Poema #3
En nuestro primer año fuimos de excursión al museo.
Te rezagaste en la habitación con el proyector.
No era mi intención espiarte.
Sólo pasé por el pasillo y observé a través del hueco.
Ahora que lo pienso,
fue muy acosador de mi parte,
pero me sorprendió la poca sensibilidad que mostraste.
La exposición era una oda a la crudeza
y el dolor tenía el poder de traspasar el lienzo
pero tú no diste señales de tristeza.
Un par de chicas sollozaron.
Otros, guardaron silencio
en un intento de mostrar respeto.
A mí me dieron ganas de vomitar.
Tú, en cambio, decidiste quedarte atrás.
Pensé que deseabas un poco de intimidad.
Mi sorpresa fue verte bailar.
Interferiste entre la luz del proyector
y las pantallas de la exhibición.
Diste algunas vueltas finales
con cientos de imágenes atravesándote.
Sangre ajena se deslizó por tu playera.
Desconocidos morían sobre tus piernas.
Al detenerte, me miraste.
«Un puto asco, ¿no?»
¿Qué debí contestarte?
«Ojalá nos pasara a nosotros»
Ni siquiera te hiciste a un lado,
mucho menos tuviste cuidado.
Me chocaste en el hombro
antes de desaparecer en el fondo.
Sí, ojalá nos pasara a nosotros.
Somos lo suficientemente cuerdos para entenderlo.
El resto finge tener amnesia
y los fines de semana,
lavan sus pecados en la iglesia
Tú te autodenominabas pecadora.
Los rumores decían que te descubrieron en los baños
consumiendo drogas,
que encaraste y maldijiste a la directora.
También contaban que habías cambiado,
que no merecías al chico que te llevaba de la mano.
No eras suficiente a los ojos ajenos,
Pero en los míos te daba el universo.
«Ojalá nos pasara a nosotros».
Han pasado dos años
y sigo pensando en la injusticia reflejada en las fotos
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