El poema
Después de mi última conversación con Kyd, mi mente estaba llena de emociones encontradas. Por un lado, me sentía chocha y emocionada por haber conseguido un trabajo digno, pero por otro lado, surgieron dudas y preocupaciones que no podía ignorar.
Una noche, mientras lavaba los platos recordé esa foto que mi hija Lavanda me había mostrado, lo que realmente llamó mi atención fue el gato que Dolores sostenía en brazos. ¿Cómo era posible que Kyd estuviera cerca de un gato si supuestamente era alérgico a ellos? Esta pregunta se había convertido en una molestia persistente en mi mente, y sabía que necesitaba respuestas.
Entonces decidí abrir mi laptop y resolver esta incógnita que me atormentaba.
—Hola Kyd, verás, hace unos días mi hija me enseñó una foto en la apareces tú, Dolores y un gato, ¿Ustedes tienen un felino en esa casa? —escribí esperando que él tuviera alguna explicación lógica.
Lavanda se acercó a la pantalla y frunció el ceño, aparentemente tan desconcertada como yo.
—¿No quieres que ellos tengan un gato? — la pregunta fue tan esperada que reaccioné con un gesto de confusión, sin entender bien—. Acaso quieres que solo quiera a tu gato Memín ¿es eso? Quiero saber porque le preguntas eso —insistió Lavanda al darse cuenta que no había entendido.
—Yo... yo, es que él mencionó muchas veces que tenía una alergia terrible al pelo de gato... — le dije a mi hija con una expresión significativa.
—Eso es extraño. No tenía idea de que Kyd fuera alérgico a los gatos —admitió, su voz llena de confusión.
Mis pensamientos seguían girando mientras intentaba encontrar una explicación lógica para esta contradicción. ¿Estaba Kyd mintiéndome sobre su alergia a los gatos? ¿Qué más podría estar ocultando?
Decidí que necesitaba respuestas directamente de Kyd. Después de todo, la comunicación abierta y honesta era la clave para resolver cualquier problema en una relación.
Después de treinta largos minutos, recibí una respuesta de Kyd, confirmando que si era alérgico a los gatos, y que la casa donde alquilaban entraban varios gatos, trepaban el paredón y se metían a la casa porque Dolores les dejaba comida y agua en el patio. Y que él estaba totalmente en contra porque no quería pasarse la vida estornudando y tomando antihistamínicos para la alergia.
En ese momento sentí un rayo de esperanza creciendo en mi corazón mientras esperaba que esta conversación pudiera aclarar las cosas y restaurar nuestra conexión perdida. Y sobre todo, esperaba escuchar esas palabras reconfortantes que tanto necesitaba: que Kyd aún me amaba y estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para estar juntos de nuevo.
—Pensé que era mentira que eras alérgico y que solo lo decías porque no querías a Memín —le escribí y luego me arrepentí.
—Aquella vez dijiste que lo querías más que a mí.
—Naturalmente que sí, mi querido Tigre. ¿Acaso te pusiste celoso? —escribí y lancé una carcajada.
—¡Ay, ay, qué dolor me provocas, mujer! —respondió.
—Solo dilo.
—Dios mío ¡qué tonta eres! Tú eras mi novia y te la pasabas escribiendo sobre ese gato de porquería...
—Está bien. Dejemos el tema quieto.
—Rosanelda tengo que comunicarte algo. Un secreto muy grande. No debés contarselo a nadie por ahora. Por lo menos hasta que se haga realidad ¿Puedes jurarlo?
—Te lo juro por Memín —le respondí muy excitada—. Oye este es el juramento más serio que hecho en toda mi vida. ¿Qué me tenés que confesar?
—Mis papeles ya casi están listos y me pondrán en blanco muy pronto, quizás sea a fin de mes. A partir del mes que viene ganaré un salario mayor y podré buscar una casa para solo vivir con Lo.
—Me alegro mucho, Kyd. ¿Por qué alquilarás con Lo?
En ese momento me sentí decepcionada.
—Rosanelda, porque la necesito...
—Kyd, ¿quieres decirme entonces que ustedes son... novios?
—¡No somos novios! ¡Tu sobrina ya tiene un novio y es oriundo de aquí!
—Entonces ella no es tu novia... —repetí hasta el cansancio— . ¿Ustedes nunca se besaron? ¿Ella te besó?
—Rosanelda, deja de crear molestas paranoias...
—¡Está bien! Solo quería sacarme la duda. Cálmate, tigre.
—¡Qué extraño! Vos sos su tía. ¿Ella es de tu sangre, verdad?
—Tal cual, mi querido Kyd, eso es muy exacto. Contame más sobre tus planes, por favor.
Después de este encontronazo me puse un saco cálido y sacudí nerviosamente mis hombros. Lavanda acercó una silla del comedor y se sentó muy cerca de mí para leer lo que Kyd digitaba.
—Bueno, ¿tu naciste en Argentina, verdad?
—Exactísimo. ¿Por qué lo preguntás?
—¿Eso quiere decir que puedes venir aquí ya que no necesitas una visa y puedes quedarte durante meses?
—Así es, soy argentina y tengo la residencia americana hace muchísimos años.
Lavanda se puso de pie.
—Oh, la, la... Creo que el paraguayo está queriendote decir que vayas a verlo cuando consigan un nuevo departamento para vivir —dijo mi hija en un tono risible.
—Creo que ese es su plan. Aunque parece que quiere que sean unas largas vacaciones... —repliqué mirando con fijeza el monitor de la netbook.
—Yo me voy a dormir y voy a rezar el padre nuestro, para que Kyd tenga un poco de lucidez y diga que demonios quiere contigo —dijo desconcertada. Yo me eché a reír nuevamente—. ¡Qué se decida! ¡Qué quiere hacer el poeta de ciernes! —gritó mi hija mientras caminaba hacia su habitación—. Bueno... lo voy a interrogar un poquito más.
—¿Podrías venir en un mes? —escribió Kyd.
Intenté meditar sobre esto, pero el orden y la tranquilidad fueron desplazados por mi nerviosismo.
—¡Oh, por Dios!
—¿No quieres volar? Aquí estoy yo, pero también tienes familia para ir a visitar. Podremos ir juntos, con Dolores también. Será una buena idea, creo que la pasaremos muy bien.
En ese momento mis ojos despedían chispas.
—¿Entonces tú aún me amas? —escribí sin vacilación o temor a su respuesta.
—Ahora nuevamente me siento bien. ¿Nada puede salir mal, no?
—Tienes razón, yo también me siento bien, tigre.
Empecé a inquietarme porque no me decía que me amaba.
—Rosanelda: eres la luz que ilumina mis rincones oscuros, eres la llama crepitante de mi hoguera, eres la luna que me acompaña cada noche con su brillo que atraviesa mi ventana.
Cuando leí ese poema, los vellos de mi nuca se erizaron y recordé cuando estuve en el Paraguay y lo escuché con su tierna voz que recitaba sus románticas poesias en mi oído.
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