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UNO


Lilith


Siempre me he sentido atraída por las series y películas de ciencia ficción. Desde pequeña he pensado que existe vida en otros lugares del universo. Sin embargo, lo que nunca creí fue en la loca teoría de que unos hombrecitos verdes y cabezones, los conocidos marcianos, secuestraran a mujeres del planeta. Oh, claro, eso era ayer.

¿Hoy? Hoy todo lo que creía que sabía ha cambiado.

Los últimos instantes que recuerdo son de un miércoles. Un miércoles normal de trabajo en las deprimentes oficinas de ventas telefónicas. No es precisamente el trabajo de mis sueños, pero por el momento no existe otra alternativa y me permite pagar mis cuentas, aunque tenga que soportar al idiota de mi jefe y todas sus ideas retrogradas machistas.

Ese día llegué a casa cansada y me preparé algo de comer, la clásica sopa instantánea Maruchan, ya que no soy buena preparando comida. Me cambié a mi pijama porque pronto me iría a dormir. Me acosté en el sillón, encendí el televisor y comencé a buscar qué serie o película ver.

Todo esto no era demasiado distinto a cualquier otro día. Supongo que, al estar tan cansada, me quedé dormida, y en ese momento es cuando todo se fue al carajo.

Mis sueños estaban mal, eran muy extraños, y no hablo de esos donde se te caen los dientes o caes por un edificio para despertar de un salto, o incluso de esos sueños donde un payaso maniático te persigue. Hablo de sueños mucho más siniestros, donde sientes que algo no va bien experimentas el dolor, la tristeza y la sensación de abandono.

En mi sueño, estoy atrapada en una habitación fría, con luces parpadeantes, acostada en una camilla de hospital. Una luz blanca está sobre mi cara y hace que los ojos me duelan. En este sueño, trato de cubrir mi vista con las manos, pero estoy inmovilizada, amarrada de manos y pies. Me fuerzo a despertar, por liberar mi cuerpo. Con pavor, descubro que no es un maldito sueño. No estoy en mi hogar ni en una camilla de hospital. ¡No sé dónde estoy! Empiezo a desesperarme. Siento que me ahogo. Mi tráquea y garganta duelen y arden. ¿Así es como voy a morir? Enfoco mejor mi vista, mirando a mi alrededor, y es cuando los veo, cosas pequeñas, de largos brazos, piel rugosa, con enorme cabeza y ojos negros. Con horror, caigo en cuenta de que son los hombrecitos verdes.

Se acercan, y me encuentro rodeada. Uno de ellos inclina su cabeza hacia mí, emite un sonido que se escucha como una mezcla de silbidos y chirridos y aprieta mi brazo con alguna especie de arma similar a las de Star Trek. Siento que un líquido gélido corre por mi brazo, desde donde él me aprieta y sube a mis pulmones, tráquea y garganta. Tengo una horrible sensación de frío, como si por mis venas y garganta estuviera recorriendo hielo. No obstante, tras un instante, el malestar desaparece y ya puedo respirar de nuevo. El aire llega a mis pulmones con fuerza. Comienzo a jadear en busca de aire. Siento mi corazón latir ferozmente.

Cierro los ojos, apretándolos, en un intento de refugiarme en una burbuja donde esta pesadilla no es real, donde todo esto desaparecerá al despertar, pero sé que eso no sucederá. Este es mi final... Estos seres me harán daño y moriré sola en esta fría habitación. Alguien grita desde muy lejos, o quizás soy yo misma, ya no lo sé. Empiezo a sentirme débil y cansada. Dejo de pensar y ahora todo se vuelve oscuridad.

No sé cuánto tiempo estuve inconsciente. Desperté encerrada en esta sucia jaula de gruesos barrotes. El aire está impregnado de un hedor a vómito y sudor. No veo ventanas. El olor es intenso y asfixiante. La habitación es enorme y oscura, apenas iluminada con algunas pequeñas luces que parpadean en las murallas y en algunas secciones del piso. Las paredes están cubiertas de una sustancia viscosa y repugnante. ¿Mis carceleros? Unos malditos álienes.

