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||QUATTORDICI||

||14|| Dos estrellas tercas, Dos estrellas orgullosas

Guido se subió en completo silencio a los asientos traseros del taxi. Mantenía una mirada vacía en algún punto perdido en suelo del vehículo, estaba avergonzado como destrozado. Ercole tampoco lo miraba, sabia ya tenía suficiente tormento hacia él mismo para hacer sentir aun mas mal a su mejor amigo. Cerro la puerta una vez que el castaño estaba sentado, se dirigió hacia la ventana del copiloto para pagarle al taxista y darle indicaciones de donde quedaba el departamento del joven, así evitaría que el conductor tuviera que hablar con él. El hombre muy amable asintió en silencio para después encender el motor y alejarse del estacionamiento.

Visconti suspiro al ver el auto desaparecer al final de la autopista. Se había convertido en una noche tensa entre los cinco. Si no fuera por Guido, hubiera golpeado a Ciccio desde hace años. Ya no tenía caso, ni él sabía que pasaría con su amigo después de desbordar aquel vaso que se llenaba con cada comportamiento especial, sonrisas y abrazos que solo provocaban ilusionarlo. No culpaba al rubio por ser hetero o no corresponderle, lo culpaba de no darse cuenta por si mismo que dañaba a la persona a quien llamaba mejor amigo. Cansado de todo tomo del ventanal del restaurante la botella de agua que compro en el mismo lugar.

Después de consolar a Guido en medio de la noche en un estacionamiento vacío de una plaza comercial; las cosas se tensaron entren los cuatro. Aunque realmente lo más afectados eran Luca y Alberto, quienes ni podían verse a la cara después de lo ocurrido. Aun así el pecoso le pidió su auto para llevar al castaño oscuro devuelta a su casa (siendo que él era el único quien vivía más alejado de la zona). Ellos dos tenían la parte más complicada; hablar de lo que paso en el restaurante no iba a ser fácil para los antiguos amantes.

Observo a lo lejos a Marcovaldo. La pobre pelirroja terminaba de vomitar en una de las abandonadas -como descuidadas- jardineras del lugar. Ella miro su vomito con asco, el vino junto a todos los dulces envinados que comió en el evento cobraron factura al combinarse con un océano de sentimientos que no había experimentado desde el funeral de su padre. Giulietta Marcovaldo tenía una gran resistencia al alcohol pero su cuerpo la traicionaba cada vez que este conviviría con sentimientos fuertes; en este caso el miedo, la preocupación y el amor la maldijeron.

Escupió tratando de quitarse el mal sabor de boca que tenía, se aferraba aun al saco de Visconti -en una forma tonta de sentir protección-. Un escalofrió ajeno al frio de esa madrugada la invadió. Sentía que volvería a vomitar en cualquier momento pero esos pensamientos se esfumaron; sus ojos cafés claros se abrieron con completa sorpresa al ver que el mayor le extendía una botella de agua. Extrañada miro a Ercole pero este como siempre mostraba indiferencia. Dudosa tomo la botella, juntos tomaron asiento a un costado de la jardinera (sentándose en concreto y apoyando sus espaldas en el borde del pequeño muro) observando en silencio la desolada plaza, cual era iluminada por la luz de la luna creciente que se asomaba entre las escasas nubes que adornaban el cielo nocturno.

No le impresiono que el mayor no la mirara con asco o repulsión, al fin y acabo los dos se conocían y él la ha visto vomitar múltiples veces cuando concursaban en las carreras que participaban en su niñez. Giulia acomodo aquellos mechones rebeldes que cubrían su rostro detrás de su oreja. Abrió la botella de agua -desde hace rato que se había quitado los odiosos guantes, guardándolos en uno de los bolsillos de saco- y en silencio bebió su contenido. Se sentía tranquila estar así con él a pesar de todo lo ocurrido momentos atrás. Si era cierto que Guido admitió con descaro lo que ambos sentían, de lugar de sentir incomodidad o tensión entre ellos, solo existía una paz que los relajaba.

En todo ese momento de silencio, ella solo volteo a verlo al escuchar un suspiro pesado salir de los labios del contrario.

-No lo mates -dijo sin mirarla, simplemente peino su cabellera hacia atrás sin despegar la vista a un punto muerto del lugar- Él no lo hizo de mala manera.

