||QUATTRO||
||04||Cuando las estrellas dejan de brillar
Génova, Febrero 2018
Oficialmente era media noche, febrero iniciaba al compás de la tensión que se generó entre ellos. Luca lo miro sonrojado, sus ojos castaños se encontraban abiertos; ¿Hace cuanto que no escuchaba su voz? Ahora era más ronca y grave que la última vez que estuvieron juntos, obviamente sin contar aquella noche donde él insultaba al frio. Casi tenía en el borde del olvido aquel viejo apodo que le tenía: Lu. Siempre lo llamaba así con cariño. Escucharlo otra vez; era como abrir un malgastado baúl de recuerdos. Por otro lado Alberto se dio cuenta de cómo lo llamo, provocando que sus pecosas mejillas se calentaran, y no ayudaba en nada ver la figura del castaño oscuro rodeado de corazones de fondo –gracias a los adornos de San Valentín colocados por todo el establecimiento– mientras que en su rostro tenia aquella sonrisa que lo flechaba sin decir ninguna palabra.
–Perdón...–desvió su mirada y rasco su nuca de manera nerviosa como incomoda– quiero decir; Luca.
Él sintió la misma incomodidad e imito su acción: desviando su mirada mientras jugaba con sus dedos. ¿Cómo podían hablarse después de tanto tiempo?
–Ha pasado mucho desde la última vez –intento hablar evitando a toda costa perderse de nuevo en esos ojos verdes. No hablaba aquellos encuentros cortos que tuvieron, si no, la última vez que se vieron antes de separarse.
Alberto suspiro y le sonrió apagadamente.
–Si...
Un silencio incomodo surge alrededor ellos. Sus corazones latían con tanta intensidad que temían que el contrario escuchara sus latidos acelerados, sus manos comenzaron a sudar y con el frio de esa noche podían juran que se congelarían, y ese horrible nudo en sus gargantas solo empeoraba la incomodidad del momento.
Mientras que no muy lejos de allí tres empleados y Guido observaban la escena con extrañes. Ciccio y Russell se habían ido horas atrás cuando su turno acabo. Miguel y Ercole los miraban sorprendidos ante esa actitud avergonzada del joven de piel bronceada. Habían visto a Alberto coquetearle descaradamente a cualquier hombre atractivo que llegaba a la cafetería; era la primera vez que lo miraban avergonzado como ¿tímido? Todo esto era muy extraño para los dos. Giulia miraba a su mejor amigo incomoda, mordió su labio inferior y solo desvió su mirada de ellos. Solo Ercole noto aquellos gestos de ella, pero no dijo nada.
El único que sonreía allí era Guido; siendo que su instinto acertó. Aposto por el caballo ganador.
–¿Qué haces aquí? –le pregunto Alberto con cierta intriga–.
–Vine a llevar a Giulia a su casa –respondió apuntando a la pelirroja; quien lo ignoro–.
Guido por su parte mordió el interior de su mejilla. Ya no aguantaba ese ambiente. Dejo salir un quejido sonoro, llamando la atención de todos. Luca abrió los ojos con sorpresa al reconocer al chico quien le entrego su billetera semanas atrás. El castaño salió detrás del mostrador y fue directo hacia ellos.
–Ok, ok, sabemos que ustedes se conocen y tienen mucho de qué hablar.
Ambos se sonrojaron con intensidad y él peino su cabellera con sus dedos fastidiado.
–¿Por qué no mejor caminan un rato y hablan de su magnífico reencuentro? –expreso con molestia mientras hacía ojitos de enamorado–.
–Pero ¿Giulia? –inquirió Luca mirando de reojo a la chica que seguía ignorándolo–.
La mirada de Luca mostro preocupación; Giulia nunca se comportaba así. Aunque si tenía una idea del porqué. Prefirió dejar el tema de lado, hablaría con ella después.
–Tranquilo, güerito –hablo un despreocupado Miguel haciendo un ademan con su mano–. Aquí Guido y Ercole la acompañaran sana y salva a su casa –obtuvo una afirmación contenta por parte de Guido y gruñido por parte del otro–, tienen que aprender a olvidar sus rencores, más si trabajamos en el mismo lugar.
–Por algo no eres el jefe de la cafetería de tu propia familia –dijo Giulietta entre dientes a ella tampoco le agrado la idea–.
