||VENTI||
||20||La estrella preferida
Un suspiro escapo de sus labios al mismo tiempo que cerraba sus ojos castaños, en ningún momento dejo de batir con la cuchara el café que estaba preparando. Podía escuchar de fondo el ruido de la regadera del baño mezclado con el calmado sonido de la lluvia que aun invadía la ciudad estos días. Estaba nervioso. Tanto que en un movimiento algo brusco derramo un poco de café caliente sobre su mano cuando escucho el tono de llamada de su teléfono que estaba a un costado de él. Soltó un quejido adolorido ante el ardor que provocaba agua caliente sobre su piel, que no tardo en ponerse rojiza. La llamada seguía sonando como un maldito despertador. Tomo uno de los trapos de cocina que tenían y limpio su brazo.
Molesto agarra el celular, miro con odio y fastidio el nombre del contacto en la pantalla. Tío Ugo. Gruño y negó la llamada en un simple movimiento con su pulgar. Apago el aparato antes de que otro tono de llamada apareciera. Era la quinta vez de la noche que lo molestaba y por más que se pelearan por que se metía en su vida el mayor no lo dejaría en paz. Vivía con él solo porque no tenía otra opción, no podía trabajar por sus estudios cuales apenas lograba pagar gracias a su beca otorgada por la milicia. Que era muy estricta con sus requerimientos; si faltaba un solo día o llegaba tarde a su servicio los domingos o no cumplía con los extracurriculares o no mantenía el promedio perfecto que poseía lo perdía por completo. Era una tortura que lo llevaba a la locura y al estrés.
Sus padres dejaron de cubrir sus gastos desde que se fue de Portorosso, no tenía a nadie, su tío solo le dio asilo porque su padre tuvo piedad de él y le pidió a su hermano que lo recibiera a cambio que le dijera todo lo que sucedía con él. Aun a varias horas de distancia seguían controlando de su vida. Y si lograban enterarse de que se seguía viendo con Alberto su vida se iría al carajo -más de lo que ya estaba-. Tenía ya veinte años y no tenía control de su vida. Miro la ventana del comedor, la lluvia era intensa pero en cierto punto lo lograba tranquilizar.
Miro la puerta del baño al momento que escucho la llave cerrarse, el pecoso se había metido a bañar para evitar un resfriado.
Respiro hondo intentando volver a repasar lo que quería decirle. Era mucho más fácil admitirle a Guido que amaba a Alberto que decírselo a él. Observo con el radillo del ojo el reloj electrónico de uno de los estantes de la pequeña sala; apenas darían las diez veinte de la noche. El lugar estaba en completo silencio, no había señales del castaño de ojos chocolate por ningún lado.
Extrañaba demasiado estar en el departamento, aun sin nadie en este mantenía un aura hogareño que nunca sintió en su casa. Bebió un poco de su café, ignorando el dolor de su mano quemada. Necesitaba calmar sus nervios.
Un escalofrió recorrió por su columna al escuchar una de las puertas abrirse. Ya era hora; por más que quisiera salir huyendo era mucho más fuerte el sentimiento de querer estar lo más cerca de Scorfano. No había hablado desde su reencuentro en el mirador. Dejo su taza en la mesada de la pequeña isla y tomo la segunda taza que café que preparo. Era la misma taza azul con estrellas plateadas con la que siempre había visto a su amado beber.
-Prepare café para los dos -murmuro lo suficientemente en alto para que el otro lo escuchara.