Ella lo miro preocupada, Giulia también conocía a Guido y es la primera vez en su vida que lo ha visto llorar ni siquiera el mayor lo había visto llorar. Guido nunca lloraba, ni siquiera lo hizo cuando arrestaron a su abuela, aunque si era sincero lo más cercano que lo ha visto llorar fue el día que estuvo a punto de declararse al rubio; solo vio sus ojos rojos y sus mejillas húmedas pero seguía sonriendo como siempre.

-¿Qué paso? -susurro con tono angustiado como preocupado.

-Él exploto, eso paso...-miro al suelo y dejo escapar otro suspiro pero esta vez parecía desesperado-...todos sus sentimientos guardados por más de diez años explotaron con un simple mensaje.

-¿Él estará bien?

-No lo sé.

Guido era un caso único ¿Quién aguantaría más de diez años sentimientos románticos por alguien que ni siquiera los notaba? El chico tenía esperanza que algún día el contrario los notara. Y aunque sabía con dolor que nunca seria correspondido, él seguía esperando.

Un silencio los abrazo de nuevo. Y a pesar que sabían que tenían que hablar sobre su obvia atracción que fue expuesta en la cara, no lo hacían por orgullo. Ninguno de los dos quería ser el primero en hablarlo y mucho menos crear escenas cursis como la de Luca y Alberto. Ellos no eran así.

Giulia de su diminuto bolso saco su celular notando que eran las dos cuarenta de la madrugada. ¿Enserio pasaron tanto tiempo fuera?

Ercole la observo de reojo como volvía guardar el aparato, no mentiría que acepto ayudar a Riley solo para ver a Giulietta. Aun se sentía avergonzado por lo que le susurro la rubia cuando le fue que ella fue la chica a quien le dio las invitaciones. <<-Mas te vale que yo reciba mi invitación de boda por este favor, Visconti>>

Su rostro volvió a sonrojarse y antes que la pelirroja lo notase se levantó del suelo llamando a atención de ella. Lo con curiosidad y él sin mirarla directamente solo estiro su mano frente suyo. Giulia sonrojada pero aun manteniendo una mirada seria, dudo unos segundos pero al final acepto. Cuando sus manos se tocaron una corriente eléctrica recorrió sus cuerpos. Ambos no dijeron nada, él la ayudo a levantarse y casi al instante los dos soltaron sus manos con vergüenza.

La casa de Giulia no estaba tan lejos solo a unas cuantas cuadras así que no habría problemas en irse caminando. Ercole empezó a caminar pero paro al instante su paso al ver como la joven se quedó atrás solo para quitarse esos tortuosos tacones. Visconti no pudo evitar reírse al verla acercarse descalza hacia él, sin los zapatos ella era mucho más baja. Ella no era una mujer de baja estatura solo es que siempre se la pasaba rodeada de puro chicos altos. Giulietta molesta golpeo su hombro sin mucha fuerza, cosa que solo logro que él riera más y terminara contagiándola de paso.

Aun con una sonrisa burlona adornando su rostro imito su acción, se quitó ambos zapatos quedando descalzo en el frio suelo de la calle. Sorprendida solo desvió la mirada ocultando el sonrojo de sus mejillas y la sonrisa de sus labios. No sabía que pasaba entre ellos pero les agradaba.

Los dos comenzaron a caminar por las vacías calles de la ciudad, no sabían en que momento ambos iban demasiado juntos, cada uno cargaba sus pertenencias y compartían una que otra mirada disimulada.

Las cosas habían cambiado demasiado entre ellos, sus personalidad evolucionaron. Ya no eran los mismos menores que peleaban en cualquier oportunidad que tenían. Giulia dejo de ser una odiosa niña a convertirse en una hermosa mujer. Ella era inteligente, deportista y demasiado hermosa aun sin ningún rastro de maquillaje o ropa reveladora. Ercole no podía negar que ella seguía mirándose como una diosa con su cabello algo desordenado, sus pecas casi invisibles iluminadas por la luces naranjas del camino y el viento le hacia el favor mover los mechones sueltos de su cabello como si de un comercial de shampoo se tratara. Ella era simplemente perfecta, a pesar de su actitud tan brusca.

-¿Tu novia no se enojara si te ve cerca de otra chica? -susurro ella sin mirarlo.

-¿Novia? -exclamo mirándola con la ceja arqueada.

-Si, la rubia con quien hablabas en la galería -respondió mirándolo con cierta curiosidad- Nunca te había visto reír así.

-Ah, hablas de Andersen, ella es solo una vieja amiga que trabaja con Scorfano. Ella fue la quien me ayudo a conseguir las invitaciones, nos reíamos porque no burlábamos de él -explico sin tomarle ninguna importancia. No mentía, solo tienen una buena relación porque los dos se burlaban de su amigo.

