándolo fijamente—. Primero, incumples las normas de un trabajo y dejas viva a una testigo. Después, Sawyer te encarga que la vigiles. Tú empiezas una especie de relación con ella. Sawyer quiere verla muerta y manda a Axel para matarla. Hablas con él y Sawyer cancela el trabajo, cosa que no ha hecho jamás... y ahora estás aquí con ella, traicionando a tu querido jefe.

Hizo una pausa, analizándolo.

—Bueno, comprenderás que quiera ver qué es lo que todos queréis con tanto apremio.

Caleb decidió optar por lo fácil con Brendan: ir al grano.

—¿Cómo has sabido dónde encontrarme?

—Axel mencionó el lugar de trabajo de tu cachorrito y... bueno, supuse que no dejarías que viniera sola y desprotegida. Y era cuestión de tiempo que tuviera que trabajar. Solo he tenido que esperar un poco y... aquí estás.

Le dedicó una sonrisa que no llegó a sus ojos y ladeó la cabeza.

—Eres tan previsible como de costumbre —comentó, casi con decepción—. Esperaba que me lo dejaras más difícil. Ya sabes que me gustan los retos.

Caleb no dijo nada. Ni siquiera se había dado cuenta de que había dejado de respirar.

Axel detrás de Victoria daba miedo, pero... ¿Brendan? Eso ya no tenía ni un adjetivo a la altura.

Axel era previsible, impulsivo... fácil de evitar. Sabías a lo que iba y cómo iría a por ello. Era relativamente fácil evitarlo o conseguir distraerlo. Pero Brendan... él era prácticamente lo contrario.

Ni siquiera Caleb, su hermano gemelo, era capaz de prever qué podría tener pensado hacer. Nunca lo había hecho y, en el fondo, sabía que nunca lo haría. Y no era porque Brendan no lo supiera, porque era obvio que él lo hacía todo tal y como lo tenía planeado, jamás improvisaba.

Por eso no le gustaba que estuviera tan cerca de Victoria. O de nadie de su alrededor. Pero especialmente ella.

—Mantente alejado de ella —advirtió antes de poder evitarlo.

Brendan dejó de andar tranquilamente para mirarlo con media sonrisa casi siniestra.

—Oh, no me digas que te la follas.

—No hables así de ella.

—Qué fino te has vuelto —dijo burlonamente—. ¿Te volviste así cuando te encerraron en ese sótano? Ya no me acuerdo de cómo eras antes de eso.

Hizo una pausa, pensativo, mirándolo.

—Axel no sabe que estás con ella —añadió—. Es un verdadero inútil. Yo lo supe en cuanto me contó la historia del cachorrito. Es tan obvio que casi me he ahorrado venir, pero tenía demasiada curiosidad. Supongo que no permitirás que haya recorrido todo el camino para nada, ¿no? Podrías presentarnos.

—Mantente alejado de ella —repitió Caleb, esta vez remarcando cada palabra.

—Relájate, hermano, no tengo ninguna intención de hacerle daño a tu cachorrito —le aseguró, todavía con aire burlón—. Por ahora, claro.

En eso, le creía. Si quisiera hacerle daño, no se habría presentado de esa forma. Habría intentado hacerlo de otra forma. Brendan tenía sus formas de conseguir colarse en lugares sin ser detectado.

—Si quisieras decirle algo a Sawyer o a Axel, ya lo habrías hecho —murmuró Caleb.

—¿Y qué te hace pensar que quiero decirles algo a esos dos inútiles? El trabajo es tan divertido cuando pongo yo las normas... —negó con la cabeza—. Prefiero que esto sea como yo quiero.

—¿Y qué quieres, si no es hacerle daño?

Brendan había estado paseando tranquilamente mientras hablaba, pero se detuvo, dándole la espalda a Caleb. Pareció pensarlo mientras movía los hombros en círculos, como si intentara estirar los músculos.

—Mhm... —lo pensó un momento, dándose la vuelta con aire pensativo—. Sí, lo reitero. Quiero conocer a tu cachorrito.

Caleb soltó impulsivamente una risotada despectiva, negando con la cabeza.

—Jamás —espetó.

Brendan pareció haber previsto esa respuesta, porque se limitó a esbozar media sonrisa misteriosa.

—Puedes presentármela o puedo presentarme yo. Y solo te dejo elegir porque somos hermanos.

Caleb negó con la cabeza.

—Sabes lo que te pasará si te acercas a ella.

—Solo me pasará si tú te enteras, ¿no?

—Y me voy a enterar. Te lo aseguro.

Brendan lo observó unos instantes y, de pronto, sonrió enigmáticamente y asintió una vez con la cabeza.

—Ya nos veremos, hermano.

Y, sin decir nada más, Brendan se dio la vuelta y se desvaneció entre las sombras. Caleb no se permitió respirar hasta que supo que se había alejado lo suficiente como para sentir que Victoria estaba segura.

Estuvo ahí unos segundos más, tratando de calmarse, hasta que por fin se dio la vuelta y volvió al bar. El olor a lavanda de Victoria pareció el sustituto perfecto al de su hermano. Era como una oleada de aire fresco en medio de un clima tropical.

