Mis Demonios, Mägo de Oz.

Amaba esa canción aunque le daba algo de inentedible nostalgia.

Claro que eso no importaba cuando estaba bajo el techo de algún departamento mirando la tormenta caer y, justo frente a él, sólo separados por la calle, estaba la chica que le tenía loco. La misma muchacha que le perseguía desde secundaria, la chica le sonreía con inocencia aunque por dentro no era más que una loca que albergaba la esperanza de que Antonio aceptara su propuesta de ser parejas.

Las puertas del edicio se abrieron y Antonio desvío la mirada a quién salía de este. Y cuando vió las luces iluminar su rostro, se acercó tomandolo de las mejillas para besarlo.

Por un segundo todo quedó en silencio, la muchacha se fue dando zancadas y ellos (el desconocido y Antonio) se quedaron en silencio, mirándose a los ojos sorprendidos aún con sus labios rozandose.

— oh... ¡Lo siento! —dijo Antonio al notar la estúpidez que acababa de hacer, se alejó unos pasos del shockeado chico y cubrió la boca con ambas manos avergonzado.

Sus labios eran suaves...

— ¡¿Tu quién te crees para venir y besarme así de la nada bastardo?! —espetó con las mejillas encendidas en un vivo rojo y el ceño fruncido en enojo.

Era adorable...

— Perdón... Te confudí...

— Me confundiste... ¿Eres el novio de mi hermano? ¿De Feliciano? —preguntó confundido pero enojandose cada vez más.

— ¿Tal vez...? Digo ¡No! No, no es que yo... ¡ME VOY!

Gritó Antonio antes de salir corriendo bajo la lluvia cayendo el proceso sobre un charco de agua. Que vergüenza... Pensó a sabiendas que el chico al que había besado le estaba mirando. Se levantó lo más rápido posible y volvió a correr.

Nunca, nunca más saldría sin paraguas.

Porque... Porque si hubiera traído el paraguas no se detendría en ese edicicio... Y no se hubiera encontrado con la chica... Y no hubiera besado al desconocido...

Sí, todo era culpa del paraguas.