Estrella V.
— Mamá y papá fallecieron en un accidente a los meses después de que nací. Mi familia dice que es un milagro que esté vivo —relató Romeo jugando con un lápiz—. Nuestro abuelo paterno nos crió después de eso, nuestra abuela había fallicido hace un año en ese entonces... Creo que nuestra familia está muy ligada a la muerte... —miró a su profesor con los ojos llorosos pero negándose a llorar. Antonio creía que era un niño muy fuerte—. Hace dos años falleció el abuelo, y Lovino tuvo que hacerse cargo de mi.
¿Puede alguien ser feliz así?
— A veces pienso que Lovino, al ser el mayor, lleva todo el peso de la familia... De los pocos que quedamos... Nunca lo he visto llorar mientras Feliciano y yo nos deshacemos en llanto a cada aniversario de sus muertes... Aunque también admiro la facilidad que tiene Feliciano al mantenerse positivo ante todo.
No creo ser fuerte.
— De todas formas intento hacer lo mejor de mi para no preocuparlos, pero soy un fracaso, si lo intento termino fracasando de igual forma. Doy todo de mi pero la presión en mi pecho no me deja hacer nada bien. Quiero prestar atención en clases pero me duermo para no largarme a llorar de la nada... Los profesores me regañan demasiado por no hacer el esfuerzo pero yo de verdad lo hago.
Me oculto en los problemas.
— ¿Me va a regañar también? Golpeé a un compañero que se burlaba de mis hermanos mayores, pero como su familia tiene dinero nadie les dice nada, a estas alturas no sé como no me hechan de la escuela.
— No voy a regañarte —dijo Antonio extendiéndole un pañuelo para que limpiara laa lágrimas que comenzaban a caer en silencio—. Voy a obligarte a ir al psicólogo de la escuela, tienes muchas cosas acomuladas y debes tratarte con un profesional.
Romeo asintió y se despidió para luego salir del salón, suspiró agotado y ordenó los papeles que tenía sobre la mesa. Revisó su celular unos minutos antes de irse a la Sala de profesores dónde tenía sus cosas y se quedaría cerca de dos horas revisando exámenes, organizando futuras clases y pensar, pensar que iba a hacer después de todo ese tiempo.
⭐⭐⭐
Era sábado, un lindo día sábado dónde el sol alumbraba las calles y las familias aprovechaban para disfrutar de una comida fuera de casa. En cambio Antonio estaba sentado en una fuente esperando tranquilo a una persona en específico.
— ¡Hey Toño! —llamó el marcado acento de uno de sus mejores amigos.
— Gilbert —se levantó y saludó al alemán con una sonrisa.
Gilbert era un amigo de infancia, albino, egocéntrico pero demasiado leal. Habían quedado de juntarse para pasar algo de tiempo juntos, el trabajo los consumía a ambos y no tenían más días libre que unas horas el sábado.
— ¿Cómo está tu hermano? —preguntó Antonio.
— Ludwig está de mil maravillas —rió el albino—. Ahora que está con pareja, está un poco más relajado y feliz ¡Lo he visto sonreír! ¿Sabes lo que es eso?
— Wow... Eso es raro, siempre creí que tu hermano era un robot en realidad.
Se llevaron la tarde hablando y poniéndose al día con sus vidas mientras comían en un local de comida rápida. La tarde llegó rápidamente, el cielo se tiñó de anaranjado cuándo ambos decidieron que era hora de partir, Antonio tenía un montón de exámenes que revisar y Gilbert un montón de papeles que aprobar.
Cuándo tomó el tren subterráneo de vuelta a casa notó que le había robado el móvil en algún momento, genial tendría que comprar otro porque ir a denunciar y esperar a que lo encontrarán podría estar toda su vida incomunicado. Pero eso no fue lo peor, sino cuándo cayó en cuenta que había prometido llamar a su madre en la tarde y ahora no tenía como llamarla, seguro lo iban a regañar porque para su progenitora su hijo no tenía 26 años aún.
Bajó en estación correspondiente y comenzó a caminar a paso lento y calmado hacía el edificio dónde vivía entonces lo vió, Lovino estaba apoyado en un póster al parecer esperando a alguien y no lo pensó dos veces cuándo se acercó a él con una sonrisa nerviosa.
— Hola... —saludó a lo que de inmediato fue correspondido por un gesto simple y aburrido—. Me robaron el móvil hoy y necesito llamar a mi madre...
— ¿Debes avisarle a tu mamita que el niño está bien? —preguntó con burla el italiano, dejando atónito a Antonio—. Oh... Lo siento, ¿Quieres que te preste mi móvil?
Antonio asintió a su pregunta recibiendo de inmediato el móvil ajeno listo para llamar, dígito el número rápidamente esperando que su progenitora contestara sin dejar de mover frenéticamente el pie impacientandose con la demora para luego escuchar la operadora.
A la mierda, no iba a insistir.
— No contestó... Bueno, da igual. Muchas gracias.
— Sí, no importa... Oye... ¿Te gustaría ir al cine? En trabajo me dieron entradas y no tengo con quién ir...
— Ni siquiera nos conocemos bien para tal confianza —dijo Antonio cruzándose de brazos divertido.
— Lo sé, pero no tengo amigos tampoco. Si quieres podemos salir... Para conocernos digo —para ese momento las mejillas de Lovino ya estaban enrojecidas y la mirada fija en el suelo, al español eso le pareció demasiado adorable, tanto que quiso grabarse esa escena para siempre en su memoria.
— ¿Puedes mañana?
— Sí, ¿En la cafetería de siempre?
La cafetería de siempre... Dónde todos los días sin falta se veían, sonaba algo lindo dicho de ese modo. Asintió y coordinaron una hora para juntarse antes de que Antonio siguiera su camino y Lovino se quedara en su lugar tal y como lo encontró.
Si no fuera por la montonera de exámenes que debía revisar estaba seguro que se quedaría toda la noche haciendo estrellas en honor a aquel que le tenía la mente distraída.
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