Entró al local y se detuvo un momento al ver a Iver y Victoria soltando risitas en una de las mesas del bar. Ambos estaban girados hacia un cliente que aporreaba la mesa con los puños, histérico.

Caleb apretó los labios y se acercó a ellos. En cuanto estuvo a su lado, ambos se giraron hacia él con cara de espanto.

—¡Caleb! —Iver sonrió como un angelito—. ¡Qué pronto has vuelto!

—¿Se puede saber qué hacíais?

—Charlábamos de los valores de propiedades de la zona —Victoria le sonrió también—. Es un tema muy interesante.

—Muchísimo —confirmó Iver.

—Ya —Caleb les hizo un gesto, quería alejarse de ese lugar cuanto antes—. Hora de irnos.

Victoria echó una última mirada divertida al cliente histérico antes de ponerse de pie y seguirlos hacia la salida.


Victoria

El día siguiente, por la tarde, solo podía ser consciente de una cosa.

¡Tenía una cita con su x-men!

Vale. Había tenido citas antes. Bastantes. ¡No pasaba nada! No tenía por qué afectarle.

Entonces, ¿por qué estaba tan histérica?

Miró con una mueca el montón de ropa que había formado a su espalda con la cantidad de cosas que había ido probándose y quitándose. Puso una mueca de disgusto y se miró en el espejo. ¡Es que eso tampoco la convencía! Se quitó la camiseta de un tirón y la lanzó al montón.

—Maldita sea —masculló—. ¿Por qué nada me queda bien, Bigotitos?

El pobre Bigotitos se asomó en el montón de ropa descartada con un sujetador sobre la cabeza.

Miau miau

—No me juzgues con la mirada —protestó.

A ver... no pasaba nada. Todavía faltaban veinte minutos para que llegara Caleb. Había tiempo. Todo iría bien. Estaría divina. No pasaba nada.

Se miró a sí misma y puso una mueca. Mhm... no, esas bragas de Rapunzel no parecían un buen precedente para que la desnudara. Mejor apostar por algo más seguro.

Sonrió ampliamente y se las cambió por una de las pocas bragas de lencería que tenía. Eran negras, casi transparentes, muy finas y enanas.

Perfecto para tentar a x-mens tenebrosos.

Rescató su falda negra y se la puso del tirón. Había adelgazado, porque ahora ya no le quedaba tan bien como antes. Puso otra mueca, pero tuvo que apañarse con eso y un cinturón.

¿Y qué más le faltaba? Se miró a sí misma. Vale, sí. No tenía nada puesto de cintura para arriba. Era mejor ponerse algo.

Ir con las bubis al aire no parecía muy apropiado.

Optó por una blusa azul. Se la abotonó con una sonrisita, balanceándose de un lado a otro por la habitación. Bigotitos la juzgaba y negaba con la cabecita peluda, todavía con un sujetador sobre la cabeza.


Caleb

—Oh, no. No vas a ponerte eso.

Caleb se miró a sí mismo, confuso.

—¿Qué tiene de malo? —le preguntó a Bexley—. Es lo que me pongo siempre.

—¡Pues por eso! —Bex negó con la cabeza, frustrada—. Dios mío, que tenga que venir yo a daros clases de vestuario... ven aquí.

Iver los contemplaba desde la entrada de la habitación de Caleb, divertido. Bexley estaba asomada a su armario, rebuscando entre el mar de camisetas oscuras. No pareció muy conforme con ninguna.

—Nunca me había dado cuenta de que tu armario fuera tan... monocromático.

—Me gustan los monocromas —protestó él.

—Bueno —Bexley empezó a apilarle ropa en los brazos bruscamente—. Ponte esto, esto, esto... y esto. Tendrá que servir. Y más te vale dejar la pistola.

—¿Dejar la pistola? —repitió, casi chillando.

Bexley se cruzó de brazos, fulminándolo con la mirada.

—Es una cita, Caleb, no una misión secreta para el gobierno ruso. Más te vale dejar la pistola.

—¿Y si algo va mal?

—Llévate condones —sugirió Iver con una sonrisita—. Por si algo va bien.

Caleb negó con la cabeza y se metió en el cuarto de baño para cambiarse de ropa, frustrado.


Victoria

¿Pelo suelto o atado?

—¿Tú qué crees? —le preguntó a Bigotitos.

Él estaba sentado en el lavabo, junto a ella. Dejó de lamerse una patita un momento para mirarla fijamente, suspirar y volver a lamerse la patita.

—Sí, mejor suelto —confirmó Victoria.


Caleb

¿Con pistola o sin pistola?

—¿Tú qué crees? —le preguntó a Iver.

Él estaba sentado en la cama, junto a él. Dejó de sonreír burlonamente un momento para mirarlo fijamente y poner los ojos en blanco.

—Sin pistola —dedujo Caleb.

—Veo que me has entendido.


Victoria

Ya tenía las converse puestas e iba de un lado a otro de su piso, nerviosa. Bigotitos tenía comida, la planta estaba regada y tenía todo dentro del bolso.

Genial, ahora solo faltaba el x-men.

Justo cuando lo pensó, escuchó la ventana detrás de ella abriéndose y cerrándose. Sin darse la vuelta ya sabía que era Caleb, pero verlo la dejó pasmada de todas formas.

Estaba... muy distinto.