Giro su cuerpo para ver a su amado pero tan pronto como lo miro el color rosado de sus mejillas fue sustituido por un rojo carmesí que adorna incluso la punta de sus ojeras. Si estaba nervioso antes ahora estaba en completo pánico. Trago saliva, sentía sus piernas temblar al mismo tiempo que su corazón comenzó a latir con fuerza ante el calor de su cuerpo. Alberto quien salía del cuarto de baño solo portaba una toalla alrededor de su cintura, su larga cabellera se encontraba suelta y húmeda; al igual que todo su cuerpo que aun tenia gotas de agua recorriendo su piel bronceada sobre sus tatuajes, cicatrices y pecas. Que era lo que más le emocionaba al menor. Ya había visto al pecoso desnudo múltiples ocasiones pero verlo recién bañado y portando esa expresión de estar perdido en sus pensamiento lo hacía ver como un auténtico Dios griego.
El mayor asintió con una expresión de indiferencia ante lo dicho y con todo el descaro del mundo comenzó a acercarse a él sin irse a poner algo de ropa o tan siquiera un bóxer. Porque por desgracia lo conocía tan bien que sabía que solo tenía la toalla sin nada abajo. Maldito y sensual Alberto Scorfano.
Él no era para nada un príncipe era más como un guerrero salvaje.
"Como si en verdad fuera un monstruo marino" pensó Luca de la nada.
El pecoso se adentró a la cocina quedando del otro lado de la pequeña isla. El castaño oscuro le paso con cuidado su taza, Alberto se lo agradeció en un susurro casi inaudible pareciera que tenía una batalla interna ante que vaya a pasar esa noche. Empezaron a beber en silencio manteniendo una mirada perdida en la tormenta de afuera.
-¿Dónde esta Guido? -intento sacar conversación, no se sentía preparado para ir directo al grano.
-Me mando mensaje diciendo que Russell y Miguel lo acorralaron en la cafetería, que terminando el turno de ellos irán a comer para ponerse al día -respondió con simpleza y sin mirarlo.
Luca asintió -aun así sabiendo que el mayor no lo miraba- comprendiendo la situación. Era obvio que querían hablar pero no se atrevían a sacar el tema. Se podía sentir la tensión sexual entre ambos, que si estuviera uno de sus amigos allí se burlarían de todas las veces que Alberto se quejó de la tensión entre Giulia y Ercole. El menor admiro su reflejo en su taza, el silencio que los invadía lo torturaba.
-Grazie por mandarlo a recogerme. Fue un lindo detalle que recordaras lo necio que soy -dijo lo último en un tono de broma para aligerar el ambiente.
El mayor lo miro con un ligero sonrojo adornando sus mejillas pecosas. No negaría que tuvo miedo de que el menor se enojara por preocuparse.
-Bueno -hablo con un ligero tartamudeo- quería ir yo pero no quería que las cosas fueran más incomodas entre nosotros -confeso rascando su nuca y evitando que el menor viera su rubor.
Sonrió al escucharlo. Si hubiera sido otra persona lo rechazaría solo por orgullo. Odiaba verse indefenso ante los demás. Otro silencio los invadió de nuevo, ambos como si estuvieran sincronizados se miraron mutuamente a los ojos del contario. Alberto se perdió en el brillo de los ojos del menor, sentía como volvió aquellas estrellas que reflejaban en los castaños orbes mientras que Luca comenzaba ver poco a poco el color entre la oscuridad de sus ojos.
Los dos corazones latían ante el calor del ambiente que se estaba formando. Alberto fue el primero en desviar la mirada, sentía que si lo seguía admirando perdería el control y lo haría suyo en medio de la cocina.
-Y ¿Cómo van las cosas con el chico que te gusta? -pregunto en un murmullo.
Aunque la pregunta fue inesperada. Luca no mostro sorpresa, simplemente suspiro y bajo la mirada a su taza.
-No te mentiré. Aun siento mi mundo colapsarse cada vez que estoy lado y mientras más hablábamos más cosas en común tenemos -prefirió ser sincero, no quería ocultarle nada y mucho menos que se enterara por externos.
-Oh.