Giulia simplemente asintió, no sabía porque pero sintió un peso menos en la espalda. Por otro lado el mayo la miro sin entender por qué le preguntaba por ella, no fue hasta que noto que la pelirroja comenzaba acelerar el paso evitando que él viera su sonrojo. Ercole soltó una carcajada, acción que hizo enojar a la menor.

-Estabas celosa de ella, Apestulia -se burló.

-¡¿Qué?! ¡No! -Exclamo irritada- ¿Por qué estaría celosa? Me vale una mierda con quien salgas.

Volvió a reírse, adoraba hacerla enojar. Las viejas costumbres no se irían tan fácil.

-¡Cállate! -Reclamo golpeando su hombro con fuerza, que él obviamente por orgullo no admitiría que le dolió- eres un engreído.

-Y tú una mocosa apestosa.

Ambos se miraron con odio, cual no duro nada ya que empezaron a reír. Los insultos ya no les molestaban, es más les alegraba.

[...]

-Es aquí...-susurro Luca, apuntando a un complejo de departamentos.

Alberto asintió en silencio y con tranquilidad prosiguió a estacionar el auto en frente del edificio. No habían hablado desde que salieron del restaurante. En sus mentes solo existía caos y un lio que los torturaba. Y lo peor de todo no fue causado por el comentario del castaño.

Cuando el motor de apago junto con las luces del auto, ambos amantes quedaron en un silencio total. Parte de sus cuerpos eran iluminados por las luces amarillentas de la calle. Ninguno se atrevía hablar o moverse. Luca no se iría sin hablar, tenían que hacerlo por más tenso que fuera no quería dejar las cosas así pero le aterraba lo que pudiera pasar, inquieto comenzó a trazar estrellas imaginarias en su pantalón de vestir.

Alberto fue el primero en quitarse el cinturón de seguridad para después girar su cuerpo y prestarle toda su atención a joven de su lado.

-Luca...-lo llamo en un tono dulce al mismo tiempo que tomaba su mano izquierda.

El menor no quería mirarlo, no quería enfrentarlo. Después de la plática que tuvieron en la galería lo que menos quería era dar un final a lo que todos catalogaban como una pérdida de tiempo. Scorfano sentía que estaba mirando al mismo Luca de hace cinco años, uno tímido como temeroso. No mentiría que también se sentía como un niño al cual terminaran por primera vez.

Con su mano libre el pecoso lo tomo del mentó obligándolo a verlo a los ojos. No era sorpresa que estos amenazaban al menor que en cualquier momento rompería en llanto. El mayor dejo salir un suspiro soltó su mentón pero no su mano. Y lo miro con seriedad.

-Se honesto ¿Hay alguien más? -susurro sintiendo un nudo en su garganta cual dolía horrible.

Los castaños ojos del menor se abrieron con sorpresa, no decía nada solo comenzó a temblar ligeramente. Odiaba sentirse así de vulnerable. Alberto soltó su mano con delicadeza y peino su cabellera hacia atrás mostrando frustración ante la reacción que obtuvo como respuesta. Se sentía un estupido.

Luca desabrocho su cinturón para poder acercarse a él. Ahora el mayor parecía que en cualquier segundo lloraría.

-No soy tan idiota -murmuro adolorido con la mirada perdida en el suelo del auto- tu no hubieras preguntado eso si no fuera que hay alguien que logre hacer que tu corazón acelere.

Un espasmo surgió en el menor, se sentía culpable de algo que no controlaba. Sin pensarlo y sin ninguna pisca de vergüenza fue directo a sentarse en su regazo para poder obligarlo a verlo.

-Alberto, lo siento -dijo con una voz quebrada, lo tomo de las mejillas, estaba arrepentido por algo que no tiene la culpa- perdonami, amore mio.

-Perdonami a mí -respondió dejando caer su rostro en las palmas de sus manos- tal vez Guido tenga razón -evito a toda costa la mirada del otro- Tú y yo no debemos estar atrapados en lo que fue un estúpido amorío adolescente.

Luca lo miro sin creerlo, las lágrimas ya recorrían sus mejillas. Alberto nunca se rendiría y él más que nadie jamás pensaría que lo suyo es una tonta negación a dejar ir su pasado.

-No digas eso -exclamo molesto como desesperado, cosa que llamo la atención al pecoso- Escúchame, no lo conozco, ni lo quiero conocer. Apenas me he cruzado dos veces con él.