Llevaba puesta una simple camiseta negra con una chaqueta de cuero y unos vaqueros. Nada de cintas con pistolas, ni aspecto temible... solo Caleb.

Victoria levantó la vista hacia su rostro, divertida, cuando vio que él estaba más incómodo que nunca.

—¿Podemos irnos? —sugirió.

—¿A qué vienen esos nervios, x-men?

—Estoy sin pistola. Es como si estuviera desnudo.

—No te preocupes, lo estarás de verdad cuando terminemos la cita.

Él se quedó mirándola al instante y Victoria se echó a reír. Caleb le puso mala cara. Tenía las orejas ligeramente enrojecidas.

—No tiene gracia.

—Oh, vamos, ¿ni siquiera vas a comentar cómo me veo? —se señaló a sí misma—. Y eso que solo he tardado cinco minutos en arreglarme.

Qué mentira.

—Estás bien —y ese fue el único piropo que soltó—. ¿Dónde vamos?

Ella suspiró y recogió su bolso, colgándoselo del hombro.

—Para empezar, vamos por la puerta, no por la ventana —aclaró.

—A mí me gusta la ventana —se enfurruñó él.

—¡No voy a volver a saltar tres pisos, Caleb!

—¡Pero si tú no tienes que saltarlos! Ya lo hago yo.

—No —remarcó.

Para su sorpresa, Caleb no protestó. Solo se cruzó de brazos. Vale, mejor seguir hablando antes de que cambiara de opinión.

—Y tengo unos cuantos destinos seleccionados —siguió Victoria—. Vamos a empezar por uno fácil, dejemos los peores para un posible futuro.

—¿Cuál es el fácil?

—El cine —le guiñó un ojo.

Pudo escuchar el suspiro lastimero de Caleb al instante.


Caleb

Cómo odiaba las aglomeraciones de gente.

Notó que la mano pequeña de Victoria tiraba de la suya entre la marea de gente para guiarlo hacia una chica que estaba tras un mostrador de cristal. Victoria le dijo algo y la chica le dio dos trozos de papel. No vio cuánto le había costado, pero en Victoria cuanto tiró de él hacia el establecimiento y le vio la expresión, se opuso a que pagara él.

—Es el día del espectador —aclaró ella—. Hoy es mucho más barato. Puedo permitírmelo.

Victoria descartó la opción de comprar comida de dudoso olor y calidad, y fue directamente hacia una sala considerablemente grande con una pantalla gigante y muchos asientos agrupados en filas de veinte. Caleb frunció el ceño, pero la siguió hasta casi la última fila y se dejó caer en el asiento que le indicó.

La gente hablaba en voz baja, pero era difícil no escuchar sus susurros. Al menos, el olor a lavanda de Victoria hacía que pudiera centrarse en ella y no en la cuestionable limpieza de ese lugar.

—¿Alguna vez has visto una película? —preguntó ella con una sonrisita.

—¿Entera? Unas pocas. Las que le gustan a Iver.

—¿Cuáles le gustan a Iver? —preguntó, curiosa.

Victoria estaba mirándolo con una genuina expresión de curiosidad realmente tierna. Caleb se distrajo un momento en sus ojos grises antes de poder responder.

—Las de vaqueros, en blanco y negro.

—Las películas de abuelos —dedujo ella, riendo—. Iver y mi abuela se hubieran llevado bien. Les gusta ver las mismas películas, cocinar, los delantales con florecillas, el color rosa...

Caleb se tensó cuando, de pronto, las luces de la sala se apagaron. Victoria le puso una mano encima de la suya, divertida.

—Relájate —le dijo—. Ahora empezará la película.

—¿Y por qué tenemos que estar a oscuras?

Caleb ya había identificado tres posibles salidas de emergencia. Solo por si acaso.

—Para ver mejor —aclaró Victoria.

—Con las luces apagadas, se ve peor.

—¡La película se ve mejor!

—¿Y es mejor no ver la película o no ver lo que tienes a tu alrededor?

Ella intentaba no reírse mientras Caleb refunfuñaba en su asiento, intentando acomodarse. 

—Este lugar no tiene sentido —masculló.

—Shh... mira, me gusta ver los tráilers de las otras películas.

Caleb no sabía qué demonios era un tráiler ni le importaba, pero vio que la pantalla se iluminaba. La ignoró completamente. Solo intentaba que la mezcla de olores y sonidos de ese sitio espantoso no hiciera que la cabeza empezara a dolerle.

¿Por qué había accedido a ir ahí? Con lo bien que estarían en casa de Victoria, con el gato imbécil como única molestia...

Notó que Victoria le echaba una ojeada y, casi al instante en que notó lo tenso que estaba, ella le sujetó la mano y se acurrucó contra él, pasándose su brazo por encima de los hombros.

Caleb la miró con extrañeza, pero lo cierto era que el olor de su pelo consiguió que pudiera volver a centrarse. Acomodó el brazo sobre sus hombros y ella le dedicó una sonrisa radiante.

—Mírate, casi pareces un chico normal.

—¿Qué vamos a ver?

Victoria pareció muy divertida cuando esbozó una gran sonrisa.

—La nueva de los x-men.


Victoria

Al principio, Caleb había parecido muy incómodo. Cada vez que había una explosión de sonido o colores en la pantalla ponía una mueca y trataba de disimular su malestar.

