||DICIOTTO||
||18||En medio de una lluvia de estrellas
Génova, Septiembre de 2016
Estiro todo su cuerpo entre las sabanas ajenas -como si de un gato se tratara-, de sus labios se escapaba un fuerte quejido y parpadeando sus ojos un par de veces para acostumbrarlos en la imagen de su entorno, observo a su alrededor. Era completamente desconocido para él, parecía estar en una habitación de un hombre (de cierta manera no le sorprendió). Tomo asiento sobre el colchón matrimonial, su cuerpo estaba adolorido como exhausto, su piel bronceada se encontraba empalagosa por el sudor. Los recuerdos de la noche anterior invadieron su mente, levanto la sabana y se maldijo en su interior. Estaba desnudo.
Deshizo de las sabanas y busco su ropa por la habitación, por suerte todas su pertenencias se encontraban allí; regadas desde el escritorio hasta el ropero a un costado de la puerta. Miro con asco al ver el condón usado que utilizo la noche anterior al lado de los bóxer azules que llevaba puestos ayer. A pesar de ser muy abierto en tener relaciones sexuales con cualquier hombre guapo, el solo daba pero nunca recibía pero aun así él no era virgen por detrás solo una persona lo logro y así se quedaría.
No lo pensó mucho tomo su bóxer del suelo y pantalón que posaba sobre la mesa de noche. Comenzó a vestirse con prisas, dando saltitos para subir su pantalón. Y antes de que pudiera abrocharlo escucho la puerta de la habitación abrirse, no le tomo importancia y siguió vistiéndose.
-Despertaste -escucho la voz masculina hablándole en un tono gentil.
Alberto blanqueo los ojos, odiaba esa rutina donde intentaban "conquistarlo" con gestos o detalles. Mientras se colocaba su camisa miro sin mucho interés al dueño del cuarto parado bajo el umbral de la puerta, se trataba de un pelinegro de piel blanca y ojos cafés. Realmente no recuerda ni su nombre o de que hablaron antes de meterse a la cama y tampoco le interesaba. El chico solo vestía una camiseta roja junto con unos bóxer blancos en sus manos sostenía una bandeja con unos huevos fritos y tocino junto con dos tazas de café humeante. Scorfano miro desinteresado la comida y luego al chico de estatura similar a la suya. Suspiro realmente fastidiado.
-No tengo hambre -le dijo secamente.
El pelinegro abrió los ojos con sorpresa, su sonrisa se había borrado por unos segundos pero aun así no se dio por vencido, dejo la bandeja con comida sobre el escritorio y se acercó peligrosamente al pecoso. Alberto blanqueo los ojos, el chico acaricio su pecho descubierto bajando sus manos poco a poco hasta llegar al borde de pantalón.
-Podemos repetir lo de anoche -susurro lascivamente cerca de su oreja; logrando que el joven de ojos verdes se asqueara- ahora entiendo porque todos quieren acostarse contigo, fuiste fantástico. Ame cada parte de ti, en especial esa cicatriz tan peculiar en tu tobillo -intento sonar coqueto al mismo tiempo que quería desabrochar los pantalones del otro.
Enfadado el contrario aparto su manos de manera brusca, no solo le daba asco esos intentos malos de verse "especiales" para él, si no, que hablar de su cicatriz era lo que más le irritaba.
-Me encantaría conversar -mintió descaradamente y en un tono odioso- pero esto solo fue de una noche.
El pelinegro lo miro sorprendido. Alberto lo ignoro y prosiguió a tomar sus cosas: desde sus zapatos hasta su chaqueta mezclilla. Salió del cuarto pasando groseramente al lado del joven.
-¡No puedes hacerme esto, Scorfano! -exclamo furioso como ofendido.
Un quejido fuerte salió del contrario y ya irritado de la situación. Tomo su paraguas azul (cual fue aventado en medio de la sala) y lo miro con clara molestia.
