Estrella IV.
La madre de Antonio siempre decía que el sol salía incluso los días nublados y que las estrellas brillaban incluso en las noches oscuras, cuándo niño creía que era verdad, completa y absoluta pero cuándo fue creciendo no sólo lo comprobó sino también la forma metafórica de esa frase se le hizo real.
Había pasado un año desde la primera vez que besó a Lovino de forma accidental, se había acostumbrado a encontrarlo de vez en cuándo y hablar con él en las reuniones mayoritariamente por Romeo.
Fue justo ese día en la mañana, un lunes, se cancelaron las clases en la escuela por lo que Antonio no tenía razones para ir a trabajar, pero igual se levantó temprano y fue a la cafetería de simpre sólo que esta vez se sentó en una de las mesas viendo la lluvia caer por la ventana. Calentó sus manos en el vaso de café y ocultó la nariz entra la bufando. Entonces Lovino se sentó frente a él con un café mirando de igual forma la ventana.
Pasaron unos veinte minutos de silencio, ninguno de los dos estaba incómodo en aquel momento, cuándo Antonio acabó su café posó su mirada en el italiano.
— ¿Te gusta la lluvia? —preguntó tranquilamente, Lovino lo miró y asintió levemente—. A mi también me gusta, el agua me hace sentir limpio, purificado...
— Renovado —completó el italiano dándole un trago a su café—. Siento que el cielo es finito, no me siento tan pequeño y cuándo el agua cae en el asfalto marca el final de algo...
— ¿De algo? Mamá decía que las estrellas lloraban cada vez que llovía.
— Las estrellas... —Suspiró Lovino y miró el cielo gris—. Nací en la noche, era un día estrellado según mi abuelo.
Antonio rió levemente.— Yo también nací de noche, pero estaba nublado. Aunque siempre me gustaron las estrellas... Y la lluvia.
— Opuesto. ¿Te gustan las cosas opuestas?
— Podría decirse que sí... —dijo y fue la primera vez que sus miradas se juntaron.
Se miraron a los ojos de una forma tan profunda e intensa que Lovino sintió que los ojos esmeralda del otro acariciaban su alma de una forma que nunca nadie había logrado hacer, soltó un suspiro entrecortado sintiéndose intimidado por el profesor.
Lovino había quedado con la imágen del español en su mente desde que descubrió que le impartía clases a su hermano mayor. Sus ojos se dirigieron inevitablemente a los labios del mayor y tuvo la intensión de inclinarse y besarlo, pero no lo hizo. Volvió a beber de su café acabándolo.
— Debo partir a la Oficina —avisó Lovino levantándose.
— Fue un gusto hablar con usted —Despidió Antonio con una inclinación de cabeza.
Siguió con la mirada al italiano hasta que lo perdió de vista y sonrió para luego levantarse él, tomó su paragua para irse caminando hasta el departamento dónde vivía.
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