Victoria estuvo, incluso, a punto de sacarlo de ahí para que dejara de sufrir.

Sin embargo... a partir de la primera media hora, su actitud cambió completamente y empezó a centrarse en el argumento de la película. De hecho, terminó enganchándose tanto que cuando Victoria intentó acurrucarse de una forma más íntima él le frunció el ceño y volvió a colocarla para poder seguir disfrutando de su estúpida peliculita sin distracciones.

Victoria esperó pacientemente a que terminara y, cuando volvieron a iluminar la sala, se puso de pie. Caleb seguía sentado en su lugar, mirando los créditos de la película con una mueca de incredulidad.

—¿Vamos, x-men? —extendió una mano hacia él al ver que no reaccionaba.

—Pero... ¿ya está?

—¿Qué quieres decir?

—¿Ya se ha terminado?

—Sí... eso parece.

—¡No puede terminar así!

Victoria dio un respingo. Él se había puesto de pie tan rápido que apenas lo había visto hacerlo.

—¡Es injusto! —insistió Caleb—. ¡Han dejado el final en suspense! ¡Ahora quiero saber qué más pasa!

—Pues tendremos que esperar a la próxima película. Podemos venir juntos. Seguramente sea el año que viene.

—¡Yo no quiero esperar un año, quiero verla ahora!

—Bueno, es que ni siquiera está grabada —aclaró ella, divertida.

Caleb soltó una palabrota entre dientes, molesto, pero al final accedió a salir de la sala de la mano de Victoria. Los empleados del cine les sonrieron amablemente cuando pasaron por su lado, pero uno dejó de hacerlo cuando Caleb se detuvo delante de él con el ceño fruncido.

Oh, no.

Victoria abrió mucho los ojos cuando Caleb lo agarró del cuello de la camiseta y lo levantó varios centímetros del suelo sin siquiera hacer una mueca de esfuerzo.

—¡Caleb!

—¡Dime qué pasa en la próxima película! —le exigió al empleado, ignorándola.

El pobre hombre estaba completamente rojo, sacudiendo la cabeza y levantando las manos en señal de rendición. 

—¡N-no... no lo sé, señor!

—¡Sí que lo sabes, no mientas!

Victoria, por su parte, intentaba tirar inútilmente del brazo de Caleb.

—¡Suéltalo ahora mismo! —le exigió.

—¡Pero quiero que me diga qué pasa en la próxima película!

—¡Él no lo sabe, Caleb, y te he dicho que lo sueltes! ¡Ahora!

Caleb la miró con los labios apretados, enfurruñado, mientras el pobre empleado seguía retorciéndose en el aire. Al final, lo dejó en el suelo, malhumorado.

—La próxima vez no nos dejéis con el suspense —musitó de todas formas.

El pobre empleado seguía acariciándose el cuello, aterrado, mientras Victoria se disculpaba efusivamente y se llevaba a Caleb agarrado de la camiseta con un puño.

Caleb, por cierto, lo asesinó con la mirada durante todo el camino hacia la salida.

Bueno... estaba claro que con él no iba a aburrirse.

—Bueno —Victoria sonrió, aliviada por estar fuera—, siguiente parada: el parque.

—¿Parque? —él no pareció muy entusiasmado con la idea.

—Sí. Hoy hace sol. Me gusta el sol.

—Pensé que te gustaba el frío.

—Me gusta el sol cuando hace frío, no cuando hace un calor insoportable.

—¿Y para qué quieres ir a un parque? Hace sol en todos lados.

Victoria abrió los labios para responder, pero se detuvo cuando Caleb frunció el ceño y sacó el móvil de su bolsillo, llevándoselo a la oreja. Ni siquiera miró quién era.

—¿Qué? —preguntó directamente.

Victoria se contentó mirando a su alrededor mientras él escuchaba lo que fuera que le estaban diciendo. Cuando volvió a mirarlo, vio que su expresión se había vuelto la de siempre; la máscara fría que se ponía cada vez que hablaba de trabajo.

Es decir, que seguro que era un trabajo.

—Sí —dijo él secamente—. Sí. Ahora. Bien.

Colgó y se volvió a guardar el móvil en el bolsillo. Pareció que su expresión se calmaba un poco al mirar a Victoria, pero ella no pudo evitar su expresión decepcionada.

—¿Tienes que irte? —adivinó.

—Ha habido un problema en La fábrica.

—¿Dónde?

—Es una larga historia. Tengo que ir a comprobar algo.

—Bueno... —Victoria suspiró, encogiéndose de hombros—, voy a volver a casa andando, no estoy muy lejos y...

—¿Qué? —Caleb frunció el ceño, como si no la entendiera—. No, vienes conmigo.

Victoria parpadeó dos veces, preguntándose si estaba hablando en serio o no. Parecía que sí. Y, conociendo a Caleb, dudaba que fuera a ponerse a bromear.

—¿Yo? —se señaló a sí misma—. Pero...

—Será algo rápido. Si tardo mucho, Sawyer sospechará. No tengo tiempo para llevarte a casa. Y no voy a dejar que vuelvas tú sola. Sigo sin confiar en Axel.

—Pero... ¿y si alguien?

—Vamos a una parte de la fábrica a la que Sawyer no accede nunca. Y si viene alguien, me enteraré.