-Pero ha logrado mover tu mundo...

Respiro hondo, agachando su mirada a la nada pero nunca soltó el rostro de su amado.

-Estoy confundido, Alberto, no sé qué está pasando con ese chico -su voz cada vez sonaba más rota pero aun así con lágrimas recorriendo su rostro le sonrió- pero si estoy seguro que no quiero que huyas -pidió acariciando con la delicadeza de una pluma sus pecosas mejillas- me prometiste no rendirte.

-No lo hago -recalco en un susurro serio y decaído- quiero arreglar las cosas antes de hacerlo pero no puedo obligarte a sentir algo por mí.

-¿Planeas rendirte solo porque hay alguien que ni conozco que acelera mi corazón?

-No. Aún no. Luca quiero pelear por ti porque tú vales la pena y no me imagino a otra persona con la que quiero estar.

Luca sonrió en grande adoraba escucharlo decir lo importante que era para él. Nadie lograría emocionarlo y al mismo tiempo romperlo como lo hace Alberto Scorfano. Las lágrimas seguían cayendo pero no le importo solo aprovecho la cercanía para todas aquellas pecas que tanto adoraba admirar. Cada pequeño beso que era depositado en su piel era como toques dulces y agradables, que hacían reír al mayor. Finalizo con un profundo pero dulce beso en sus labios, junto sus frentes y en un susurro le dijo con anhelo:

-No me importa si Guido tenga razón o no, no quiero volver a alejarme de ti. Amore mio, no te rindas eres la persona más idiota y terca que he conocido; y sé que no dejaras de insistir -trato de bromear, intento reír pero parecían más a unos gimoteos.

Ambos eran igual tercos que no querían dar un fin a algo que muchos creen que está muerto. Ya habían soportado ese tipo de comentarios toda su relación pasada como para dejar que algo así les afecte, pero esta vez fue doloroso que alguien que ambos llegaron apreciar tanto les recuerde que su amor está agonizando pero no estaba muerto.

-Te suplico que no me dejes, enamórame como la primera vez.

Lo tomo de sorpresa al sentir como el mayor abrazaba con fuerzas, no tardo en corresponder con la misma fuerza. Ambos quedaron juntos por un buen rato, el menor enredaba sus dedos en la larga cabellera de su amado.

-Necesito que tú estés seguro de lo que sientas por él y lo que sientes por mí -murmuro Alberto sin separar- No quiero pelear en una guerra donde está claro que perderé, no quiero ser el único herido. Necesitamos un tiempo, tú lo necesitas más.

Luca tardo en responder, no quería separarse Alberto, no quería saber nada del rubio que le hace confundirse y herir al quien quería pasar su vida. Paguro lo abrazo con todas sus fuerzas, porque tiene que ser difícil amarse, la vida le gustaba molestarlos; no le basto que ambos se conocieran en una ciudad muy conservadora, ahora los hace sufrir con sentimientos confusos.

-Solo será un tiempo -dijo Alberto acariciando su espalda.

-Eso dicen muchas parejas antes de terminar.

-Pero tú y yo no somos pareja -trato de aligerar un poco el ambiente, tampoco quería separarse de él- aun no te lo pido bajo las estrellas.

El menor se separó limpiando sus lágrimas con su puño mientras le sonreía ante su tonta petición -aunque debía admitir que le ilusionaba que lo volviera hacer como la primera vez-. Alberto tomo su mejilla y le sonrió como si le dijera que todo estará bien. Ellos estarían bien. Luca aun sin querer terminar ese momento, levanto su brazo y remangando las mangas de su camisa blanca; dejo a la vista el vendaje de su brazo. El cual deshizo (tirando la venda al asiento trasero del vehículo) para poder mostrar aquella cicatriz en forma de estrella.

Scorfano tomo su brazo con una pequeña sonrisa y dejo un beso a la cicatriz. Para ambos eran importante sus cicatrices. Ya que eran una promesa.

El castaño oscuro sonrió y antes de dar un fin aquella horrible noche beso la mejilla de su amado para después abrir la puerta del lado del piloto y bajar. Ambos se sonrieron por última vez antes que la puerta se cerrara. Alberto se despidió con un leve movimiento de mano y mostrando una sonrisa triste en lo que Luca se dirige hacia el portón de la entrada al edificio. Se miraron por última vez Alberto admiraba aquellas estrellas reflejadas en esos ojos castaños mientras que Luca solo miraba con anhelo esos ojos olivo.