Ercole sonrió de lado, ese era el punto débil del mexicano; quien solo la miro ofendido.
–Pero yo tengo que limpiar –se excusó esta vez Alberto.
Los dos evitaban hablarse o estar solos; cosa que Guido no lo permitiría.
–Yo lo hago –alego pellizcando el puente de su nariz, miro a ambos y sin esperar otra escusa los empujo hacia afuera del local–, pero ya lárguense.
Cerró la puerta en sus caras. Por el cristal de este Guido les dedico una mirada amenazadora. Ambos se miraron y desviaron la mirada ruborizados. Luca subió rápidamente su bufanda hasta su nariz al sentir el fresco y húmedo viento de la media noche chocar contra su rostro.
Ya no existía manera de huir. Alberto suspiro y se enderezo. Miro Luca y él le dedico una mirada curiosa provocando devuelta un revoltijo en sus estómagos.
–¿Quieres ir por algo caliente? –le preguntó rascando su nuca y con nervios reflejados en su voz.
Él pareció dudarlo, pero al final sonrió bajo la tela de la bufanda morada.
–¿Un Café? –propuso en un tono de burlón, mirándolo con la ceja arqueada.
Alberto mostro sorpresa por unos segundos para después relajarse.
–No gracias –negó con una sonrisa–, tengo antojo de una sopa instantánea, hay una tienda de veinticuatro horas no muy lejos de aquí –apunto con su pulgar hacia el final de la calle– ¿Vamos?
No podía verlo, pero sabía que Luca seguía sonriendo bajo la bufanda; sus ojos eran muy expresivos al mostrar sus emociones, que muchas veces no necesito ver su sonrisa o mueca para saber si está contento o relajado e incluso triste. Aprendió a ver esos pequeños detalles que no importaba el paso del tiempo seguía recordándolos con precisión.
La incomodidad se fue en un instante y una paz se reflejó en ambos. Como los viejos tiempos.
–Vamos –respondió con tranquilidad.
Asintió y comenzó a caminar por la banqueta uno al lado del otro. Luca mantenía sus manos en el los bolsillos de su abrigo. Alberto no quería mostrar el frio que sufría, el idiota de Guido lo saco del lugar sin ni siquiera dejarlo tomar sus cosas o su abrigo. Después lo golpearía; aunque por otro lado también le agradecería por hacer que ambos hablaran con más calma y paz. Miro de reojo el rostro calmado de su acompañante: sus ondulados y castaños cabellos se mecían con el viento helado, la punta de su nariz al igual que lo poco que lograba apreciar de sus mejillas estaban sonrojadas por el frio de aquella noche. Podía jurar que en sus largas y caídas pestañas había un poco de escarcha. Su rostro era iluminado por la luz blanca artificial de los postes de luz. Parecía en cierta forma un fantasma, al cual podía admirar por horas.
Luca soltó una risa y lo miro. No dijo nada, solo mostraba completa paz en esos ojos castaños que podían hacer competencia con la misma luna llena que adornaba el cielo de esa noche.
–Así que el castaño es tu...–dejo la palabra en el aire e intentaba no parecer interesado, aunque fallaba en eso–.
–Mi amigo y mi compañero de piso...–respondió alzando sus hombros y mostrando simpleza en sus palabras–. Está loco pero así lo amamos todos –termino de decir con una pequeña sonrisa, ya que Guido fue la primera persona que le hablo al llegar a la ciudad–.
Luca abrió ligeramente su boca y asintió compresivo. No quería demostrar que su respuesta le quito un enorme peso encima. Por otro lado Alberto se encontraba igual de inquieto con una duda:
–¿Y Giulia es tu...
–Mi mejor amiga –lo interrumpió con rapidez y sonrojándose hasta las orejas al darse cuenta de su respuesta–, perdón, pero todos me hacen la misma pregunta –se excusó avergonzado–. Ella y yo solo somos amigos.
Alberto solo asintió con una diminuta sonrisa adornando sus labios. Y otro silencio surgió entre ellos pero estaba vez era tranquilo y calmado.
Siguieron caminando por las desoladas calles del centro, no había gente y casi todos los negocios ya se encontraban cerrados. Ambos se miraban de vez en cuando y sonreían como tontos enamorados.