Victoria dudó visiblemente, pero se dio cuenta de que no tenía alternativa cuando él la sujetó de la muñeca y empezó a tirar de ella hacia el coche.

Y, bueno... la verdad es que tenía curiosidad. Quizá no estaría tan mal ir con él, después de todo.


Caleb

—Bueno... —Victoria miró la fábrica abandonada—, no es la cita que esperaba.

Él intentó no sonreír cuando bajó del coche. No había nadie alrededor. Estaban en la parte este de la fábrica. La única zona que realmente estaba abandonada, no como el resto del lugar.

Escuchó los pasos de Victoria acercándose a él y deteniéndose a su lado.

—¿Qué ha pasado? —preguntó, curiosa.

—Sawyer cree que alguien podría haber entrado en la fábrica por la entrada de esta zona.

El corazón de Victoria dio un respingo y se acercó a él en cuanto empezaron a andar.

—Pero... ¿eso no es peligroso? —preguntó.

—Sawyer me ha llamado seis veces este mes porque creía que alguien había entrado en la fábrica y nunca he visto indicios de que fuera así —murmuró él distraídamente—. Solo está paranoico y necesita que todos estemos comprobando todo el tiempo que las cosas van bien.

Además, si fuera peligroso, no se habría traído a Victoria.

Ella pareció algo desconcertada cuando Caleb abrió la trampilla del suelo y saltó sin siquiera parpadear, cayendo dos metros y medio más abajo. Miró arriba y abrió los brazos para sostenerla cuando ella saltara.

Pero... claro, Victoria no parecía estar muy de acuerdo con esa parte.

—¡Yo no voy a saltar! —casi chilló.

—¿Por qué no?

—¡Caleb, es un salto enorme!

Era un salto ridículo, pero no iba a arriesgarse a que le lanzara una piedra a la cabeza. Mejor callarse.

—Yo te sujetaré —le aseguró.

—¡No! Además, llevo falda.

—¿Y qué?

—¡Que se me verá todo!

—Solo se te verá la ropa interior. No se te puede ver nada más si es solo por la falda.

Ella puso los ojos en blanco, pero siguió sin moverse. Caleb suspiró.

—Victoria, solo estoy yo —le dijo, mirándola—. Nadie más lo verá.

Victoria suspiró, pero finalmente se asomó mejor y, tras contar hasta tres, saltó hacia abajo. Caleb la sujetó casi al instante. Apenas pesaba. Ella temblaba cuando la dejó en el suelo, colocándole la falda.

—Dime que no me has visto las bragas —suplicó, avergonzada.

Caleb no respondió. Ella soltó un suspiro lastimero.

Bueno, se había puesto la lencería que había visto en su armario. Interesante elección.

Intentó volver a centrarse y encendió la luz de la sala. Era un sótano que usaban como bodega. A Sawyer le gustaba el buen vino. Y era obvio mirando a su alrededor. Estaba repleto de botellas de todo tipo y antigüedad. Victoria tenía la boca entreabierta.

—No es lo que esperaba —confesó.

—No toques nada —murmuró Caleb—. Y no te separes de mí.

—Sí, capitán.

Y Caleb empezó con la inspección rutinaria.


Victoria

Estaba claro que había hecho eso antes. Estaba revisando todos los rincones y todas las botellas de la sala. Y eso que no era pequeña. Incluso lo vio inspirando con fuerza unas cuantas veces. No debió notar nada, porque seguía revisando todo el silencio.

Pero lo que llamó la atención de Victoria no era lo que hacía, sino su forma de moverse. No entendía cómo podía hacerlo sin emitir un solo sonido. Ni siquiera esas botas pesadas hacían ruido.

—¿Quién te enseñó a moverte sin hacer ruido? —preguntó con curiosidad, sin poder contenerse.

Él estaba serio, como siempre, pero Victoria disfrutó cada segundo de observar su perfil cuando revisó con los ojos un lado de la fila de botellas en la que estaban.

—Sawyer —dijo, sin más, como si esa pregunta fuera absurda.

—¿Y cómo sabía hacerlo él?

—El padre de Sawyer fue un espía ruso durante de Guerra Fría... o algo así —él puso una mueca—. La verdad es que no me acuerdo muy bien. Nos lo contó hace mucho tiempo. Pero... bueno, lo importante es que le enseñó a moverse sin llamar la atención, a elegir las personas más adecuadas para hacerles preguntas, a usar un arma... todas esas cosas.

—Y Sawyer te las enseñó a ti —concluyó Victoria.

Para su sorpresa, Caleb esbozó una pequeña sonrisa melancólica.

—A mí se me hizo especialmente difícil aprender a moverme con sigilo. Siempre había tenido una forma de andar muy desgarbada, así que Sawyer tenía que pasarse horas y horas tratando de enseñarme cómo hacerlo correctamente.

La forma en que lo decía... parecía que estuviera hablando de su padre.

A Victoria no le terminaba de gustar que Caleb tuviera tanto aprecio a alguien como Sawyer, y no por ella... sino por Caleb.

Solo intentaba convencerse a sí misma de que Sawyer apreciaba a Caleb de la misma forma. Y que nunca le haría daño.