Mi cabeza late con fuerza. Me invaden náuseas y un frío que provoca que todo mi cuerpo tiemble y duela. Me siento drogada, como cuando te despiertas de la anestesia después de una cirugía. No entiendo qué está pasando. Para mí todo eso de los hombrecitos verdes era simplemente una pesadilla espantosa, pero aquí estoy, aún helada, con náuseas y enfrentándome a alienígenas reales.

Descubro que hay otras chicas aterrorizadas como yo. Algunas lloran en silencio y otras están con la mirada perdida. Estamos atrapadas en esta pesadilla extraterrestre. Todas vestimos pijama, lo que me hace pensar que fuimos secuestradas durante la noche, mientras dormíamos. Seguro para ellos resultó más sencillo hacerlo así. Estamos vulnerables mientras dormimos. De ese modo no podríamos poner tanta resistencia, ¿no? Bastardos cobardes. Me siento en un rincón y comienzo a frotar mi brazo. Tengo tres marcas donde el alien me apretó con su arma. Son como si fueran picaduras de insecto. Y, mierda, cómo arden.

Desde el rincón donde estoy sentada observo a las chicas. Todas somos aproximadamente de la misma edad. La similitud me hace pensar que no somos secuestradas al azar y que a donde sea que nos llevan quieren humanas jóvenes. Carajo, solo pensar en ello me provoca ganas de vomitar.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí? —le pregunto a una de ellas.

—¿Yo? —me responde—. Creo que una semana.

—¿Una semana?

—Si. Liz es la que lleva más tiempo —señala a la otra chica.

—Soy Lilith y soy de México. ¿Tú de dónde eres? 

—Soy Isabel y soy de México, igual que tú. Las otras chicas son de diferentes países. Por lo que entiendo, Liz y Maddie, de Estados Unidos, y Emily, de Canadá. No hemos podido hablar mucho, pero no entendemos bien.

—Tengo mucho sueño, Isabel, y aun estoy algo mareada —me estiro levemente y bostezo.

—No te preocupes. Nos drogan a todas antes de traernos a la jaula y te dan el suero para poder respirar —me agarra del hombro—. Intenta dormir. Te recuperarás más rápido si descansas un poco.

Supongo que dormir es la mejor manera de escapar de esta realidad, pero imágenes de los alienígenas, la luz brillante y cegadora en mis ojos, las pesadillas, el miedo, todo se repite y entro en pánico. Un gemido se escapa de mi garganta y me despierto, encontrándome con la mirada de Isabel.

—Shh. Sin hacer ruidos.

—¿Qué?

—No hagas ruidos. Nos están mirando —señala al alien parado fuera de nuestra jaula.

Asiento, tratando de regular mi respiración acelerada, y miro a mi alrededor. Las otras chicas están en shock, pero tratan de mantener la calma.

—Malditos seres. ¿Qué quieren? ¿Por qué nos miran?

—No lo sé, Lilith, pero mejor no molestarlos.

—¿Cómo sabemos cuándo nos van a devolver a casa? —inquiero con voz temblorosa.

—No lo sabemos —responde Isabel con voz firme.

—Espero que alguien nos encuentre pronto. No puedo soportar estar aquí por mucho más tiempo —confieso con lágrimas en los ojos.

—Estamos juntas en esto. Vamos a salir de aquí —dice con determinación.

—No sé cómo lo haces, pero me das esperanzas —limpio las lágrimas de mis ojos y le ofrezco una pequeña sonrisa.

—Cuando todo esto termine, celebraremos como nunca —agarra mis manos.

—Si, porque nos merecemos un final feliz después de todo esto —respondo, y aprieto su mano aún más fuerte.