Fue lo único que salió de los labios del contrario. Hablar del chico que le gustaba a su amado era incomodo pero quería darle el apoyo para que no se sienta mal. Alberto siempre preferiría la felicidad de Luca antes que nada. Aun si eso significara dañarse a sí mismo. Saber que el menor encontró a alguien con los mismos gustos que a él le fascinaban era un golpe duro. No entendía nada cuando su amado hablaba de ciencia y el espacio, por no decir que si llegaba aburrirlo y causarle sueño en ocasiones pero aun así el seguía despierto prestándole completamente atención a términos o palabras que parecían otro idioma solo porque amaba ver su rostro emocionado. Ahora Luca podía hablar horas con alguien de su misma sintonía. Estaba celoso por no ser él.
-Si te soy sincero; es aburrido.
Alberto levanto su mirada sorprendido, esas palabras lo sacaron de su prisión mental. Luca no lo miraba seguía manteniendo su mirada fija en el poco líquido que le quedaba a su taza.
-¿Qué?
-Nos llevamos ¿bien?
Dudo en sus palabras. Realmente la relación entre él y Antoni solo era trabajo. No hablaban más allá que en la biblioteca y no estaba interesado en formar una amistad con el rubio. Solo era profesionalismo lo que surgía entre ellos por ahora. Antoni ha llegado ser un buen compañero de investigación pero son tan parecidos en ser un par de nerds que llegaba aburrirlo en varias ocasiones.
-Es aburrido -repitió levantando su mirada hacia el mayor- hablar todo el tiempo de ciencia y proyectos -desvió la mirada a un punto muerto y alzo sus hombros mientras dejaba salir un suspiro de fastidio- al principio fue emocionante pero termino cansándome. No sé, quiero hablar de cualquier tontería o estupidez pero no puedo con él o si suelto algo tonto él me mira con inocencia sin comprender lo digo.
"Él no es como tú" pensó pero no lo dijo.
Alberto asintió escuchando cada palabra con atención. No sabía cómo sentirse ante eso. ¿Ese fue un punto a favor para él?
Luca comenzó a impacientarse al no tener respuesta por parte del contrario; quien volvía a mirar hacia la ventana como si esta tuviera las respuestas que necesitaba. Aunque ahora si le urgía tenerlas.
Rápidamente los pensamientos egoístas del menor se esfumaron al notar como el mayor comenzaba a garabatear con su dedo índice estrellas imaginarias sobre el mármol de la mesada (lo estaba haciendo sin darse cuenta) aun manteniendo su perdida en la tormenta de afuera. Paguro suspiro, sabia que comenzaba a ponerse ansioso. Dejo su taza a medio terminar, tomo una de los bolígrafos que tenían el par de amigos regados por todo el departamento y el silencio rodeo la pequeña isla para estar a su lado. Alberto se sorprendió al tenerlo cerca, no se había notado los movimientos del menor.
En un brinco Luca se sentó en la mesada de la isla, quedando su rostro a la misma altura que el otro.
-Dame tu mano -ordeno en un tono serio.
Sin decir ni una palabra él obedeció y levanto su mano. El contrario tomo su brazo y con la manga de su suéter limpio la humedad de su piel. Scorfano lo miraba atentamente, tenía una pequeña idea de lo que iba hacer. En silencio el menor comenzó a pintar varias estrellas de distintos tamaños sobre su piel bronceada. Avergonzado el más alto desvió su mirar, aunque sonaba tonto o un acto idiota cada estrella que era pintada sobre su piel lo calmaba poco a poco.
Al terminar Luca beso su brazo y dejando el bolígrafo a un lado levanto su mirada hacia él regalándole una pequeña sonrisa.
-Dejemos el tema de un lado ¿Si? -Le susurro, tomando con cariño su mejilla le dio una delicada caricia- Sé que estas ansioso.
Él no contesto mantenía la mirada fija en el suelo. Se sentía patético que eso lograra calmarlo. Luca conocía las cosas que lo excitaban pero también las que lo calmaban. El menor no soltó su brazo, aprovecho su mano libre para entrelazar sus manos dándole un ligero apretón.