—Mi madre siempre se quejaba porque no tenía una forma de andar femenina —murmuró Victoria con una mueca.

—¿Qué es una forma de andar femenina?

—No sé. Moviendo el culo, supongo. Y yo le decía: mamá, no muevo el culo porque apenas hay nada que mover, no me deprimas más.

—Nunca me has hablado de tus padres —comentó él, echándole una ojeada por encima del hombro.

Victoria suspiró, deseando tener algo interesante y genial que contarle, como hacía siempre él.

—Es que tampoco hay mucho que comentar sobre ellos —murmuró, leyendo una etiqueta cualquiera de una botella de vino—. Son muy típicos.

—Yo no estoy muy familiarizado con lo típico —le recordó—. Me gustaría oírte hablar de ellos.

—A mi madre le encanta la repostería, así que ha trabajado durante casi toda su vida en la panadería de su barrio haciendo todos los pasteles, galletas, magdalenas... bueno, todo eso. A veces traía algún trozo de pastel a casa y yo me lo comía encantada.

—¿Y tu padre?

—Él trabaja en una ferretería. Es suya. La compró nada más casarse con mi madre. No es que le entusiasmen las tuercas, pero oye... es un buen empleo, supongo. Y nunca se ha quejado. Tiene una excusa para hablar con la gente, cosa que le encanta. Pero prefiere ir a pescar. Eso sí le encanta. Lo hace casi todos los domingos con sus amigos.

Ella suspiró. Hacía mucho que no hablaba con sus padres. Parecía que hacía una eternidad, de hecho.

—Hace mucho que no hablo con ellos —confesó—. Debería llamarlos o algo.

—¿Ellos no te llaman a ti?

—¿Ellos? Ni se molestan. Saben que siempre me dejo el móvil en cualquier lado y, total, lo más probable es que no les responda. Les sale más rentable esperar que sea yo quien llame.

—No has comentado nada de tu hermano.

Bueno, eso era verdad.

Solo que Victoria tenía la vaga esperanza de que no se diera cuenta de ese pequeño detalle.

—Ya lo has conocido —murmuró, algo incómoda—. Puedes imaginarte que hay pocas cosas buenas que pueda contarte de él.

—Te tensas cuando hablas de él.

Victoria siguió sus pasos, suspirando.

—Ya, bueno, es que Ian es... muy complicado —dijo finalmente—. Era el niño mimado de mis padres. Siempre le daban lo que quería, hacían lo que les pedía y lo apoyaban en todo. Ahora, no sabe aceptar un no como respuesta.

Caleb no dijo nada al respecto, pero era obvio que se había quedado meditando en sus palabras. Victoria sonrió un poco.

—¿A qué vienen tantas preguntas?

—Me gusta saber cosas de ti.

—¿Debería sentirme halagada? —bromeó.

—Quizá —él se quedó pensándolo un momento—. Eres la única persona que he conocido de la que he querido saber más cosas.

Victoria se detuvo a punto de alcanzarlo, sorprendida, y habría dicho algo de no ser porque de pronto captó algo por el rabillo del ojo. Un hueco donde supuestamente tendría que haber una botella de alcohol.

—¿Eso tendría que estar vacío? —preguntó.

Caleb se había quedado mirándola, pero volvió a centrarse al instante y frunció el ceño hacia el hueco vacío.

—No.

—¿Sawyer?

—No.

—Entonces... quizá sus sospechas no eran tan infundadas.

Caleb se agachó en ese rincón y frunció un poco más el ceño.

—Percibo un olor... familiar —murmuró, confuso—. Pero apenas lo noto. Es como... no sé. Como si estuviera camuflado.

—¿Camuflado? ¿El olor?

—Sí —él parecía confuso—. Ni siquiera puedo seguirlo. Aunque solo hay una salida posible.

Victoria se apresuró a seguirlo cuando él avanzó hacia la sala contigua. Ahí, se quedó mirando un ventanuco pequeño pero abierto que daba con la calle. Caleb suspiró.

—Bueno, parece que esta vez sí han entrado —dijo, pensativo.

—Sí, pero solo han robado una botella de vino —Victoria sonrió—. Igual solo ha sido un ladrón cualquiera. O unos adolescentes descarriados.

Esperó a ver si reaccionaba a su broma, pero Caleb seguía mirando fijamente la ventana, pensativo.

—No —murmuró—. Esto no era por el vino.

—¿Eh?

—Que nadie invade algo de Sawyer por una botella de alcohol. He trabajado demasiado tiempo con él como para no saberlo —apretó un poco los labios, pensando a toda velocidad—. Esto era un aviso.

—¿Un aviso de qué?

—De que quien haya entrado sabe cómo colarse en la fábrica sin ser visto.

—Pero... ¡se ha colado por la ventana!

—No, Victoria, estas ventanas solo se abren desde dentro. Y no está rota. Y la puerta no estaba forzada.

Él sacó el móvil y, en cuanto le respondieron, empezó a hablar a toda velocidad en su idioma extraño. Victoria lo esperó mirando los vinos con curiosidad. Y él reapareció unos segundos más tarde.

—Vamos, ya hemos terminado. Puedo llevarte a casa.

—Sí que ha sido rápido —bromeó.

—Probablemente Sawyer me tenga muy ocupado las próximas horas —le aseguró él en voz baja, suspirando.

