PRÓLOGO
Un escritor no es solo aquel que publica un libro. Un escritor es aquel que con escribir un pensamiento se siente regocijado y frustrado. Escribir es aquella sensación inconforme que solo el que se apasiona por zurcir oraciones puede comprender y como escritor puede autoproclamarse cualquiera que sepa de gramática y alfabeto, porque en estos tiempos ya ni de ortografía trata. Sin embargo, solo aquel que empuña el lápiz como espada, la creatividad como escudo y es capaz de enfrentarse a una hoja en blanco, materializando en letras lo que su imaginación aclama, puede llamarse a sí mismo escritor. Solo aquel capaz de expresar su sentir sin temores ni preámbulos, con metáforas y buen resumen, merece llamarse a sí mismo escritor. Aquel que cuida de la calidad de sus manuscritos, como si de un niño pequeño tratase, deberá llamarse a sí mismo escritor. Sin ánimos de ofensa, claro, a quienes se llaman de este modo y no cumplen tales requisitos, me incluyo en este último grupo. Pues acá su servidora solo castiga páginas con sus negruras del alma de forma egoísta y se salta por completo las normas básicas de la escritura, buscando solo deshacerse del sobrecargo que en su mente tiene.
No se me ocurrió un título mejor para este libro. Pues es básicamente solo eso, estrofas al viento, que con algo de suerte llegarán a las manos correctas con su andar. Estrofas que revolotean libres, que son tan suyas como tuyas y terminan por no ser de nadie. Infinitas como la agonía del pobre, sin conclusiones para que no mueran nunca y resurjan, según la imaginación del que las pueda alcanzar. Estrofas sin introducción, tal y como la vida que nos toma por sorpresa. Estrofas simples, pero con enormes ganas de hacer de ti, mi querido lector, un ser pensante y empático. Así que señoritas y señores sean bienvenidos a estas humildes prosas que esta errante, pero fiel discípula de Coelho y Ruiz Zafón les ha querido mostrar.
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