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Los opuestos se atraen

   Estaba en mi habitación puliendo mis joyas de oro y plata y escuché el sonido de mi computador portátil. Tenía un mensaje de un desconocido, un hombre de cabellos rubios y desaliñados que decía llamarse Kyd. Bruscamente me di vuelta para mirar las noticias en mi televisor, pero otro sonido resonó en mi cabeza e interrumpió mi vigilia. Apoyé mi codo derecho en el escritorio y le eché una mirada a su perfil.
«Es latino».

Mi respiración se aceleró al ver que solo tenía veintitrés años.
Es... Demasiado joven...

Normalmente me iría a dormir, pero el brillo de la pantalla de la laptop proyectó una imagen que me hizo responderle.

—¿Por qué me envías mensajes?

—Vi tu foto y me gustaste.

—¿Y?

—Ven, gatita, vamos a conversar...

Sin pensarlo mucho comprendí que podría ser un engaño. Muchos jóvenes se la pasan navegando por internet hasta encontrar a señoras mayores de mi edad para conseguir la residencia de los Estados unidos.

—No soy tu gatita, no soy un animal. Si quieres un felino ve a un refugio de animales sin hogar.

—Me gusta tu sentido del humor. Eres preciosa.

—No me llames preciosa. Tengo sesenta y siete años.

—A mí no me importa la edad... Rosanelda Moon.

A mí tampoco, tigre.

Un silencio incómodo parecía estar entorpeciendo sus malévolos planes.

—Usted sabe que, entre nosotros puede surgir el amor como si fuese una hoguera caliente y crepitante.

—Kyd, no te creo nada.

—Usted mi reina, se equivoca. Por favor no se agite, la valentía viene de la quietud...

De pronto un prolongado relámpago iluminó la habitación.

—Tengo que descansar y está por llover...

—¡Rosanelda, no te desconectes!

—¡Qué extraña criatura que eres!

—No me dejes, ya estoy embrujado. He caído en tu hechizo de luna.

—Creo que eres un maldito idiota.

—Tus ojos verdes chispeantes, bajo esos párpados coloridos con sombra azul, me invitaron a contemplarte como la luz de luna.

—Óyeme, Kyd, creo que estás demente...

Soy un demente por haber caído bajo tu hechizo. Esos labios finos color rojo bermellón y ese cabello naranja brillante, me han hecho débil.

—Te creo.

—¿Entonces me crees de verdad?

—Claro que no.

—Rosanelda Moon, no me abandones ahora. Te necesito.

—¿Sabés que estamos a kilómetros de distancia?

—Lo sé y me eso ya me está enloqueciendo.

—Creo que solo buscas mujeres gringas. Decime la verdad.

—Jamás.

—¿Entonces que viste en mi perfil?

—Vi una alma pura, una dama fina de carácter excepcional. Una diosa del Olimpo. Una figura inalcanzable.

—¿Acaso te gustan las damas potentadas?

—No, no pienses eso de mí.

—¿Entonces?

—Es destino está escrito y usted también está ahí.

—¡Ja! Yo no creo en el destino, ni en las casualidades, ni en el amor...

—Rosanelda, debes creer, esto es obra de Dios. No tengas miedo ni dudas. Las cosas no suceden porque sí.

—Creo que tú eres un maniático estrategista.

—Te garantizo que soy un hombre bueno, sin malas intenciones. Créeme, te lo imploro mi bella dama.

—Bueno, bueno... ¿a qué te dedicas? ¿Trabajás y estudias?

—No estudio ni trabajo porque estoy en contra del sistema.

—Vaya, que interesante. En mis tiempos, mis padres me hubiesen echado a la calle.

—Rosanelda, tú no entiendes...

—¿Qué no entiendo?

—Yo soy un artista.

—¿Artista? 

—Soy poeta y pinto también.

—¿Poeta?

—Soy poeta y te dedicaré mis poesías para que crezca con dulzura nuestro amor.

—¿Pintas paredes o que?

—Pinto naturalezas muertas. ¿Te gusta pintar?

—Me gustan las bellas artes, la pintura, la arquitectura, la danza, la escultura, la literatura y la música.

—¡Eres formidable!

—Muchas gracias. Desde chiquita me gusta pintar. Me gusta conducir hasta la playa y sentarme en una silla para pintar el paisaje oyendo el ruido de las olas.

—¡Estupendo! Yo vivo demasiado lejos del mar. Me encantaría estar cerca de ti para poder refinar mi arte junto a tí.

Me puse de pie y llené mi copa con un champagne que tenía hace meses en la heladera.

—¡Ay! Es una pena. El aire marítimo es el gozo de cualquier persona.

—Es verdad, y por eso las mujeres siempre son más talentosas que los hombres. Porque valorizan cada pequeña cosa de esta vida.

—Estoy bebiendo champagne en este momento.

—Bebe, mi buena amiga estadounidense.

—A tu salud, chico latino de cabellos alborotados y mirada triste.

Minutos más tarde, me di cuenta que habían pasado dos horas.

—Oye, Kyd, tengo que ir a mi lecho a descansar.

—Tú, querida y amada Rosanelda...

—¿Acaso estás pensando en armar un verso?

—Yo amo la poesía, la amo como si fuese una partícula cósmica.

—Me sorprende lo que tú dices sentir...

—Seguramente piensas que soy un simple poeta ordinario y solitario, que depende de sus padres para comer...

—Yo no estoy aquí para juzgar.

—Lo sé. Tú tienes una fuerza sideral. He recorrido por los caminos durante arduos años hasta encontrarte.

—Desgraciadamente, no seré parte de tu destino.

—Póngase en mi lugar, mi querida Rosanelda.

—¿Y usted? ¿Por qué no te pones en el mío?

—Usted sabe que...

—¿Qué?

—Tengo la sospecha de que usted es mi alma gemela.

Mi vista estaba obnubilada por el alcohol y decidí decirle:

—Ni siquiera sabés de que signo zodiacal soy.

—Eres cáncer y yo soy de géminis.

—¿Y cómo lo sabés?

—En tu perfil dice que tu cumpleaños es el primero de julio. ¿Verdad?

—Oh, mira que observador eres...

—Es que también apasiona la astrología.

—¿Acaso piensas que esos signos son compatibles?

—No lo son, pero los opuestos se atraen.

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