Me giro, apoyo la frente en la pared y dejo que mis lágrimas se deslicen mientras pienso en mi vida en la tierra. Pienso en mi hogar. ¿De verdad alguien en la tierra me echará de menos? No tengo familia, huérfana desde muy pequeña. Ninguna familia me adoptó por ser peleadora. Mi jefe, el odioso señor Alonso, no lo creo. Ningún novio. Amigas, mmm, pocas, y todas ya viviendo sus felices vidas. Creo que quizá la única que se preocupe por mí y haga una denuncia por mi desaparición es mi vecina de departamento, la señora Tere. ¡Oh, claro!, si sus gatos la dejan salir de su hogar. Entonces no, nadie me extrañará. Pienso en esto y más me deprime. por lo que continúo llorando.

Transcurren dos días en la nave espacial y nadie más se une a nosotras. Comienzo por sospechar que estamos "llenos". Las cinco chicas estamos cansadas, y ese maldito zumbido que provoca la nave no ayuda a nuestros ánimos. Estoy segura de que ya hemos dejado la tierra atrás y de que viajamos a una supervelocidad. En un momento, mi cuerpo se sintió muy pesado y sentí fuertes dolores de oídos. Ahora solo siento que mis oídos están tapados, pero mi cuerpo vuelve a sentirse liviano. Sí, estamos en una nave espacial. ¿El destino? Nadie lo sabe, y eso es lo que me aterra, no saber qué nos espera. Isabel y yo nos mantenemos juntas en un rincón de la jaula, el "menos sucio". Susurramos y buscamos algo de consuelo. Carajo, esto es tan triste, humillante y aterrador.

He cumplido una semana en la nave y me siento desesperada. Quiero gritar, llorar, o tal vez ambas cosas. Tengo miedo. Oh. Dios, tengo tanto miedo. Ahogando un llanto que sube por mi garganta, intento controlar mis emociones. Cruzo mis brazos sobre mi pijama con fuerza y trato de no temblar demasiado. He aprendido de mala manera que a estos alienígenas no les gusta los llantos, en especial hoy, cuando se llevaron a Emily, la chica de Canadá. Tenía un ataque de pánico; temblaba y lloraba sin parar. Intenté ayudarla. Agarré sus manos y traté de calmarla. Le dije que todo estaría bien, que ya vendrían por nosotras. Supongo que no entendía lo que le decía, pero seguí acariciando sus manos. Maddie y Liz, las chicas que hablan inglés, también lo intentaron, pero no pudimos hacer nada, todos nuestros esfuerzos fueron inútiles.

Cuatro de esos malditos álienes entraron en la jaula, sostuvieron a Emily con fuerza y le inyectaron un líquido azul con esa arma que parece sacada de Star Trek. Ahora sabemos que es un tipo de jeringa extraterrestre. Trate de acercarme para ayudar, pero Isabel y Liz me agarraron de las manos, impidiéndome hacerlo. Entiendo por qué lo hicieron. Tenían miedo de que esos alienígenas también me lastimaran.

Se llevaron a Emily arrastrándola de los brazos hasta una camilla flotante, que estaba fuera de la jaula, y la ataron de manos y pies. Me odio a mí misma por no ayudarla. Va en contra de todo lo que soy no hacer nada.

Cuando los alienígenas regresaron con Emily, ella estaba inconsciente sobre la camilla flotante. Esos álienes tienen una tecnología increíblemente avanzada. No entiendo cómo mierda hacen que esa camilla flote. Supongo que utilizan energía electromagnética o tal vez solo sea telequinesis, no lo sé. No sabemos nada sobre estos seres. Cuando la dejan en el suelo, me acerco y veo sus labios y ojos hinchados y ensangrentados. Su hermoso rostro está deformado por los golpes y tiene dos marcas en cada brazo. Al parecer, le inyectaron alguna droga para dormir.

Ahora es mi turno de vomitar. Estoy aterrorizada pensando en lo que le hicieron. Desde aquí podíamos oír sus gritos, los cuales pedían ayuda. Nosotras en ese momento, solo nos abrazamos y lloramos por ella.