-Deberías ver a un profesional -sugirió tomándolo del mentón para mirarlo a la cara.
Otra vez no obtuvo respuesta alguna cosa que entristeció al menor quien soltó su cara pero no sus manos. Dejo salir otro suspiro. Alberto era necio al igual que él sabía que no tenía caso regañarlo. No podía llegar de la nada y mandarlo a con un psicólogo.
-Sabes -dijo en un tono dulce, manteniendo la mirada fija en sus manos entrelazadas- me gusto tu regalo de cumpleaños. Fue un regalo... ¿inesperado? -expreso con una sonrisa divertida al recordar la confusión que tuvo al verlo.
El mayor lo miro de reojo, no pudo evitar soltar una risa pequeña ante aquel halago. Luca sonrió al escucharlo.
-...y me encantaría romperme la cara, contigo.
Una risa un poco más sonora salió de los labios de su amado. Vaya invitación era esa. El menor termino contagiándose de su risa, aunque era un poco más disimulada que la de él.
-Dios -expreso peinando su cabellera hacia atrás tratando de calmar su risa- no tienes idea que me emociona que volvamos a destruirnos mutuamente -le siguió el juego con mucho más ánimo que el de antes.
-Como los viejos tiempos -comento con una sonrisa y arqueando la ceja- como cuando construíamos una vespa y nos lanzábamos por las colinas.
-Ay, qué recuerdos -dijo limpiándose una lágrima imaginaria- al principio tu no querías y me dejabas a mí solo lanzarme por las rocas detrás de la torre. ¿Recuerdas cuando casi morimos al lanzarnos hacia el mar y tu gritabas "nooo" y yo "siii"?
Luca soltó una fuerte risa al recordarlo, ellos dos era un par inquieto en su niñez. Alberto sonrió al verlo reír tanto que ese particular sonido peculiar que le hacía recordar a un delfín salió de los labios del menor, quien rápidamente tapo su boca para evitar que escuchara ese vergonzoso ruido. El mayor retiro su mano con lentitud, su risa era graciosa pero también le parecía en cierto punto adorable.
-Extrañaba escuchar tu risa -confeso con un ligero sonrojo adornando sus mejillas.
Aquel par de ojos castaños se agrandaron al mismo tiempo que ese brillo comparado con las mismas estrellas apareció en ellos acompañados por un ligero sonrojo. Los sentimientos del menor eran débiles, apenas revivían de las cenizas de lo que alguna vez fueron y le daba esperanzas de corresponderle al hombre que amaba.
Alberto lo miro con una sonrisa apenada, sentía que dijo algo que no debía. Se regañó a sí mismo, reclamándose que deberían ir poco a poco si quería recuperarlo y no incomodarlo o asustarlo. Aun así quería gritarle a la cara todo lo que sentía por él pero se lo guardo.
-Yo extrañaba todo de ti -susurro, colocando uno de sus propios mechones castaños detrás de su oreja.
El corazón de ambos latía con alegría, los cardumes de peces -como a ambos les gustaba describirlos- se movían con liberta en su interior y sus manos comenzaban a sudar. Los ojos verdes de Alberto se posaron en sus delgados y finos labios mientras que Luca parecía hipnotizado con su torso desnudo, sentía como la calentura aumentaba dentro de él al notar la cercanía de ambos y no ayudaba que el contrario se encontraba a un simple jalón de la estorbosa toalla para estar completamente desnudo.
El menor tímidamente soltó el agarre sus manos (cual nunca soltaron todo ese tiempo) para posicionarlas en los hombros pecosos de su amado. El mayor se acercó más a él, sintiendo las manos escurridizas del castaño oscuro recorrer sus hombros y pechos con un toque tan dedicado -como el de una pluma- deteniéndose en cada cicatriz o pequeño lunar opacado por sus pecas. Alberto mordió su labio inferior evitando que un jadeo o suspiro que saliera de sus labios pudiera arruinar el momento.