-Oye, yo no te obligue a nada tú fuiste que el que se me encimo la noche de ayer y si creíste que solo porque tuvimos sexo estaríamos juntos; es tu problema. No eres especial, no eres el mejor en la cama y no vi en ti algo que haga que te vea entre todos los demás. Solo eres un maldito gay de closet que vive en una novela fantasiosa donde solo se trata de ti mismo -recalco.
Hecho furia el ojos chocolate tomo lo primero que vio; siendo un florero de uno de los estantes de la sala y se lo lanzo con furia. Alberto lo esquivo sin problemas seguía mostrando molestia y fastidio por este tipo de personas. No era la primera vez que pasaba por este tipo de situaciones donde creían que podían cambiarlo que dejaría ser un puto -como muchos lo describían- o que podían tener algo especial. Él no buscaba eso.
-¡Eres un imbécil! -le grito lanzándole un libro que tenía cercas.
Rodeo la mirada y se fue directamente a la salida, sin antes mirarlo con obviedad y decir de manera cortante:
-Me vale una mierda lo que pienses de mí. Crees que no sé qué tu hiciste de todo para llamar mi atención, ok, la obtuviste tuvimos sexo y ya. Conoces mi reputación debiste imaginar lo que pasaría después y no ilusionarte como un maldito imbécil -realmente ya no le importaba lo que la gente pensaba de él paso toda su vida siendo criticado.
Abrió la puerta y salió como si nada. Logro escuchar los gritos y golpes dentro de la residencia pero no le tomo importancia. Era la misma rutina de siempre. Dejo salir un suspiro pesado y bajo los escalones con su camisa aún abierta y sus pertenencias en brazo. Era las primeras horas del día, aunque eso no se notaba por la inmensidad de nubes grises en el cielo que amenazaban con llover con intensidad sobre la ciudad Italiana. La avenida se encontraba desértica no había casi ningún rastro de personas más allá de las que comenzaban abrir sus negocios.
Tomo asiento en el último escalón, dejando sus cosas a un lado para poder vestirse con decencia. Se colocó sus zapatos, abotono su camisa y se colocó su amada chaqueta de mezclilla con estrellas que el mismo dibujo con un bolígrafo en sus mangas. Levantándose aun con el cuerpo adolorido, estiro sus brazos provocando que estos tronaran en un ligero ruido. Agarro su paraguas y comenzó a caminar por las calles del este de Génova. No quería volver a su departamento donde seria criticado con la mirada por su compañero de piso y sus dos amigos que siempre iban desayunar allí. No se sentía cómodo con ninguno de ellos. Desde que se mudó a la ciudad simplemente vagaba entre cama y cama, no hablaba con casi nadie. Y ya tenía una reputación que no era nada discreta, logro a acostumbrarse que la gente lo viera como un simple objeto sexual. Metió su mano dentro del bolsillo de su chaqueta, dibujando estrellas imaginaras sobre la tela mientras que jugaba con su paraguas con su otra mano.
Las estrellas eran que lo calmaban, lo hacían olvidarse de lo malo por unos instantes. Sus ojos verdes -como las mismas esmeraldas- se enfocaron en una antigua tienda a un costado de la calle principal que él reconocía a la perfección. Una tienda de antigüedades. Él tenía una pequeña adoración hacia las curiosidades de décadas pasadas. No tenía nada mejor que hacer en ese momento, así que con toda su calma cruzo la calle y se acercó al negocio.
La campana de la puerta sonó por todo el negocio cuando la abrió. El lugar estaba vacío aunque no era sorpresa con el clima de afuera y la hora que era. Comenzó a recorrer el lugar buscando artículos nuevos, cada espacio que había en el lugar cautivaba la atención del joven pecoso. No fue has que escucho el ruido de un bastón golpeando contra el azulejo oscuro que hizo salir de su burbuja. Volteo su vista hacia atrás encontrándose con un pequeño y anciano hombre que lo miraba sonriente.
-Beto, que gusto verte de nuevo -hablo dejando salir una risa exhausta, el hombre ya estaba en las ultimas pero seguía trabajando de su amada tienda.