Estamos todas angustiadas al no comprender qué quieren estos álienes de nosotras ni a dónde nos llevan. Nos tienen prisioneras en esta jaula, y con cada día que pasa se vuelven más violentos. Nos maltratan y abusan físicamente si no les gusta cómo nos comportamos. No tengo idea de qué más le hicieron a Emily cuando se la llevaron, porque sigue inconsciente. Estoy enojada, ¡furiosa! montón de mierda.

Me aparto de Emily y la dejo con Isabel. Me dirijo hacia al grupo de chicas asustadas y pongo un dedo sobre mis labios.

—Shh—susurro. —Mantengamos silencio.

Regreso junto a Isabel y  veo que está llorando. Me siento a su lado y la abrazo.

—No llores. No les demos motivos a estos malditos álienes para lastimarnos más.

—Tengo miedo —dice con voz temblorosa.

—Lo sé, también estoy asustada —confieso. —Pero de ninguna manera voy a permitir que esos bastardos nos toquen.

—¿Qué vamos a hacer? ¿Cómo podemos escapar de aquí? —pregunta con los ojos llorosos.

—No lo sé —contesto con sinceridad—, pero debemos mantenernos unidas y buscar una oportunidad. No podemos rendirnos, tenemos que luchar por nosotras, por Emily y todas las chicas.

Nos mantenemos abrazadas durante un largo tiempo, hasta que Emily comienza a recobrar el conocimiento. Desde que Emily despertó no ha hecho ningún ruido. Su mirada está perdida, se niega a hablar con nadie y tampoco prueba la comida que nos ofrecen los alienígenas. Lo que le hayan hecho la ha dejado profundamente traumatizada. Intento acercarme para abrazarla, pero ella tampoco lo permite. Esto me entristece y me llena de determinación. Debemos escapar de esta maldita nave.

—Isabel, debemos buscar la manera de escapar. Necesitamos un plan.

—¿Qué? ¿Estás segura? —Dice con la mirada llena de terror.

No, no estoy segura. Cada parte de mi cuerpo vibra de terror ante la idea de que esos alienígenas me toquen. Pero ¿qué otra opción tengo? ¿Sentarme y no hacer nada? ¿Dejar que estos bastardos espaciales decidan mi destino y el de estas chicas?

—Sí, estoy segura. No podemos quedarnos aquí esperando a ser rescatadas. Trato de mantener la calma.

—Pero... ¿qué podemos hacer? —Isabel parece al borde del pánico.

—Primero, debemos observar a los álienes, encontrar alguna debilidad en su rutina —sugiero al pensar rápido.

—¿Y si nos descubren? —Su voz tiembla.

—Entonces improvisaremos, pero no podemos rendirnos sin intentarlo —afirmo con determinación—. Necesitamos distraerlos en el momento justo —pienso en voz alta.

—¿Cómo vamos a hacer eso? No tenemos nada con que llamar su atención sin ponernos en peligro. —Su voz todavía es temblorosa.

—Podríamos crear algún tipo de distracción —expreso, aunque no tenemos ningún objeto o material.

Me levanto y miro a mi alrededor, buscando alguna salida, algún punto débil en la jaula. Bien, solo tengo que pensar en algún plan, pero hasta pensar en esta jaula es difícil con esos malditos silbidos y chirridos que emiten los alienígenas. Supongo que es su forma de comunicarse. Mierda, qué irritantes. Los sonidos hacen más difícil concentrarme. Isabel se frota las sienes, claramente afectada también. Debemos ser fuertes. No podemos dejarnos vencer por el miedo ni por esos ruidos. Necesitamos encontrar una salida, y hacerlo rápido.

«Piensa, piensa, piensa», me repito una y otra vez.

No quiero morir aquí, no así, no por ellos. En mi mente ha estado rondando la idea de correr, abrir alguna puerta de la nave que dé al espacio y lanzarme con todas las chicas al hermoso universo infinito. Creo que sería un modo de morir más digno que a manos de esos malditos alienígenas. No lo comparto con nadie. Las chicas aún mantienen la esperanza. Y, como dice mi escritora favorita en unos de sus libros. "La esperanza es la luz que nos guía incluso en los momentos más oscuros". 


                                                                         

















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