Para Alberto, Luca no había cambiado casi nada podría decir que el cambio más evidente era su altura y su piel libre del acné que sufrió en la pubertad, pero para Luca, Alberto había cambiado demasiado; tenía más musculatura, su altura aumento –antes ambos estaban a la par, ahora el mayor le superaba por varios centímetros–, poseía dos perforaciones como él en ambas orejas, se había dejado crecer la barba de "chivo" –como solía llamarlo Giulia– y su cabello era mucho más largo y sujetado con una coleta baja. Sin duda él era mucho más atractivo de lo que fue años atrás, aunque para él siempre fue el joven más atractivo en la pequeña ciudad pesquera.
No paso mucho para que ambos lograran visualizar la tienda de conveniencia a la vuelta de la esquina de la avenida. El lugar estaba abandonado, las luces fluorescentes blancas parpadeaban ligeramente y la música deprimente de una radio se podía escuchar desde afuera. A los dos no les importo el deteriorado aspecto del lugar, se acercaron en silencio. Luca abrió la puerta y dejo que el contrario entrara primero, Alberto frunció el ceño y el castaño oscuro solo sonrió con picardía; aunque esta no podía ser visible para el otro lo noto en su mirada.
–Las damas primero –bromeo–.
Abrió los ojos con sorpresa, pero sonrió al instante.
–Gracias por notar la reina que soy –respondió siguiéndole el juego–.
Entro a local con un movimiento coqueto de cadera –muy exagerado–, provocando el que menor riera ante sus idioteces. Como extrañaban poder llevarse de esa manera.
Ante la mirada amargada de un adolescente que se notaba a kilómetros que odiaba su trabajo, los dos jóvenes se dirigieron hacia la parte trasera donde se encontraba las máquinas de café sabor a agua sucia, salchichas de muy dudosa calidad entre otras cosas. Tomaron dos empaques de sopa instantáneas y fueron a la caja para pagarlas. Agradecía de tener su billetera en su pantalón, no quería pedirle dinero al castaño, mucho menos después de su inesperado reencuentro. El adolescente de asqueroso acné parecía que les hacia el favor de venderles, miro a ambos con odio antes de que volvieran a la zona trasera. Donde con el agua caliente de la máquina de café las prepararon. Luca tomo un par de tenedores desechables y Alberto llevo ambos envases a la pequeña mesa que había en el local la cual se encontraba tanto manchada como rallada por grafiteros donde la mayoría de cosas escritas allí eran obscenas, pero lo más curioso para Luca fue ver en una de las esquinas de estas varias estrellas garabateadas, sonrió discretamente, sintiendo una calma en su interior.
Miro a su compañero quien rápidamente desvió la mirada ruborizado al ver fue descubierto, si era sincero no recordaba hace cuanto las dibujo con exactitud, fue hace mucho que lo hizo. Paguro no dijo nada aún mantenía su sonrisa pacifica cual dejo verla al quitarse la bufanda y su abrigo colocándolas sobre la mesa. Alberto miro con sorpresa como en el pecho del contrario colgaba una cadena con placa militar que resaltaba con el suéter negro que tenía puesto.
–Al final lo cumplieron –susurro aun teniendo la mirada fija en el objeto–.
Luca suspiro, sabía que lo notaria. Tomo asiento quedando frente a frente y desvió su mirada con tristeza, quería romperse al ver aquella mirada verde.
–Fue esa misma tarde...–respondió con el mismo tono de voz.
Alberto no contesto. Un silencio invadió el ambiente. Tenso e incómodo, tenían que hablarlo quieran o no. Se miraron e intentaron sonreírse pero una mueca solo apareció en sus rostros. Tomaron aire al mismo tiempo y en un volumen de voz confesaron al mismo tiempo la misma cosa:
–Fui a buscarte.
Ambos se miraron con sorpresa. Abrieron sus bocas al mismo tiempo pero la cerraron con intención que el contrario hablara, se miraron para después esquivarse. Más incomodos no podrían estar.
–Tu primero –dijo Alberto y Luca suspiro–.
–No te encontré –comenzó, sin atreverse a mirarlo solo abrazo su sopa con ambas manos, tratando de controlar sus nervios–, no sabía dónde estabas y cuando menos lo esperaba ya era tarde –comento sintiendo un nudo formarse en su garganta– Tu padre me escupió y me dijo con su asquerosa voz que te llevo a la armada. Y yo de estúpido le creí. Estaba asustado en ese entonces.