Una vez que la figura del menor desapareció de su vista, Alberto dejo caer un rostro contra el volante -por suerte no hizo sonar el claxon-. Ya se cansó de seguir fingiendo. Su corazón latía como loco a pesar de estar roto. Él volvió a revivir esos sentimientos del olvido, no sabía en qué momento se sintió tan vulnerable que con solo verlo su corazón se volvía loco y sus ojos volvieron con aquel brillo que tanto extraño. Se lo iba confesar a su amado ese San Valentín pero todo se fue al carajo cuando Luca le pregunto eso. Ahí supo que él empezaba a sentir algo hacia alguien más.

No dijo nada porque sabía que haría sentir mal a Luca. Por eso estuvo distante todo el evento después de la plática que tuvieron. Él no lo obligaría amarlo, ya pasó por una vez con su padre y no lo repetiría con el menor. A pesar que sus besos lo derretían, sus toques lo quemaban y sus sonrisas lo cegaban. Oh, pobre Alberto, estaba jodido.

Porque su estúpido corazón gritaba el nombre del chico de ojos castaños que reflejaban un mar de estrellas.

[...]

Mientras que para unos San Valentín era un infierno para otros era el inicio de la entrada del paraíso.

Entre risas, bromas y alguno que otro golpe entre ellos. Giulia subió las escaleras de la entrada su casa. Ercole la miraba con una sonrisa de lado mientras mantenía las manos ocultas dentro sus bolsillos y sus zapatos descansaban sobre el desgastado escalón de ladrillo. No sabían por qué no quería finalizar la noche. Era la primera vez que estaban solos sin los demás chicos y se sentía agradable. Ella con pesar abrió la puerta con su juego de llaves, él se preparaba para irse y desearle una buena noche a la pelirroja. Escucho su voz hablarle en un tono tranquilo:

-¿Quieres quedarte un rato? -pregunto mirándolo con una pequeña sonrisa- A tomar algo en lo que descansas.

Aunque quería, negó con la cabeza.

-No quiero molestar a Lilian.

-Ella no está y no volverá hasta mañana en la noche -respondió sin pensar.

Visconti carraspeo su garganta, estaba completamente ruborizado y con ciertos nervios. Marcovaldo tardo en darse cuenta de sus palabras y doble sentido de estas. Su rostro tomo por completo la misma tonalidad de su cabello.

-Santa mozzarella -expreso avergonzada, con la palma golpeo su propia frente, no se atrevió a mirar al mayor a la cara- a lo que refiero es que ella no está, fue a un viaje con sus amigas solteras. Así que no hay problema en que te quedes un momento.

-¿Segura que todo esto no te incomoda? -pregunto mirándola con la ceja arqueada.

-Extrañamente no -expreso dejando salir un suspiro, aventó su bolso y tacones despreocupadamente adentro de la casa y bajo las escaleras para acercarse a él- escucha, de por si tengo asuntos pendientes con Alberto y toda esta mierda solo hace que me duela la cabeza si me preocupo por el tema-algo fastidiada hizo un ademan con su mano.

Él la miro sin expresión alguna, solo dejo salir un suspiro y acomodo uno de los mechones sueltos de la chica detrás de su oreja. El toque del mayor la quemaba y lograban hacer que su corazón se acelerara como si nunca hubiera sentido atracción hacia alguien. Cuantas ganas tenía de golpear a Visconti por hacerla sentirse así, pero seguía gustándole esa sensación cálida en su pecho.

Solo se dedicaron a mirarse a los ojos cafés del otro cual apenas podía admirar gracias a la escasa luz de la luna casi inexistente. Los dos sonrieron tontamente al notar aquel brillo único en la mirada del otro. La pelirroja ahora entendía por qué Luca decía que quería volver a ver el brillo en los ojos de Alberto. Ver ese brillo comparado a las estrellas era como una droga.

Luca y Alberto podrían ser unos tercos que no dejaran soltarse tan fácilmente pero ellos dos eran peores. Giulia y Ercole son unos orgullosos que no admitirían tan fácil sus sentimientos y más con todo su historial atrás. La cursilería no estaba en su vocabulario.

Sin esperar más Giulia lo tomo del cuello de su camisa y lo atrajo hacia ella. Sus labios encajaron a la perfección -como si fueran dos piezas de un rompecabezas-, Visconti la tomo de su cintura apegándola a su pecho al mismo tiempo que movía sus labios al compás en de la joven. Ella enredo sus brazos al cuello del contrario quien no dudo en levantarla entre sus brazos.