Alberto sonrió al verlo.
-Buongiorno signore Russo -saludo con cortesía y amabilidad. Le tenía aprecio al anciano que lo hacía recordar al viejo Moretti.
-Oh, hijo, llegas en un buen día. Hoy trajeron nuevos discos de vinilo que tanto te gustan -soltó otra cansada risa al ver esos ojos verdes iluminándose con sus palabras.
Los discos de vinilo eran sus preferidos Alberto desde que era niño.
-Están en el segundo estante -apunto con su huesuda mano.
Asintió con cierta emoción y se dirigió hacia el pasillo que le indico. Dejo su paraguas recargado sobre uno de los muebles y comenzó a indagar por los álbumes de múltiples géneros. Parecía un niño en una juguetería. Estaba tan entretenido en su mundo que no noto cuando la intensa lluvia comenzó a caer, una tormenta se acercaba pero a él seguía sin importarle nada a su alrededor. Hasta que...
¿Cuál era la probabilidad que sus caminos se cruzaran una vez más?
El ruido de la campana de la puerta volvió a sonar y dentro de unos segundos su corazón casi le da un paro al escuchar esa voz:
-Mierda.
Levanto la mirada quedándose estático al ver esa cabellera castaña que podía reconocer en cualquier lugar junto con esos ojos castaños que alguna vez convirtieron su mundo en un completo caos. Era él...
{...}
Génova, Marzo de 2018
Luca observo su casillero con indiferencia, respiro hondo en un intento de calmar su enojo. Estaba fastidiado como irritado al encontrarlo por segunda vez esa semana; rayado con palabras "hirientes" -que iban desde su "inocencia" por creer que él era especial como lo resbalado que fue a meterse con Alberto-, no solo era eso los causante también pegaron condones sobre este y llenaron de una sustancia blanca simulando ser semen. El acoso iba aumentando con el pasar de los días, en verdad no le molestaba las idioteces que hacían o los rumores estúpidos que creaban a su espalda, lo que le molestaba al punto que en cualquier momento explotaría y golpearía a alguien hasta dejarlo inconsciente era que se trataban de universitarios, gente que ya debe tener una mínima pisca de madurez.
Suspiro. Quito con indiferencia reflejada en su rostro los condones y los tiro al basurero más cercano. Abrió su casillero para sacar un paquete pequeño de pañuelos junto con una botella de gel antibacterial (cual siempre tenía que tener por su asma). Lo cerró devuelta y tomando uno de los pañuelos con un poco de gel comenzó a limpiarlo en silencio, podía escuchar las risas y murmullos detrás de él. En su mente empezó a contar para evitar que ellos se salgan con la suya. No les daría el gusto de verlo alterado.
-Veo que lo volvieron hacer -escucho esa voz que lo hacía temblar.
Su tranquilidad al igual que su paciencia se fueron al carajo al instante. Un gruñido salió de sus labios al mismo tiempo que su corazón latía con fuerza.
-Te dije que no te quiero cercas de mi -exclamo Luca mirando al rubio cenizo molesto.
El más alto retrocedió, había comenzado a temerle al castaño desde que comenzaron a trabajar juntos por órdenes del directivo. Luca descubrió no solo que él se llamaba Antoni, si no que también era uno de los alumnos más prodigios de la carrera de robótica. Y para su desgracia ambos tenían demasiadas cosas en común de lo que quería admitir.
-No quiero ser una molestia para ti, Luca -expreso con una voz gentil y calmada, intento sonreírle pero se sentía mal por verlo tan enojado- solo pensaba que como comenzamos con el pie izquierdo no quiero que nuestro trabajo se vea afectado. Sé que los rumores cada vez son peor y el acoso...
Luca lo interrumpió abriendo -para lanzar ambos objetos que utilizo para limpiar- y cerrando la puerta de su casillero con fuerza. Y se acercó a él realmente furioso.