Alberto lo miro con asombro, dejo salir aire de sus pulmones dejan el hilo de humo de sus labios se mezclara con el que salía de su sopa.
–Él me corrió de la casa –aclaro con repudio–, fui a la granja, pero tus padres me corrieron me dijeron que ya te habías ido con tu tío...que nunca volverías.
–Y nunca volví –afirmo con dolor–, creí que te encontraría en la escuela militar –soltó una risa irónica– incluso entre a la armada y al servicio con la esperanza de volverte a ver...–vuelve a reír, pero esta vez sus ojos no aguantaron más y termino derramando unas cuantas lagrimas que no sabía si eran de alegría o dolor al ver por todo lo que pasaron–. Nunca me espere que te encontraría aquí, en una cafetería o en la tienda de antigüedades.
Alberto le entrego una servilleta y él la tomo con un débil agradecimiento; limpio las pocas lágrimas que resbalaban por sus congeladas y sonrojadas mejillas.
–Estuve trabajando en Portorosso por casi cuatro años, siempre esperando tu regreso –confeso con vergüenza–, no te mentiré perdí las esperanzas el mismo año que te vi en la tienda.
Luca se sonrojo. Suspiro y alzo su brazo arremango la manga su suéter mostrando su vendaje, Alberto lo miro con sorpresa.
–Tampoco te mentiré después de los primeros años también creí que no volvería a verte. Lo escondo aun para evitar pensar en ti, lo cual no funciona porque siempre que miraba las estrellas, pienso en ti –confeso con una pequeña sonrisa mientras miraba discretamente a las estrellas dibujadas sobre la mesa–.
Alberto no sabía cómo explicarlo pero sentía sus mejillas pecosas congelarse al mismo tiempo que calentarse ante lo dicho por el menor.
–Cuando me preguntan por la mía nunca respondo.
Ambos suspiraron a la par cosa que les provoco gracia. Luca peino su cabello hacia atrás.
–Todo esto es tan...
–Tonto –completo Alberto–.
–Si.
Ambos sonrieron con melancolía. En silencio comenzaron a comer. Sus corazones latían en sincronía, no se había sentidos así de completos después de años separados. Los dos se demostraban tímidos como nerviosos al perderse en la mirada del otro, con nadie más se mostraban así. Cualquiera que los conociera no creían que se trataran ellos. Luca con entrenamiento se mostraba serio y firme todo el tiempo pero con Alberto parecía débil y nervioso. Scorfano era su debilidad y no era broma o algo romántico de las películas; literalmente el mayor le provocaba sentimientos y problemas con su asma que casi nunca tenía. El contrario tampoco se salvaba, él es un bromista y promiscuo pero con Luca se mostraba avergonzado como temeroso.
Ambos eran su maldita debilidad.
[...]
Ambos salieron del establecimiento, Luca subió su bufanda como era costumbre para después meter sus manos en su abrigo. Era hora de irse, ya pasaban de las una de la mañana cada vez hacia más frio y los dos seguían en el centro de la ciudad sin ganas de separarse de nuevo.
Alberto giro a ver y el contrario respondió con una mirada curiosa.
–Es muy noche ya –comento nervioso mientras rascaba su nuca– mi departamento se encuentra a unas cuadras de aquí por si quieres ir a descansar.
Luca abrió los ojos con sorpresa ante la invitación, pero rápidamente arqueo su ceja con intriga.
-Es una propuesta muy indecente de tu parte, Scorfano –respondió con un tono burlón–.
Él soltó una risa ahoga y le regalo una de sus más sinceras sonrisas.
–Lo decía más porque no quiero esperar otro año o mes para volver a verte.
Luca se ruborizo pero aun así sonrió bajo la tela y tomo su brazo.
–Vamos –susurro lo suficientemente alto para que lo escuchara y cerrando sus ojos con completa paz continua–, pero no me acostare contigo...no aun.
–Maldición, mi plan fallo.
Ambos rieron. Dejo caer su cabeza en su hombro. Alberto ya no sentía tanto frio como antes, solo sonrió con paz en su mirada y corazón que latía como loco. Juntos comenzaron a caminar hacia el departamento.
[...]