Se pasaron el viaje de vuelta a casa de Victoria en silencio, cada uno pensando sus cosas. Ella, curiosamente, no estaba decepcionada con la cita. De hecho, estaba extrañamente satisfecha con ella. Tanto, que cuando llegaron a su calle y Caleb dejó el coche al otro lado, se giró hacia él con una gran sonrisa.

—¿Quieres subir?

Pero, claro, Caleb no pillaba lo que significaba subir a casa después de una cita.

—Sí —se encogió de hombros, sin darle mucha importancia.

Victoria subió las escaleras de su edificio y, menos mal, él la siguió en lugar de optar por subir por la escalera de incendios. Ella estaba un poco nerviosa cuando metió las llaves en la cerradura y mantuvo la puerta abierta para que Caleb pasara. Él la miraba con extrañeza.

—¿Por qué estás nerviosa?

—¿Sabes? Creo que nunca me acostumbraré a que escuches mi pulso en todo momento.

Caleb le dedicó una pequeña sonrisita que se esfumó en cuanto bajó la mirada y vio que Bigotitos se frotaba felizmente contra su pierna.

Miaaaaau

—No sé qué obsesión tienes conmigo, gato imbécil, pero sigues sin gustarme.

—Ven, Bigotitos —Victoria decidió poner paz en el asunto al sujetarlo con ambas manos y dejarlo sobre el sillón—. Duerme un rato y no molestes al x-men. Ya sabes que está un poco amargado.

Bigotitos le puso mala cara, pero se acomodó en sillón y cerró los ojos. Genial.

Victoria se giró hacia Caleb, que estaba cerrando la puerta. Ella empezó a frotarse los brazos, nerviosa. Por primera vez en mucho tiempo, no sabía cómo reaccionar con él a su alrededor.

—¿Me vas a decir ya qué te pasa? —insistió Caleb, confuso.

—Nada.

—No te pones así por nada.

—Estoy así por ti.

Caleb levantó las cejas, sorprendido.

—¿Por mí?

—Sí.

—¿Estás nerviosa porque estoy aquí?

Ella asintió, tragando saliva.

Caleb la observó unos segundo más antes de que una de las comisuras de su boca se elevara.

—No puedo decir que eso no me guste.

Victoria sacudió la cabeza, pero el problema ya había aparecido, y es que se habían quedado mirando demasiado tiempo el uno al otro. Siempre que eso sucedía, ella empezaba a sentirse acalorada e incapaz de controlar los latidos de su corazón.

Miró a Caleb intentando analizar su expresión y, como casi siempre, fue incapaz de hacerlo. Solo le devolvía la mirada. Victoria tragó saliva cuando vio que bajaba la mirada a sus labios.

Y, justo cuando él se separó de la puerta para avanzar hacia ella, Victoria levantó la mano bruscamente para detenerlo.

Caleb se detuvo a apenas un metro de distancia, sorprendido.

—¿Qué?

—Quiero mandar yo —aclaró.

Él ladeó un poco la cabeza, confuso. Victoria respiró hondo, intentando calmarse.

—Cuando tú llevas la iniciativa... es demasiado... tan... mhm... —no sabía ni cómo explicarlo—. Siento que las cosas estarán más bajo control si soy yo la que dice qué hacer.

Eso pareció divertirle un poco, porque sonrió al instante en que dejó de hablar.

—Así que quieres el control, ¿eh?

—Algo así.

—Bueno, ¿y qué quieres que te haga, exactamente?

¿Cómo podía ser capaz de que su sistema nervioso reaccionara solo con unas cuantas palabras?

Victoria dudó visiblemente. Ahora, casi se arrepentía. Se había puesto muy nerviosa, especialmente porque él seguía mirándola fijamente, ahora de una forma que conocía mejor. Y que encendía su temperatura.

Ella lo rodeó siendo consciente de que sus ojos negros no dejaban de estar fijos en su cuerpo y se apoyó con la espalda en la puerta, agradeciendo un poco de apoyo para sus piernas temblorosas.

—Quiero que te acerques —aclaró en voz baja.

Caleb se acercó casi al instante, plantándose delante de ella. Victoria notó que su corazón daba un vuelco cuando apoyó las manos a ambos lados de su cabeza, acorralándola.

Y seguía sin hacer absolutamente pese a que era obvio que quería hacerlo. Estaba esperando instrucciones. Mhm...

Al final, al ver que no decía nada, Caleb esbozó una pequeña sonrisa burlona y se señaló los labios.

—¿Se te ocurre alguna utilidad para esto?

Victoria tragó saliva y sintió que empezaban a temblarle las rodillas de nuevo. Nunca había estado tan nerviosa.

—Quiero que me beses aquí —dijo von voz temblorosa, trazando una línea invisible desde su cuello hasta la comisura de sus labios.

—Muy bien.

Cerró los ojos cuando notó que él se inclinaba y su pelo le rozaba la barbilla al empezar a besarla justo en el punto del cuello que había señalado. Los labios tibios le mandaron un escalofrío por la columna vertebral cuando ascendió por su garganta lentamente hasta llegar a la comisura de sus labios.

Y ahí se separó unos centímetros y la miró. Victoria ya apenas podía respirar.