-Solo háblame por el trabajo, yo no quiero ser tu amigo, escuchaste, mi vida es una mierda ahora y lo que menos quiero es que empeore -exclamo serio y directo, dejando escapar un suspiro cuando el enojo iba disminuyendo- eres buena persona Antoni pero los demás siguen siendo la misma escoria de siempre y si sigues a mi lado arruinarías las cosas no solo para mi si no para al hombre al que quiero.
Antoni asintió comprendiendo por completo la situación por la que pasaba el menor. Lo que menos quería era que Luca se vea más afectado solo por su presencia ya bastaba que tenían que trabajar juntos todos los días para un proyecto importante relacionado con tecnología espacial. Ambos eran los mejores de sus generaciones -y Luca tenía que hacerlo a fuerzas si quería seguir conservando su beca- para ese trabajo.
El castaño dejo salir un pesado suspiro, estaba cansado solo quería, no, anhelaba estar en los brazos de Alberto para volver a sentir aquella calma que tanto necesitaba. Miro al rubio con indiferencia, no dijo ni una palabra más, tampoco era necesario y simplemente siguió con sus clases rezando a las estrellas que este día acabara ya.
[...]
Y como las cosas solo podían ir de mal a peor; una fuerte tormenta invadió por completo la ciudad. El cambio de turno en la cafetería Rivera llego. Los empleados de la mañana comenzaron abandonar el local cuando los primeros llegaron. Alberto hoy no trabajaba solo quedaría un rato hacerle compañía y se iría a su estudio hacer tarea o avanzar a un nuevo proyecto. Realmente no tenía planes para este día. Por más que quisiera tener el valor de llamar a Luca e invitarlo a salir, no se atrevía, no quería molestarlo en su horario de estudios.
No había casi ningún cliente, cosa que les facilito a Miguel y Ciccio a irse a cambiar en lo que aparecían los demás. Scorfano por su lado se paró en frente del cristal del ventanal, admirando como las calles eran hundidas por la intensa lluvia de inicio de primavera. El recuerdo del primer reencuentro con Luca llego en su memoria, la imagen de los ojos castaños del menor del otro lado del estante de vinilo apareció para atormentarlo. Recuerda cómo se atormento esa noche, él no tenía idea que Paguro vivía en Génova, cual había sido la probabilidad que se encontraran en la misma tienda en el mismo día y que ambos estuvieran relacionados con la misma pelirroja. Su corazón comenzó a latir con fuerza. Él nunca creyó que alguien fuera considerado "especial", pero ahora solo la mirada castaña de Luca resaltaba más que todas las demás, como si no existiera nadie más que el castaño oscuro.
El ruido de un fuerte quejido acompañado de la puerta de la entrada abriendo lo saco de sus pensamientos, se trataba de Russell entrando al establecimiento con una mirada fastidiada, cerro su paraguas para dejarlo a un costado de la entrada, como se arrepentía de haberse ido con la pareja de ex enemigos. Alberto abrió la boca pero el estadounidense levanto la mano frente de él para que se callara y solo apunto hacia afuera del negocio.
El pecoso giro su mirada hacia donde apuntaba quedándose sorprendido al ver a Giulia y a Ercole completamente empapados. Ambos estaban discutiendo en medio de la tormenta, la chica le pegaba al mayor con un paraguas mientras se decían maldiciones mutuamente.
-¿Qué paso? -pregunto confundido Miguel al acercarse a ver la escena.
El pelinegro suspiro.
-Solo tenían un paraguas cual que le pertenecía a Ercole. Ella no quería irse mojando y él tampoco. Comenzaron a pelear mientras se quitaban el paraguas entre ellos hasta que la rompieron y cayeron de espaldas a un charco -resumió Russell con simpleza, estaba cansado de escucharlos discutir todo el camino hacia aquí, los dos se culpaban entre sí.
-No pudieron irse juntos, como una pareja normal -murmuro Alberto mirando al par.