Ambos se separaron con la respiración agitada y con deseo reflejados en sus ojos. Ercole inundo su rostro en su cuello inhalando el embriagante aroma del perfume de su amada, acción que logro hacerla temblar al mismo tiempo que ahogaba un gemido leve. Dejando sus zapatos en la calle, él la cargo hacia adentro de la casa de las mujeres Marcovaldo. Giulia se bajó de él, cerró la puerta, no tenían ni la más maldita idea de lo que hacían pero les encantaba. Ambos se miraban con la respiración agitada pero una sonrisa no faltaba en sus labios. Sus corazones latían con intensidad.

La joven se quitó y dejo caer al suelo el saco del mayor. En movimiento improvisado (y un poco torpe) se deshizo del odioso vestido rojo. Ercole parpadeo un par de veces al verla en ropa interior, ella portaba un conjunto negro con detalles de encaje, pero lo que más lo tenía embobado eran las pecas -que no tan visibles- que adornaba su blanca piel de su cadera y hombros. Ella tenía un tatuaje aparte el de su brazo, era un ramo de girasoles adornando a un lado de su pecho y casi llegando a la cadera. Giulia soltó una pequeña risa al ver la expresión de su rostro y sin más lo empujo al sillón más grande y se sentó sobre sus piernas.

El mayor no sabía por dónde tocarla, Giulietta era una belleza de cuerpo divino pero algo no le agradaba. La chica enredo sus brazos de nuevo en su cuello cuando estaba a punto de volverlo a besar, él la detuvo separándola un poco de la cadera.

-Lo siento pero no puedo -murmuro dejando salir un suspiro.

-¿Qué sucede? No te gusto.

La pelirroja lo miro sin entender, iba a bajarse pero él de nuevo la detuvo dejándola en sobre sus piernas.

-No, no es eso, Giulietta -respondió con una voz ronca.

Ella abrió los ojos con sorpresa, él jamás la había llamado por su nombre ni siquiera por Giulia, siempre la llamaba apodos tontos o por su apellido. Ercole no la miraba y aunque sus manos jugaban con el resorte de su ropa interior tipo cheeky. Por más que quería explorar cada parte del deseable cuerpo de su enemiga de toda su infancia; él la respetaba, a pesar siempre peleaban tenía un gran respeto hacia ella como mujer, enemiga, compañera y...amada.

-No es lo correcto -dijo serio.

-Solo es sexo, Ercole.

-No quiero que sea simplemente sexo -respondió molesto.

Marcovaldo se quedó callada al mismo tiempo que un sonrojo invadió su rostro.

-Si fueras otra mujer no me importaría, pero el simple hecho que se trata de ti -murmuro perdiendo mucho en el proceso- me atraes tanto que no dudaría en hacerte mía, pero también me gustas mucho como para hacer las cosas bien contigo.

Dejo caer su cabeza en su hombro y se quejó. Su estúpido corazón se alteró al escuchar esas tontas palabras.

-Ok, si así lo quieres -exclamo "molesta" y avergonzada.

Se bajó de él. Ercole observo desde el sillón como ella bajo la luz de un de los postes de luz que se escabullía entre las cortinas de la sala, ella movía inconscientemente su cadera cuando caminaba, un movimiento que solo se podía apreciar mejor estando en ropa interior. Movimiento que torturaran a Visconti por el resto de su vida. La pelirroja se dirigía a la entrada para tomar devuelta el saco que le presto y ponérselo de nuevo para cubrirse.

Ercole se levantó de su lugar con intenciones de irse, miro a la chica quien a pesar de negarle tener relaciones le sonreía. Al parecer no tenía intenciones de devolverle su saco, aunque muy a su pesar le gustaba como este cubría su cuerpo. Salió de la casa quedándose parado en la entrada, ella estaba detrás de la puerta.

-Has cambiado, pez gato -se burló pero aun así tenía una sonrisa tierna en sus labios- pero así quieres las cosas, sorpréndeme. Solo evitemos las cosas cursis.

El mayor soltó una risa ahogada. Ambos odiaban ese tipo de tratos pero aun así querían ver donde los llevaba esta "relación".

-Descansa, Apestulia -dijo para después besarla en un beso corto en sus labios.

Aunque ambos estaban tranquilos sus corazones latían con tanta fuerza que sentían desmayarse. Si, realmente ambos eran tan orgullosos que no querían admitir que se estaban enamorando poco a poco.

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