El calor del momento era notorio, la excitación comenzaban a invadirlos. Luca abrió las piernas sin dejar de seguir explorando el cuerpo ajeno y Alberto se colocó entre ellas para acercase más al otro, coloco sus manos sobre la mesada acorralado al menor. Sus rostros estaban a una corta distancia que comenzaba a desesperarlo al igual que la ropa del castaño oscuro. Miraron con deseo los labios del contrario.
-¿Seguro que quieres hacer esto? -pregunto en un tono ronco y desesperado, acercándose peligrosamente a su rostro.
No recibió respuesta, solo observo como el menor se deshizo de su suéter en silencio y lo aventó a cualquier parte del departamento. Su respiración era pesada y sus ojos se encontraban dilatados; dejando ver el deseo y la epistación en ellos. Alberto capto el mensaje y miro la camisa blanca que los molestaba. Se acercó al cuello del menor -quien tembló al sentir la respiración caliente chocar contra su piel- y mientras depositaba pequeños besos desabotonaba ciegamente botón por botón. Sentía que se embriagaba ante el aroma intenso que desprendía el cuello de Luca, su olor era entre una mezcla de dulzor y colonia masculina. Lo enloquecía a tal punto que no quería separarse de él.
El menor por su lado mordía con fuerza su labio inferior para no dejar salir los suspiros y gemidos que sentía con cada beso o cada caricia por parte de las expertas manos de su amado se escabullían por debajo de su camisa semi abierta, logrando hacerlo temblar al sentir las grandes manos heladas de Alberto tocando cada parte de su cintura. Siendo su punto de quiebre cuando ambas manos llegaron a sus pezones por debajo de la tela, soltó un fuerte jadeo al sentir como los pellizcaba y jugaba con ellos usando solo las yemas de sus dedos. Todo sin dejar besar ni morder su cuello.
Como si fueran un par de serpientes los brazos de Luca se desliaron hacia su cuello enrollándose en el para atraerlo aún más, inclinando su cuerpo casi cayendo de espalda en el mármol de la isla. Sus caderas buscaban aún más contacto entre ellos.
Los dedos del menor enredaron en su cabellera al sentir el rose del miembro ya despierto de su amado. Un gemido acompañado de su respiración pesada lo volvía loco. Alberto se separó para mirarlo a los ojos. El pecho de ambos subía y abajaban, las cabelleras de ambos eran un completo desastre, sus miradas solo reflejaban deseo y sus rojos estaban adornados de un bello carmín.
-Yo...
-Tu...
Fue lo único que lograron formular entre leves jadeos. Luca termino de quitarse la estorbosa camisa lanzarla con el mismo destino que el suéter. Alberto admiro el pálido pecho -adornado con algunos diminutos lunares- subir y bajar en un intento de calmar su respiración. En sus pantalones negros se podía apreciar el bulto de la erección recién despierta.
¿En verdad iban a hacerlo?
El menor pudo ver la duda de su amado, en cierto punto lo entendía, se habían vistos desnudos varias veces pero era la primera vez después de cinco años que lo harían. Sonrió con ternura y lo tomo de su mejilla para verlo a la cara.
-Quiero hacerlo, amore mio -le susurro.
Alberto correspondió a su sonrisa, tomo la mano que tenía sobre su mejilla y la beso sin dejar de mirarlo a los ojos. Una inesperada risa salió de los labios de Paguro al momento que fue cargado por los brazos del mayor quien no dudo en llevárselo con prisas hacia su habitación dejando caer la toalla en medio del pasillo. La alegría reflejada en el rostro del menor no tenía comparación, Alberto lograba hacer que olvidara sus problemas y disfrutara el momento.
[...]