Un suspiro salió de los labios de Fredricksen, claro que él les propuso esa idea antes de que empezaran a gritarse pero los dos solo lo miraron e ignoraron mostrando una expresión de asco en sus rostros para después seguir discutiendo como perros y gatos.
Aun dentro del local se podían escuchar sus gritos como si no les importara armar un escándalo.
-¡¿Por qué tendría que darte mis cosas, bruja apestosa?! -le grito Ercole furioso.
Ella dejo de pegarle y lo miro completamente molesta pero aun así un fuerte sonrojo invadió su rostro.
-¡No me harás decirlo, estúpido!
-¡Solo dilo por una maldita vez, Apestulia! O es vas a vomitar solo por hacerlo como en todas las carreras -se burló de ella mientras hacía gesto de vomito.
Giulia frunció el ceño enojada.
-¡Porque creí que te importo! ¡Feliz! -exclamo avergonzada mientras desviaba su mirada a otro lado evitando perder más orgullo- Pero pareces que solo eres un imbécil más -murmuro mientras se abrazaba a sí misma.
Él mayor la miro sorprendido, no podía creer lo escucho por parte de su amada.
-Claro que me importas...-murmuro molesto desviando por completo su mirada a cualquier lugar que no sea ella- eres la chica que me vuelve loco pero tú no lo demuestras que yo te intereso más allá del sexo.
-No lo demuestro porque tú no me besas o me invitas a salir.
-¡Ok, Apestosa! Quieres salir, salgamos, este maldito sábado en la mañana.
-Ok, me parece bien, imbécil -lo tomo del cuello de su camisa acerco su rostro hacia ella, Ercole la miro serio a pesar que por dentro le sorprendió aquel movimiento- más te vale no dejarme plantada o te corto las bolas.
Ercole chasqueo la lengua y se separó de manera brusca, pero no llegando al punto donde ella cayera pero si retrocediera. Peino su cabellera mojada hacia atrás, como si no les importara que siguieran debajo de una tormenta.
-A veces odio que me gustes tanto -exclamo él comenzando a caminar hacia el local.
-Somos dos.
Ambos se adentraron por fin al negocio, tenían suerte que en sus casilleros tuvieran su uniforme. Caminaron hacia el vestidor ignorando por completo a todos quienes aún trataban de procesar que era lo que acababa de pasar. Ercole le abrió la puerta del vestidor para que ella entrara, cual lo hizo refunfuñando, él entro tras de ella cerrando la puerta de paso.
-¿Enserio acaban de pedirse una cita a gritos? -pregunto Miguel aun confundido.
Russell asintió en silencio con la boca ligeramente abierta mientras que Alberto comenzó a reírse, ese par tenía una forma una extraña de demostrar sus sentimientos.
[...]
Luca miro con molestia como la lluvia seguía cayendo con la misma intensidad, hace una hora que termino de estudiar y avanzarle al proyecto. Él seguía atrapado en la entrada de la biblioteca refugiándose de toda costa de la lluvia y los fuertes olores que desprendía la tierra mojada. Por haberse peleado con su tío en la madrugada -de nuevo- no trajo nada para protegerse, no le quedaba de otra que quedarse allí hasta que la lluvia pare. Miro la hora en su celular, 7:02 pm. Soltó un quejido quería gritar con todas sus fuerzas para desahogarse o llorar a mares. Ya no soportaba más. Necesitaba a Alberto.
Observo el fondo de pantalla de bloqueo con una pequeña sonrisa, era la foto de Alberto con el pecho lleno de estrellas que el mismo dibujo junto con su nombre escritos en varias partes de su piel broceada. Lo extrañaba, extrañaba aquellas conversaciones largas en medio de la noche o las risas que le causaba cuando lo cargaba como un saco de papas, incluso cuando ambos estaban a lado del otro bebiendo café.
Sentía sus ojos humedecerse como su corazón oprimirse. Abrazo su mochila con fuerza en búsqueda de consuelo e iba a derrumbarse pero la voz conocida de cierta persona lo detuvo:
-Hey, ¿Necesitas que te lleven?
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