En nuestra ciudad la nieve era un suceso estelar.
Más importante incluso que la asistencia escolar.
La mitad del grupo decidió ausentarse aquel día cercano a navidad,
pero tú apareciste a la hora habitual.

Llevabas un termo de chocolate caliente
y un gorro con la figura de Vegeta en la frente.
Todos sabíamos que te gustaba Dragon Ball,
pero ignorábamos que tu novio no aceptaba esa idea.

Dos chicas lo escucharon gritarte en el pasillo.
Repitieron todo delante de los cuatro que estábamos en el salón.
Cuando regresaste, no tuvimos el valor para hablarte.
Sólo vimos cómo guardabas tus cosas antes de alejarte.

Nadie habló de eso nuevamente.
Tampoco mencionamos la mancha morada de tu cara,
esa que intentaste disimular.

Seguiste paseando de la mano con el estudiante de derecho,
aquel que se sabía la constitución de memoria,
pero no tu cumpleaños ni tu momento favorito de la historia.

¿Por eso parecías siempre molesta?
En serio, no tienes que hacer miles de dietas.
Y ve a las manifestaciones que quieras.

Si necesitabas una mano amiga, sólo tenías que voltear.
No te habría abandonado.
No después de haber visto el color morado.
Porque no, ese no es el color de los enamorados.

Y puedo hacer una oda extensa sobre los signos de violencia,
pero, ¿por qué ahora?
¿Por qué nos dimos el lujo de ser correctos?
Si tanto queríamos hablar de moralidad,
¿no era mejor actuar?

No, observar es un cómodo lugar.
Así podemos juzgar.
«Se lo merece por vulgar.
Es una libertina con aires de grandeza.
Ya aprenderá a bajar la cabeza».
«A esa no la educaron sus papás.
¿Educar?
Lo mejor es castigar.
Debe darse a respetar
Y nada de desafiar la autoridad».

Color morado, debe ser el estandarte de los adoctrinados
Tú no lo eras.
La tuya debió ser una mezcla nueva,
de esas que pocos prueban
y que después ponen de moda,
pero que olvidan cuando la época termina.