Capítulo 1
Hayal
Aunque quisiera reprochar esta vida, no hay nada que hacer para cambiarla, mi llanto es simplemente un lamento que me hace sentir aun peor, miro al cielo creyendo que habría algo que hacer, o que la piedad de Él me diera alguna dirección, su silencio es lo único que percibo, no hay nada, y los gritos resurgen de nuevo. La violencia de su voz y el llanto de mi madre me desmoronan, quiero huir, deseo un nuevo comienzo, luego recuerdo sus palabras, no tienes a donde ir, y no sobrevivirás.
Hay días buenos, malos y este es totalmente gris. Cuando escuchó la puerta cerrarse con brusquedad, sé que se ha ido. Regreso corriendo a buscar a mi madre, sus lágrimas y la sangre la tienen paralizada. Me duele el pecho. Cuando nuestros ojos se encuentran se limpia la cara, aun con el rostro abatido logra decir:
—Lo lamento... No sé qué hice mal. —Son sus palabras. Yo también me preguntó porque el único lenguaje que conoce mi padre son los golpes.
Me quedo callada y la abrazo. Mi hermana pequeña comienza a llorar de pronto, como no iba a despertar después de lo ocurrido. Mi madre se apresura a levantarla de la cama, la carga y me dice que vayamos a la cocina a desayunar. Cuando entramos lo veo sentado desayunando, siento que el cuerpo me pesa, tiemblo de miedo. No voltea a vernos, en cambio su madre nos observa con cierta indiferencia. El silencio parece invierno, tan helado que quiero irme a alguna parte que nos sea estar aquí.
Mi madre toma un respiro largo y silencioso, como si nada hubiera pasado. Admiro su fuerza. Comienza a cortar tomates y a picar cebolla, luego los fríe, al poco tiempo ya tengo desayuno. Se apresura a prepárale el almuerzo para él, sin embargo su madre ya lo ha preparado, él se marcha sin decir nada. Su madre rompe el silencio diciéndome que coma. Por un momento me pregunto si son de roca para ser tan indiferentes.
Mi madre alimenta a Keila, ella come botando restos de comida. Sonríe de pronto y la envidio. Cuando ya hemos terminado, mi madre se pone a recoger las cosas y limpiar la cocina. Lleva a mi hermana a su espalda, para continuar; toma la cesta de plástico llena de platos para lavarlos fuera. La sigo, me comienza a decir que el día es bueno para lavar y yo le pregunto si podré ayudarla, me sonríe y dice que no. De todas maneras estaré a su lado.
He admirado su rapidez, pues ahora ya está remojando la ropa, llena un bote de agua, se pone de rodillas y se amarra en una gabacha para evitar que se moje. Mi hermana parece divertirse por sus movimientos, me siento a su lado y tomo unas ramas, para jugar con ellas, mis muñecas, y así pasa el tiempo. Ella termina y luego tiende la ropa, apenas puedo ayudarla, me dice que tome los leños para el fuego, obedezco y lo hago. Cuando salgo al corredor me encuentro con mi abuela desgranando maíz, me pide que la ayude, no digo nada y me siento a hacerlo. Ella tampoco es de palabras.
Mi madre llama para que almorcemos, mi abuela sacude su ropa y se va, hago lo mismo. Ella comienza a decir que debemos obedecer, que una mujer debe servir, esa es su función. No lo comprendo. Cuando el día acaba, el regresa de su trabajo, su frialdad me aterra, no le dirige ni una palabra a ella menos a mí, como si yo no existiera. Entra en su habitación y se acuesta a ver la televisión, con sequedad dice que no cenará. Mi madre al final terminará por acostarse a su lado, no hay a donde ir.
Me acuesto junto a mi abuela, duermo con ella, la cama de madera es pequeña, pero suficiente. Por alguna razón dormir me resulta reconfortante.
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