Abrió la puerta de su habitación cargando un par de sabanas extra para su invitado. Un sonrojo invadió sus mejillas y su mirada quedo perdida en las piernas desnudas de Luca. El menor quien solo llevaba una sudadera gris puesta; que él le había prestado para que durmiera cómodamente y protegido del frio. La prenda le quedaba holgada y muy suelta parecía una mujer pequeña usando la ropa de su novio. Ambos no tenían la misma musculatura como altura. Luca no era pequeño; dejaba a simple vista sus –no tan delgadas– piernas cuales estaban llenas de vellos que cubrían su blanca piel. Estaba en unos bóxer negros que no cubrían mucho. Y dejaban ver la marca de nacimiento que tenía el menor en su muslo derecho.
–No sé por qué te sorprendes me has visto desnudo miles de veces –hablo con una sonrisa burlona provocando que el sonrojo del contrario aumentara–.
Alberto sonrió de lado y mirándolo con cierto deseo en sus ojos bromeo con mismo tono de voz:
–Al parecer te robaron el trasero, no recuerdo que era tan plano como ahora.
Luca solo rio en voz baja y observo como él cerraba la puerta quedando solos dentro de la habitación, aunque tampoco era necesario ya que Guido aun no regresaba de donde quiera que esté. Apago la luz provocando que el menor sonriera de lado. Hacia frio y apenas se podía ver el interior gracias a la luz artificial del poste de luz de afuera; que hacía que la mitad de sus rostros se iluminaran de un naranja.
Alberto se acercó hasta quedar frente a frente. Luca no se inmuto ni borro su sonrisa, solo lo miro con el anhelo se tenían. Sus respiraciones se mesclaron en un solo hilo de humo que apenas se podía apreciar. Sin miedo alguno el mayor acaricio con delicadeza mejilla haciendo que su tacto le quemara al menor quien se dejó caer en su mano.
–Pero aun sin trasero, sé que me deseas –susurro con una sonrisa mientras enredaba sus brazos alrededor de su cuello, miraba sus labios con deseo haciendo que él tragara saliva. Luca se acercó a él y susurro en su oreja–. Admítelo Scorfano, nadie como yo puede complacerte.
Un escalofrío recorrió la espalda del más alto, aun así le devolvió la sonrisa y coloco sus manos en su cintura; acariciando con sus pulgares la tela de la sudadera. Se balancearon en medio de la habitación en baile silencioso, observándose mutuamente con ayuda de la luz de la calle.
Alberto acaricio su mejilla mirando con atención aquel par de ojos cafés. Ambos sin esperar a más se acercaron hasta final unir sus labios en un beso que estuvieron esperando tanto y el cual no duro nada.
Rápidamente se separaron con una mirada horrorizada. Los dos parecían asustados, desilusionados y confundidos. Había tantas emociones en ambos pero ninguna era buena.
Lo que más temían se cumplió. Luca comenzó a hiperventilar alarmando a su compañero quien atemorizado rápidamente encendió la luz del cuarto iluminando la habitación con la luz blanca de foco. El menor intentaba calmar su respiración entre cortada en lo que el otro buscaba con desespero el abrigo que traía, al hallarlo, busco con exasperación entre los bolsillos hasta encontrar el inhalador azul en el fondo de uno. No dudo ningún segundo entregárselo a su amado quien con prisas se lo arrebato y comenzó a utilizarlo. Tomo asiento en el borde del colchón. Estaba temblando y su mirada se encontraba perdida en los azulejos cafés del suelo.
Alberto peino con sus dedos su cabello estaba frustrado, decepcionado y...desilusionado.
Luca por su lado seguía intentando calmar su respiración. En silencio ambos se miraron. Querían llorar por el miedo que los consumía al ver que ya no existía ese mágico brillo en los ojos del contrario. El café que el mismo comparaba con las estrellas se volvió simple y ordinario y el verde que resplandecía como las mismas esmeraldas se volvió un opaco verde olivo.
El menor desvió su mirada primero. Alberto no dijo nada solo abandono el cuarto, despidiéndose con un doloroso y triste 《Buona serata》; el cual nunca fue respondido.
La puerta se cerro y él solo seguía sosteniendo su inhalador con ambas manos, sintió como poco a poco comenzaba romperse por dentro.
Tantos años habían esperado para volver a verse. Cuando al fin se encuentran en un océano profundo lleno billones de estrellas. Esperaban como anhelaban volver a besarse como tiempo atrás lo habían hecho tantas veces.
Un beso. Un simple y sencillo roce de sus labios basto para darse cuenta que...ya no sentían nada por el otro.
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