Ercole caminaba junto con Giulietta en medio de la lluvia, que por fin se había calmado un poco. Los dos (quienes vestían sus uniformes ante la ocurrencia de irse mojados al trabajo) eran iluminados por la luces naranjas de las calles. Ella se aferraba a su hombro, la distancia entre ellos estaba extinta pero no lo hacía por romanticismo ni cariño; el par apenas se podían proteger debajo del pequeño paraguas negro que les presto Scorfano horas atrás antes de abandonar la cafetería.
Él tenía una mirada seria en frente mientras que ella en el suelo mojado de la banqueta. No se habían dirigido la palabra desde su discusión en medio de la tormenta. El eco de sus palabras resonaba por su mente, no solo se confesaron lo mucho que se gustaban, también se habían propuesto una cita para pasado mañana. No negarían que estaban emocionados como nerviosos.
Levanto su mirada castaña hacia él cuando lo escucho suspirar. Ambos pararon su caminar. Marcovaldo lo miro con la ceja arqueada, parecía preocupada ante la repentina pausa.
Los dos seguían en medio de la lluvia, no había nadie que los interrumpiera.
-No mentía -hablo el mayor sin atreverse a mirarla.
Ella dejo salir un sonido de confusión, su corazón latía con intensidad; algo en ella sabía a lo que se refería pero quería escucharlo de él. Un gruñido salió de los labios de Visconti, era la primera vez que dejaba de lado su egocentrismo y orgullo por una mujer que no era su madre. Tomo aire y se atrevió a verla a la cara, tenía que decírselo de frente.
-Me gustas, Giulietta -confeso cerrando los ojos con fuerza y dejando salir un suspiro cansado para después abrirlos y poder ver esos ojos castaños claros que comenzó a odiarlos como amarlos- Odio cuando otros te miran porque siento que dañan a la obra de arte más perfecta, me gustas cuando no eres femenina o cuando golpeas a los demás cuando te enojas. Me gusta tu fuerza como tu inteligencia más allá de la mujer más hermosa que te has convertido.
Giulia lo miraba atentamente prestando atención a cada una de sus palabras, agradecía a la poca iluminación de donde estaban para que el mayor no pudiera ver su rostro sonrojado a más no poder. Su pobre corazón parecía que en cualquier momento escaparía de su pecho. El simple hecho que el mayor dejara su orgullo para confesarse era algo que la hacía sentir millones de sentimientos nuevos y todos son positivos.
Ercole dejó caer el paraguas sin importarle que se volverían a mojar, tomo ambas manos de su amada quien lo miraba aun sorprendida pero por esa hermosa sonrisa en sus labios decidió continuar.
-Me gustas tanto, que aunque me hagas enojar demasiado de lugar de odiarte haces que me enamore aún más de ti.
Ella sin decir ninguna palabra entrelazo sus manos y miro al mayor con cariño. Ambos odiaban las cursilerías y el romanticismo pero una vez no hacía daño. Ambos se miraron con una sonrisa mientras la lluvia seguía cayendo sobre ellos.
-También me gustas, Ercole. Aunque seas un maldito egocéntrico e idita -confeso ella con una sonrisa burlona.
El contrario rio, los insultos ya no les afectaba; así se trataban ellos. Sin pensarlo se acercó a ella con intenciones de besarla. Marcovaldo se colocó de puntillas logrando que los dos unieran sus labios en un tierno y dulce beso bajo la lluvia de primavera.
[...]
El sonido de la puerta principal abriéndose se escuchó en el pequeño departamento, Guido entro con una sonrisa tranquila al lugar con un par cajas de comida que trajo del restaurante de comida mexicana que le invitaron pero su expresión rápidamente se borró al ver las ropas (que identifico rápidamente) de Luca junto con una toalla en el suelo de la sala.
-¡SOLO TENIAN QUE HABLAR, NO COGER! -les grito con fastidio para después volver a irse con intenciones de poder dormir pacíficamente en casa de Ercole.
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