Él debió notarlo, porque volvió a esbozar esa sonrisita burlona que tan pocas veces había visto en él.

—¿Qué vas a hacer ahora? —le preguntó, casi retándola.

Victoria notó que sus propios labios se curvaban hacia arriba, pero apenas podía sentirlos. Estaba demasiado llena de nervios, placer y ansia de seguir con eso.

—Se me ocurren unas cuantas cosas —le aseguró en voz baja.

—A mí se me ocurren más que unas cuantas.

—Pero yo tengo el control —le recordó.

—¿Y se te ocurre alguna utilidad más para mi boca?

Victoria miró sus labios inconscientemente y, de pronto, sintió que necesitaba besarlo. Urgentemente. Nunca había deseado besar a nadie de esa forma.

—Sí —murmuró, y sin decirlo se inclinó hacia delante y unió sus labios.

Caleb correspondió enseguida al beso, y ella se alegró al ver que esta vez ignoraba sus órdenes y la sujetaba de la nuca con una mano para besarla con más intensidad. Ella agarró su camiseta en dos puños inconscientemente cuando la empujó contra la puerta de nuevo, haciendo que sus pechos quedaran pegados en uno al otro.

Ella no abrió los ojos hasta que notó que Caleb se separaba un poco para empezar a besarla en la mandíbula y el cuello. Apretó los puños en su camiseta y notó que él metía una pierna entre las suyas. Victoria soltó su camiseta y hundió una mano en su nuca inconscientemente.

Y, justo cuando sentía que empezaban a fundirse el uno con él otro, Caleb se detuvo. Echó la cabeza hacia atrás para mirarla.

Victoria parpadeó, perdida, cuando él levantó la mano.

—¿Se te ocurre alguna utilidad para esto? —preguntó en tono ligeramente burlón, pero también tenía la respiración agitada.

Oh, ¿se creía que iba a echarse para atrás?

De eso nada.

Victoria sintió que su corazón aporreaba sus costillas cuando le sujetó la muñeca y se acercó la mano a la boca. Él borró su sonrisa al instante en que ella empezó a besar cada una de las yemas de sus dedos, rozándolas con los dientes. Caleb tenía los ojos oscurecidos cuando ella bajó la mano lentamente por su cuello, su clavícula, entre sus pechos... hasta dejarla entre sus piernas.

Y, curiosamente, ahí fue cuando sus nervios se disiparon para transformarse en ganas de seguir adelante con eso.

Caleb se inclinó hacia delante y volvió a besarla. Todavía no había movido la mano, pero Victoria ya tenía el pulso agitado por la expectación.

Y fue mucho peor cuando él presionó ligeramente la palma de la mano contra sus bragas. Su cuerpo entero reaccionó y sintió que una corriente de calor le recorría cada fibra del cuerpo. Ella cerró las rodillas inconscientemente, apretándole la muñeca con los muslos. Él aumentó solo un poco más la presión y eso ya fue suficiente como para que Victoria sentía que una ardiente y electrizante sensación empezaba a formarse en la parte baja de su estómago.

Sin embargo, Caleb se detuvo de golpe y, para su sorpresa, soltó un gruñido de frustración.

Ella estaba tan perdida en sus propios mundos de placer que no supo ni cómo reaccionar. Especialmente cuando él echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos.

—Odio a tu casero —le dijo en voz baja.

Victoria frunció un poco el ceño, confusa, pero dio un respingo cuando escuchó que aporreaban su puerta.

Fue como si toda la pasión del momento fuera sustituida inmediatamente por frustración.

¡El maldito casero, que quería su maldito dinero! 

Oh, iba a matarlo. ¡¿Era consciente de lo que había interrumpido?!

Caleb dio un paso atrás. Él también parecía muy frustrado.

—Dale el dinero para que deje de molestarte —le recomendó—. Y no salgas de casa tú sola. Mañana vendré en cuanto pueda.

—Espera, ¿te vas?

Caleb se detuvo junto a la ventana, probablemente sorprendido al escuchar la desilusión de la voz de Victoria.

—Tengo que ir con Sawyer en cuanto antes —aclaró—. Por lo de la bodega.

—Pero...

¡No quería que se fuera!

El señor Miller volvió a aporrear la puerta. Seguro que estaba furioso. Bueno, ¡Victoria también estaba furiosa!

Caleb suspiró y volvió a acercarse a ella. Para su sorpresa, la sujetó el mentón con un dedo. Su mirada se había suavizado.

—Yo también quiero quedarme, Victoria —aclaró—, pero si me quedo contigo mucho tiempo Sawyer podría sospechar.

—Odio a Sawyer.

—Y yo odio a tu casero. Estamos empatados.

Victoria suspiró cuando él la soltó y dio un paso atrás, dudando.

—¿Quieres que le abra yo?

—No —le aseguró enseguida—. Vete, venga. Antes de que mi casero tire la puerta abajo.

Caleb le dedicó una sonrisa fugaz antes de irse a toda velocidad por la ventana.

Y así de fácil desaparecieron las ilusiones de tener sexo de la pobre Victoria.

Enfadada, se giró y abrió a su casero, que se puso a gritar nada más verla, exigiendo su dinero. Mientras Victoria se lo daba, no pudo evitar una mirada de rencor.

Malditas interrupciones.


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